Martes 6 de Julio

El día siguiente fue el primer día nublado en al menos dos semanas. Como de costumbre, Knutas llegó temprano al trabajo, no eran más que las siete y cuarto cuando subió las escaleras de entrada de la comisaría y saludó al policía que estaba de guardia. Conversaron un momento como hacían habitualmente antes de que Knutas prosiguiera su camino hasta la Brigada de Homicidios, en el segundo piso. Se puso una taza de café y hojeó los periódicos locales.

No pasó mucho tiempo antes de que Karin, que también era madrugadora, asomara la cabeza.

– Buenos días -saludó-. ¿Quieres un café?

– No, gracias, ya he tomado uno.

Parecía cansada.

– ¿Estás bien?

Knutas la miró algo inquieto.

– Sí, gracias. Apenas he pegado ojo esta noche.

– ¿Te has pasado la noche pensando en Martina Flochten?

– Eso también -cortó ella y tomó un sorbo. Cuando no quería que siguiera preguntándole algo, tenía una pasmosa habilidad para hacérselo entender.

– ¿Se te ha ocurrido algo? -le preguntó desviando el tema.

– Pues no. He estado dándole vueltas a lo de ese coche.

– ¿Y?

– Al parecer, ella se montó en el coche voluntariamente, se había citado con ese desconocido, así que tiene que haberlo conocido aquí en Gotland. Pero ¿por qué tanto secreto? Es cierto que tiene novio, pero está en Rotterdam, así que si quería divertirse un poco aquí, de todos modos él no se iba a enterar.

– ¿Adónde quieres llegar?

– Algo raro tiene que haber con ese hombre con el que se veía. Si mantienen o mantenían una relación amorosa, ¿por qué andar con tapujos? Hay dos razones para que anduvieran ocultándolo. O bien está casado o bien tiene algún otro problema, como que sea profesor o tenga algo que ver con el curso, lo cual hace que el hecho de que estén juntos sea un tema delicado.

– O ambas cosas -sugirió Knutas.

– En efecto. Staffan Mellgren es el primero en quien se me ocurre pensar. Aunque también podría ser algún otro. He comprobado el color de su coche y no es azul sino gris metalizado. O ha utilizado el automóvil de otra persona o, sencillamente, no es él con quien se ha estado viendo Martina. Durante dos semanas asistieron a clases teóricas en Visby antes de empezar con las excavaciones propiamente dichas. A lo largo de ese tiempo tuvieron varios profesores. A eso hay que añadir que, al parecer, salieron de fiesta casi todas las noches, por lo que Martina tuvo muchas posibilidades de conocer a alguien.

»Otra cosa que me parece extraña es que no se haya puesto en contacto con Jacob Dahlén, amigo de la familia y dueño del Hotel Wisby. La dueña del Warfsholm, Kerstin Bodin, dijo que Dahlén era amigo de la familia. La familia de Martina solía venir aquí una vez al año y siempre se alojaban en su hotel. Por supuesto, será sobre todo amigo de su padre, pero aun así, ¿no es un poco raro que no haya pasado por allí a saludarlo al menos? Ya lleva en la isla más de cuatro semanas y, de ellas, dos en Visby. ¿Por qué no se ha puesto en contacto con él? El hotel está en el centro, cielo santo, a tiro de piedra de la universidad.

– ¿Has hablado con Jacob Dahlén?

– Sólo por teléfono. Está de viaje.

– Tal vez haya tenido intención de ponerse en contacto con él, pero aún no lo ha hecho. Ya sabes lo que ocurre cuando estás en un lugar donde conoces a alguien superficialmente. El curso dura hasta mediados de agosto, pensará que dispone de tiempo más que suficiente para ir a saludarlo.

– Sí, claro -reconoció Karin-, quizá sea así.

– Otra cosa, ¿dónde se alojó en Visby durante las semanas que duraron las clases teóricas?

– En el mismo sitio que los demás, en la residencia para estudiantes de la calle Mejerigatan.

– Tendremos que ir allí y hablar con los inquilinos, y también con el casero. Alguien puede haber visto algo. Voy a encargarme de que lo hagan -dijo Knutas, y cogió el teléfono.


