CAPÍTULO 11

El bosque aparecía majestuoso, con árboles imponentes elevándose como grandes pilares de catedral alrededor de ellos. Había árboles más pequeños por todas partes, creando un mosaico de hojas plateadas, explosiones de color y manchas oscuras de corteza. Los helechos como astas de ciervo colgaban de los árboles, el viento leve hacía crepitar los vivos dientes verdes, mientras ellos se apresuraban. La luz de la luna se filtraba a través de las aberturas del dosel de hojas, proyectando reflejos de luz por el húmedo suelo del bosque. Rachael vislumbró hojas de todos los tonos de rojo, verdes y azules iridiscentes, todo para aumentar la refracción y la absorción de luz en el pigmento de la hoja.

Rachael se aferró a Rio mientras este corría ligeramente por el bosque. La oscuridad nunca parecía incomodarlo. Se movía a un paso seguro, constante. Ella oyó gruñidos de ciervos, la señal para alertar de depredadores en la zona mientras pasaban, haciendo maldecir a Rio por lo bajo. Dos ciervos muy pequeños salieron de los arbustos que tenían delante y corrieron hacia la maleza.

El rugido del río aumentó. El croar continuo de las ranas se sumó al barullo. El estómago de Rachael se sacudió locamente.

– Rio, tenemos que parar, solo un minuto. Me voy a poner enferma si continuamos.

– No podemos, sestrilla, tenemos que alcanzar el río. No puede rastrear nuestro olor en el agua -Rio continuó moviéndose sobre la mojada y gruesa vegetación del suelo.

Estaba oscuro y húmedo con pequeñas charcas de agua aquí y allí. Estas y los barrizales del bosque no lo retrasaban. Rio esquivó una pila artificial de hojas y ramitas que señalaban el refugio de un jabalí. Estos nidos presentaban a menudo garrapatas que podían llevar desde fiebre a tifus, por lo que Rio se cuidó de evitarlas.

Rachael se concentró en el bosque más que en su malestar. Dos veces vislumbró grandes ciervos con cuernos gruesos, el sambar común, el más grande del bosque. Era vertiginoso ir apurados de noche por el bosque. Había una sensación misteriosa sobre la forma en que el dosel de hojas se sacudía sobre ellos, continuamente cambiando los patrones de luz a través de los árboles. Las plantas y los hongos cubrían los troncos de los árboles de modo que las plantas parecían montarse unas sobre otras, creando un ambiente exuberante. Cada cierto tiempo Rio emitía un gruñido suave, alertando los animales de su presencia, con la esperanza de que los chotacabras no levantasen la alarma mientras salían disparados para cazar insectos al vuelo.

El rugido aumentó de volumen. Rachael se dio cuenta de que habían viajado en ángulo río arriba para llegar a las inundadas orillas. Acercó la boca al oído de Río.

– ¿No me estarás llevando con tus ancianos, no?

Él oyó la pausa en su voz.

– Quiero que el francotirador piense eso -Rachael no contestó, tranquila de que no la abandonase.

Iban caminando a través de los pantanos, trepando con cuidado sobre la miríada de raíces que salían de la base de los troncos y creaban pequeñas jaulas. El agua rozó las rodillas de Rio. El aspecto del bosque cambió cuando se fueron aproximando a la orilla del río. Más luz podía penetrar el dosel de hojas, y la mayoría de los árboles eran más pequeños, con troncos y ramas torcidas que colgaban sobre el agua.

– ¿No hay cocodrilos y otros reptiles por aquí? -preguntó Rachael.

El rugido del río era ensordecedor. El calor húmedo le encrespó más el pelo, creando una masa de rizos elásticos. Había evitado los manglares y pantanos en la medida de lo posible, al igual que el resto de miembros del grupo que traía ayuda médica. Las orillas del río podían ser tan peligrosas como hermosas.

Rio vadeó a través del agua rápida.

– Vamos a nadar, Rachael. Esperemos que la mezcla de Tama te proteja la pierna de más infecciones. Voy a atarte a mí, por si te arrastra la corriente.

– ¿Estás loco? No podemos nadar en esto -Estaba horrorizada.

En la oscuridad, el río parecía más rápido y espantoso que por el día. O quizá sin los bandidos que salían del bosque parecía más peligroso.

– No tenemos otra opción si vamos a llevarte a un sitio seguro, Rachael. Mientras él sepa donde estás, estamos condicionados. Se mueve con facilidad y nosotros no. Te lo juro, no dejaré que te suceda nada.

Ella miró fijamente su cara. Sus ojos. Estudió su mandíbula firme, las minúsculas líneas grabadas en los rasgos duros de su cara. Rachael levantó la mano y trazó una cicatriz pequeña cerca de la barbilla.

