Rachael se limpió el sudor de los ojos y miró fijamente las marcas de garras en la pared. No había estado soñando. Un leopardo enorme había estado en la casa, caminando como si ésta fuese suya. Había observado a Rachael con una mirada fija y misteriosa. El animal se había frotado contra la cama, contra su piel, contra todo su cuerpo, no una vez, sino dos, contra los muebles, y había acabado estirándose en toda su longitud para marcar con sus garras la pared de la cocina, dejando atrás surcos profundos en la madera. No habría podido imaginar una bestia como esa más de lo que podía imaginar las marcas de garras.
– Justo cuando parece que es seguro volver a la selva -susurró en voz alta, temerosa de hablar muy alto por si el gato volvía- ¿Rio? ¿Rio, dónde estás?
La puerta estaba abierta a la noche, la mosquitera se mecía suavemente en la ligera brisa. La lluvia era una caída suave en la distancia. Rachael se incorporó, teniendo cuidado de no golpear su pierna. Se sentía más fuerte, pero la pierna estaba hinchada, y dolía incluso con el movimiento más leve. Arrastrando la camisa de Rio, refunfuñó cuando se enganchó en su muñeca rota y lanzó la manta hacia atrás. El arma cayó al piso con un estruendo, el sonido ruidoso en la quietud de la noche.
Con un pequeño suspiro, Rachael se puso a buscarla, alargando las puntas de sus dedos, intentando no forzar su pierna hasta que fuese necesario moverse. No se oía nada, pero ella sentía el impacto de sus ojos. Enseguida pudo respirar mejor. Rachael levantó la vista, encontrándose los anchos hombros de Rio llenando el umbral de la puerta. Se había acostumbrado a que raramente usara ropa en casa. A que su cuerpo fuera duro como una roca. A que había algo peligroso y diferente sobre él que no podía identificar. Pero nunca podría reponerse del poder seguro de sus ojos.
– Aparte de que dejaste la puerta abierta y un leopardo decidió visitar la casa, tienes que dejar de salir a pasear a medianoche. ¿Nunca te han dicho que el bosque puede ser peligroso por la noche? -Rachael cerró los dedos sobre la manta, haciendo un puño, deseando poder meterlo en su boca y callarse por una vez en su vida. ¿Podría sonar más ridícula, soltándole una riña sobre los peligros del bosque cuando él los sabía mucho mejor que ella? Era sólo que había tenido tanto miedo, y el alivio de tenerlo de vuelta seguro e ileso era abrumador.
Rio entró tranquilamente en el cuarto, totalmente desnudo pero tan seguro como si llevase un traje de tres piezas.
– No voy a dejar que te ocurra nada, Rachael. Debería haber cerrado la puerta cuando estabas sola en la casa, pero estaba justo ahí fuera -Su mirada se movió sobre su cara, haciendo una inspección tensa y malhumorada- ¿Estabas intentando salir de la cama?
Ella forzó una risa suave.
– Rachael al rescate. Iba a colgarme del leopardo por el cuello si te atacaba.
La miró larga y fijamente antes de que una sonrisa lenta se extendiera por su cara. El corazón de Rachael dio un pequeño vuelco.
– Qué idea, Rachael. Estoy teniendo una imagen tuya luchando con un leopardo y es suficiente para ponerme el pelo gris.
A ella le encantaba su pelo. Desgreñado e indomable pero brillante y limpio, como la seda.
– Rio, ponte algo de ropa. De verdad, me estás haciendo la vida muy difícil.
– ¿Porque siempre que estoy cerca de ti tengo una erección? -Sus palabras sonaron graves, como terciopelo suave. El impacto fue físico. Su cuerpo simplemente se disolvió en calor líquido.
Rachael no pudo evitar mirarlo, desvergonzado, natural, solitario. Parecía tan solitario allí quieto como un dios griego, una estatua del varón perfecto, con músculos flexibles, ojos penetrantes y boca pecaminosa. Deseó sentir lujuria absoluta. Nada más, simplemente la típica lujuria. Una aventura caliente que quemase y se apagase dejando sólo las cenizas y los buenos deseos, y libertad detrás. No ayudó que hubiese tenido sueños extraños y apasionados en los que hacían salvajemente el amor.
¿Cómo sabía que lo podía volver loco simplemente recorriendo con las yemas de sus dedos su masculino muslo? ¿Cómo sabía que sus ojos cambiarían, destellarían como esmeraldas brillantes, calientes y brillantes, consumiéndola de deseo? Había visto lágrimas en sus ojos. Había oído su voz ronca por la pasión. Rachael sacudió la cabeza para aclarar sus pensamientos, para liberarse de las extrañas memorias que eran suyas… pero que a la vez no lo eran.
– Aunque admitiré que eres tremendamente tentador y distrayente, no estoy como para sentirme muy sexy, Rio -Era una mentira descarada. Rachael nunca se había sentido más sexy en su vida. Suspiró pesadamente- Me asusta cuando te vas de esa forma. Realmente tengo miedo de que te suceda algo. No es como si estuviese en forma para poder ir al rescate.
