CAPÍTULO 5

– Sabes como fastidiar una maravillosa noche perfectamente ¿verdad? -Rachael no apartó la cabeza de la comodidad de su hombro, pero miró detenidamente hacia el bosque. Las sombras se movían como un dosel en dirección al suelo. Cada crujido creaba una sinfonía de sonidos, los crujidos y el sonido de los insectos acompañaban al viento-. Siempre pensé que sería tranquilo. Los límites de los bosques tienen mucha actividad alrededor de los pantanos. Los peces saltan y los insectos siempre están atareados, pero por alguna razón pensé que en el interior todo estaría más tranquilo.

– Piensa en ello como si fueran las canciones del bosque. Siempre me gustó escuchar el revoloteo de los insectos y el sonido de los pájaros entre las hojas en el viento. Si te gustan esas cosas, es como si fuera música, Rachael.

– Supongo que si. ¿Por qué la gente no puede dejarnos en paz Rio? De acuerdo, me escapé. ¿Tanto importa por qué lo hice? ¿De quien huí? ¿Qué diferencia hay si estoy aquí, en medio del bosque?

– Es normal que quiera y tenga que saber por qué alguien quiere matarte. ¿Tienes un marido del cual escapaste? ¿Alguien rico y lo bastante poderoso como para seguirte el rastro hasta aquí? ¿Por qué no te deja ir simplemente? -la sentía a su lado, ajustandose perfectamente a las lineas de su cuerpo. Oyendo su suave respiración. Su piel era cálida, suave e invitadora. Era algo más que la atracción física, eran su coraje y su sentido del humor. Invadía sus pensamientos y su sangre. Rio se estiró para colocarle la muñeca rota encima del regazo para que estuviera lo más cómoda posible- Creo que es una pregunta tonta. Yo tampoco podría haberte dejado ir.

Rachael levantó la cabeza para mirarlo. Una débil sonrisa curvó su boca.

– Eso que has dicho es algo muy bonito, Rio. Gracias.

Pareció sentirse acosado en vez de agradecido por sus palabras.

– Tienes que decirme el motivo, Rachael. Si va a venir alguien buscándote, tengo que estar preparado.

– No hay manera de prepararse, en cuanto pueda hacerlo, seguiré huyendo. Tiene que haber algún lugar donde no puedan encontrarme. Espero que crean que he muerto.

– Si Kim está vivo, sabrá que sobreviviste. Es uno de los mejores rastreadores de por aquí. Irá a buscarte porque estabas bajo su tutela. El Gobierno va a levantarse en armas por traer a todo un grupo de la iglesia trayendo medicamentos que roban los bandidos. Van a perseguirles a todos. Los pueblos necesitan ayuda y lo último que necesitan es un peligroso viaje por los rios y los alrededores del bosque, persiguiendo a dos turistas. Y si hay alguien más, alguien del exterior, que obligue al gobierno a ir tras los bandidos, van a hacer una busqueda a fondo.

– La gente se ahoga continuamente y nunca se encuentran sus cuerpos. ¿Kim Pang es amigo tuyo? ¿Si viene a buscarme puedes convencerle para que diga que me ahogué?

– Kim no miente. Si sigue vivo; cosa que voy a averiguar cuanto antes; le pediré que desaparezca para que no le hagan preguntas. Tiene un bien merecida reputación y no debe perderla por esto.

Rachael apartó la cara.

– Me gustaba. Me gustaba más que los otros. No creo que los bandidos quisieran secuestrarnos por el rescate, creo que les pagaron mucho dinero para encontrarme.

Río sacudió la cabeza.

– No puedo creer que alguien te odie tanto.

– No dije que él me odiara.

Sintió el golpe en su tripa, la extensión oscura de los celos, los peligrosos restos de su lado animal. No iba a dejar que la pasión le cegara, era demasiado peligroso. Ahora tenía una vida de la que disfrutaba y que podía vivir. Rachael no iba a causar su ruina.

El viento cambió, llenando sus caras con gotitas de agua. Río se inclinó inmediatamente sobre ella, protegiendola de la lluvia hasta que el viento volvió a cambiar.

– Los bandidos son habituales por aquí, tanto río arriba como río abajo. Y no solo aquí si no en todos los países donde hay bosques y ríos en los que desaparecer rápidamente. Indochina, Malasia, Filipinas, Tailandia, todos ellos. No es una situación única ni anormal. ¿no te advirtieron de los peligros? -mantuvo el tono de voz bajo. No iba a traicionar la furia que ardía en su interior. Ella no le pertenecía. Y nunca iba a pertenecerle.

– Las probabilidades parecen estar a nuestro favor.

– Lo veo continuamente. Deberías haberte quedado en casa, Rachael. Deberías haber acudido a la policia.