– Por suerte, soy muy buena nadadora -le sonrió, confiando en él cuando hasta entonces nunca había confiado en nadie-. Mi nombre es Rachael Lospostos, Rio. En realidad no es Smith.

– De alguna forma ya lo sabía -besó con suavidad su boca levantada-. Gracias. Sé que no ha sido fácil para ti.

– Es lo menos que puedo hacer por meterte en este lío -Sus ojos oscuros brillaron con diversión-. Pero puedes volver a besarme. Si me ahogo, quiero llevarme el sabor de tu perfecta y preciosa boca.

– Sabes que me estás distrayendo. Si nos come un cocodrilo, será culpa tuya.

– Oí que no les gusta el agua rápida -dijo y pegó su boca a la de Rio. Se fundieron al momento como hacían siempre, hundiéndose uno en el otro y marchándose lejos del mundo.

Rio luchó para recordar donde estaban y el peligro que los rodeaba. Ella conseguía barrer sus pensamientos normales y sustituirlos inmediatamente por hambre y necesidad urgentes. Con cuidado le bajó los pies a la corriente, levantando la cabeza de mala gana. Era la única forma de respirar y conservar su cordura e ingenio.

– Te tengo, Rachael -Pasó un brazo alrededor de su cintura para estabilizarla. Le colocó una cuerda alrededor y la aseguró rodeando su propia cintura- No voy a perderte. Vamos a vadear hasta donde el agua va más rápida, luego levantaremos los pies y viajaremos río abajo con la corriente. No queremos que nada le indique la dirección que seguimos. Una hoja, el fondo del río removido cerca de la orilla, cualquier cosa puede ser una pista. Iremos río abajo durante un rato.

– Vamos allá entonces -no quería perder el valor. Le sonrió ampliamente-. Por lo menos sé que no te atraigo por lo estupenda que estoy -Pasó una mano por el pelo y dio el primer paso. Su pierna dañada, incluso con la ayuda del agua, no quería soportar su peso, así que se estiró por completo y comenzó a nadar.

Rio fue después de ella, rebosando orgullo por su valor. La luz de la luna iluminó la cara de Rachael mientras nadaba, y él miró las gotas de agua que salpicaba. Nadaba con movimientos seguros, fuertes, atravesando limpiamente el agua, casi tan silenciosa como él. Allí estaba otra vez, esa extraña y desorientadora sensación de familiaridad. Había nadado antes con ella. Había visto una imagen exacta, sabía el momento en que ella giraría la cabeza y tomaría una bocanada de aire.

La corriente era más fuerte en el centro del río y los arrastró sin apenas esfuerzo, llevándolos río abajo. Rio cogió su mano y la sostuvo firmemente cuando doblaron las rodillas y levantaron los pies para evitar las rocas y ganchos mientras eran arrastrados. Era una experiencia vertiginosa, el observar el cielo nocturno después de tantos días viendo sólo el dosel de hojas. Las estrellas, dispersas por el oscuro fondo, brillaban como gemas a pesar de las nubes. La lluvia caía ligeramente, una niebla fina, más que una ducha, de modo que Rachael giró la cabeza para sentirla.

El río no estaba tan feroz como cuando rabiaba en la tormenta. No había corrientes subterráneas intentando tirar de ella hacia abajo. Rachael se dio cuenta de que estaba disfrutando la experiencia después de estar en cama tanto tiempo. Rio permanecía muy cerca de ella, rondando protector, lo que la hizo sentirse valorada, algo que nunca había experimentado. Era como un sueño. Ninguno habló, ya que de noche el sonido recorría grandes distancias en el río.

Fueron arrastrados en una curva y bajaron por una pequeña cascada. Abruptamente, Rio la cogió alrededor de la cintura y bajó los pies. Luchó contra la corriente, caminando con el agua hasta la cintura, arrastrándola con él. Rachael solo podía ayudarlo intentando bracear con fuerza en la dirección que quería ir. Incluso con la increíble fuerza de Rio, fue una batalla alcanzar la cascada pequeña. Él acercó la boca a su oído.

– Espera un momento, me voy a sumergir.

Aguantó la respiración cuando él desapareció. Sintió el tirón de la cuerda alrededor su cintura, pero pudo mantenerse contra el tirón del agua. Pareció que pasasen minutos hasta que Rio emergió. Suspiró aliviada y le echó los brazos al cuello.

Él volvió a acercar la boca a su oído.

– Tienes que aguantar la respiración y sumergirte bajo el agua. Vamos a nadar a través de un tubo.

