CAPÍTULO 10

Rio reaccionó inmediatamente, rodeándola con sus brazos y arrastrándola al suelo, cubriendo el cuerpo de Rachael con el suyo. El movimiento sacudió su pierna, enviando dolor a lo largo del muslo y a través del estómago, dándole ganas de gritar. Fue entonces cuando escuchó el estruendo de un rifle lejano que los alcanzaba. Inmediatamente una ráfaga de balas acribillaron el cuarto, destrozando la pared y cubriendo todo con astillas de madera. Rachael se metió la mano buena en la boca para evitar gritar. Su pierna escocía y palpitaba. Sentía como si se le acabase de abrir, pero con el peso de Rio encima de su cuerpo, no podía moverse.

– Quédate tumbada -siseó- Lo digo en serio, totalmente aplastada contra el piso, Rachael. No te muevas, por ninguna razón- Sus manos se movían sobre ella, examinando los daños- ¿No te alcanzó verdad? Dímelo -Estaba temblando de rabia. Rotó como una chimenea, oscura, retorcida y feroz. Las balas no estaban dirigidas a él, el francotirador había ido a por Rachael. No había luces encendidas en la casa y la manta estaba sobre la ventana. La única luz era la de la vela, pero había sido suficiente para que el francotirador apuntase. Esto le dijo a Rio que se trataba de un profesional.

– Es solo mi pierna, Rio -Rachael hizo lo posible por parecer calmada. El hecho de gritar no la ayudaría con el dolor y el peso de Rio la tenía aplastada como una crepe contra el piso- De esta forma no puedo respirar muy bien.

Fritz había estado debajo de la cama. Con las balas pasando tan cerca emergió, gruñendo y escupiendo. Rachael arriesgó su piel al coger al gato para evitar que se expusiese al fuego. La cabeza del gato giró, sus dientes como sables precipitándose hacia ella. Rio fue más rápido, sujetando el animal y siseando una orden. Fritz se tranquilizó y se tumbó al lado de Rachael.

– Canalla desagradecido -dijo ella agradablemente. Rio ignoró su comentario, deslizando su mano por la cama hasta encontrar el arma. Automáticamente comprobó la carga.

– El cargador está lleno y hay otro en la recámara -Le puso el arma en la mano- Permanece tumbada y detrás de la cama -Se dio la vuelta, encontró sus pantalones vaqueros y se los puso.

Rio impulsó su cuerpo hacia delante con los codos, permaneciendo estirado sobre el suelo mientras recorría la habitación para acceder a las armas. Cuidadosamente levantó la mano para tirar las armas hacia él. En ese momento las balas perforaron la pared que tenía detrás. Se dio la vuelta, colocando un cuchillo en su pierna.

– Tengo que salir ahí fuera, Rachael -Su siguiente parada fue el fregadero, donde estaba la vela. Cualquier profesional se daría cuenta de que intentaría apagar esa pequeña luz. Utilizó una de las botellas de agua de la mochila que tenía en el suelo, apuntando cuidadosamente y rociando la vela hasta que se apagó la llama, dejando detrás un pequeño rastro de humo. Otra ráfaga de balas perforó la pared y el fregadero.

– Lo sé. ¿Hay otra vía además de la puerta?

– Sí, tengo varias. Utilizaré la que está en la parte de atrás, la más alejada de su línea de visión. No te muevas de donde estás. Probablemente lleve gafas de visión nocturna y sepa la disposición de la casa.

– ¿Y cómo puede saberlo?

Rio no sabía la respuesta. En ese momento no importaba. Volvió junto a ella y puso uno de los cuchillos en el suelo al lado de los dedos de Rachael.

– Vas a tener que usarlo si se acerca a ti.

– ¿Quieres que se lo lance y lo distraiga para que puedas salir sin que te vea? -ofreció Rachael.

Su voz tembló y él pudo oír la nota del dolor que ella intentaba ocultar con dificultad. Con su agudo olfato percibió el olor de la sangre. La caída al suelo le había causado daño en la pierna y supo que le estaría doliendo. Se inclinó hacia ella, cogió su barbilla y atrajo su boca a la de Rachael. Rio puso todo lo que tenía en ese beso. La cólera y el miedo, pero sobre todo su pasión y esperanza. Se negó a admitir amor, apenas la conocía, pero había dulzura y algo que sabía a amor.

– No intentes ayudarme, Rachael. Es a lo que me dedico, y trabajo mejor solo. Quiero que estés a salvo, aquí en el suelo, hasta que vuelva. Si entra, usa la pistola. No dejes de disparar aunque caiga. Y si sigue viniendo y te quedas sin munición, utiliza el cuchillo. Mantenlo abajo, próximo a ti, y lánzalo hacia arriba a las partes blandas de su cuerpo cuando esté cerca.

