Rio se despertó antes del amanecer. Era su hora favorita del día. Amaba enterrar su cara entre los tibios pechos de Rachael y permanecer allí simplemente escuchando los suaves gritos de los pájaros mañaneros y la continua sinfonía del bosque mientras la apretaba contra él. En esos momentos, justo antes del amanecer, se sentía más vivo, más completo antes de que su hábitat volviera a la vida y se viera sumergido en las exigencias del día. Rachel respiraba tan suavemente, inspiraba y expiraba, cálidamente como dándole la bienvenida, su piel era como una invitación lujuriosa al paraíso. Conocía cada línea, cada hueco. Su cuerpo estaba profundamente grabado en su memoria. Conocía sus formas mejor que ella misma, y conocía todas las formas de complacerla.
Rio sonrió y enterró su cara en el valle que se formaba entre sus pechos para poder inhalar su esencia. Parecía que siempre olía a flores. Estaba seguro que eran los jabones y el shampoo que fabricaba con pétalos y hierbas del bosque. Su lengua se enroscó alrededor de uno de sus pezones, con un movimiento lento y perezoso. La vida era perfecta al amanecer. Aspiró su aroma. Su Rachael. Su mundo. Allí en ese mundo secreto que compartían, con la luz filtrándose a través de las copas de los árboles, Rio encontró la fuerza, la pasión y todo lo que podría necesitar alguna vez para existir y vivir.
Hocicó en su pecho, envolvió su tentador pezón con la lengua por segunda vez y lo atrajo dentro de su boca, succionando suavemente. Rachael se removió, acomodándose para poder alinear mejor su cuerpo con el de él, arqueando la espalda un poco más para ofrecer sus pechos mientras sus brazos treparon por su cabeza para acunarla más cerca de ella. Amaba que reaccionara de esta forma, esa primera, soñolienta oferta que le hacía de su cuerpo. Incluso antes de introducir uno de sus dedos muy dentro de ella para comprobar su disposición, sabía que la encontraría caliente y mojada dándole la bienvenida.
Hacer el amor con Rachael siempre era una aventura. Podían generar tanta ternura juntos como para que asomaran lágrimas a sus ojos, o podían ser tan rudos y salvajes, mostrando una total desinhibición. Rachael arañaría su espalda, hundiéndole las uñas en la carne o lo montaría con salvaje abandono. A veces pasaba una hora solamente haciéndole el amor, dándose un festín con ella. Su cuerpo le era tan familiar, pero igualmente hacía que se sintiera lleno, duro y a punto de reventar por la necesidad de estar adentro de ella, tan ansioso que le dolía el cuerpo. Como si fuera la primera vez. Como todas y cada una de las veces que la tocaba.
Movió las manos por sobre su cuerpo, por esa piel caliente y suave, que lo provocaba y lo tentaba, un placer que apenas podía creer que fuera suyo. Levantó la cara hacia ella, apretando su boca contra la suya, un beso duro, posesivo que les robó el aliento obligándoles a intercambiar el aire mientras el mundo giraba a su alrededor. Su boca estaba caliente y dulce y le era dolorosamente familiar.
Por un momento, allí al amanecer cuando no importaba nada, cuando no tenía que aparentar una veta de civilización, solía permitir que asomara su naturaleza salvaje. Como siempre también se alzaron sus ansias de poseerla, los celos y una negra necesidad predatoria de reclamar a Rachael como suya. La bestia, siempre tan cercana a la superficie, se alzó con él, salvaje y rugiendo por ella, queriéndola con cada fibra de su ser. Su piel ardía mientras comprobaba su aceptación, sus músculos se contrajeron cuando la arrastraba más cerca de él, subiendo su pierna sobre los muslos de ella para ubicarla debajo. A ella nunca le molestaba que la bestia estuviera tan cerca de la superficie, aunque sintiera el roce de la pelambre contra su sensible piel. Siempre lo aceptaba, siempre lo deseaba, siempre le daba la bienvenida.
Ella se río suavemente dentro de su boca mientras la devoraba, se alimentaba de ella, besándola una y otra vez sin refrenarse. La deseaba tanto, quería enterrarse profundamente en su interior pues ese era el lugar donde pertenecía, donde el mundo siempre estaba bien. La envolvió en sus brazos mientras las manos de ella exploraban los músculos de su pecho. Se percibía un toque de posesión en su tacto mientras le deslizaba la mano por el estómago hasta encontrar el largo de su dura erección. Cerró firmemente el puño a su alrededor, haciendo que se sofocara debido a la mezcla de placer y dolor que le proporcionaba
– Quiero saborearte esta mañana -susurró él- apenas puedo esperar para sentir como te retuerces de esa forma que acostumbras hacerlo, con tu puño tirando de mi cabello, pidiéndome más rápido, más rápido, más rápido -le besó la barbilla, la garganta, la suave curva de su pecho.
