CAPÍTULO 15

No había ningún modo de hacer que Río lo entendiera. Nadie podía entenderlo. Rachael no estaba segura de entenderlo tampoco. La desesperación la golpeó en oleadas. Sabía que no podía quedarse con Rio. Lo había querido, había deseado compartir su vida casi desde el primer instante que él le habló. No habia querido que sucediera, pero había sucedido. Con Rio había vislumbrado lo que podría ser tener un verdadero compañero con el que compartir la vida. El compañero de su alma.

Cerró los ojos y permaneció de pie al borde de la terraza, escuchando la cadencia tranquilizadora de la lluvia. Aspiró el aroma del bosque. El bosque la llamaba. La tentaba con susurros de libertad. No podía tener a Rio. Lo aceptaba. No estaba dispuesta a hacer que lo mataran. Nadie entendía el milagro que él representaba. Era un hombre bueno que se preocupaba por los suyos, por el bosque, por el lugar en el que vivía. Era amable, noble y compasivo. Para ella había sido un tesoro inesperado en medio de ese bello lugar.

Lo único que ella le había dado a cambio era peligro. Suspiró y cerró los dedos en torno a la barandilla deseando expresar su profundo dolor. No se atrevía a hacerlo. Si empezaba a llorar no iba a poder parar nunca de hacerlo.

La llamada llego otra vez, y algo profundamente dentro de ella contestó, creciendo en poder. Hasta que el viento le acarició la piel, no lo comprendió. La vida salvaje la llamaba cada vez con más fuerza, rugiendose en su interior, insistiendo en que la escuchara. Su visión cambio, se aclaró, oleadas de dolor inundaron su vista. Rayas de color rojo, amarillo y azul. Los olores explotaron como burbujas de información. Distinguía el olor de cada una de las flores y frutas, incluso podía distinguir las criaturas en los árboles por el olfato.

Empezó a picarle la piel y la ropa le molestaba. Se quitó la camisa y la tiró. Sus músculos ya se estaban estirando. Se le encorvó la columna vertebral y cayó al suelo de la terraza. Se encontró tirada sobre el estómago mirando las tablas de madera del suelo mientras su cuerpo parecía tener vida propia. La tela le arañaba la piel. Desesperada, se arrancó los botones. Solo tardó un instante en quitarse los vaqueros y deshacerse de ellos. El dolor en su pierna herida se hizo insoportable mientras los músculos se contraían, se estiraban y se retorcían. Los ligamentos saltaron. Verdaderamente podía oir el sonido que producía su cuerpo al cambiar.

La pena era aplastante. Sufría por lo que no podía tener. Pero tenía esto; su otro yo. Luchando por ayudarla, por liberarla, por protegerla del dolor en un mundo que no podía controlar ni poseer. Le picaba la piel y los dedos se curvaron. La piel pareció desgarrarse, el hocico se extendió para dar cabida a los dientes. Las piernas se doblaron y estiraron, las pantorrillas le dolieron y los tobillos ardían. Unas garras curvadas saltaron de entre sus dedos, permitiendole sujetarse al suelo de madera.

Debería haber estado asustada. No era una sensación agradable estar tirada en el suelo, con todos los músculos y tendones estallando y crujiendo. No le importó, le dio la bienvenida al cambio, a la oportunidad de ser alguien diferente. Tener la oportunidad de ser algo más. El bosque surgía con renovado vigor, un mundo nuevo cuando ella carecía de ningún otro. Cuando no pertenecía a ningún lugar; el leopardo levantó la cabeza por primera vez e inspeccionó su reino. Los sonido venían de todas partes. Información que le era transmitida por los pelos del hocico. Olores y crujidos intrigantes. En realidad discernía las distancias entre uno objeto y otro. Era apasionante, emocionante incluso.

Rachael se levantó tambaleante, volvió a caer y lo intentó de nuevo. Se estiró con languidez, sintiendo la enorme fuerza que le recorria el cuerpo como si fuera acero. Solo había tardado un breve minuto, pero le apreció que había tardado toda una vida en deshacerse de su otro yo. Dio unos cautelosos pasos, asombrada, y se cayó. Oyó el murmullo de unas voces a su espalda y el olor de la gente inundó sus pulmones. El impulso de llamar Rio era fuerte, incluso aplastante, y eso la hizo vacilar. La tristeza la inundó, aguda y negra, consumiéndolo todo. Lo apartó de su mente. No podía tenerlo. Con el corazón palpitando saltó a la rama de bajo. Su pierna herida protestó pero se mantuvo firme. No podía hacer caso del punzante dolor y se aferró a lo que el leopardo le ofrecía.