Ella le devolvió el beso.

– Aprecio la lección 101 en manejo de armas. Vuelve a mí, Rio. Me enfadaré mucho si no lo haces -A pesar de que estaba aterrorizada y temblaba sin parar, forzó una sonrisa- Estaré justo aquí, en el suelo, con la pistola en la mano, así que silba para que sepa que eres tú el que entra por la puerta.

La besó otra vez. Con lentitud. A fondo. Saboreándola, apreciando que la tenía.

– Que la suerte esté contigo, Rachael -Rio comenzó a arrastrarse, con el vientre pegado al suelo, rodando los últimos metros. La pared de la despensa parecía bastante sólida, pero una sección pequeña casi a nivel del piso, con el espacio justo para arrastrarse, era desprendible. Aflojó las tablas y se deslizó a través del hueco, parándose a recolocar la sección en caso de que el enemigo cambiase de forma.

La noche era cálida. La lluvia había parado momentáneamente, dejando los árboles goteando e intensamente verdes, incluso en la oscuridad. Se metió entre la vegetación, ignorando una gran pitón enroscada en una gruesa rama cercana a la casa y se movió rápidamente a lo largo de la red de ramas, por encima del suelo del bosque. Con frecuencia tenía que permitir que la forma del leopardo emergiese parcialmente, de modo que sus pies se pudiesen agarrar en la madera resbaladiza y pudiese saltar de rama en rama con facilidad.

Rio sabía la zona en la que estaba el enemigo, pero era un área grande. En su forma humana no tenía los sentidos tan desarrollados como para localizar el lugar exacto, pero su forma de leopardo era altamente vulnerable al rifle de largo alcance. Estaba seguro que el intruso estaría esperando al leopardo. Rio tenía la ventaja de conocer cada rama, cada árbol. Los animales estaban acostumbrados a su presencia y nunca revelarían su posición, algo que harían con la del intruso. El viento no lo traicionó, trayéndole el rastro de su enemigo, tomando el suyo y llevándolo lejos.

Reconoció el olor del asesino. No importó que hubiera tomado forma humana, no había duda en la mente de Rio que el atacante era el mismo que había lastimado a Fritz. Obviamente se había entrenado como francotirador y era bueno adivinando la posición de su blanco. Rio avanzó con lentitud, sacrificando velocidad por sigilo.

El follaje abajo y a su izquierda se movió levemente contra el viento. Su enemigo avanzaba cada vez más cerca de la casa, cambiando de posición para evitar entrar en la línea de fuego de Rio. Éste paseaba por encima de él, en las ramas altas, esperando pacientemente ver una ojeada del hombre. Colocó el rifle en posición, observando por la mirilla. Su adversario nunca enseñó más que parte de un brazo, permaneciendo entre la densa flora, permitiendo que los arbustos, las flores y las hojas lo mantuviesen invisible.

Varios árboles a la derecha de la casa, Rio descubrió un par de ojos que brillaban intensamente a través del follaje. Supo inmediatamente que los disparos habían traído a Franz de vuelta. El pequeño leopardo nebuloso estaba volviendo a casa a través de la red de ramas altas. Las hojas se sacudieron. Rio maldijo de forma elocuente, colocando el rifle en su hombro y efectuando una serie de disparos en los macizos de arbustos, donde estaba seguro que el intruso se había colocado esperando la ocasión de efectuar el siguiente tiro. Rio tosió ruidosamente, con un gruñido de advertencia, manteniendo al intruso agachado con una ráfaga de disparos para evitar que pudiese disparar a Franz.

El pequeño gato saltó hacia atrás, desapareciendo completamente, desvaneciéndose en la densa vegetación con la facilidad de los de su especie. Rio se colocó el rifle a los hombros y se alejó deprisa entre los árboles, cambiando direcciones rápidamente, subiendo a un nivel más alto de vegetación, con cuidado de no sacudir la maleza.

Había delatado que estaba fuera de la casa, eliminando cualquier ventaja que pudiese haber tenido. Ahora estaban jugando al ratón y al gato, a menos que hubiese acertado a un blanco que no podía ver, algo que dudaba. Rio se quedó absolutamente quieto, tumbado en un árbol, con los ojos barriendo continuamente la zona. El intruso se habría movido. Nadie habría podido permanecer en el mismo sitio sin recibir un disparo, pero era un profesional y no había delatado su dirección.

Rio estaba preocupado por Rachael, sola en la casa con el leopardo nebuloso herido. No sabía si tendría la paciencia para la espera que un francotirador tenía que aguantar con frecuencia. Podría tardar horas en descubrir al intruso. Tendría que haber comprobado el estado su pierna antes de dejarla. Ahora tenía visiones de Rachael muriendo desangrada en el piso mientras lo esperaba.

