Rachael inspiró profundamente y exhaló despacio.
– Fui a casa de Marcia y había guardias en el exterior. Tony y yo nos subimos al coche de Marcia y nos fuimos. Me incliné como si estuviera buscando algo cuando pasamos delante de los guardias para que no me vieran. Durante unas pocas millas pensé que estaba a salvo. Lo siguiente que supe, es que estábamos en medio de una persecución con coches a ambos lados. Eran hombres de Elijah, no de Armando. Los reconocí a todos. Nos obligaron a salir de la carretera. Elijah abrió la puerta y me sacó fuera. Gritaban por todas partes y de pronto Elijah vació el arma en Tony -Se cubrió la cara con las manos.
Sus sollozos eran desgarradores, y proviniendo de una mujer con un tremendo coraje y control, eran aún más terribles. Rio permanecía con la cabeza contra la suya como meciéndola, con la mente trabajando a toda prisa, tratando de entender porque su hermano la quería muerta tras canjear su honor para mantenerla viva.
– No podía creer lo que había hecho. Había tanta sangre. Todo al que toco. Todo lo que Elijah había hecho fue por mí. Estaba tan enfadado. Me zarandeó repetidas veces diciéndome que debería haber puesto el arma en mi cabeza.
Tantas emociones lo devoraban que Rio no sabía que estaba sintiendo. Parte de él quería llorar por ella. Parte de él estaba tan enfadado que quería perseguir a su hermano y a su tío.
– Rachael, sestrilla. Estuvo bien que vinieses aquí, a mí, a tu casa dónde perteneces -Tomó sus muñecas y llevó las cicatrices hacia su boca- Aquí, conmigo. Cada mañana los pájaros te cantarán. La lluvia tiene bellas canciones y las tocará para nosotros. Este es tu mundo -Se sintió como un maldito tonto pronunciando estas palabras, todavía tan humillado que hubiera aceptado su violento pasado. Ella podía plantearse lo que había hecho y no juzgarlo duramente después de todo lo que había pasado. Le habría recitado un poema si hubiera sabido alguno, sólo para aliviar su sufrimiento.
– Elijah nunca dejará de buscarme -Tomó su cara entre las manos-. Tendría que saberlo después de todos estos años. Peleó duro trabajando a espaldas de Armando para liberarnos. Era una vida tan terrible, siempre al filo de la muerte. Caminaba por esa fina línea todos los días. Susurrando juntos, pasándonos notas que quemábamos para que nadie supiera lo que planeábamos. Estaba siempre entre mi tío y yo.
– Tuvo que ser difícil.
– No tuvimos vida. Todavía estábamos en la escuela pero no podíamos llevar amigos a casa. No podíamos tener amigos. No podíamos confiar en nadie, sólo en nosotros. No hubo citas ni bailes. Vivíamos con un miedo constante. A veces, si Armando creía que Elijah no se encargaba de los negocios, él y sus hombres irrumpían en nuestras habitaciones en medio de la noche. Me arrastraban a la habitación de Elijah poniéndome un cuchillo en la garganta o una pistola en la cabeza. Elijah era tan tranquilo. Nunca lloró. Nunca se aterrorizó. Los miraba a ellos y a mí y entonces le decía a Armando: ¿Qué quieres que haga? -Eso era todo. Y hacía lo que fuera.
– ¿Por qué te avergüenzas?
– Vendió drogas. Estoy segura que asesinó. Era tan hermoso, tan lleno de risas. Nunca sonríe. No tiene nada en la vida. Todo por mí. Todo en pago de mi vida. Hubiera estado mejor si me hubieran matado a mí también. Sería libre. Podría escaparse. Tiene la destreza de un camaleón. Nunca lo encontrarían si estuviera sólo.
– Ha debido ser extraordinario, incluso de adolescente. Me gustaría conocerle. Quizás podríamos resolverlo.
