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2 de febrero, Los Angeles


Cuatro días después de su viaje a China, David se hallaba de vuelta en el aeropuerto internacional de Pekín. Cuatro días los sentidos de David no se habían adaptado aún a aquella extraña terminal. La luz seguía siendo increíblemente tenue. Las salas, pintadas de un tono verde apagado, eran frías, como de costumbre, y el aire estaba impregnado del olor a pañales y fideos. En el área de salida de viajeros, unos pequeños quioscos ofrecían revistas, golosinas, cigarrillos y recuerdos de última hora: osos panda de peluche, palillos de jade baratos, pañuelos de seda. Allá donde posara la vista, como en todo Pekín, veía soldados, algunos de permiso y otros de vigilancia.

No le extrañó que no le permitieran dar una vuelta por el aeropuerto. Tuvo que aguardar con sus acompañantes en una de las salas de espera. El grupo estaba encabezado por el jefe de sección Zai, que habló sobre el deber de sus camaradas que viajaban a Estados Unidos.

– Hoy nos sentirnos orgullosos de usted, investigador Sun, por acompañar a la inspectora Liu Hulan a tierras lejanas. Confiamos en que allí hallarán el triunfo. Sus familias esperan su regreso victorioso.

Después esperaron durante dos horas a que se despejara la niebla; Zai y Sun fumaban cigarrillos Red Pagoda sin parar.

En el avión, David y Hulan se sentaron juntos. Peter se sentó en el otro lado del pasillo. Estaba exultante, sonriente, y parloteaba alegremente con su compañero de asiento.

Los agentes del MSP jamás viajaban solos al extranjero, explicó Hulan. Solían hacerlo en grupos de tres o cuatro. Pero dado que ella ya había regresado de Estados Unidos en una ocasión, el MSP sólo le había asignado a Peter para vigilarla. De modo que, una vez más, parecía que David y Hulan no iban a disfrutar de intimidad.

Durante las cinco horas de vuelo hasta Tokio, ambos hablaron en susurros sobre temas intrascendentes, conscientes siempre de que Peter se hallaba al otro lado del pasillo. En Tokio, Peter quiso ir a la tienda duty-free y los dejó vigilando las bolsas de mano y los abrigos. Tan pronto como desapareció entre la multitud, David cogió a Hulan de la mano. Se sentaron con la vista fija en la puerta de la tienda duty-free.

Durante la segunda parte del viaje, David compró una cerveza a Peter. El joven investigador picoteó la comida que le sirvieron y luego se recostó en el asiento para ver la primera película. Cuando Sun empezó a dormitar, la cabeza de Hulan ya había caído sobre el hombro de David, que pudo oler sus cabellos. Notaba también el calor de su brazo y su muslo a través de la ropa hasta llegar a la piel. Notaba el movimiento de su cuerpo al respirar. Era una sensación exquisita, prohibida y absolutamente maravillosa. También él cerró los ojos y se durmió. De este modo cruzaron el oceáno Pacífico y el meridiano de cambio horario.

Varias horas más tarde, David despertó con la impresión de que alguien lo observaba. Miró hacia el otro lado del pasillo y se encontró con los ojos severos de Peter. Empujó suavemente a Hulan con el hombro y ésta se apartó, dejando caer la cabeza hacia el otro lado. Peter asintió con rostro inexpresivo y volvió a mirar la pantalla de televisión que había en la parte delantera del avión.

La familiaridad del entorno empezó a causar efecto sobre David. Sobrevolaban el océano y empezaba una segunda película americana. Las azafatas americanas recorrían el pasillo pausadamente preguntando si alguien necesitaba alguna cosa y los fatigados pasajeros de la misma nacionalidad se desperezaban o se acurrucaban en sus asientos. De repente, David fue capaz de ver las cosas con mayor claridad. Comprendió que el hecho de haber hallado a Hulan después de tantos años había nublado su juicio. Como consecuencia, no había prestado la debida atención. Mientras caminaba por las bulliciosas y olorosas calles de Pekín, parecía haberse olvidado de su capacidad de observación, de análisis, de poner al descubierto el engaño.

– ¿En qué piensas? -le preguntó Hulan.

– Creía que estabas dormida.

– Y lo estaba. -Su mirada aturdida se fundió en una agradable sonrisa-. Creo que he notado que te despertabas. -Volvió a cogerle la mano bajo la manta-. Bueno, ¿en qué pensabas?

– En la fuerte impresión de que no he sabido dominar la situación en este caso.

