CAPÍTULO 14

Rio entró en la casa silenciosamente, dejando la puerta abierta para poder captar incluso hasta la más leve brisa. La lluvia caía a un ritmo continuo, envolviendo el porche y la casa con una densa niebla blanca. El mosquitero realizaba una danza fantasmal pero el tenía la vista fija en el rostro de Rachael. Ni siquiera recordaba haber corrido de regreso a casa hacia ella. Le dolían los pies, sentía el cuerpo cansado y dolorido y la furia ardía como una tormenta de fuego profundamente en su interior. Se había detenido para bañarse antes de venir a ella, esperando que la ira y el dolor aminoraran debajo de la ducha de purificante agua. No había sido así.

Se irguió sobre ella, meditando, observándola, la furia apoderándose de él con fuerza. El dolor carcomiendo su interior. Saboreaba la soledad por primera vez. Rachael había hecho eso, volverlo a la vida. Ella lo fascinaba, lo tentaba. Lo hacía sentir feliz, triste, enojado… todo al mismo tiempo. Y era adicto al aroma y al tacto de ella. La lujuria se elevó, un ansia tan oscura como la furia arremolinándose como una negra y tempestuosa nube dentro de él.

Rachael yacía dormida en la cama. Su cama. Tenía una mano echada sobre la almohada, a través del lugar vacío donde debería haber estado él. La delgada manta estaba en el piso dejando sus largas piernas descubiertas extendidas por sobre la sabana. Sólo llevaba puesta su camisa, desabrochada y abierta, exponiendo la cremosa curva de sus pechos. El cabello, tan negro como la medianoche, desparramado en la blanca almohada formaba remolinos y espirales, rogando ser tocado. Se veía joven en su sueño, sus largas pestañas formando dos medialunas contra la piel. Su cuerpo yacía abierto a él, suave y caliente, ofreciendo aplacar la terrible hambre que lo quemaba.

No se sentía gentil ni amante. Se sentía salvaje e inflamado, las urgentes demandas de su cuerpo lo abrumaban. Sabía que era parte de su herencia, pero el intelecto no contaba mientras se encontraba de pie en su hogar, cuando Rachael yacía desnuda en su cama, el cuerpo expuesto y esperando por el suyo. Rio se acercó, dejó las armas a un lado, sin dejar de mirarla ardientemente en ningún momento. Suave piel, lujuriosas curvas, sus pechos una invitación tentadora.

Rio ya estaba duro como una piedra, pero al verla mientras dormía tan pacíficamente, tan inconsciente de su vulnerabilidad, se engrosó y endureció aún más. Tocó su erección, para aliviarse, envolvió el puño alrededor de su palpitante demanda mientras intentaba cruzar la habitación hacia ella. Caminar era doloroso con el cuerpo tan lleno y apretado. Había un rugido en su cabeza. Su cuerpo destilaba lujuria, el estómago le ardía por ella.

Rachael se removió inquieta como si instintivamente supiera que estaba siendo acosada. Abrió los ojos y vio su cara, oscura por la pasión, grabada con lujuria. Con propósito. Con algo más que simple deseo. Su mirada hizo que le retumbara el corazón en el pecho. Hizo que se le secara la boca. Convirtió su cuerpo en una piscina de caliente líquido. Su mirada quemaba sobre ella, llamas hambrientas que enviaban chispas de electricidad a su piel en cada lugar donde se posaba.

Golpeó velozmente, sus dedos le rodearon el brazo, profiriendo un gruñido gutural, que le envío escalofríos a lo largo de la columna vertebral, la subió de un tirón para poder fundir su boca con la de ella, una de sus manos en la parte de atrás de la cabeza sosteniéndola inmóvil para poder besarla. No un beso, una fiera posesión. El calor se extendió por ella como lava fundida, floreció y explotó en llamas volcánicas. La arrastró más cerca, la incrustó contra él, con una fuerza enorme, queriendo sentir piel contra piel, queriendo sentir su cuerpo impreso contra el calor del de él. El aire se le escapo de los pulmones hacia los de él. Su beso era hambriento, salvaje, la devoraba, tomando más que pidiendo, como si su hambre no conociera límites.

La encerró entre sus brazos, tan fuerte que pudo sentir cada uno de sus músculos, cada latido de su corazón, cada aliento que tomaba. Saboreó la lujuria. Saboreó el deseo. Saboreó el fiero orgullo y algo más. Dolor. Sabía lo que era la angustia que te calaba hasta los huesos y la reconocía en él. Sabía lo que estaba haciendo aunque ni él mismo lo supiera. Su boca era terciopelo caliente, su lengua batiéndose a duelo con la de ella, un tango de respiraciones y húmedo calor. No le daba oportunidad de respirar, de hacer nada excepto aceptar la tormenta de fuego que había en él. Dejar que la bañara para que ella también se prendiera fuego, que la arrastrara hacia el vórtice de un torbellino, un tornado de puro deseo.

