Miércoles 7 de Julio

Los padres de Kalle Östlund habían comprado en los años cincuenta una casa de veraneo en Björkhaga, justo al norte de Klintehamn. Su familia fue una de las primeras en trasladarse a la pequeña urbanización vacacional. La mayoría de las viviendas estaban ocupadas por isleños: algunos que se habían ido a vivir a la península y querían conservar su casita, y otros que vivían en Visby y apreciaban las ventajas de tener una propiedad en el campo a apenas unas decenas de kilómetros de distancia. El lugar era apacible la mayor parte del año. En verano, cuando los turistas llegaban hasta aquí para pasear hasta el promontorio de Vivesholm y admirar la abundante variedad de aves, se animaba algo más. También era un lugar concurrido donde disfrutar de la puesta del sol, cuando todo el cielo se teñía de rojo y se divisaba mar abierto a ambos lados. Incluso a Kalle le parecía grandioso, aunque había presenciado el espectáculo miles de veces desde allí. Para él no existía lugar más hermoso en la tierra. Le gustaba pescar y aquella mañana iba a salir a recoger las redes esperando que estuvieran llenas de platijas.

Había puesto el despertador a las cinco y Birgitta, su mujer, dormía profundamente cuando se levantó, pero la perra estaba alegre y despejada. Lisa, su perra de aguas italiana, era un torbellino que quería acompañarlo a todas partes y él se lo consentía. El animal empezó a brincar alrededor de sus piernas en cuanto hizo intención de salir.

Abrió la gran verja que daba al promontorio, donde las vacas pastaban la hierba estival. El cielo era de un azul intenso y las nubes algodonosas que se veían sobre las casetas de los pescadores, allá en Kovik, al otro lado de la ensenada, parecían inofensivas. El color claro del camino de grava que conducía hasta la punta del promontorio ponía de manifiesto la composición calcárea del terreno. La naturaleza presentaba un aspecto yermo, la vegetación era baja y estaba compuesta sobre todo por matorrales de enebro y flores de tallo corto.

En aquellos momentos los campos de la franja costera estaban cubiertos de clavelinas de mar en flor que parecían bolitas de color rosa.

Había cogido la correa de Lisa por precaución, pero la dejó correr suelta cuesta abajo de camino al bote. El período de anidación de las aves ya había pasado, por lo que no encontraría ningún huevo. En las rocas anidaba una gran variedad de especies, como garzas, cormoranes grandes y varios tipos de charranes y gaviotas.

Cuando había recorrido la mitad de la pendiente en dirección al mar, Lisa percibió la presencia de un gazapo que salió corriendo en dirección contraria. Kalle divisó al conejillo, que corría desesperadamente, con la perra ladrando como loca pisándole los talones. La llamó varias veces, pero estaba demasiado ocupada con su caza para hacerle caso. Meneó la cabeza y continuó. Ya volvería cuando se cansara. Mientras preparaba el bote, echó de vez en cuando una ojeada hacia arriba y la llamó, sin que Lisa diera señales de vida.

Kalle decidió esperar, se sentó en una piedra y sacó la caja de rapé Ettan. Se colocó un buen pellizco bajo el labio. De cuando en cuando oía el murmullo de las aves entre la hierba y en los arbustos, o las carreras de los conejos que entraban y salían de sus cuevas. Un par de tarros blancos con sus característicos picos rojos nadaban en la orilla. En el bosquecillo que cubría el centro del promontorio había a veces vacas pastando, pero hoy estaban en el extremo del cabo. Lo cual era una suerte, porque, con lo juguetona que parecía hoy Lisa, igual le daba por perseguir también a las vacas. Y podía acabar recibiendo una coz que la dejara en el sitio.