– ¿Qué quieres decir?

– A ti te asignan el caso de Billy -empezó él-. Semanas después yo encuentro el cadáver de Henglai. Una coincidencia, ¿verdad?

– Verdad.

– Pero después de eso, todo parece perfectamente planeado. Un tal Patrick O'Kelly del Departamento de Estado viene a la oficina y me dice que los chinos solicitan mi presencia. Me da una invitación diplomática firmada por el jefe de sección Zai. Pero una vez en China, como tú misma señalaste, no hay recepción oficial, ni parece que nadie quisiera en realidad mi ayuda.

– Tampoco nadie quería la mía -le recordó Hulan.

– Pero tú misma puedes ver que nuestros gobiernos dicen una cosa, pero sus intenciones son muy distintas.

– Creo que vas demasiado lejos.

– Hay más. Yo no reaccioné demasiado bien cuando descubrí el cadáver de Guang Henglai. Bueno, era lo más normal. Pero creo que esa información, como tantas otras, se transmitió al asesino o asesinos, de modo que se esforzaron por crear el macabro espectáculo de Cao Hua. Alguien, en alguna parte, quería desarmarme, y lo consiguió. -Hizo una pausa, pensando en el modo de abordar su siguiente preocupación. Por fin, dijo-: ¿Cómo explicas el hecho de que nos asignaran este caso para trabajar juntos?

– Fue una coincidencia. Tú encontraste a Henglai.

– Lo siento, pero no puedo librarme de la sensación de que nuestro encuentro fue una estrategia tan meticulosamente diseñada como un movimiento en una partida de ajedrez. Alguien contaba con anular mi capacidad de raciocinio con tu presencia, con tu proximidad física, con el tacto de tu cabeza sobre mi hombro mientras duermes en este avión.

– Estoy segura de que saben lo nuestro. Ambos trabajamos para organizaciones gubernamentales. Tienen la obligación de conocer nuestra vida privada.

– Por qué no me dijiste que el viceministro Liu es tu padre? -preguntó él, mirándola a la cara. No le sorprendió ver que su expresión se volvía reservada.

– Creí que lo sabías. Al fin y al cabo tenemos el mismo apellido.

– Hulan…

– Creo que tienes razón, nos vigilaban -continuó ella-. Claro que yo ya te lo advertí. -Bajó la voz-. Peter nos espiaba. Espero que ahora me creas. Pero ¿crees que a ti también te vigilaban en Los Angeles?

David reflexionó. Podía presionarla o dejar que de momento se saliera con la suya. Decidió esto último.

– Creo que me han vigilado desde que subí a bordo del helicóptero que me llevó hasta el Peonía. ¿Cómo? Zhao, uno de los inmigrantes que había en el barco, dio a entender que la tripulación sabía que los guardacostas y el FBI estaban a punto de llegar. Pero piensa en una cosa. No es sólo Peter quien nos espía. El asesino sabía que íbamos a ver a Cao Hua.

– ¿Crees que topamos con el asesino durante nuestras entrevistas?

– Quizá. 0 quizá tenga un confidente.

– Hemos hablado con mucha gente. -Hulan sopesó las posibilidades-. Podría ser cualquiera de la Rumours Disco o de la Posada de la Tierra Negra.

– 0 Peter.

Ella echó un vistazo a su subordinado por encima del hombro de David. ¿Peter? ¿Podía ser tan corrupto?

– ¿Qué fue lo que me dijiste? -preguntó David-¿Que no hay, secretos en China? Lo que yo digo es que toda la gente con la que hablamos parecía saber que íbamos a verla. Así que, lógicamente, el asesino, o asesinos, sabía que nos presentaríamos en el apartamento de Cao cuando lo hicimos. -Suspiró-. Todo ello nos conduce de nuevo a la cuestión esencial: ¿Quién? Todo parece alejarnos cada vez más de las tríadas, pero sigo creyendo que todo lo que ha ocurrido ha sido orquestado por el Ave Fénix.

Al ver que Hulan meneaba la cabeza, añadió:

– Sé que te resistes a creer que estén involucrados, pero sólo ellos tendrían ojos oídos para obtener tanta información y para estar en tantos lugares al mismo tiempo.

– Cualquiera podría pagar por esas cosas. Sólo necesita di-

nero.

– Al final siempre volvemos a lo mismo, ¿no?

Hulan asintió. El le apretó la mano y sonrió. Por primera vez en varios días, David sintió que empezaba a recuperar su equilibrio; fue una agradable sensación.