Lo único que pudo hacer Rio fue mirarla fijamente en silencio. Su confesión lo hizo sentir indefenso y vulnerable. Nadie se preocupaba por él. A nadie le preocupaba hasta ese punto si no llegaba a salvo a casa por la noche. Esperaba morir definitivamente algún día en una pelea, y dudaba que más de un puñado de hombres lamentaran su pérdida, y eso sería un breve reconocimiento a su habilidad como tirador. Rachael lo miraba con el mundo brillando en sus ojos. Un regalo. Un tesoro. Y estaba seguro de que ella no se daba cuenta.
– Perdona si te asusté, Rachael -murmuró suavemente y cerró la puerta a la noche, cerrando la puerta a su libertad- Tenía algunas cosas en las que pensar. Salí a correr un poco.
– Sí, bien, mientras te fuiste, tuvimos una pequeña visita de un amistoso leopardo de la zona. Por suerte estaba en su mejor comportamiento así que no le disparé. Habrás notado que estoy eligiendo humor y arrojo más que la clásica histeria. Aunque estuve pensando largamente en la histeria.
Rio podía sentir una enorme sonrisa formándose. Comenzó en su tripa y extendió calor por su cuerpo.
– Aprecio el sacrificio. No estoy seguro de lo que haría con histeria. Puede que estuviese más allá de mis capacidades para hacerle frente.
– Dudo seriamente que cualquier cosa esté más allá de tus capacidades. ¿Te perturbé antes? ¿Es por eso que no podías dormir?
Rio cruzó al lavabo como hacía siempre que volvía de sus desapariciones nocturnas. Sus músculos fluían como el agua mientras se movía por la casa sin hacer ruido. Se acordó de encender una vela, sabiendo que a ella le gustaba su olor. La llama osciló y creó sombras que bailaban en la pared.
– Pensé mucho en lo que dijiste antes, que no estaba dispuesto a contarte cosas sobre mí. Quizá tenías razón. Me gusta la manera en que me miras. Nunca nadie me ha mirado de la forma que tú lo haces. Es duro pensar en renunciar a eso, o arriesgarme a no volver a verlo, porque no me mirarás de la misma manera después de que te hable sobre quién y qué soy realmente.
Ella siempre hacía lo inesperado. Rachael rió suavemente.
– Y tú debes haber olvidado con quién estás hablando, Rio. La mujer con el millón de dólares de precio sobre su cabeza. ¿Se te ha ocurrido pensar que en la sociedad soy una paria?
– Sé perfectamente con quién estoy hablando -dijo Rio.
Rachael estiró su pierna hacia delante, con cuidado de no golpearla. Tuvo que utilizar ambas manos, incluso la rota, para mover su pierna completamente de la cama. La sangre bajó de golpe, haciendo que sintiese alfileres y agujas acompañando al dolor palpitante. Eso atrajo inmediatamente la atención del hombre. Rio se dio media vuelta, con un pequeño ceño en su cara.
– ¿Vas a alguna parte?
– Sólo estoy estirando. Pensé que podías prepararme una de esas bebidas. Me estoy volviendo adicta a ellas. Por cierto, ¿qué les pones? Solo para saberlo para el futuro, ya sabes -Enderezó su camisa, tirando de las puntas para intentar cubrir sus muslos desnudos. Los bordes de la camisa estaban abiertos sobre sus pechos, por lo que torpemente intentó abotonarla con una mano.
Rio se puso unos pantalones vaqueros antes de cruzar hacia la cama.
– La bebida se hace de néctar de frutas, de cualquier fruta que coja esa mañana -Se arrodilló al lado de ella y alcanzó los bordes de la camisa, su camisa. Parecía totalmente diferente en ella. Sus nudillos rozaron sus pechos plenos. Podría sentir calor y la carne suave y aterciopelada. Sus nudillos se rezagaron, frotado deliberadamente con suavidad. No había planeado aprovecharse, simplemente había sucedido. No era capaz de resistir la tentación. Levantó la vista hacia la cara de la mujer y sus dedos se cerraron en los bordes de su camisa.
Inmediatamente Rachael se vio atrapada en la vívida intensidad de su mirada. Se cayó, tropezó, se deslizó en su mirada, inclinándose en invitación. La boca de Rio tomó posesión de la suya, fundiéndose juntas, de forma salvaje y tumultuosa, ninguno de los dos en control. Los dedos del hombre se movieron entre sus pechos, desabrochando un botón para poder tomar el suave peso con las manos. Ella jadeó, arqueándose en su palma, empujando para acercarse más, con el cuerpo tan sensible como en su sueño felino. Necesitaba su contacto, se dolía por él, soñaba con él. Se le hacía familiar. Su boca era pura masculinidad, eliminando todo pensamiento de su cabeza, de modo que simplemente cerró los brazos alrededor de su cuello y lo sostuvo contra ella.
Los labios del hombre dejaron un rastro del fuego de su boca a su barbilla. Sus dientes mordisquearon, se movieron hacia su garganta, su lengua arremolinándose sobre la piel femenina para probarla. Rachael gritó cuando su boca se colocó sobre su pecho, cuando sus dedos se enredaron en su pelo, cuando él propagó un fuego ardiente por todo su cuerpo.