Sus ojos no pararon de moverse nerviosos, barriendo el bosque en un patrón continuo. Nada se movió. Incluso el viento pareció calmarse. Comenzó a llover, con un golpeteo suave sobre el dosel de hojas que tenía por encima. Fueron pasando los minutos. Media hora. Una serpiente se arrastró perezosa por una rama a algunos metros de distancia, desviando su atención. Varias hojas cayeron del refugio de un orangután al cambiar de posición para acurrucarse más profundamente en las ramas de un árbol. Un movimiento, a varios metros de él, atrajo su atención.

Casi al momento Rio notó que las ramas de un pequeño arbusto, justo bajo el árbol donde estaba el orangután, habían comenzado a temblar. Estaba muy cerca del suelo, una elección inusual para uno de su clase. Rio miró cuidadosamente y vio los arbustos moverse una segunda vez, apenas un temblor leve, como si hubiese soplado el viento. Colocó el rifle en posición, con cuidado de no cometer el mismo error. Más allá, entre helechos y arbustos, pudo ver los pétalos de una orquídea dañados y rasgados, dispersados encima de un tronco putrefacto.

Rio siguió sin moverse, vigilando el área con fijeza. Pasó el tiempo. La lluvia caía en un ritmo constante. No hubo más movimiento entre los arbustos, pero estaba seguro de que el francotirador estaba esperando allí. Varias ardillas nocturnas voladoras saltaron por el aire, abandonando un árbol justo delante de Rio. Al aterrizar parlotearon y se regañaron unas a otras, aferrándose a las ramas de un árbol vecino. Ramitas y pétalos caían como una pequeña cascada sobre los troncos podridos y los arbustos situados más abajo. Rio sonrió.

– Buen Franz -susurró- Buena caza, muchacho.

Sus ojos no abandonaron el suelo del bosque.

El talón de una bota dejó un pequeño surco en la vegetación, cuando el francotirador cambió de posición para poder ver las copas de los árboles sobre su cabeza. Rio disparó tres veces en rápida sucesión, espaciando cada bala por encima del intruso cuando este se dio cuenta que lo había descubierto. El francotirador gritó al rodar sobre un pequeño terraplén, y abruptamente se hizo el silencio.

Rio ya estaba corriendo por el camino de ramas, cambiando de posición, acercándose a su objetivo. Tosió dos veces, aplastándose contra el suelo para distorsionar el sonido, indicándole a Franz que diese vueltas alrededor y permaneciese a cubierto. Entonces se levantó y volvió a correr, cubriendo toda la distancia posible antes de que el francotirador se pudiese recuperar.

A Rio le era más cómodo acechar a sus presas desde las copas de los árboles, pero aún así empezó a descender a niveles más bajos, usando ramas gruesas para moverse con rapidez de árbol en árbol, cuidadoso de seguir a cubierto. Cayó al suelo, aterrizando agachado y permaneciendo totalmente inmóvil, mezclándose entre las profundas sombras del bosque.

Permaneció en silencio, olfateando el viento. La sangre era un olor distintivo, inequívoco en el aire. Las gotas de lluvia penetraban en el dosel de hojas y salpicaban la podrida vegetación. Un lagarto de color verde intenso corrió por el tronco de un árbol, distrayendo su atención. Una salpicadura roja manchó un helecho encajado en la corteza. Rio permanecía quieto, su mirada fija barría el terreno en busca de cualquier movimiento, de cualquier señal del intruso.

Una serie de cortos ladridos indicó una manada de ciervos adultos en las cercanías. Algo los había perturbado lo suficiente para dar la alarma. Rio saltó sobre un rama baja y emitió el gruñido de su especie para alertar a Franz. El enemigo estaba herido y huyendo. Había más sangre en las gruesas agujas y en las hojas del suelo donde el francotirador había rodado, pero no era sangre de una arteria.

Rio volvió a mirar cuidadosamente las ramas por encima y a su alrededor. Suspiró al agacharse a recoger una bota. El hombre había tenido el tiempo justo para envolver la herida y restañar el flujo de sangre, y dejar caer su rifle y ropas. Luego había pasado a los árboles, usando la forma de leopardo para escapar. Era mucho más rápido y eficiente atravesar las ramas que intentar correr herido, retrasado por el peso de las ropas, las armas y la munición. Menospreciar a un leopardo herido por la noche era una locura. Especialmente a uno de su especie que era astuto e inteligente y tenía un entrenamiento especial.