Las garras se clavaron en la corteza del árbol cuando vaciló peligrosamente, y luego sintió el ritmo. El ritmo perfecto de la naturaleza. La lluvia, los pájaros, el crujido continuo de las hojas, el susurro de sus músculos. Los latidos de su corazón. Percibió la fuerza que fluía por ella como un regalo. La inundó la alegría, sustituyendo a la desesperación y a la angustia. Saltó de la rama que se bifurcaba, notando como crecía el poder en su interior. Y luego estaba sobre el suelo del bosque, corriendo con una enorme alegria. Corriendo para sentir sus músculos estirandose y sus patas respondiendo como si fueran muelles cuando saltaba sin esfuerzo sobre los troncos caídos de los árboles. Se zambulló en charcos y riachuelos y saltó por encima de terraplenes que de otra forma hubieran sido imposibles de subir.

La luz del sol moteaba el piso en sitios y se echó encima de los rayos, pegando con sus patas en hojas y agujas de pino, haciéndolos subir en una ducha de vegetación. Persiguió a los ciervos, se subió a los árboles y corrió por entre las ramas, molestando a los pájaros y enervando a los gibones a propósito. Soltó una burbujeante risa de alegria. Se dio la vuelta para decírselo. Rio. Lo recordaba. Recordaba la alegría de tener esta forma y estar corriendo con él. Compartiendo los caminos forestales con él. Frotando su hocico cariñosamente por su enorme cabeza. Habían compartido una vida juntos, un amor intenso y la consiguiente atracción sexual. Lo conocía en esta forma del mismo modo que lo conocía en la forma humana.

Rachael se detuvo de repente con el corazón palpitando de terror. Estaba sola. Rio no formaba parte de su vida y jamás podría hacerlo. Sin importar la vida que hubieran compartido en otro tiempo y lugar, en este, no era posible. Él no podía adoptar la forma del animal abandonando su lado humano como había decidido hacer ella. Tenía responsabilidades. Lo conocía lo bastante bien como para saber que nunca defraudaría a su gente. El dolor era una pesada carga y ella lo sentía de la misma manera en ambas formas. Saltó a las ramas de un árbol alto, alejado de su casa, apoyó la cabeza en las patas y lloró.


Río escuchó educadamente a Kim, mirando de reojo de tanto en tanto hacia la ventana. Rachael se había alejado de la puerta abierta y el ya no podía verla. Parecía tan derrotada, no parecía Rachael. Quiso ir con ella, presentía que tenía que ir, pero Kim quería hablarle de la visión de su padre, insistiendo en su importancia, advirtiendo a Rio de que algo no cuadraba en la partida que buscaba plantas medicinales en el bosque.

– Sabía todos los nombres de todas las plantas y sus propiedades -explicó Kim con su forma lenta y pensativa de hablar-. Mi padre no sabe por qué tuvo esa visión cuando está claro que el hombre conoce bien los caminos del bosque.

Río dio un paso hacia la puerta, moviendose ligeramente en un esfuerzo por intentar ver a Rachael.

– Muchos hombres entran el el bosque, conocen los caminos, pero no los respetan, Kim. Es posible que ese hombre sea uno de ellos. ¿Pudiera ser un cazador furtivo que anda tras la piel de algún animal o de los elefantes?

Si tuviera más información podría jusgar mejor si se presenta algún problema.

Kim tambien avanzó un paso.

– Puede. Tenía bastantes armas.

– Tama nunca lo conduciría hasta aquí, sobre todo si la partida es un grupo de cazadores furtivos. La deuda de honor no se lo permitiría.

– No, pero si es algo más que un furtivo, si su apuesta es mayor, si se trata de la mujer o de ti, Tama no lo sabrá hasta que sea demasiado tarde.

– ¿Había algo en la visión de tu padre que indicara que cualquiera de nosotros está en peligro? Si había algo más tienes que decírmelo, Kim -Rio dio otro paso hacia la puerta. Su corazón empezó a palpitar y se le secó la boca.

– A mi padre le inquietó tanto lo que vio que me envió aquí. No consiguió interpretar del todo la visión. Presentía que había mucho peligro, pero no sabía si era por el hombre, por ti o por la mujer. Dijo que debía venir a avisarte.

– Gracias, Kim, dile a tu padre que le felicito, que aprecio su advertencia y que le prestaré atención.

En la terraza todo estaba demasiado tranquilo. En el bosque se hizo un repentino silencio y luego las criaturas empezaron a avisarse desesperadamente. Rio se puso rígido, juró por lo bajo, elocuentemente y repetidamente.

– Se ha ido -pronunció esas tres palabras para probarlas. Para creerselo. Una cólera tormentosa se apoderó de él, conmocionandole, destructiva e irracional. Se lo esperaba- Rachael -pronunció su nombre como si fuera un talismán, para que le ayudara a pensar, a devolverle el ingenio ahora que necesitaba mantener la mente fría.