Cuando hubo pasado un cuarto de hora largo sin que la perra apareciera, decidió ir a buscarla. Estaba enojado, si no la encontraba pronto se iba a hacer demasiado tarde. Volvió a cruzar el prado, las escaleras que se abrían en medio de la valla que rodeaba el bosque y se introdujo entre los árboles. Entonces oyó ladrar a Lisa. Tenía que haberse adentrado un buen trecho, puesto que antes no la había oído. En la zona cercada quedaban restos de un foso de los tiempos en que Vivesholm fue un puerto importante y hubo allí una muralla defensiva.

La arboleda se iba volviendo cada vez más frondosa, pasó junto a la vieja e inestable torre de madera usada como observatorio de aves que estaba en la linde del bosque. Más allá el terreno se iba volviendo pantanoso, hasta que el mar tomaba el relevo. Desde allí se podía divisar el Hotel Warfsholm, que en línea recta no quedaba muy lejos. Los ladridos se oían cada vez más claros, la perra debía de encontrarse ahora muy cerca. Entonces divisó entre los árboles algo de color champán y allí estaba Lisa, ladrando como una loca hacia lo alto de un pino. ¿Qué demonios sería eso que le parecía tan interesante?

Unos metros más allá se detuvo en seco. Durante varios segundos escalofriantes tuvo que esforzarse para comprender qué era lo que estaba viendo. Era incapaz de asimilar la visión de la joven que colgaba balanceándose libremente a merced del viento, desnuda, con una soga alrededor del cuello. Tenía la cabeza inclinada hacia delante y la melena larga y rubia le caía sobre la cara. Lo primero que pensó es que se trataba de un trágico suicidio. Lo invadió un profundo malestar y se vio obligado a sentarse en el suelo. Entonces fue cuando vio que la mujer estaba cubierta de sangre. Alguien le había abierto con un cuchillo el bajo vientre de lado a lado.


Una hora después Knutas tomaba el camino de grava que discurría entre las casitas de veraneo y bajaba hasta el mar y Vivesholm. Lo acompañaban Karin Jacobsson y Erik Sohlman. Antes de ponerse en camino, Knutas consiguió ponerse en contacto con el forense, que tomaría un avión desde la península unas horas más tarde.

Junto a la verja se encontraba un hombre de unos sesenta y cinco años. Vestía pantalones cortos y un jersey, y sujetaba con la correa a un perro de pelo claro y rizado. Aparcaron al lado de la verja y caminaron por la hierba que crecía junto al camino de grava hasta el extremo del promontorio para no destruir las posibles huellas de ruedas de coches. Kalle Ostlund levantó la mano y señaló.

– Tuvo que llegar por ese recodo -apuntó-. De lo contrario lo habrían visto desde las casas que están más cerca del mar.

Siguieron al hombre hasta una pequeña zona boscosa y continuaron por un sendero de tierra muy trillado que discurría paralelo al antiguo foso. Aquí y allá crecían endrinos y escaramujos.

El viento estaba casi totalmente en calma y todo lo que se oía eran los graznidos de las aves sobre el mar. No vieron el cuerpo hasta que no lo tuvieron justo delante de los ojos.

En el aire, rodeada de la exuberante vegetación estival, colgaba una joven. El pelo le caía sobre el rostro y el delicado cuerpo que colgaba sin vida de una soga era de un rosa resplandeciente. Sobre el terso vientre alguien le había realizado un corte de varios centímetros de longitud, de donde había manado la sangre deslizándose sobre los genitales y las piernas.

El contraste entre su juventud y belleza y la violencia a la que había sido sometida era brutal.

Los policías observaron el cuerpo en silencio.

– Sí, así fue como la encontré -dijo finalmente Kalle Ostlund.

– ¿Y no ha abandonado el lugar desde entonces? -le preguntó Knutas.

– No, llamé a mi mujer, pero no me atreví a irme de aquí.

– ¿Vio u oyó algo cuando venía hacia aquí?

– No, iba yo solo. Con Lisa -añadió Kalle acariciando a la perra.

Knutas llamó a los agentes que se habían sumado a ellos y habían empezado a colocar las cintas de plástico.

