19

Más tarde, Granja de la Tierra Roja


– Quieres saber la verdad? -dijo Hulan-. ¿Por donde empiezo? ¿Por tus preguntas? Si, ese dinero es mío. Si, soy rica. Se supone que debo ser rica. Soy una Princesa Roja. Soy de la clase especial, como Henglai, Bo Yun, Li Nan y el resto de ellos.

– Mientes.

– No, no miento -dijo ella con resignación. Después de tantos años, de tantas preguntas, todo lo que quedaba era la verdad que David había anhelado oír desde el principio-. Como puedo hacértelo comprender? Hablas de aquel día en la Posada de la Tierra Negra. ¿Por qué no escuchaste a Nixon y a los demás? Por qué no prestaste atención a las historias de Peter sobre la auténtica Liu Hulan? Te dijeron tantas cosas de mí que me llevé un susto de muerte. Pero luego vi que no escuchabas, que no querías escuchar. Nunca te conté nada porque la amarga verdad es que tú no querías oír nada. ¿Crees que me odias? Pues escucha esto. -Retorció el kimono de seda con las manos-. Como sabes, me pusieron el nombre de Liu Hulan. ¿Pero como emular a una revolucionaria modelo cuando eres una Princesa Roja, cuando vives en medio de la riqueza y los privilegios, cuando llevas una vida rodeada de amor y de comodidades?

Hulan solto la tela del kimono y señalo el altar de Ano Nuevo y las fotos de sus antepasados.

– Esta casa pertenecía a la familia de mi madre. Eran intérpretes imperiales. Tuve tías bisabuelas que eran cortesanas en la Ciudad Prohibida. Es del dominio público. Pero la mayoría de la gente sabe poco de la familia de mi padre. Lo miran y ven a un hombre dedicado a su trabajo en cuerpo y alma. Durante generaciones, los Liu fueron prósperos terratenientes. Mi bisabuelo fue magistrado aquí, en la capital. Incluso tras la caída de los manchues, la familia Liu, al contrario que la de mi madre, conservo su poder. De hecho, se hicieron aun más ricos.

– iQué me importan! -exclamo él airadamente-. No haces mas que contarme historias para alejarme de la verdad.

– Mi padre -continuó ella, sin dar muestras de haberle oído-, al igual que su padre antes que él, era un estudioso de la historia. Vio el mundo y huyo para unirse a Mao. Cuando las tropas de Mao marcharon sobre Pekín en 1949, mi padre tenía veinticuatro años de edad y era un colaborador de confianza del Líder Supremo. Mis padres fueron recompensados por sus esfuerzos y sus sacrificios. Conoces el dicho, «Todo el mundo trabaja Para que todo el mundo coma» Esa era la esencia del comunismo de Mao, pero desde el principio, algunas personas comieron mejor que otras.

Hulan se remonto a 1966, cuando ella tenía ocho años de edad. Mao y su esposa acababan de dar inicio a la Revolución Cultural para borrar del país las fuerzas burguesas.

– Mi padre me llevo a la plaza de Tiananmen el dieciocho de agosto para que viera la primera formación oficial de los Guardias Rojos. Un millon de jóvenes de Pekín se apiñaban allí vistiendo los viejos uniformes del ejército de sus padres, gritando consignas, cantando, agitando ejemplares del Pequeño libro rojo, y desmayándose cuando Mao apareció sobre las murallas de la Ciudad Prohibida para saludar.

Mao dijo que debíamos desterrar las viejas tradiciones en cuatro terrenos: ideas, cultura, costumbres y hábitos, y fue como si un huracán devastara la ciudad. Todo el país enloqueció. La gente decidió que la luz roja debería significar adelante y la luz verde stop. En todas las esquinas se veían accidentes. Durante siglos, las mujeres chinas se habían enorgullecido de sus largas cabelleras, pero entonces la Guardia Roja pateaba las calles, elegía mujeres al azar y les cortaban el pelo. Decidieron dar nuevo nombre a todo, calles, gentes, escuelas, restaurantes, con hong por aquí y bong por allá, rojo esto y rojo lo otro. Los viejos amigos se convirtieron en Ejército Rojo o Peonía Roja, las calles pasaron a llamarse Camino de la Paz Roja o Carretera Roja. Yo conserve mi nombre, pues era Liu Hulan.