– ¿Pero no ves por qué no quiero que te acerques a él? Ya no es mi Elijah. Se ha vuelto alguien a quien no conozco. Alguien siniestro, peligroso y retorcido. No puedo decir que sea malvado. Sé que está tratando de salir del negocio de la droga y vender las compañías ilegales. Me prometió que lo haría. Nuestros nombres están en esas compañías. Poseemos todo conjuntamente.
– Entonces si mueres, todo pasa a ser suyo.
Ráchale asintió.
– No me mataría por dinero, Rio, si es eso lo que estás pensando. Sé que no lo haría. Nunca he mirado los libros. Incluso no tengo coche. No me preocupa el dinero y él lo sabe.
– ¿Es posible que Elijah pague una recompensa para mantenerte viva y tu tío es el que tiene los asesinos a sueldo para matarte? Eso tendría más sentido. Tuviste una pelea con Elijah y te dijo cosas bastante duras, pero ¿por qué querría, de repente, tu tío mantenerte viva? No vales gran cosa para él si no puede utilizarte para amenazar a Elijah.
Guardó silencio por mucho tiempo, pero sintió como se relajaba un poco.
– No puedo pensar en eso. No puedo creerlo mientras Elijah acaba de disparar a Tony justo delante de mí. Estaba tan enojado. Nunca lo había visto así. Siempre bajo control, siempre tan calmado en la línea de fuego.
– ¿Entonces no actuaba como siempre?
– Ahora parecía peligroso. Realmente lo es. No puedo describírtelo, pero nunca me lo había parecido. Estábamos tan unidos y entonces empezó a apartarme. No quería hablar sobre los negocios. No quería responder a mis preguntas sobre Armando. Insistía que me quedara en casa, dentro, lejos de las ventanas.
– Quizás temía por tu vida.
Suspiró y alcanzó la bebida de la pequeña mesa dónde la había dejado. El jugo se sentía frío y refrescante en su dolorida garganta.
– Siempre temíamos por mi vida. Vivíamos con miedo, era nuestra forma de vida.
– ¿Pensaste que contándome quien eras tú y tu familia, que no querría saber nada de ti? Rachael, ¿Cómo pudiste pensar eso? -Le ahuecó la cara en su mano, deslizando el pulgar sobre su alto pómulo.
– Si hubiera tratado de ir a la policía…
– ¿Por qué no lo hiciste?
– Por dos razones. Armando tiene policías trabajando para él y no sabemos quienes son, y por supuesto, Elijah está muy involucrado en sus negocios. Así es como Armando consiguió atraparle. Si ensucia lo bastante a Elijah, nunca conseguirá escapar y ellos se necesitarían mutuamente. Armando estuvo dispuesto a matar a su hermano, pero sinceramente quiere al hijo de su hermano. No tiene ningún sentido para mí. Nunca lo entendí. No traicionaría a Elijah por ningún motivo.
– ¿Y crees que no te perdonaría por eso? No hay nada que perdonar, Rachael -Rio levantó la cabeza tomando aliento- Lo sabe. Tu tío sabe que tu madre era una cambia-formas, y tuvo conocimiento sobre tu hermano.
– No creo que mi hermano…
– Me dijiste que estaban muy unidos, Rachael. Antonio y Armando. Si Antonio descubrió que su esposa era una desalojada y se trasladaron a América del Sur para protegerla de los mayores, quizás confió en su hermano. ¿Por qué no? Antonio podría haberle contado a su hermano gemelo por que tenía que trasladar a su familia de Florida tan rápido, especialmente si necesitaba ayuda o si dejaba la gestión de las plantaciones a Armando o contrató a alguien.
– Supongo que sí. Pero no sé si mi hermano puede cambiar de forma. ¿Por qué no me lo dijo? Hablábamos mucho sobre mamá y papá. ¿No era eso un gran trozo de información para omitir?
– No si era para protegerte. Dices que tu tío salía con él a solas. Pasaban gran cantidad de tiempo en los Everglades. ¿Qué hacían allí?
Ella se encogió de hombros.
– Honestamente no lo sé. Era pequeña. Pensaba que estaban pescando, buceando u observando caimanes. Nunca regresó disgustado.