Rachael le devolvió el beso, igual de salvaje, permitiendo que la codiciosa lujuria se apoderara de ella, para igualar el feroz infierno ardiendo en él. Se entregó, le rodeó el cuello con los brazos, sosteniéndolo contra ella. Le robó el aliento del cuerpo usándolo como su propio aire. Deslizó los dientes por su barbilla, su garganta, dándole pequeños mordiscos ávidos como si fuera a devorarla viva. Rachael boqueó por el aluvión de sensaciones, le hundió profundamente las uñas en los brazos cuando arqueó el cuerpo. Esperando. Anhelando. Queriendo más.

Su boca, caliente e insistente en sus demandas, siguió bajando, para cerrársele sobre el pecho y chupar fuertemente. Ella gritó, incapaz de contener las llamas que le recorrían el cuerpo. Arremetió contra su boca, los dedos encontrando su cabello, cerrándose en dos puños, arrastrándolo más cerca. No lo quería gentil y considerado, lo quería exactamente de la forma que era, salvaje, indomable, conducido más allá de su control, en llamas con urgente necesidad y apetito voraz. Por ella. Por su cuerpo.

Su boca le quitó la cordura y la reemplazó por sentimientos. Abruptamente levantó la cabeza, los ojos brillantes y empujó las almohadas y mantas para colocarlas debajo de sus caderas. Podía ver su cuerpo, duro y perfecto, cada músculo definido y esculpido en piedra. El rostro grabado con hambre oscura. Cuando dirigió la mirada hacia abajo al triangulo de pequeños rizos negros el corazón le empezó a latir salvajemente. Había una orden silenciosa en su mirada. Una demanda.

Una ola de calor la barrió. Sintió que el cuerpo se le volvía líquido en su más profundo centro. Muy despacio obedeció esa orden silenciosa, moviendo las piernas, abriéndolas para él. Sentir el aire en su resbalosa y húmeda entrada la inflamó aún más. Los dedos de él se envolvieron alrededor del tobillo sano. Le dobló la pierna por la rodilla. Había una sensación de pertenencia en sentir su mano sobre la pierna. Fue mucho más gentil ayudándola con la pierna herida. Sus manos fueron hacia los muslos, agarrándolos, abriéndolos más, poniendo la rodilla en la cama entre sus piernas. Ni una vez levantó la mirada hacia su cara. Parecía fascinado con su brillante cuerpo.

Esperó, apenas atreviéndose a respirar, el corazón golpeando fuertemente con anticipación. Quería rogarle, llorar por la oscura pasión que la dominaba tan fuertemente. No había una pulgada de su cuerpo que no anhelara su toque. Él se humedeció el labio inferior con la lengua y ella se retorció de placer. No la había tocado, pero la fuerza de su mirada lo había hecho. Y la había dejado necesitada… anhelante.

Los pulgares le mordieron los muslos mientras le acuñaba los hombros entre sus piernas, abriéndola completamente a él. Sabía lo que le estaba haciendo. Reclamándola. Marcándola. Haciéndola suya para que nadie más pudiera hacerlo nunca. Sopló calor en su hirviente charca de fuego. Ella gritó, se hubiera apartado de un salto pero la sostenía quieta, sin piedad, para su invasión. Su lengua la apuñaló profundamente, un arma de perverso placer, envolviendo, lamiendo, acariciando mientras ella gritaba atravesada por un salvaje, interminable orgasmo.

– Más -gruñó él despiadadamente-. Quiero más.

Hundió el dedo profundamente en su interior, presionando intensamente mientras ella empujaba contra su palma, su cuerpo aferrándose alrededor de él, apretando en la agonía de la pasión. Él se llevó el dedo a la boca, luego se alzó por encima de ella, asegurando el cuerpo con los brazos. Agachó la cabeza, inclinándose hacia delante para amamantarse de su pecho. Ella sintió el cuerpo a punto de explotar. Se aferró a sus brazos, tratando de sostenerse ya que el mundo parecía girar fuera de control.

Yació sobre ella, las caderas acunando las suyas, la cabeza de su pene contra la húmeda y vibrante entrada. Trató de tomarlo en su interior, pero la mantuvo quieta, esperando, incrementando su deseo, la sensación de urgencia los consumía a ambos. Luego arremetió con fuerza, se enterró profundamente, impulsándose dentro de su vaina de terciopelo de tal forma que sus pliegues se separaron como los suaves pétalos de una flor y se abrió a él. Acometió contra sus caderas, urgiéndola a tomarlo todo, cada pulgada, fundiéndolos en un frenesí de furia y oscura pasión.

Le susurró en la Antigua Lengua de su gente, admitiendo que la amaba, que la necesitaba, pero las palabras latían más en su cabeza que en su garganta. La llevó más y más alto, llevándolos a ambos al límite, una salvaje y tumultuosa cabalgata. Rechinaron los dientes contra la ola de sensaciones, contra los martillos neumáticos que le bombardeaban la cabeza, contra la tensión que barría su cuerpo y la inevitable explosión que empezó en la punta de los pies y estalló hacia arriba.