– Quiero que me hables de las libretas de banco -la interrumpió David-. Quiero saber qué relación tienes con el Ave Fénix.

– Cualquier persona que se considerara feudal, vieja o extranjera -prosiguió ella sin hacerle caso- era perseguida. Hicieron desfilar a médicos y artistas por las calles con orejas de burro y letreros en los que se enumeraban sus defectos. Los apalearon, humillaron y arrojaron en prisión. Los directores de las oficinas tuvieron que enfrentarse con reuniones de lucha en las que los obreros los acusaron de ser capitalistas, reaccionarios, espías extranjeros y renegados. Allá donde fueras, había alguien a quien la gente escupiía, mordía, golpeaba, daba lecciones y humillaba, alguien a quien se enviaba a trabajos forzados o a la cárcel por delitos imaginarios. Los maestros eran unos ignorantes. Los estudiantes escribían dazibao, grandes carteles con caracteres en los que se censuraba a los maestros por burgueses, por retrógrados y perros de presa del capitalismo. Pronto ya no quedaron maestros, y al final de la Revolución Cultural, setenta y siete millones de jóvenes habían carecido de una educación.

Se detuvo al tiempo que revivía sus recuerdos.

– El pasado no tiene nada que ver con esto, Hulan.

– Pero tiene todo que ver con nosotros. Por eso quieres saberlo, en realidad, ¿no es cierto? -Soltó un hondo suspiro y luego dijo-: Recuerdo la noche que la Guardia Roja vino a este barrio por primera vez. Yo tenía diez años, aún era demasiado joven para ingresar en ella. Hicieron salir a todos los vecinos a la calle y eligieron a la señora Zhang y a su marido para censurarlos. Yo no sabía gran cosa del señor Zhang, salvo que en Año Nuevo solía darme dinero de la buena suerte y algún caramelo, y que solía tomar el té con mi padre en el jardín bajo el azufaifo. Pero la Guardia Roja sabía un montón! Sabían que el señor Zhang era un intelectual, uno de los peores en la «hedionda novena categoría» de personas. Todos permanecimos allí como borregos, mientras la Guardia Roja saqueaba la casa de los Zhang. Hicieron una pila con todos sus libros y les prendieron fuego. Sacaron los rollos de los ancestros de la familia y los arrojaron a la hoguera.

Hulan se paso la mano por los ojos como si quisiera borrar aquellas imágenes.

– No dejaban de gritar que Zhang era un monstruo, una vaca, una serpiente rastrera. Pronto también los vecinos le gritaban. La gente pensaba: si no les sigo el juego, la Guardia Roja vendrá a mi casa mañana por la noche. Alguien grito:.Zhang no es nunca generoso con nosotros. Siempre se vanagloria de su buena fortuna.» Nuestro vecino de al lado exclamo: «Lee demasiados libros, pero ya no lo hará más!» Su mujer fue la siguiente: «iTe condenamos a ti y a tu mujer para siempre!» Aun puedo ver la luz naranja de las llamas reflejada en los rostros de mis vecinos. Recuerdo los grandes ceños de la Guardia Roja. ¿Como explicártelo? Tenían el semblante contraído por la alegría. También recuerdo a la señora Zhang. Nosotros, sus vecinos, la traicionamos.

Hulan se acercó a la ventana y contemplo el jardín.

– No sé quién dio el primer golpe, pero pronto los guardias rojos empezaron a pegar al viejo Zhang. Aun lo veo, tirado en el suelo, mientras golpeaban su cuerpo inerte con palos y estacas. Puedo oír las exclamaciones de aliento de nuestros vecinos que los animaban a «aplastar su cabeza de perro». Y la expresión de la cara de la señora Zhang cuando comprendió que su marido había muerto. Me la llevaré a la tumba.

– Pero tú no tenías nada que ver con todo aquello -dijo David, luchando por contener la ira-. Solo eras una niña.

– No -repuso ella, volviéndose para mirarle-. Yo chillaba con los demás. -Volvió a apartar la vista-. Déjame contarte lo que ocurrió en la escuela. Ya oíste lo que dijeron los demás. Llamé cochino asno al maestro Zho. Dije tantas cosas que el maestro Zho se echo a llorar. imagínatelo, un hombre como él, culto, llorando por culpa de una niña de diez años! Pero no me contenté con eso. No paré hasta que el maestro Zho se fue a casa y no volvió nunca más.