Rio exploró a fondo, sabiendo que los leopardos con frecuencia retrocedían y acechaban a su presa. Primero encontró sangre manchando la rama de un árbol, y después una hoja dañada y torcida, las únicas dos señales que indicaban el paso de un gato grande. Franz se le unió, olfateando el aire, gruñendo, impaciente por la persecución. Rio era mucho más cauteloso. Perseguían a un profesional, a hombre capaz de cambiar de forma. Como Rio, habría planeado varias rutas de escape. Habría escondido armas y ropas a lo largo de ellas y habría fijado trampas con tiempo ante la posibilidad de una persecución.

Rio quería asegurarse de que el francotirador no hubiese vuelto sobre sus pasos, pero no quiso dejar sola a Rachael demasiado tiempo mientras no sabía el alcance de las heridas de su pierna. Colocó una mano en la cabeza de Franz, un gesto de contención.

– Lo sé. Ya ha venido dos veces por nosotros. Lo buscaremos más tarde. Tenemos que mover a nuestros heridos, muchacho.

Le rascó detrás de las orejas y con resolución se dio la vuelta para coger las ropas y las armas que el francotirador había dejado atrás. No creía que fuese a encontrar una identificación, pero podría aprender algo de ellas.

Rio se encaminó de vuelta a la casa, con Franz detrás, tomándose tiempo para hacer una inspección más cuidadosa del suelo y los árboles de su territorio. Encontró el lugar donde el francotirador había esperado una oportunidad como la que Rio le dio al encender la vela. El movimiento cambiante de las sombras contra la fina manta tejida era suficiente para permitirle al francotirador hacer blanco. Se paró a unos pasos de la terraza, respirando profundamente, absorbiendo la idea de que Rachael podría haber muerto.

Se sintió enfermo, con el estómago revuelto. El sudor que empapó su cuerpo no tenía nada que ver con el calor. El viento raramente tocaba el suelo del bosque. Allí siempre estaba todo extraordinariamente tranquilo, el denso dosel de hojas haciendo de escudo, y sin embargo en las copas los árboles, el viento susurraba, jugaba y bailaba a través de las hojas. El sonido lo calmaba, el ritmo de la naturaleza.

Rio podía entender las leyes del bosque. Podía incluso entender la necesidad de violencia en su mundo, pero no podía imaginar lo que había hecho Rachael para merecer una sentencia de muerte. Si uno de su gente había contratado para matar a una mujer a sangre fría, sabía que el asesino no pararía hasta que el encargo fuese realizado. Su especie era resuelta, y ahora el ego del hombre estaría dañado. La cólera lenta y ardiente daría paso a un odio oscuro y retorcido que se extendería hasta convertirse en una enfermedad. El macho había fallado dos veces y en ambas, Rio y sus leopardos nebulosos, dos seres inferiores, habían interferido. Ahora sería algo personal.

Rio subió a la terraza.

– Rachael, estoy entrando -Esperó a un sonido. A una señal. No se dio cuenta que estaba aguantando la respiración hasta que oyó su voz. Tensa. Asustada. Resuelta. Tan Rachael. Estaba viva.

Rachael seguía en la misma posición sobre el suelo como cuando él se había ido. El hecho de que ella confiara en su maestría elevó aún más su espíritu. Levantó la cabeza y lo miró, tumbada, con la camisa apenas cubriendo su trasero, las piernas medio estiradas bajo la cama, su pelo revuelto y salvaje, derramándose por su cara, y con una enorme sonrisa.

– Qué bien que hayas vuelto. Dormí un poco, pero empecé a sentir hambre -Su mirada se movió ansiosa sobre él, obviamente buscando daños. Su sonrisa se ensanchó- Y sed. Podría tomar una de esas bebidas que tanto te gusta preparar.

– ¿Y quizá un poco de ayuda para levantarte? -Se dio cuenta de que su voz sonaba rasposa, casi ronca, una emoción que lo cogió desprevenido. Fritz estaba enroscado a su lado y el arma y el cuchillo estaban en el piso al lado de su mano.

– Eso también. Oí tiros -Hubo una pequeña pausa en su voz, pero consiguió mantener la sonrisa en su cara.

Rio supo que la amaba. Era esa sonrisa atrevida. La alegría en sus ojos. La ansiedad por su seguridad. Nunca olvidaría ese momento. Cómo se veía tumbada en el suelo, con la pierna sangrando, la camisa torcida alrededor de su cintura mostrando su delicioso trasero desnudo y su sonrisa. Estaba tan hermosa que lo dejó sin respiración.

Rio se arrodilló a su lado, examinando cuidadosamente el daño de su pierna.