Ella asintió para mostrarle que entendía y fue con él, permitiendo que el agua que se arremolinaba se cerrase sobre su cabeza. Era imposible ver algo y ella ni siquiera lo intentó, agarrándose a Rio con todas sus fuerzas. La hizo avanzar por un pequeño canal, un tubo bajo el agua. Ella sentía las paredes rozando sus hombros y cuando tocó por encima pudo sentir el techo a centímetros de su cabeza. Rachael luchó contra la claustrofobia, concentrándose en los inesperados sentimientos que sentía por Rio. Detestaba los lugares cerrados y pequeños, y nadar en aguas oscuras a través de un túnel que nunca había visto era una verdadera prueba de su confianza en Rio.

¿Cómo había llegado a sentir tanta fe en él en tan poco tiempo? No parecía que hubiese pasado tan poco tiempo. Rachael notó el tirón en su cuerpo indicando que podía levantarse. Rio le rodeó la cintura con su brazo alrededor para ayudarla a salir del agua. Su cabeza se asomó a la superficie y ella abrió los ojos. Estaba totalmente oscuro. La cascada era un eco ruidoso que se emparejaba con el sonido continuo de la corriente.

– ¿Donde estamos?

– En una cueva. Tienes que vadear a través del agua y mantener la cabeza baja durante una distancia corta y entonces estarás instalada. Hice el tubo y excavé gran parte de la entrada a la cámara. La cámara fue un gran hallazgo. Me pareció un buen lugar para escaparme si me herían seriamente.

Ella notó la pequeña nota de orgullo en su tono y sonrió.

– Suena encantador. Siempre he pensado que ser la amante de un troll es increíblemente romántico.

Hubo un corto silencio y entonces él rió suavemente.

– Me han llamado muchas cosas en la vida, pero lo de troll es nuevo -la cogió en brazos-. Voy a llevarte a través del umbral.

– A las amantes no se las lleva en brazos -recordó Rachael. La oreja de Rio estaba tan cerca de su cara que se inclinó y la mordisqueó-. Solo a las novias.

– Muy bien, entonces considérate casada. Y para de hacer esa cosa con los dientes porque estoy teniendo una condenada reacción a ella.

– Eso suena a posibilidad. Pero he estado pensando. ¿Y si algún reptil horrible descubrió tu trabajo y se hizo un pequeño nido dentro de tu cueva? Si yo fuese un cocodrilo me gustaría utilizar tu refugio. Y si vinieses de visita, todavía mejor. A veces es difícil que lleguen las comidas.

Él rió.

– No tienes ninguna fe, mujer. Puse una cerradura para dejar a las criaturas fuera. Abrí las cerraduras y la puerta, por eso estuvimos tanto tiempo en el tubo.

– No cerraste la puerta.

– Te estoy llevando a un nivel más alto primero. Es el caballero que llevo dentro.

Ella frotó su cuello con suavidad.

– Lo aprecio, Rio, de veras, pero en este caso, seré feliz quedándome aquí mientras vas detrás y aseguras el tubo. Todavía no estoy lista para visitantes, especialmente los de tipo reptil.

Rio notó el pequeño temblor en su voz.

– Haré eso inmediatamente, Rachael. Ya estamos en la caverna. Afortunadamente nos hemos alejado lo suficiente y la cueva se abre aquí a una cámara amplia, así que podemos encender una lámpara. Durante un tiempo estuve trayendo bastantes cosas -la depositó en una superficie plana.

Rachael esperó ansiosamente mientras encendía una de las lámparas y la enganchaba sobre sus cabezas para iluminar al máximo. Ella miró a su alrededor. La cámara era bastante grande. Sobresalían raíces y goteaba agua continuamente de varias paredes. No había ni rastro de cocodrilos. Rio tenía un buen número de suministros en la cueva.

Dentro de una jaula de raíces había un envase plástico grande, que supuso impermeable. Pudo ver que había varias mantas y uno de sus muchos equipos médicos. Rachael estaba sentada en una losa plana de piedra. Era la única roca que podía ver en toda la cueva. El piso alrededor de las paredes estaba húmedo, pero la mayor parte del agua volvía hacia el río. Rio había excavado una zanja para evitar que el agua humedeciese el piso de la cueva.

– Bien, ¿qué te parece? -Rio volvió, totalmente empapado, empujando el pelo hacia atrás con los dedos-. No demasiado mal espero.

– Pienso que es maravillosa -dijo Rachael. Estaba empapada e incómoda. Bajó la vista a su camisa y se dio cuenta de que no le servía de mucho. Estaba tan mojada que parecía casi transparente-. Si no te importa, me gustaría sacarme estas ropas. Deberías hacer lo mismo, Rio.