– No todos tenemos esa opción, Rio. Hice todo lo que pude dadas las circunstancias. Solo me quedaré aquí el tiempo necesario hasta que se me cure la pierna.

– ¿Crees que eso va a suceder de la noche a la mañana?

Su voz era baja, casi sensual y suave como el terciopelo, pero ella tuvo que contener las lágrimas. Llevaba el peligro con ella, tanto si él quería creerlo como si no. Quería pensar que podía alejarse, mantenerse a salvo, pero sabía que él tenía razón. No quería volver nunca más a la realidad que era su vida. Si estuvo lo bastante desesperada como para desafiar al embravecido río, él debía adivinar que necesitaba algo de tiempo para poder suponer que estaba a salvo.

El bosque la llamaba, un oscuro santuario capaz de ocultar toda clase de secretos. ¿Por qué no a ella? El follaje y las enredaderas ocultaban su casa situada entre las ramas de un árbol. Tenía que haber un modo de desaparecer en el bosque pluvial.

– Rio, se que vives aquí porque te ocultas del mundo. ¿No puedes enseñarme a sobrevivir en este lugar? Tiene que haber algún lugar para mí.

– Nací aquí. El bosque es mi casa y siempre lo será. No puedo vivir en la ciudad. No tengo ningún deseo de vivir y trabajar allí. No quiero ni televisión ni películas. Voy, consigo mis libros y soy un hombre feliz. Una mujer como tú no podría vivir aquí.

– ¿Como yo? -le miró con sus poderosos ojos oscuros- ¿Una mujer como yo? ¿Y que tipo de mujer soy, Rio? Me gustaría saberlo, porque lo dices mucho. Una mujer como yo.

Río no volvió la cabeza, estaba divertido e incluso admirado. En la voz de ella había un tono de desafío típicamente femenino. Estaba sentada en su porche delantero, envuelta en su camisa, con el muslo desnudo pegado a su pierna, con una devastadora infección y la selva acechando; y seguía actuando como si estuviera en su propia casa e incluso se molestaba con él.

En casa con él. A gusto, como si se conocieran desde siempre.

Un pájaro gritó una advertencia, por encima del follaje. Los monos parecieron dar una alerta. Todo movimiento en el bosque, cesó. Se produjo un repentino y antinatural silencio. Solo se oía el sonido monótono de la lluvia. Rio se puso instantaneamente de pie, escondiendose entre las sombras, elevando el rostro al viento, olisqueando el aire como si percibiera el olor de los enemigos. Chasqueó los dedos, agachándose, cuando los dos leopardos se movieron silenciosamente por la veranda, como si les hubiera convocado. Uno de ellos enseñó los dientes con un silencioso gruñido. Rio se acuclilló lentamente, con cuidado para no hacer ruido, rodeó los cuellos de ambos felinos con los brazos y le acarició mientras les susurraba algo. Cuando se alejó, los dos leopardos treparon a los árboles.

Río levantó Rachael en sus brazos. Otra vez sus movimientos fueron lentos, muy lentos.

– No hagas ni un solo ruido. Ni un sonido, Rachael -Sus labios estaban presionados contra su oído, enviando un pequeño estremecimiento por su espina dorsal. Se movió con agilidad para colocarla de espaldas encima de la cama. Estando como estaba pegada a su cuerpo, le notó temblar, algo se movió bajo su piel empujando contra la de ella. La perturbó por un momento. Sus manos fueron suaves cuando la arropó pero ella notó algo afilado a lo largo de su piel, como si algo la hubiera arañado.

Cogiendo su cara entre las manos, la miró fijamente a los ojos.

– Tengo que asegurarme de que sabes lo que haces. Estaré ahí -señaló la puerta abierta- será lo mejor. No puedes encender ninguna luz, Rachael, si no quieres delatar tu escondite. Tendrás que arreglartelas a oscuras y te daré un arma, pero tienes que permanecer alerta. ¿Podrás hacerlo?

La voz de Río era tan solo un hilo. Rachael le miró y quedó atrapada en su feroz mirada. Sus ojos eran, en ese momento, más amarillos que verdes, tenía las pupilas dialtadas y miraba fijamente. Parecía un misterioso e inolvidable animal salvaje a punto de salir de caza. Su corazón empezó a palpitar.

– Rachael, contéstame. Tengo que saberlo -un destello de preocupación atravesó sus ojos. Su expresión era sombría- Viene alguien.

Había algo completamente diferente en sus ojos. No era una alucinación. Sus ojos eran enormes, amplios, miraban fijamente, había una misteriosa tranquilidad en ellos, algo intensamente peligroso. La pupilas eran tres veces mayores a las de ningún otro ser humano, permitiéndole ver en la oscura noche. Se humedeció los labios con la lengua. Rio no parpadeó, ni apartó la mirada de su rostro. Sus ojos parecían de mármol o de cristal, viendolo todo, omniscente, terriblemente extraños y, aún así, hermosos.