– Esta vez tuvimos suerte, Rachael. Sé que duele, pero no tiene mal aspecto. Ahora voy a levantarte y te va a sacudir un poco. Deja que yo haga todo.

A ella siempre le sorprendía su enorme fuerza. Incluso después de saber lo que era, todavía la asombró la facilidad con la que la levantó y la colocó de nuevo en la cama. No pudo evitarlo. Tuvo que tocarlo, trazar su cara, pasar las yemas de los dedos por su pecho, solo para sentir que estaba vivo.

– Oí tiros -repitió, exigiendo una explicación.

– Lo herí ligeramente. Es uno de los míos, pero no reconozco su rastro. Nunca lo he conocido. No somos los únicos. Algunos de los nuestros viven en África, otros en Sudamérica. Alguien pudo haber importado… -su voz se apagó.

– ¿Un asesino a sueldo? -proveyó ella.

– Iba a decir francotirador, pero eso sirve. Es posible. Contratamos a otros para rescatar a víctimas de secuestros. Seguimos la norma de si es posible de no mezclarnos en política, pero a veces es inevitable. Nuestras leyes son bastante estrictas; tienen que serlo. Nuestros temperamentos no sirven para todo y siempre tenemos que tener eso presente. El control lo es todo para nuestra especie. Tenemos inteligencia y astucia, pero no siempre el control necesario para controlar esas cosas.

– ¿Iba a por mí, verdad? -preguntó Rachael.

Rio asintió.

– Kim dejó medicina para tu pierna y voy a reaplicártela. Tenemos que partir de aquí. Voy a llevarte con los ancianos. Allí te protegerán mejor de lo que yo puedo hacer aquí.

– No -dijo Rachael con decisión- No iré allí, Rio. Lo digo en serio. No iré… nunca. Por ninguna razón.

– Rachael, no te pongas obstinada. Este hombre es un profesional y sabe donde estás. Probablemente sabe que te han herido. Ha estado demasiado cerca de matarte como para que esté tranquilo.

– Me marcharé si quieres que lo haga, pero no voy a ir con tus ancianos -Por primera vez él oyó mordacidad en su voz. No era tensa o malhumorada, era puro genio. Sus ojos oscuros destellaban fuego, casi lanzando chispas.

– Rachael -Se sentó en el borde de la cama y apartó la mata de rizos que caía en todas direcciones- No te estoy abandonando. Es más seguro para ti. Va a volver.

– Sí, sé que lo hará. Y tú estarás aquí, ¿verdad? Solo. Totalmente solo, sin ayuda. Porque los idiotas de tus ancianos se quedan contentos con tomar el dinero que ganas arriesgando la vida en lo que sea que haces con tu pequeña unidad. ¿Se lo das, verdad? -Lo miró airadamente- He visto cómo vives, y no veo que tengas una enorme cuenta bancaria escondida en alguna parte. ¿Se lo das a los otros, no?

Rio se encogió de hombros. Estaba furiosa, irradiando cólera que sacudía su cuerpo. Los dedos de Rio se introdujeron en su espeso cabello. No supo la razón, quizá para sostenerla cuando parecía capaz de volar hasta los ancianos.

– Parte de él. Yo no lo necesito. El dinero se utiliza para ayudar a proteger nuestro ambiente. Nuestra gente lo necesita, yo no. Vivo modestamente, Rachael, y me gusta mi vida. Lo que me quedo lo uso para armas, alimento o medicina. Es que no tengo muchas necesidades.

– No me importa, Rio. Son unos hipócritas. Te desterraron. No eres lo bastante bueno para vivir cerca de ellos, pero toman tu dinero y te dejan arriesgar la vida para proteger a sus otros hombres mientras trabajan. Eso apesta y no quiero nada de ellos. Y si necesitas otra razón, allí me tendrán que seguir, así que les causaré más problemas. No voy a ir. Me marcharé, el asesino me seguirá y tú estarás a salvo.

La risa surgió de ninguna parte. Rio simplemente se inclinó y tomó posesión de su boca. Esa boca hermosa, perfecta, pecaminosamente deliciosa. Rachael se hundió en él, se derritió, su cuerpo presionó contra el suyo, sacando todo pensamiento de su mente. Rio la envolvió con sus brazos, devorándola hambriento, besándola repetidamente porque estaba viva y lo miraba de esa forma. Porque la encolerizó que los ancianos lo desterrasen y estaba tan lista para defenderlo incluso cuando no lo necesitaba. Porque hacía cantar su sangre y ponía su cuerpo duro como una roca.

Una serie de rayos atravesaron su torrente sanguíneo. Las llamas bailaban sobre su piel. Había un rugido en su cabeza y supo que de nuevo estaba totalmente vivo. No importó que no supiese el pasado de Rachael. Sabía de lo que estaba hecha, su fuerza, su feroz naturaleza protectora. Le importaban su valor y su fuego. Lo había aceptado, mientras su propia gente no podía aceptar lo que había hecho.