– Tengo algunas cosas para nosotros embaladas en bolsas impermeables -dijo él. Abrió el envase y revolvió por los suministros hasta encontrar una toalla.

Rio se arrodilló a su lado y le desabotonó la camisa, arrastrándola por su piel mojada y sacudiéndola a un lado.

– Venga, sestrilla, levántate para que pueda sacarte los vaqueros.

Su voz era gentil, incluso tierna. Rachael permitió que la ayudase a levantarse, apoyándose en su cuerpo mientras le bajaba el material de sus caderas. La envolvió con la toalla y comenzó a secar las gotas de agua de su piel. Se balanceó con cautela, lo que la hizo avergonzarse. Era él quien había corrido kilómetros de bosque con ella en brazos. Había sido el que utilizó su fuerza para impedir que los arrastrase la corriente. Y estaba tan empapado como ella.

– Nunca he conocido a alguien como tú -dijo Rachael- a veces no estoy segura de que seas real.

Rio la envolvió en una camisa seca.

– Tengo mi lado bueno -bromeó- desafortunadamente, no sale muy a menudo -Estiró una estera sobre la losa de roca y la cubrió con un grueso saco de dormir antes de ayudarla a sentarse. Frotando la gruesa mata de rizos, Rio estudió su pierna.

– Parece que la pasta verde aguantó. Es mejor que la saquemos de las heridas por si todavía necesitan drenarse.

– Se siente mejor -dijo Rachael-. Tendré que acordarme de decirle a Tama que hizo un trabajo milagroso.

Rio se aseguró de que estuviese cómoda antes de sacarse sus propias ropas y frotar la toalla por su cuerpo.

– ¿Cuánto tiempo crees que tendremos que permanecer aquí? -preguntó Rachael.

– Voy pasar el resto de la noche buscando al francotirador. Está dejando su propio rastro y va herido. Me será más fácil encontrarlo. Además sabré que estás segura, con lo que no tendré que preocuparme por que vuelva y te encuentre sola en casa. Franz ya está explorando para mí. Cogerá el rastro, y sabe permanecer fuera de vista.

Los ojos de Rachael se abrieron conmocionados.

– No puedes hacer eso, Rio. No después de lo que me contaste.

– Nos está cazando. La única manera de pararlo es ir tras él. ¿Creíste que íbamos a vivir en una cueva el resto de nuestras vidas?

– No -Rachael deseó taparse con las mantas. No había manera de escudar a Rio de su pasado-. Pero antes de que salgas y arriesgues la vida quizá es mejor que sepas por quién te la estás jugando.

– Sé quién eres.

– No, no lo sabes. No tienes ni idea de quien es mi familia.

– No necesito saber sobre tu familia, Rachael. Hablaremos de eso cuando vuelva. Espera aquí por lo menos cuarenta y ocho horas. Si algo va mal, sigue río arriba hacia la aldea de Kim y Tama. Pídeles que te lleven con los ancianos. El Han Vol Dan es tu primer cambio. No puedes permitir que suceda hasta que tu pierna esté lo bastante fuerte para aguantarlo. Tendrás problemas con las sensaciones sexuales. Las emociones continuarán aumentando, el calor, la necesidad, todas las sensaciones cambiantes que apenas puedes controlar. Tienes que permanecer en control, especialmente si no has pasado el Han Vol Dan. La combinación de los dos pasos puede ser explosiva.

– ¿Sabes lo totalmente ridículo que suena eso? Si estuviese viendo una película, estallaría de risa.

– Excepto que sabes que lo que te estoy contando es cierto. Has sentido el animal rugiendo por salir. He visto cómo te acercabas al cambio.

– ¿Por qué no me lo habría dicho mi madre? En todas las historias que me contó, nunca mencionó que pudiese asumir otra forma.

– No sé, Rachael, pero estoy seguro que eres uno de nosotros.

– ¿Y si no soy? -Sus ojos oscuros se movieron sobre la cara masculina-. Si estás equivocado, ¿significa que no podemos estar juntos? ¿Te permiten estar con alguien que no pertenece a tu gente?

La palma de Rio sujetó su cara, su pulgar acariciando su piel.

– Me desterraron, sestrilla, nadie puede decirme lo que puedo o no puedo hacer -se inclinó para besarla- Volveré a por ti.

