CAPÍTULO 8


– No podemos dejar a ninguna de esas personas con Thomas -contestó Rio con un fuerte resoplido- No creo que tengamos opciones sobre este asunto.

– Esta no va a ser como las otras veces -advirtió Drake-. Siempre optamos por golpear y agarrar para conseguir que se fueran del país mientras nosotros nos diseminábamos por el bosque. El dinero de la recompensa lo cambia todo.

Rachael podía sentir cuatro pares de ojos sobre ella. Mantenía su cara apartada. Debería haber sabido que la recompensa iba a ser muy sustanciosa como para ser ignorada, especialmente en países donde la gente tenía muy poco.

– El dinero habla. Ese es el lema de mi familia. El dinero pavimenta la manera [2].

– El dinero pavimenta la manera -tradujo Rio. Había escuchado la frase antes, pero el origen lo eludía. Miró a Drake, arqueando una ceja a modo de interrogación-. Interesante lema para una familia.

Drake se encogió de hombros y sacudió la cabeza. Estaba seguro de haber leído ese lema antes, quizás en los periódicos, pero no podía recordar nada acerca de ello.

– Si, bueno, tengo una familia interesante. Tarde o temprano, enviarán un representante para sobornar a los oficiales de vuestro gobierno, si no lo han hecho ya. Tendré que dejar el país rápidamente. -Apretó sus dedos alrededor de la pretina del pantalón de Rio. Si iba a permanecer tendido sobre ella para mantenerla quieta mientras Tama embadurnaba su pierna con esa pócima de mal aspecto, bien podría servir para algo. Deliberadamente ella deslizó la punta de los dedos sobre su piel, esperando que fuera un castigo.

– No puedes dejar el país ahora, Missy -Tama negó con la cabeza-. Pregúntale a Rio. Los bandidos cerrarán las fronteras. Tienen espías a todo lo largo del río, a lo largo de las fronteras, en todos lados. La mayoría de la gente les teme y sólo desea que los bandidos los dejen en paz. Con una recompensa tan alta, tendrán más ayuda que de costumbre. Sería mejor esconderse y esperar hasta que pase la tormenta.

Kim asintió con la cabeza mostrándose de acuerdo.

– Mi hermano dice la verdad, Miss Rachael. Hay buenas personas a lo largo del río, pero esa cantidad dinero brindaría prosperidad a un pueblo entero. Sería fácil justificar una cosa tan pequeña como soplar algo de información. Mejor que te mantengas fuera de la vista en el bosque y esperes hasta que crean que falleciste en el río.

Rachael se quedó muy quieta debajo de Rio. Estudió cuidadosamente a los cuatro hombres.

– Supongo que tienes razón Kim. Ese dinero haría prosperar a cualquier aldea. El Gobierno querrá ese dinero. Cualquiera de ustedes podría darle uso también.

La mano de Rio fue hacia su nuca, sus dedos comenzaron un lento masaje como para confortarla cuando ambos sabían que no había ningún consuelo. No con la cantidad de dinero que estaba siendo ofrecida para que la traicionaran.

– No tiene nada que temer de mi gente, Miss Rachael -dijo Kim.

Le sonrío sin mirarlo directamente.

– Sigue diciéndote eso Kim, y tarde o temprano te sentirás desilusionado. La gente que te ama te traicionará por menos que eso. El dinero lo compra todo desde comida, medicamentos y educación hasta la libertad y el poder. La gente se mata una a la otra por cincuenta dólares. Aún por menos de eso. Cualquiera en esta habitación puede anhelar ese dinero, y ¿quien podría culparlos? Soy una extraña para todos ustedes.

Rio se sentó, ajustándole las almohadas a una posición más cómoda.

– Nadie en esta habitación te traicionará Rachael. Drake y yo tenemos precio sobre nuestras cabezas. Si intentáramos traicionarte a cualquiera de los bandidos, nos matarían al vernos. Kim y Tama no necesitan dinero.

Los oscuros ojos de Rachael encontraron la mirada de Rio en abierto desafío.

– Estoy dispuesta a apostar que no tendrías que enfrentarte a ninguno de los bandidos. Si me entregas a un Oficial del Gobierno, probablemente obtengas tu recompensa.

Rio no iba a continuar discutiendo con ella. Y no iba a admitir, ni siquiera ante si mismo, que sus sospechas le molestaban. Mantuvo su mirada firmemente.

– Estoy seguro que tienes razón, Rachael, pero por lo que sabes podría estar requerido por el Gobierno también. Lo dijiste tú misma, que debía estar huyendo de algo sino no me encontraría aquí.

Rachael no podía apartar la mirada de la de Rio. Siempre era directo y enfocado. Siempre intenso. Sentía como si fuera a caer en las profundidades de sus brillantes ojos verdes. Era pura magia negra, un producto del vudú y de las pociones de amor. Era una mujer adulta con un precio por su cabeza. No tenía vuelos de grandeza y no se volvía loca por un hombre sólo porque tuviera un cuerpazo matador.