– ¿Por qué esta vez te tuviste que poner los pantalones? -se quejó Rachael, su voz sin aliento- Sólo esta vez, ¿no sería mejor olvidarse de todo y simplemente estar juntos -El dolor y la necesidad eran crudos. Lo oyó y sabía que también lo sentía.
– Maldición, Rachael -Su lengua se arremolinó sobre un tenso pezón. Rio descansó la frente contra su esternón, su respiración caliente sobre los pechos de Rachel- ¿Tuviste que hacerme pensar? Si me aprovecho de ti cuando estás herida y no te puedes marchar, ¿cómo vas a sentirte mañana cuando escuches todo lo que tengo que decirte?
Sus manos ahuecaron sus pechos, sus pulgares acariciando, su boca caliente y húmeda y llena de pasión mientras chupaba, sólo una vez más. Su cuerpo estaba tan rígido y dolorido que Rio soltó un gemido, protestando involuntariamente contra el material apretado que cubría su erección.
Rachael tiró de su cremallera, agradecida de que los pantalones no tuviesen botones.
– Quítatelos, Rio.
A desgana el hombre abandonó el refugio de sus pechos para levantarse, y así sacarse los pantalones y golpearlos con el pie a un lado. Rio estaba parado entre las piernas de la mujer, por lo que Rachael simplemente se inclinó hacia él, sus manos agarrando sus testículos y su boca deslizándose sobre su erección. La seda caliente lo rodeó, lo agarró, la lengua bailando y atormentando. La precipitación lo golpeó como una bola de fuego, casi arrancándole la cabeza. Ella estaba haciendo algo con las yemas de sus dedos, frotando y acariciando hasta que pensó que perdería la cabeza. Oyó un sonido escapándose de su garganta, una mezcla de gruñido y gemido, que no fue capaz de parar.
– Rachael, me estás matando -No quería que parara, pero si no lo hacía iba a avergonzarse. No habría ocasión de satisfacerla. Rio puso las manos en sus hombros para apartarla- Si vamos a hacer esto, vamos a hacerlo bien -Incluso mientras lo decía, totalmente convencido, su lengua seguía incursionando y danzando sobre la punta de su miembro, atormentándolo y volviéndolo loco. Su respiración se volvió cerrada. Rio introdujo las manos en su pelo, empujando desesperadamente con las caderas.
Ésa era Rachael. Atormentando y riendo, con su aliento caliente por la pasión mientras lo conducía fuera de su mente. Ella adoraba su vida sexual, era tan aventurera como él. Solo con mirarla se volvía loco y cuando actuaba así… Rio gimió otra vez y sacudió su cabeza para eliminar cualquier pensamiento. Quería que esto fuese aquí y ahora. Esta Rachael, este Rio no los otros de otro tiempo y lugar.
Rio tiró en su pelo y ella levantó su cabeza, sus ojos color chocolate oscuro riendo alegres. Su corazón saltó varias veces. La puso de nuevo en cama, levantando su pierna cuidadosamente y arrastrando las mantas, cobertores y todo que pudo encontrar para apoyársela. La camisa se abrió permitiéndole ver su delicioso cuerpo. Su piel era un milagro, suave e invitante.
– ¿Estás segura, Rachael? Tienes que estarlo, sestrilla. Una vez que hagamos esto, no hay vuelta atrás -Su mirada acalorada recorrió posesivamente su cuerpo, bebiendo de ella, incluso cuando quiso asegurarse que estuviera segura de lo que hacía. Cualquier vida pasada que hubiesen tenido juntos estaba impulsando una unión apasionada y caliente- Quiero que seamos nosotros. Tú y yo y nadie más. Ni pasado ni futuro, si no los dos en el presente.
Rachael alzó sus brazos hacia él, juntando las manos detrás de su cuello mientras Rio descendía cuidadosamente para colocarse entre sus caderas. El cuerpo de la mujer le daba la misma bienvenida que su mirada. Como la maravilla y la alegría en sus ojos. Rio enterró la cara en el calor de su garganta, cerrando los ojos para absorber la sensación y la textura de su piel. De su calor.
– Sé lo qué significa sestrilla, Rio. Me estás llamando amada. No conozco el idioma, pero sé la palabra -Sostuvo la cabeza de Rio contra la suya, sintiendo el temblor en su cuerpo. Él era enormemente fuerte, con músculos flexibles, y aún así temblaba en sus brazos. La sorprendía y la hacía sentir humilde. Rachael acarició su espalda con las manos, con cuidado de no frotar la tablilla provisional contra su piel. Conocía su espalda, pero las cicatrices no eran familiares. Trazó cada una, guardándolas en la memoria.