– ¿Qué sucede, Río? -preguntó Kim, retrocediendo un paso. Reconocía el peligro cuando lo veía, cuando lo sentía. La cara de Rio era una máscara, le brilaban los ojos y el peligro emanaba de cada poro de su piel.

– Es Han Vol Dan. Maldita sea, ha ido directa hacia Han Vol Dan. Su pierna todavía no está curada. Le dije que no lo hiciera, pero tiene que hacer lo que se le da la gana, tanto si es lógico como si no -estaba furioso. Completamente furioso. No tenía nada que ver con el miedo de ella, era por su seguridad, por su pierna herida o porque podía haberla perdido. O puede que le hubiera abandonado. Apretó los puños con fuerza, intentando apartar el rugido de su cabeza-. No está segura en el bosque.

Kim simplemente lo miró.

– Ha descubierto su verdadero yo. Sabrá cuidar de si misma.

– No es tan sencillo. No podemos permanecer en la misma forma demasiado tiempo -Rio se desprendió de los vaqueros a toda velocidad-. Gracias por el aviso. Permanece lejos de ese hombre. Si es quien creo que es, es muy peligroso. Dále las gracias a tu padre. Buena suerte, Kim -estaba siendo descortés con un hombre educado en la tradición, el ritual y sobre todo la cortesía, por no le importó. Lo único que importaba era encontrar a Rachael y traerla de regreso sana y salva.

– Buena caza -Kim miró hacia otro lado, con educación, mientras Rio saltaba a las ramas cambiando de forma al mismo tiempo, sacando las garras para sujetarse.

Empezó a seguir los sonidos y los silencios del bosque. Conocía cada árbol de su reino. La iba a encontrar. Tenía que encontrarla. El mal humor del leopardo se arremolinó, haciendole doblemente peligroso, de modo que los animales se apartaban de su camino inmediatamente, al percibir su estado de ánimo.

Casi voló a través de los árboles, saltando ramas y arbustos. Sólo se permitio levantar la cara y olfatear el viento. No había señales de gente en su territorio, pero esto no significaba que no vinieran. Thomas estaba obligado a enviar una partida tras él. Lo hacía de vez en cuando, esperando encontrar su casa. Los cazadores furtivos a menudo venían al área, peinando los bosques de Malasia, Borneo e Indochina en busca de osos malayos, leopardos, elefantes e incluso rinocerontes, el más protegido de sus animales. Y también venían equipos de investigación. Ecologistas. Veterinarios que rastreaban a los elefantes y los contaban. Y la última partida de investigadores probablemente no eran tales. Se movió furtivamente por el bosque, sabiendo por el lenguaje de los árboles y del cielo, que ella no estaba demasiado lejos, delante de él.

Saltó sobre los mismos troncos caídos, inhalando su olor, chapoteó por los mismos riachuelos. Vio las marcas en las hojas. Sabía lo que estaba sintiendo ella, la alegría indescriptible de libertad para los sentidos, dando libertad a la naturaleza salvaje y dominante. Era una tentación vivir salvaje y sin responsabilidades. Cada uno de ellos tenía que enfrentarse al señuelo del bosque y aceptar lo que eran. Ni lo uno ni lo otro, si no ambas cosas. Una especie capaz de cambiar de forma, con obligaciones y responsabilidades.

Pisó suavemente por los árboles, sabiendo que estaba acortando la distancia que le separaba de ella. Su olor era embriagador, provocativo, muy de Rachael. El bosque se fue quedando en silencio mientras las sombras se alargaban. Habían dormido buena parte del día y ahora estaba cayendo el crepúsculo. Quería encontrarla antes de que la seducción de la noche pudiera tocarla.

Río sintió su presencia mucho antes de verla. Estaba en la horquilla formada por dos ramas, relajada y elegante y tan atractiva en su forma de leopardo como lo era en la humana. Ella se sentó en silencio, evitando mirarle, con los ojos perdidos, pero supo que estaba concentrada. Tenía las orejas erguidas, despiertas y su cuerpo estaba tenso. Él abrió bien los ojos y echó las orejas hacia delante, arqueando la espalda mientras se tiraba encima de un montón de hojas y ramitas, dispersándolas en todas direcciones. Para atraerla levantó la cola mientras saltaba hacia ella, cayendo encima y manteníendo la cola en posición de gancho.

Un instinto por mucho tiempo enterrado recordó la juguetona invitación. Rachael se levantó despacio y, sin hacer caso del latido de advertencia de su pata, saltó al suelo. Inmediatamente el gran leopardo macho le acercó el hocico frotando su cuerpo más pequeño, con el suyo. Ella pegó su nariz con la suya y le lamió la piel. Las sensaciones le parecieron asombrosas, incluso la rugosa lengua le proporcionaba información.