David se acercó a su lado.

– Durante todo ese tiempo -dijo ella- nuestra familia estuvo protegida.

– ¿Por qué? -La historia empezaba a acaparar su atención.

– Porque mi padre ocupaba un alto cargo en el gobierno, trabajaba en el Ministerio de Cultura y seguía perteneciendo al circulo intimo de Mao.

David contemplo el jardín junto a Hulan.

– En 1970, cuando yo tenía doce años, mis padres me permitieron por fin ir al campo -prosiguió Hulan-. No puedo expresar como lo deseaba. Quería contribuir a reformar la sociedad, a eliminar la diferencia entre el campo y las ciudades. Quería «aprender de los campesinos». Solo tenía doce años. No comprendía lo que estaba haciendo, pero me dejé llevar por la corriente.

Cuando David y Hulan vivían juntos, el había esperado con ahínco el momento en que ella por fin se abriera ante el. Ahora dijo en voz baja:

– No tienes que decir nada más, Hulan.

Ella irguió la cabeza y lo miró.

– Querías la verdad y yo la estoy contando. Terminé en la Granja de la Tierra Roja. La idea era convertir la tierra yerma en una fértil granja. Todos nos levantábamos antes del amanecer. Arábamos, plantábamos semillas de soja y regábamos cada surco. Cuando llegaba la época de la cosecha, día tras día doblábamos el espinazo y empujábamos las guadañas. Aprendí a tejer cestos, a castrar lechones, a desplumar y destripar patos, a transportar agua a tres kilómetros, a cocinar para cien personas a la vez. Todos comíamos las mismas pésimas raciones: gachas de arroz con verduras en conserva para desayunar, arroz con unas verduras llenas de hebras para comer, arroz y más verduras para cenar, quizá una batata si había suerte.

– Debias de añorar tu casa.

– Todos aprendimos a fingir que no echábamos de menos a nuestras familias, ni los cines, las fiestas para altos funcionarios, la ropa limpia, el agua caliente, ni tampoco a nuestros maestros.

Se acercó a la estufa y la abrió.

– Yo no me contentaba con trabajar doce, catorce y dieciséis horas por dia -prosiguió, echando unos trozos de carbón al fuego-. Quería ser un modelo, como mi tocaya. Así que, por la noche, en lugar de descansar o leer mi Pequeño libro rojo, ayudaba a planear reuniones de lucha. La lucha de clases, incluso en la Granja de la Tierra Roja, era inevitable. Oh, atacábamos a la gente por todo tipo de cosas: llevar una cinta Blanca en el pelo en lugar de una roja, tener una madre o padre o tía tercera que hubiera ido a América en una ocasión, mostrarse reticente en las críticas a los demás, roncar e impedir que durmieran los compañeros de cuarto, tener relaciones sexuales… ah, eso era lo peor! Y te puedo asegurar que fuí inquebrantable en mis críticas. Jamás pasé nada por alto.

– Luego Zai fue a buscarte -dijo David, recordando lo que había contado Nixon.

– Si -asintió ella-. Un día, dos años más tarde, vino a buscarme. Entonces no era el jefe de sección Zai. No, trabajaba en el Ministerio de Cultura con mi padre. Nadie lo diría al verlo ahora, pero en aquella época el tío Zai era muy poderoso, muy fuerte. Mi padre trabajaba a sus ordenes.

Hulan volvió a guardar silencio y se acercó de nuevo a David. Este había comprendido ya que Hulan teniía que acabar su historia, y todo lo que el podía hacer era animarla.

– ¿Cómo cambiaron las cosas?

– En aquellos tiempos no importaba cuánto dinero ni guanxi tuvieras. Cuando te llegaba la hora, venían a por ti. Las masas tenían la responsabilidad de sacar a la luz los malos ejemplos. El presidente Mao confiaba en personas como yo para arrancar las malas hierbas de los campos. Todo esto me lo explicó el tío Zai cuando íbamos en el coche de camino a la estación, y luego cogimos un tren que tardó dos días en llevarnos a Pekín. Cuando llegué a casa, estaba preparada para lo que tenía que hacer.