Si fueras un niño y pudieras correr libre en los Glades, cambiando de forma y transformándote en algo tan poderoso como un leopardo, ¿no lo harías? Y si hicieras cosas para tu tío, como recoger paquetes, ¿no merecería la pena? Armando se habría dado cuenta del potencial de semejante don. Tendría a un asesino adiestrado, tan silencioso y mortífero que cuando fuera nadie lo vería. Podemos nadar largas distancias y entrar en sitios donde los humanos no pueden. Al principio Elijah habría dado la bienvenida a los viajes. Habría sentido la libertad de correr y convertirse como algo tan poderoso. ¿Puedes verlo?
Rachael pensó en cómo se sentiría en la forma de tan poderosa criatura. Un adolescente encontraría la experiencia sumamente excitante, embriagadora y adictiva. Si le añadimos la emoción del secreto, habría sido demasiado para un chico dejar escapar la oportunidad.
– Lo recuerdo viniendo a casa tan excitado tras sus viajes con Armando que apenas podía contenerse. Se encerraba en su habitación y tocaba desenfrenadamente durante horas.
– Probablemente tu tío lo estaba entrenando, pero Elijah no sabía que era lo que llevaba, o hacía. Era sólo un juego. Amaba y confiaba en tu tío. Encontrar a tus padres asesinados tuvo que ser un terrible golpe para él. Amaba a Armando y al final tuvo que darse cuenta que era y hacía tu tío. La culpabilidad tuvo que ser insoportable.
Esto trajo un nuevo flujo de lágrimas. Rachael se pegó a él, llorando por su hermano perdido, por su infancia, por todas las cosas que habían hecho y no se podían cambiar. Rio la sujetó entre sus brazos, ofreciéndole confort y aceptación. La mecía gentilmente, cantando dulcemente cosas sin sentido para consolarla. Habían pasado años desde que se hubiera dado el lujo de las lágrimas. Había trabajado duramente para ser como su hermano, sin darle a Armando la satisfacción de verla con miedo.
Le frotó la dura mandíbula.
– Gracias por no condenarnos. Probablemente hicimos todo mal, y erróneo, pero yo era una niña y él tenía trece años. No teníamos dónde ir, nadie a quien contárselo. Desde luego que Armando tenía nuestra custodia, y por el momento fuimos a vivir con él, sólo nos teníamos el uno al otro. No creo que pudiera soportar que lo despreciaras.
– ¿Rachael, amor de mi vida, como puedes pensar que yo, entre todo el mundo, me atrevería a juzgar a otro? Todo lo que puedo hacer en esta vida es tratar de hacer lo mejor en cada caso.
Levantó la cabeza y lo miró fijamente a la cara, a los ojos.
– No te merezco, Rio.
Reprimió un extraño nudo en la garganta. Su gente no quería verlo ni hablar con él, y ella pensaba que no lo merecía. Su mano fue de la nuca a su cuello, sujetándola quieta para un beso. Puso cada trozo de ternura que pudo encontrar en ese beso, saboreando sus lágrimas, su dolor, saboreando su amor.
– Pienso que eres una mujer asombrosa -murmuró cuando levantó la cabeza.
Se las arregló para sonreírle.
– Es una jodida buena cosa ya que podría ser difícil deshacerse de mí -Rachael lentamente enroscó su cuerpo, había llorado tanto que sus ojos ardían y le dolía la garganta. Estaba resuelta a tirar abajo la verja- ¿Sabes esas pequeñas sanguijuelas que tanto te gustan? Hunden fuertemente sus dientes y se agarran, pues bien eso haré yo contigo.
Hizo una mueca y a regañadientes aflojó sus brazos cuando ella se estiró y cojeó a través de la habitación para abrir la puerta.
– ¿No es extraño como la casa puede parecer a veces tan pequeña?
Le sonrió, sabiendo que trataba de recobrar algo de control.