– Vamos a acordonar esta zona. Quiero que algunos empecéis a llamar a las casas de los vecinos inmediatamente. ¿Dónde están los perros?

– Están de camino -respondió Karin.

– Bien, no hay tiempo que perder. Usted, por el momento, puede irse a su casa -le dijo al señor de la perra-. Pero quédese allí, dentro de un rato quiero hablar con usted y con su mujer.

– Sólo puede tratarse de Martina Flochten -afirmó Karin-. Coinciden tanto la edad como el aspecto físico.

– Sí, es ella, sin duda -reconoció Knutas.

– ¡Maldita sea! ¿Con qué loco se habrá topado? -exclamó con vehemencia Sohlman-. ¿Por qué colgar a una persona a la que ya has matado?

– ¿O para qué apuñalar a una persona a la que ya has ahorcado? -replicó Karin.

Knutas se movió despacio alrededor del cuerpo observándolo desde todos los ángulos. Martina parecía una muñeca escalofriante. Tenía la cara enrojecida, como si hubiera realizado un esfuerzo, los ojos abiertos, pero apagados, sin brillo. Los labios de color marrón oscuro y la piel enrojecida, las pantorrillas y los pies tirando a violáceo.

En el corte de la parte inferior del vientre había moscas y a Knutas se le revolvió el estómago al ver que se habían formado pequeñas larvas en la herida.

– Me pregunto si llevará aquí colgada desde el sábado -susurró Karin tras el pañuelo que mantenía apretado contra la boca.

– Veamos, ¿qué día es hoy? Miércoles. Si la mataron el sábado por la noche, ya han pasado casi cuatro días -dijo Sohlman-. Es posible.

– Tendrá que seguir colgada hasta que llegue el forense -afirmó Knutas-. Quiero que la vea tal como está.

Junto a la verja ya se habían dado cita los curiosos. Knutas evitó responder a sus preguntas al pasar junto a ellos.

Condujeron directamente de vuelta a la comisaría.


Se hallaba en el interior del bosque, recostado contra la gruesa corteza del árbol. Tenía los ojos cerrados, y escuchaba. El murmullo de los árboles, una piña que caía al suelo con un ligero golpe sordo, una corneja que graznaba. Aquí dentro, en las sombras, los olores eran muy intensos: resina, pinochas, tierra, arándanos. Dobló las piernas lentamente y deslizó la espalda contra el tronco del árbol hasta quedar sentado. Las rugosidades del árbol no le molestaron. Canturreaba para sí mismo en voz baja y monótona. Fue cayendo lentamente en el estado al que aspiraba, en éxtasis. Se fundió con el árbol y su alma permanecería allí mientras él proyectaba su conciencia en otra cosa.

Ese tránsito era importante para él, necesario en realidad para que pudiera cumplir su cometido.

El árbol y él se convirtieron en un solo ser. Ahora no existía ninguna limitación, en absoluto. Había entrado en otra realidad. El entorno le era indiferente. Aquello que antes lo angustiaba ya no tenía ninguna importancia. Se había liberado de los problemas diarios, triviales, todo lo relacionado con las personas. Ya no debía preocuparse de ellas porque había sellado otra alianza que nada tenía que ver con las relaciones humanas. Era como si hubieran caído los muros, se hubieran removido los obstáculos y el camino se abriera ante él recto y claramente señalizado. Comprendió que poseía fuerzas poco comunes.

De pronto se rompió una rama y apareció una zorra entre la maleza. Se sentó como un gato enfrente de él y se acicaló tranquilamente. De cuando en cuando alzaba la cabeza y lo observaba un momento. Luego, cuando se adentró de nuevo en el bosque, pasó casi rozándolo como si nada. Aspiró profundamente.

