Rachael se apoyó contra la pared de la caverna para disminuir el peso sobre su pierna herida. Sorprendentemente, el dolor esperado no inundó su cuerpo. Las heridas habían dejado de supurar. Se sentía extraña, con picores. Algo avanzaba lentamente bajo su piel. Su cuerpo le parecía extraño… sexual, sumamente femenino. Apenas podía soportar el roce de la camisa contra su piel, la desabotonó, quería estar libre de su liviano peso. Se la habría arrancado de su cuerpo pero conservaba el olor de Río.
Inhaló bruscamente su olor, introduciéndose en sus pulmones, en su cuerpo, y sosteniéndolo allí. Sus pechos dolieron, los pezones se tensaron y su vaina femenina lloraba por él. Ardía. No había ningún otro modo de que pudiera describir lo que pasaba, su piel se quemaba de necesidad, su cuerpo era incapaz de quedarse quieto. Se dio la vuelta en la pared de la caverna y colocó sus manos sobre su cabeza, curvó sus dedos en la sucia pared y rastrilló hacia abajo, dejando detrás profundos surcos.
Rachael sintió su aliento en el dorso del cuello y se puso rígida, pero no giró. Sus brazos resbalaron alrededor de su cuerpo, sus manos tomaron el peso suave de sus pechos, los pulgares se deslizaron sobre sus doloridos pezones. El cuerpo de él, mojado y desnudo, presionó contra el suyo. Reconoció la sensación al instante, la forma dura, la erección gruesa, rígida presionando contra sus nalgas desnudas. Rachael cerró los ojos y respiró su nombre con alivio.
– Río -frotó su trasero hacia adelante y hacia atrás contra él, casi ronroneando como un gato contento-. Estoy tan contenta de que estés a salvo.
Río la besó en la nuca, sus dientes pellizcando su piel, excitando sus sentidos. Sus manos acariciaban sus pechos, mientras su boca apartaba el cuello de la camisa a un lado. Permitió que la camisa resbalara por sus brazos, arqueándose hacia él, inclinándose para empujar fuerte contra él. Sus manos abandonaron sus pechos para explorar el cuerpo y ella casi sollozó por la intensidad del placer. Un solo sonido arrancó de su garganta cuando su mano la excito en los rizos de la unión de sus piernas, presionando en su calor.
Había un rugido extraño en sus oídos, ansiedad, hambre y necesidad. Un dedo resbaló dentro de ella e inmediatamente sus músculos se apretaron y lo agarraron. No podía evitar empujar hacia atrás, montando su mano en el borde de su control. Lo quería dentro de ella, lo quería profundamente, empujando con golpes duros y urgentes.
La empujó para que las manos de ella descansaran contra un anaquel. Apenas podía respirar por el deseo de él, necesitándolo dentro de ella. Él apretó fuertemente contra la entrada, sus manos sobre sus caderas. Rachael no podía esperar, queriendo tomarlo profundamente, empujando atrás mientras él se levantaba adelante. Su alegre grito de alivio y bienvenida formó ecos por la caverna.
Río apretó su agarre, echando su cabeza hacia atrás, desesperado por mantener el control. Ella era terciopelo caliente, agarrándolo tan fuerte como un puño, la fricción ardiente, enviando llamas a todas sus terminaciones nerviosas. El tango fue salvaje y rápido, una llegada juntos tan rápida y fuerte que era salvaje, una unión feroz que ninguno podría parar.
Rachael empujaba hacia atrás una y otra vez, queriendo más, siempre más, vorazmente hambrienta de su cuerpo, un voraz apetito sexual que sólo podía ser aliviado por sus profundos y fuertes empujes, creando fuego. Creando el cielo. Ella lloró por la belleza del acto, por la perfección absoluta de su unión. La llenaba como ningún otro podría, su cuerpo completando el suyo. Compartiendo el suyo. La montó duramente, empujando más y más profundamente, pero todavía quería más. Ansiaba más. Sintió su cuerpo apretándose, el calor apresurándose, reuniéndose en una terrible fuerza. El parecía hincharse dentro de ella, haciéndose mas grueso hasta que explotó, condensándose, fragmentándose en un millón de pedazos, y su cuerpo ondulaba en las olas del placer. Oyó su voz, la voz de él, los gruñidos roncos de éxtasis rasgando por la garganta en un tono que no era el suyo, nunca podría ser el suyo, aunque tampoco era el de él. Se mezclaron juntos, unidos.
