18

11 de febrero, el cruce de caminos


David y Hulan llegaron a China Land and Economics Tower a las nueve de la mañana. Una secretaria los condujo hasta el despacho de Guang, excesivamente caldeado. Les sirvieron té y dulces. Por supuesto, Guang estaba al corriente del arresto y condena de Spencer Lee.

– Estaré siempre en deuda con ustedes -les dijo en inglés-. Si hay algo que pueda hacer por cualquiera de los dos, sería un honor para mí. Por favor, permítanme empezar dando un banquete para celebrar su triunfo.

– Antes de eso, señor Guang, tenemos que hacerle unas preguntas.

– Pero el criminal ha sido arrestado… va a ser ejecutado…

– El fiscal Stark y yo no creemos que Spencer Lee fuera el responsable de la muerte de su hijo -dijo Hulan. El rostro de Guang se ensombreció mientras escuchaba-. Mientras estábamos en Los Angeles, el fiscal Stark y yo hicimos algunos hallazgos interesantes. Esperamos que usted nos ayude a comprenderlos.

– Lo que sea. Todo lo que esté en mi mano.

– Puede que esto no sea agradable para usted -le advirtió Hulan.

– La muerte de mi hijo no fue agradable para mí, inspectora. Nada de lo que pueda decirme cambiará eso.

Creemos que su hijo estaba involucrado en el tráfico…

Guang dio un respingo.

– No se trata de narcóticos -se apresuró a decir ella-, sino con medicinas ilegales en Estados Unidos y en China.

Guang rechazó la idea con protestas parecidas a las del embajador. Finalmente Hulan alzo una mano para hacer callar al empresario y explicó lo que los chicos haían estado haciendo.

– Tiene que responder a algunas preguntas -dijo.

Al oír su tono imperativo, Guang se sento obedientemente en su asiento. Demasiados años en el campo de trabajo, penso Hulan. -¿Le suenan de algo los nombres de Cao Hua, Hu Qichen o Wang Yujen? -pregunto la inspectora.

Guang parecía confuso. Hulan leyo la lista de nombres hallada en el ordenador del Servicio de Inmigracion y que correspondía a personas que viajaban las mismas fechas que Guang Henglai y Billy Watson.

Jamás he oído hablar de ellos.

– Su hijo intento conseguir que uno de sus hermanos de California vendiera bilis de oso.

– Eso no me lo creo.

Hulan no le dio oportunidad de contar historias.

– Qué relacion tiene usted con el Ave Fénix? -pregunto de pronto.

– Ya se lo he dicho, no sé nada de ellos.

– ¿Ha estado involucrado en el contrabando de personas?

– iNo!

La educada pose de Guang empezaba a desmoronarse. Hulan tenía que seguir presionándole.

– ¿Ha estado usted involucrado en el contrabando de bilis de oso?

– ¿Patrocinaba usted a Billy Watson y a su hijo en el negocio?

– ¿Cuántas veces tengo que decírselo? No sé nada de eso.

– No sabía que su hijo hacía contrabando de productos fabricados por Panda Brand, una de sus propias empresas? -inquirió Hulan.

– Soy el dueño de Panda Brand -admitio él-, pero no puedo creer que mi hijo hiciera contrabando con sus productos. Los productos de Panda Brand son absolutamente legales.

– La bilis de oso no -señaló ella.

– No lo sé todo de cada uno de mis negocios, pero sí sé que nuestra empresa farmacéutica realiza investigaciones científicas. -Pareció recobrar su aplomo ahora que el tema había derivado de nuevo hacia los negocios-. Somos una de las cinco únicas compañías de China que ha recibido permiso con el fin de investigar los usos y atributos de la bilis de oso. Estoy seguro de que hay científicos en América que llevan a Cabo investigaciones similares. China intenta salvar a sus osos de la extinción. Nuestros osos se crían en cautividad. Cuando alcanzan la madurez, extraemos la bilis. No utilizamos las formas primitivas de extracción que se usan en las granjas ilegales. Pero no me diga que desvele cuál es nuestro procedimiento -se apresuró a añadir-. Es secreto. En cualquier caso, el plan de nuestro gobierno funciona. La bilis producida anualmente por un solo oso es igual a la obtenida con la matanza de cuarenta y cuatro osos salvajes. A lo largo de un período de producción de cinco años de un oso de granja, se salvan doscientos veinte osos salvajes. Potencialmente, miles de osos salvajes serán «salvados» cada año. Así pues, tenemos osos y otros animales para investigar en Panda Brand, sí, pero eso no significa que hagamos nada malo. Por eso nuestra fábrica está abierta al público. Vienen turistas de todas partes para ver nuestro pequeño zoo.