– ¿Y cuánto tiempo habías estado fuera?

– Dos años. Tenía catorce años y era primavera. -Sus ojos vagaron por el jardín desolado cuando dijo-: En un par de meses, Pekín sería un estallido de color. Los cerezos desbordarían de flores rosadas. En los parques crecían narcisos amarillos. Allá donde abarcaba la vista, solo se veía verde, verde y más verde.

– Pero yo no me daba cuenta de nada. Estaba cegada por el deber y la fortaleza de espíritu.

– ¿Qué ocurrió?

– Tío Zai me trajo hasta aquí. Los vecinos nos esperaban. En aquel momento no me detuve a considerar como sabían que íbamos a llegar. Solo pensé: Ah, están aquí para ayudar en la reunión de lucha. Dos de nuestros vecinos sacaron a mi padre de casa y lo llevaron hasta el centro de un gran círculo. Yo no corrí hacia el, no le besé ni lo abracé. ¿Recuerdas a Spencer Lee en el tribunal, con los ojos fijos en el suelo? Así estaba mi padre, y cada vez que intentaba alzar la cabeza para mirarme, uno de los guardias le golpeaba en la nuca con un palo. La sangre le corría por el cuello, empapando su camisa.

Se ajustó el kimono en torno al cuerpo y empezó a llorar al contar como Zai, el jefe de su padre, había tomado el mando para dirigir la palabra a los vecinos.

– Dijo: «El viejo Liu ha trabajado en el Ministerio de Cultura durante muchos años, pero no ha actuado como lo hubiera hecho un buen revolucionario. No ha pensado en el pueblo. Su posición, contratar y supervisar las producciones cinematográficas, era de confianza. Pero él ha traicionado esa confianza permitiendo que se realicen películas degeneradas e inmorales. Cuando sus camaradas le dijeron que había errado, no realizó una autocrítica ni se corrigió, sino que envió esas películas al campo para corromper a las masas. En el Ministerio de Cultura sabemos que ése no puede ser su único crimen, y os pedimos a vosotros, sus vecinos, y a Liu Hulan, su hija, que ayudéis a este hombre a ver sus crímenes nefandos. Solo mediante la confesión podrá limpiarse a si mismo. Necesitamos vuestra ayuda.»

– Y los vecinos os ayudaron.

– Oh, sí-dijo Hulan, y cambio a un tono estridente-: «Liu mantiene sus orígenes en secreto, «pero algunos recordamos las costumbres decadentes de su familia» -Volvió a cambiar de voz-: Eran terratenientes, la peor clase», dijo otro. «Podemos agradecer todos a nuestro Gran Timonel que ahora estén muertos.» Luego la señora Zhang se adelantó para preguntar: «¿Pero qué hay de Liu?»

– Esa no era la mujer a la que le habían matado el marido?

Desde que perdiera a su marido hacia dos años, explicó Hulan, la senora Zhang se había convertido en la conciencia moral del hutong.

– Puso los brazos en jarras y camino hacia el centro del círculo para colocarse junto a mi padre -dijo Hulan entre lágrimas-. «Vamos a dejar que su egoísmo quede sin castigo?», pregunto. Uno a uno, recito los supuestos crímenes de mi padre. Había encargado unas camisas a Hong Kong durante un viaje de intercambio cultural para el ministerio. Tenía coche y chofer, pero jamás había ayudado a los vecinos llevándoles a algún sitio,!ni siquiera cuando el viejo Bai tenia dolor de muelas y necesitaba ir al dentista! Daba demasiadas fiestas y el ruido (las horribles canciones y el sonido de los instrumentos occidentales procedentes del complejo Liu) insultaban los oídos de todos en el hutong.!Dijo que mi madre era aún peor! «Todos en el barrio han tenido que soportar la vanidad feudal de esa mujer», dijo la señora Zhang a voz en cuello. «Se burla de nosotros con su maquillaje, sus colores vistosos y sus trajes de seda.»

– ¿Donde estaba tu madre mientras tanto?