– Más te vale volver por mí. No deseo luchar sola contra los cocodrilos -intentó no aferrarse a él, aunque deseó sostenerlo contra ella -No había nada que pudiese decir o hacer para detenerlo. Rachael sabía lo obstinado que podía ser. Era imposible discutir con él cuando estaba decidido a hacer algo. Sacudió la cabeza para aclarar sus pensamientos. Cualquier pasado que pudiesen haber tenido parecía irrumpir en los peores momentos. Le conocía. Sabía como era-. Pues vete, ahora, mientras está oscuro. Recuerda, si tienes razón y él nos siguió, ya podría estar buscando en las orillas del río para ver por dónde salimos.

– Estás perturbada.

– Por supuesto que estoy perturbada. Me tengo que quedar aquí con esta pierna estúpida y tú vas a arriesgar la vida para parar a este asesino -empujó su mano por el pelo, enojada y al borde de las lágrimas-. ¿No te das cuenta de que enviará a otro? ¿Y uno después de ese? ¿Y otro y otro más? Nunca parará.

Rio asintió.

– Ya lo pensé. No importa, Rachael. Nos libraremos de uno cada vez y si es necesario, tendré una pequeña charla con él.

Su cara perdió todo el color.

– No. No, prométemelo, Rio. Ni siquiera puedes intentar acercarte a él. Por ninguna razón. No puedes lastimarlo. Y no puedes intentar verlo.

La ansiedad en la cara de Rachael retorció sus entrañas.

– Rachael, voy a volver.

– Sé que lo harás -Tenía que hacerlo. No podría permanecer en una cueva bajo el río para siempre… a menos que él estuviera con ella. Podría ser capaz de vivir con él en cualquier sitio. El pensamiento era alarmante. Nunca había considerado que podría querer pasar su vida con alguien. Una vida entera parecía demasiado tiempo para querer pasarla con alguien, y con todo, si ella pudiese tenerlo, desearía pasar más de una vida con Rio.

Rio se forzó a apartarse de ella, de la mirada en su cara, tan sola, tan vulnerable, tanto dolor sus ojos. No se atrevió a acercársela o nunca la dejaría ir. Vadeó lejos de ella.

– Que toda la magia del bosque esté contigo y que la buena fortuna sea tu compañera de viaje -Su voz sonó áspera por el crudo dolor-. Buena caza, Rio.

Él se paró, manteniéndose de espaldas a Rachael. Antes había vislumbrado dolor en ella. Reconoció las señales del trauma y de la traición. Estaba familiarizado con la rabia nacida del desamparo. La angustia era profunda y dejaba cicatrices. No podría mirarla. El sufrimiento de Rachael era más duro de llevar que el suyo propio.

– No sé nada sobre el amor, Rachael. Conocerte fue algo inesperado, pero todo sobre ti me hace feliz. Voy a volver por ti.

Continuó vadeando en el agua. Ella estaba llorando. Sus lágrimas serían el fin de Rio. Antes le haría frente al campamento de bandidos al completo que a sus lágrimas. No había manera de cambiar lo que tenía que hacer. No podía consolarla. Había habido violencia en la vida de Rachael. Había reconocido las señales. Sólo podía esperar que por hacer lo necesario, no perdiera su oportunidad con ella.

Rio se sumergió, nadando a través del estrecho túnel que con mucho trabajo había cavado y reforzado con un tubo artificial. Le había llevado varios años encontrar la cámara y asegurar una entrada. Tenía bastantes lugares que podía utilizar en caso de necesidad, repartidos por el río y el bosque. Su gente era una especie reservada y cautelosa, y con los años había aprendido el valor de la preparación.

Al llegar a las cataratas pequeñas, buceó hasta el centro del río y permitió que lo arrastrara más lejos río abajo. No quería dejar pistas u olores para el cazador, después de haber tomado tantas precauciones para mantener a Rachael segura. Era un riesgo dejarla herida en la cámara. Tenía las armas y luz y alimento para varios días, pero aún así podía aterrarse con facilidad por estar bajo tierra. Ellos eran arbóreos, prefiriendo las ramas altas de los árboles a la tierra.

Rio pasaba muchas horas tumbado perfectamente quieto, haciendo de refuerzo para sus hombres. Los otros entraban en los campamentos para rescatar a las víctimas. Él permanecía fuera en una posición ventajosa, un francotirador que pocos podrían sobrepasar, la última línea de defensa para su unidad. Estaba acostumbrado a la vida solitaria, viviendo solo a su manera y realizando su trabajo, pero a diferencia del leopardo, su especie no había sido hecha para estar sola. Se emparejaban para toda la vida y más allá. Seguramente Rachael pasaría un mal rato sola.

Rio salió del agua a una milla río abajo de la cascada, cambiando a la forma animal, feliz de sentir toda la fuerza y la energía de su especie. Levantó el hocico y olfateó el viento. Inmediatamente se vio inundado de información. Se estiró lánguidamente antes de saltar con facilidad un tronco caído. Empezaba a amanecer en el bosque.

La niebla espesa e inquietante que cubría el bosque comenzó a levantarse, evaporándose lentamente cuando el calor del sol traspasó las nubes. Comenzó un coro de pájaros, cada uno intentando superar al otro mientras la extraña música sonaba a través de los árboles. Los sonidos eran desde melodiosos a ásperos, incluso disonantes, ya que se llamaban unos a otros revoloteando de rama en rama. Cuando los pájaros se elevaron, una explosión de colores señaló la llegada de la mañana al bosque. Los gibones se unieron, reclamando el territorio con gorjeos y enormes chillidos.

El leopardo no hizo caso del ruidoso aleteo y los silbidos de los pájaros de grandes alas, mientras saltaba a las ramas más bajas de un árbol cercano, para usar el camino de arriba. El bosque se había despertado y Rio utilizó la ruidosa charla, apresurándose por los árboles de vuelta a casa con la esperanza de distinguir el olor del cazador. Se movió con rapidez río arriba, atento a llamadas de advertencia o a silencios repentinos que indicasen que un intruso acechaba el territorio del macaco de cola de cerdo. Tímido y asustado, a menudo el macaco saltaba al piso del bosque y corría cuando lo molestaban, otro aviso de problemas.

Fue el gruñido de los ciervos lo que lo alertó primero. Las llamadas cortas y ásperas se utilizaban para advertir a los miembros de la manada que estaban entre los árboles, ya que el movimiento de las colas no se podría ver a través de los densos arbustos y de los gruesos troncos de árbol. Rio gruñó y se hundió contra la rama, quedándose totalmente inmóvil a la manera de su tierra. El cazador se acababa de convertir en la presa.

Como no estaba a mucha altura del dosel de hojas, las hojas del árbol en el que permanecía agachado estaban quietas, sin que el viento las afectase. La luz del sol se filtró por las ranuras del follaje elevado, para motear las hojas y el piso del bosque. Esto le permitió ocultarse mejor, un camuflaje natural. Los insectos zumbaban a su alrededor; un lagarto verde se situó en una rama cercana, cambiando su color de verde intenso a marrón oscuro.

Un jabalí gruñó y se estrelló en los arbustos que tenía debajo, asustado por algo. Los músculos elásticos se contrajeron en anticipación. La punta de su cola se desvió ocasionalmente, el único movimiento. Los agudos ojos verde-amarillos ardieron con fuego e inteligencia. El leopardo esperó, congelado en su sitio. El leopardo manchado, un macho adulto, emergió cautelosamente, empujando una multitud de helechos con la cabeza. El animal cojeó al avanzar por el suelo del bosque, gruñendo al grupo de gibones que le gritaban cosas sucias desde la seguridad del dosel de hojas. Las ramitas y las hojas caían como lluvia mientras los monos lanzaban cosas en desafío. El leopardo manchado mantuvo su dignidad por algunos momentos, entonces de la manera mercurial de su clase saltó a las ramas más bajas con las orejas aplastadas y enseñando los dientes. Los gibones irrumpieron en un frenesí salvaje y aterrorizado, apresurándose a través de los árboles en cualquier dirección intentando escapar.

Rio no se movió en ningún momento, ni siquiera cuando un par de ojos maliciosos, dos manchas perdidas en un patrón de puntos, parecían mirarlo directamente. Rio se concentró en su presa. Su mirada verde-amarilla fija se enfocó, con toda la tensión acumulada en los ojos. Con gran paciencia, esperó y observó, totalmente inmóvil. El intruso saltó de nuevo al suelo del bosque, elevando el labio para indicar su desprecio por los gibones. Los pies mullidos le permitieron moverse en silencio sobre la gruesa vegetación.

Rio se estiró sobre la rama, un acecho lento, tumbado sobre el vientre, usando un control increíble sobre los músculos. Se arrastró algunos centímetros hacia adelante, se paró y repitió el arrastre, yendo de principio a fin… ganando centímetros, después metros, moviéndose sobre el leopardo manchado. Alcanzó el extremo de la rama. El leopardo manchado se movió silenciosamente justo debajo de él, sin saber que Rio lo acechaba desde arriba.

El intruso dio un paso. Otro. Vaciló, abriendo la boca de par en par. Rio saltó desde arriba, golpeándolo con fuerza, hundiendo los colmillos profundamente, pinchando la garganta cubierta de pelaje, mientras clavaba las garras afiladas profundamente para intentar rasgar y destrozar. Rio quiso acabar la pelea lo antes posible. Las luchas entre leopardos eran extraordinariamente peligrosas.