– Debes tener una excelente visión por la noche.

Las palabras sonaron como un chirrido. Estúpida.

Rachael parecía una niña asustada. Tenía un enemigo real. No podía enfrentarse a seres sobrenaturales y asustarse a sí misma. Enderezó los hombros, decidida a recuperarse.

– Creo que me han encontrado, Rio. Te harán daño si te quedas conmigo, no les importará que no sepas nada.

– Puede que no sea nada, pero definitivamente tenemos un intruso. Tengo que asegurarme de que vas a estar bien, Rachael. No quiero volver y encontrarme con que te has pegado un tiro sin querer. Y no quiero que intentes dispararme a mi.

– Vete, estoy bien. No tengo ningún problema en la vista.

Y así era. Nunca había tenido ningún problema en ver de noche, pero le parecía ser capaz de ver mucho más claramente que antes. O quizá fuera simplemente que se había acostumbrado a la débil claridad del bosque. Solo tenía una mano sana y le estaba temblando, de modo que la escondió bajo las mantas. Rachael no estaba dispuesta a lloriquear por la sensación de nauseas ante el dolor desgarrador que le produjo el movimiento, no cuando él estaba a punto de salir solo a enfrentarse al intruso.

Él comprobó el arma, y la depositó en la cama, al lado de ella. Le puso la mano en la frente. Estaba caliente.

– Permanece alerta, Rachael.

Río estaba poco dispuesto a abandonarla. Algo le decía que estaba reviviendo una vieja escena: recordaba haberla acariciado, el tacto de su pelo deslizándose entre sus dedos mientras se adentraba en la noche para cazar a un enemigo. Y cuando volvía… algo le apretó dolorosamente el corazón.

– Rachael, tienes que estar aquí cuando regrese. Tienes que vivir para mi.

No tenía ni idea de porqué lo decía. No sabía porque lo sentía, pero tuvo la acuciante necesidad de advertirla. Algo había sucedido o estaba a punto de suceder, otra cosa no tenía sentido. Al parecer su cerebro guardaba una memoria que le decía que Rachael no debería estar allí.

– Buena caza, Rio. Que toda la magia del bosque te acompañe y que la fortuna sea tu compañera de viaje -las palabras salieron de su boca, y la voz era la suya, pero Rachael no tenía ni idea de donde habían salido.

Supo instintivamente que había pronunciado unas palabras rituales, pero no como las conocía ni a que ritual pertenecían; lo único que sabía era que las había dicho antes.

Se pasó la mano por la cara en un esfuerzo para desterrar las cosas que no entendía.

– Estaré bien. Puedo manejar un arma, ya lo he hecho antes. Tú ten cuidado.

Rio la miró fijamente a los ojos durante un largo instante, temiendo apartar la mirada de ella y de que cuando volviera, hubiera desaparecido… o la encontrara muerta, intentando proteger a su hijo desesperadamente. Echó la cabeza hacia atrás; un rabia feroz y un dolor terrible se conjugaron en una bola de emociones imposibles de entender.

– Sobrevive, Rachael -repitió bruscamente. Una orden, una súplica. Se obligó a apartarse de ella y salir.

El cambio ya estaba ocurriendo en su corazón y en su mente, el peligroso felino que había en su interior apareció; la piel onduló en brazos y piernas, se le dobló el cuerpo, se retorció, los musculos se estiraron y alargaron. Abrazó el cambio, el modo de vida que había elegido, aceptando el poder y la fuerza del leopardo, dándole rienda suelta en la seguridad de su territorio. Rio estiró los brazos, los dedos se extendieron mientras se le curvaban los nudillos y las garras arañaban el suelo de la terraza, retrayéndose después.

El leopardo era grande. Se sentó tranquilamente, levantando la cabeza para olisquear el viento. Sus bigotes actuaban como un radar, recogiendo todos y cada uno de los detalles de lo que le rodeaba. Los músculos se tensaron, poderosos y fuertes mientras el animal se agachaba y saltaba hasta un gran rama que se elevaba, alejándose de la casa. Se movió a favor del viento, bajo el dosel de hojas. Cuando el leopardo miró hacia atrás comprobó que las enredaderas y el follaje protegían la casa de las miradas curiosas. En la oscuridad era casi imposible distinguirla a menos que se conociera su existencia.