La mano de Rachael rodeó su cuello. Levantó la cabeza y lo miró.

– No puedo quedarme contigo, Rio, y me rompe el corazón. ¿Por qué tuve que encontrar a alguien tan bueno y gentil?

– Solo tú me describirías como bueno y gentil, Rachael -La besó otra vez- Y podemos resolver nuestras pequeñas diferencias.

– Quieres decir que puedes buscar a este asesino a sueldo y matarlo -Sacudió su cabeza- No voy a dejar que lo hagas. Odias lo que hiciste, matar al hombre que se llevó la vida de tu madre. Piensas que está tan mal porque no puedes estar apesadumbrado que esté muerto. Rio, sientes pena por haberlo matado. Sé que lo haces. Puede que no lamentes que esté muerto, pero sí lamentas el modo en que su vida fue tomada. No vas a volver a repetir todo eso por mí.

– No es por ti.

Ella le sonrió y apartó el pelo que le caía por la frente.

– Si que lo es. No importa qué excusa te inventes para ambos, siempre sabré que fue por mí y tú también lo sabrás. Mis problemas no tienen nada que ver contigo y ni siquiera tendrías que haber formado parte de ellos.

– Lo derroté dos veces. Tuvo que escapar y resultó herido. Tendrá que venir a por mí. Estés aquí o no, acabará viniendo a por mí.

– No le pagan para que vaya a por ti. Los asesinos a sueldo trabajan por dinero. No se dejan llevar por los sentimientos, Rio, al menos no los que he visto. Si les pagas, hacen el trabajo. Para ellos es simplemente un negocio.

– Estás hablando de seres humanos -señaló- Te haré algo de comer mientras lo discutimos. Lo digo en serio, Rachael, vendrá aquí a matarme antes de hacer otro intento contra ti.

Rachael lo miró mientras se dirigía a los armarios. En su voz había una total convicción.

– No iba a hablar de nosotros, pero ahora que lo mencionas… He considerado uno de los dos problemas que puede tener una relación. Está todo el tema del cruce de especies. No me preguntaste si estaba tomando algo, Rio. ¿Se te ocurrió que si me quedase embarazada podríamos tener un problema?

Concentrado en hacer la sopa, no se giró.

– No habría ningún problema, pero sabía que no podías concebir. No de la forma que hicimos el amor.

– ¿Ah sí? ¿Y por qué no?

– Porque eres uno de los nuestros.

Rachael levantó una ceja y miró la amplia extensión de su espalda.

– Qué interesante. ¿Por qué no sé nada de esto? Sería lógico pensar que mis padres me habrían informado. No es que me moleste correr libremente por el bosque, sería divertido.

Ahora sí se giró y en su cara no había una respuesta divertida. Su expresión era severa.

– No, no irás a correr por el bosque, Rachael. Ni ahora, ni nunca -La cólera ardiente estaba de vuelta, una turbulencia negra y feroz que lo traspasaba como un oscuro tornado.

La ceja de Rachael se elevó más.

– Está bien saber con tiempo que parece haber un doble estándar en tu sociedad para las mujeres. Ya vengo de una de esas sociedades, Rio, donde las mujeres son ciudadanos de segunda categoría, y no disfruté de ella. No pienso unirme a otra.

– Mi madre no era de segunda clase, Rachael. Para cualquier persona lo bastante afortunada de conocerla era un milagro. Y correr libre en el bosque le costó la vida.

– Fue un riesgo que corrió, Rio. Tú lo haces todo el tiempo. Corrí un riesgo cuando dejé ir la barca y me deslicé en el río crecido. Fue decisión mía. En cualquier caso no sirve de nada discutir, yo nunca tendré otra forma más que ésta. Bueno, a veces mi peso sube o baja un poco y al hacerme más vieja creo que se está redistribuyendo y quizá cambiando mi forma, pero creo que no te referías a eso.

– Eres uno de los nuestros, Rachael. Drake lo sabía y también Kim y Tama. Estás cerca del Han Vol Dan. Es por eso que estás tensa y malhumorada.

– ¿Tensa? ¿Malhumorada? ¡Lo siento mucho! No estoy ni tensa ni malhumorada. Y si lo hago, es solamente porque estoy condenada a esta cama.

– Quizá no fue una descripción muy acertada. Estoy intentando ser discreto.

– Bien, olvídate de ser discreto y dilo.

– Tienes razón. Pero no te enfades conmigo. Estás cerca del cambio y con él estás experimentando un impulso sexual muy poderoso, como una gata en celo.