Una marejada recorrió a Rachael, llevándola cada vez más alto hasta que no hubo adonde ir y se derrumbó en una caída libre, implosionando, fragmentándose. Hasta que no hubo ni una sola parte de ella que no fuera consumida por un ardiente placer. Se derramaba por su piel y detrás de sus parpados. Llamas le recorrían el estómago y ardían en su más profundo centro. El cuerpo se estremecía con temblores, una marea de sensaciones que seguían y seguían. Si se movía, si él se movía, el efecto ondeante comenzaba nuevamente.

Rio yació sobre ella, su corazón descansando sobre el de ella, respirando profundamente, luchando para recuperar el control. La mayor parte de la furia consumida entre sus brazos. Rachael. Sólo Rachael podía haber aceptado semejante unión. Solo Rachael podía mirarlo con el corazón en los ojos. No importaba cuan estrechamente se aferrara a ella, nunca lo rechazaba. Nunca decía basta. Había preguntas en sus ojos, pero no las formulaba, ni siquiera cuando él se apartó. Simplemente lo abrazó, haciéndole espacio, su cabeza descansando sobre la suave almohada que eran sus pechos.

– Necesitas dormir, Rio. Estás exhausto.

No dijo nada, solo se tendió cerca de ella, aspirando la esencia combinada de ambos, escuchando la interminable lluvia. Lo encontraba reconfortante. El bosque se había alzado a la vida, los animales se llamaban, los insectos zumbaban, los pájaros cantaban. La música de fondo, siempre presente.

Rio permaneció despierto largo rato después de que Rachael se durmiera. El temor lo ahogaba, casi sofocándolo. ¿Cuándo se había convertido ella en algo tan condenadamente esencial incluso hasta para respirar? ¿Cómo se las había arreglado para invadir su vida y envolverse alrededor de su corazón? No podía imaginarse la vida sin ella. Era tan cálida, suave y perfecta. Tenía recuerdos de calidez, suavidad y perfección y esos recuerdos se habían convertido en pesadillas de sangre, muerte y furia.

Quería que ésta fuera su vida. Rachael… su risa, su valor, sus estados de ánimo y cambios de humor. Hacer el amor tan dulce y tiernamente como pudiera o con una necesidad feroz que sólo podía ser calmada con una cópula salvaje.

Sus pechos eran una tentación que no podía ignorar. Revoloteó con la lengua sobre el pezón, y luego absorbió el cremoso montículo dentro de la boca. Parecía un milagro el poder yacer con ella, chupar su pecho cuando quisiera, deslizar la mano sobre su cuerpo para hundir el dedo profundamente en su interior. Aún dormida le respondía. Apretando los músculos a su alrededor, arqueándose para que la pudiera tomar más profundamente en la boca. Ella sonrió, murmuró algo incoherente y le hundió los dedos en el cabello. Dormía así con el cuerpo húmedo de deseo, la boca de él sobre su pecho y la mano ahuecando los apretados rizos posesivamente, mientras ella le hundía los dedos en el cabello.

Rio se despertó sintiendo la lengua de Rachael lamiéndole la erección matutina. Su boca era caliente y juguetona, la lengua jugando sobre él, los dientes deslizándose gentilmente, traviesamente. En un momento lo succionó profundamente dentro de la garganta y él gruñó, levantando las caderas, impotentemente ante su solicitud. Ni siquiera había abierto los ojos y ella ya estaba ahuecando sus testículos con la mano; ya estaba duro como una roca debido a sus atenciones. Levantó las pestañas para mirarla. Parecía un gato satisfecho, complacido y estimulado, su sedoso cabello cayendo en rizos alrededor de su cara. Se arrodilló entre sus piernas, con su hermoso trasero levantado y siguiendo el ritmo de las caricias que le proporcionaba con la lengua. Sus pechos estaban llenos y tenía los pezones erectos. Observó como su cuerpo se deslizaba dentro y fuera de la boca de ella, brillando por la humedad, poniéndose cada vez más grueso y duro cuando empezó a menearse hacia adelante y hacia atrás.

– Eres la cosa más hermosa que he visto en mi vida -Tenía la intención de decirlo, pero las palabras salieron entre un gruñido y un ronco murmullo. Le hacía cosas con la lengua, los dientes y esa pecaminosa boca que lo volvían loco.

Ella retiró su caliente boca reemplazándola con algo frío, húmedo y pegajoso. Rachael sonrió mientras lo importunaba con una madura fruta de mango, deslizándola por sobre y alrededor de él, haciendo chorrear el néctar concienzudamente sobre su abultada erección. Pensaba que no podía ponerse más duro o grueso, pero ella se las arregló para lograrlo.

– Buenos días. Pensé que te gustaría desayunar -le dio la fruta y volvió a lamerlo, esta vez jugueteando con la lengua mientras trataba de recobrar cada gota de jugo.