El bosque rebosaba de información, desde el sumbido de los insectos hasta los gritos de advertencia de un pájaro. Rio se movió rápida y silenciosamente por las anchas ramas, manteniendose agachado, clavando las uñas en la madera mientras seguía subiendo, retrayéndolas cuando andaba entre el follaje con cuidado para no mover las hojas. El más pequeño de los otros dos leopardos surgió entre la cerrada niebla, con el hocico retraído en un gruñido. Rio se quedó completamente quieto, agachándose más, levantando la cabeza para olisquear el viento.

El intruso no era humano. Inmediatamente el carácter feroz del leopardo se elevó y se extendió con la violencia de un volcán. Río aceptó la rabia y la ferocidad, las canalizó profundamente en el corazón de la bestia. Se movió con la mayor precaución, sabiendo que estaba siendo acechado, sabiendo que alguien de su propia especie había decidido traicionarlo. Su labio se elevó en un gruñido silencioso, revelando unos enormes colmillos. Moviendo las orejas, el leopardo empezó a moverse lentamente entre la abundante vegetación que cubría el suelo del bosque. El viento trajo el olor del traidor, señalando su posición a pocos metros de Rio.

Rio se arrastró a través de una rama grande por encima del descubierto leopardo. Era macho y grande. El animal balanceó su cabeza, alerta, mirando con desconfianza hacia el árbol donde Río permanecía agachado e inmóvil. Inmediatamente, Franz, oculto en algún lugar entre los densos arbustos, pisó deliberadamente una pequeña rama, partiendola por la mitad. El sonido retumbó en el silencio del bosque.

El leopardo moteado se tranquilizó, se agachó mirando con atención en la dirección donde se encontraba el leopardo más pequeño. Rio aprovechó la oportunidad para acercarse, en silencio, cautelosamente. Franz había arriesgado su vida. Si daba con él, el leopardo más grande lo mataría fácilmente. El leopardo moteado, más grande, estaba definitivamente de caza.

Rio se movió con agilidad sobre la rama de árbol, saltó silenciosamente a la rama de debajo, se quedó quieto cuando el leopardo moteado levantó la cabeza para oler el viento. Fritz, varios centenares de metros más lejos de Franz, emitió un gruñido bajo que el viento llevó al interior del bosque. El lopardo moteado se agachó, echó hacia atrás los labios, separó las orejas y bajó la cola en posición de ataque, mirando atentamente hacia la dirección del sonido.

Río se lanzó, saltando ágilmente desde arriba. El leopardo moteado se volvió en el último momento sacando sus enormes garras, arañando a Rio en el costado pero sin poder evitar por completo el mortal mordisco de Rio cuando le clavó los colmillos en la garganta.

Inmediatamente el bosque volvió a la vida con el ruido de la batalla; los monos chillaron, los pájaros echaron a volar, los murciélagos saltaron de árbol en árbol mientras los dos enormes felinos enseñaban colmillos y garras, rodándo por el suelo del bosque e intentando matarse. Donde antes había silencio, ahora solo había caos, los animales se gritaban advertencias los unos a los otros mientras la mortal batalla continuaba. Un orangután, recostado en su cama de hojas entre las ramas de los árboles, lanzó con fastidio un puñado de hojas hacia los dos felinos, que luchaban y se gruñían en un peligroso baile de afiladas garras y penetrantes dientes.

Los leopardos usaban su peso, se retorcían en posiciones casi imposibles, curvando la espina dorsal, dando vueltas el uno alrededor del otro, lanzandose a la garganta del contrario. La batalla fue breve, pero feroz, los gruñidos y los feroces rugidos reverberaban entre los árboles, directamente a la cúpula de amenazantes nubes que cubrian el cielo. Las nubes respondierón lanzando una lluvia torrencial. Aunque las gotas apenas podían traspasar el techo de árboles, fue suficiente para tranquilizar a los monos que chillaban y hacer que los pájaros corrieran a ponerse a cubierto.

El leopardo moteado empezó a rodar para librarse del asimiento de Rio y echó a correr, subiendose a las ramas y moviendose con rápidez para huir. El furioso felino se dirigió intencionadamente hacia el lugar donde estaba el leopardo más pequeño. Rio inició la persecución enviando un aviso de advertencia, pero el leopardo moteado ya estaba encima de Fritz, agarrándole el cuello entre los colmillos y sacudiéndolo de un lado a otro brutalmente. Lo dejó caer al suelo y saltó al tiempo que Rio se lanzaba al ataque. Las garras se clavaron en los cuartos traseros del leopardo moteado. Su aullido de dolor hizo que los pájaros salieran volando otra vez, pero siguió huyendo, clavando las garras en las ramas para escapar.

Río se lanzó rápidamente al suelo para evaluar los daños de Fritz. El otro leopardo le había producido una herida grave, pero estaba vivo. Rio siseó una advertencia cargada de furia. Tuvo que luchar contra su propia naturaleza que le ordenaba perseguir a la presa que huía. Contuvo el deseo que ardía en su estómago exigiendo venganza.