– Entonces, ¿puede explicar por qué descubrimos que se intentaba introducir ilegalmente bilis de oso de Panda Brand en el aeropuerto de Los Angeles? -pregunto David.

– Está usted en un error -dijo Guang, pero su voz vaciló.

– Me temo que no.

– Comprueben mis registros. Jamás hemos manufacturado ese producto para use público -insistió Guang-, y mucho menos para exportarlo a Estados Unidos.

– Guang Mingyun, usted conoce nuestra política -dijo Hulan-. Clemencia para los que confiesan…

– No utilice amenazas contra mí -replico él coléricamente-. Me pasé ocho años en un campo de prisioneros escuchándolas y no hicieron cambiar mis respuestas.

– Bien. Conoce usted muy bien las injusticias que pueden darse en nuestro país -prosiguió ella-. La ejecución de Spencer Lee está prevista para dentro de dos horas. No voy a mentirle. De alguna manera está involucrado en esto, pero si lo ejecutan, toda la información morirá con él. Metió la mano en su bolso y saco una cajita que entrego a Guang-. ¿Puede decirme qué es esto?

– Son las cajas de empaquetar que usamos en Panda Brand.

– Puede leernos lo que pone en la etiqueta?

– Dice… -La voz de Guang sonaba agraviada-. Dice «Bilis de oso de Panda Brand».

– Lo repetiré -dijo Hulan-. Clemencia para los que confiesan. Los ojos de Guang estaban húmedos.

– El año pasado me llegaron informes de que alguien estaba usando nuestra fábrica para manufacturar embalajes falsos como este. Cuando iniciamos la investigación, descubrimos también que alguien había estado robando bilis de oso de nuestras existencias. Como ya le he dicho, no hay nada ilegal en lo que nosotros hacemos. Producimos bilis de oso únicamente con fines científicos.

– ¿Qué hizo cuando descubrio que faltaban existencias?

– Aumentamos las medidas de seguridad. No hubo más pérdidas.

– ¿Sospecho de su hijo?

Esta última pregunta fue más de lo que Guang pudo soportar. Un ronco gemido surgio de sus entrañas. Luego se estremeció y aspiró profundamente antes de contestar.

– No hasta que desapareció.

– Encontró algo en su apartamento,¿verdad? -dijo Hulan. Guang asintio con expresión grave.

– Su nevera estaba vacía -dijo Hulan-. Pensé que había enviado usted a alguien para que recogiera los alimentos perecederos.

– Eso hice. Cuando el hombre al que envié lo trajo todo a casa, vi la bilis de oso. No sé por qué Henglai la guardaba en la nevera.

– Seguramente los chicos pensaron que así no la vería nadie -dijo Hulan, pero Guang no la escuchaba.

– Volví al apartamento yo mismo -dijo-. Encontré mas bilis. Más de la que nosotros hemos manufacturado jamás.

David se aclaro la garganta. Los tristes ojos de Guang se volvieron hacia él.

– Ayer supimos que hay muchas granjas de osos ilegales en los aledaños de Chengdu. ¿Es posible que su hijo tuviera relación con alguna de ellas?

– No lo sé, pero no pudo hacer todo eso él solo.

– Billy le ayudaba -le recordó David.

– No, me refiero a nuestra fábrica. Alguien de dentro tuvo que ayudarle. Si quieren saber la verdad, deberían investigar allí.

– Pero primero tenemos que detener la ejecución -dijo Hulan-. Para salvar la vida de Spencer Lee, prestaría declaración ante el tribunal sobre las actividades de Henglai?

Guang Mingyun asintió lentamente.


Antes de abandonar el despacho de Guang, Hulan intento llamar a la cárcel, pero los teléfonos no funcionaban en esa zona de la Ciudad. Llamo entonces al MSP con la esperanza de hablar con Zai o con su padre, pero le dijeron que ambos se habían ausentado. No había modo de saber si la solicitud de aplazamiento de la ejecución había sido aceptada. Eran las once cincuenta. David y Hulan tendrían que ir a la cárcel en persona si querían detener la ejecución.

Peter condujo a toda velocidad por calles secundarias y callejas, intentando evitar el tráfico de mediodía en las vías principales. Después de unos treinta y cinco minutos, giraron hacia la rotonda que tenían que rodear para llegar a la cárcel. El mercado al aire libre de cada mañana estaba a punto de cerrarse. La mayoría de los buhoneros vendían sus últimas mercancías a bajo precio, mientras que otros guardaban ya sus cosas para volver a casa. Entre el mercado y las puertas de la Cárcel Municipal 5, había gente parada, bloqueando el tráfico, chismorreando, ajustando las compras en las cestas de sus bicicletas, corriendo tras un niño o dos. Esperaban algo.