Era la prueba definitiva de que lo había conseguido…


El teléfono sonaba ininterrumpidamente cuando Knutas regresó a su despacho y estuvo todo el tiempo ocupado respondiendo a las preguntas de los medios acerca de la muerte de Martina Flochten. Al final se vio obligado a pedir a la centralita que no le pasaran más llamadas. Necesitaba concentrarse en su trabajo.

Decidieron convocar una rueda de prensa por la tarde. Lars Norrby se ofreció a prepararla en lugar de participar en la reunión del grupo que dirigía la investigación.

Knutas había llamado al fiscal, que se sentó a su lado en la sala de reuniones. Birger Smittenberg era un fiscal jefe con gran experiencia que trabajaba en el juzgado de Gotland desde hacía muchos años. Con el tiempo, entre Knutas y él había ido creciendo una confianza sólida e inquebrantable. Tenían una larga lista de investigaciones a sus espaldas. Smittenberg había nacido en Estocolmo, pero se casó con una cantante de Gotland a finales de los años setenta. Estaba profundamente comprometido con su trabajo y participaba en las reuniones siempre que podía.

– Como todos sabéis, Martina Flochten, la joven holandesa de veintiún años originaria de Rotterdam, ha sido hallada muerta en Vivesholm -comenzó Knutas-. La encontró esta mañana, a las cinco y media, el dueño de una de las casas de veraneo que hay en la zona, un tal Kalle Östlund. No cabe ninguna duda de que ha sido asesinada y Erik va a describirnos inmediatamente las lesiones que presenta. El forense está de camino desde Estocolmo y hoy mismo examinará el cuerpo en el lugar donde fue encontrado. Se ha acordonado la zona vallada y en estos momentos se está peinando con patrullas de perros policía. También estamos buscando huellas en los alrededores de Warfsholm lo mejor que podemos, porque no nos es posible pedir que cierren todo el recinto. Creo que de momento eso es todo.

Hizo una señal con la cabeza a Sohlman, quien se levantó y se colocó junto al ordenador. Proyectó una vista aérea de la zona en la pantalla blanca que ocupaba la pared frontal de la sala.

– Esto es Vivesholm. Los terrenos son de propiedad privada y su dueño es un granjero que suelta a sus vacas a pastar por allí, pero están abiertos al público y hay mucha gente que acude para observar las aves o para contemplar las vistas.

– También está de moda entre los surfistas -intervino Thomas Wittberg-. Yo mismo he estado allí practicando windsurf en varias ocasiones, es un sitio muy chulo.

– Fuera, en el promontorio, hay una pequeña área boscosa que está cercada con una valla. Allí hay otra torre para la observación de aves.

Sohlman proyectó otra imagen.

– Aquí dentro es donde se halló el cadáver de Martina Flochten colgando de un árbol. En principio, sólo entran allí el granjero y algún que otro amante de las aves que quiere conseguir un mejor punto de observación desde la torre. Por eso no es raro que hayan pasado varios días antes de que se encontrara el cuerpo. Vamos a ver las lesiones que presenta. Este asesinato es algo fuera de lo normal.

Algunos se estremecieron en sus sillas cuando apareció una fotografía de Martina.

– Lo insólito es que al parecer la han asesinado de varias maneras -continuó Sohlman pensativo-. La víctima ha sido estrangulada y apuñalada. Mi experiencia me dice que el asesino primero la colgó de la soga y luego la apuñaló. El propio aspecto de la incisión indica que con toda probabilidad fue realizada cuando la víctima ya estaba muerta. Puesto que el cuerpo no presenta otras lesiones, todo parece indicar que el agresor la pudo seccionar con toda tranquilidad, por decirlo de alguna manera. La joven no ha opuesto resistencia. Además hay otra cosa.

Sohlman hizo una pausa retórica y miró atentamente a sus colegas.

– Tampoco es seguro que muriera ahorcada. Algunas señales inducen a pensar que ya estaba muerta cuando la colgaron del árbol.

– ¿Qué señales? -preguntó Knutas asombrado.