Patrick Flochten era un hombre alto y fuerte de pelo castaño oscuro y rebelde. A juzgar por el color de su rostro, en Holanda también había hecho buen tiempo. Llevaba unas gafas con la montura negra que parecían caras e iba vestido con un traje claro de lino. Tenía las manos sudorosas y expresión tensa cuando saludó y se sentó en el sofá de las visitas en el despacho de Knutas.

– Lógicamente su hermano y yo estamos muy preocupados. Ahora quiero que me cuente todo lo que sucedió cuando mi hija desapareció -dijo en un inglés perfecto-. Everything!

Knutas, cuyo inglés no era ni mucho menos suficiente para realizar un interrogatorio, ya había previsto el problema. Por eso le había pedido a Karin que estuviera presente. Ella empezó a contar lo que la policía sabía hasta ese momento acerca de la desaparición, mientras no paraba de preguntarse por qué aquel hombre que tenía enfrente le resultaba familiar. Quizá sólo fuera por el parecido que había entre su hija y él, a juzgar por las fotos que había visto de Martina.

– Conozco Warfsholm, he estado en el hotel con los niños y hemos comido allí varias veces cuando veraneábamos en Gotland. ¿Cómo pudo desaparecer de allí sin que nadie la viera? Pero si está lleno de casitas de veraneo y hay gente por todas partes. Además, con lo claras que son aquí las noches, ni siquiera llega a hacerse oscuro.

– Martina dejó a los demás de madrugada. A esas horas los huéspedes estaban durmiendo. Fue al baño a eso de la una y a esa hora, en principio, todos los que habían asistido al concierto ya se habían ido a casa. Los pocos que quedaban despiertos eran los que estaban en el bar.

– ¿Y nadie vio nada?

– Pues, por desgracia, parece que no. El dispositivo de búsqueda está en marcha, por supuesto. Estamos buscando tanto con perros como con helicópteros. A lo largo del día vamos a organizar también partidas para rastrear la zona. El perímetro de búsqueda se va ampliando gradualmente.

Karin decidió conscientemente no mencionar a los buzos. Parecía demasiado desagradable, como si ya hubieran renunciado a la esperanza de encontrar a Martina con vida.

– ¿Podría haber viajado a la península?

– Nada hace suponer que haya abandonado la isla. Hemos comprobado las listas de pasajeros tanto de las compañías aéreas como de las navieras. En cualquier caso, no ha viajado con su nombre. La recepción del hotel guarda las cosas de valor de quienes participan en el curso y no falta nada, ni el pasaporte, ni la tarjeta Visa, ni el dinero en efectivo que había depositado allí.

Patrick Flochten miraba desesperado a los dos policías.

– Parece como si dieran por sentado que ha sido víctima de algún delito.

Karin y Knutas se miraron.

– No debemos precipitarnos ahora y pensar en lo peor -lo animó Karin-. Ignoramos lo que ha pasado, a veces la gente desaparece de la manera más extraña y luego reaparece sin que haya sucedido nada realmente dramático. Puede muy bien ocurrir eso también en este caso. No debemos olvidar que Martina sólo lleva desaparecida unos días. ¿Quién sabe? Tal vez se haya enamorado perdidamente o algo así. Vamos a actuar con calma. Ante todo vamos a concentrarnos en encontrarla lo antes posible. ¿Desapareció Martina alguna vez antes sin avisar?

Patrick Flochten se quedó pensativo.

– Bueno, claro. En la adolescencia tuvo temporadas algo rebeldes, y claro, alguna vez no volvió a casa por la noche pero no así, durante varios días. Y con los años se ha ido calmando.

– ¿Consume drogas?

– De ser así, lo habría notado. Quizá las haya probado alguna vez, no lo puedo asegurar, pero jamás ha consumido drogas en el sentido que yo creo que usted pregunta.

– ¿Ningún otro problema de adicción o enfermedades?

– No.

– ¿Cómo es su relación con el novio?