Le lanzó la almohada.

– No creo que esté actuando como una gata en celo. No fui detrás de todos los hombres de la habitación.

– No, pero ellos querían ir a por ti. Puede ser un tiempo peligroso. Estás dando señales, tanto de olfato como señas corporales.

– Estás loco -Rachael lo atravesó con la mirada- ¿Intentas decirme que me hiciste el amor porque estoy enviando un cierto aroma? -Rio le volvía a dar la espalda pero vio sus hombros sacudirse- Si te atreves a reír, te voy a hacer saber exactamente lo que supone una mujer que se calienta.

– No se me ocurriría reír -A veces la mentira era la mejor parte del valor y la única manera de salvar el trasero de un hombre- Te hice el amor porque cada vez que te miro te deseo. Demonios, ahora te deseo. No puedo pensar con claridad cuando estoy a tu alrededor, pero ya lo sabes.

Rachael intentó no sentirse apaciguada por lo que dijo, pero fue imposible no sentirse contenta. Le gustaba la idea de que él no pudiese pensar con claridad cuando estaba cerca.

– Ahora en serio, Rio, ¿por qué llegarías a considerar que pertenezco a otra especie distinta a la humana?

– Estoy siendo serio. Estoy seguro que tus padres eran iguales que yo. Creo que las historias que te contó tu madre eran las que se contaban a nuestros niños para enseñarles su herencia. Tienes que haber oído a tu padre llamar sestrilla a tu madre, y por eso sabías lo que significaba. La lengua es antigua y solamente la utiliza nuestra gente, pero es universal para todos nosotros sin importar en qué parte del mundo residamos. Incluso si tus padres nacieron y crecieron en Sudamérica como sospecho, tu padre habría llamado así a tu madre en algún momento.

– No puedo recordar a mi padre. Era muy joven cuando murió.

– ¿Tienes recuerdos de la selva tropical?

– Sueños, no recuerdos.

– La humedad no te molesta y los mosquitos no se te acercan. No estás asustada en los silencios o en la calma. Demonios, Rachael, entré aquí como un leopardo y ni siquiera retrocediste.

– Me aparté. Definitivamente lo hice. Tuviste mucha suerte de que no muriese del puro susto.

– Estuviste acariciando el leopardo. No debías estar tan asustada.

– La sopa está comenzando a hervir -Esbozó una mueca a sus espaldas. Quizá no había estado tan asustada del leopardo como debería -¿Quién no acariciaría a un leopardo dada la ocasión? Fue una cosa perfectamente natural. Pensé en desmayarme, pero no soy muy buena en eso así que pensé en sacar lo mejor de la situación. Y -continuó antes de que la pudiese interrumpir- tienes dos leopardos como mascotas, quien sabe si el animal grande era parte de la familia. Entró como si la casa fuese suya.

Él le sonrió ampliamente.

– Lo es.

– Bien, no estoy en celo -Intentó no devolverle la sonrisa. Era difícil cuando estaba allí parado, apoyando perezosamente una cadera contra el fregadero y pareciendo increíblemente atractivo.

– Un hombre siempre puede soñar.

Consiguió hacer un elegante gesto de indignación, aceptando la taza de sopa que él le dio.

– ¿Cuánto tiempo hay antes de que vuelva el asesino? -Era un tema mucho más seguro.

– Podría estar escondido a un par de kilómetros de aquí. Depende de la gravedad de sus heridas. Se movía rápidamente y pensando todo el tiempo.

– Lo que significa que no estaba tan mal.

– Es lo que pienso yo. Franz está explorando y he enviado otro par de amigos, no humanos en caso de que te lo preguntaras. Darán la alarma si se presenta en un radio de un par de kilómetros. Si es listo, permanecerá quieto esperando a que nos relajemos.

El corazón de Rachael saltó.

– ¿Me estás diciendo que crees que volverá esta noche? ¿Por qué no nos estamos preparando para salir de aquí? Puedo hacerlo. Es estúpido sentarse aquí y esperar a que nos dispare.

– No estamos simplemente esperándolo, Rachael. Nos estamos fortificando y preparando para la batalla.

– No quiero luchar contra nadie. ¿Conoces el viejo dicho de lucha o huye? Creo que huir es lo más inteligente. Tiene que haber alguna choza de los nativos sobre los que leí a donde podamos ir.

– Es como un sistema de radar que camina, Rachael. Puede rastrearnos, sin importar a dónde vayamos. Si no quieres cobijo con los ancianos en la aldea entonces tenemos que hacerle frente.

Rachael sacudió la cabeza tristemente.