– Ah si -contestó ella notándose en su voz una nota burlona- y yo que pensaba que esta mañana te iba a volver loco. ¿Podrías imaginarte por un momento que te tomo en la boca? Creo que es mi turno, ya que la última vez fuimos interrumpidos bruscamente.
Sus dedos danzaron por encima de él, de esa forma que sólo Rachael sabía hacer, provocando, acariciando, pequeñas caricias ideadas para volverlo loco. Si lo tomaba en su boca iba a explotar, una fuerte, salvaje erupción que la haría reír, y demandar satisfacción. La conocía tan bien, aunque no del todo. Rachael, su dama, su razón de existir.
Cambió el peso de su cuerpo y la arrastró hasta ubicarla debajo, deslizándole la rodilla entre las piernas con precisión experta, para dejar expuesto su atrayente calor. Se acomodó encima, sobre ella, presionando contra sus caderas abriéndola, anticipando el placer que le proporcionaría. Se alejó de la tentación, deslizándose hacia abajo, con la lengua recorriendo su sexy ombligo, sus dientes raspando su estómago plano. Su cadera presionada contra la de ella, demandando, corrió su pierna hacia un lado.
Rachael gritó, un brutal grito de dolor, alejándose para enroscarse hasta quedar en posición fetal. Su grito hizo que los monos en los árboles empezaran a parlotear y los pájaros a rezongar. Ahogó el sonido rápidamente, aspirando profundamente para retomar el control.
El mundo perfecto de Rio se hizo pedazos.
– ¿Que diablos estoy haciendo? Maldición, Demonios -Gimiendo, rodó lejos de ella hasta quedar tendido de espaldas, cubriéndose el rostro con ambas manos- Lo siento, Rachael, demonios, realmente lo siento. No sé lo que paso. Lo juro, por un minuto, yo era otra persona. O tú eras otra persona, o ambos éramos los mismos pero diferentes de cierta forma. ¡Infierno! Ni siquiera sé lo que estoy diciendo -Retiró las manos de su cara y la miró, con expresión triste- ¿Estás bien?
Para su asombro, Rachael se dio la vuelta, delicadamente, con sumo cuidado, y le hundió los dedos en el cabello.
– No me rompo tan fácilmente Rio. Pude haber dicho que no. Por un momento, yo también sentí que era otra persona. Te conocía íntimamente, te pertenecía y había sido así por un largo tiempo. Me sentí tan cómoda, tan completa. Creo que hubiera sido muy feliz de haber sido esa otra persona, pero mi pierna hizo que volviera a la realidad. Soy yo la que debería disculparse.
– Te asusté.
Le dio un tirón a su cabello y ese gesto fue extrañamente familiar.
– ¿Parezco asustada? Pensé que había cooperado bastante. Me dolió la pierna cuando la moví, de otra forma, hubiera saltado sobre ti.
El rodó hasta ponerse de costado, apoyando la cabeza en una mano.
– ¿Por qué Rachael? ¿Tienes miedo de decirme que no? -Aún no podía controlar su respiración totalmente y su cuerpo estaba duro y deseoso, realmente adolorido. Más que nada quería volver a besarla, quería que su cuerpo le perteneciera. Quería que ella le perteneciera- Se que debes sentirte vulnerable por estar sola conmigo de esta forma, especialmente estando herida, pero te juro, que no suelo imponerme a las mujeres.
– Rio estás siendo tonto. Nos sentimos atraídos físicamente el uno por el otro. Hace días que vengo observando tu cuerpo. ¿Cómo podría no sentirme atraída? Si hubieras tratado de forzarme y yo no hubiera sido receptiva, te hubiera pegado en la cabeza con algo -le sonrió- Y ya sabes que soy muy capaz de eso. Por el momento tengo una herida en la pierna y no puedes darte cuenta pero, tengo algo de entrenamiento en defensa propia. En cierto momento estuviste muy vulnerable cuando estabas… hum… erecto. Teniendo o no la pierna herida, podría habérmelas arreglado para lastimarte.
– Cuando estoy contigo… -Rio luchó para encontrar las palabras adecuadas- Es como si siempre hubiera estado contigo, como si te conociera de siempre, como si estuviera habituado a hacerte el amor. Juro que a veces se me hace difícil ver la diferencia entre lo que es real y lo que es producto de mi imaginación. Es una locura.
Se inclinó hacia ella, cerca, tanto que las puntas de sus senos empujaron contra su pecho. Inmediatamente la sensación se sintió familiar, perfecta.
– Como llegar a casa -Suspiró- No estoy acostumbrado a estar con gente por un período continuo de tiempo, me hace sentir incómodo, pero contigo, no puedo imaginarme el estar sin ti -Le enmarcó la cara con las manos- Te deseo tanto que puedo sentir tu sabor en mi boca. Sé exactamente lo que vas a sentir cuando te penetre -Las puntas de sus dedos resbalaron hacia abajo por su cuello, sobre sus hombros para terminar trazándole el contorno del seno- Conozco tu silueta, cada curva, como si tuviera un mapa en mi mente.
Rachael sabía que se convertía en una persona sin cerebro cuando esas manos recorrían su cuerpo, dándole forma a sus senos, sus dedos deslizándose sobre sus tensos pezones enviando relámpagos a través de su torrente sanguíneo. Pero no era una mujer común a la que se le presentaba una oportunidad para amar. Podía tener una corta aventura, pero luego tenía que seguir adelante, dejarlo. Cada momento que pasaba con él lo ponía en peligro.
Tuvo cuidado de esconder detrás de las pestañas la expresión de sus ojos que denotaba el calor y el fuego que despertaba su toque.
– Me siento diferente. Desde la primera vez que llegué al bosque pluvial. Me siento completamente viva, como si algo dentro de mí tratara de liberarse -y se sentía altamente sexual. Desde que había llegado a esta casa, este lugar, el estar cerca de este hombre, a pesar de la fiebre o quizás debido a la fiebre, hacía que estuviera en un continuo estado de excitación. Ardía por él, pensaba en él noche y día, soñaba con él.
– Rachael, sabes ¿esa marca de nacimiento que tienes allí abajo en tu cadera? Sabía que estaba allí antes de verla. Sé exactamente como te gusta que te acaricien -Se sentó, pasándose la mano por el cabello agitadamente, dejándolo revuelto y salvaje, tan indomable como él mismo- ¿Cómo podía saber ese tipo de cosas?
Ella también sabía lo que le gustaba y lo que le disgustaba íntimamente. A veces sus dedos escocían por la necesidad de recorrer su plano estómago con ellos. Provocando y acariciando, siguiendo con su lengua tras el rastro que dejaban sus dedos hasta que rogara piedad. Conocía la nota exacta que tendría su voz, el áspero dolor en su tono. El sólo pensar en la necesidad y el hambre que denotaría su voz mandaba olas de fuego a través de su cuerpo.
Rio suspiró.
– Deja que le eche una mirada a tu pierna. Entre el gato que saltó sobre ella y yo que te hice daño, probablemente necesite atención -La miró, tenía el oscuro y rizado cabello alborotado alrededor de la cara, los labios apenas separados, casi como una invitación. Sus largas pestañas se levantaron y el se encontró mirándola directamente a los ojos, viendo su necesidad. Notando en ella el mismo ardiente calor que lo estaba quemando tan intensamente. Soltó una maldición ahogada y buscó debajo de la manta hasta alcanzar su tobillo, para destapar la pierna.
Rachael sintió esos dedos sobre la piel. Su agarre tenía un cierto aire de propietario. Con la yema del pulgar le recorría el tobillo adelante y atrás como una pequeña caricia, cada toque enviaba llamas que recorrían su pierna hasta llegar a la unión de sus muslos. Bajo las manos hasta colocarlas sobre su pie, comenzando a aplicarle un lento masaje que la dejo con el corazón en la boca.
– Se ve mucho mejor esta mañana, Rachael. Sin ninguna línea rojiza. Todavía está muy hinchada y las dos perforaciones están supurando otra vez. Voy a quitar las vendas y dejaré las heridas al aire para que se sequen.
Ella puso mala cara.
– Que agradable. Se estropeará la manta.
– Tengo un par de toallas que puedo poner debajo -Sus dedos se apretaron alrededor del pie- Rachael, pienso que pronto saldremos del bosque y que salvaras la pierna, pero dejará una cicatriz. Traté de reparar el daño, pero… -retrocedió, la presión que ejercía al agarrarla era lo suficientemente fuerte para revelar su angustia por la insuficiencia de sus cuidados sin decirlo con palabras.
Rachael se encogió.
– No estaba preocupada por las cicatrices, Rio. Gracias por lo que hiciste. A mi no me importa.
– Ahora no te importa, pero cuando vuelvas a tu mundo, a bailar con un vestido ceñido, podría hacer la diferencia -Se forzó a decirlo, a pensarlo. Al momento la bestia se alzó, peleando por obtener el control, la pelambre amenazando irrumpir a través de la piel. Perversos dientes muy afilados empujando para hacerse lugar en su mandíbula. Hasta sus dedos se curvaron, insinuando la inminente erupción de garras muy afiladas en la punta de los dedos.
– No puedo volver nunca más, Rio -dijo Rachael firmemente- No quiero volver. No hay nada más que muerte esperándome allí. Nunca fui feliz en ese mundo. Me gustaría probar aquí, donde me siento viva, donde me siento cerca de mi madre otra vez. Fueron sus historias las que me hicieron venir a este lugar. Cuando me hablaba del bosque pluvial, me hacía sentir como si estuviera en él, sintiendo sus ruidos, sus olores, su belleza. Sentía como si ya hubiera caminado en él, mucho antes de venir aquí
– Este no es un entretenimiento para llenar la fantasía de una mujer rica -dijo él, parándose abruptamente. Con el mismo descaro casual con que se ponía un par de tejanos- No hay tiendas aquí, Rachael. Hay cobras y animales salvajes que te cazarán y te comerán.
– Alguien se las ingenió para poner una cobra dentro de mi habitación cerrada antes de que viajara por el río -dijo. Era difícil no quedarse mirándolo, no notar el juego de los músculos debajo de su piel. Podía ver las cicatrices que cubrían su cuerpo. Muchas de ellas habían sido obviamente inflingidas por grandes gatos. Pero había otras de cuchillos y balas y otras armas que no podía identificar.
Sacudiendo bruscamente la cabeza, con las manos sobre los botones de sus tejanos, él dijo.
– ¿Estás segura que la cosa no se metió sola en tu habitación, Rachael?
Ella denegó con la cabeza.
– No, la habitación estaba bien cerrada. Me aseguré de ello. Realmente me preparé para este viaje, Rio. Sabía de las víboras y otras criaturas rastreras desagradables y venenosas. Tomé precauciones.
Rio trató de alcanzarla.
– Déjame que te ayude a llegar al baño.
– Creo que puedo hacerlo sola -dijo Rachael.
No prestó atención a su protesta, simplemente la levantó y la acomodo entre sus brazos, yendo a zancadas hacia la pequeña habitación que se usaba para tener un poco de privacidad. Era un método primitivo, pero al menos Rachael tenía algo de privacidad. La dejó a solas mientras el calentaba un poco de agua para hacer café.
Rachael se reclinó contra la pared, sosteniéndose para evitar caerse de cara. Estaba sorprendida por su debilidad. La infección la había dejado temblorosa. No estaba segura de poder cruzar la habitación saltando hasta la cama, mucho menos ir hacia afuera a la baranda como había pensado hacer. Necesitaba un respiro de la encantadora masculinidad indomable de Rio. No tenía forma de combatir su hechizo magnético cuando estaba tan cerca de él. No podía dejar de mirarlo, la forma fluida en que caminaba, la forma en que resaltaban sus trabajados músculos, la tentación que era su boca, el brillo de su vívida mirada, que tan frecuentemente ardía con hambre y necesidad cuando se posaba sobre ella.
Suspiró mientras apartaba la cortina para encontrarlo esperándola. Debería haber sabido que estaría precisamente allí cuando lo necesitara. No importaba lo que estuviera haciendo siempre lo escuchaba todo, lo veía todo, estaba consciente de todo.
Cuando se inclinó para levantarla entre sus brazos, su cara rozó los mechones de revoltosos rizos. Sintió la calidez de su aliento, el calor de su piel, el leve toque de sus labios rozando su sien. Rachael cerró los ojos ante el urgente surgimiento de deseo.
– No puedes hacerme esto, Rio. No soy tan fuerte.
– No puedo evitarlo, Rachael -la acunó contra su pecho desnudo, frotando su barbilla contra la parte superior de su cabeza- Cuando estoy tan cerca de ti, mi cuerpo y mi corazón me dicen que eres mía. Creo que mi cerebro simplemente se desconecta.
Ella le rodeo el cuello con los brazos, pensando que su cerebro podría estar desconectándose también.
– Supongo que esa es una excusa lo suficientemente buena. Estoy dispuesta a usarla si tú lo estas -Levantó la boca hacia la de él, siendo la agresora esta vez, mordiendo su labio inferior, tirando hasta que abrió la boca para ella. Su lengua se enredó con la de él, danzando y provocando, empujando y acariciando. Una combinación perfecta.
El resto del mundo se esfumó hasta que sólo existió el sedoso calor de su boca, la fuerza de sus brazos, la sensación de su pecho desnudo presionado contra ella. Enterró las manos en su cabello y lo sostuvo firmemente por la parte de atrás de su cabeza para evitar que se retirara. Se alimentaron el uno del otro, beso tras beso, tan hambrientos el uno del otro que no podían parar.
Franz aulló. Sólo una vez, pero fue suficiente. Rio se puso rígido, levantó la cabeza, escuchando los sonidos del bosque. Juró por lo bajo y presionó su frente contra la de ella, respirando hondo para recobrar el control.
Los dedos de Rachael se hundieron más profundamente en su cabello.
– ¿Qué pasa? ¿Qué fue lo que oíste? -No le importaba que su respiración fuera irregular. No quería dejar de besarlo, ni ahora, ni nunca. Su cuerpo ya había comenzado a derretirse y quería alivio.
– Escucha. ¿Los sientes hablar? ¿A los pájaros? ¿A los monos? Hasta los insectos están tratando de advertirnos.
Rachael trató de calmar su acelerado corazón, trató de controlar su salvaje respiración para poder escuchar algo. Le tomó algunos minutos separar los sonidos. Extrañamente, podía escuchar notas individuales, podía definir que había una pizca de información.
– ¿Qué significa?
– Alguien se dirige hacia aquí.
– ¿El leopardo? -Su boca se secó. Rio estaba serio. Escuchó nuevamente, poniendo mucha más atención esta vez. Para su asombro, podía sentir la diferencia en las notas que cantaban los pájaros, en la forma en que los insectos entonaban sus melodías más rápidamente. Y los monos se chillaban el uno al otro. Le tomó un momento o dos darse cuenta que los monos también le chillaban a Rio -Te están advirtiendo, deliberadamente.
La depositó en la atestada silla lejos de la puerta.
– Les hago favores, ellos me los devuelven. No es un leopardo, es un humano. Alguien a quien conocen, lo han visto antes- Dejó que las manos se demoraran sobre sus hombros, sobre su nuca, casi ausentemente liberándola de la tensión con un masaje
Rachael tiró de las puntas de la camisa que estaba usando acercándolas, dándose cuenta por primera vez que todos los botones estaban desabrochados. Se estaba volviendo tan indecente como Rio. Dejó que su cabeza cayera hacia atrás hasta apoyarla contra la silla, arqueando la espalda como un gato perezoso, moviéndose un poco para aliviar la presión que se había formado en el núcleo de su cuerpo. Expuesta al aire de la mañana su piel ardía. Miró hacia abajo y por apenas un segundo pensó, que algo corría debajo de la superficie, levantando levemente la piel, apenas lo suficiente para ser notado. Luego se había ido, haciendo que se preguntara si estaba tan necesitada de un hombre al punto de tener alucinaciones.
– Rachael, ¿Cómo se enteró tu madre de la existencia de gente-leopardo en este lugar? -Con reluctancia, Rio retiró la mano de su cuello y se dirigió hacia la ventana retirando la manta para mirar hacia fuera.
– No lo sé. Para mi sus historias eran solo eso, historias. Ni siquiera sé si las recuerdo en su totalidad, Rio. Probablemente rellené los espacios en blanco con mis propias versiones. ¿Acaso importa? ¿Realmente piensas que hay algo de verdad en esas historias? A la luz del día parece un poco tonto creer que un hombre puede ser un leopardo y un hombre a la vez. O una mezcla de ambos. ¿Qué, la cabeza y el torso de un hombre y el resto del cuerpo de un leopardo? -No podía mirarlo sin llevarse la impresión de estar mirando a un peligroso gato. Sin recordar la forma en que su cara había cambiado para transformarse de un guerrero humano a la de un peligroso animal.
– ¿Te parece que no? Aquí en el bosque, parece que cualquier cosa es posible. Tienes que tener una mente abierta si vas a establecer tu hogar aquí -Se mantuvo de espaldas a ella preguntándose como haría para dejarla ir.
Una suave nota, parecida al canto de un ave, llegó a sus oídos. Se dio la vuelta hacia ella.
– Rachael, Kim Pang se está acercando a la casa.
– Eso no es posible, estaba al otro lado del río. Ya estaba lo suficientemente agitado, y con las tormentas y tanta lluvia, no puede haber bajado tan rápido -Algo tan simple como eso y su mundo se había hecho pedazos, ido, y la huída comenzaba nuevamente. Las mentiras. Le ocultó la cara, para que no viera la sombra de lágrimas asomando a sus ojos. Sabía que eventualmente llegaría este día. El hecho de que nunca hubiera querido aceptarlo, que pretendiera que podía encontrar un hogar, la ponía furiosa.
– Kim es capaz de cruzar el río de la misma manera en que yo lo hago -buscó las palabras adecuadas para hacerla entender- Es lo más cercano que tengo a un amigo fuera de mi unidad.
Rachael se encogió.
– No importa. Dame tiempo para vestirme y salir de aquí. Ve a encontrarte con él antes de que llegue aquí.
Algo peligroso se agitó dentro de él.
– No lo creo, Rachael. Ni siquiera puedes caminar con esa pierna. Si tratas de correr por el bosque con esas heridas, créeme, pescarás otra infección rápidamente. Sólo quédate aquí sentada y déjame lidiar con esto.
Los ojos de Rio se habían estrechado hasta formar esa mirada fija, cristalina que ella asociaba con un depredador yendo de cacería. Había un gruñido subyacente en la voz que enviaba una vibración helada a su columna y hacía que el cabello de su nuca se erizara. Rachael apartó la mirada, mordiéndose fuerte para evitar arremeter contra él. Era buena manteniendo una expresión serena en su cara, incluso en los peores momentos, pero todavía tenía problemas para controlar su desbocada lengua. No necesitaba ni quería que le resolviera sus problemas. La gente que se cruzaba en su vida tendía a morirse muy joven. No quería cargar con la culpa de otra muerte ocurrida a su alrededor, muchas gracias. Rachael ardía con una mezcla de enojo y miedo, sintiéndose vulnerable e inútil a causa de la herida de la pierna.
Estaba sorprendida por la intensidad de sus emociones. Hasta sus dedos se curvaron como si quisiera rascar, arañar y marcar algo. O a alguien. La necesidad la quemaba, un descubrimiento sorprendente del que no se sentía muy orgullosa. ¿Qué le estaba pasando? a veces cuando yacía en la cama con la pierna latiendo, había algo que se conmovía dentro de ella, un calor y una necesidad que adjudicaba a su admiración por el cuerpo de Rio.
Rachael pasó una mano por su cabello. Siempre había tenido una normal y saludable energía sexual, pero desde que había llegado, y a pesar de la terrible herida que había sufrido, la necesidad se arrastraba por su cuerpo, un siempre presente e implacable anhelo que se negaba a desaparecer. En medio del dolor y la lucha de vida o muerte, le parecía degradante no poder controlar tal necesidad. Aún peor eran esos tensos y violentos cambios de humor, que la hacían pasar de querer azotar a Rio a querer arrancarle la ropa.
– ¿Rachael? ¿Adonde te has ido?
– Evidentemente, a ningún lugar.
– Voy a decirle a Kim que pase.
– ¿Qué significa eso?
– Es un hombre de la tribu, Rachael. Sabe que estoy en la lista de los bandidos. Me hizo saber quien era y está esperando que le de la señal de que está todo despejado antes de entrar.
– ¿Tienes que darle la señal?
– Si no lo hago, entrará dispuesto a pelear, te lo dije, es un amigo.
– En caso de que no lo hayas notado, necesito ropa. No quiero estar aquí sentada vestida solamente con tu camisa en frente de tus amigos -Mientras hablaba se abrochaba rápidamente el frente de la camisa, ocultando su generoso busto.
Rio no dijo nada acerca del tono peleador de su voz. Simplemente sacó la manta de la cama y la acomodo alrededor de ella.
– El padre de Kim es un hombre de medicina, muy bueno con las hierbas. Me enseñó bastante, pero Kim sabe mucho más que yo. Esperemos que pueda ayudarlos a ambos, a ti y a Fritz.
Cuando no lo miró, Rio se agachó a su lado.
– Rachael, mírame -cuando no respondió la tomó por la barbilla y la forzó a mirarlo. Lo último que esperaba ver era el calor y el fuego brillando en sus oscuros ojos. Lo miraba con un hambre cruda, con tal intensidad que lo hizo gruñir, apoyando la frente en la de ella dijo- No lo hagas. Lo digo en serio, Rachael. No puedes mirarme de esa forma y luego esperar que funcione correctamente.
Tenía el más loco deseo, más bien necesidad, de retorcerse y frotarse contra él, como un felino. Era tal la ola de calor que la abrazaba que sacudió su confianza.
– Si pudiera evitarlo, ¿crees que estaría haciendo tremendo papel de tonta? -En ese momento arañarle los ojos le parecía una mejor alternativa que frotar su cuerpo contra el de él. Le dejó ver eso también.
Su cara estaba a solo unas pulgadas de la suya. Se estaba prendiendo fuego por el solo hecho de tocar su piel, sentía el crepitar de la electricidad que surgía entre ellos. Veía en sus ojos un desafío que no pudo resistir. Rio la agarró por la nuca, ahuecó las manos sobre su cabeza y acercó su boca a la de él. Ella no opuso ninguna resistencia. Instantáneamente se fundió con él. Caliente. Electrizante. Loca por él. Colándose en su piel, envolviéndose alrededor de su corazón, tan apretadamente que la sentía como un guante. Devorándolo tan ansiosamente como él a ella.
Fue solamente a causa de que tuvieron que parar para inhalar algo de aire que encontró la fuerza para levantar la cabeza. Rachael hundió la cara contra su garganta.
– Esta vez fue mi culpa -sus labios se movieron contra su cuello. Rio cerró los ojos al sentir el reverberante fuego que agitaba su cuerpo con fuertes oleadas debido al roce de su suave boca. Tuvo que hacer un esfuerzo para poder respirar. Dudaba que una simple bocanada de aire pudiera hacer que su cerebro volviera a funcionar correctamente.
La suave tonada se escuchó más cerca esta vez.
– Borraste a Kim de mi cabeza, Rachael -le dijo frotando su cara en la masa de gruesos rizos.
– Es asombroso lo bien que sabes besar.
No pudo evitar la tonta sonrisa que se desparramó por todo su rostro.
– ¿Es cierto eso? Me sorprendo a mi mismo -La sonrisa se desvaneció y volvió a tomarla por la barbilla- No te estoy entregando ni traicionando, Rachael. Conozco a Kim. No pondrá en peligro tu vida, por ningún motivo.
– El dinero habla, Rio. Casi todo el mundo tiene un precio.
– Kim vive sencillamente, pero más que eso, tiene un código de honor.
Rachael asintió. No había mucho más que pudiera hacer. Rio tenía razón respecto a que no podía huir corriendo con su pierna herida.
– Respóndele entonces.
Rio no apartó la mirada, pero entonó una melodiosa nota que sonó exactamente como las de los pájaros que estaban afuera llamándose uno al otro justo fuera de las paredes de su hogar.
Ella metió su rebelde y greñudo cabello detrás de la oreja, permitiendo que sus dedos vagaran por su mandíbula, y frotaran sus labios.
– Tengo miedo.
– Lo sé. Puedo sentir el latido de tu corazón -Le recorrió la muñeca, con el pulgar deslizándolo sobre el pulso- No tienes que temer.
– El pagaría mucho dinero para tenerme de vuelta.
– ¿Tu marido?
Ella negó con la cabeza.
– Mi hermano.
Se llevó la mano hacia el corazón como si lo hubiera apuñalado. Casi al mismo tiempo puso una expresión inaccesible. Tomó aire, lo expulsó; había una mirada vigilante en sus ojos, una sospecha que no había estado allí antes.
– Tu hermano.
– No tienes que creerme -Rachael se apartó, se recostó contra la silla y ajustó la manta más apretada a su alrededor. La humedad era alta, aunque soplara el viento. A través de la ventana de la que Rio había sacado la manta podía verse una espesa neblina colándose entre el follaje y las enredaderas que rodeaban la casa- No debería habértelo contado.
– ¿Por qué querría tu hermano mandarte a matar, Rachael?
– Me cansas. Esas cosas pasan, Rio. Quizás no en tu mundo, pero ciertamente si en el mío.
Rio estudió su cara, tratando de ver a través de la máscara que había alzado, lo que estaba pasando por su mente, su cerebro recorriendo las posibilidades. ¿Había encontrado su hogar por accidente, o la habían mandado para asesinarlo? Había tenido un par de oportunidades. Le había dado un arma. Todavía estaba allí, debajo de la almohada. Quizás no se había ocupado de él porque lo necesitaba hasta que su pierna sanara.
Se enderezó lentamente y caminó hacia el escondrijo de las armas que colgaba en la pared. Se colocó una funda con un cuchillo en la pierna y la tapó con sus pantalones. Tenía un segundo cuchillo entre los omóplatos. Se puso la camisa encima y metió una pistola en la pretina de sus pantalones.
– ¿Estás esperando problemas? Pensé que dijiste que Kim Pang era tu amigo.
– Siempre es mejor estar preparado. No me gustan las sorpresas.
– Me di cuenta -respondió seca, preparada para enojarse con él por la grosera reacción ante su admisión. Fue lo mismo que si la hubiera abofeteado. Le había revelado algo que nunca había admitido ante nadie antes y no le creía. Podía asegurarlo debido a su inmediata retirada.
Rio se arrodilló al lado del gato lastimado, sus manos se mostraban increíblemente gentiles al examinar al leopardo. Su corazón le dio un vuelco en el pecho. Tenía la cabeza inclinada hacia Fritz, con una expresión casi tierna mientras le murmuraba suavemente. Tuvo una repentina visión de él acunando a su hijo, mirándolo amorosamente, su dedo pulgar atrapado por la pequeña mano del bebé. De repente levantó la cabeza y la miró sonriendo.
Si fuera posible derretirse, Rachael estaba segura de que lo había hecho. El arqueó la ceja.
– ¿Qué? ¿Por qué me miras así?
– Estoy tratando de descubrir que pasa contigo -respondió Rachael sinceramente. Su cara no era la de un muchacho. Sus rasgos eran duros y afilados. Sus ojos podían tener la frialdad del hielo, incluso asustaban, aún así a veces cuando lo miraba Rachael no podía respirar a causa del deseo que despertaba en ella.
La mano de Rio se inmovilizó sobre el pequeño leopardo. Ella era capaz de sacudirlo con una simple oración. Era aterrador pensar el poder que ya ejercía sobre él, especialmente desde que hacía tanto tiempo que había aceptado el hecho de que siempre viviría solo. Su vida estaba aquí, en el bosque pluvial. Era adonde pertenecía, donde entendía las reglas y vivía ateniéndose a ellas. Estudió su cara. Una misteriosa mujer con un estúpido nombre falso.
La bestia rugió y Rio abrazó el temperamento que se alzaba. No quería ver la expresión de su cara, la mirada que le dirigía con una mezcla de emociones cruzándola, femenina y confundida, una ternura que no podía permitirse.
– Las reglas son diferentes aquí en el bosque pluvial, Rachael. Ten mucho cuidado.
Como siempre lo sorprendió, su risa invadió sus sentidos y estrujó su corazón.
– Si estas tratando de asustarme, Rio, no hay nada que puedas hacer que no haya visto ya. No soy fácil de impresionar o espantar. El día que mi madre murió, cuando tenía nueve años, supe que el mundo no era un lugar seguro y que había gente mala en él -Ondeó una mano como despidiéndolo, de princesa a campesino- Ahórrate tus tácticas aterradoras para Kim Pang, o para cualquier otro al que quieras impresionar.
Rio palmeó por última vez al leopardo, se estiró casualmente para rascar las orejas de Franz, antes de levantarse en toda su estatura, elevándose sobre ella, llenando la habitación con su extraordinaria presencia. Se veía muy incivilizado, completamente salvaje y entre casa en los remotos parajes del bosque. Cuando se movía, ostentaba una gracia fluida que sólo había observado en animales depredadores. Cuando estaba en reposo, estaba francamente, completamente quieto. Era intimidante, pero Rachael nunca lo admitiría.
– Te sorprenderías de lo que puedo hacer -dijo quedamente, y había una suave, amenaza subyacente en su tono.
El corazón de Rachael se salteó un latido, pero mantuvo su expresión serena y apenas arqueó una ceja en respuesta, un gesto en el que había trabajado duro para perfeccionar.
– ¿Sabes lo que pienso, Rio? Creo que eres tú el que está asustado de mí. Creo que no sabes que hacer conmigo.
– Sé lo que me gustaría hacer -esta vez sonó brusco.
– ¿Qué dije para disgustarte?
Rio se paró en frente de ella sintiéndose como si le hubiera caído un árbol encima. Hacía tanto tiempo que había cerrado esa puerta, con sus emociones desnudas, magulladas y sangrantes, y no estaba dispuesto a abrirla para ella o para nadie más. No podía creer que aún lo sacudieran, aquellos ocasionales pantallazos de un pasado que no quería recordar. Una vida diferente. Una persona diferente
Rachael observó como sus manos se cerraban en puños, la única señal de su agitación. Inadvertidamente había tocado un nervio y no tenía ni idea de que era lo que había hecho para provocarlo. Se encogió.
– Tengo un pasado, tú tienes un pasado, ambos estamos buscando una vida distinta. ¿Acaso importa? No tienes que contármelo, Rio. Me gusta quien eres ahora.
– ¿Es esa tu manera sutil de pedirme que me mantenga alejado de tus asuntos?
Ella alzó una mano para recoger el cabello detrás de su cuello, obviamente acostumbrada a llevarlo más largo.
– Estaba tratando de decirte que no importaba. No, no quiero que te entrometas en mi pasado. No debería haberte contado tanto como te conté -Le sonrió porque no pudo evitarlo. Estaba actuando de una manera desacostumbrada, contándole cosas que mejor sería que se callara. No debería haber provocado que se sintiera herido debido a su renuencia a contarle la historia de su vida. Dudaba que se hubiera ocultado en el bosque pluvial si no fuera por algo traumático que le hubiera pasado en su vida. El hacía que deseara contarle todo- Lo siento hice que te sintieras incomodo, Rio. No lo volveré a hacer.
– Maldición, Rachael. ¿Cómo te las arreglas para hacer eso? -En un instante podía enojarse y al siguiente lo desarmaba completamente- Y, a propósito, ¿cómo lograste escaparte de los mosquitos? Sólo uso el tejido porque me molesta el ruido cuando zumban alrededor mío, pero tú tendrías que estar cubierta de picaduras.
– Los mosquitos no me encuentran apetecible como tú. Noté que todos los de mi grupo tenían que usar repelente todo el tiempo. Creo que a los mosquitos no les gusta mi sabor. ¿Te molesta que me dejen en paz?
Él asintió.
– Es un extraño fenómeno. Los mosquitos no molestan a la gente de la tribu. Tu madre sabe las historias de la gente leopardo. ¿Naciste aquí? ¿Es tu madre oriunda de por aquí?
Rachael se echó a reír nuevamente.
– Creí que habíamos estado de acuerdo en no entrometernos en los asuntos del otro y no puedes dejar pasar tres segundos sin preguntarme algo. Estoy empezando a pensar que tienes un doble estándar, Rio.
Una lenta, sonrisa curvó sus labios.
– Puede que tengas razón. Nunca pensé en ello de esa manera.
– Y pensar que todo este tiempo yo estuve convencida que eras un moderno y sensible hombre de la nueva era -bromeó ella.
Franz gruñó, levantándose. Al mismo tiempo, Rio dio un salto para ir a situarse a un lado de la puerta, de esa casi imposible forma que tenía de cubrir grandes distancias. Le hizo señas al gato para que se mantuviera en silencio, sacó su pistola y sencillamente se quedó esperando.