– ¿Por qué piensas que a veces dejo la puerta abierta? -Su cuerpo era flexible y fuerte con generosas curvas femeninas, un cuerpo en el que un hombre podría perderse. Le gustaba verla moverse por su casa. Tocando una vela, deslizando los dedos graciosamente por ella. Recogiendo sus ropas y echándolas en una pequeña caja para la ropa sucia que él nunca usaba- Soy desordenado.
Una sombra de sonrisa curvó su boca.
– ¿Piensas que eso es nuevo para mí?
– Esperaba que no te hubieras dado cuenta.
Su sonrisa se amplió.
– Es imposible no darse cuenta. Te gusta dejar los platos en remojo en el fregadero. Me vuelve loca. ¿Por qué los dejas en remojo? ¿Por qué no los lavas? Si te tomas la molestia de rasparlos y enjuagarlos podrías también acabar la tarea.
– Hay una explicación perfectamente lógica -le dijo- Para lavar los platos con agua caliente, tengo que usar gas o madera. Es más económico esperar y lavarlos todos juntos. Cargar con el gas es pesado. Lo uso con moderación.
Le hizo una mueca.
– Supongo que tienes razón.
Al levantarse, llenó completamente la habitación con sus amplios hombros y su poderosa presencia.
– ¿Quieres trasladarte, Rachael? -Había pasado años construyendo la casa y el almacén subterráneo escondido bajo ella. El sistema de agua había sido difícil de ocultar. Tenía todo lo que quería. Pero si quería las cosas necesarias para una vida moderna, tenía que construir la casa más cerca de la protección del pueblo dónde había un generador. Pero lejos de ser una protección, el ruido y el olor de un generador eran muy peligrosos, completamente delatores para Thomas y cualquiera que lo estuviera persiguiendo.
– ¿Trasladarme? -Rachael agarró el borde de la puerta y se volvió para mirarlo con sus enormes ojos- ¿Por qué quieres irte de esta preciosa casa? Las esculturas son extraordinarias. Amo a esta casa. No creo que haya ninguna razón para trasladarse.
– La mayoría de las veces no tenemos un refrigerador decente. Transportar hielo es casi imposible, a menos que lo obtengamos del pueblo, y raramente compro allí.
– Tu sistema es bastante bueno. No creo que nos muramos de hambre.
– No pensarás esto cuando empiecen a venir los niños.
Rachael retrocedió unos pasos, riéndose de él.
– ¿Niños? ¿De todas formas van a empezar a llegar no?
La siguió por la terraza aprisionándola contra la barandilla y susurró.
– Creo que estamos obligados a tener muchos niños -Sus manos ahuecaron el ligero peso de sus senos. Rozó la ensombrecida mandíbula sobre su sensitiva piel, gentilmente sobre la punta de sus pezones- Cásate conmigo, Rachael. No podemos utilizar la ceremonia ritual de nuestra gente, pero el padre de Kim puede casarnos.
– No es necesario. Creo que ya estamos casados.
– Yo también creo que no es necesario, pero quiero casarme contigo. Quiero sentir a mis niños creciendo en tu interior algún día. Lo quiero todo contigo -Bajo su boca hacia sus senos, amamantándolos gentilmente, hasta que ella se arqueó empujando hacia él, sujetándole la cabeza mientras se deleitaba. Empezó a lloviznar y el viento soplaba interminablemente fuerte, en su mundo, todo parecía perfecto.
Alzó la cara hacia la suave lluvia que caía sobre la piel.
– ¿Cuántos niños son bastantes? -Sus dedos se enredaron en su pelo- ¿Cuántos crees dos, tres? Dame un numero -Trató de escuchar las canciones de la lluvia que él le había enseñado. Era tal mezcla de sonidos, nunca los mismos, siempre cambiantes, todo eso penetrando en sus venas como una droga. Como el fuego que él producía con la seda caliente de su boca con el calor del bosque presionando en ellos.
Rio se enderezó y la sujetó entre sus brazos. Simplemente abrazándola.
– Una casa llena, Rachael. Niñitas parecidas a ti. Con tu risa y coraje.
Estrechándolo entre sus brazos, se amoldó a su cuerpo.