No le cabía ninguna duda de que se había enfrentado a uno de su clase, una inteligente mezcla de leopardo y hombre. Había ido a matarle. Rio conocía a casi todos los suyos; eran pocos los que vivían en el bosque. Muchos estaban dispersos por otros países y algunos habían decidido vivir en las ciudades como humanos; pero la mayoría no se conocían entre sí. Rio no reconoció el olor de su perseguidor, pero si la astucia de decidir no matar al leopardo nublado en un arranque de ira. El ataque había sido hecho a sangre fría y había aprovechado el momento oportuno. El leopardo moteado sabía que Rio jamás abandonaría al otro mortalmente herido, para perseguirle. Y eso le indicaba más cosas. Su perseguidor sabía que Rio viajaba con dos leopardos nublados.

Miró cautelosamente a su alrededor, olfateando el viento. Su gruñido era una demanda de información dirigida a los habitantes de los árboles. El grito provino de un grupo de monos. Rio recobró su forma humana, permitió que el dolor le invadiera cuando músculos y tendones se retorcieron, contrayéndose y estirándose. Se agachó al lado del leopardo nublado, evaluando los daños. Las heridas eran profundas. Taponó los agujeros y presionó, murmurando palabras tranquilizadoras mientras lo hacía e ignorando los profundos arañazos de su propia piel.

– Franz, permanece alerta -ordenó mientras levantaba a Fritz en sus brazos.

Rio tenía que mantener la presión sobre las dos heridas de colmillos mientras corría por el bosque, abriéndose camino entre los árboles, saltando sobre troncos caídos, vadeando dos pequeños riachuelos crecidos por la lluvia, recorriendo el desigual camino tan rápidamente como podía. Sus músculos eran los de un leopardo, pensados para llevar una presa grande. No notaba el peso del leopardo nublado, pero en su forma humana, su piel no era tan resistente como en su forma animal, y el bosque le producía heridas mientras corría por él.

Río saltó sobre la recia rama que conducía a su casa con la facilidad que le daba la práctica, y, manteniendo cuidadosamente el equilibrió, recorrió el laberinto de ramas hasta llegar al porche. Llamó para avisar a Rachael, con la esperanza de que no le pegara un tiro cuando empujó la puerta con la cadera para abrirla. Fritz, recostado en él, giró la cabeza para levantar la vista atemorizado. Los costados del pequeño leopardo subían y bajaban intentando respirar, con la piel cubierta de sangre.

Rachael jadeó, empujando el arma bajo la almohada.

– ¿Qué pasó? ¿Qué puedo hacer?

La cara de Río era una máscara peligrosa, feroz, parecia un guerrero, con los ojos brillantes de cólera. La miró sin parpadear, con todo su poder, comprobando que estaba bien. Rachael se enfrentó a su penetrante mirada.

– De verdad, Rio, deja que te ayude.

Cambió inmediatamente de dirección y llevó al animal herido a la cama.

– ¿Puedes sujetarle?

Rachael no se inmutó por la pregunta. Se limitó a demostrarselo, manteniendo una expresión serena aunque le palpitaba el corazón y el dolor la hizo marearse. Tenía bastante práctica en esconder el miedo. El felino estaba gravemente herido y por lo tanto era mucho más peligroso que en su estado habitual. Se le secó la boca cuando le puso el animal en el regazo y le colocó primero una mano y luego la otra en las incisiones. Rachael se encontró con un leopardo de cincuenta libras en el regazo y las manos presionando el cuello cubierto de sangre.

Río encendió la lámpara y llevó el botiquín a la cama, arrodillándose al lado de la cabeza del animal.

– Aguanta Fritz -murmuró- se que duele pero vamos a curarte.

No miró a Rachael si no que trabajó sobre el felino con manos tranquilas, estables y muy seguras.

Tenía la cabeza inclinada, el pelo negro caía alrededor de su rostro. En la piel tenía sudor y sangre, y olía a bosque y a piel húmeda. Mientras se esforzaba en curar al felino, su cara aprecía estar tallada en piedra.

– Las heridas son profundas, como las de tu pierna. A ti te cosí, pero dejé que las incisiones sangraran. Voy a tener que hacer lo mismo con Fritz. Lo mejor que puedo hacer es limpiar las heridas a fondo, darle antibióticos y esperar que no se infecten. Si lo hacen tendré que abrirlas.

Mientras Rio desinfectaba las heridas, Fritz abrió la boca, enseñó sus largos colmillos y soltó un terrible aullido. Rachael suspiró y mantuvo la mirada fija en Rio, en su cara en vez de en sus manos, temiendo que si veía los dientes del felino también empezaría a gritar.