Llegaron a Los Ángeles la misma mañana que abandonaron China. Jack Campbell y Noel Gardner esperaban a David y a la delegación china en lo alto de la rampa que conducía del área de aduanas a la terminal. Se hicieron las presentaciones y luego los agentes del FBI los condujeron apresuradamente por la terminal hasta la salida, donde se apiñaron en una furgoneta.

En Pekín se esperaba una temperatura máxima de veinte bajo cero cuando ellos se fueron. Ahora, a punto volver a vivir el 2 de febrero, el tiempo prometía unos maravillosos diez grados. Un suave viento Santa Ana había alejado las tempestades invernales. Brillaba el sol en un cielo despejado. Técnicamente seguía siendo invierno, pero en aquellas latitudes, la primavera florecía ya. Vistosas buganvillas de color magenta, rosa, rojo y naranja cubrían los enrejados de casas y edificios de oficinas. El púrpura salvaje de los dondiegos de día se esparcía por algún que otro garaje o solar vacío.

Mientras la furgoneta se dirigía velozmente hacia el norte por la autopista de San Diego, Peter contemplaba boquiabierto la variedad y cantidad de coches que circulaban ordenadamente a toda velocidad por la amplia franja bien asfaltada. El joven investigador señaló los carteles que flanqueaban la autopista. El propio David los miró también como si los viera por primera vez y le sorprendió la voluptuosidad de las modelos, el bronceado de los hombres y las sonrisas perfectas de ambos sexos.

Jack Campbell parecía de buen humor e inmediatamente entablo conversación con Peter.

– Bueno, investigador Sun, esto es lo que llamamos una auto-pista. ¿Ha visto esas persecuciones de coches que salen en las películas? Aquí es donde las filman. ¿Ve esos árboles de allí? Son palmeras. ¿Tienen palmeras en su país? -Campbell continuó sin aguardar respuesta-. El FBI no recibe a menudo visitas de las fuerzas de la ley chinas, de modo que, además de trabajar, hemos programado algunas actividades. Disneylandia, los estudios Universal, ese tipo de cosas.

– No creemos que hoy quieran hacer una jornada completa añadió Noel-. Al fin y al cabo es domingo, y deben de notar el cambio horario.

– Cierto -dijo Campbell-. Creo, si usted está de acuerdo, Stark, que iremos a su oficina. Madeleine Prentice y Rob Butler han acordado acudir allí para recibir a nuestros amigos chinos. Luego charlaremos durante un rato. Tenemos muchas cosas que contarnos. ¡Eh! -exclamó de repente, mirando a Peter por el retrovisor-. ¿Me sigue? Vamos a los juzgados federales. A reunirnos con los jefes. Para hablar del caso. ¿Ha comprendido? ¡Bien! Luego, el agente especial Gardner y yo hemos reservado mesa para cenar en un restaurante. No es el tipo de local al que solemos ir, pero servirá para darles un poco de color local. Luego les llevaremos de vuelta a su hotel. Mañana, ¿qué me dicen si vamos a divertirnos un poco?

Tras aparcar en el garaje subterráneo que había frente a la fiscalía, al otro lado de la calle, Campbell siguió representando el papel de anfitrión entusiasta. Mientras subían hasta la plaza por las escaleras mecánicas, preguntó a Peter si había visto antes un aparcamiento subterráneo (no lo había visto), si había usado un, escalera mecánica alguna vez (si, la había usado), o si le gustaba la comida rápida (le encantaba los McDonald)

En el ascensor, Campbell preguntó si la policía china tenía grandes dispositivos de seguridad en su central, pero al oír esto Peter enmudeció. Se suponía que no debía responder a preguntas que pudieran considerarse como susceptibles de traicionar secretos de Estado al FBI, y eso era exactamente lo que Campbell había intentado comprobar con su cháchara campechana. En lugar de contestar, Peter se dirigió a Hulan en voz baja. Campbell pregunto a Hulan de que hablaban en tono jovial y ella le lanzo una mirada críptica.

– El investigador Sun dice que habla usted mucho para ser un demonio negro.

Cuando salieron del ascensor y David abrió la puerta de seguridad, el ahogado se dijo que la técnica interrogatoria usada por Jack: ser amable, hacer un montón de preguntas inofensivas y deslizar alguna otra importante de vez en cuando, se ajustaba al libro. Peter, por su parte, hacía lo que, según había aprendido David en los días anteriores, mejor se les daba a los chinos: no responder jamás a una pregunta directa a menos que la respuesta careciera de sentido.