– Y con todos esos pequeñajos corriendo por aquí, ¿cómo nos las arreglaremos para tener momentos como estos?
Vivir con Rio sería una sensual aventura. Su cuerpo estaba siempre a punto, nunca saciado por mucho tiempo no importaba cuan a menudo la tocara. Deseaba más. Lo deseaba un millón de veces de un millón de formas. Abrazó su cintura con la pierna, presionando su cuerpo caliente y escurridizo contra él sugestivamente. Los dedos enredados en su cabello, sus dientes mordisqueando la oreja, el hombro y cualquier cosa que pudiera alcanzar.
– Encontraremos la forma. Encontraremos un millón de formas.
Rio la alzó, para que pudiera agarrarlo con ambas piernas, y acomodarse en su cuerpo, tan ajustados como una espada en su vaina. La apoyó contra la barandilla y se miraron el uno al otro, trabados conjuntamente. Rachael se inclinó hacia delante y enterrando la cara en su cuello. Aferrados y abrazados fuertemente.
Le susurró palabras de amor en su lengua. Sestrilla. Amada mía. Hafelina. Gatita. Jue amoura sestrilla. Te querré siempre. Anwoy Jue selaviena en patre Jue. Eternamente.
Oyó las palabras, las reconocía pero no podía responderle. La vocalización era una mezcla de notas felinas. Lo sabía, las reconocía y las encontraba preciosas, pero no podía reproducirlas exactamente, Rachael levantó la cabeza y lo miró. A la cara. A los ojos. A su boca.
– Yo también te quiero, Rio.
Tan feroz como podía ser su forma de hacer el amor, tan salvaje y rudo como era él a veces, era infinitamente tierno. Besándola con tanta ternura que fluyeron lágrimas. Su cuerpo se movía en el suyo con golpes seguros y profundos, esforzándose para darle placer. Sus manos la adoraron, moldeando cada curva, deslizándose por su piel como si memorizara cada detalle.
Se tomó su tiempo, largos y lentos golpes planeados para cavar profundamente, para llenarla de su amor. Cuando la fiebre aumentó, escalaron juntos, la blanca bruma se arremolinaba a su alrededor, como si la hubieran creado con la intensidad de su calor. Le clavó las uñas en la espalda y echó atrás la cabeza, moviendo sus caderas en respuesta a su ritmo, una danza de amor, allí en la terraza con el perfume de las orquídeas envolviéndolos y con la brisa acariciando sus cuerpos. Lloviendo constantemente, gotitas de plata cuando se asentó la noche.
Rachael se quedó sin aliento cuando se sintió llena de dicha, con el puro placer de su unión, y apretó los músculos a su alrededor llevándolos hasta el borde. Su voz se mezcló con la suya, un grito de alegría en la oscuridad. Se aferraron el uno al otro renuentes a soltarse.
Una leve ráfaga de hojas y una afusión de pétalos de orquídeas cayeron como lluvia de una rama sobre ellos y Franz brincó a la terraza, a sus pies. Se levantaron repentinamente, Rio alerta y preparado, presionando su cuerpo contra la barandilla en un esfuerzo para protegerla. Un bulto de piel se extendió rebotando en las pantorrillas de Rio. El pequeño leopardo nublado clavaba las zarpas en el suelo con las garras enganchadas profundamente en la madera.
– Vi marcas de garras en los árboles -dijo Rachael, inclinándose para hundir sus dedos en el pelaje del felino- Pero nunca vi ninguno. ¿Por qué marca la casa?
– Es más que marcar el territorio. Está afilándose las uñas y deshaciéndose de las fundas viejas. Es realmente necesario, pero nos han enseñado a no marcar nuestro paso por el bosque porque llama la atención de los cazadores. Déjales creer que nos vamos, que no estamos aquí y dejarán de dispararnos. Elegimos afilar y marcar dentro dónde no seremos descubiertos -Le sonrió con una sonrisa infantil- Fritz y Franz aprendieron de mí.
– Así que eres una figura maternal.