Rio la miró sin poder pronunciar palabra, conmocionado de encontrar el mango en su palma. Se recostó hacia atrás y dio un mordisco a la exótica y jugosa fruta. El jugo le corrió por la barbilla pero estaba demasiado distraído observando como se divertía Rachael. No podía haber otra mujer como ella en la faz de la tierra. Encontraba que todo en ella era sexy, especialmente la manera que disfrutaba de su cuerpo. Se había apropiado de él, como si le perteneciera y pudiera hacer lo que quisiera. Y en ese momento quería sentarse a horcajadas sobre él.

Rachael no esperó. Rio le había chupado los pechos una y otra vez mientras dormitaba, le había introducido los dedos profundamente en su interior, manteniéndola húmeda, excitada y necesitada. Ahora que estaba despierto podía hacer algo sobre de eso. Ya había tenido suficiente paciencia. Se arrodilló sobre él y descendió sobre su enhiesto miembro.

Él jadeó cuando sintió que su cuerpo se abría camino dentro del de ella. Estaba apretada, caliente y mojada, todo al mismo tiempo. Quería el control y él se lo daba, se dedicó a comer el mango que le había dado mientras ella empezaba a montarlo lenta y sensualmente. Al coger el ritmo, mientras se deslizaba hacia arriba y hacia abajo con obvio goce, sus pechos se mecían como invitándolo. Le derramó jugo sobre los pechos, miro como corría por su contorno hasta la punta del pezón. Se inclinó hacia delante y lo atrapó perezosamente con la lengua. Su cuerpo estaba ardiendo dulcemente, y si ella quería jugar, podía complacerla.

Abrió la boca. Rio le dio un bocado, la miró masticar mientras el cuerpo se deslizaba sobre el suyo. Frotaba el suyo con calor y fuego. Le lamió el dedo, la lengua curvándose alrededor de una manera sexy y explícita. Él cerró los ojos y gimió. No podría aguantar mucho más. Parecía que ella no tenía ningún apuro, simplemente se estaba dando placer a si misma y a él lentamente. La presión comenzó despacio, ni siquiera se dio cuenta al principio, pero luego empezó a derramarse por su piel, haciendo que sus músculos se tensaran y que cada célula de su cuerpo se pusiera en alerta.

Trató de empujar hacia arriba para encontrar su cuerpo, pero le dio una mirada y él se detuvo. Un rubor se extendió por todo su cuerpo hasta que brilló. Su respiración salía en cortos jadeos y sus pezones se tensaron. Se extendió casi ciegamente para tomar las manos de Rio. Tuvo el suficiente sentido para darle el último mordisco al mango y agarrarla, abrazándola mientras, empezó a montarlo duramente, golpeando contra él, llevando a sus cuerpos a un punto febril. Encontró el ritmo de sus embestidas, clavándose en ella, haciéndolos llegar a esa última exquisita cima. Acabaron juntos, un remolino de sangre fluyendo y cohetes.

Rachael río alegremente y se inclinó hacia adelante para lamer el jugo de su mejilla.

– Eres un desastre pegajoso. Por suerte tenemos la bañera aún aquí.

– Con agua fría -Se sintió compelido a señalar.

Su sonrisa se ensanchó para formar una maliciosa.

– Bueno, la calenté un poco mientras dormías. No fue tan difícil.

– ¿Calentaste el agua del baño para mi? ¿Y dormí todo el tiempo mientras lo hacías? Nunca hago eso. Me despierto con el más leve de los sonidos. Me estas arruinando, mujer -Nunca nadie le había calentado agua para un baño. Era una tarea tediosa. Si el hogar no estaba encendido debía hacerse en la estufa de gas. Seguramente le había llevado mucho tiempo el completar la tarea. La alegría lo atravesó como un sol naciente.

– Espero estar arruinándote. Que maravilloso concepto -Se derrumbó, tendiéndose parte encima de él, con los suaves pechos apretujados contra su pecho. La podía sentir, una parte de él, apoderándose de su corazón y sus pulmones, hasta de su vida, hasta que no podía respirar sin ella- ¿Vas a decirme que pasó, Rio? -Le deslizaba la punta de los dedos por el cabello, por el rostro, haciendo que cada músculo de su estómago se contrajera fuertemente. Su voz era muy suave. Sus ojos demasiado compasivos.

Rio intentó un encogimiento casual.

– Era una misión, como cualquier otra -No quería hablar acerca de ello. No quería que ella lo viera como lo veían los mayores. Desprovisto de todo orgullo. Vulnerable. Con la vida en sus manos. Su traición… O tal vez fuera la de él. Honestamente no lo sabía.

– No como todas las demás -insistió Rachael-. ¿Qué había de diferente en ésta?

Quería apartarla. Quería cambiar de forma y correr libre en el bosque. Sentía esa necesidad salvaje y fuerte, una afluencia de piel ondeó cuando sus músculos se contrajeron, crujieron y chasquearon.

– Ah no, no lo harás -Rachael le echó los brazos alrededor-. Quédate conmigo. No voy a dejarte escapar. Esto es demasiado importante.