Inesperadamente Rio se inclinó muy cerca de ella, poniéndole los labios sobre la oreja

– Lo estás haciendo nuevamente. No puedes mirarme de esa forma. Un día de estos te va a meter en problemas.

Drake se aclaró la garganta.

– ¿Por qué demonios alguien ofrecería un millón de dólares para recuperarte?

Rachael continuó mirando a Rio. Sólo veía a Rio. Su cara preocupada, las líneas impresas allí por demasiadas misiones llevadas a cabo, demasiadas decisiones que no había querido tomar. Ojos que se mantenían enfocados con tanta intensidad. Ojos que podían ser tan fríos como el hielo o tan ardientes con un calor tan intenso que ella se prendía fuego. Ojos que eran de un intenso verde en vez del verde amarillento que le había visto tan a menudo.

– Bueno, esa es la cuestión, ¿no? -Murmuró Rachael- ¿Qué fue lo que hice? ¿Qué fue lo que robé? Porque nadie pondría una recompensa tan desmesurada sin una poderosa razón.

– Te olvidas de lo más importante. ¿Qué es lo que sabes? -la corrigió Rio.

Rachael aspiro hondo, apartándose de esa mirada que lo veía todo.

– Pensé que todos ustedes tenían que ir a rescatar a los otros.

– No es tan fácil. Thomas muda continuamente su campamento y a los prisioneros. Tiene túneles en los campos en los que se detiene. Los campos de caña pueden esconder un laberinto de túneles que se extienden por millas -explicó Rio.

– Agujeros de rata -dijo Drake-. Tienen tantos escondrijos que lleva tiempo encontrarlos a todos para determinar su ubicación.

– Y justo cuando los tenemos localizados, los prisioneros son cambiados nuevamente -agregó Rio-. Tenemos que movernos con cuidado, especialmente con Thomas. Drake y Tama pudieron sacar a Kim porque nadie esperaba un intento de rescate tan pronto. Esta serie de tormentas son una de las peores que hemos experimentado en años. La última cosa que se les hubiera ocurrido era que la familia de Kim sabría que algo le había pasado y que iría detrás de él usando a uno de nuestra gente para ayudarlos.

Rachael estaba demasiado agotada para hacer algo más que yacer contra las almohadas y pensar. Odiaba admitirlo, pero la pócima con tan raro color que Kim y Tama habían frotado contra su pierna definitivamente se había llevado la mayor parte del dolor. Miró abajo hacia su pierna y casi se echa a reír. Su pantorrilla y su tobillo estaban todavía muy hinchados, casi al doble de su tamaño habitual y ahora parecía como si estuviera usando una media verde amarronada. Las dos heridas punzantes supuraban continuamente, lo que se añadía al efecto general.

– Precioso -murmuró.

– Eso creo yo -dijo Drake, sonriéndole con su encanto juvenil.

Rio esperó que apareciera el nefasto arranque de celos que parecía ser una maldición que pendía sobre los de su especie, pero sorprendentemente no llegó. Podía sentir como Rachael deslizaba los dedos a lo largo de su espalda, la forma en que inconscientemente se aferraba a la pretina de sus pantalones. Era una cosa tan pequeña, pero la sentía familiar y confortante. Se sentía seguro y a salvo en la relación que mantenían. Rio sonrío y sacudió su cabeza. Tenía que recordarse continuamente a si mismo que no tenía una relación con ella. Se estiró para capturar una de sus manos.

– Te juro, Rachael, que tengo reminiscencias del pasado cuando estoy contigo.

Se miraron el uno al otro, completamente sintonizados en ese momento. Sus sonrisas fueron lentas y genuinas, sonrisas que completaban su entendimiento, llenándolos de calidez a los dos.

Drake se aclaró la garganta para llamar la atención a Rio.

– Y tú siempre pensaste que era un mito. Rachael, querida, no creo que tengas que preocuparte acerca de que alguien te entregue para cobrar el dinero o por ninguna otra cosa. Has llegado a casa, a donde perteneces.

– ¿Tienes idea acerca de que está hablando? -Preguntó Rachael. Pero podía verlo en la cara de Rio. Sabía exactamente de que estaba hablando Drake. Y vio algo más. Sólo durante el más pequeño de los momentos vio esperanza y alegría en los ojos de Rio. Chispeó allí por un momento y fue rápidamente cubierta- Si, lo sabes.

– Drake tiene una fijación con las antiguas leyendas. Cree en cuentos de hadas. Yo no -contestó Rio con sequedad.

Drake lo codeó.

– Pero estás comenzando a hacerlo. ¿Qué hay acerca de Maggie y Brandt? ¿Son ellos un mito? Es sólo que no quieres admitir cuando te equivocas -Volvió su atención hacia Rachael-. Rio es obstinado. Nadie nunca ha podido hacer nada acerca de esto. Buena suerte es lo único que te voy a decir.