Franz contestó a Fritz, paseando, agitado, arriba y abajo sin cesar. Saltó sobre la cama sin previo aviso, casi aplastando las piernas de Rachael. El dolor le recorrió el cuerpo, tomó aire, y soltó un grito estrangulado. Por un instante la habitación pareció dar vueltas y oscurecerse.

– ¡Rachael! -la voz de Rio era penetrante al llamarla. Sacó a Franz de la cama con el brazo- Quédate en el maldito suelo -gruñó, con voz cargada de amenaza.

Para sorpresa de Rachael, sus manos todavía tocaban la piel de Fritz. Aplicó más presión mientras sacudía la cabeza.

– Lo siento, no esperaba que fuera a hacer eso.

– Lo has hecho bien -dijo él- ¿Puedes continuar?

– Si tú puedes, yo también -contestó ella.

Entonces la miró con sus vivos ojos verdes, con algo que ella no pudo identificar, en las profundidades de sus ojos. Su mirada recorrió su rostro como si quisiera darle fuerza solo con mirarla. Luego volvió su atención al felino.

Rachael soltó el aliento despacio, conteniendo la bilis que le subía a la garganta por el palpitante dolor de su pierna. Había algo en su expresión. Algo recíproco, una conexión. Escuchó el sonido de su voz grave mientras le hablaba suavemente al felino, tranquilizándole mientras le cosía la herida. Se encontró acariciando la piel del leopardo con la mano libre; el animal temblaba pero permanecía inmóvil bajo los cuidados de Rio.

Rachael esperó hasta que Río empezó a trabajar en la segunda herida de colmillos.

– ¿Cómo sucedió?

– Había un leopardo grande, moteado, un macho, en el bosque. Atacó a Fritz. Por suerte lo soltó sin partirle la tráquea.

Ella miró los profundos arañazos de Rio.

– ¿Te enfrentaste a un leopardo que intentaba matar a tu mascota?

Un rápido destello de impaciencia cruzó su rostro.

– Te dije que Fritz y Franz no son mascotas. Son mis amigos, no intentaba salvar a Fritz, él estaba intentando protegerme y recibió la peor parte.

Rachael se inclinó sobre el animal que tenía en el regazo, examinando el trozo de oreja que le faltaba.

– ¿Este es Fritz?

Él asintió mientras prestaba atención a lo que estaba haciendo.

– Esta herida no es tan profunda como la otra. Voy a darle algo para la infección. El leopardo hizo esto intencionadamente.

– ¿Por qué?

No lo miró al hacer la pregunta. Rio había hablado entre dientes, como si le estuvieran arrancando las palabras, las dijo sin ser consciente, enfadado con el leopardo por haber herido al felino más pequeño. Presintió que Rio estaba a punto de decirle algo muy importante.

Río la miró.

– Creo que estaba intentando cazarnos a uno de nosotros. Pero no estoy seguro de a quien. Al principio pensé que era a mí, pero ahora no estoy tan seguro.

Ella oyó el ruido sordo de su corazón y contó los latidos. Era un truco que utilizaba cuando quería saber más pero no quería reacionar demasiado rápido. Algo en su interior se endureció cuando la miró de frente, con su penetrante mirada. Había algo en sus ojos que no podía interpretar. Una peligrosa mezcla de animal y hombre. Rachael sabía que los ojos de los felinos tenían una capa de tejido reflectante detrás de la retina que les permitía concentrar toda la luz posible incluso durante la noches más oscuras o en el interior de un bosque en penumbra. Se llamaba «tapetum lucidum» la membrana funcionaba como un espejo, permitiendo que la luz llegara a la retina una segunda vez, proporcionando una máxima visión. La membrana también era la responsable de los iridiscentes colores amarillo, verde y rojo que Rachael había observado en Rio y en los leopardos nublados.

– ¿Por qué iba a querer cazarnos a cualquiera de los dos un leopardo, Rio? -Le pinchó- No tiene sentido que al enorme felino le importara a cual de los dos mataba y se comía.

Se hizo un largo silencio, roto tan solo por el sonido del viento y de la incesante lluvia; Franz paseaba de un lado a otro, agitado y Rachael estaba convencida de que Rio podía oir los latidos de su corazón.

– No creo que fuera un leopardo de los que tú conoces. Creo que era de una especie completamente distinta -la voz de Rio se mezclaba con los secretos de la noche, secretos y sombras que no quería examinar.

Rachael no expresó la protesta que estaba a punto de salir. Estaba segura de que Rio no estaba siendo melodramático. No creía que supiera como serlo.

– Lo siento, no estoy segura de entenderte. ¿Dices que hay una nueva especie de leopardo, aquí bajo el bosque pluvial, que no ha sido descubierto? ¿O se trata de una especie creada genéticamente?