Hulan se bajo del Saab, parándose el tiempo justo para pedirle a Peter que no apagara el motor. Luego se abrió paso por entre la multitud, instando a David a seguirla. No habían llegado muy lejos cuando una camioneta descubierta entro en la plaza circular. Hulan vio a Spencer Lee de pie en la parte posterior de la camioneta, con las manos atadas a la espalda y un letrero de madera, también en la espalda, en el que se enumeraban sus delitos en gruesos caracteres rojos. Era un asesino, un conspirador, un contrarrevolucionario corrupto, una mancha negra en la Republica Popular China. El tradicional «desfile» de la ejecución acababa de empezar.

La muchedumbre que había en la rotunda reacciono como si un circo acabara de llegar a la ciudad. Los buhoneros abandonaron sus puestos, sabiendo que nadie les robaría. Las madres dejaron sus cotilleos, cogieron en brazos a sus hijos y se apiñaron en torno a la camioneta, siguiendo su avance, deliberadamente lento, alrededor de la plaza. David y Hulan se abrían paso a codazos mientras la multitud se volcaba de buena gana en el papel que se esperaba de ella.

– iCorrupto!

– iMuerte al asesino!

– i0jo por ojo!

Y Spencer Lee, que jamás había rehuido dar un buen espectáculo, puso toda la carne en el asador. Grito a la muchedumbre que eran unos cobardes. Grito a una atractiva joven que era una preciosidad y que le encantaría tomarla por esposa. Su propuesta fue recibida con gritos de «Excremento de vaca!» y «Criminal!». Lee mantuvo la cabeza Bien alta y sonrió de oreja a oreja, luego empezó a cantar un aria de una opera de Pekin. Su público estaba encantado. Era uno de los mejores condenados que habían visto.

David y Hulan llegaron a un costado de la camioneta. Hallaron sendos agarraderos y se dejaron conducir por la camioneta a través de la multitud para enfilar la calle que llevaba a la carcel.

– iSpencer! -grito Hulan-. iSpencer Lee!

Al oir su nombre americano en medio del bullicio, el joven escudriño los rostros.

– Spencer, estamos aquí abajo. iAquí!

– ilnspectora Liu, fiscal Stark! -Lee solto una carcajada enloquecida-. Voy camino de la muerte. Están aquí para celebrarlo, ¿no?

– iNo! Spencer, escuche. Estamos aquí para impedirlo -dijo Hulan.

– iCallaos! -grito una voz-, iDejad que cante!

Spencer miró a la masa de gente que se apiñaba contra la camioneta, haciendo más lento su avance, y luego volvió a mirar a Hulan. Le abandono su bravuconería y de repente pareció lo que era: un hombre muy joven que iba a morir.

– Es demasiado tarde, inspectora.

– iYo puedo impedirlo!

– No puede -dijo Lee con una amarga sonrisa-. Yo tampoco. Mire, estaba equivocado.

– iHabla en chino! -grito alguien-. iTodos queremos enterarnos!

– iSoy del Ministerio de Seguridad Publica! -chillo Hulan-. iDéjenme pasar! iEste hombre es inocente!

– Debe de ser su esposa -dijo alguien. Se oyeron risas.

David no entendió lo que dijeron, pero comprendió que no llegarían jamás a las puertas de la prisión a menos que la gente les dejara pasar.

– iMuévanse! -grito-. iQuitense de en medio!

David noto que alguien le daba un codazo en el costado, haciendo que se soltara de la camioneta y se quedara atrás.

– Fuera, extranjero. No tienes nada que hacer aquí -siseo un hombre. David lo aparto de un empujón y volvió a aferrarse a la camioneta.

– Cuéntanos la historia de tus crimenes -pidio alguien-. Confiesa antes de morir. -La multitud emitió un fuerte rugido de aprobación, pero Spencer Lee no les hizo caso y miro más allá de la camioneta hacia su destino final. No quedaba mucho tiempo antes de que llegaran a las puertas del final de la calle.

– Yo no maté a nadie -dijo al fin.

– Lo sabemos -dijo David.

– Solo hice lo que me ordenaron. Me prometieron protección. ¿Comprenden?

– ¿Quién? iDinos quién!

– Todo lo que dijo sobre el Peonia era cierto -dijo Lee, eludiendo responder a la pregunta de David-. Yo fleté el barco. Yo estaba allí cuando los inmigrantes subieron a bordo. Yo les hice firmar los contratos. Pero eso fue todo.

– ¿Y la bilis de oso?

– Un negocio nuevo para nosotros. Un error para mi, obviamente.