– Como he dicho, esto son sólo suposiciones, el análisis cien por cien fiable se lo dejo con gusto al forense. Pero he presenciado otros casos de personas que se han suicidado colgándose de una soga y, por lo tanto, han muerto al dar una patada a la silla o a lo que tuvieran debajo y la cuerda los ha estrangulado. El muerto presenta ciertas lesiones especiales. Se trata de moratones en el surco de la soga alrededor del cuello y hemorragias en la base de la musculatura próxima a la clavícula. Esos signos de vitalidad, que así se llaman, son fáciles de descubrir, cuando se tiene experiencia se ven inmediatamente. Martina no presenta tales señales. Hay algo que no encaja.

Karin miró sorprendida al perito.

– Eso significaría, por tanto, que el asesino no se ha contentado con matar a Martina de una manera sino de varias, de las cuales la horca y el corte en el vientre son dos. ¿Qué fue entonces lo primero que acabó con su vida?

Siguió un silencio tenso. Wittberg fue el primero en tomar la palabra.

– Una cosa es que un asesino utilice una violencia extrema, por ejemplo cuando tras un apuñalamiento continúa dándole tajos sin sentido aunque la víctima ya esté muerta, o le dispara una cantidad de tiros innecesaria. Eso es algo que sucede en un acceso de furia, si el asesino está bajo el efecto de las drogas o si se ha vuelto loco sencillamente. Pero en este caso parece que se trata de algo diferente.

– Parece un asesinato ritual -balbució Knutas mientras observaba las fotos.

– Sí -convino Birger Smittenberg-. El agresor debió de tomarse su tiempo para tranquilizarse entre los diferentes pasos.

– ¿Y el motivo? -dijo Karin pensativa-. Tenía un propósito manifiesto al asesinarla de varias formas. Eso simboliza algo. La forma de actuar se asemeja de alguna manera a una práctica ritual, como dice Anders. Además, cabe preguntarse también por qué está desnuda y qué significa eso.

– No hay ningún signo externo de agresión sexual, pero la autopsia demostrará si la violaron. Aunque está claro que el hecho de que no tenga nada de ropa hace pensar en un móvil sexual.

– ¿Qué huellas habéis encontrado? -preguntó Wittberg.

– Hasta ahora, no muchas -respondió Sohlman-. Estamos recorriendo todo el cabo que, como sabéis, es bastante grande.

– Seguimos interrogando a todos los vecinos -intervino Knutas-. Esperemos que aporten algo.

– ¿Cuántas casas hay ahí abajo? -preguntó Smittenberg.

– Alrededor de veinte.

– ¿La muerte se produjo en el lugar donde ha aparecido?

– No lo sabemos aún -dijo Sohlman-. Yo no he visto rastro de lucha por los alrededores, aunque, por otra parte, tampoco hemos tenido tiempo de inspeccionarlo detenidamente. El forense tiene que examinar el cadáver antes de que podamos mover el cuerpo. Teniendo en cuenta que ya ha comenzado el proceso de descomposición, calculo que llevará muerta dos o tres días. De momento, no puedo ser más preciso, pero es probable que fuera asesinada en la noche del sábado al domingo. Es casi imposible adentrarse en la zona boscosa con un vehículo, así que, si la asesinó primero en otro lugar, probablemente tuvo que cargar con ella. Son doscientos metros por lo menos con ella a cuestas, lo cual significa que tendremos que vérnoslas con un tipo forzudo. Martina no era precisamente pequeña, era alta y musculosa.

– Eso me lleva a pensar en el caballo degollado en Petesviken -dijo Karin-. Si existe alguna relación. Aquello también parecía un ritual.

– Trataremos lógicamente de investigar las similitudes entre ambos casos -señaló Knutas-. Tenemos que averiguar más cosas del pasado de Martina Flochten. ¿Quién era? ¿Qué hizo las semanas anteriores a su muerte? ