Equinocio de primavera
Sábado 20 de Marzo

De lejos sólo se apreciaba un débil resplandor. Igors Bleidelis lo descubrió con los prismáticos cuando el buque de carga estonio pasó el malecón al salir del puerto de Visby. Se encontraba en la cubierta de babor, el crepúsculo había caído sobre el puerto desierto y empezaban a encenderse las frías luces de las farolas de la terminal.

El barco dejaba atrás la ciudad medieval con sus típicas casas de comerciantes, la muralla de seis metros de altura y la torre negra de la catedral que se alzaba hacia el cielo. Alrededor del puerto los edificios parecían vacíos; las ventanas, negros ojos ciegos en las fachadas. Sólo un reducido número de botes de pesca se mecía agitadamente junto a los muelles.

Casi todos los restaurantes permanecían cerrados en esta época del año. No se veía un alma por las calles, Igors divisó algún que otro coche que bajaba en dirección al puerto. Tan viva como parecía la ciudad en verano, y en invierno estaba muerta.

Igors Bleidelis tiritaba de frío dentro del impermeable. Le moqueaba la nariz. El aire era frío y cortante, y soplaba viento, como siempre. Las ganas de fumar lo habían obligado a salir a la cubierta. Encontró algo de resguardo detrás de la chimenea y sacó el paquete arrugado del bolsillo superior. Tras varios intentos consiguió encender el cigarrillo. El viento le helaba el rostro y el frío penetraba despiadadamente a través del cuello del impermeable.

Añoraba una cama caliente y el dulce abrazo de su esposa. Había pasado diez días lejos de casa, pero le parecía mucho más tiempo.

Alzó los prismáticos para contemplar la costa. El acantilado se precipitaba en picado hacia el mar. Fuera del puerto, por este lado de la isla, había muy pocas casas. Deslizó los prismáticos hacia arriba siguiendo la pared rocosa. La isla ofrecía un aspecto yermo e inhóspito desde el lugar donde él se encontraba.

Enseguida se hizo de noche. Lanzó la colilla por la borda y se disponía a volver dentro cuando, de pronto, el resplandor se volvió más fuerte. Se divisaban llamas sobre una roca que se adentraba en el mar.

Igors se detuvo y levantó los prismáticos otra vez. Enfocó lo mejor que pudo. En lo alto de la roca, las llamas de un fuego se elevaban hacia el cielo oscuro. Parecía una hoguera de la noche de Walpurgis [1] en pleno mes de marzo. Supuso que las siluetas que se movían alrededor de la pira eran personas y parecía que llevaban antorchas en las manos. Las figuras se movían acompasadamente siguiendo una pauta definida. Alguien alzó un objeto en el aire y lo arrojó a las llamas. Desde la distancia a la que estaba no pudo distinguir nada más. El barco se alejó enseguida y el resplandor del fuego desapareció de su horizonte.

Igors Bleidelis bajó los prismáticos y lanzó una última mirada hacia el acantilado, antes de abrir la puerta del camarote y entrar al calor.

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