– ¡Oye! -Tocó con la punta de su pie desnudo al felino que se frotaba en sus piernas. Se siente solo sin Fritz. Normalmente van juntos a todas partes. Esperaba que encontraran pareja y me trajeran un cachorro o dos pero no parecen interesados.
– Tu vida es mucho más interesante -apuntó- Ellos se jactan a los otros gatitos sobre sus aventuras.
Se enroscaron en el pequeño sofá uno en brazos del otro, en la terraza, pasando la noche fuera, escuchando la interminable lluvia. Observando la blanca niebla que los envolvía como si estuvieran entre en las nubes. Rio la sujetó entre sus brazos.
– Te amo, Rachael. Trajiste algo a mi vida de lo que no quiero prescindir.
Descansó la cabeza en su pecho.
– Siento lo mismo.
Franz saltó al sofá, los olfateó y se hizo un sitio entre sus cuerpos. Rio le gruñó al leopardo.
– Pesas mucho, Franz, baja. No necesitas estar aquí arriba.
Rachael se rió. Rio no apartó al leopardo, en cambio, lo abrazó por el cuello. Casi enseguida, Fritz cojeó al suelo, aulló bajito y se frotó contra sus piernas.
– Alguien es un poco celoso -apuntó Rachael y se acercó tanto como pudo a Rio para dejar al felino espacio para subir con ellos.
– No alientes al pequeño demonio. ¿No te acuerdas que fue él que tomó un pedazo de tu pierna? -Se quejó Rio.
– Pobre cosita, está solo y no se encuentra bien -Ayudó a subir al felino mientras se tendía parcialmente sobre su regazo- Si tuviéramos una casa llena de niños, también estarían encima de nosotros.
Rio gemía moviéndose mientras encontraba una posición cómoda.
– No quiero pensar en eso ahora. Vamos a dormir.
– ¿Vamos a dormir aquí fuera? -La idea le encantó. El viento hacía susurrar las hojas de los árboles mientras que revoloteaban graciosamente a su alrededor.
– Un ratito -Rio le besó la parte superior de la inclinada cabeza, satisfecho de tenerla, sentado en su porche con Rachael, los leopardos cerca de él y la lluvia cayendo suavemente en el suelo adormeciéndolos.
Se despertó cerca del amanecer, sobresaltado, su mente y sentidos instantáneamente alertas. En algún lugar profundo del bosque un chotacabras gritó. Un ciervo ladró. Un coro de gibones avisó a pleno pulmón. Cerró los ojos un momento, saboreando el despertar a su lado, con los gatitos abrazados cerca. Odiaba molestarla, odiaba prepararla para la siguiente crisis. Siempre parecía haber alguna y Rachael ya había tenido bastantes. Quería protegerla, hacer su vida más fácil y feliz.
Arrepintiéndose con cada línea de su cuerpo, hizo lo que tenía que hacer.
– Despiértate, sestrilla -Besándola en la cara, pestañas y en las esquinas de su boca- Los vecinos llegan ruidosamente.
Rachael escuchó un momento luego aferró sus brazos fuertemente alrededor del cuello de Rio.
– Está aquí -Con puro terror en su voz.
Inhalando profundamente, Rio acarició su pelo, un toque prolongado contra su piel.
– No es tu hermano -Su tono fue sombrío. Hizo señas al pequeño leopardo que bajara del sofá.
– ¿Entonces quién?
– Alguien a quien conocen. Alguien familiar para ellos. Uno de mi gente, pero uno que no recorre mis dominios. Nadie de mi unidad.
Rachael a regañadientes se desperezó, poniéndose en pie y bostezando adormecida. Respiró despacio.
– ¿Cuan lejos está?
– Unos minutos -Su mano se deslizó en su cara estremeciéndola.
Rachael atrapó su mano y la puso en su pecho sobre su corazón.
– Estamos juntos en esto, Rio. Dime qué hacer.
– Entraremos en la casa y te miraré esa pierna. La has usado mucho y ahora se ve hinchada otra vez. Luego nos vestiremos y arreglaremos nuestra casa esperando a ver que quiere -La alcanzó tras abrirle la puerta cortésmente.