Su erección era pesada y gruesa, y presionaba contra su entrada húmeda, pero Rio simplemente se quedó entre sus brazos, sosteniéndola mientras ella exploraba su cuerpo. Sintió su boca moviéndose sobre su garganta y su corazón comenzó a golpear en anticipación. Su lengua dejaba una estela de llamas en su cuerpo, y Rachael no pudo evitar moverse. Rio la adoraba, tomando su tiempo cuando ambos estaban ya al borde de la locura. Sus manos y boca tocando y probando, hasta que las lágrimas se asomaron a sus ojos, y sus caderas se levantaron en urgente necesidad. Rio era increíblemente gentil, incluso tierno, tan cuidadoso con su pierna dañada. Y aún así no hubo un punto de su cuerpo que pasase por alto, dándose un lento festín en ella como si tuviesen todo el tiempo del mundo. Su respiración era caliente en su estómago mientras depositaba pequeños pellizcos hasta la mata de rizos oscuros.
– Rio, es demasiado.
– Nunca es demasiado -Rio suspiró las palabras contra ella, con su dedo empujando profundamente. Sus músculos se apretaron a su alrededor y Rachael gritó de placer- Esto somos los dos, Rachael. Como estábamos destinados a estar -inclinó su cabeza y sustituyó el dedo por su lengua.
Rachael agarró las sábanas como si fuesen un ancla. Su cuerpo estalló, ondulando con vida, con placer, casi enviándola fuera de la cama. La boca de Rio se fusionó con la suya y levantó sus caderas, entrando en ella. Era grueso y lleno, y la llevó al orgasmo, enviando ondas de fuego a través de su cuerpo.
– Más, Rachael, tómame más profundo, tómame por entero -Su voz era ronca. Rio le inclinó las caderas, empujando más profundo, deseando enterrarse dentro de su cuerpo, dentro de su santuario. Deseó compartir su piel, su corazón, su misma alma- Así sestrilla, más, tómame por completo -Rio habría podido llorar de alegría. Todo en él recordó, supo que había llegado a casa. Sintió que ella se movía, apenas un poco, y la sintió tomarlo más profundamente en su apretada funda. Sus músculos agarraron y se aferraron, y realizaron un tango asombroso de calor y fuego en su cuerpo. Rio encontró un ritmo perfecto, entrando profundamente, penetrando con fuerza, sumergiéndose, perdiéndose en un paraíso que creía perdido para él.
Rio sabía por instinto, o quizá por una vida anterior juntos, cómo satisfacerla exactamente. Sabía lo que ella deseaba, lo que la hacía jadear y gemir y aferrarse a él. Quería que su primera vez juntos fuese un recuerdo para los dos. Rio forzó su cuerpo a una apariencia de control para darle satisfacción completa, conduciéndola hasta la cima y por encima de ella repetidas veces hasta que Rachael pidió clemencia. Quería darle la alegría perfecta que ella le daba.
Rachael clavó sus uñas en la espalda de Rio, desesperada por aguantar, por llevarlo con ella a donde volaba tan alto. Luces estallaron detrás de sus ojos. Su cuerpo se estremeció con placer. Lo sintió hinchándose todavía más, haciéndose más largo, más duro, estallando con vida y alegría, su gruñido de inmenso placer mezclándose con su propio grito.
Permanecieron tumbados en el calor de la noche, mezclándose sus olores, sus corazones galopando. Rachael trazó una larga cicatriz con la yema del dedo, justo sobre su hombro izquierdo, mientras onda tras onda la seguía estremeciendo.
– ¿Cómo te hiciste esta?
No podría moverse, su cuerpo lleno de sudor. Se colocó en ella, cambiando levemente de posición para quitarle algo de peso.
– Esta fue con un cuchillo. Estaba sacando a un muchacho de dieciséis años del campamento de Thomas, cuando el chico se asustó y escapó de mí antes de que pudiese pararlo. Un guardia lo alcanzó y balanceó un machete contra él -Colocó su cara más cerca del calor de su pecho- Es de donde vino esta cicatriz- Le enseñó su brazo y la profunda cicatriz que recorría su antebrazo- Pude salvar al chico, pero un segundo guarda me acuchilló por detrás durante la lucha. No fue mi momento más brillante.
Rachael levantó la cabeza lo suficiente para posar la boca en su antebrazo, su lengua arremolinándose sobre la larga cicatriz. Sabía como si acabaran de hacer el amor.
– ¿Y esta otra? -Siguió más bajo, deslizando deliberadamente las yemas de sus dedos sobre sus firmes nalgas, para parar en la pequeña y blanca concavidad sobre su cadera izquierda- ¿Cómo te hiciste esta?
– Una bala -Dijo con una sonrisa, su aliento atormentando su pezón hasta convertirlo en un botón duro- Estaba corriendo evidentemente.
– Bueno, por lo menos demostraste tener buen sentido.
– Eran muchos más que yo. Aquella vez me metí en un avispero. Solamente estaba explorando, buscando indicios, y caminé derecho a ellos. Me pareció que lo más correcto era irme, puesto que no tenía invitación -Se inclinó en su pecho y succionó, solo por un momento ya que ella no se opuso a la idea. Su risa fue amortiguada- He mejorado mis tiempos en carrera desde entonces.
El simple tirón de su boca en su sensibilizado pecho envió su cuerpo a otro orgasmo. Seguía profundamente enterrado en su interior y los músculos suaves como terciopelo lo agarraban y apretaban firmemente, sumando a su propio placer.