Era ridículo pensar que podía sujetarlo. Su fuerza era enorme, pero lo estaba mirando con sus grandes, líquidos ojos y no podía soportar romperle el corazón. Mejor el de él que el de ella. Trató de encogerse casualmente, lo cual era difícil cuando estaba aferrándose a él como un mono.

– Joshua me dijo que Dave estaba herido. Traté de conseguir información, pero no podía localizar a nadie por la radio. Dos hombres trataron de emboscar a Joshua y no tuve otra opción que acabar con ellos -Apartó la mirada. Ella veía demasiado con esos ojos-. Los maté.

Ella permaneció en silencio, pero deslizó la mano hacia la de él.

– Tuve que llevar a Joshua a través del río y de regreso al pueblo donde podía encontrar ayuda médica. Le cubrí las heridas lo mejor que pude, pero perdió demasiada sangre y necesitaba atención inmediata.

– ¿Qué ocurrió? -Sabía que había mucho más en esa historia que los huesos desnudos que le estaba ofreciendo.

– Thomas y sus hombres nos alcanzaron en el río. Dejé a Josh en un árbol, con la esperanza de poder cruzarlo antes de que Thomas nos alcanzara. No quería correr el riesgo de cruzar el río con sus heridas abiertas. Si me tropezaba podía agarrarse una infección importante -un intento de sonrisa cruzó su cara-. Desafortunadamente, no tenía nada del famoso ungüento verde de Tama para ponerle.

– ¿Así que lo dejaste en el árbol y que te fuiste a hacer?

– Tengo una polea y un cabestrillo que a veces uso con los gatos, especialmente si la corriente es fuerte. Fui a recogerlos, pero apareció Thomas. Herí a un par de sus hombres, forzándolo a que les buscara ayuda médica.

– Pero dejó a alguien atrás.

Rio se sentó y se pasó las manos por el oscuro cabello.

– Un baño suena bien.

Ella le tomó la mano y tiró.

– Vamos entonces. Métete y te lavo, como lo hacías tú conmigo. Se sentía delicioso.

Rio se estiró y caminó descalzo a través del pequeño armario que comunicaba con el baño. No iba a decirle a Rachael que prefería la jungla. Después de su actuación del amanecer, podría pensar que era totalmente incivilizado. Cuando regresó, Rachael le estaba haciendo café.

– Me estás malcriando.

– Eso espero -Ella frunció el ceño ante las marcas de su cuerpo-. ¿Sanguijuelas? ¿Acaso esas pequeñas cosas desagradables se las arreglaron para atraparte nuevamente?

– Estaba tendido en el pantano, lamentándome por el disparo. Se ven atraídas por el calor corporal.

Ella le sonrió y lo empujo hacia la bañera.

– Bueno, ambos sabemos que tienes calor de sobra.

Se hundió en la humeante agua. Las manos enjabonadas de ella se posaron en sus hombros, deslizándose mientras le masajeaba aliviándolo de los dolores.

– Rio, dime que pasó, que te disgustó.

Estaba de pie detrás de él, las manos haciendo magia en sus doloridos músculos. Era mucho más fácil hablar sobre ello cuando no estaba de frente a ella.

– Lo llevé de regreso al pueblo. Fue una larga y difícil jornada, llevando a Josh en andas. La mitad del tiempo temía que estuviera muerto y la otra mitad sabía que le estaba haciendo daño. No tenía tiempo de cambiarme de ropa así que tuve que andar desnudo entre los arbustos.

– De ahí provienen todos los arañazos y cortes. ¿Por qué cambiaste de forma? -Mantuvo un tono de curiosidad en su voz, cuidando de no sonar como que lo juzgaba o acusaba.

– Para poder cruzar el río antes de que el hombre que habían dejado atrás descubriera a Joshua.

Rachael continuó amasando los apretados músculos de sus hombros. Había matado a un tercer hombre y herido a otros. Había sido una mala noche. Permaneció en silencio, inclinándose hacia abajo para depositar un beso en la parte de arriba de su cabeza.

– No sé lo que pasó, Rachael. Creo que estaba cansado. No me importa lo que los mayores piensen de mí. Rompí nuestras reglas a sabiendas. Acepté las consecuencias. Vivo en el destierro y nunca me ha hecho sentir menos humano.

Las manos se detuvieron sobre los hombros. Algo atemorizador burbujeó en el fondo de su estómago.

– ¿Llevaste a Josh a su casa y te dijeron algo mezquino?

– No me hablan. No me miran. Estoy muerto para ellos. Si de casualidad miran en mi dirección, miran a través de mí. Si hubiera hablado, si hubiera tratado de decirles lo que le pasó a Joshua, no me hubieran escuchado.

– Esos malditos bastardos -siseó.

Su juramento lo sorprendió. No sólo porque maldijera sino por su elección de exclamaciones.

– Eso no me suena sudamericano -Giró la cabeza para mirarla, con una pequeña sonrisa en el rostro debida a que ella era capaz de aliviar el aguijón del rechazo de los mayores con unas pocas palabras adecuadas.

– Acudí al instituto un año en Inglaterra. Te sorprenderías de las cosas que aprendes -dijo y le frotó champú en el cabello un poco demasiado vigorosamente-. Quisiera tener la oportunidad de conocer a estos sabios mayores tuyos. Codiciosos pequeños buitres que mantienen sus manos limpias mientras tú haces todo el trabajo de riesgo. ¿Qué hay de los hombres con los que trabajas?

Si lo frotaba un poco más fuerte le iba a arrancar el cuero cabelludo.

– La mayoría vive lejos del pueblo y por supuesto que hablamos. Viste a Drake. Es mejor para ellos si no se dan cuanta de que somos amigos porque técnicamente están rompiendo las reglas. Supongo que si los mayores no pueden verlo, no pueden molestarse.

– Bastardos santurrones.

La tomó gentilmente por la muñeca.

– Me estás dejando pelado, Sestrilla. No puedo darme el lujo de perder el cabello. Tengo una mujer ahora y es muy exigente acerca de ciertos aspectos.

Le dio un manotazo en la parte de arriba de la cabeza con la palma de la mano. Burbujas de jabón volaron por todos lados, haciéndola reír.

– No soy para nada exigente. Es sólo que estos idiotas mayores…

– Sabios Mayores -la corrigió y rápidamente se hundió debajo del agua antes de que pudiera pegarle otra vez. Se quedó sumergido mientras le aclaraba el champú del cabello. Cuando salió, ella hizo un sonido de completo disgusto.

– No sé quien les dio ese título. Lo más probable es que se lo dieran ellos mismos. En cualquier caso ¿me estás diciendo que cargaste a ese hombre a través de millas de bosque y esos hombres ni siquiera te dieron las gracias?

– Normalmente no me molesta. Realmente. Pero estar allí parado con la sangre de Joshua sobre mi y los pies doliéndome como la puta madre, me hizo sentir como un niño otra vez. Me sentí avergonzado de mis acciones, mi falta de control, la terrible cosa que habita dentro de mi no perdonará a los que mataron a mi madre. Y no estaba seguro de que yo pudiera perdonarlos y todavía no lo estoy. Ni uno de ellos jamás me dijo que lamentara su muerte. Me sentí como si la llorara solo. Sentí rabia y sentí vergüenza. Maldita sea, Rachael, odié eso.

– Ellos son los que deberían sentirse avergonzados por no perdonar -Había un feroz instinto protector brotando de ella-. No saben la diferencia entre el bien el mal. No son muy sabios.

– ¿Y tú lo eres? -Enarcó una ceja hacia ella.

Afuera los pájaros chillaron y varios monos gritaron una advertencia. Rio se puso de pie, chorreando agua. Giró la cabeza hacia la puerta en estado de alerta, tomando la toalla que ella le tendía.

– Necesitas ponerte la ropa, Rachael -dijo Rio- vienen visitas y vienen rápido.

– Pensé que habías dicho que no necesitaba ropa y que debía superar mis inhibidas costumbres civilizadas.

Su voz jugaba con los sentidos, le susurraba sobre la piel como un guante de seda. Ella hacía que vivir la vida valiera la pena. La cogió por el cabello suavemente, tiró de su cabeza y apretó la boca contra la suya. Instantáneamente volvió a sentirse vorazmente hambriento.

– Me estás matando, Sestrilla. No voy a lograr sobrevivir. No creo tener tanta vitalidad.

Ella se río suavemente y lo abrazó, sosteniéndolo contra ella como si fuera la cosa más preciada del mundo. Le desperdigó besos por toda la cara.

– Lo haces bien. Necesito empezar a cocinar para ti, para darte fuerzas.

Él no pudo evitar que sus errantes manos se deslizaran hacia abajo por su espalda, moldeando la curva de sus caderas, ahuecando su trasero desnudo. Rio se permitió a si mismo el lujo de enterrar la cara contra el suave cuello. El amor lo llenó, floreció en él, una marea que no podía contener, pero no pudo encontrar las palabras para decirlo sin ahogarse. La sostuvo, sintiéndola viva, cálida y real en sus brazos.

– Maldición, Rachael -La voz le salió áspera mientras la apartaba, sosteniéndola a la distancia de un brazo-. Me estás convirtiendo en un caniche.

Toda su cara se iluminó, sus oscuros ojos riendo, su sinuosa boca suave y bella. Anhelaba besarla otra vez, pero en cambio le arrojó un par de tejanos.

– Deja de reírte de mí y vístete.

– ¿Un caniche? ¿Alguna vez has visto a un caniche? -Se peinó con los dedos sonriéndole-. Yo tengo el cabello como uno, tal vez podamos formar una pareja -La luz del sol se derramaba a su alrededor, suaves rayos que apenas se filtraban a través de la canopia pero lograban encontrarla, eran atraídos por ella de la misma forma que él. Se veía radiante, llena de alegría.