– Entonces sabes quién es.
Aspiró de nuevo.
– Sí, lo conozco. Es Peter Delgrotto. Es del alto consejo. Y su palabra es ley para nuestra gente.
Sus oscuros ojos recorrieron su cara. Viendo demasiado. Viendo en su interior.
– Crees que quizás me diga que me vaya.
Rio se encogió de hombros.
– Lo escucharé antes de provocarlo.
Se abotonó la camisa, percatándose por primera vez que todavía la llevaba puesta.
– ¿El anciano viene aquí? Realmente se necesita mucho valor -Le arrebató los tejanos de las manos y cojeó rápidamente hacia la cama- Tus vecinos parecen venir regularmente sin invitación.
– No hay mucho azúcar en el vecindario y soy conocido por mi dulzura -bromeó.
Refunfuño poniendo los ojos en blanco.
– Tu pequeño y anciano amigo va a pensar que eres dulce una vez me conozca. ¿Por qué vendría aquí?
– Los ancianos hacen lo que quieren y van donde quieren.
– Hatajo de sabandijas. Nadie le ha invitado.
Allí estaba otra vez… ese pequeño tirón en su corazón. Ella podía hacerle sonreír en la peor circunstancia. No sabía como reaccionaría si los ancianos trataran de quitársela, pero sabía que no lo consentiría. La siguió agachándose a su lado para examinarle la pierna. Estaba seguro que Rachael nunca reconocería la autoridad de los ancianos. No había crecido con sus reglas y ya se había comprometido con él. Tratarían de mandonearla pero nunca funcionaría.
– Pareces un engreído.
– ¿Engreído? No lo soy -Pero se sentía así. Los ancianos se iban a llevar una bronca si trataban de forzar a Rachael a aceptar su exilio.
Rachael tocó su oscuro pelo, tirando de las sedosas hebras hasta que la miró.
– Si creen que van a cambiar tu sentencia de destierro por el de muerte, van a tener una pelea entre manos.
Parecía una guerrera, sonrió cuando le lavó la pantorrilla suavemente y aplicó más poción curativa mágica de Tama.
– Una vez dictada la sentencia, no pueden cambiarla. Mis habilidades son valoradas por la comunidad, dudo que me pidan que deje esta área.
Sus dedos eran suaves sobre su pierna pero el comentario le crispó los nervios.
– Déjalos preguntar que nos vayamos. No son los dueños del bosque. Bombardéalos. Odio a los matones -Tiró del tejano sobre la pierna y empezó hacer la cama con rápidos y entrecortados movimientos. Casi pateó a Fritz con su pie desnudo, olvidando que se había refugiado bajo la cama.
Rachael parecía una loca furiosa. Incluso el pelo se le encrespó. Sonreía mientras se vestía. La casa volvía rápidamente a su forma aunque cojeaba cada vez más.
– Siéntate, sestrilla -manteniendo suave la voz- Todos esos brincos no son buenos para la pierna. Agarró las armas y comprobó las recámaras, dejando cada una de ellas cuidadosamente sobre la mesa.
– Tenemos una tina en medio del suelo -señaló, sacando chispas por los ojos-. Podrías hacer algo al respecto en vez de holgazanear cuidando tus armas.
Le salió la ceja disparada hacia arriba.
– ¿Holgazaneando cuidando mis armas? -repitió.
– Exactamente. ¿Qué intención tienes? ¿Disparar al hombre? ¿Al querido anciano que todo lo sabe? No es que me importe, pero al menos avísame.
– Tienes otra rabieta, ¿no? Creo que tendrías que darme algún tipo de señal antes de estallar, ayudaría enormemente.
Se enderezó y lentamente se dio la vuelta hasta quedar frente a él.
– ¿Rabietas?
Tenía un tic en la boca. Forzaba los rasgos para mantenerse inexpresivo. Parecía un volcán apunto de explotar. Su sonrisa definitivamente provocaría la detonación.