Las yemas de sus dedos evitaron la cruda herida en su cadera y fueron a la miríada de marcas profundas en su espalda.
– ¿Y estas?
Rio se quedó completamente inmóvil. Incluso se le cortó la respiración. Esperó un latido, escuchado el aire que se movía dentro y fuera de los pulmones de Rachael. Lentamente levantó la cabeza para mirarla.
– Esas cicatrices vienen de algunas peleas que tuve con un gato grande.
Sus ojos oscuros se movieron sobre su cara. Podía verla asumiéndolo, aceptándolo.
– Un gato como el de la otra noche. Un leopardo grande. No Fritz o Franz.
– No Fritz o Franz -confirmó. Rio se separó muy suavemente de ella, alejando su cuerpo del suyo, rodando para liberarla totalmente de su peso. Permaneció tumbado mirando fijamente el techo- Un leopardo macho muy grande, completamente adulto.
Rachael pudo sentir la calma que lo invadía. La espera. Había algo que necesitaba decirle, pero era extremadamente reacio a ello. Buscó su mano, entrelazando sus dedos.
– ¿Alguna vez has notado que es mucho más fácil contar las cosas que tienes que decir, aunque no quieras, en la oscuridad? -Sus dedos se apretaron alrededor de los de Rio- Sabes que me lo vas a contar, así que adelante -Esperó con el corazón acelerado. Tuvo un flash-back de su cara cambiando, de pelaje y dientes y ojos misteriosos brillando intensamente. Cuanto más tiempo pasaba sin que él hablase, más asustada se sentía.
– Asesiné a un hombre -dijo Rio suavemente, su voz tan baja que apenas era audible. Ella oyó dolor, rígido y crudo en la desagradable confesión.
Por un momento Rachael no pudo respirar. Era la última cosa que esperaba que dijera. Lo que menos podía esperar de un hombre como Rio. No cuadraba con el hombre que se preocupaba primero por sus leopardos. No encajaba con el hombre que la ponía a ella siempre por delante.
– Rio, defendiéndote o teniendo que defender a otros sacándolos de las manos de un hombre como Thomas no es asesinato.
– No fue en defensa propia. No tuvo oportunidad contra mis habilidades. Lo perseguí y lo ejecuté. No fue aprobado por el gobierno y las leyes de mi gente no aprueban tal acto. Desearía poder decirte que siento que esté muerto, pero no es así -Rio giró la cabeza para mirarla- Quizá por eso no puedo perdonarme. Y es por eso que vivo apartado de otros de mi especie.
Un peso parecía aplastar su pecho.
– ¿Fuiste arrestado y acusado?
– Me presenté ante el consejo de ancianos para el juicio, sí. Tenemos nuestras propias leyes y cortes. Fui acusado de asesinato. No lo negué. ¿Cómo podría?
Rachael cerró los ojos, intentando bloquear sus palabras. Asesinato. Asesinato. Lo perseguí y lo ejecuté. Las palabras se repetían en su mente. Destellaban en ella como luces de neón.
– Pero no tiene sentido -murmuró en voz alta- El asesinato no va con tu personalidad. No lo hace, Rio.
– ¿No? -Había diversión en su voz, una burla torcida, sin humor y sarcástica que la hizo retroceder- Te sorprenderías con lo que soy capaz de hacer, Rachael.
– ¿Fuiste a la cárcel?
– En cierta manera. Fui desterrado. No se me permite vivir entre mi gente. No tengo la ventaja de la sabiduría de los ancianos. Estoy solo, pero no en realidad. Estoy cerca de ellos, pero con todo siempre aparte. Mi gente no puede sobrevivir en la cárcel. Solamente hay muerte o destierro para un crimen tan grave como el mío. Fui desterrado. Mi gente no me ve, o reconoce mi existencia. Bueno, con excepción de la unidad con la que voy.
Ella escuchó su voz. No había nota de lástima por sí mismo. Ninguna súplica por compasión. Rio presentó un hecho. Había cometido un crimen y aceptado el castigo que iba con él. Dejó salir el aire lentamente, luchando para no juzgar con demasiada rapidez. Pero todavía seguía sin tener sentido.
– ¿Vas a contarme por qué lo mataste?
– Cualesquiera que fuesen mis razones, no eran lo suficientemente buenas como para tomar otra vida. La venganza está mal, Rachael. Lo sé. Me enseñaron eso. Lo sabía cuando lo busqué. Incluso no le dejé ocasión para sacar una arma para alegar que fue en defensa propia. Fue una ejecución, pura y dura.
– ¿Es lo que estabas pensando cuando le mataste? -Hubo silencio. El pulgar de Rio se deslizó sobre la parte posterior de su mano.
– Nadie me ha preguntado nunca eso. No, por supuesto que no. No lo vi de esa manera, pero sabía que el consejo decidiría matarme o desterrarme cuando volviera y les dijera lo que hice.
Rachael sacudió su cabeza, más confundida que antes.
– ¿Perseguiste a ese hombre, lo mataste y después volviste con tu gente y confesaste lo que habías hecho?
– Por supuesto. No intentaría ocultar algo como eso.
