Jueves 29 de Julio

Birger Smittenberg consideró que no había motivos suficientes para detener a Susanna Mellgren. Sobre todo, porque, tras los interrogatorios a los clientes del pub de Ljugarn, llegaron a la conclusión de que la habían visto allí todo el tiempo durante el cual se cometió el asesinato de su marido. Por lo tanto, tenía coartada, y en realidad Knutas nunca había creído que pudiera ser la asesina. Simplemente el hecho de ser mujer y de carecer de la fuerza física necesaria para levantar a las víctimas de la manera en que se había hecho en ambos casos hacía imposible que fuera la autora. Al menos si había cometido el delito sola.

Eso significaba que la investigación volvía de nuevo a la casilla de salida. La decisión era de esperar, pero a Knutas le causó de todos modos cierta decepción. Habría sido demasiado bueno para ser cierto que el caso se hubiera solucionado con tanta facilidad. Sobre todo porque entonces él habría podido coger sus ansiadas vacaciones. Pero no fue así. El caluroso verano iba desapareciendo fuera de su ventana mientras él seguía sentado en su despacho polvoriento tratando de usar el cerebro.

Quizá había llegado el momento de darle la vuelta a todo, cambiar la perspectiva y el ángulo de observación y mirar las cosas desde otro ángulo.

Que Martina Flochten y Staffan Mellgren habían tenido una aventura amorosa era algo innegable. Susanna Mellgren había reconocido anteriormente que se había dado cuenta de que su marido le era infiel de nuevo, con los años había aprendido a interpretar muy bien las señales. No obstante, aseguraba que ignoraba de qué mujer se trataba. Y Knutas la creía. Lo de las huellas de los zapatos en el gallinero lo explicaba alegando que ella tenía un par de zuecos viejos en el establo que ahora habían desaparecido. Probablemente el asesino se los había calzado para despistar a la policía.

Si la infidelidad de Mellgren no fue el motivo de los asesinatos, entonces ¿cuál fue? ¿Y por qué aquel modo de ejecutarlos tan extraño?

La cuestión era si aquello había terminado ya. Un hecho apuntaba a que el asesino planeaba otro asesinato, la cabeza de caballo aparecida en casa de Gunnar Ambjörnsson. Éste se encontraba todavía en el extranjero, pero se esperaba su regreso el próximo domingo. Knutas tomó la decisión de llamarlo y ponerlo sobre aviso. Buscó el número y se sorprendió al ver la cantidad de cifras que tenía. Ambjörnsson ya les había advertido que sería difícil localizarlo. Les había dejado su número de móvil. No pudo darles el nombre de ningún hotel porque viajaba constantemente. Knutas no consiguió dar con él, sólo recibía una señal corta cuando intentaba marcar el número. Tras varios intentos desistió, probaría suerte más tarde.


Aquella noche Line y él hicieron el amor por primera vez en mucho tiempo. Pese a que su vida sexual solía florecer en el verano, en las últimas semanas el deseo sexual de Knutas había sido casi inexistente. Se había sentido excepcionalmente cansado y cuando Line le preguntaba qué le pasaba, pretextaba que se encontraba agotado por la investigación. En el fondo, sin embargo, padecía una sensación de angustia profunda de la que no conseguía deshacerse. Había tratado de ponerse en contacto con su psicóloga, pero no lo había conseguido, así que tendría que esperar hasta la cita que tenían reservada en agosto. En el día a día funcionaba medianamente bien, pero sin su habitual alegría. Pensaba y se movía como un sonámbulo, como en un sueño en el que uno corre pero las piernas se vuelven pesadas y lentas, y no se llega a ningún sitio. En su vida diaria tenía la misma sensación. No se sentía con fuerzas para hacer nada fuera de lo normal, sólo hacía lo absolutamente necesario. Line también había observado que se había vuelto más callado y más aburrido, según sus palabras. Le había preguntado a veces por qué no podía estar un poco más alegre. Knutas no sabía qué contestar.

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