Rio gruñó.

– No le creas, Rachael. Siempre tiene algo más que decir. Si tenemos suerte en esta ocasión se callará, pero no creo que vaya a ocurrir así.

Kim y Tama asintieron con la cabeza mostrando que estaban de acuerdo, riendo sin disimulo mientras lo hacían.

Rachael era muy conciente del pulgar de Rio que se deslizaba íntimamente sobre su muñeca.

– ¿Es eso cierto, Drake?

– Mentiras, todas mentiras -denegó, agarrándose el corazón-. Y se llaman a ellos mismos mis amigos. Arriesgo mi vida por ellos y así es como me pagan.

– Pobrecito -se conmiseró, tratando de no reírse. Drake y Rio eran tan poderosos, tenían el aspecto de machos dominantes, y aún así en ese momento parecían dos muchachos riéndose de una tonta broma juntos. Rachael tenía toda clase de preguntas, pero las dejó de lado hasta que pudiera estar a solas con Rio.

– Rachael está cansada -dijo Rio- Deberíamos dejarla descansar mientras decidimos que vamos a hacer para encontrar el grupo de benefactores que desapareció. -Vio que ella súbitamente fruncía el ceño y se corrigió apresuradamente-. Víctimas raptadas.

Drake se echó a reír nuevamente.

– Siempre me pregunté que podría hacer que actuaras correctamente. Ahora me doy cuenta que no era el “que” sino el “quien”.

Rachael observó salir a los cuatro hombres dirigiéndose al porche, dejándola con Fritz. Cerraron la puerta, pero podía oír el suave sonido de sus voces. De alguna forma era reconfortante oírlos mientras pasaba de la vigilia al sueño. La lluvia caía intermitentemente. Se podía escuchar el murmullo del viento entre los árboles, el ondear de las hojas y el continuo sonido de los insectos y los pájaros, de la manada de monos charlando entre ellos mientras se desplazaban por las ramas. Los sonidos se metían dentro de sus sueños, familiares y tranquilizantes. La humedad nunca era opresiva, pero intensificaba sus sentidos, haciendo que fuera conciente de las curvas de su cuerpo, de sus terminaciones nerviosas, de su sexualidad. Sentía gotas de sudor corriendo por el valle entre sus senos.

Rachael cerró los ojos y se imaginó que Rio estaba allí, inclinando la oscura cabeza sobre su cuerpo, la lengua recorriendo sus hinchados senos, enviando un escalofrío a su espina dorsal. Su cuerpo se estremecía con anticipación. Cuando la miraba se le atoraba el aire en la garganta. Había tanto amor allí. Tanta devoción. Sentía que las lágrimas subían a sus ojos. Lo conocía tan bien, cada expresión, cada línea. Podía decir cuando estaba cansado o contento o enojado. Envolvió los brazos alrededor de él, lo sostuvo contra ella mientras escuchaban el viento y la lluvia golpeando suavemente la ventana.

Rio dio un golpecito en la ventana, deseando haber corrido la sábana para poder observar a Rachael. Estaba seguro de que se había quedado dormida enseguida. Su pierna se estaba curando, pero muy lentamente. Consideraba que habían sido afortunados de que no hubiera perdido la pierna.

– Tama, gracias por mezclar las hiervas para curar la pierna de Rachael. Estaba preocupado de no ser capaz de salvársela. Hubo un momento en el que estuvo muy enferma.

– Conoces la mayoría de las plantas curativas -respondió Tama-. Ésta es una mezcla que usa mi padre cuando debemos curar rápidamente sin provocar mucho dolor para poder viajar a través del bosque y lo ríos. El río puede ser peligroso para las heridas abiertas. Esto pone un sellador sobre la herida para prevenir que los parásitos o las bacterias se instalen debajo de la piel.

– No te preocupes Rio, me aseguré de dejar las heridas abiertas libres para que pudieran supurar -agregó Kim- ¿Vas a contarnos cómo pasó esto?

– Para no mencionar, que tú también te ves bastante mal -apuntó Drake

Rio puso su mano sobre la ventana, separando sus dedos como si pudiera tocarla. Sintió que lo llamaba. No hubo ningún sonido, pero sabía que ella estaba en su mente, quizás en su piel, tratando de alcanzarlo, separados solamente por una delgada pared.

– Recibí un par de golpes menores cuando rescatábamos a nuestra última víctima, nada importante. Y tuve un pequeño encuentro con el leopardo. Si se topan con alguien dañado por un gran gato, háganmelo saber. Tiene que haber acudido a algún lugar para hacerse curar.

– ¿Piensas que estaba detrás de ti o detrás de la mujer?

– Al principio pensé que había sido enviado a por mí. Definitivamente estaba siguiendo un rastro, pero ahora pienso que tal vez siempre estuvo detrás de Rachael.

– ¿Por la recompensa?

Rio tamborileo sus dedos contra la ventana.