Jack los condujo por el pasillo hasta el despacho de Madeleine. Una vez más, David observó con ojos nuevos el pasillo, a los pocos abogados que se preparaban para comparecer ante los tribunales al día siguiente, e incluso el despacho de Madeleine. Qué diferente era aquello del Ministerio de Seguridad Pública con sus corrientes de aire, su mobiliario por lo común oscuro y austero y la sensación entre sus ocupantes de que otros los vigilaban y escuchaban continuamente. Lo que a David le había parecido siempre utilitario y mediocre era ahora natural y luminoso. Las puertas abiertas sugerían una atmósfera de convivencia; no había secretos entre aquellos colegas.

Madeleine y Rob los recibieron cordialmente. Se estrecharon las manos, se pronunciaron más tópicos sobre la colaboración entre los dos países y luego se produjo un intercambio de regalos. David se sorprendió de lo bien preparados que estaban Madeleine, Rob y los chinos para aquella visita. Allí estaban Rob y Madeleine entregando camisetas del Departamento de Justicia, Jack y Noel entregando insignias y gorras de béisbol del FBI, y los chinos ofreciendo placas en rojo y dorado para todos. Más apretones de manos, más inclinaciones de cabeza. Más sonrisas y palmaditas en la espalda. Luego los llevaron a una sala de reuniones.

Los del FBI habían hecho milagros para tenerlo todo a punto. Habían colocado los gráficos de David sobre caballetes. En las pizarras había tiza nueva. A ambos extremos de la larga mesa había sendas pantallas de ordenador. Sobre un aparador había una bandeja de bocadillos, refrescos y una cesta llena de patatas fritas variadas.

– Espero que no le importe, Stark, pero me he tomado la libertad de disponer las cosas aquí -explico Jack-. Tenemos más espacio y podemos comer mientras trabajamos.

No quedaba más remedio que ponerse manos a la obra. David expuso un breve resumen de su viaje a China, terminando con la visita al doctor Du.

– En Washington -dijo Campbell, tan pronto como concluyó-, tenemos los ordenadores de la más alta tecnología para análisis patológicos del mundo. Si a esos chicos los mataron con la cantárida, nuestros chicos lo descubrirán.

David se acerco a los caballetes y miró a Hulan y a Peter.

– Hemos hablado con un montón de gente, pero sigo convencido de que todo esto nos llevará al final a las tríadas. No sé cuánto saben ustedes sobre ellos.

– Sabemos mucho -dijo Hulan inmediatamente-. La historia de las sociedades secretas, como las llamamos nosotros, empezó hace dos mil años con un grupo llamado los Cejas Rojas. A mediados del siglo xiv el Loto Blanco ayudó a instaurar la dinastía Ming. Pero lo que consideramos las primeras tríadas modernas se remontan a 1644, cuando los mongoles invadieron China, derrocaron a los Ming y establecieron la dinastía manchú.

– En el sur, de donde soy yo, la gente no quería arrodillarse ante los gobernantes manchúes -dijo Peter con su leve acento. Mientras hablaba, David comprendió que ni Peter ni Hulan serían observadores pasivos durante su visita. Tenían información, querían compartirla-. Guerreros imperiales fueron a un monasterio para matar a los últimos monjes, que eran audaces en las artes marciales y feroces en la batalla. Los monjes eran miembros leales de lo que parecía ser la última sociedad secreta y dedicaban sus esfuerzos a destronar a los corruptos manchúes. Tras el ataque, sólo sobrevivieron cinco monjes. Esos hombres fundaron la Sociedad del Cielo y la Tierra. Hoy en día todas las tríadas, cientos de ellas en todo el mundo, tienen su origen primero en aquellos cinco monjes.

– Sé que quieren ustedes hablarnos de las maldades de otras sociedades secretas -dijo Hulan-, pero espero que comprendan que esos grupos han sido importantes en la historia de China, Hong Kong e incluso Taiwan.

– La gente pasaba calamidades bajo el gobierno de los manchúes -continuó Peter La gente recurría a las triadas buscando justicia contra los criminales, o bien para resolver disputas o pedir dinero prestado.

– Y en Estados unidos -dijo Hulan, retomando el hilo-, si conocen ustedes su propia historia, sabrán que las triadas, todos las llamaban así, ayudaban a los inmigrantes chinos que vinieron a trabajar en la construcción del ferrocarril. Estoy segura de que habrán oído llamarlos hombres hacha, y si, usaban hachas como armas cuando luchaban por territorios o posesiones. Pero las tríadas también alimentaban a los inmigrantes cuando éstos eran demasiado pobres para comprarse comida. Ayudaban a los hombres cuando tenían problemas con la ley. Cuando un trabajador moría, enviaban sus huesos a China para que lo enterraran adecuadamente.

– Cuando cayeron los manchúes -prosiguió Peter, impaciente por contar su parte de la historia-, el doctor Sun Yat-sen, ¿han oído hablar de él?, huyó a Estados Unidos. Era miembro de distintas sociedades secretas desde su adolescencia. Cuando regreso a China para convertirse en presidente de la República, era uno de los miembros principales de la Sociedad Chung Wo Tong y de la Kwok On Wui de Honolulu y Chicago.

– Pero no nos gustan las tríadas -aclaró Hulan-. Sun Yat-sen y su sucesor Chiang Kai-shek permitieron a las tríadas obrar a su antojo. Las triadas extorsionaban a los pobres, obligaban a las mujeres a prostituirse y vendían droga a la gente. Eran gángsters que hicieron todo lo posible por matar a los líderes comunistas. Al final, como saben, Chiang y sus amigos criminales huyeron a Taiwan.

Aunque los tres americanos conocían gran parte de esta historia, guardaron silencio; Jack y Noel porque aún estaban estudiando a los chinos, y David porque le intrigaba la mezcla de admiración y desdén que sentían aquellos agentes chinos por las tríadas. ¿Consideraba realmente Hulan que el Kuomintang y los taiwaneses eran criminales, o lo decía porque le estaba oyendo Peter?

En cualquier caso, había algo más importante. Aquellas dos personas estaban cambiando ante los ojos de David. Peter disfrutaba compartiendo sus conocimientos, y la reserva que parecía envolver permanentemente a Hulan empezaba a disiparse. Ya no desviaba los ojos de los de David cuando estaban con otras personas; ya no se ocultaba.

David volvió a centrarse en Hulan cuando ésta dijo:

– Actualmente las tríadas suponen una amenaza para China. El MSP ha determinado que las mayores amenazas para la paz interna son el terrorismo, los narcóticos, la corrupción y la emigración ilegal. Las tríadas están involucradas en todas estas actividades. Pero eso no es todo. -Hulan eligió sus palabras-. En China nos hallamos en un momento decisivo. Den Xiaoping, nuestro lider es viejo. Nadie sabe qué ocurrirá cuando muera. Nuestro gobierno cree que el país seguirá como hasta ahora. Al fin y al cabo, Deng ha elegido ya a su sucesor. Pero debemos estar preparados para otras eventualidades.

– ¿Por ejemplo?

– Algunos dicen que su muerte podría suponer la vuelta de los militares. Algunos dicen que China podría desintegrarse como ocurrió con Rusia. Otros predicen que surgirá un nuevo líder en las provincias. Pero existe aún otra posibilidad. Como ya he señalado, las tríadas han hallado su mayor fortaleza en tiempos de agitación política. Comprendemos que ustedes estén preocupados por el flujo de miembros de las tríadas hacia Los Angeles cuando Hong Kong se una a China. Pero a nosotros nos preocupa que, tras la muerte de Deng, las tríadas aprovechen la oportunidad para afianzar sus posiciones en China. Son ricos, son muchos, y su guanxi es innegable.

– Ahora que por fin somos francos, inspectora, ¿por que no ha hablado antes de todo eso conmigo? -quiso saber David.

– Porque, al contrario que usted, no creo que las tríadas estén involucradas en esas muertes. Repasemos los hechos. Los tres asesinatos se cometieron en China. No tenemos nada que relacione esas muertes con la actividad de las tríadas en Estados Unidos, excepto que Guang Henglai fue hallado a bordo del Peonía.

– Y el dinero.

– Tal vez el dinero. ¿Puede seguir la pista al dinero hasta el Ave Fénix?

David observó sus gráficos y luego estudió los rostros de los que le escuchaban.

– Eso es lo que vamos a intentar hacer, porque creo que aunque el asesino no esté aquí, el motivo de los asesinatos sí. -Reflexionó brevemente y dijo-: Nos ha contado usted muchas cosas sobre la historia de las triadas, pero quizá deberíamos dedicar unos minutos a repasar sus actividades en Estados Unidos en la actualidad.