– Eso era lo que me preguntaba. Escudriñé la multitud, pero no la vi. Miré al señor Zai, pero él estaba concentrado en el proceso. Luego nuestros vecinos me pidieron que hablara, tal como me había dicho el do Zai que ocurriría. También me había dicho qué debía hacer y lo hice. Caminé hasta el centro del circulo, dí las gracias a la señora Zhang por sus buenas palabras, me dí la vuelta, y escupí a mi padre.

Las lágrimas de Hulan se convirtieron en sollozos.

– «Todo lo que ha dicho la señora Zhang es cierto», dije a nuestros vecinos..Desde el díaen que nació, mi padre fue mimado y egoísta y solo pensó en si mismo.» Mi padre intentaba mirarme, pero apoyé un pie embutido en una bota de trabajo sobre su nuca para impedirselo. Lo había aprendido en la Granja de la Tierra Roja junto con consignas como «La justicia está por encima de la lealtad a la familia., o «Ama al presidente Mao más que a tus padres»…

Hulan dijo a la gente del hutong que su padre le había puesto el nombre de Liu Hulan solo para buscar favores del gobierno y para ocultar los orígenes de su familia.

– Dije cosas espantosas, y las dije hasta quedarme ronca, hasta que la gente enloqueció. Los vecinos empezaron a gritar, iBombardead al demonio cobarde con balas de cañon! iFreidle las manos en aceite hirviendo! Luego alguien grito: «Qué hay de Jiang Jinli, la madre de esta valiente y honesta muchacha?», y los demás corearon la pregunta.

El señor Zai, continuo Hulan, había alzado las manos en demanda de silencio. Dijo a los vecinos que ese mismo día habia llevado a Hulan a la cárcel donde estaba presa su madre.

– Yo sabía que eso era falso -explicó-, pero Zai no había acabado. Dijo, y recuerdo sus palabras con toda claridad:.Con gran orgullo puedo deciros que Hulan ha cumplido allí con su deber. Jiang Jinli, su madre, ya no molestará más al pueblo!. Esta información liberó a mis vecinos. Agarraron martillos y destrozaron el antiguo grabado de piedra que había sobre la puerta principal. Entraron en el complejo con hoces y segaron todas las flores de mi madre. Arrasaron la casa, sacaron la mayoría de nuestras pertenencias y las arrojaron al suelo. Cuando tuvieron lista la pila, la señora Zhang se acercó y prendió fuego a nuestras cosas. No, a nuestras cosas no, a nuestras vidas. Nuestros libros, fotografías de viejos familiares, colgaduras que habían pasado de generación en generación en la familia de mi madre. Ropas, muebles, alfombras. El fuego crepitaba, lanzando chispas rojas y naranjas al cielo.

– ¿Qué ocurria con tu padre?

– En el desenfreno de la destrucción -respondió Hulan-, la turba se olvido de él. Pero a la luz de la hoguera, tan hermosa en realidad, lo vi, aun a cuatro patas, con la cabeza levantada, mirándome fijamente. Los guardias volvieron, le echaron los brazos a la espalda y se lo llevaron a rastras. Los ojos de mi padre no dejaron de taladrarme con su mirada como ascuas ardientes.

Cuando se llevaron al padre de Hulan, Zai la metió de nuevo en el asiento posterior de su coche. Ella le hizo preguntas. ¿Donde estaba su madre? ¿Qué le había ocurrido? ¿Qué le ocurriría a su padre? Pero Zai solo quiso decir que Hulan había salvado la vida a su padre. En lugar de haberlo matado a palos o de un disparo, lo enviarían a un campo de trabajos forzados. Allí estaría a salvo.

– Entonces tío Zai me llevo al Gran Almacén de los Cien Productos de Pekín que había en Wangfujing -prosiguií ella, serenándose-. Me compró ropa y artículos de aseo. Me compro una maleta. Me llevo a su casa, hizo que me diera una ducha y que me pusiera mis nuevas ropas. Luego fuimos al aeropuerto. Me entrego un pasaporte con una vieja foto mía y un visado. Me dio un beso de despedida y me hizo subir a un avión. Yo jamás había volado en avión. Recuerdo que mire por la ventanilla y ví kilómetros y kilometros de campos verdes. En Hong Kong cambié de avión y partí con destino a Nueva York. Cuando bajé del avión, seguí a los demás pasajeros para pasar por inmigración y aduanas. Fuera me esperaba una mujer blanca que me llevo a un internado de Connecticut.

– ¿Qué edad tenias entonces?

– Catorce años.

– Recuerdo vagamente que me hablaste de esa escuela -dijo David-. Pero no conocía las circunstancias en las que llegaste hasta allí. Debió de ser una auténtica conmoción cultural después de tu vida en la granja y todo lo demás.

– No sé si puedo expresar lo extraño que fue encontrarse con tantas chicas, todas de uniforme, todas amigas, todas de una clase privilegiada -dijo ella-. La mayoría de alumnas eran hijas de diplomáticos, por lo que puede decirse que eran más refinadas que la mayoría de chicas americanas. Pero estoy segura de que no necesito decirte hasta qué punto pueden ser crueles las adolescentes. Oh, la de burlas que tuve que soportar por mis modales campesinos y mis patéticas ropas comunistas.

– Y por tu inglés. Recuerdo que también me hablaste de eso.

– Sobre todo por mi inglés. Incluso los profesores se burlaban de mi por lo que llamaban mi chinglish. Decían que hablaba inglés como si lo tradujera mentalmente del chino. «Tienes que aprender a pensar en inglés», me decian. Supongo que intentaban ser amables, pero solo conseguian que las otras chicas se rieran.

– Supiste algo de tu padre durante ese tiempo?

– No. Estaba en el campo de trabajos forzados, como tío Zai había predicho. Tampoco supe nada de mi madre. Durante muchos meses dí por supuesto que había muerto. Por fin, tras varias cartas, tío Zai me escribió para decirme que había resultado herida y que se estaba recuperando en un hospital ruso. No decía eso exactamente, puesto que todo el correo que salía de China se censuraba en aquella época. Pero lo leí entre líneas, a pesar de que hablaba de que mi madre había traicionado a la Revolución con sus costumbres decadentes y su actitud egoísta.

En 1976, Hulan se graduó en el colegio y el presidente Mao murió. Sin su protección, la señora Mao y su cohorte (la Banda de los Cuatro) fueron arrestados, juzgados y condenados como cerebros de la Revolución Cultural. Mientras, Hulan se fué a Los Angeles e ingreso en la USC.

– Seguía sin saber nada de mi padre. Dos años más tarde, recibí por fin noticias suyas. Tras seis años en el Campo de Reforma de Pitao, lo habían «rehabilitado» y había vuelto a Pekín.

– Después de todo lo ocurrido, ¿como acabó en el Ministerio de Seguridad Publica? -pregunto David. Hulan se encogio de hombros.

– Encontró a sus viejos amigos, negocio con sus guanxi, y le asignaron un puesto de ínfima categoria en el MSP. -Una vez más, Hulan pareció reacia a continuar y David tuvo que animarla con paciencia.

– ¿Y tu madre?

– No hablaba de ella. Sin embargo, me decía que me quedara donde estaba. -Las lágrimas volvieron a aparecer en los ojos de Hulan-. Todo lo que tenía que hacer era pensar en su rostro la última noche en el hutong para saber que me despreciaba, que no quería verme.

– ¿Y Zai?

– En América decís: «Todo lo que va, vuelve». En China decimos algo similar: ‹Cambian las cosas y cambian las tornas.» Nuevas acusaciones se cernieron sobre la ciudad. Al tío Zai le acusaron de participar con excesivo vigor en la Revolución Cultural y lo enviaron también al Campo de Reforma de Pitao. No sé quién hizo esas acusaciones, pero siempre he creído que fue mi padre. Tuvo seis años para pensar en lo que Zai había hecho a su familia, y quería vengarse. Cuando el señor Zai salió del campo, era un hombre diferente. Nadie quiso ayudarle excepto mi padre.

– Pero por qué le ayudo silo que quería era vengarse?

– Porque entonces mi padre había «trepado» en el escalafón del ministerio. El antiguo jefe se convirtió en el lacayo y mi padre en el nuevo jefe.

– Tu padre no quería perder de vista a Zai.

– Si, claro, pero también era un castigo. Al fin y al cabo, el señor Zai tenia que ver a mi padre todos los días. El abismo entre ellos se ensancho.

– ¿Pero por qué Zai no se lo explico todo a tu padre?

– Porque baba no quería escucharle y porque el señor Zai se sentía culpable.

– Pero lo único de lo que era culpable era de intentar salvar a tu padre.

– Eso lo dices ahora, David, pero tú no estabas en el hutong aquella noche. Si, tíoo Zai lo había planeado todo para que mis padres vivieran en lugar de morir. Pero se había colocado en el medio del circulo y había denunciado a mi madre. Me había hecho gritar las imprecaciones a mi padre para saciar el deseo de violencia de nuestros vecinos.

El quiso replicar, pero ella alzo una mano para hacerle callar.

– No intento justificar mis propias acciones -dijo-. Soy culpable de muchas cosas, de acosar al maestro Zho, que se paso los cinco años siguientes en el establo con las vacas, de crueldad con el líder de nuestro grupo en la granja, que intento suicidarse antes que enfrentarse con una nueva reunión de lucha, de traicionar a mis padres, que tuvieron que pagar un precio tan alto por mis delirios adolescentes.

– Hulan, salvaste a tus padres -le corrigió él-. No es posible que no le hayas contado a tu padre lo que ocurrió aquella noche.

– Lo he intentado, pero no es el modo de ser chino. En América, se habla de todo y se llega hasta el fondo, pero nosotros no. ¿El pasado? ¿Emociones? -Meneó la cabeza.

– Aún así deberías hacerlo.

– Mi padre no siente deseos de revivir aquellos días -dijo Hulan, volviendo a menear la cabeza.

– Tu padre parece… -No sabía como expresarlo.

– ¿Frio? Déjame decirte algo. Mi padre jamás me ha acusado de nada. Me quiere. Siempre está diciendo que quiere verme más a menudo.

– ¿Y así fue como entraste en el ministerio?

– Me estoy adelantando a mi historia, pero si. Mi padre me consiguió el trabajo.!Pero no como inspectora! Me contrato como chica para el té. ¿me imaginas con un vestidito, sonriendo estúpidamente, y sirviendo el té a los hombres todo el día?

– No.

– No tuve más remedio que recurrir a tío Zai a espaldas de mi padre. El se había ocupado de mi desde que era niña. Me había enviado fuera del país para protegerme. Había pagado mi educación de su propio bolsillo. Sabía que era abogado y creía que podía pensar. Cuando baba lo descubrió, era demasiado tarde.

– Aún no es demasiado tarde para decirle a tu padre la verdad -argumento David-. Debería saber que se necesitaba mucho valor para hacer lo que hiciste.

– No, yo fui la auténtica criminal en todo aquello. ¿Y sabes cuál fue mi castigo? Estudié en una magnifica universidad privada. Conseguí un trabajo en un buen bufete de abogados. Te conocí a ti.

Se paso los dedos por los cabellos, apartándose los mechones caídos de la cara.

– Entonces yo era una cáscara vacía. Durante muchos años había disimulado mis emociones. Me había prometido que jamás volvería a tener sentimiento alguno, pero tú hiciste que me enamorara. Ti abriste de nuevo mi corazón a la alegría, la felicidad y el honor. Yo pensé que quizá podría compensar mi pasado. Creía que una manera de conseguirlo era enterrando mis acciones pasadas. Ahora sé que hice bien no contándotelo.

Pero estaba en un error. David pensaba en el precio que ella y él mismo habían tenido que pagar por sus mores y sacrificios. Mientras ella contaba su historia, él pensaba en las oportunidades y los años que habían perdido.

Extendio una mano hacia Hulan, pero ella se apartó con brusquedad.

– iNo me toques! Es que no comprendes que nunca te merecí? Jamas fuí digna de tu amor. Todo fue una horrible equivocación.

– Yo no era digno de ti.

– Muy bien -dijo ella. El cansancio empezaba a notarse en su voz-. Así que quieres saber por qué te dejé. Ya no hay secretos. Ya conoces mis peores pecados.

– Hulan, por favor, no digas eso… -Ella no le dejo hablar.

– Vivíamos en el apartamento junto a la playa, ¿lo recuerdas? -David asintió-. Claro que lo recuerdas. Solíamos pasear por la playa los fines de semana. Solíamos sentarnos en la orilla para planear nuestro futuro. Nos casaríamos, compraríamos una casa, tendríamos hijos, cambiaríamos un poco el mundo. Tengo que confesarte que esto último era un sueño para mi, un modo de reparar mis maldades anteriores. Pero no pasaba un solo día sin que no me preocupara el modo en que el universo me castigaría por lo que había hecho. Entonces llego el sábado en el que me enteré del como.