Se dio la vuelta y echó a correr, mirando por encima de su hombro en una obvia invitación a que la persiguiera. Él lo hizo rápidamente, convirtiendose en un borrón en movimiento, casi chocando contra ella cuando se puso a su lado, obligándola a correr en otra dirección. Rachael, metida en el cuerpo del leopardo, se rio y pasó por debajo de un árbol caído, esperó a que se reuniera con ella, él la embistió. Rodaron sobre la suave vegetación, volvieron a levantarse y echaron a correr otra vez. El macho la golpeó con los hombros varias veces, para que corriera en la dirección elegida por él.

Se metieron los dos en charcos, haciendo saltar gotas de agua. Se hocicaron el uno al otro junto a un enorme frutal con cien murciélagos mirandoles desde arriba. Los dos leopardos llegaron a la sombra de los altos árboles y persiguieron una manada de ciervos. Él frotaba continuamente su cuerpo con el de ella, hocicándo y lamiendole la piel, obligándola a seguir moviéndose cuando ella hubiera deseado tumbarse.

La pierna le ardía y jadeaba por tanta diversión y juegos. Intentó hecharse sobre la tierra dos veces, para indicar su deseo de algo más. Las dos veces el hombro más fuerte del macho, golpeó el suyo. Le gruñó, él le devolvió el gruñido y la empujó hasta casi derribarla. Era demasiado fuerte. Rachael empezó a sentir desconfianza. Estaba cojeando y haciendo todo lo posible por no apoyarse en la pata herida. A pesar de todo, él siguió empujándola. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que conocía la zona. Rio la había llevado a casa.

Empezó a dar vueltas, gruñendo, separando las orejas, golpeándole con la pata. Él se apartaba veloz como un rayo, bailando lejos de ella y luego separándose, golpeándola con las patas hasta que ella se tumbó intentando recuperar el aliento. De inmediato él estuvo encima, sujetándola, con los dientes en su hombro. Continuó manteniéndola quieta y esperó.

Rachael sabía lo que quería. Lo que exigía de ella. Quería que volviera a su forma anterior. Le gruñó con cabezonería, enseñándole los dientes para demostrar su enojo. Esa posición sumisa la molestaba, pero además la hacia sentirse vulnerable y temerosa. Intentó aguantar pero sabía que el no iba a desistir. La mordió en el hombro con mayor fuerza, su cálido aliento le acarició el cuello.

Furiosa, Ráchale buscó su inteligencia, su cerebro humano, su cuerpo humano. Puede que Rio fuera superior a ella en la forma de leopardo macho, pero no podía dominara siendo ella una mujer. Debería haberse dado cuenta de que estaba volviendo a casa. Debería haber sabido lo que estaba pensando y deberia haber tomado medidas para detenerlo.

Ya podía sentir el principio del cambio. No lo deseaba. No quería volver a la forma humana y enfrentarse a lo que iba a ser su futuro, no después de haber corrido libre por el bosque; pero ya era demasiado tarde. Lo notó primero en la cabeza. La necesidad de tener su cuerpo humano. Notó como se le contraían los músculos y la repentina quemazón en la pierna. Oyó que un grito escapaba de su garganta, medio humano, medio animal, mientras el dolor de su hombro iba en aumento.

Río la liberó inmediatamente, pero no cometió el error de alejarse. El enorme leopardo permaneció sobre ella hasta que ella termino con el milagro del cambio y quedó acostada debajo de él en forma humana. Estaba boca abajo en la tierra, con los hombros temblando ligeramente, y él supo que estaba llorando. La tocó con el hocico para tranquilizarla.

Rachael se apartó, fusilándole con la mirada, con los ojos lanzando destellos de furia. Golpeó al leopardo macho, sin importarle que este pudiera arrancarle la garganta. Sin importarle que los leopardos fueran famosos por su mal carácter. Rio se apartó de ella de un salto, cambiando de forma al mismo tiempo y sujetandole las muñecas cuando fue por él. Cayeron los dos al suelo, inmovilizándola de modo que su cuerpo, más grande, apretara el de ella contra la gruesa alfombra de vegetación.

– Cálmate, Rachael -contuvo una carcaja. Los últimos rayos de sol le daban en la cara, haciendo brillar suavemente el sudor de su cuerpo. Hojas y ramitas decoraban los revueltos rizos y estaba rodeada de una brillante aura. Irradiaba fuerza y sensualidad. No podia evitar verla así. Le hacía feliz incluso ahora, que era evidente que deseaba arrancarle los ojos- ¿De verdad pensaste que me iba a esconder en un agujero y a vivir una vida miserable sin ti? ¿Qué clase de hombre crees que soy?