Se acercó al gráfico que esbozaba el árbol genealógico del Ave Fénix. En la cúspide, donde debía estar la «cabeza de dragón», había un espacio vacío. Desde la cabeza del dragón bajaba una línea que se dividía en otras tres, que a su vez conducían a otras casillas que representaban los tres lugartenientes principales. De éstos, sólo se conocían los nombres de dos: Spencer Lee y Yingyee Lee. A partir de ahí, las líneas se dividían una y otra vez, y aproximadamente la mitad de las casillas estaban llenas. En la mitad superior de la pirámide no había fotografías. Las de la base era instantáneas hechas por la policía a los pocos miembros de las bandas que habían sido arrestados a lo largo de los años. El siguiente gráfico representaba los negocios legales e ilegales de las tríadas, que iban desde salones de té fábricas de doufú a casinos de juego flotantes y redes de prostitución.

– ¿Saben todo esto? -pregunto Peter. Cuando David contestó que sí, el joven agente preguntó-: -¿Y no los arrestan?

– ¿No nos dan autorización para pinchar a Spencer Lee ni a los otros -explico Jack Campbell con un gruñido-, a menos que podamos proporcionar al juez pruebas consistentes de que esos hombres están involucrados en actividades criminales, y no podemos conseguir esas pruebas a menos que podamos pinchar los teléfonos.

– ¿Salben que lo que hacen es ilegal, pero no pueden hacer nada al respecto? -dijo Peter mirando a Campbell con incredulidad.

– Así lo hacemos aquí -repuso Campbell encogiéndose de hombros.

Peter se inclino hacia Hulan y le pregunto algo en chino, a lo que ella respondió. Los demás la miraron esperando una explicación.

– Se pregunta por qué ustedes los americanos no dejan de mover los hombros de esa manera -dijo ella-, En China no nos encogemos de hombros. Le he explicado que hacían y lo que significa.

Campbell se encogió de hombros con gesto teatral. Peter asintió y rió. Le gustaba aquel hombre.

– Bien, ¿tiene alguien alguna sugerencia sobre lo que deberíamos hacer ahora? -preguntó David.

– En China, lo que haría sería lanzar una red de flor -dijo Hulan trás un momento de silencio, y miro a Peter buscando su aprobación antes de continuar-: Es un método de pesca que se remonta a varios siglos. La red de flor es una red redonda, tejida a mano con pesos en los bordes. El pescador la lanza al aire donde se abre como una flor, luego se posa sobre la superficie del agua y se hunde en las oscuras profundidades, atrapando todo lo que se encuentra dentro de su circunferencia. -Se volvió hacia David-. Haremos lo que usted dice. Seguiremos la pista del dinero, pero también investigaremos cualquier cosa que entre en contacto con nuestra red.

Las siguientes dos horas se dedicaron a decidir la línea de acción. Peter sugirió que entrevistaran a todos los sospechosos de complicidad con el Ave Fénix. Hulan quería ir a Chinatown, a restaurantes, herboristerías, tiendas de ultramarinos y fábricas.

– Hablemos con la gente corriente- dijo-. Es una comunidad pequeña. Quizá alguien haría oído algo. Creo que con un compatriota sí que hablarían.

David prefería un enfoque más directo. Quería visitar el puñaado de bancos en los que se habían efectuado las transacciones financieras e investigar otros negocios realizados bajo los auspicios de China Land and Economics Corporation.

– No puede ser casualidad que Guang Mingyun sea el dueño del Chinese Overseas Bank, que su hijo lavara dinero en ese banco, a falta de otra expresión, y que a éste lo hallaran muerto en un barco utilizado por el Ave Fénix para transportar inmigrantes ilegales.

También tendrían que entrevistar a los parientes y asociados de Guang Mingyun, sobre todo los que habían estado en corntacto con Henglai.

– No quiero olvidar a Billy Watson -anadio Hulan a la abultada lista- Vayamos a la universidad y veamos qué descubrimos.

Gracias a su información como contable y a la ayuda de Peter Sun, Noel Gardner introdujo en uno de los ordenadores los datos de las libretas bancarias halladas en el apartamento de Guang Henglai y en el de Cao Hua, y luego comparar las transacciones financieras con los sellos de entrada y salida de sus respectivos pasaportes. Algunas veces los dos hombres habían viajado el mismo día, pero generalmente lo hacían por separado. En cualquier caso, los ingresos y reintegros se habían hecho justo antes o justo después de un viaje. Además, Noel y Peter determinaron que ciertos depósitos habían saltado de un banco a otro, seguramente para ocultar su pista.