– Buena, por lo que sé. Llevan juntos más de un año y creo que parece una pareja estable. Él es bastante mayor.

– ¿Le ha contado si ha conocido a algún hombre últimamente?

– No, ¿por qué tendría que haberlo hecho?

– Varios hechos inducen a pensar que mantiene una nueva relación. Un testigo ha declarado también que estaba enamorada de alguien.

– ¿Ah, sí? Qué raro. Suele ser abierta para estas cosas. No hay ningún secreto entre nosotros.

El gesto de Patrick Flochten se volvió circunspecto.

– Sabemos que suelen venir aquí de vacaciones y que se alojan casi siempre en el Hotel Wisby, ¿es cierto?

– Sí. Conozco al dueño, Jacob Dahlén, desde hace mucho tiempo. Nos conocimos por asuntos de negocios y además somos amigos desde hace muchos años.

A Patrick Flochten se le inundaron los ojos de lágrimas como si recordara de repente que su hija había desaparecido.

Se quedaron un momento en silencio.

– ¿A qué se dedica?

– Soy arquitecto. Tengo un estudio de arquitectura en Rotterdam junto con otro socio. También tenemos algunos negocios inmobiliarios, entre ellos uno aquí en Gotland.

– ¿Ah, sí? ¿Cuál?

– Nuestra empresa participó en la realización del proyecto de la cooperativa de viviendas en Södervärn y estamos comprometidos en la construcción del gran proyecto hotelero.

– ¿El de Högklint?

– Sí, ése. He diseñado el hotel y participamos también en la financiación del proyecto.

De repente, Karin recordó dónde había visto antes a Patrick Flochten. Un periódico local había publicado un reportaje sobre ese proyecto y presentaba al arquitecto con su nombre y su foto. Ahora recordaba que incluso se nombraba a sus hijos.También habían escrito que su difunta esposa era natural de Gotland.

– ¿Así que va a trabajar bastante aquí?

– Eso espero.

– Pero ¿ya ha estado muchas veces aquí anteriormente?

– Sí, el último año he pasado mucho tiempo en Visby.

A Patrick Flochten se le apagó la voz y ocultó el rostro entre las manos.

– Tal vez sea suficiente por ahora -interrumpió Knutas-. ¿Hay alguna cosa más que quiera saber?

– Sí -respondió el hombre casi sin voz-. ¿Dónde puedo empezar a buscar?


Cuando Emma se despertó por la mañana le llevó un rato comprender que se encontraba de vuelta en casa después de dar a luz. El dolor vaginal le recordó por lo que había pasado. Los rayos del sol que se filtraban a través de las cortinas se posaban en la cara de la recién nacida, que yacía como una persona en miniatura entre las esponjosas almohadas y el edredón. Emma se volvió de lado y puso la mano con delicadeza sobre el pequeño hombro cubierto de pelusilla de la niña, que asomaba por debajo de la camiseta de punto.

Tenía la cara enrojecida, y Emma trató de encontrar en su semblante rasgos de ella misma o de Johan, que estaba a punto de pasar por su casa antes de ir al trabajo. Ella quería y no quería verlo.

El silencio en la casa era palpable y le transmitía una sensación de irrealidad. Un día normal habría estado muy liada con los niños y el perro, pero ahora los lazos con el pasado estaban rotos, las costumbres ya no existían. Era aterrador no saber qué le depararía el futuro. No se había acostumbrado aún a que Sara y Filip vivieran también en otro sitio. Los echaba de menos y no quería esperar dos días para verlos, que era lo que habían acordado. Luego se irían quince días de vacaciones al extranjero con su padre.

Su divorcio había sido mucho peor de lo que habría podido imaginarse. El hecho de que al final decidiera tener el niño, a pesar de que Olle y ella acababan de decidir que harían un esfuerzo por salvar su matrimonio, al principio lo puso furioso. Con el tiempo se fue dando cuenta de que no le quedaba más remedio que aceptar su decisión, aunque eso suponía admitir que el divorcio era algo inevitable. Rellenaron papeles como dos autómatas y solucionaron los asuntos prácticos; él se trasladó a un piso y, ¡zas!, de la noche a la mañana se encontró viviendo sola en aquella casa grande, y con los niños, cada dos semanas.

A medida que le fue creciendo la barriga, Olle se fue volviendo más molesto. Cualquier cosa insignificante se convertía en un problema. Desde cómo iban a repartir las vacaciones de Semana Santa hasta quién debía comprarle zapatos nuevos a Sara o llevar a Filip al fútbol. Todo tenía que ser discutido hasta el absurdo. Era como si quisiera castigarla. Emma leía en sus ojos las acusaciones y el orgullo herido.

Al principio trató de hacerse el fuerte. Había que solucionar asuntos prácticos de la manera menos dura, como si intentara aliviar los efectos del divorcio cuando se encontró ante un hecho consumado. Pero una vez que organizaron y solucionaron la mayoría de los problemas, y cuando el tren empezaba a rodar en una nueva dirección, afloraron todos sus sentimientos. Para hacer frente a su propia angustia, la cargó a ella con la culpa y la responsabilidad. Se negó a hacerse cargo del cachorro que le había regalado como parte del plan para arreglar su matrimonio. Por suerte, una amiga se había ocupado de él mientras Emma estuvo en la maternidad.

No tenía ningún plan para el verano. Los niños pasarían unas semanas con ella más adelante, pero antes iban a viajar al extranjero con su padre. Olle había alquilado con un amigo, también separado y con niños, una casa en Italia durante dos semanas. Tenían pensado ir en avión hasta Niza, alquilar un coche y vivir en un pueblo italiano de montaña. Ya podían habérsele ocurrido estas cosas tan divertidas cuando estábamos casados -pensó con envidia-, pero no, aprovecha ahora para ser creativo y ocurrente.

Johan había comentado que quería hacer un viaje con ella al extranjero. Pero pensó que eso ahora era imposible.

A través de la ventana del dormitorio lo vio en el jardín subiendo la vereda de la entrada. Llevaba en las manos una bolsa de papel y un ramo de flores. La descubrió en la ventana y sonrió y la saludó con la mano.

Quizá no resultara tan extraño que no fuera capaz de lanzarse a vivir de nuevo en pareja con Johan. En ese momento arraigó en ella aquel pensamiento consolador y notó cómo se volvía más ligero el saco de culpas que llevaba sobre los hombros. «Cada cosa a su tiempo», pensó, «de una en una».


Johan había avisado a Pia de que llegaría más tarde al trabajo. No había nada especial en marcha y deseaba dar un paseo con Emma y su bebé recién nacido. Cruzaron la verja y continuaron directamente por la calle de la urbanización. La zona era tranquila, sin apenas tráfico. Lo cual no impedía que Johan mirara varias veces a ambos lados cada vez que debían cruzar una calle, antes de que se atreviera a franquearla con el cochecito. Para Emma no era la primera vez e iba bastante más tranquila.

– ¿No te parece raro pasear por aquí conmigo y un coche de bebé? -preguntó él-. Quiero decir, que por aquí habéis paseado Olle y tú con los niños todos estos años, habéis estado en el parque infantil, habéis ido a buscar y a dejar a los niños a la guardería y os habéis relacionado con otros padres que viven por aquí.

– No, realmente no. -Emma lo miró sorprendida como si no hubiera caído en la cuenta de que éste era el territorio de Olle y de ella.

Caminaron un rato en silencio. Johan estaba pletórico con la nueva situación y no sentía ninguna necesidad de hablar.

La tarde anterior había ido a buscar a Emma y a su hija al hospital para llevarlas a casa y había sido tremendamente duro verse obligado a abandonarlas. Emma no quería que se quedara a dormir en casa. Aún era demasiado pronto, le dijo cuando protestó. No pudo evitar sentirse herido. Todavía no había pasado ninguna noche en la casa de Roma. Esa era una de las barreras que deseaba superar, uno de los obstáculos que Emma había levantado y que frustraban la posibilidad de seguir consolidando su relación.