– Tu padre te pidió que volvieras a casa.

– Me escribió que mi madre había vuelto por fin del hospital. iSe había pasado trece años en Rusia! Dijo que me necesitaba y que había llegado el momento de resarcirla.

– ¿Por qué no me lo dijiste? -Una vez más él pensaba en el tiempo perdido.

– Un millón de veces me he hecho esa pregunta. Supongo que tenía miedo de no poder soportar tu desprecio. Yo, Liu Hulan, a la que habían impuesto el nombre de una valiente revolucionaria, estaba aterrorizada. Así que hice mis preparativos a escondidas, como una ladrona. Compré un billete de avión. Hice una sola maleta. Te di un beso de despedida y te aseguré que volvería al cabo de un par de semanas. Tengo que confesarte también que, cuando cerré la puerta de nuestro apartamento, cerré la puerta a la única felicidad que había experimentado desde que era una niña.

– Cuando volviste aquí, sabías que sería para siempre? Tengo que saberlo, Hulan. Por favor.

– Cuando llegué, no sabía qué podía esperar. Pero cuando ví a mi madre… -Se cubrió los ojos con las manos.

– ¿Qué le había ocurrido?

– Nadie me lo ha dicho. No creo que mi padre lo sepa, y si el tío Zai lo sabe, no lo cuenta. Mi madre era una hermosa bailarina. ¿Te lo conté alguna vez? Tenía tanta gracia, tanta agilidad. iY su voz! Cuando cantaba, todo el mundo lloraba. Decían que tenía voz de angel. Pero cuando volví a verla, estaba en una silla de ruedas y su voz prácticamente había desaparecido. Tenia que quedarme. Lo entiendes, ¿verdad?

– ¿Y mis cartas?

– Aun las conservo.

– ¿Y todas las veces que solicité un visado?

– Le pedía ayuda a tío Zai. El movía los hilos para que rechazaran tus solicitudes.

– Deberías haberme dejado venir. Deberías haberme dicho la verdad. Aunque no pudieras contármelo todo, al menos podrías haber dicho algo en lugar de desaparecer de aquella manera.

– ¿Pero como? Qué parte de la historia podía haberte contado? Piénsalo bien. ¿Por donde habría podido empezar? ¿Qué parte podría haber dejado fuera? Me hubieras hecho cientos de preguntas.

– No, no las hubiera hecho.

– Sabes bien como eres, David. La verdad lo es todo para ti. Y tu sentido de la justicia…

– Oh, Dios…

Hulan le cogió la mano y la apretó contra su pecho. -Admirable. Intrépido. Inquebrantable. Acaso no Sabes que esas son las cosas que mas me hacían amarte?

– Pero te alejaron de mi.

– Sií -admitió ella. Se apoyo contra la pared.

Esta vez, cuando David quiso abrazarla, no lo rechazo, y lentamente el la atrajo hacia sí.

– Así que, en respuesta a tus preguntas -dijo ella-, no estoy conchabada con Guang Mingyun ni con el Ave Fénix. Ese dinero procede de mi familia y de las conexiones de mi padre. No te he mentido desde que volvimos a encontrarnos. Te lo he traducido todo. He intentado explicarte todo lo que he visto. De esas acusaciones al menos soy inocente.

Se sentía desfallecida en los brazos de David, casi como si no sintiera su cuerpo en absoluto.

– Te amo, Hulan. Nada de lo que hicieras o dijeras podría cambiar ese hecho jamás.

– Pero lo que hice…

– Salvaste a tus padres del mejor modo que supiste. En cuanto a todo lo demás, tu maestro, la persona de la granja… Joder, no eras más que una niña.

– Eso no lo justifica.

– No, pero desde entonces has intentado repararlo. -Notó que ella intentaba apartarse, pero la retuvo entre sus brazos-. La verdadera cuestión es si tu podrás perdonarme.

Ella alzo la vista para mirarlo. Tenía lágrimas en los ojos, que resbalaron por sus mejillas. David siguió abrazándola mientras ella lloraba.


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