El leopardo manchado era bueno, torciendo su flexible espina dorsal, rastrillando con las garras extendidas, revolviéndose para intentar deshacerse del gato más grande. Rio se agarró sin aflojar, determinado a acabar con eso. Los rugidos y gruñidos se oyeron a través del bosque, una batalla viciosa entre dos enemigos peligrosos. Por arriba los pájaros alzaron el vuelo, advirtiendo en todos los lenguajes que podían. Las ardillas y los lémures parloteaban y se quejaban. Los monos gritaron en pánico. El zorro volador se elevó en el aire junto a los pájaros haciendo que el cielo pareciese vivo con las alas.

El leopardo manchado se sacudió, se retorció y gruñó, atacando a Rio, intentando destriparlo o lisiarlo. No podía sacudirse el leopardo negro; los colmillos seguían enterrados en su nuca, la presión de su mandíbula era suficiente para romperle un hueso. Acabó rápidamente gracias al ataque sorpresa, dándole a Rio la ventaja que necesitaba en la lucha. El leopardo manchado jadeó, sofocado, con la garganta machacada. El leopardo negro lo sostuvo más tiempo, asegurándose de que todo había acabado antes de dejar caer al gato en tierra.

Rio cambió a forma humana, mirando al leopardo con pesar. Necesitaban a cada miembro de su especie vivo. Cada leopardo que perdían era un golpe para su supervivencia. No había etiquetas en la ropa que el francotirador había dejado, ningún medio de identificación. Rio no tenía ni idea del país de procedencia de su enemigo, o porqué uno de su clase elegiría traicionar a su gente con semejante acto, pero estaba seguro que este no había nacido en ningún sitio cercano a su aldea.

¿Eso quería decir que la gente de Rachael sabía lo que era y que estaba bajo sentencia de muerte? Tenían reglas estrictas bajo las que todos vivían. Las leyes del bosque estaban para el bien común de sus especies. Si ella hubiese cometido algún crimen contra su gente, era posible que hubiesen enviado cazadores tras ella.

Rio se frotó la cara con la mano. Si ése era el caso, los ancianos de ella podrían apelar a los de la aldea de Rio para que ejecutasen la sentencia en su lugar. Rio ya estaba bajo destierro. Dudaba que los ancianos estuviesen de parte de su compañera, sobre todo si no la conocían y ella estaba bajo una sentencia legítima de muerte. Rio maldijo mientras volvía a la forma de leopardo para arrastrar los restos a las ramas altas de un árbol. No tenía más opción que quemar el leopardo para preservar los secretos de sus especies. Tuvo que buscar con rapidez el saco de provisiones más cercano. Dejar el cuerpo de un leopardo era extremadamente peligroso, así que no pudo hacer otra cosa que esconder el cuerpo hasta que volviese.

Su mente pensó la posibilidad de que la gente de Rachael la condenase. Ella había admitido que su propio hermano había hecho un convenio por su vida. Tenía sentido, aunque no podía imaginar lo que había podido hacer Rachael para ganarse una sentencia de muerte. Rio se movió rápidamente por el bosque, ignorando los gritos de advertencia de los gibones, todavía con pánico por la feroz lucha que había tenido lugar. Los pájaros revoloteaban por arriba, entrando y saliendo de los árboles. Los ciervos chocaban delante de él, dispersándose cuando saltaba de rama en rama, de vez en cuando bajando al suelo y saltando sobre troncos en descomposición.

El viento cambió levemente, una brisa minúscula donde ordinariamente la calma en el aire no revelaba nada. Rio se paró precipitadamente. Había otro en el bosque, cerca. Reconoció el olor del leopardo. Los pájaros y los gibones e incluso los ciervos le habían estado avisando, pero había estado tan angustiado pensando que Rachel estaba bajo pena de muerte, que no se había dado cuenta.

Afortunadamente, estaba cerca de su mochila. La caja estaba enterrada cerca, en la jaula creada por la base de un gran dipterocarp [3]. Había marcado el árbol frutal con un pequeño símbolo. Usando sus garras, desenterró la caja rápidamente, escuchando ahora las noticias del bosque. El segundo leopardo se acercaba rápidamente, obviamente habiendo encontrado su olor.

Rio cambió a forma humana, colocándose las armas lo más rápido posible, con expresión inexorable. Solamente después de comprobar las pistolas y los cuchillos escondidos se puso las ropas y colocó el pequeño equipo médico en su cinturón. Sintiendo el impacto de la mirada fija del leopardo, se giró con el rifle colocado y listo, el dedo en el gatillo.