– Vamos a detener esto -le prometió Hulan.

– No puede -dijo Lee, mirándola-. Estaba planeado. Estaba planeado desde el principio.

– ¿Como?

– La embajada. Su ministerio. ¿Qué importa ahora? La muchedumbre empezaba a impacientarse.

– iAsesino!

– !Corazon negro!

– iCriminal! Criminal! Criminal!

– iCateto!

Esta ultima imprecacion captó la atención de Lee. Alzo el mentón. Escudriñó los rostros y hallo al hombre, un vendedor de verduras, que volvió a gritar el insulto.

– iTu! -chillo Lee-. ¿A quién llamas cateto? Ni siquiera puedes comprarte un palillo para tocar el tambor. iTienes que usar el pene! -La masa prorrumpió en vítores. Incluso el vendedor se echo a reir-. iLlévate tus palabras malolientes como un pedo a tu retrete! -chilló Lee-. iEstás dando hedor a toda la ciudad!

La gente felicito al vendedor por extraer semejante diversión del reo de muerte.

– Hice lo que me ordenaron -dijo Lee, volviendo su atención hacia Hulan y David-, y me garantizaron protección. Me mintieron. Fuí un idiota.

La camioneta se detuvo. Los guardias apartaron a la gente a empellones intentando despejar la zona para que pudieran abrirse las puertas de la cárcel.

– Ya no hay tiempo -dijo Lee.

– iSoy del MSP! -grito Hulan a los guardias-. iDejadme pasar!

Pero los guardias no podían oirla. Aún había docenas de personas entre ella y la parte delantera de la camioneta.

– Spencer… -balbuceo Hulan con pesar. Ya nada podía hacer. -Haga que esto sirva para algo -dijo David-. Díganos con quién trabajaba en China.

– No puedo. No lo sé.

– Entonces dígame quién era la cabeza del dragon en Los Angeles -pidió David-. El le traicionó. Dígame su nombre.

– Lee Dawei -respondió el joven. La camioneta avanzo, luego volvió a pararse.

– Déme algo que pueda usar para cogerlo.

El joven negó impulsivamente con la cabeza.

– No puedo.

– !El Chinese Overseas Bank! -espetó David-. Creemos que la organización tiene su dinero allí. Déme nombres. Déme números de cuentas. Hágales pagar por traicionarle.

La camioneta volvió a ponerse en marcha. Mientras avanzaba con dificultad, Spencer Lee empezó a vociferar nombres y números que obviamente había memorizado hacia tiempo en forma de rítmica cantinela. La camioneta entró en el patio de la cárcel, las puertas se cerraron y la muchedumbre callo. Hulan se abrió paso y aporreó las puertas. No contestó nadie.

Todos, salvo David, sabían qué ocurriría dentro del recinto. Quitarían el letrero al condenado y lo arrojarían al suelo. Luego le obligarían a arrodillarse con brutales empujones. El verdugo se colocaría detrás del chico, apuntaría a la nuca con la pistola y dispararía.

Cuando el tiro rasgó el aire con su penetrante estrépito, varias personas hicieron muecas. La diversión había terminado. La muchedumbre empezó a dispersarse.

De repente una explosión ensordecedora sacudió la tierra. La onda expansiva hizo estallar los cristales de las ventanas, haciéndo que los fragmentos salieran volando para incrustarse en las personas. La calle se convirtió en un pandemonio con la gente echando a correr en todas direcciones. Hulan y David consiguieron reunirse, y luego se vieron conducidos por la corriente de seres humanos que corrían hacia una columna de humo que se elevaba formando una densa nube de olor acre. Todos se precipitaron en tropel hacia la plaza circular. Los mercaderes, heridos o no, se abalanzaron sobre sus puestos, esperando que sus mercancías estuvieran intactas. Unas cuantas personas se desplomaron, abrumadas por el mero alivio de estar vivas. Algunas sangraban. Otras gemían de miedo o de dolor. Unas cuantas gritaban frenéticamente el nombre de seres queridos.

En un lado de la plaza circular, el Saab se habia convertido en un amasijo de hierros retorcidos. El olor de gasolina, goma, cuero, plástico y carne quemados se elevaba hacia el cielo. Dentro del coche, David y Hulan vieron a Peter, cuya carne devoraban las llamas, Hulan echó a correr hacia el coche, pero David la retuvo.

– Es demasiado tarde. Ha muerto. -Hulan hundió el rostro en el pecho de David y el la abrazó fuertemente, incapaz de discernir el temblor de su cuerpo del de ella.

Entonces exploto uno de los neumáticos, provocando un nuevo coro de gritos de la multitud. Unos buenos samaritanos fueron corriendo en busca de mangueras para apagar el fuego.