– No creo que intentara sacarla de aquí. Pienso que estaba tratando de matarla.

Drake hizo una mueca de dolor.

– ¿Uno de los nuestros? No matamos mujeres, Rio, especialmente una de nuestras mujeres y ella lo es. Sabes que es una de las nuestras.

– En este momento no estoy seguro de nada -Rio se recostó contra la baranda y miró a sus amigos-. Desde que llegó estoy en un perpetuo estado de confusión -Sonrió un poco avergonzado.

– ¿Quién es ella Rio? ¿De donde vino? -Preguntó Drake

Rio se encogió de hombros.

– No lo sé. No habla mucho acerca de ella misma -Se frotó las manos y miró hacia fuera al oscuro interior del bosque-. La recuerdo. Lo recuerdo todo acerca de ella. A veces cuando estamos juntos, no puedo distinguir la diferencia entre el pasado y el presente.

– ¿Te recuerda?

– Creo que a veces lo hace. Lo veo en sus ojos. Y admite estar tan confundida como yo -Rio se pasó ambas manos por el cabello-. ¿Qué has averiguado, Kim? ¿Alguien en el campamento te dio alguna información acerca de ella?

– Lo siento, Rio. Quieren ese dinero y darán vuelta el bosque para encontrarla. Quienquiera que sea que está ofreciendo la recompensa está desesperado por encontrarla.

– Dijo que la querían muerta -admitió Rio- Pero nada más. No dijo por qué y obviamente cree que continuaran viniendo.

– Cualquier persona que ofrezca un millón de dólares está hablando en serio -concluyó Drake.

Kim negó con la cabeza.

– Muerta no, Rio. No están tratando de matarla. Si la hieren de cualquier manera no podrán cobrar la recompensa. Escuché a Thomas hablando con sus hombres. Lo repitió muchas veces. No deben lastimarla.

El viento soplaba constantemente a través de las hojas, haciendo que pasaran de un verde oscuro a un plateado oscuro cuando los difusos rayos de sol se abrían paso a través del dosel de hojas. Rio se enderezó desde donde había estado reclinado contra la baranda, paseó despreocupadamente a lo largo del porche antes de regresar a pararse en frente de Kim.

– ¿Estás seguro de eso?

Kim asintió.

– Thomas dijo que no debían dañarla porque sino no cobrarían el dinero. Fue firme al respecto.

– Rachael dijo que estaban tratando de matarla. ¿Podría estar equivocada? Dijo que habían introducido una cobra en su habitación justo antes de que fuera río arriba. Y dejó los Estados Unidos con documentos falsos para poder desaparecer debido a que alguien la quería muerta.

– ¿Piensas que te está mintiendo? -preguntó Drake

Rio se paseó por segunda vez, dándole vueltas a la idea en su mente. Finalmente negó con la cabeza.

– Creo que está convencida de que alguien está tratando de matarla. Y no entra en pánico fácilmente, así que no es a causa de la histeria. Si Rachael dice que alguien la quiere muerta, tengo que creerla. Es posible que estemos tratando con dos facciones distintas. Una persona que está dispuesta a pagar una enorme cantidad de dinero para mantenerla a salvo. Está armando un escándalo público, acudiendo al Gobierno para demandar que la encuentren, y alguien más. Alguien mucho más discreto que está trabajando para silenciarla. Esa otra persona esta contratando asesinos para asegurarse de que no hable.

– Eso son conjeturas, Rio -dijo Drake.

– Sé que lo son, pero es posible. Creo en ella cuando me dice que están tratando de matarla. ¿Por qué una mujer como Rachael querría desaparecer en el bosque pluvial?

– Está cerca del Han Vol Dan, Rio. Lo sentiste tan profundamente como yo. Está muy cerca. Quizás atrae a nuestra gente de regreso al bosque.

– Tal vez. Le pregunté si había oído esas palabras antes y no podía recordarlo. Dijo que no le eran desconocidas, aunque no tenía un conocimiento concreto de las mismas.

– Eso complica las cosas -dijo Drake-. Son tiempos peligrosos para todos. Me voy de aquí esta noche. No me atrevo a quedarme por aquí cuando ella está tan cerca.

– ¿Lo sentiste, Kim? ¿Tama? -

Preguntó Rio con curiosidad-. Han estado cerca de nuestra gente por muchos años. Prácticamente crecí con ustedes.

– Nunca estuve cerca de nadie en el transcurso del Han Vol Dan -admitió Kim- Escuché sobre eso, por supuesto. Nuestros mayores hablan de ese tipo de cosas, pero que yo sepa, nadie aparte de tu gente ha sido testigo de un evento semejante. Miró a su hermano buscando confirmación.

– No conozco a nadie -dijo Tama-. Pero si sentí el tirón en la mujer. Pensé que era por estar tan próximo a ella. Es muy sensual.

Rio hizo una mueca, pero estaba acostumbrado a la manera abierta, a la naturaleza directa de sus amigos. Sintió que se le revolvía el estómago, una segura señal de peligro.