– Un idiota, eso es lo que eres -escupió, aunque sus palabras provenían de su ira. Lo odiaba, odiaba que pudiera hacer desaparecer su cólera con unas cuantas palabras dulces, unos ojos brillantes, tan hambrientos cuando la miraba, y su boca pecaminosamente ardiente-. Maldito seas, Rio -le rodeó el cuello con los brazos y le besó.

Un relámpago atravesó sus venas, recorrió su torrente sanguínea. Estaba vivo de nuevo, el corazón le latía y le funcionaban los pulmones. Levantó la cabeza, sus ojos verdes ardían en su cara.

– Maldita seas tú, Rachael. Me abandonaste. Me hiciste sentir y luego me dejaste. Ni siquiera tuviste el coraje de discutirlo conmigo primero. Maldita seas por eso -la sujetó de la cabeza y la devoró. Un beso tras otro.

Ella degustó su cólera. Era caliente, picante y feroz. Degustó su amor. Tierno, hambriento e intenso. Y quería tenerlo. Siempre. Para siempre. Todo el tiempo que pudiera.

Rachael se tumbó sobre las agujas de pino mirando su adorado rostro.

– Lo siento Rio. No quería hacerte daño. Debería haber tenido el valor de hablarlo contigo. Pensé que podría vivir aquí, en el bosque, con mi otra forma. Me apreció que ellos no podrían encontrarme si estaba en la forma de leopardo. Al menos podría seguir estando cerca de ti.

Él sacudió la cabeza.

– Si tú eres una de nosotros, también lo es tu hermano. El francotirador al que llaman Duncan, él tuvo que ser quien puso la cobra en tu cuarto antes de que siguieras el rio. Y tuvo que ser quien intentó matarte hace un par de noches. Se convirtió en leopardo. Solo algunos de nosotros en todo el mundo podemos hacer algo así. Tenía que saber que tú podías. Iban a traer cazadores que finalmente te matarían. No podemos huir asustados. Si algo he aprendido en esta vida es que tenemos que ser más inteligentes.

Las agujas se le clavaban en la piel desnuda. Se levantó con cuidado. Era más fácil andar por el bosque en forma de leopardo que en forma humana.

– No quiero que sufras.

– ¿Y crees que tu hermano intentará hacerme daño? -la cogió de la mano, tirando de ella hasta que le acompañó hasta la casa. Le quitó ramitas y hojas del pelo y las tiró.

Ella le dirigió una pequeña sonrisa.

– Me siento un poco como Adan y Eva.

Su mano apretó las suyas.

– Tienes que dirigirte a mi antes que a él. No quiero hacerle daño, pero tienes que darme algo con lo que trabajar, Rachael. O confias en mí o no.

Ella estaba de pie junto al tronco del gran árbol, mirando la copa entre la que se ocultaba su casa.

– ¿Crees que es un asunto de confianza?

Él apoyó la palma de su mano sobre su trasero, ayudándola a subir a las ramas inferiores. Ella escalo usando las plantas trepadoras que colgaban como lianas. Rio se mantuvo apartado, mirando su cuerpo, los músculos, las curvas y los huecos. Tenía un hermoso trasero. Sonrió abiertamente mientras saltaba con agilidad a la rama inferior, cogió la planta trepadora poniendo las manos por encima de las de ella y encajonando su cuerpo entre el suyo propio y el tronco del árbol. Se apretó contra ella, imitando la actitud de un felino dominante, pellizcándole el hombro con los dientes y lanzandole el aliento a la nuca.

– Sé que es un asunto de confianza.

En vez de apartarse o ponerse rígida como él esperaba que hiciera, Rachael se recostó contra él, frotando su trasero contra su excitación.

– Confío en ti, de verdad. Te confío hasta la vida. Estoy aquí contigo. Te he elegido. Siempre te he escogido.

Y lo había hecho. Lo sabía. Siempre le habido escogido a él y siempre le escogería.

– ¿Tú no lo sientes Rio? Siempre hemos estado juntos. Lo sé. En otra parte, en un lugar mejor.

Él movió la cabeza, empujándola hasta la casa.

– El lugar no era distinto Rachael. Siempre hubo sangre y balas y cosas a las que temer. Pero nos enfrentamos juntos a ellas. Eso es lo que hacemos. Vivimos nuestra vida lo mejor que podemos, unidos, enfrentándonos a lo que se interpone en nuestro camino.

Ella subio hasta la varanda. Su ropa estaba en un montón en el lugar donde se había desnudado. Recogió la camisa, se la entregó.