David y Hulan permanecieron abrazados en la rotonda con la vista fija en el coche humeante, con la respiración entrecortada y los corazones desbocados. Sabóan que deberóan ser ellos los muertos.


El fuego se había extinguido. Los campesinos recogieron sus cosas e iniciaron el camino de regreso al campo. Los obreros volvieron a sus fábricas. Las madres regresaron a casa para preparar la comida. Tan solo unos cuantos niños con la cara sonrosada tiznada por el humo, formaban pequenos grupos ruidosos en la rotonda.

También David y Hulan recobraron poco a poco la serenidad, de modo que, cuando el director del Comité de Barrio, un hombre de ochenta y tantos anos, les informó de que había enviado a alguien a avisar a la policía, se habían tranquilizado lo bastante para planear su siguiente movimiento. Hulan estaba a punto de ir en busca de un teléfono para llamar al MSP cuando vio al director del Comité de Barrio hurgando en los restos del coche con un palo. Hulan le dijo que se apartara, que podía destruir pruebas, y el anciano se alejó. Luego Hulan, seguida de David, fue caminando hasta una estación de servicio para llamar a Pekin, pero las líneas seguían sin funcionar.

Volvieron fuera y se sentaron en el bordillo. Hulan revolvió en su bolso, saco un cuaderno de notas y un bolígrafo y se los entregó a David. El anotó los nombres y números que le había gritado Spencer Lee.-¿Servirá de algo? -pregunto Hulan cuando él terminó.

– Si, si ha dicho la verdad, y creo que lo ha hecho. Por la forma en que ha cantado esos nombres… -Meneó la cabeza al recordar el paseo final de Lee.

Cuando regresaron a la plaza circular, vieron al anciano con la cabeza metida bajo el capó del coche. Hulan quiso ahuyentarlo con una ristra de amenazas, pero en lugar de atemorizarse, el anciano la invitó a comer en una cafetería. El hombre venció la reticencia de la inspectora asegurándole que hacia seis meses que la línea telefónica con Pekin se mostraba caprichosa, que la policía local era corrupta e indiferente, y que podía vigilar la rotonda y el coche desde la cafetería.

El director del Comité de Barrio los condujo a una cafetería al aire libre decorada con banderines y pareados de Año Nuevo. Les presentó a su bisnieta, propietaria y cocinera del sencillo establecimiento. Hulan la acompañó a la cocina y la vigilo mientras preparaba tres cuencos de fideos. Advirtió a la mujer que usara agua hervida para el caldo a fin de evitar que el extranjero enfermara. La mujer cortó y frió rodajas de jengibre, ajo y guindillas en el fondo del wok, echo cerdo en tiras (fresco del día, aseguró a Hulan), luego añadió agua caliente de un termo y unos fideos. En el ultimo momento, la mujer batió unos huevos en un cuenco y los vertió sobre la sopa, donde instantáneamente se disgregaron en pétalos de flor. Una vez hervido todo de nuevo a satisfacción de Hulan, la mujer sirvió la sopa en tres cuencos, echo un poco de aceite de ají caliente por encima y los llevó a la mesa, al aire libre, donde los dos hombres se hallaban sentados junto a un brasero.

David hubiera jurado que no tenia hambre, que jamás volvería a comer, pero el primer sorbo del caldo caliente y fuerte le calentó el cuerpo de inmediato. Durante unos minutos no habló nadie, pues prefirieron degustar los fideos con tranquilidad. Luego el anciano empezó a hablar, criticando a su biznieta por ser mala cocinera y anunciando que, cuando el muriera, seguramente la mujer se moriría de hambre. Hulan aceptó sus palabras como una forma de conversación cortés.

Luego el director del Comité de Barrio empezó a contar recuerdos de la guerra civil y de su participación en ella al modo de los viejos veteranos. El se había encargado de llevar mensajes de un campo a otro. A su mujer la había conocido cuando marchaba de vuelta a Pekin.

– Solo tenia un problema -explicó-. No hablaba mi dialecto. Mis camaradas me dijeron: Eso es bueno. No entenderás sus quejas. Durante treinta y cinco años, así fue. Solo nos preocupaban las palabras del dormitorio que no se pronuncian.

Cuando Hulan tradujo sus palabras a David, éste se sorprendió a sí mismo con una carcajada. Pero pronto su sonrisa se desvaneció. ¿Como puedo reir, pensó sintiéndose culpable, cuando la muerte me rodea? Hulan le apretó el brazo.

– Somos humanos, David -dijo-. Todo lo que podemos hacer es comer, respirar y quizá reírnos un poco. Eso demuestra que seguimos vivos.