– Si lo es, al menos a mi me lo parece. Es mejor si todos ustedes se van hasta que el momento pase. Drake tiene razón. Es peligroso para todos nosotros.

– Dejaré la radio, Rio. Podemos hacer guardia alrededor, coger el rastro, y cuando tengamos algo, te lo haremos saber. No serás capaz de dejarla a no ser que esto pase.

– Seguiremos con la misión de la misma forma que lo hacemos siempre -objetó Rio-. Si empezamos a cambiar las cosas, alguien va a resultar muerto. Ni bien descubran algo háganmelo saber y estaré allí.

Kim y Tama se levantaron al mismo tiempo como si se hubieran puesto de acuerdo silenciosamente. Drake pasó del porche hacia una rama ancha.

– Dale mis saludos a tu padre, Kim -dijo Rio- Que toda la magia del bosque este con ustedes y que la fortuna sea su compañera mientras dure el viaje.

– Buena caza para ti siempre -respondió Tama.

– Mantente alerta, Rio -añadió Drake mientras los dos hombres de la tribu descendían cuidadosamente al suelo del bosque- Haré trascender la noticia acerca del leopardo, pero sabes que volverá si está bajo contrato. Está arraigado en nosotros el nunca detenernos. Tendrás que matarlo.

– Maldición, Drake, ¿Crees que no lo sé?

– Te conozco. Solo quería que cuides tus espaldas.

Rio asintió.

– No tienes que preocuparte por mí. Saluda a los otros de mi parte.

– ¿Traerás pronto a Rachael para que conozca a todo el mundo?

– Quiero darle tiempo para que se adapte. Tiempo para que los dos nos adaptemos -Rio dudó-. No estoy acostumbrado a estar rodeado de gente por más de un par de horas cada vez. Incluso dentro de la unidad, trabajo solo. No sé si puedo hacer entrar a alguien en mi vida y lograr que funcione.

Drake sonrió, pero no había humor tocando sus ojos.

– Sería el último hombre en decirte como lograrlo, pero te deseo la mejor de las suertes -Empezó a bajar por la rama del árbol, luego se dio la vuelta-. No dejes pasar la ocasión, Rio. No cuando se te brinda de esta forma. La mayoría de nosotros jamás tendremos una oportunidad así.

Rio asintió y observó a los tres hombres desaparecer en las sombras del bosque. Se quedó de pie allí por un largo rato respirando el aire fresco y limpio, la fragancia de las flores y la lluvia. Por hábito levantó la cabeza y olfateó el aire, percibiendo el aroma del viento. Confiaba en sus propias habilidades para obtener advertencias por adelantado de la posible existencia de un peligro inminente, pero los animales de su territorio siempre lo ayudaban.

Tosió, una serie de gruñidos, enviando un aviso para que fuera transportado cerca y lejos, desde la más pequeña criatura del suelo del bosque hasta las abejas que construían sus panales gigantes en lo alto de la cubierta forestal. Sintió alas batiéndose sobre su cabeza, un orangután moviéndose lentamente a través de las ramas buscando las hojas que mejor sabían y mariposas que revoloteaban sobre la aglomeración de flores sobre los troncos de los árboles. Cada uno se ocupaba de sus propios asuntos, despreocupadamente cuando no había intrusos en su dominio.

Rio abrió la puerta. Al instante el viento invadió su casa, formando un remolino y haciendo bailar el tejido mosquitero. Rachael yacía dormida, su cabello negro desparramado sobre la almohada. El viento tironeaba y jugaba con sus sedosas hebras haciendo que su cabello se moviera, llamándolo. Cerró la puerta y se resistió a la tentación de acostarse al lado de ella. Si tenía que volver a ponerse en acción nuevamente tan pronto, tenía que limpiar sus armas y asegurase de tener equipo de emergencia dispuesto en cada ruta de escape.


Rachael comió muy poco y se quedó callada, amasando la piel de Fritz mientras observaba a Rio trabajar. Tenía más armas y más cuchillos que nadie que hubiera conocido antes, y estaba familiarizada con las armas. Las limpiaba con el mismo tipo de cuidado con el que curaba una herida, meticulosamente y con determinación, sin omitir ni un pequeño detalle. Lo observó mientras tomaba varios juegos de ropa y pequeños equipos médicos junto con algunas de las armas y ponía todo en paquetes impermeables

– ¿Qué estás haciendo con eso? -Finalmente le había ganado la curiosidad. Rachael se sentía cómoda con los silencios y estando a solas, pero no tanto como Rio. Parecía que él estaba perfectamente bien pasando horas sin decir una sola palabra.

Rio miró hacia arriba y parpadeó, como si recién se diera cuenta de que estaba allí. Pero a decir verdad había sido consciente de cada movimiento que había hecho. Estaba casi hipnotizado por la vista de sus dedos amasando la piel del gato.