Continuaron paseando por la urbanización. Era bueno para el bebé salir y respirar un poco de aire fresco. Era la primera vez que salía. Parecía tan pequeña allí tumbada bajo la mantita de algodón. Llevaba la cabeza cubierta con un gorro de algodón color turquesa, aunque la temperatura rayaba los veinticinco grados. Su pelo moreno asomaba por debajo del gorro. Cuando Johan introdujo la cabeza en el cochecito y posó la mejilla sobre su cuerpecillo notó lo rápida y ligera que era su respiración.

Observó que Emma estaba cansada. Su rostro era tan bello; las mejillas altas, los ojos oscuros y las cejas tan bien definidas de las que él estaba prendado. Ahora tenía el cutis más pálido y las mejillas más redondeadas que de costumbre. A él le gustaba, dulcificaba sus rasgos.

Estaba enamorado de ella antes de que tuvieran una hija y ahora, después de dar a luz, su amor había crecido hasta un extremo doloroso.

Habían pasado por períodos en los que él sentía que había un equilibrio entre ellos, que ambos se querían con la misma intensidad, que también el objetivo de Emma era que pudieran estar juntos de verdad. Ahora se sentía en desventaja. Emma no quería tenerlo en la casa. Todavía no, decía. Los niños debían acostumbrarse, habían sucedido muchas cosas nuevas para ellos, con la llegada de un nuevo hermano y todo lo demás. Se veían cuando podían, es decir, cuando Sara y Filip estaban en casa de su padre. Nada era como él había deseado.

Había aguardado ilusionado la llegada del bebé para hacerse cargo de Emma y de la niña y disfrutar junto a ellas, sin más. Qué equivocado estaba. Que Emma hubiera decidido seguir adelante con el embarazo no significaba que estuviera dispuesta a considerar que ambos formaran una pareja sólida. No podía iniciar así, sin más, una nueva relación, le había explicado. Habían sucedido tantas cosas durante el último año que toda su vida estaba patas arriba. Necesitaba tiempo para asimilarlo y adaptarse. Para cortar todas las amarras con el pasado.

Ahora estaba allí caminando junto a él y, pese a todo, parecía bastante contenta. Johan se detuvo y le acarició la mejilla.

– Te quiero -le dijo, y sintió que era absolutamente cierto.

Emma apartó la mirada sin decir nada. Antes solía responder lo mismo, o al menos algo parecido.

Siguieron caminando hacia el polideportivo mientras charlaban un poco de todo, pero especialmente del bebé y del nombre que le iban a poner. Johan quería que se llamara Natalie, mientras que Emma prefería ponerle Elin.

– ¡Pero si tiene cara de Natalie! -exclamó Johan-. Con el pelo moreno y los ojos castaños. Un poco exótico. Seguro que será guapísima, con nosotros como padres… -añadió bromeando-. Imagínate una chica guapa con una larga melena morena que se llame Natalie.

Emma no pudo contener la risa.

– Ahora, sí. Ahora tiene el pelo y los ojos oscuros. Pero puede que luego tenga el cabello color centeno y los ojos azules, y entonces no le irá tan bien.

– ¡Ah!, eso qué importa, es un nombre bonito.

– Desde luego, pero soy alérgica a bautizar a los niños con nombres tan internacionales como sea posible, como Nicole, Angelique o Yvette. Vivimos en Suecia, no en Francia.

– Ahora te estás pasando de estricta, ¿no? ¿Sabes que uno de cada cinco suecos tiene raíces extranjeras? Suecia ya no es sólo la patria de la gente de tez pálida, con pan de centeno, danzas folclóricas y polcas suecas, es multicultural. Aunque reconozco que al parecer ese proceso va más lento aquí en Gotland -dijo y le dio un codazo en el costado para chincharla.

– De todas formas, Elin me parece más bonito -insistió Emma.

Johan volvió a detenerse y le cogió la cara entre sus manos.

– Si ése es el nombre que te gusta, entonces se llamará Elin, con tal de que estés contenta.

– Pero quiero que a ti también te guste.

– Me gusta, te lo prometo. Me hace muy feliz tener contigo una hija que se llame Elin, créeme.

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