La noche anterior había estado tan lleno de dolor, vergüenza y furia. Con unas pocas horas de felicidad, ella había sacudido su mundo, lo había cambiado para que sólo pudiera sentir regocijo, risa y un placer paradisíaco.

– Me estás tentando, mujer, y voy a tirarte nuevamente en la cama.

Ella enarcó una ceja.

– Dudo estar en ningún peligro cuando recién te estabas quejando acerca de tu vitalidad. Macho cobarde.

Le hizo una zancadilla, tirándola nuevamente sobre el colchón, y arrojándose encima. Ella se estaba riendo tanto que apenas podía respirar. Presionó su erección contra ella, frotándose hacia atrás y hacia delante para mostrarle lo que significaba la vitalidad. Rachael no pareció muy impresionada, siguió riéndose hasta que la detuvo con sus besos.

El whoop, whoop de advertencia de los pájaros justo afuera en la baranda del porche lo forzó a dejar la tentación de su cuerpo. Ella se quedó tendida en la cama, la risa desvaneciéndose a una sonrisa mientras lo miraba. Algo en esa misteriosa, femenina sonrisa hizo que el corazón le retumbara en el pecho.

Deliberadamente ella empezó a subirse los tejanos lentamente sobre las piernas desnudas, contoneándose para subirlos por las caderas y el trasero desnudo. Los dejo abiertos exponiendo el triangulo de pequeños rizos negros. Se quedo de pie allí con los pechos desnudos irguiéndose hacia el en una invitación.

– No puedo encontrar mi camisa.

El tenía la boca seca.

– Tú, desvergonzada buscona. Me estas provocando deliberadamente -Estrujó con los dedos la tela de la camisa, bebiéndosela con la mirada.

– ¿Está funcionando?

– Maldita sea, claro que si. Ponte la camisa antes de que escandalicemos al pobre Kim.

Rachael pareció alarmada.

– ¿Kim? ¿El guía? -Estiró la mano para tomar la camisa.

La retuvo contra su pecho.

– Ven a buscarla.

Rachael fue sin dudarlo, deslizó un brazo alrededor de su cuello, presionando los senos contra el pecho de él mientras le metía la otra mano entre las piernas y comenzaba a acariciarlo, danzando y ahuecando justo a través de la tela de los tejanos. Tenía los labios en su cuello, la lengua rodando en una pequeña y deliberada caricia. Rio se frotó contra la mano, deseándola otra vez con tal urgencia que era como si nunca le hubiera hecho el amor. O como si su cuerpo recordara cada mágico momento y estuviera obsesionado.

Franz tosió una advertencia. Rio gimió y la envolvió en la camisa, abrochándola rápidamente. Era lo único sensato que podía hacer. Descalzo, la llevó con él hacia el porche para esperar a su invitado.

Rachael miró hacia abajo para ver a Kim trepando al árbol. No era tan rápido ni eficiente como Rio, pero era seguro y firme. Se encaramó a las ramas más bajas y subió hasta donde estaban ellos.

– ¿Qué te trae tan lejos de casa? -lo saludó Rio.

– Me envía mi padre con noticias y quería contarles acerca del hombre del grupo de la iglesia que estaba desaparecido -Kim le sonrió a Rachael-. Se ve mucho mejor, Miss Rachael. ¿Cómo esta su pierna?

– Está mucho mejor, Kim. Veo que tú estás bien. Odio admitirlo, y que no se entere tu hermano, pero su ungüento verde funcionó.

Kim asintió seriamente, deseando ser un conspirador.

– Tama es famoso por sus habilidades curativas. Aunque tenía una mala apariencia, ¿verdad? -Intercambió una mirada de entendimiento con ella.

– ¿Qué hombre logró escapar de los bandidos? -preguntó Rachael.

– El llamado Duncan Powell.

Recordaba bien a Duncan. Era muy reservado, pero siempre muy correcto.

– Espero que haya podido escapar a salvo.

– Es lo que ambos necesitan saber. El hombre que escapó por su cuenta de Thomas era uno de tu clase, Rio. Cambió a la forma de un gato y aporreó a un guardia, escapando hacia el bosque. Ninguno de los hombres de Thomas habla de ello, pero dos de los del grupo de la iglesia vieron la sombra del leopardo en las rocas. Dijeron que vieron al guardia desgarrado y que era a causa de un gran gato.

– Los hombres son muy supersticiosos -le explicó Rio a Rachael-. Creen que los gatos más grandes son deidades. Los leopardos son raros en estos bosques, así que ver uno, especialmente atacando a un guardia de noche significa muchas cosas para ellos. Desafortunadamente, también atraerá a los cazadores furtivos. Lo más seguro es que se hable del ataque y el incidente crecerá hasta convertirse en múltiples incidentes y el cotilleo será que tenemos un asesino de hombres en nuestras manos -Rio suspiró y se pasó las manos por el cabello-. Sin embargo madito sea ese idiota. Podría haber salido del campamento sin haber sido visto y nadie hubiera sido noticia

– El guardia lo había golpeado -dijo Kim

Una sonrisa sin humor curvó la boca de Rio.