– Distribuyo los paquetes a lo largo de mis vías de escape para el caso de que me quede sin municiones, armas o necesite suministros médicos. Puede ser muy útil.

– ¿Y la ropa?

– Me viene bien si necesito cambiarme -respondió elocuentemente.

– Ya veo. ¿Me vas a decir por qué tu amigo Drake actúa tan extrañamente con los gatos y por qué no te molestó? Por un momento, temí, que repentinamente fuera a tener un estallido violento. Me pareció que tú estabas esperando lo mismo.

– Drake ha vivido la mayor parte de su vida en el bosque. Somos muy primitivos aquí. Reaccionamos a la naturaleza; suena un poquito raro, pero si pasas aquí el tiempo suficiente, lo entenderás -sus manos se detuvieron sobre el cuchillo que estaba afilando-. Deseo que te quedes por mucho tiempo, Rachael.

Su mirada era directa como siempre. Rachael no podría haber apartado la suya aunque su vida hubiera dependido de ello. Su voz era tan baja que apenas lo oía. Por un momento no pudo respirar, su pecho estaba oprimido con una mezcla de esperanza y miedo. Casi suelta lo primero que le vino a la mente. Quería quedarse… necesitaba quedarse. Nunca había deseado a un hombre de la manera que lo deseaba a él. Pero la muerte estaba lista para saltarle en la cabeza y no iba a fijarse quien se encontraba en la misma vecindad.

– Conmigo, Rachael. Quiero que te quedes aquí conmigo.

– Sabes que no puedo, Rio. Sabes porque -Sus dedos se curvaron tan apretadamente sobre la piel del leopardo nublado, que Fritz levantó la cabeza y la miró curvando los labios.

– Entonces al menos quieres quedarte aquí conmigo. Si pudieras, ¿Querrías estar conmigo? -Ella le pertenecía. Lo sabía con cada aliento que tomaba. Lo sabía con cada fibra de su ser. ¿Cómo podría ella no saberlo? ¿No sentirlo? Estaba tan claro para él.

Rachael retiró la mano que tenía sobre el gato y arrastró la manta hasta su barbilla. Era una pequeña protección, pero la hacía sentir más controlada. Rio se paró de esa forma perezosa y lánguida con que solía moverse, la que siempre le recordaba a un felino. Sin dudarlo se acostó al lado de ella, acomodando su cuerpo alrededor del de ella, con cuidado de no tocarle la pierna.

La manta estaba entre los dos, pero Rachael sentía bien su cuerpo a través del fino tejido. Cuando tomo aire, recogió su aroma en los pulmones.

– No me conoces más de lo que yo te conozco a ti. No podemos simplemente pretender que no tenemos pasados Rio, por más que nos gustara hacerlo de esa forma. No soy la mujer que pareces recordar de tus sueños, y tú no puedes ser el hombre que yo recuerdo. Esas cosas nunca son reales.

Los dedos de él se enredaron en su cabello.

– ¿Cómo sabes que no son reales? ¿Cómo sabes que no estuvimos juntos en una vida pasada? Tu cabello se sentía exactamente así, pero lo tenías más largo, hasta la cintura. Cuando lo trenzabas, la trenza era tan gruesa como mi antebrazo. Conozco el sonido de tu risa, Rachael, pero más importante aún, sé lo que te hacer reír. Sé lo que te provoca tristeza. Sé que sientes aversión por los monos. ¿Cómo podría saber eso? -Envolvió sus rulos alrededor de los dedos y enterró la cara contra la sedosa masa.

– Debo haber dicho algo, quizás cuando tenía esa fiebre tan alta. Probablemente divagaba como una loca.

– Justamente lo opuesto. La mayor parte del tiempo, estabas tan callada, que me asustabas. A veces apenas respirabas.

Ella se rió quedamente.

– Tenía miedo que me estuvieras dando el suero de la verdad.

– Para poder conducir mi interrogatorio -levantó la cabeza, sus ojos verdes ardiendo en los de ella- ¿Me tienes miedo, Rachael? ¿Tienes miedo de que te traicione por dinero?

Ella estudió su cara rasgo por rasgo y se encontró sacudiendo la cabeza antes de poder evitarlo.

– No, no tengo miedo de eso.

– Entonces habla conmigo. Dime quien eres.

Levantó una mano hacia su cara, trazó las pequeñas líneas alrededor de su boca.

– Tú dime quien eres, Rio. Déjame conocerte antes de que me hagas preguntas acerca de mí. Veo sufrimiento en tu cara. Has visto la traición, conoces lo que es. Y viniste aquí por una razón. Dime cual es. ¿Por qué tienes que vivir en este lugar?

– Elegí vivir aquí, Rachael, no tengo que hacerlo. Hay una diferencia.

– Has estado aquí por algún tiempo. ¿Kim y Tama viven lejos de otra gente? ¿Lo hace Drake?

– No, Kim y Tama viven en la aldea. La mayor parte del tiempo si su gente se muda, la aldea entera se muda. Todavía tienen moradas cuando viajan. Drake vive cerca de una aldea para nuestra gente.