– ¿Por qué no continuaste tu camino, no te dirigiste a otro país?
– He vivido aparte del bosque, aparte de mi gente. No quiero hacerlo otra vez. Elegí esta vida. Es donde pertenezco. Cuando elegí este camino sabía que tendría que ir ante el consejo, y aún así permanecí en él. No pude evitarlo. Todavía no me arrepiento de su muerte.
– ¿Qué es lo que te hizo?
– Mató a mi madre -Su voz se volvió áspera. Rio se aclaró la garganta- Ella corría, como hago yo por la noche, y él la acechó y la mató. Oí el tiro y lo supe. Estaba un poco lejos, y cuando la alcancé era demasiado tarde -Abruptamente soltó su mano y se puso de pie, moviéndose del cuarto a la cocina como si el movimiento fuera la única cosa que podría evitar que estallase- No estoy dando excusas. Sabía que no podía tomar su vida.
– Por Dios, Rio, mató a tu madre. Debiste volverte loco de pena.
Se dio la vuelta para mirarla, apoyando la cadera contra el fregadero.
– Hay más en la historia, por supuesto, siempre lo hay. Nunca me has preguntado acerca de mi gente. Ni una vez me has preguntado por qué nuestras leyes son diferentes a las humanas.
Rachael se sentó lentamente, juntó los bordes de la camisa y comenzó a abotonarla torpemente. De repente se sentía vulnerable tumbada en su cama sin apenas ropa y con su olor impregnando su cuerpo.
– Estoy bastante segura de que Tama y Kim siguen las leyes de su tribu. Todos estamos sujetos a cualesquiera leyes que gobiernan nuestro país, pero por aquí, dudo que el gobierno sepa exactamente lo que pasa. Probablemente las tribus se ocupan de la mayoría de sus asuntos -Habló con voz calmada, con expresión serena. No le vendría bien a ninguno de los dos que mostrase que repentinamente estaba muy asustada.
Rio se movió. Fue un movimiento pequeño y sutil, pero claramente felino. Un cambio ágil de su cuerpo, de modo que pareció fluir como el agua, y luego quedarse completamente quieto. Sus ojos se dilataron de par en par, el color cambiando de verde vivo a un verde-amarillo. Inmediatamente su mirada era como el mármol, vidriosa, una mirada fija, misteriosa, enfocada, sin pestañear. Una sombra rojiza dio a sus ojos una característica malvada, animal. Giró su cabeza, como si escuchase algo.
– Puedo oír tu corazón latiendo demasiado rápido, Rachael. No puedes ocultar el miedo. Tiene un sonido. Un olor. Está en cada aliento que tomas. En cada latido de tu corazón.
Y lo estaba matando. Había permitido que se le metiese debajo de la piel. Había sabido en todo momento que tendría que decirle la verdad. Algo había traumatizado a Rachael en su vida. Había visto y vivido con violencia, y sospechó que había intentado escapar. Tuvo que decirle la verdad, enseñársela… no podría vivir con sí mismo si no lo hubiese hecho. Pero su corazón estaba siendo arrancado de su pecho y la rabia que nunca estaba lejos de la superficie brotó para ahogarlo.
Le había llevado tiempo darse cuenta de que lo hacía reír, llorar, sentir. Le había traído la vida.
Casi desde el principio lo hizo sentir vivo otra vez. No podría imaginar volver a una casa vacía. Se había forzado a decirle la verdad, aunque había sido aterrador. A lo largo de su vida Rio nunca había estado verdaderamente asustado, y sin embargo ahora estaba a punto de perder algo que nunca pensó que tendría. El miedo alimentó la cólera que se arremolinaba en su vientre, lo que le hizo querer rabiar contra ella.
Rachael asintió, tragado el apretado nudo de miedo que amenazaba con sofocarla.
– Es verdad, Rio. Pero te equivocas respecto a lo que tengo miedo. No es a ti. No es a lo que dijiste. ¿Crees que es todo nuevo para mí? ¿Que iba a estar demasiado conmocionada por tu confesión? No te tengo miedo. Has tenido suficientes oportunidades para aprovecharte de mí. Para matarme, o violarme, o utilizarme de cualquier manera. Fácilmente podrías haberme llevado a las autoridades para cobrar la recompensa. No te tengo miedo. No de Rio, el hombre.
Él se acercó, llenando el cuarto de energía peligrosa. Ésta emanó de cada poro. No se oyó ni un sonido cuando caminó hacia ella. Se movió con la elegancia fluida de un animal grande de la selva. Cuerdas de músculo ondularon bajo su piel. Se acercó todavía más. Ella podía oír la respiración en sus pulmones, el gruñido bajo y amenazador retumbando en su garganta. Rachael se negó a dejarse intimidar, rechazó mirar a otro lado. Lo miró fijamente con una ceja levantada, retándolo.
Los músculos se retorcieron, se anudaron, su enorme complexión se dobló y cayó al suelo a cuatro patas, todavía mirándola, sin pestañear, sin mirar a otra parte, manteniendo la mirada de la mujer capturada en la intensidad ardiente de la suya. Vio levantarse su piel, como si algo vivo la recorriese por debajo.