Mientras tanto, el director del comité peroraba sobre sus hazañas bélicas. Hulan había oído todas aquellas tonterías muchas veces. Si todos los veteranos que afirmaban haber estado en la Larga Marcha hubieran participado en ella de verdad, todas las aldeas y ciudades de China se hubieran quedado vacías. Luego el anciano rió entre dientes al decir que no había visto una bomba como aquélla en cuarenta años o más. Hulan volvió a prestarle atención.

– Es muy fácil de hacer -decía el anciano-. Cualquier soldado, cualquier campesino puede fabricarla, y es lo bastante mortífera para conseguir la Liberación. Es tan fácil poner en hora el cronóimetro, alejarse y dejar que haga ibam! Por eso le gustaba tanto a Mao.

– ¿De qué está hablando?

– Su bomba me trae muchos recuerdos. Cualquier veterano como yo recordará como se hacían. Solo un veterano como yo puede apreciar el trabajo manual.

– ¿Usaban bombas como esa durante la guerra? -preguntó Hulan.

– Si, a Mao le gustaban. Pero usted habrá visto ya cuál es el problema.

– No, no lo he visto.

– Es poco fiable -dijo el anciano tras de tomar un sorbo de té-.

– Lleva un cronometro, si. Pero la mitad de las veces salta cuando quiere. iBam! Quizá mates a la persona que querías matar. Quizá mates a otra. Quizá no mates a nadie.

David y Hulan se hicieron llevar al centro de Pekín en la parte posterior de una camioneta cargada de grano. La temperatura se situaba por debajo de los cero grados a causa del viento, por lo que se acurrucaron junto a los sacos de arpillera intentando mantener el calor.

– Cuando vuelva a Los Angeles -dijo David-, podré abrir una auténtica investigación. Quizá no pueda pillar al Ave Fénix por lo que ha ocurrido, pero el blanqueo de dinero y la evasión de impuestos deberían ser fáciles de demostrar.

– ¿Crees de verdad que tiene algo que ver con lo de hoy?

– Oh, Hulan, no sé. Yo ya no sé nada.

– El Ave Fénix es una organización relativamente joven -dijo ella con tono pensativo. David la miró inquisitivamente. Ella ladeó la cabeza mientras reflexionaba-. No tiene una historia demasiado larga y sus miembros son jóvenes.

– ¿Y?

– ¿Recuerdas lo que ha dicho el anciano sobre la bomba? Se usaba durante la guerra civil. -David asintió y Hulan añadió-: Quienquiera que la fabricara, tuvo que ser alguien de cierta edad. Tuvo que estar en el ejército con Mao en los años treinta o cuarenta.

– ¿Un viejo ha hecho todo esto?

– Tu sospechabas de Guang hasta esta mañana -dijo Hulan-. Desde luego tiene edad suficiente.

– ¿A quién más conocemos de esa edad? -preguntó David.

– A Zai. A mi padre.

– Venga ya, Hulan. -David se echo a reír pero viendo que ella no le imitaba, volvió a ponerse serio-. Y qué me dices de ese Lee Dawei? Quizá estuviera en el ejército.

– Pero, David, de eso to estoy hablando. El Ave Fénix es una organización joven. Spencer Lee tenia veintitantos años y era el numero dos o tres de la organización. Si la cabeza del dragón tuviera sesenta o setenta años, crees que confiaría hasta tal punto en alguien tan joven?

– No, seguramente Lee Dawei también es un crío.

– Exacto. Eso es lo que me preocupa. Nosotros éramos los objetivos de la bomba.

– Lo sé.

– El anciano nos ha dicho que era fácil de fabricar, pero poco fiable. ¿No sugiere eso que tuvo que ser instalada recientemente?

– Supongo que si. De lo contrario podía estallar cuando no estuviéramos en el coche.

– Creo que la pusieron mientras estábamos en el despacho de Guang.

– Ahora eres tu la que vuelves a Guang? -David parecía sorprendido.

– Lo sé -admitió ella-. Pero quizá nos contó lo de la bilis de oso y Henglai porque sabia que no podríamos usarlo nunca.

– Ah, mierda. -David golpeo uno de los sacos de grano con irritación. Estaba cansado y no pensaba con claridad-. iNo, espera! ¿Qué hay de Peter? Nadie podía instalar la bomba con él esperando en el interior del coche.

Hulan palidecio ante la mención de Peter, pero recobro la compostura y dijo:

– Supón que fue a hacer una llamada por teléfono o a fumarse un cigarrillo.

– Es posible.

– Entonces, ¿por qué no Guang?