Río le mordió el hombro, una mordedura de broma que no pudo evitar, besando su piel, la línea de su espalda. Todo lo que podía alcanzar. La envolvió en sus brazos, la sostuvo contra él mientras trataba de recuperar su capacidad de respirar. Cada momento que estaba con ella hacía que se sintiera vivo. Pensaba que correr en el bosque era la mayor sensación de libertad, pero estar con Rachael le daba algo más, algo a lo que no podía poner nombre. Despacio, de mala gana, liberó su cuerpo del cobijo de ella, con una amplia sonrisa sobre su cara.
Rachael se hundió en el suelo de la caverna como si sus piernas simplemente se colapsaran. Río la metió con cuidado en el saco de dormir. Para su horror ella se echó a llorar y se cubrió la cara con sus manos. La miró fija y desesperadamente, asombrado de que sollozara como si le hubiera roto el corazón.
– Rachael. Maldición. Ni siquiera gritaste cuando Fritz casi te arranca la pierna. ¿Qué está mal contigo? -Se sentó al lado de ella y torpemente le puso el brazo alrededor de sus temblorosos hombros-. Cuéntame.
Era el primer movimiento torpe que Rachael lo había visto hacer alguna vez y esto la consoló cuando pensaba que no podía haber ningún consuelo.
– No me conozco. Esto me asusta, el modo en que me siento contigo. La manera en que pienso en ti. Ni siquiera conozco mi propio cuerpo. Me gusta el sexo, Río, pero no me impulsa. Soy una persona racional. Me gusta pensar las cosas desde todos los ángulos. Cuando estoy contigo, como ahora, desaparezco completamente y solo existe lo que siento. Lo que tú sientes.
La atrajo hacia sí, apoyando su cabeza en su hombro cuando ella quiso sostenerse rígidamente lejos.
– Como nos sentimos juntos, Rachael. Es como ser una persona, en la misma piel, nuestras mentes en el mismo lugar. Es como estamos juntos. ¿Por qué tendrías que tener miedo de esto?
– No puedo enamorarme de ti, Río, y no puedes amarme. Si solamente quisiéramos tener sexo, y fuera agradable o incluso fuegos artificiales, estaría bien, pero esto es diferente. Es mucho más. Es como una adicción. No al sexo, eso es sólo una pequeña parte de ello. Me siento como si tuviera que estar contigo. Que fueras, de algún modo, esencial para mi vida, para mi razón de existir -Pasó una mano por su pelo, levantó su cabeza de su hombro y lo miró airadamente-. Ojala fuera una vida pasada lo que me hace quererte tanto, pero ni siquiera puedo echarle la culpa a eso. El amor no debería consumirlo todo. No soy una persona obsesiva. No lo soy.
– ¿Estás tratando de convencerte a ti o a mí? Nunca pensé en amar a alguien, Rachael. Ojalá pudiera decirte como sé que estamos destinados a estar juntos, suena estúpido incluso cuando me lo digo a mí mismo, pero se que estamos preparados para ser hombre y mujer. No puedo imaginarme despertarme por la mañana y no tenerte al lado. Infierno, ni siquiera tengo mucho que ofrecerte. Tengo un trabajo arriesgado, la gente no me dará la bienvenida a su pueblo, mucho menos en sus vidas, y esto seguramente se extenderá a ti y a nuestros niños, pero no importa. Se que tengo que encontrar una manera de que merezca la pena de que te quedes conmigo.
– ¿Me estás escuchando? ¿Tiene algo de esto sentido para ti? Porque para mí no tiene ni una pizca. Lo que tú sabes sobre mí es que los otros han puesto precio a mi cabeza, ¿un millón de dólares? Y algún hombre leopardo está correteando tratando de matarme. Y puedo o no ser parte de una especie, la cual ni siquiera sabía que existía hasta hace un par de días. Eso es. Eso es lo que sabes, y todavía estás dispuesto a pasar tu vida conmigo. ¿Es esto normal, Rio? ¿Piensas que la gente realmente reacciona así?
– ¿Qué es normal, sestrilla, y por qué realmente tiene que ser normal para nosotros? Si no eres una de mi gente todavía querré compartir tu vida -tocó su cara mojada de lágrimas-. Eso nunca pasaría, no porque piensas que estás enamorada de mí.
– No suenas feliz, Río. ¿Piensas que esto va a terminar bien? ¿Cómo puede? Ellos no pararán con un asesinato. Enviarán a otro y a otro hasta que uno de ellos te mate o a mí o a los dos.
La besó. Fue la única cosa que se le ocurrió, probando sus lágrimas, sintiendo su terror. No por ella, sino por él. Se derritió de la manera que él estaba empezando a conocer, cada parte tan hambrienta como él. Alimentándose de su boca. Comunicándole con su cuerpo cuando no estaba preparada para hacerlo con palabras. Y eso estaba bien para él. Saboreó la completa aceptación Sintió su respuesta. Ella simplemente rindió todo lo que era a su cuidado tal y como lo había hecho con sus propias demandas.
Rachael apoyó su cabeza contra su pecho con un pequeño suspiro.
– No voy a pensar más en esto, Río. Vamos solamente a ver a donde nos lleva -Frotó su mandíbula con la palma de la mano- ¿Lo encontraste?
– No es de nuestra área. Adivino que de Sudamérica. Era definitivamente uno de nuestra especie. ¿Has estado alguna vez en Sudamérica, Rachael?
– No eres muy bueno preguntando casualmente cuando realmente quieres saber algo, Rio -le reprendió-. Nací en Sudamérica. Pasé los primeros cuatro años de mi vida allí. Emigramos a los Estados Unidos. Mi padre, bien, él no es realmente mi padre biológico pero para mí fue mi padre, nació en Sudamérica y vivió allí la mayor parte de su vida, igual que mi madre, pero él tenía mucha familia en los Estados Unidos.
– ¿Tienes un padrastro?
– Tenía. Está muerto. Él y mi madre fueron asesinados. Él fue mi padre desde que recuerdo. Lo quise muchísimo y me trató como si yo fuera de su propia carne y sangre. A mi hermano también. No pudo haber sido mejor con nosotros.
Había desafío en su voz. Se revolvió como si quisiera alejarse de él. Río comenzó a embalar de nuevo las cajas con cuidado, tratando de no mirarla así sería más fácil cuando le preguntara.
– ¿Rachael, es posible que hicieras algo para enfadar a los ancianos de tu gente? ¿Tal vez inadvertidamente, cometiendo un crimen contra tu gente que podría acarrearte el destierro o la pena de muerte?
Alzó la vista bruscamente, los ojos lanzando fuego, pero Río sólo le echó un vistazo y luego se alejó, deliberadamente no enzarzándose en un combate de miradas fijas.
– No tengo gente. No soy de una especie diferente.
– ¿Cómo explicas tu capacidad para ver en la oscuridad? ¿El hecho que los mosquitos te evitan? ¿Tu aumentada conciencia sexual y las diferentes emociones que has estado experimentando? -le preguntó con cuidado mientras cerraba la tapa de la caja y la colocaba en la jaula de raíces.
– Hay explicaciones perfectamente aceptables. Mi dieta podría explicar mi visión y la carencia de picaduras de mosquito. Y tú eres responsable de mi aumentada conciencia sexual y mis caprichos. ¿Qué esperas si estas la mitad del tiempo alrededor de mí desnudo, alardeando?
Él le sonrió abiertamente.
– ¿Volcando un poco de malhumor sobre mí ahora, verdad? -Le ofreció su mano-. Vámonos de aquí.
– ¿A dónde vamos?
– A casa. Nos vamos a casa. Voy a enseñarte como vivir aquí, Rachael, e independientemente de lo que pase, nos ocuparemos de ello.
Ella cogió su mano, enredando sus dedos.
– Te das cuenta de no tengo nada puesto.
Él se inclinó para presionar sus labios contra su pecho, su lengua provocando su pezón.
– Me di cuenta, sí. Tengo ropa en un bolso impermeable así que podemos salir del río y estar secos.
– ¿No es de día? Alguien podría vernos.
– La mayoría de la gente a lo largo del río no va a preocuparse por si tenemos puesta la ropa o no -metió su pecho en el calor de su boca, sus manos moviéndose sobre su cuerpo con posesión, con deseo Presionó un beso contra la garganta, la barbilla, la esquina de su boca-. Vamos a llevarte a casa. Tengo una bañera.
Apagó la lámpara, sumergiendo a la cueva en la oscuridad.
– No, no tienes. Busqué una bañera -encontró su mano-. Estás tratando de sobornarme y no va a funcionar.
– No miraste en los lugares correctos. Tengo una tina que lleno de agua caliente cuando quiero empapar una herida. La mayor parte del tiempo uso duchas frías, pero tengo una tina.
El agua se arremolinó alrededor de los tobillos, elevándose hasta sus pantorrillas.
– Mi hermano hace cosas, cosas malas, Rio -Allí en la oscuridad, donde nadie pudiera oírlos por casualidad, confesó-. No puedo ir a la policía porque lo detendrían. Nunca le haría eso. Le quiero. Así que no tenía otra opción que marcharme.
El reconoció la enormidad de su confianza en él. Resbaló un brazo alrededor de su cintura.
– ¿Qué tipo de cosas malas, Rachael?
Negó con la cabeza, sus rizos sedosos frotándose contra su piel desnuda.
– No me preguntes nada más sobre él. Si no fuera por él, habría muerto hace mucho tiempo. Le debo mucho. No tienes ni idea de lo que pasamos. No voy a traicionarlo. No puedo -Tomó aliento-. No estoy mintiendo sobre los ancianos, Rio. No se de ningún anciano, vivo o muerto, que haya emitido una pena de muerte por una indiscreción imaginaria. Te lo diría si lo hubiera.
– Te creo, sestrilla -la tocó para avisarle que tenían que sumergirse y nadar por el estrecho tubo. Él fue primero, tratando de entender lo que ella podría haber hecho para que su hermano la quisiera muerta. Especialmente cuando ella obviamente le quería. Lo había oído en su voz. La cólera ardiente de los de su clase, siempre tan peligrosa e imprevisible, se arremolinó en su vientre mientras nadaba. No tenía sentido que él no la quisiera a ella. ¿Quién no amaría a Rachael?
Salieron a la superficie juntos, justo bajo las cascadas, esperando que el agua los ocultara de la vista de cualquiera que estuviera cerca. Río volvió abajo para asegurar la pesada red sobre el tubo. Rachael esperó, mirando fijamente a la orilla de enfrente a través de las aguas de las cascadas, inconscientemente contando para si hasta que Río emergió al lado de ella. Puso los brazos alrededor de su cuello y presionó su cuerpo cerca de él.
– Nunca debería habértelo dicho.
– Puedes contarme todo. Te conté sobre mi madre.
Ella besó su garganta, trazando pequeños besos por encima de su mandíbula.
– Y todavía pienso que tus ancianos apestan. No reconocieron lo valiente que fuiste al ir ante ellos y admitir lo que habías hecho.
– No fue valor. Fue solamente lo que ella me enseñó. Elegí hacer algo y tuve que aceptar las consecuencias. Era su regla, una que yo respetaba -La alegría explotó a través de él como un arco iris de colores. Rachael tenía un modo de hacerle sentir valioso. Sentirse como alguien especial y asombroso. Ató la cuerda alrededor de su cintura y vadeó hacia fuera en la corriente rápida-. Tenemos que nadar a la orilla. La corriente nos llevará un poco río abajo pero tenemos ángulo para el otro lado del río
Asintió para mostrarle que había entendido. Esta vez cuando dejó su pie bajo el agua, pudo descansar su peso brevemente sobre él. Esto era una buena señal de que finalmente se estaba curando. Había conseguido echarle una mirada en la cueva y definitivamente tendría cicatrices, pero al menos tenía la pierna.
Fueron arrastrados río abajo incluso mientras nadaban fuertemente hacia la orilla. Río la atrajo cerca de él y encaró su camino a la orilla, arrastrándola con él. Logró coger una rama que colgaba baja y fácilmente se impulsó encima, levantándola del agua con su fuerza increíble. Rachael se adhirió a la rama de árbol, sus pies todavía pendiendo en el agua. La corteza era áspera sobre su piel desnuda y por alguna razón fue de repente consciente de su desnudez. Miró alrededor y solo vio monos mirándola fijamente.
– Si tengo alguna sanguijuela sobre mí, solo una, me voy a alterar -prometió-. Y haz que esos monos dejen de mirarme fijamente. Me hacen sentir desnuda.
– Estás desnuda -se rió cuando la sacó completamente del agua, sosteniéndola cerca de su cuerpo, sus pechos aplastados contra su pecho-. Ya estás arruinando el ambiente romántico.
La ceja casi alcanzó la línea del pelo.
– ¿Ambiente romántico? ¿De que estás hablando?
– Apenas pienso que las sanguijuelas deberían mencionarse en un romántico paseo por el bosque, especialmente cuando tu cuerpo es increíblemente sexy y esta desnudo en este momento -La acunó en sus brazos y saltó a tierra, aterrizando suavemente.
Ella le rodeó su cuello con sus brazos y alzó la vista a los árboles. Parecía como si miles de ojos los miraban fijamente.
– Rio. Los monos realmente están mirando.
Sobre la orilla estaban mucho más expuestos. Había pasado las dos últimas semanas en una pequeña casa en el bosque, bajo un pesado dosel de hojas. Su único alivio había sido una caverna subterránea. La lluvia comenzó, una llovizna suave y estable que lavó el agua del río de sus pieles mientras la llevaba a través de ciénagas y pantanos hasta el borde del bosque. El viento tocaba sus caras, revoloteaba juguetonamente entre las hojas de los árboles. Todo el rato los gibones, macacos, un orangután y varias especies de pájaros los miraban.
– No lo soporto. Están mirando.
– Deberían mirar fijamente. Estoy a punto de mostrarles como de buenas son ciertas cosas en la vida.
Había una malvada diversión en su voz. Y algo más… una nota que arañaba sobre su piel y enviaba calor moviéndose en espiral a través de su cuerpo.
– No lo creo, pervertido. No vamos a organizar un espectáculo para estos mirones – Solamente su voz podía derretir su cuerpo. La mirada en sus ojos la deshacía. Sus ojos ardían con deseo, con hambre, incluso podía ver el desafío de broma en su expresión.
– Después vas a contarme alguna historia extraña sobre como haces arder de calor y necesidad a las mujeres.
La cambió, deslizando sus piernas alrededor de su cintura de modo que su canal mojado estuviera colocado sobre la cabeza de su pene.
– No cualquier mujer, Rachael, tú.
Se apretó alrededor de su cuello, levantó el cuerpo de manera que él pudiera succionar su pecho. Ya estaba caliente, mojada y necesitada. El hacía cosas con la lengua, acariciando y provocando hasta que no pudo soportarlo y empezó a colocarse despacio sobre su gruesa erección.
– Oh, si, esto es lo que quiero -dijo, su aliento siseaba en sus pulmones-. Arquéate hacia atrás y móntame, lento, tómate tu tiempo.
Ella se inclinó hacia atrás, girando su cara al cielo, a la lluvia caliente y despacio deslizó su cuerpo arriba y abajo. La lluvia caía sobre su cara, las gotitas goteaban entre sus pechos, abajo a su estómago para chisporrotear en el calor de su unión. Sonrió a su audiencia, deseándoles todo el placer del mundo. Deseándoles la alegría y libertad de una relación sensual.
– Eres tan hermosa -jadeó las palabras, asombrado por como la luz caía a través de la cara de Rachael, revelando la intensidad de su placer. Esto aumentaba su belleza natural. Era tan desinhibida con él. Tan cariñosa que podía ver cuánto lo quería, cuanto disfrutaba de su cuerpo.
Ella se rió suavemente.
– Sólo soy hermosa porque tú me haces sentir así -El relámpago chisporroteó en sus venas. Fuego corriendo sobre su piel. Ella controlaba el ritmo, deliberadamente moviéndose lentamente, tomándolo profundamente, agarrándole apretadamente con sus músculos.
Rachael no tenía ni idea de como Rio lograba hacer del mundo un lugar de luz del sol y paraíso cuando ella había vivido en las sombras durante tanto mucho tiempo. La lluvia caía suavemente, realzando el color brillante en todas direcciones, dispersando prismas de arco iris a través del cielo. O tal vez era detrás de sus ojos. No importaba. Sólo existía Rio en su mundo y él era todo lo que importaba.
Sintió su cuerpo reuniendo poder y fuerza, se tensaba con anticipación. Entonces giraron fuera de control en una cabalgata vertiginosa, adhiriéndose el uno al otro. Las hojas en lo alto giraron en un calidoscopio de colores y formas. Formas de luz y oscuridad manchaban la tierra. Era necesario compartir la respiración mientras se besaban, las manos moviéndose sobre la piel sensibilizada en una especie de adoración.
Rachael puso la cabeza sobre su hombro, sosteniéndole cerca de ella. Sus corazones golpeaban con un ritmo salvaje, frenético mientras la lluvia continuaba cayendo suavemente.
– Me gusta esto, Rio -murmuró, sus labios contra su garganta-. Amo todo lo de este lugar.
– Has venido a casa -contestó él, bajando despacio sus pies al suelo del bosque.
El paquete estaba escondido en lo alto de un árbol en caso de inundaciones. Rio subió el tronco rápidamente y tiró su ropa, zapatos y una toalla. Rachael se encontró riéndose.
– Esto es una manera loca de vivir. ¿Alguna vez los monos te han robado el paquete?
– Todavía no. Son muy respetuosos con mis cosas -Echó una ojeada hacia arriba a los animales mientras los gibones se movían a través de los árboles rebuscando comida antes de caer al lado de ella.
Rachael se vistió rápidamente en el refugio de un árbol grande.
– Esto está mucho más tranquilo.
– Los pájaros están ocupados buscando alimento. Fruta, néctar, insectos, no tienen mucho tiempo para llamarse unos a otros, aunque los oigas de vez en cuando. Durante el mediodía, hay a menudo un poco de calma en la charla -Abotonó los vaqueros y se estiró para enderezar los faldones de la camisa que llevaba ella-. Pareces siempre tan mona con mi ropa.
Su ceja se alzó.
– Nunca me han llamado mona. Elegante, pero no mona.
– Está bien. Eres una dama rica. Llevas ropa de diseño.
– ¿Cómo sabes que hay ropa de diseño, chico de la selva?
Él le sonrió abiertamente.
– Me las apaño. Te sorprenderías de donde ha estado este chico de la selva -la miró con lascivia deliberadamente.
Rachael se rió, luego ya seria, su mirada vagó sobre su cara.
– Nada sobre ti me sorprendería, Rio.
Solo eso y ella se las arregló para poner un nudo en su garganta.
– Ven aquí y déjame llevarte -Le ofreció la mano.
– Me gustaría intentar andar, incluso una corta distancia. Se siente tan bien ser capaz de hacer algo por mi misma -Sus dedos se encontraron con los suyos y los agarró.
Río trajo su mano al calor de su boca y presionó un beso en la palma.
– Solamente una corta distancia. No has sido capaz de soportar ningún peso sobre la pierna y no quiero sobrecargarla. La poción de Tama sólo ayudará un poco.
– Lo sé -Su tobillo y pantorrilla estaban palpitando, pero nunca iba a admitirlo ante él, no si quería andar por sí misma. Él tenía una mandíbula obstinada, y sus ojos podían ir del brillo del fuego al frío del hielo en un latido de corazón. Rio era un hombre que podía hacerse el mandón muy rápidamente dándole las condiciones necesarias. Ella le sonrío y dio el primer paso, tirando de su mano.
– No puedo esperar por un baño caliente, vamos.
Frunció el ceño pero fue con ella, vigilando como andaba.
– Aquí fuera, Rachael, tienes siempre que estar alerta a los alrededores. Los pájaros van a chillar una advertencia y tienes que notarlo, tienes que oír las diferentes notas. Te llamarán, y dependiendo de lo que les asuste puedes recoger lo que se está introduciendo en nuestra vecindad.
– Lo he cogido un par de veces -Trató de no cojear. Andar por si misma le parecía un milagro. Miraba alrededor a los árboles cargados de fruta. Por todas partes miraba al color explotar. Los masivos troncos de los árboles eran de todos los colores y estaban cubiertos por formas de vida. Líquenes, hongos, helechos por todas partes. Al principio había bastante luz, los árboles mas bajos a lo largo del río permitían pasar el resplandor del sol, pero como ellos iban a lo más profundo, en el interior, los árboles más altos los abrigaron con el denso dosel de hojas.
– Mira estas huellas, Rachael -Rio se agachó para estudiar la miríada de huellas cerca de un pozo poco profundo. Él tocó una impresión de una pata más grande con cuatro dedos del pie distintos-. Esto es un leopardo nublado. Probablemente Franz vigilando nuestro rastro. Comenzaron a seguirme cuando iba a trabajar, incluso cuando cruzaba fronteras, así que fue más seguro entrenarlos. No podía evitar las cosas tontas de seguirme a todas partes.
– ¿Estás preocupado por Fritz?
– No, él ha tenido heridas antes. Sabe esconderse en el bosque. Volverá cuando sea seguro. No le quería en la casa solo. Si el leopardo manchado lo encontrara, lo mataría solo por maldad. Mira esta otra -Señaló una muy pequeña huella muy parecida a la del leopardo nublado-. Es un gato leopardo. Son más o menos del tamaño de un gato doméstico, por lo general con la piel rojiza o amarillenta con rosetones negros. Ha sido un lugar ajetreado esta mañana.
– ¿Qué huella más extraña? Parece que tiene una membrana en los pies.
– Es una civeta enmascarada. Son nocturnas -Alzó la vista hacia ella-. ¿Estás preparada para que te lleve? -Se enderezó despacio-. ¿O tengo que abusar de mi autoridad y ordenarlo? Cojeas.
– No me di cuenta de que estábamos en el ejército.
– En cualquier momento estás bajo amenaza de muerte, estamos bajo reglas militares.
Su risa se elevó al dosel de hojas, mezclado con la llamada continua del barbo, un pájaro al que parecía gustarle el sonido de su propia voz.
– ¿Estás improvisando estos cuentos sobre la marcha?
– Soy rápido pensando mi parte. ¿No estás impresionada? -la balanceó en sus brazos-. Quiero saber un poco más sobre la familia de tu madre. ¿Los conociste?
– No recuerdo haber oído nada sobre los padres de mi madre. Mi hermano habló de los padres de nuestro padre biológico. Dijo que fuimos a visitarlos a la selva profunda una vez. Ellos le dieron regalos y mi abuela me meció. Pero murieron alrededor de la misma época que mi padre. Se fue de viaje y nunca volvió.
– ¿Y luego tu madre te sacó de allí?
– Francamente no lo recuerdo, yo era tan joven. La mayor parte de lo que se es lo que mi hermano me contó. Después de que mi padre muriera, mi madre nos llevó a otro pequeño pueblo en la linde del bosque. Allí conoció a mi padrastro. Su familia era muy rica y tenían mucha tierra, mucho poder donde vivíamos. Estuvimos allí durante algún tiempo y luego nos mudamos a los Estados Unidos.
Rachael miró alrededor de ella, bebiendo de los olores y las vistas de la selva tropical. Era realmente hermoso con miles de variedades de plantas de todos los colores. Había mariposas en abundancia, a veces cubriendo los troncos de árboles frutales, sumándose a la explosión de color por todas partes donde mirara. El bosque parecía vivo, las hojas balanceándose, lagartos e insectos continuamente en movimiento, pájaros revoloteando de árbol en árbol. Trabajando en equipo con la vida. Las termitas y hormigas competían por el territorio cerca de un árbol grande caído.
– Vivimos en Florida, un estado enorme. Era un país tan hermoso y salvaje con los manglares y los pantanos. Teníamos humedad y muchos caimanes -Se echó hacia atrás el pelo-. Nadie se convertía en leopardo.
– ¿No había gatos grandes en el área? ¿Ningún signo de gatos grandes?
Rachael frunció el ceño.
– Bien desde luego había rumores de panteras, la pantera de Florida de los pantanos, pero nunca vi una. Hay rumores de un Bigfoot en las Cascadas pero en realidad, nadie tiene una prueba de Bigfoot. No hay ningún gato en mi familia.
– ¿Pasó tu hermano mucho tiempo en el pantano?
Rachael se puso rígida. Fue más un cambio de su cuerpo, pero era bastante para que Rio sintiera su leve retirada.
Apartó la cara y miró hacia arriba al follaje plumoso, a los hongos rojo brillante y a la fruta que cubría pesadamente el árbol. Hongos parecidos a cuernos y copas de brillantes colores cubrían los troncos. Setas grandes crecían alrededor de las bases y hacían campos de gorros grandes dentro de las raíces.
– La humedad en Florida no es tan intensa, pero puede ser opresiva para algunas personas. No llueve tanto tampoco.
– ¿Entró en el pantano, Rachael? -mantuvo su tono bajo, apacible. Rachael no era una mujer para ser empujada. Confiaba en él con su vida, pero no confiaba en él con la vida de su hermano. No podía empujarla demasiado duro. Se alejaría antes.
– Mi hermano está muy lejos de aquí, Rio. No quiero ninguna parte de él aquí, ni siquiera su espíritu. No lo traigas a este lugar.
El mal humor lo montó con fuerza y estuvo silencioso mientras andaba rápidamente por los parches de luz y sombra, adentrándose más profundo en el bosque. Le llevó unos pocos minutos entenderlo.
– No le quieres en nuestro lugar. Mi lugar. No le quieres en ningún lugar cerca de mí.
– No pertenece a aquí, Rio. Para nada, no con nosotros -Rachael miró abajo a la tablilla sobre su muñeca. Ella probablemente tampoco pertenecía a Rio. Había sido bastante afortunada con encontrarlo, pero no lo quería en el peligro.
– A veces, sestrilla me siento como si estuviera tratando de mantener agua en mis manos. Te escurres entre mis dedos.
Rachael lo miró con sus ojos oscuros, líquidos. Ojos tristes.
– No puedo darte lo que quieres.
– Antes de que mi padre muriera, Rachael, pidió a mi madre que le prometiera que me tomaría y dejaría el pueblo. Quería que encontrara a otro hombre, así no tendría que educarme sola. Un hombre o una mujer que pierde a su compañero nunca escogería a otro marido o esposa entre nuestra gente. Mi padre habló con mi madre más de una vez pero ella no quería vivir con otro hombre. Se quedó cerca del pueblo.
– ¿Por qué no querrían los demás cuidarla a ella y a ti también? ¿Si no hay muchos de vosotros, seguramente querrían asegurarse de que estabas bien cuidado? -Sonaba ultrajada una vez más-. No creo que me gusten mucho tus ancianos.
– Los mayores querrían ocuparse de las viudas y los niños, pero habría problemas. La mayoría se va si quieren encontrar compañía para pasar el resto de su vida. Podemos vivir y amar fuera de la selva tropical, y muchos lo hacen. Es posible que tu padre le pidiera a tu madre que os llevara a ti y a tu hermano y encontrara otro hombre.
– ¿Cómo murió tu padre?
– Entró con un equipo para sacar a un diplomático de una fuerza de rebeldes. Le dispararon. Eso pasa.
Rachael descansó la cabeza contra su hombro.
– Lo siento. Debe haber sido tan difícil para tu madre saber que decidiste continuar el trabajo de tu padre.
– No le gustó. Mi madre no hizo lo que mi padre quiso que hiciera. Se quedó en la selva tropical en el límite del pueblo. Esto causó algunos problemas de vez en cuando. Era una mujer hermosa y era bastante fácil enamorarse de ella. ¿Te pareces a tu madre?
Ella sonrió y se relajó en sus brazos, hundiéndose en él sin ser consciente de ello.
– Realmente me parezco algo a sus fotos. Tenemos los mismos ojos y la forma de mi cara es como la suya. Y tengo su sonrisa. Ella no era tan alta o tan pesada.
Río se detuvo bajo un alto árbol de corteza plateada y cientos de orquídeas que caían en cascada por el tronco.
– ¿Pesada? Tienes curvas, Rachael. Me gustan mucho tus curvas -Inclinó la cabeza hacia su garganta, su aliento susurraba fuego contra su piel-. No digas nada malo sobre ti o me veré forzado a demostrarte que estás equivocada.
Rachael se rió feliz. Él la hacía sentirse brillante y viva cuando había estado tan cerca de la penumbra.
– No creo que eso sea una amenaza, Río. Y gracias por hacerme recordar a mi madre. Todo lo que tenía era una pálida imagen mental sobre ella. Cuando me preguntaste sobre ella, empecé a pensar en todos los pequeños detalles y puedo verla otra vez claramente. Tenía el pelo espeso. Muy rizado -tocó su pelo-. Yo siempre mantenía mi pelo largo porque ella llevaba el suyo así. Cuando quise desaparecer, lo corté a la altura de mis hombros porque pensaba que al llegar hasta mi trasero era demasiado reconocible. Lloré al dormirme cada noche durante una semana.
– Lleva tu pelo de cualquier manera en que quieras llevarlo, Rachael. Ya te han encontrado aquí -comenzó a andar otra vez, volviendo al camino, queriendo regresar a la casa e instalarla otra vez. Ella se estaba cansando e intentaba ocultárselo.
– Pero no saben que estoy todavía viva. Podríamos ser capaces de hacerles creer que me ahogué en el río. Lancé mis zapatos, para que algo apareciera si realmente miraban.
– Rachael, la única manera en vamos a poder vivir vidas normales es quitando la amenaza completamente. No queremos estar mirando sobre nuestros hombros el resto de nuestras vidas.
Rachael estaba silenciosa, dándole vueltas a sus palabras una y otra vez en su mente. Río estaba pensando en una relación permanente, ella todavía lo estaba tomando un día a la vez. Miró estrechamente a su cara. Lo correcto sería dejarlo tan rápido como fuera posible, apartar todas las amenazas de él. Tomó aliento y lo soltó despacio.
– Me estoy dando cuenta de que tengo una vena increíblemente egoísta. Siempre pensaba que era desinteresada, pero no quiero dejarte. Este no es el mejor momento en la vida de alguien para averiguar cuan completamente egocéntrico realmente es.
– Este podría ser mi mejor momento, averiguar que quieres mantenerme.
– Dime que en un par de semanas podría creerte. Esto es tan inesperado. ¿Y sobre normalidad, es cómo vives aquí en la selva tropical tu definición de normal?
– Yo raras veces vivo de otra manera – La risa se desvaneció de su cara-. Dudo que nos permitan vivir en el pueblo. No es cómodo para algunas personas. Como supuestamente, estoy muerto para ellos, las compras son difíciles. Miran a través de mí, no puedo hacer preguntas, dejo el dinero sobre el mostrador.
Los ojos oscuros de Rachael destellaron.
– Sé lo que me gustaría decirles. No quiero vivir en el pueblo. No ahora. Ni en otro momento. Y tendré que pensar sobre comprar allí. No me importaría incomodarles, pero por otra parte, odiaría echarles una mano apoyándolos.
Rio hizo un esfuerzo por reprimir la risa. Rachael no necesita ser animada para que lo defendiera, pero él no podía evitar secretamente quererlo.
– Podrías querer la protección del pueblo cuando tengamos niños.
– ¿Vamos a tener a niños?
– No parezcas tan asustada. Me gustan los niños… creo -frunció el ceño-. En realidad no he estado alrededor de ningún niño, pero pienso que me gustarían.
Rachael echó la cabeza hacia atrás y rió más, abrazándole mientras se acercaban a la casa.