– Le quiero, Rio. Sé que ha hecho cosas horribles. La gente piensa que es un monstruo y que yo debo ayudarles a destruirlo. Pero no puedo. No lo haré. Sé que es lo que le hizo ser como es -se puso la camisa muy despacio. Rio la cerró. Al parcecer todo llevaba a Rio-. ¿De verdad piensas que estuvimos juntos en otro tiempo?

Sus verdes y brillantes ojos la miraron.

– ¿Tú no?

Ella se apoyó contra la silla y le sonrió.

– Creo que eres hermoso, Rio. También entonces lo pensaba, fuera donde fuera que estuvieramos. Lo recuerdo muy bien.

Se acercó hasta pegar su cuerpo con el de ella. Anchos y musculosos hombros y una fuerza increíble. La sujetó de la barbilla e inclinó su cara sobre la de ella. En sus ojos no se veía ninguna sonrisa.

– No vuelvas a hacerlo. No me abandones. Fue como si me arrancaras el corazón con las manos -se sintió estúpido al decirlo. No escribía poesía y no conocía nada sobre el amor, pero tenía que encontrar la forma de obligarla a entender la enormidad de lo que había hecho.

Ella levantó la mano para acariciarle la cara, con ternura.

– No lo haré, Rio. Si tú estás dispuesto a arriesgarte, me quedaré aquí, contigo -se apartó cuando él extendió una mano hacia ella-. Quiero que lo sepas todo antes de decidir.

– Rachael -pronunció su nombre con reverencia-, ya lo he decidido. Te desearía en mi vida en cualquier circunstancia. Me tumbo a tu lado por las noches y me pregunto si te amaría aunque no pudieramos volver a tener sexo. Tengo que confesarte que el sexo contigo es asombroso. Me encanta y pienso mucho en ello.

– ¡Menuda sorpresa! -esbozó una pequeña sonrisa.

– El asunto es que te quiero en mi vida y en mi cama. Quiero tus risas y tu carácter. Eres tú, no tu pasado; ni siquiera tu cuerpo por fascinante que sea -su mano le rozó la curva del pecho-, y no es que lo quiera distinto.

– Mi hermano y yo heredamos un imperio de la droga.

Su mirada permaneció fija en su cara. Sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago, pero no se estremeció. No cambió de expresión. Ella se lo esperaba. Esperaba el rechazo. Que se rebelara. Él ni siquiera parapadeó.

Ella esperó en silencio su reacción. Su repugnancia. Se le secó la boca por el miedo a perderlo pero siguió hablando. Tenía que saberlo. Se merecía la verdad. Rachael extendió las manos ante ella.

– La realidad es peor de lo que se ve en las películas, Rio. Están los campos, los trabajadores y los laboratorios. La provisión de cocaína es infinita. Hay armas, asesinatos y traición. Vivimos en una casa que tiene todo lo que el dinero puede comprar. Llevamos la mejor ropa y tenemos las mejores joyas. Los coches son rápidos y potentes y el modo de vivir es decadente. Podemos tener todo lo que deseemos. Sobre todo si te olvidas de los guardaespaldas y los guardias en las puertas. Si pasas por alto la corrupción de los funcionarios y la vigilancia en los apartamentos y los asesinatos cuando algún pobre intenta robar para alimentar a su familia. Cuando puedes ignorar a los adictos y a las mujeres que venden sus cuerpos y a sus hijos. Si puedes hacer eso, entonces supongo que es una vida maravillosa.

Se apartó de él, incapaz de sostener su mirada. No podía ni mirarse a sí misma.

– Esa es mi herencia, Rio. Es lo que acabó con mis padres -Rachael tanteó buscando la silla que estaba a su espalda. Le dolía la pierna y le ardía por haber abusado de ella, pero no era eso lo que hacía que le temblaran las piernas- Mi hermano me dijo que nuestro padre se enamoró de nuestra madre y que quiso retirarse del negocio. Cuando lo averiguara, le abandonaría, de modo que quería ser legal. No tengo ni idea de porque nos fuimos de Sudamérica, pero seguimos teniendo propiedades allí y en Florida -se hundió en la silla, agradecida por poder descansar la pierna-. Supongo que pensó que las cosas podían ser distintas en Florida, pero el negocio también estaba allí. Hiciera lo que hiciera, no podía cambiar nada.

Río preparó una copa. Podía ver el dolor que la consumía. Dos niños pequeños lanzados en medio de un mundo lleno de violencia. Conocía las estrictas reglas de la sociedad en la que su madre había crecido. Debió intentar educar a sus hijos su ética, su honor y su integridad. Le entregó la bebida y se sentó en el suelo, tomando la pierna herida entre sus manos.