– Por varias razones -dijo David, y las enumeró-. Tu dices que la persona ha de tener cierta edad. Guang la tiene, pero estaba con nosotros. ¿De verdad te lo imaginas contratando a alguien para que colocase la bomba? Yo no. Además, no tenia por qué decir una sola palabra sobre la bilis de oso y Henglai. Podróa hater mantenido la boca cerrada y no hubiéramos tenido modo alguno de detener la ejecución. ¿No te das cuenta, Hulan? Quienquiera que deseara vernos muertos, aún deseaba más ver muerto a Spencer Lee.

La camioneta dio una sacudida al pasar por un bache. David miró en derredor, intentando determinar donde se hallaban. Tras comprobar que era imposible, se subió el cuello del abrigo para protegerse los oídos y el cuello del viento y volvió a mirar a Hulan. La inspectora se miraba fijamente las manos, que tenía unidas sobre el regazo.

– Piensas en Peter -dijo David.

– ¿Como quieres que no piense en él?

David dejo que se hiciera el silencio, hasta que por fin ella lo rompió.

– No confié en él desde el día en que me lo asignaron. Sabía que informaba sobre mi y lo odiaba por eso. Pero cuando estuvimos en Los Angeles, vi a un hombre diferente. Aquel día en el despacho de Madeleine, se puso de mi parte. No tenía por qué hacerlo.

– No estaba haciendo más que su trabajo…

– Cosa que yo no le había permitido hacer hasta entonces -dijo ella-. Cuando volvamos, pensé, las cosas serán diferentes y nos convertiremos en auténticos compañeros. En el pasado, jamás lo hubiera enviado al apartamento de Cao Hua. Jamás le hubiera permitido involucrarse en una investigación. ¿Y ahora? -Hulan lo miró con expresión angustiada-. Si le hubiera dejado venir con nosotros…

– Todo ocurrió tan deprisa… -dijo él-. Los otros coches, la gente, Lee que llegaba en la camioneta… Yo hubiera hecho lo mismo.

Hulan iba a añadir algo, pero la camioneta se detuvo. Se hallaban en la entrada posterior de la Ciudad Prohibida. Sin pronunciar palabra, ella cogió su bolso y bajó. Desde allí cogieron un autobús hasta el barrio de Hulan. Cuando llegaron a su casa, hallaron un sedan negro esperando fuera, pero ella no se detuvo para hablar con sus ocupantes.

– Son del MSP -dijo-. Reconozco el coche.

Abrió la puerta principal de su complejo y entraron. Luego avivo las ascuas en la estufa de la sala de estar y se disculpo para ir a tomar un baño. David estaba sucio, exhausto por el cambio horario y la tensión constante de la investigación, y emocionalmente agotado de ver tanta muerte. Paseó por los patios y las habitaciones abiertas, esperando recobrarse, aunque se daba cuenta de que sus sentidos estaban demasiado embotados.

David se había preguntado como vivía Hulan, pero su casa era mucho más grande y hermosa de lo que había imaginado. La personalidad de la inspectora se hacia patente por todas partes; en el modo en que un paño bordado cubría una silla; en el modo en que unas macetas bajas de color verdeceleste, llenas de bulbos de narcisos, ocupaban el alféizar de la ventanas sobre el fregadero de la cocina; en el modo en que había dispuesto el altar de Ano Nuevo; en el modo en que los intensos tonos de las antiguas piezas de mobiliario suavizaban las claras líneas de las habitaciones. David se detuvo ante su escritorio para notar la suavidad de la textura del palisandro bajo los dedos, cogiendo un abrecartas tabicado, acariciando las finas líneas de un jarrón de porcelana cantonesa. Allí estaba la vida de Hulan: un pequeño juguete de cuerda que él le había regalado hacia más de diez años, una fotografía de una mujer que presumiblemente era su madre, unas cuantas facturas, varias libretas de Banco pulcramente apiladas.

Las tocó distraídamente con el dedo y éstas se desparramaron sobre la mesa. Banco de China. Wells Fargo. Citibank. Glendale Federal. Chinese Overseas Bank. Eran los mismos bancos en los que Henglai y Cao Hua guardaban sus maladquiridos beneficios. Por si esto no resultara bastante condenatorio, estaba también el Chinese Overseas Bank que no solo pertenecía a Guang Mingyun, sino que era donde el Ave Fenix blanqueaba su dinero. David cogió una de las libretas y miro el saldo con asombro: trescientos veintisiete mil dólares. Abrió otra: cincuenta y siete mil Mares. Las revisó todas. El total ascendía a casi dos millones de dólares.

Hulan salió de su dormitorio con un kimono de seda en torno a su esbelta figura y el cabello recogido en una toalla. Se había quitado del cuerpo la suciedad, el hollín y la mugre de la rotonda í de la camioneta del granjero.