– A cualquier sitio que voy, llevo muerte -Desvió la mirada de la puerta- Lo siento, Rio. De verdad, siento haber traído a este hombre a tu vida. Pensé que podría escaparme.

– Fue decisión suya aceptar este trabajo. Tómate la sopa.

Rachael sorbió el caldo con cuidado. Estaba muy caliente pero de repente se encontró muy hambrienta.

– Todavía estoy intentando asumir la idea de que los hombres leopardo son realmente verdaderos, no un mito, y tú quieres que crea que soy una mujer leopardo -Rió suavemente- No puede ser verdad, pero lo vi con mis propios ojos.

– Estaré encantado de demostrártelo -Rio quería llevarla a su refugio lo antes posible. No estaría contenta con el traslado, y estaba seguro que lastimaría su pierna, pero sentía que no tenían opción. El francotirador no esperaría mucho. Si Rio fuese el cazador, ya estaría volviendo lentamente, con paciencia, de nuevo en posición de matar.

Rio sacó su mochila. La mantenía llena de artículos necesarios para una partida rápida. Añadió más vendas y calmantes para Rachael y cortó la costura de un par de vaqueros viejos hasta la rodilla.

– Tengo que pedirte que te pongas éstos.

– Encantadores. Me gusta su aspecto. ¿Vamos a caminar bajo la luz de la luna? -Dejó la sopa en la pequeña mesa del extremo y sacó su mano para pedir los vaqueros. Su mirada encontró la de Rio con resolución, pero la vio tragar con fuerza. La perspectiva de intentar caminar con la lesión que tenía era desalentadora.

– Sí. Déjame ayudarte -Deslizó el material sobre su hinchado tobillo y su pantorrilla. Su valor lo sacudió. Esperaba una protesta pero como de costumbre, Rachael estaba animada.

Explotó en sudor mientras la vestía.

– No estoy en forma.

– ¿No vamos a hablar de formas otra vez, verdad? -Bromeó Rio, necesitando encontrar una manera de sacar el dolor de los ojos de Rachael. Deslizó los dedos por su pelo. Los mechones sedosos estaban húmedos- ¿Vas a ser capaz de hacer esto?

– Por supuesto. Puedo hacer cualquier cosa -Rachael no tenía ni idea de cómo iba a levantarse y a poner peso en su pierna. Incluso con el brebaje marrón verdoso de Kim y Tama untado sobre su pantorrilla, la pierna palpitaba. Estaba segura de que cuando bajase la mirada para examinar el daño vería flechas perforando su carne. Rachael pasó la taza de la sopa.

– Estoy lista, tanto como lo puedo estar.

Le dio un cuchillo con su funda y la pistola pequeña.

– Está puesto el seguro -Se colgó la mochila a hombros y se agachó hacia el leopardo nebuloso de veintitrés kilos- No podemos dejarte atrás, Fritz. Tengo la sensación de que nuestro amigo se va a sentir vengativo. Tendrás que permanecer fuera de la casa.

El gato bostezó pero permaneció erguido cuando Rio lo puso en la terraza.

– Vete, pequeño, encuentra un lugar donde ocultarte hasta que vuelva -Miró al pequeño leopardo salir cojeando por una rama y desaparecer entre el follaje. Rio miró hacia atrás y vio a Rachael intentando mantenerse en pie.

– ¿Qué demonios crees que estás haciendo, mujer?

– Creo que se llama estar de pie pero parezco haber olvidado cómo se hace -contestó ella, sentándose en el borde de la cama- Es la pasta verde que me pusiste en la pierna. Me está sobrecargando.

– Rachael, te voy a llevar. No espero que camines.

– Eso es una tontería. Más que nada estoy débil. No es tan doloroso. Bueno, es doloroso porque la hinchazón todavía no ha bajado.

La cogió entre sus brazos.

– Pasé todos estos años solo. Nunca nadie discutió conmigo.

– Y ahora me tienes a mí -dijo ella con evidente satisfacción, acomodándose contra su cuerpo -¿Tienes idea de adonde vamos? Me pareció entenderte que nos podría rastrear.

– ¿Dije eso, verdad? -Ya se movía a través de la red de ramas, con mucha más rapidez de lo que Rachael consideraba seguro.

A pesar de la pesada mochila y el peso adicional de Rachael, Rio ni siquiera respiraba rápido cuando aterrizó en el suelo y comenzó a correr, serpenteando entre los árboles de vuelta hacia el río. Ella enterró la cara contra su cuello, intentando no gritar con cada paso que la sacudía.

El rugido comenzó suavemente, un sonido amortiguado, distante que rápidamente comenzó a ganar fuerza. Rachael levantó su cabeza en alarma, repentinamente asustada del lugar al que pretendía llevarla.

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