– Nunca olvidamos, ese es un rasgo de nuestra gente.

– Lo más probable es que venga por aquí -señaló Kim.

– Está muerto -dijo Rio abruptamente-. Trató de matarnos un par de noches atrás, llevé a Rachael a un lugar seguro y lo rastreé. Está muerto. Drake destruyó el cuerpo. ¿Has oído algo sobre la incursión de anoche? Entiendo que Drake fue herido. No he oído nada en la radio. ¿Cuán mal está?

– Perdió mucha sangre y tenía la pierna rota. Lo mandaron volando a un hospital para que lo operaran. Uno de los doctores de tu gente esta intentando reparar el daño. Vivirá, pero no sé si podrán salvarle la pierna.

Rachael colocó una mano en el hombro de Rio cuando lo escuchó jurar en voz baja.

– Es fuerte, Rio.

– Ningún hombre quiere perder la pierna.

Le pasó los dedos por la nuca en un suave masaje.

– No, no quieren. Tengamos esperanzas que no ocurra.

Frotó su rostro contra el brazo de Rio, de forma similar a un gato demostrando afecto.

– Kim, Rio me dijo que un hombre llamado Joshua fue herido anoche también. ¿Has oído algo acerca de él?

– Va a estar en reposo un largo tiempo, pero se recuperara.

– ¿Por qué te mandó tu padre con nosotros? -preguntó Rio abruptamente.

– Hay una gran partida moviéndose a través del bosque, Rio -La cara de Kim era abierta y amistosa, pero había un indicio de sombras en sus ojos-. Un hombre vino a nuestro pueblo buscando el consejo de mi padre. Dijo que necesitaba ayuda, que hacía investigaciones médicas y estaba buscando una variedad de planta para su trabajo. Conocía todas las antiguas tradiciones. Era muy respetuoso y le regaló un arpón a mi padre.

Rio levantó la cabeza. Rachael podía ver su ceño.

– ¿Le dió un arpón a tu padre?

– Era viejo, muy viejo. Y era uno de los nuestros. Afirmó que el arpón había pertenecido a su familia por dos generaciones. Que les fue dado en honor a su abuelo por salvar la vida de un niño, y que si era devuelto, la deuda de honor le sería saldada.

– ¿Ese hombre es un doctor?

Kim negó con la cabeza.

– No lo creo. Creo que no está diciendo la verdad. Solicitó un guía y mi padre mandó a Tama con él y luego me mandó a mí a encontrarte. Mi padre cree que este hombre está buscando a Miss Rachael.

– ¿Por qué pensaría eso? -Preguntó Rachael-. ¿Preguntó por mí?

– Mi padre tuvo una visión. Vió a este hombre parado al lado suyo con un arma en la mano. Me mandó a advertirle a Rio -Kim miró a Rachael-. Veo duda en sus ojos, Miss Rachael. No desmerezca las visiones de mi padre por no haber experimentado tales cosas. Ha mantenido a nuestra gente a salvo por muchos años.

– Es un poderoso hombre de medicina -añadió Rio-. No dejaré que le suceda nada a Rachael, Kim. Gracias por advertirnos. Has andado un largo camino. Entra y bebe algo. Puedo preparar algo para comer.

Kim entro en la casa y miró a través de la habitación hacia la cama destendida. Rachael notó que se ruborizaba. Rio entrelazó los dedos con los de ella y atrajo su mano hacia la boca, mordiéndola gentilmente con los dientes antes de depositar un beso en sus nudillos.

– ¿Este doctor tiene un gran grupo con él?

Kim asintió.

– Muchos hombres. Todos armados. ¿Para que necesitara armas un grupo de investigación? ¿Dónde conseguirían ese tipo de armas recién llegados al país? Debe haber habido un intercambio de dinero, mucho dinero, para que este hombre pudiera tener estas armas a su disposición. Tienen suficientes suministros como para varias semanas. El equipaje es de lo mejor. Quien quiera que sea, tiene dinero y no le importa gastarlo. No hay mujeres con ellos, y eso es una mala señal. Todos los hombres de su grupo son guerreros.

Rio se llevó la mano de Rachael al corazón. Ella no lo miró. Estaba mirando el bosque a través de la puerta. Había añoranza y tristeza en su rostro. Captó el brillo de lágrimas en sus ojos. Rio se presionó la mano más fuerte contra el pecho.

– Esto no cambia nada, Rachael.

– Lo cambia todo. Sabes que es así. Sabes quien es él. Nunca pensé que llegaría tan lejos -Se le ahogó la voz por las lágrimas.

– Rachael, este es mi mundo. Si tengo que…

– ¡No! No te atrevas a tocarlo. No te acerques a él -Había una nota ferozmente protectora en su voz-. No tienes idea de lo que ha sacrificado por mí. Con lo que ha tenido que lidiar toda su vida. No te atrevas a juzgarlo -Rachael se apartó y fue hacia la puerta para pararse en el borde del porche, mirando hacia el bosque.

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