– ¿Y qué si Rio no es un hombre? -Su voz salió torcida, áspera. Tosió, un gruñido extraño que ella había oído antes.
Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Rachael miró en horrorizada fascinación cómo su cuerpo se estiró y alargó, cómo el pelaje onduló sobre su piel, cómo se alargó su mandíbula formando un hocico y cómo los dientes irrumpieron en su boca. El leopardo era negro con espiras de rosetones oscuros enterrados profundamente en la lujosa piel. No era la primera vez que ella se encontraba cara a cara con la bestia.
Rachael se dio cuenta de que respiraba demasiado rápido. El leopardo estaba a centímetros de ella, con su mirada verde-amarilla fija en la suya. Esperando. Había nobleza, dignidad en el animal mientras esperaba. Su mano tembló cuando la alargó para tocar el pelaje. El animal gruñó, enseñando sus malvados colmillos, pero lo tocó. Conectó con él. Fue algo instintivo y lo único que se le ocurrió hacer en esas circunstancias.
– Desmayarse es inadmisible -murmuró suavemente- Lo he intentado, pero parece que no me funciona. Nunca he sabido cómo lo consiguen otras mujeres. Si intentabas asustarme, créeme, has tenido éxito más allá de tus fantasías más salvajes.
Incluso mientras pronunciaba las palabras, no estaba completamente segura de que fuesen ciertas. Había habido indicios. No había querido creerlos. Parecía demasiado inverosímil. Los científicos tendrían que haberlos descubierto ya, y aún así él estaba parado allí, mirándola fijamente con sus ojos salvajes, su aliento caliente en su cara. Sin duda era un leopardo. Un cambia-formas. La cosa del mito y de la leyenda.
– ¿Por qué quieres que te tenga miedo, Rio? -Bajó la cabeza hacia la suya, ignorando su gruñido de advertencia, y frotó su cara sobre la piel oscura- Eres la única persona que me ha mirado por cómo soy. Me aceptaste incluso cuando no lo merecía. ¿Por qué es tan terrible lo que eres? Conozco a gente mucho más terrible -Las lágrimas le quemaban tras los párpados. No es como si pudiese quedarse con él- Supongo que esto contesta a la pregunta de porqué te mueves desnudo en el bosque. ¿Por la noche te gusta salir como leopardo, verdad?
Era inútil ocultarse de ella en la forma animal. Cuando la miraba a los ojos no había horror por sus revelaciones. Pero podía leer tristeza allí. Rio volvió nuevamente a su forma humana y se sentó en el suelo al lado de la cama.
– No soy ni humano ni animal, sino una mezcla de ambos. Tenemos rasgos de ambas especies y algunos propios.
– ¿Podéis asumir otra forma?
Él sacudió su cabeza.
– Somos leopardo y ser humano al mismo tiempo y tomamos solamente una forma o la otra. Es quién soy, Rachael. No me avergüenzo de ello. Mi gente es poca, pero desempeñamos un papel importante aquí, en la selva tropical. Tenemos honor y compromiso, y nuestros ancianos son sabios en cosas más allá de la ciencia moderna. Aunque es verdad que tenemos que ser cautelosos para que no nos descubran, contribuimos a la sociedad de muchas maneras.
Había orgullo en su voz, pero podía ver cautela en sus ojos.
– Dime lo que le sucedió a tu madre, Rio -Podría vivir, ser amiga y amante de un cambia-formas, pero no podía vivir con un hombre que asesinaba a gente. Ya lo había hecho una vez, y no lo repetiría bajo ninguna circunstancia.
Él pasó los dedos por su pelo, haciendo estragos en su melena de modo que su revuelto cabello estuviese más desordenado que nunca. Mechones de pelo caían persistentemente sobre su frente, desviando la atención al brillo de sus ojos.
– Supuse que te irías en cuanto supieses qué soy.
La sonrisa de Rachael fue lenta y más sensual de lo que ella pensó. Casi paró el corazón de Rio
– Podría haberlo hecho, pero no es como si pudiese ganar alguna carrera en este momento.
Su sonrisa fue contagiosa, incluso en ese momento, cuando podía arrancarle el corazón del pecho y cambiar su vida para siempre. Se encontró formando una sonrisa como respuesta.
– Admitiré que pensé en eso cuando decidí contártelo. Puso la balanza un poco hacia mi lado.
– Hombre listo -Rachael apartó hacia atrás los mechones de pelo que caían por su frente- Cuéntamelo, Rio. Dime la forma en que sucedió, no cómo la gente lo vio.
Rio sintió el familiar dolor, la angustia subiendo como sucedía siempre que pensaba en ese día. Se frotó las sienes, que de repente le latían.
– Amaba el agua. Somos tan parecidos. Todos los problemas del día desaparecen cuando tomamos la forma del leopardo. Supongo que es una forma de escapar, correr a lo largo de las ramas y jugar en el río. Nuestra gente ama el agua y todos somos buenos nadadores. Salió sola esa noche porque yo estaba trabajando en casa.
– ¿Dónde estaba tu padre?