Rachael le miró a la cara. No vio que la estuviera condenando. En la expresión de su rostro solo había aceptación. Sus ojos estaban llenos de compasión y tuvo que apartar la vista de ellos. Las lágrimas quemaban, deseando salir. No se atrevía a empezar a llorar. Temía que si lo hacía no fuera capaz de detenerse nunca.

Bebió unos sorbos del frío néctar, intentando pensar como decírselo. Qué decirle. Nunca se lo había contado a nadie. La gente moría por tener la clase de información que tenía. Los dedos de Rio eran suaves mientras le acariciaba la pierna, levantándola para examinar las heridas de colmillos. Sus manos eran seguras y no temblaban, y el corazón le dio un pequeño vuelco. Le acarició la parte de arriba de la cabeza, el grueso pelo.

– Eres un buen hombre, Rio. No permitas que ni los ancianos ni nadie te diga lo contrario.

Lo decía de todo corazón. Rio se inclinó para presionar sus labios en la cicatriz más grande.

– ¿Qué te sucedió Rachael? ¿Qué le sucedió a tu hermano?

– El negocio lo controlaban mi padre y mi tío Armando. Eran gemelos, ¿sabes? Pensabamos que estaban muy unidos. Pasábamos mucho tiempo con él y venía a cenar con nosotros continuamente. Trataba a Elijah como si fuera su propio hijo. Incluso le llevaba a los partidos y a los Everglades. Creíamos que nos quería. Desde luego actuaba como si así fuera. Nunca oí que Armando y Antonio se pelearan. Ni una sola vez. Siempre se estaban abrazando, y parecían hacerlo de corazón.

Río alzó la vista cuando ella guardo silencio otra vez, mirando la copa con el ceño fruncido. Esperó. Fuera cual fuera el trauma que ella hubiera sufrido, tenía paciencia suficiente para esperar el final de la historia. Le estaba confiando cosas que nadie más sabía.

Rachael suspiró, echó un vistazo hacia la puerta. Las ventanas.

– ¿Estás seguro de que nadie puede oirnos? -lo preguntó en voz baja, con un susurro fantasmal y en un tono ligeramente infantil-. En nuestra casa siempre hacen barridos para eliminar los dispositivos electrónicos. A veces incluso dos y tres veces el mismo día. Y Elijah les obliga a hacer barridos en todos los coches para evitar que estallen cuando nos metamos en ellos.

Le rodeó el tobillo con los dedos, queriendo tocarla. Deseando proporcionarle seguridad.

– Debe ser terrible vivir así, pensando siempre que alguien quiere verte muerto.

– Tenía nueve años cuando entré en una habitación y vi que estaba asesinando a mis padres. Armando apuñalaba a su hermano una y otra vez. Mi madre ya estaba muerta. Le había cortado la garganta. No había ni un solo lugar en la habitación en el que no hubiera sangre.

Río pudo notar que ya no estaba con él, volvía a ser una niña, entrando inocentemente en un cuarto, quizá de regreso de la escuela y deseando enseñarles algo a sus padres. Apretó los dedos para apoyarla.

– Levantó la vista y me vio. Grité. Recuerdo que no podía dejar de gritar. Por mucho que lo intentara no podía dejar de hacerlo. Se acercó a mi con el cuchillo. Tenía sangre por todas partes, en el cuerpo y en las manos. Fue entonces cuando dejé de gritar. Sé que me hubiera matado. No podía hacer otra cosa. Yo era un testigo. Había visto como los asesinaba.

– ¿Por qué no lo hizo?

Parecía como si le estuvieran arrancando los dientes. Revelaba algo y luego se callaba. El trauma era profundo y no iba a desaparecer nunca. Sabía que no podía haber sido mejor en los años posteriores con la promesa de un millón de dólares por su cabeza.

Río la levantó, se sentó en el sillón y la acunó en su regazo. Rachael se acurrucó contra él, buscando la seguridad y la comodidad de sus brazos. Escondió la cara en su garganta.

– Entró Elijah. Él deseaba más a Elijah vivo que a mi muerta. Armando no tenía familia, nadie que pudiera hacerse cargo de su imperio y que continuara con su trabajo. Se había ganado a Elijah con pequeñas cosas, dejándole ver lo importante que era para él. Permaneció allí de pie, con la sangre de mis padres formando un charco a sus pies, apoyando el cuchillo en mi garganta, y le dijo a Elijah que la elección era suya. O le juraba lealtad y se convertía en su hijo, o me mataba allí mismo.

– Y Elijah decidió mantenerte viva.

Ella no podía mirarlo.