– Llegas pronto, Drake -Su voz era agradable, relajada, incluso casual, pero el cañón no dejó de apuntar directamente al cerebro del gato y no sacó su dedo del gatillo.

Se miraron fijamente durante un rato largo. La forma de Drake cambió, alargándose, los músculos reestructurándose para formar el hombre. Miró airado a Rio.

– ¿Quieres explicarme por qué me sigues apuntando con esa cosa?

– ¿Quieres decirme lo que estás haciendo aquí?

– Pasé la mayor parte de la noche siguiéndote a ti y a ese leopardo solitario. A ti te perdí, él no era tan bueno. Lo heriste y eso hizo que me fuese más fácil rastrearlo.

– ¿Por qué?

Drake frunció el ceño.

– Serás garrapata, so hijo de jabalí. Decidí volver a salvarte el trasero preocupado por tu bienestar. Cuando llegué a tu casa, Rachael y tú no estabais y tuve que rastrearte por el bosque. Iba despacio cuando me di cuenta de que el francotirador también te seguía. Te perdió algunas veces y me quedé detrás de él, queriendo saber qué hacía -De repente paró y lo miró airado-. Maldición, Rio, baja el rifle. No es solo insultante, sino molesto -Rio pasó el rifle sobre su hombro. Dejó la mano libre, listo para coger el cuchillo incluso mientras le sonreía abiertamente a Drake-. No soy una garrapata.

– Eso depende a quién le preguntes. ¿Dónde está Rachael?

La sonrisa se borró de la cara de Rio.

– ¿Te envían los ancianos, Drake?

– ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué los ancianos me enviarían para proteger tu asqueroso trasero, Rio?

Rio no sonrió. Sus ojos destellaban con aguda inteligencia, ardían con peligro.

– ¿Te enviaron por Rachael?

Drake frunció el ceño.

– No volví a la aldea. Fui río arriba con Kim y Tama hacia su aldea, pero cambié de idea y di la vuelta. Hasta donde yo sé, los ancianos nunca han oído hablar de Rachael. Y si lo han hecho, desde luego que no saben que está contigo. Tama y Kim nunca dirían nada. Lo sabes. Sabes que podrían ser torturados y nunca dirían nada. ¿De qué va todo esto?

Rio se encogió de hombros.

– Él era uno de los nuestros. No de nuestra aldea, incluso dudo que naciese en este país, pero era uno de nosotros. ¿Por qué aceptaría un trabajo para matar a uno de su propia clase? ¿Encima a una mujer?

– No somos una especie perfecta, Rio, tú deberías saberlo -En el momento que escaparon las palabras, Drake sacudió su cabeza-. Lo siento, no lo decía en ese sentido. Ha habido algunos rumores a lo largo de los años. Algunos yendo tras dinero, mujeres, poder. No somos inmunes a esas cosas, sabes.

– Supongo que no. Aprecio que me cubrieses las espaldas, Drake. Siento la recepción.

– La lamentable recepción. Supongo que lo cogiste.

– Está muerto. Ayer por la noche se dejó las ropas atrás y no había nada en ellas, ni siquiera una etiqueta. Necesité cerillas.

– No me has dicho donde está Rachael. ¿No la dejaste sola, verdad? -Drake sonaba ansioso.

– Está bien. Tiene un par de pistolas y algunos cuchillos. También es hábil con una vara. Le diré que mostraste tu preocupación.

Una lenta sonrisa se extendió por la cara de Drake.

– Estás celoso, Rio. Te ha mordido el monstruo de ojos verdes. Nunca pensé que sucedería, pero has caído como un árbol en el bosque.

– Soy cauteloso, Drake. Hay una diferencia.

– Creo que acabas de intentar insultarme, pero me estoy riendo demasiado para que me importe. ¿Dónde está este hombre misterioso? Ve a buscar a tu chica que yo me encargo de la limpieza. Luego volveré a la aldea para avisar a la unidad. Vamos a ir detrás de ese grupo de la iglesia.

– ¿Quién cubrirá vuestros inútiles traseros, Drake?

Drake se encogió de hombros.

– Conner es un buen francotirador. No es tú, pero lo llevará bien -Le tendió su mano para las cerillas.

– No me gusta, Drake. Romper la unidad es una mala idea.

– ¿Cuál es la alternativa? No puedes dejar a Rachael sola. A no ser que la traigas a la aldea. Sabes que eso sería arriesgado. Vosotros dos os pertenecéis. No sé como les va a sentar eso.

Rio le pasó las cerillas.

– Vuelvo a casa, Drake, llámame a la radio cuando os vayáis.

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