– Había muerto unos años antes. Estábamos solo nosotros dos. Estaba acostumbrada a estar sola. Yo estuve yendo y viniendo durante unos cuantos años, recibiendo una educación, así que ninguno le dio mucha importancia. Primero oí el aviso, los animales, el viento. Ya lo has oído, sabes de lo que hablo. Inmediatamente supe que era un intruso. Un Humano, no uno de los nuestros. Pocas personas se adentran tanto hacia el interior, salvo que sean miembros de tribus. Por los animales pude sentir que era alguien diferente, alguien peligroso para nosotros.
Rachael apoyó su pierna en el suelo, necesitando estirarla. Rio la ayudó inmediatamente, sus manos gentiles al bajar cuidadosamente su pie de la cama. Para asombro de Rachael, sus manos temblaban.
– Gracias, así estoy mejor. Lo siento, continúa por favor.
Rio se encogió de hombros.
– Corrí tras ella, pero era demasiado tarde. Oí el tiro. Por la noche el sonido llega a una gran distancia. Cuando la alcancé, ya estaba muerta y despellejada. Se había llevado su piel y a ella la había dejado en la tierra como tanta otra basura -Rio cerró los ojos, pero la memoria estaba allí. Los insectos y la carroña ya se habían acercado. Nunca olvidaría esa imagen mientras viviera- No podemos correr riesgos con los cuerpos. Los quemamos y dispersamos los restos bastante lejos. Hice lo que tenía que hacer, pero todo el rato podía sentir la rabia negra en mi interior convirtiéndose en hielo frío. Supe lo que iba a hacer. Lo planeé cuidadosamente mientras me ocupaba de ella. No podía soportar pensar en lo que estaba haciendo, quemando su cuerpo, así que fui planeando cada paso mientras trabajaba.
– Rio, era tu madre, ¿qué esperabas sentir? -preguntó Rachael con suavidad.
– Pena. No locura. No mató a una mujer, mató a un animal. Es aceptable en sociedad. No es legal, pero sigue siendo aceptable. No mató deliberadamente a un ser humano y en cierto sentido, no lo hizo. Nos enseñan que pueden ocurrir errores y tenemos que estar preparados para ellos. Cada vez que tomamos nuestra forma alternativa, estamos corriendo un riesgo al correr libremente. Ya sabía que los cazadores furtivos a menudo entran en nuestro territorio. Es algo que me enseñaron. También a mi madre. Se arriesgó, al igual que lo hago yo casi cada noche. Fue su decisión y su riesgo. Es lo que nos enseñan los ancianos, y tienen razón. No podemos mirarlo como si fuese un asesinato. Nos enseñan a verlo como un accidente.
– No creo que sea enteramente posible, Rio. Admirable quizá, pero no muy probable cuando está involucrada tu familia.
Tocó su boca. Esa boca hermosa y tentadora, tan preparada para defenderlo. Aquellos años atrás nadie lo había defendido. Había sido impetuoso, dejándose llevar por la cólera. Su única arma había sido el desafío.
– No creo en el ojo por ojo -Bajó la mirada hacia sus manos- Ni siquiera entonces. Sé que el asesinato no hizo nada. No me la devolvió. No hizo que me sintiese mejor. Ciertamente cambió mi vida, pero aún así no me arrepiento de que esté muerto. ¿Desearía no haberlo hecho? Sí. ¿Lo haría otra vez? No sé. Probablemente. Era como una enfermedad dentro de mí, Rachael, un agujero que me quemaba la tripa. Lo rastreé y encontré su campamento de caza. La piel de mi madre colgaba en una pared para secarse. Había sangre, su sangre, en las ropas del hombre. Aprendí cómo odiar. Te juro que nunca sentí una emoción igual. Estaba bebiendo, celebrando. No le di ninguna oportunidad. No le dije nada, ni siquiera le expliqué la razón -Rio levantó la vista hasta encontrar los ojos de Rachael, queriendo que ella supiese la verdad sobre lo que era. Lo que había hecho.
– Creo que tenía miedo a decírselo, miedo de ver remordimiento o que se lamentara. Lo quería ver muerto y simplemente le desgarré la garganta. La piel de mi madre colgaba en la pared detrás de él.
La bilis subió por su garganta, como había sucedido todos esos años antes. Había estado físicamente enfermo, continuamente, y aún así había bajado la piel de la pared y la había quemado como le habían enseñado, antes de volver con los ancianos para contarles lo que había hecho.
– Te condenas por ir tras el hombre que mató a tu madre, y con todo te ganas la vida sacando a la gente de situaciones peligrosas, usando tus habilidades de tirador para liberarlos.
– No es lo mismo que defender mi vida o la de algún otro, Rachael -dijo- Si me envían para traer a alguien a casa, de nuevo a su familia, creo que cualquiera en el alcance de mi rifle se puso allí secuestrando y amenazando la vida de otra persona. Al final, no es lo mismo.
Rachael se cambió de posición, inclinándose para rodear su cuello con sus brazos, en un esfuerzo por consolarlo. Algo pasó zumbando por su oreja con rapidez, chocando contra la pared con un ruido sordo y enviando astillas en todas direcciones.