– ¿Quién es tu gente, Rio? ¿Por qué no quieres estar cerca de ellos?

– Siempre me siento más feliz cuando estoy solo. No me preocupa llevar una vida solitaria.

Rachael sonrió y se acurrucó más contra la almohada.

– No estás dispuesto a contarme nada acerca de ti mismo. Incluso en la amistad se trata de dar y recibir, tiene que haber confianza entre dos personas. No existe eso entre nosotros.

– ¿Entonces que tenemos? -Rio sabía que ella tenía razón, pero no quería escucharla decirlo. Quería que las cosas fueran diferentes, pero si le decía lo que ella quería saber no habría posibilidades para ellos.

– Estoy tan cansada, Rio -dijo Rachael suavemente-. ¿Podemos hacer esto mañana? Parece que no puedo permanecer despierta sin importar cuanto lo intente. Creo que estás poniendo algo dentro de esa bebida que siempre me dices que es tan saludable.

Quería dejar el tema. Reconocía las señales. Estaba habituado a evadir temas que no quería discutir. ¿Y cual era el punto?


Rio yació allí escuchándola respirar, su cuerpo tan duro que estaba seguro que un solo roce más contra su cuerpo podría ser la gota que colmara el vaso. Se quebraría en un millón de pedazos. Dormir en el piso lejos de ella no lo evitaría. Las duchas frías no estaban ayudando. La casa era muy pequeña para que la compartieran ellos dos a no ser que estuvieran juntos, y dormir en la cama al lado de ella sin tocarla era definitivamente imposible.

Intelectualmente sabía que era porque estaba cerca del Han Vol Dan y eso lo estaba afectando debido a su esencia de madurez. Quería echarle la culpa a eso, la llamada de la madurez de una hembra a un macho, pero para decir la verdad, la deseaba de tantas otras formas distintas. Lo hacía feliz y ni siquiera sabía porque. No le importaba el porque. La quería en su casa. A su lado. Con él. Era así de simple.

Mujeres. Siempre se las arreglaban para complicar hasta la más simple de las cuestiones. Se sentó, con cuidado de no molestarla. No podría dormir si no salía a correr en la noche. Cuanto más lejos y más rápido mejor.


Rachael esperaba estar soñando. No era una pesadilla que la asustara, pero era inquietante. No tanto las imágenes, pero la idea en si misma. Se podía ver a ella misma, estirando el cuerpo, arqueando la espalda, en la agonía de la necesidad sexual. No sólo un deseo… un ansia, una obsesión. La necesidad era tan fuerte que no podía pensar en otra cosa que no fuera en encontrar a Rio. Estar con Rio. Las manos de Rio tocándola, deslizándose por su cuerpo, recorriéndola con salvaje abandono. Había calor y fuego y aún así ella no estaba satisfecha. Podía ver su cuerpo ondeando de placer, reluciente y húmedo. Rio rodando con ella, tirando de ella hasta ponerla encima de él, y Rachael tirando la cabeza hacia atrás, empujando sus pechos en invitación mientras lo montaba frenéticamente. Giró la cabeza para mirar hacia atrás a la dormida Rachael, con la cara contorsionada mientras la piel ondeaba sobre su cuerpo.


Rachael sacudió la cabeza, se removió soñolienta, se meneó un poco para encontrar la calidez y seguridad del cuerpo de Rio. No estaba allí. Se dio la vuelta, cuidando de no mover su pierna lastimada. Definitivamente estaba sola en la cama. La casa estaba oscura, lo que no era inusual ya que Rio nunca encendía una lámpara, prefiriendo caminar silenciosamente por la casa, descalzo, desnudo. Parecía tener una gran afinidad con la noche, prefiriendo esa hora sobre cualquier otra. Nada en las sombras lo afectaba o lo asustaba. Parecía que nunca dormía profundamente. Las pocas veces que ella se había despertado en la oscuridad, él ya estaba alerta, siendo el cambio de su respiración suficiente para despertarlo.

Levantó la cabeza y estudió la habitación. El mosquitero que colgaba sobre la puerta se balanceaba como un fantasma danzando con el viento. La puerta estaba abierta. Rio había partido para una de sus muchas aventuras de medianoche. Siempre volvía más relajado, desaparecida la tensión de su cuerpo. Usualmente volvía cubierto de sudor y se dirigía hacia el lavabo para lavarse. Rachael adoraba mirarlo. Debería haberse sentido culpable, una mirona, pero no era así. Simplemente recreaba sus ojos admirando su cuerpo, observando el juego de sus cuerdas de músculos y apreciando el hecho de que fuera tan intensamente masculino.