– ¿He de darme prisa? -pregunto Hulan con voz tan melodiosa como siempre-. Puedo hacer que el coche que hay delante la casa nos lleve a tu hotel. Estoy segura de que te gustaría darte una ducha y cambiarte de ropa. -Luego se dirigió hacia la estufa de carbón, puso las manos encima para comprobar el calor que despedía y sonrió-. 0 podrias darte un baño aquí. Podríamos pasar aquí el resto del día si te apetece.

David guardó silencio.

– ¿Quieres comer algo? ¿0 quizá una taza de te? David? ¿Ocurre algo? ¿Estás Bien?

El abrió las manos y dejó que las libretas de Banco se deslizaran sobre sus rodillas.

– ¿Qué es esto? -preguntó.

El escote de Hulan adquirió un tinte rosa que rápidamente le llegó al rostro.

– ¿No tienes ninguna explicación que dar? -pregunto el con desprecio-. Lo imaginaba.

– Son mis ahorros -dijo ella tras una pausa.

– Es una manera de decirlo. -A David le hería en su amor propio que no mostrara remordimientos.

– ¿David?

– Todo esto debe de haber sido muy divertido para ti -dijo con amargura. Cerró los ojos, intentando borrar su presencia. Cuando los abrió, ella seguía allí-. Eres una maldita mentirosa. Y yo he vuelto a caer.

– No se de qué estás hablando.

Hulan se arrodilló a sus pies. Se le abrió el kimono, dejando al descubierto la curva de sus senos. El la apartó, se levantó y cruzó la habitación. Dio unas vueltas, voivió a grandes zancadas hasta donde ella se había sentado en el suelo ofreciendo una buena imitación de la perplejidad, la agarró por los brazos y la obligo a ponerse en pie. La toalla le cayó de la cabeza y los cabellos de Hulan se desparramaron en mechones mojados.

– Creías que era tan estúpido que no to descubriría? -dijo él con voz áspera y el rostro a unos centímetros del suyo. Ella meneó la cabeza lentamente.

– Desde que llegue aquí -continuo David-, confié en ti, pero tu no hiciste más que encaminarme en la dirección equivocada una y otra vez. Me guiabas para alejarme de lo importante. Incluso cuando oía cosas, no escuchaba. Recuerdas el día de la Posada de la Tierra Negra? Recuerdas que Nixon Chen y los demás hablaron de ti? Recuerdas que me contaste que te habían puesto el nombre de una revolucionaria modelo, que tu misma fuiste un modelo de guardia rojo, que gracias a tus conexiones compraste tu salida de la comuna y fuiste a América? Era todo eso parte de una compleja trama, como las que hacían los soviéticos en los viejos tiempos, la de enviar a una niña para que se críara en territorio enemigo de modo que cuando creciera se convirtiera en el mejor de los espías, con la mejor tapadera y sin acento?

David la atrajo contra su pecho. Notó el corazón de ella contra el suyo. Bajo la voz a un tono casi sensual.

– ¿Recuerdas como me dejaste, Hulan? ¿Lo recuerdas? ¿Significo algo para ti? -Volvió a apartarla-. Recuerdas como te mostré abiertamente mi corazón en Los Angeles? Creía que dirías algo para explicar tus acciones pasadas. i Pero no! Por que ibas a decirme la verdad? ¿Por qué ibas a contarme nada? Y yo, como un idiota, no quise presionarte.

Hulan empezó a debatirse, pero él siguió aferrándola.

– Así que volvemos a Pekin, a tu ciudad, y todo el tiempo dependo de tí para que me traduzcas lo que se dice. ¿Me has dicho alguna vez la verdad de lo que se hablaba? Ayer mismo, en la cárcel, llamaste a Zai o formaba parte de una nueva representación? Y todas las sugerencias que yo hacia, todas las personas con quienes yo quería hablar. Tu me alejabas en otra dirección. iY tus emociones! -Sintió un escalofrío-. En la parte de atrás de la camioneta, cuando lamentabas la muerte de Peter. ¿Era una actuación como todo lo demás? -Hulan no replicó y David dijo-: De hecho, ahora que lo pienso, ocultaste la verdad desde el día en que nos conocimos. Nunca me has amado. Siempre me has utilizado. Eres tan corrupta, tan sucia, tan repugnante…

El chillido de Hulan le interrumpio. Ella se desasió violentamente y chocó contra la pared. Con las manos aferraba la seda que se deslizaba hacia abajo. Tenía la cabeza gacha y respiraba entrecortadamente. Por fin, alzo los ojos para mirarlo a la cara.

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