Después de una larga sesión de trabajo, Gardner Sun consiguieron determinar una pauta. Guang y Cao se desplazaban a Los Angeles el primer y el tercer martes de cada mes. Cao Hua había continuado con este itinerario incluso después de la muerte de Henglai. Faltaban dos días para el primer martes de febrero. ¿Ocuparía alguien el lugar de Cao? ¿con qué propósito? Campbell llamó a un viejo amigo que trabajaba en la aduana del aeropuerto de Los Angeles y dispuso las cosas para que pudieran estar presentes cuando llegara el primer vuelo de China.

Por primera vez desde que subiera al helicóptero que lo llevó al Peonía, David sintió que la investigación avanzaba de un modo racional. Peter se mostraba sorprendentemente receptivo a las ideas de Campbell y de Gardner. De hecho, aquellos tres hombres de culturas muy diferentes habían hallado puntos en común. Mientras reían y bromeaban sobre la superioridad relativa de armas y técnicas, David lamentó que Campbell y Gardner no hubieran podido acompañarle a China; tal vez con ellos se hubiera roto antes el hielo.

Sin embargo, después pensó que quizá ahora le servía para disfrutar de ventaja, puesto que se hallaba en su propio país, rodeado por los gráficos que él mismo había hecho y el personal de apoyo con el que trabajaba. Sabía cómo funcionaban las cosas en Los Angeles y, a partir de aquel momento, podría actuar en lugar de limitarse a reaccionar, podría vigilar en lugar de ser vigilado. Aplicaría la presión que le proporcionaba su cargo, ejerciendo todo el poder que le daba la fiscalía sobre los que le mintieran. En palabras de Hulan, arrojaría una red de flor y atraparía a cualquier persona o cosa que se hallara a su alcance.


A las dos de la tarde, embotados por la excitación y la fatiga, volvieron a meterse todos en la furgoneta y recorrieron las escasas manzanas que los separaban del hotel Biltmore. David acompañó a los agentes chinos hasta la recepción. Mientras Hulan rellenaba los impresos, Peter contemplaba boquiabierto el elegante vestíbulo, los grandes ramos de flores recién cortadas, las mullidas alfombras que resplandecían bajo sus pies, la sinuosa escalinata y los techos con sus adornos estarcidos. David recordó a todos que debían estar preparados al cabo de dos horas. No tenían tiempo más que para una cabezada y una ducha antes de reunirse de nuevo para la primera de las excursiones de Jack.

Fue Jack quien llevó a David a su casa de Beachwood Canyon. Este se sentía lúcido y muy despierto. Se puso ropa deportiva y salió a correr alrededor del lago Hollywood Reservoir. Luego se duchó, vistió pantalones de tela caqui, una camisa limpia y un suéter de cachemira, y cogió el coche para reunirse en el Biltmore con los demás.

Una vez dentro de la furgoneta de Jack, éste puso rumbo hacia el oeste, hacia la playa. Peter jugueteaba con su cámara fotográfica y charlaba animadamente con Noel. David y Hulan estaban juntos en el último asiento. También ella se había cambiado de ropa. Llevaba una falda de seda de color melocotón cortada al bies y una blusa bordada de seda color crema. Como antes le ocurriera en el avión, su cercanía embriagó los sentidos de David.

En Venice, Jack enfiló por una calle lateral y se detuvo frente al 72 de la calle Market, a una manzana del océano. Jack entregó las llaves de la furgoneta al encargado del aparcamiento.

– Vamos a dar un paseo antes de que se ponga el sol -le dijo-. Volveremos para la cena.

Al ver a Peter, David se dio cuenta de que realmente parecía extranjero, con su traje de poliéster a cuadros y su chaleco tejido a mano, y le preocupó que pudiera perderse, pero Jack ya había pensado en ello.

– Investigador Sun, esto es muy importante. No se aparte de nosotros. ¿De acuerdo? Si se pierde, recuerde dónde hemos dejado el coche. Vuelva aquí. ¿Comprende?

– Dong, dong -respondió Peter, asintiendo con entusiasmo y pasando al mandarín.

– No se aleje -repitió Campbell-. Es muy importante.

– Dong, dong.

– Lo ha entendido, señor Campbell -dijo Hulan.

– Bien, pues vamos allá.