Algo empujó contra el mosquitero. Una gran cabeza oscura forzó su camino dentro de la casa. Rachael se congeló, con el corazón en la boca. Fritz gruñó, siseó y se alzó para dirigirse con paso inestable hacia Rachael. Estiró la mano hacia el pequeño leopardo nublado, tocó su piel mientras se movía sigilosamente cerca de la cama, todavía siseando. Rachael no apartaba la mirada del enorme, fuertemente musculado animal que se abría camino a través del endeble tejido mosquitero dentro de la casa.

El leopardo era el animal salvaje más grande que se hubiera encontrado nunca. Era un macho, pesando casi cerca de doscientas libras, puro músculo, exótica piel negra desde la cabeza hasta la punta de la cola, sus ojos de un vívido verde amarillento. El leopardo sacudió la cabeza de un lado a otro, buscando con la mirada alrededor de la habitación, ignorando el gruñido del pequeño gato como si estuviera por debajo de su nivel. Entró completamente a la casa, balanceando la cola de un lado a otro. Frotó su hombro contra la silla y el lavabo, todo el tiempo mirando a Rachael con una mirada demasiado inteligente en sus ojos.

Movió la mano muy lentamente, dentro de la cama, deslizándola debajo de la almohada para encontrar el reconfortante metal del arma. Envolviendo sus dedos alrededor de la culata tiró hacia ella con un movimiento lento. Debajo de la cama, Fritz gruñó más fuerte.

– Hush -susurró, tratando de mantener la voz lo más baja posible para que no fuera a provocar que el leopardo atacara.

Para su asombro, el pequeño gato se calló. El leopardo negro continúo frotando su cuerpo contra el mobiliario, mirándola todo el tiempo. Ella yació quieta, incapaz de mirar hacia otro lado. Mientras el animal se le aproximaba, Rachael se olvidó de apuntarlo con el arma. El animal no la acechaba, simplemente se le acercaba lentamente, frotando toda la extensión de su cuerpo a lo largo de la cama. Frotó la cabeza en su brazo, la piel tan suave e increíblemente lujosa. Con el aliento atrapado en su garganta, tuvo que combatir el impulso de enterrar sus dedos en esa piel, de frotar su cara contra el cuello y hombros del animal.

El leopardo comenzó a refregar su cuerpo lenta y sistemáticamente con la cabeza, barbilla y mejillas, frotándose contra su hombro y sus pechos. Se estiró sobre la cama para frotar su estómago y la conjunción entre sus piernas, se tomó su tiempo para refregarse contra su pierna buena y después de oler su pierna herida, tuvo cuidado cuando se frotaba de vuelta hacia arriba por la pierna hasta su cabeza.

El aliento del leopardo se sentía caliente contra su piel mientras le tocaba el hombro, dándole la impresión de que el animal quería que lo rascara. El arma se le resbaló de la mano para reposar en la manta cuando ella hundió los dedos en la espesa piel. Era atrevido y casi abrumador, un salvaje y loco impulso que no pudo controlar. Recorrió con la punta de los dedos la sombra más oscura de las manchas enterradas en la densa negrura de la piel. Tentativamente, empezó a rascar las orejas y el cuello del leopardo, volviéndose lo suficientemente audaz para rascarle el amplio pecho. Podía ver varias cicatrices en la piel, indicando que el gato había participado en más de una pelea, pero el animal era un magnífico espécimen de su clase. Los músculos corrían como acero debajo de la piel, envolviendo su cuerpo en todas direcciones. Debería haber estado aterrada de estar tan cerca, pero la noche había adquirido una cualidad surrealista.

Estaba tan cerca que podía apreciar que sus bigotes eran muy largos, y se hallaban en su labio superior, mejillas, barbilla, sobre los ojos e incluso en la parte de adentro de las patas delanteras. Los pelos estaban incrustados en tejido con terminaciones nerviosas que transmitían información tangible continuamente, muy parecido a un sistema de radar. Durante un ataque, el leopardo podía extender sus bigotes de forma parecida a una red en frente de su boca para ayudarlo a evaluar la posición del cuerpo de la presa para poder administrarle una mordida letal. Rachael tenía esperanzas de que el hecho de que se frotara continuamente contra ella fuera una señal para que lo rascara con más fuerza y no de que el animal se estaba poniendo agresivo.

Fritz asomó la nariz fuera de debajo de la cama y el corazón de ella empezó a latir con más fuerza a causa del temor por el pequeño gato herido. El leopardo más grande apenas le toco la nariz, y refregó la parte de arriba de la cabeza del leopardo nublado con la suya propia. Luego se estiró lánguidamente, arañó el piso alrededor de la cama y repitió la acción de frotar la cabeza contra el cuerpo de Rachael antes de cruzar la habitación lentamente hacia el área de la cocina. Se paró sobre sus cuartos traseros y arañó con sus garras la pared, dejando largos, y hondos surcos sobre la madera. Exactamente iguales a los otros surcos. Se dejó caer nuevamente al piso, dio vuelta la cabeza para mirarla una vez más con su mirada fija, luego, sin prisas, se fue caminando lentamente saliendo de la casa hacia la oscuridad.

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