– Una especie que lleva existiendo varios miles de años.

Ella frotó los oídos del leopardo nublado.

– ¿En qué son diferentes?

Él la miró entonces, clavando de lleno sus extraños ojos en ella.

– No son ni animales ni humanos. Son ambas cosas y ninguna de las dos.

Rachael se quedó quieta, arrancó la mirada del poder de la de él, recordando algo.

– Hace mucho tiempo, cuando era niña, mi madre me contó una historia sobre una especie de leopardos. Bueno, no eran leopardos, eran una especie capaz de convertirse en leopardos o en grandes felinos. Tenían algunas características de los leopardos, pero tambien de los seres humanos y de su propia especie, una clase de mezcla de las tres cosas. Nunca más he oído que nadie los mencionara hasta ahora. ¿Es a eso a lo que te refieres?

Pocas cosas hubieran podido sobresaltar más a Rio, sus manos quedaron suspendidas en el aire mientras la miraba fijamente.

– ¿Cómo se enteró tu madre de los hombres-leopardo? Pocas personas, aparte de los pertenecientes a la especie, conocen su existencia.

– ¿Sabes lo que estás diciendo, Rio? ¿Existe tal especie? Pensaba que era solo un cuento que a mi madre le gustaba contarme por las noches cuando estábamos a solas las dos. Siempre me hablaba de los hombres-leopardo cuando me iba a dormir -frunció el ceño, intentando recordad las viejas historias de su niñez- No los llamaba hombres-leopardo, les llamaba de otra forma.

Río se puso rígido, su brillante mirada azotando su cara.

– ¿Cómo les llamaba?

No conseguía recordar el nombre.

– Yo era una niña, Rio. Era una jovencita cuando ella murió y fuimos a vivir con… -se tranquilizó y se encogió de hombros- No importa. ¿Dices que hay una posiblidad de que tal especie exista? Y si es así ¿por qué iba a querer uno de ellos matarnos? ¿O a mi en concreto?

– Formo parte de una lista negra, Rachael. He provocado a los bandidos algunas veces, quitándoles lo que no les pertenece y haciendoles perder mucho dinero. No les ha gustado y quieren verme muerto -se encogió de hombros con cansancio- Sostenlo un par de minutos más mientras le preparo una cama.

– Y yo he empeorado las cosas al venir aquí ¿verdad?

– Una lista negra es una lista negra, Rachael. No creo que, una vez que estás en ella, las cosas puedan empeorar. Si encuentran tu rastro, nos moveremos. No van a perseguirnos por el bosque, prefieren el río. Y cuento con gente que puede echar una mano si es necesario. Conozco a todos los miembros de las tribus de por aquí y ellos me conocen. Si entran en el bosque, me enteraré -apagó la luz, dejando la estancia sumida en la oscuridad.

– Pero no si uno de esos hombres-leopardo trabaja para ellos -adivinó ella, parpadeando rápidamente para adaptarse al cambio de luz. La luna intentaba valerosamente abrirse paso a pesar de las nubes y la espesa vegetación, pero era un simple rayo a lo lejos- Y si esa expecie existe ¿por qué no han sido descubiertos todavía? Tendrían que ser sumamente inteligentes.

– Y fríos bajo el fuego; astutos, precavidos. Quemar a sus muertos a la mayor temperatura posible. Buscar los restos de alguno que murió accidentalmente. Tener prohibido reunirse para rescatar a alguien si ese alguien ha sido cogido por un cazador. La sociedad tendría que ser superior, dependiendo los unos de los otros y sumamente hábil y secreta.

– Como tú -No podía imaginarse su rostro cambiando, lanzándose sobre ella con el hocico y los dientes de un leopardo macho adulto sustituyendo su cabeza.

Él volvió a la cama, dominándola con su estatura, recorriendo su rostro con sus vívidos ojos verdes.

– Como yo -accedió. Se inclinó y levantó las cincuenta libras de peso del leopardo nublado, acunándolo contra su pecho.

Los dedos de Rachael aferraron la colcha. ¿Era posible? ¿Era producto de su enfebrecida imaginación o Rio era capaz de convertirse en un leopardo? Le miró mientras se agachaba junto al felino, vio los arañazos sanguinolentos que cubrián su espalda, sus costados y los muslos, y una lágrima cayó sobre su cuello. No le importaba lo que fuese. No tenía importancia, no cuando estaba acariciando al felino herido y le murmuraba cariñosas tonterías. Rachael tragó el nudo de miedo que bloqueaba su garganta.

– Rio, estás sangrando. ¿Estás malherido?

Río se levantó y se volvió para mirarla. Había genuina preocupación en su voz y en las profundidades oscuras de sus ojos. Su compasión le afectó en algún lugar muy profundo, en un sitio que quería olvidar que existía. Le hacía perder el control y eso era más peligroso de lo que podía suponer. Rio encogió los hombros.