– Nuestras vidas eran un infierno, sobre todo la de Elijah. Armando quiso que Elijah se ensuciara las manos con tanta sangre que ninguno de los dos nos atrevieramos a ir a la policia -sus ojos estaban llenos de lágrimas-, yo sabía que Elijah lo estaba haciendo por mi, para mantenerme con vida, pero no estaba bien. No lo estaba. Debería haberme dejado morir. Yo debería haber tenido el valor de salvarle.

– ¿Haciendo qué? ¿Morir? -le dio la vuelta a sus manos para pasar el pulgar por encima de las cicatrices de las muñecas, unas cicatrices que él nunca había mencionado-. No podía permitirlo. De manera que se unió al hombre que asesinó a vuestros padres.

– Y aprendió de él. Y se volvió más fuerte, más poderoso, más frío y más distante cada día.

Río notó que las lágrimas le mojaban la piel. Rachael se estremeció.

– Siempre estuvimos muy unidos, pero de repente empezamos a tener unas discusiones terribles. Elijah se volvió muy reservado. No me permitía dejar el complejo. Siempre hacia que alguien estuviera conmigo y todos mis amigos desaparecieron.

– Se estaba separando de tu tío. Empezando una guerra.

– Yo tuve un amigo, Tony, el hermano de una amiga. Apenas nos conocíamos el uno al otro. Le conocí en su casa. Había regresado a la ciudad hacía poco. Quedé con él un par de veces y siempre terminó mal. La primera vez resultó ser una emboscada, y la otra supe que al hombre con el que había quedado le había pagado Elijah para sacarme de paseo -la humillación le impedía hablar-. No creo recordar a ningún hombre que se interesara en mí como mujer. La policia quería tener información para atrapar a Elijah, y me parece que se les ocurrió enviar a un agente secreto para enamorarme. Armando quería volver a acercarse a Elijah para poder matarlo. Estaba furioso, muy furioso con Elijah. Ha hecho todo lo que ha podido para intentar asesinarlo.

– Háblame sobre ese hombre.

Evitaba mirarle. Ahora Rio ya la conocía, distinguía el más leve síntoma de agitación y angustia. Se acurrucaba más contra su cuerpo, temblando, jadeando con desesperación.

– A Elijah no le hablé de Tony porque sabía que nunca me permitiría salir sola con él. No podía ir a ninguna parte sola. Parecía un hombre agradable. Su hermana Marcia y yo, éramos buenas amigas. Fue a vivir con ella y cuando fui a visitarla, estaba allí. Al principio solo hablábamos, jugábamos al Scrabble, ese tipo de cosas. Tan solo quería ser normal unas horas, tener un lugar donde no era la hermana de Elijah Lospostos. Donde nadie llevara armas y conspirara para matar a alguien.

Se pasó las manos por el pelo.

– No estaba enamorada de Tony. No dormía con él ni le contaba ningún secreto. Nunca hubiera traicionado a Elijah. Nunca iba a abandonarle. Estuve con él todo esos años mientras le obligaban a hacer cosas terribles. No puedo ni contar las veces que Armando me amenazó. Las veces en que me metía un arma en la boca y le gritaba a Elijah, la cantidad de veces que deseé que apretara el gatillo solo para dejar de ver el dolor y la rabia en el rostro de Elijah. Fue una vida horrible hasta que Elijah fue lo bastante fuerte para rebelarse contra él. Pero Armando se escapó. Y luego empezó la guerra y todo volvió a ser un infierno.

– ¿Por qué se iba a oponer Elijah al hermano de tu amiga?

– No lo sé, pero no quise que Tony conociera esa parte de mi vida. Marcia no lo sabía. Nos conocimos un día en la biblioteca, terminamos tomando café y nos hicimos buenas amigas. Ella no sabía quien era yo y no quise decirselo. Era una mujer agradable con una familia agradable.

– ¿A que se dedica?

– Gracias a Dios es maestra de escuela. Da clases de ciencias en sexto grado. Iba a verla tan a menudo como podía. Su casa era como un santuario para mí. Elijah siempre mandaba a alguien conmigo, pero se quedaba esperando fuera, en el coche. Marcia pensaba que eran mis chóferes. Bromeó sobre eso alguna vez. Y luego su hermano se fue a vivir a su casa. Llegué a conocerlo y era igual de agradable que ella. Un día me preguntó si quería ira a ver una exposición en un museo de arte. Le gustaba mucho el arte -inclinó la cabeza-. Le dije que sí.

Una repentina frialdad atravesó el cuerpo de Rio. Sabía lo que venía ahora. La muerte era como una sensación, una presencia. Estaba en la habitación. Estaba en sus ojos. La angustia de su mirada no había desaparecido. La apretó más y la meció intentando transmitirle una sensación de paz y consuelo. Habian sido traicionados.

– Y tu hermano te descubrió.

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