– Puede que no me quede más remedio que dispararle. Piénsalo, Rachael. ¿Por qué tendría que venir aquí cuando no está permitido el saber que existo? Esa es la cuestión -La tina de agua la molestaba, lo justo para reprimir el lanzarle la esponjosa almohada, sacó algunos cubos de agua y los echó en el fregadero.
Rachael guardó silencio durante mucho tiempo observándolo. Se acomodó en una silla.
– ¿No son esos ancianos los legisladores? ¿Son santos? ¿Qué son exactamente? A parte de imbéciles, quiero decir.
– No puedes llamarlos imbéciles a la cara, Rachael -señaló.
– Si puedes dispararles, yo puedo insultarles -Lo miró enfurecida, por atreverse a contradecirla- ¿Llaman a los mayores, mayores porque son viejos? ¿Ancianos? ¿Charlatanes?
– Nunca has visto al hombre y ya estás agresiva.
Unos ojos oscuros lo recorrieron con reprimida furia.
– Nunca soy agresiva.
Recogió la tina, sacándola a la terraza. Todavía estaba medio llena y pesaba. El agua se derramó cuando la inclinó sobre la barandilla.
– Supongo que es razonable que puedas insultarles si yo puedo dispararles -la apaciguó.
No se molestó en llevar la tina a la pequeña cabaña escondida entre los árboles un poco más allá. La dejó a un lado, fuera del camino por si necesitaba ir rápidamente hacia los árboles. Fuera, escuchó a las criaturas de la noche llamándose entre ellas, informando sobre la posición del intruso que se acercaba a la casa.
Si no hubiera estado desterrado habría ido, por respeto, a su encuentro, en lugar de hacerle andar toda la subida de árboles hasta él. El anciano estaba en los ochenta y, aunque en buena forma, sentiría los efectos del largo trecho. Entró dentro para peinarse en alguna semblanza de orden.
Rachael lo observó, vio el leve ceño fruncido, líneas de preocupación alrededor de sus ojos. Sobre todo vio que Rio cambió su despreocupada apariencia, y eso quería decir algo. Siguió su consejo, peinando su maraña de pelo, inspeccionando que su piel estuviera limpia y se cepilló los dientes. Desde que llegó, no había usado el pequeño alijo de artículos de belleza que puso en la maleta, pero ahora los sacó.
– ¿Qué es eso?
– Maquillaje. Pensé que me gustaría estar presentable para tu anciano -vaciló haciendo otro intento- El sabio. La eminencia.
– Anciano es suficiente -La siguió a través de la habitación y tomó el brillo de labios de sus manos- Estás preciosa, Rachael, y no tienes porque estar tan perfecta para él.
Por primera vez en un rato una sombra de sonrisa curvó su boca. ¡Habla con alguien de mal humor!
– Realmente, habitante de los árboles, quería lucir perfecta para ti, no para tu descerebrado anciano -Tendió su mano hacia el brillo de labios.
Lo puso en su palma.
– Al menos debería conseguir algún punto por el bello cumplido.
Ampliando la sonrisa.
– Me contuve por el bello cumplido. Habría sido bastante peor que habitante de los árboles.
– Me aterrorizas -Rio se inclinó y besó su boca respingona. ¿Cómo se las había arreglado para vivir tanto tiempo sin ella pensando que estaba vivo? ¿Había sólo pasado por la vida todos estos años? Amarla lo aterrorizó. Era demasiado fuerte, un maremoto fluía en su interior, consumiéndolo, había veces que incluso no la podía mirar.
– Por lo que me preocupa eso es bueno -Rachael se aplicó el brillo de labios y un poquito de rimel. Estaba temerosa y luchó por esconderlo. Miró a Rio por debajo de sus largas pestañas. Definitivamente estaba en alerta a pesar de que bromeaban entre ellos. Alargó la mano a través de la mesa, desenfundando un cuchillo y deslizándolo bajo el cojín de su silla. Los asesinos tenían cualquier forma, tamaño y género. La edad no parecía ser importante.