– No es nada importante, solo unos rasguños.

Rachael lo estudió como andaba por el suelo con los pies desnudos. Su forma de andar, normalmente llana de sinuosa gracia, era ligeramente rígida. Los arañazos parecían profundos y tenían mal aspecto; pensó que debía haber más de una herida de mordiscos.

– Siempre tienes que ocuparte de todo el mundo antes que de ti mismo. Luchaste con ese leopardo ¿verdad? No llevabas armas. Dudo que tuvieras un cuchillo. ¿Qué hiciste? ¿Luchaste con él con las manos desnudas?

Río cogío el botiquín y comenzó a limpiarse las heridas que quemaban con el antiséptico. Rachael soltó un suave suspiro, sintiendose perdida. Parecía cansado y enfermo, sabía que las heridas tenían que dolerle. No respondió a sus preguntas, pero estaba segura de que tenía razón. Tenía que haberse visto impliado en una lucha a muerte con una especie de felino y sin armas de ninguna clase. Y era imposible que se tratara de un felino pequeño. Se mordió el labio inferior para mantener la boca cerrada, decidida a no molestarlo con más preguntas.

Metió la cabeza en la tina que usaba a modo de fregadero y se echó agua en el pelo. Era impresionante, allí en la oscuridad rota tan solo por un rayo de luna que caía sobre él. Su pelo tenía el brillo de la seda. Las sombras del follaje, movido por el viento, pasearon sobre su espalda y sus nalgas en una rápida sucesión, cubriendole rápidamente mientras se lavaba. Cuando se incorporó y se medio volvió hacia ella, sus ojos captaron la luz de la luna, reflejándola con un misterioso color rojo. Los ojos de un depredador. Los ojos de un leopardo.

Rachael contuvo el aliento y se esforzó en controlar los salvajes latidos de su corazón. No solo eran sus ojos los que podían asustarla; siempre le rodeaba un halo de peligro y salvajismo. Estaba segura de tener razón en que sus ojos eran diferentes, semejantes a los de un gato. Él dio un paso hacia la cama, y pudo verle con mayor claridad, distinguiendo el cansancio y el dolor grabados en su rostro. De inmediato el temor fue sustituido por la preocupación.

– Rio, ven a la cama.

Él estudió su expresión. Suave. Invitadora. Tentadora. Su boca era pecaminosa. Tenía muchas fantasías que incluían esa boca. Su cuerpo. Su cuerpo exuberante, tan suave y cálido, era perfecto para el suyo; era una invitación a la que no podía ignorar mucho tiempo más. Cuanto más tiempo permaneciera en su casa, más pertenecería a ese lugar.

– Maldición, Rachael, no soy un santo -su voz era áspera y deliberadamente desafiante. Estaba tan tenso y malhumorado que quería discutir con ella. Quería volver a la selva y descargar su furia lejos de ella. Si su obsesión por Rachael continuaba creciendo, no sabía lo que iba a hacer.

Rachael, como de costumbre, hizo algo inesperado. Se echó a reir con despreocupación y nada asustada.

– No tienes porque preocuparte, Rio, no voy a confundirte con uno.

– ¿Entonces por qué me miras así? ¿No te das cuenta de lo vulnerable que eres ahora?

– Creo que tú eres el vulnerable, Rio, no yo. Ven a la cama y deja de interpretar el papel de macho. Puedes poner expresión de He-Man mañana y haré todo lo posible por fingir miedo si eso es lo que necesitas, pero ahora mismo tienes que dormir. Sexo no, dormir.

– Tú crees que necesito dormir -protestó, pero se deslizó a su lado en la cama, obedientemente.

Era cálida y suave y todo lo que sabía que sería. Rio la rodeó con sus brazos, adaptó su cuerpo al suyo, acoplando su erección contra la unión de sus nalgas y apoyó la cabeza sobre la suave curva de su pecho.

– Sé que necesitas descansar. Solo un rato. Si lo que te preocupa es que alguien esté tras de ti, me quedaré vigilando. -Notaba la seda de su pelo, humedo después del lavado, acariciando su pezón. Le rodeó la cabeza con los brazos, acunándole contra ella, sumergiendo los dedos en la gruesa mata de pelo

– Debería haber comprobado tu pierna después de que ese estúpido gato saltó sobre ella.

Su aliento era cálido contra su pecho. Sintió que el deseo la perforaba como una espada.

– Duerme, Rio, podemos hacerlo por la mañana.

Durante lo que quedaba de noche fingiría que era suyo. Su propio guerrero amable, preparado para la batalla, una mezcla de peligro y tenura a la que le era impossible resistirse.

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