Llegaron a la playa y torcieron hacia el norte. El aire tenía un

tacto balsámico después del frío invernal de China. Habían ido a

la playa en la hora perfecta. Las multitudes del fin de semana

habían vuelto ya a casa, pero el paseo gozaba aún de la animación

de raperos, vagabundos, patinadoras en tanga y adolescentes haciendo acrobacias con sus bicicletas. Los puestos al aire libre ofrecían camisetas, gafas de sol, zapatos, maletas y vestidos llamativos.

Mientras paseaban (los agentes del FBI delante con Peter),

Hulan cogió a David de la mano. El la miró y se preguntó una vez

más cómo había podido transformarse de aquella manera en unas pocas horas. Hulan seguía siendo hermosa y las mismas guedejas de cabellos le rodeaban la cara, pero tenía un aire relajado, muy diferente de la reservada Hulan de Pekín.

Cuando llegaron al viejo Venice Pavilion, el paisaje se ensanchó y aumentó la cantidad de transeúntes. David los alejó de la muchedumbre para que pudieran contemplar la puesta de sol. Cuando volvían hacia el restaurante, Peter se metió en un quiosco donde vendían zapatos y salió con dos pares.

– Piel auténtica -dijo con incredulidad-. ¡Más baratos que en Pekín!

Luego se compró unas gafas de sol y Hulan un vestido suelto con estampado de flores. Después de aquello, se detuvieron en todos los puestos para examinar el precio y la variedad de las camisetas. Hulan se compró un juego de tres por diez dólares, y Peter los sorprendió a todos regateando con una mujer que hablaba sobre todo en español hasta conseguir tres camisetas por ocho dólares.

Llegaron al restaurante a la hora prevista.

– Tenemos un departamento de protocolo -explicó Jack- que se ha encargado de estudiar sus costumbres. -Peter se puso serio, pero cambió al instante cuando oyó a Jack dirigirse al camarero-. Tráiganos una botella de whisky escocés, un cubo con hielo y vasos para brindar. De lo demás me encargaré yo.

Luego, Jack llenó los vasos animadamente, los pasó a los demás de uno en uno y luego alzó el suyo.

– Creo que la palabra es ganbei -dijo.

– Ganbei!

– Ganbei!

– ¡Fondo blanco!

Para la segunda ronda, Jack echó hielo en los vasos, pero debido al cambio horario y que tenían el estómago vacío, el licor acabó por disipar cualquier inhibición.

Hulan tradujo las palabras difíciles del menú e intentó explicar a su compatriota los ingredientes que llevaban platos como el ajiaco con papaya o los raviolis frescos con mascarpone. Peter fue prudente y pidió el pato «hecho al estilo cantonés», que resultó ser un cuarto de pato entero. Peter lo miró, perplejo, y luego emitió un gruñido de contento cuando depositaron un plato con un enorme bistec, grueso, aromático y en una sola pieza, delante de Jack Campbell. Peter aguardó a que Hulan cogiera cuchillo y tenedor y empezara a cortar su carne en trozos pequeños antes de atacar la suya con los bárbaros utensilios.

Cuando regresaron al hotel, todos estaban ahítos de comida y bebida, y a David le pareció un milagro que a Jack no le hubieran detenido por conducir bajo los efectos del alcohol. Al llegar al Biltmore, David, Hulan y Peter se apearon. Peter bostezó, dijo adiós con la mano y desapareció por la doble puerta del Biltmore con sus compras en la mano. Hulan le siguió inmediatamente después.

David aguardó bajo el frío aire nocturno. Cuando su coche apareció por la esquina, le dio un billete de diez al mozo, volvió a meterse el ticket en el bolsillo y entró en el hotel. Al llegar a la habitación de Hulan, llamó quedamente a la puerta. Ella la abrió y lo atrajo hacia el interior. Se lanzaron con frenesí a desabrochar botones y bajar cremalleras, despojándose mutuamente de seda y algodón, gabardina y cachemira. La piel de Hulan era cálida bajo las caricias de David. Ella buscó sus labios con los suyos. El aroma de ella llegó a él como de un sueño lejano. Hacía doce años que no estaban juntos de aquella manera, pero las manos y los labios de David parecían recordar cómo tocarla. Poco a poco sus frenéticas caricias se disolvieron en un ritmo lánguido. El resto de la noche fue más dulce y más salvaje de lo que él podía haber imaginado. Pero por aguda que fuera la primitiva sensación del dolor de la pasión y el exquisito placer del orgasmo, una parte de David se mantuvo distante. Amaba a Hulan, pero sabía que debía ser precavido con ella.

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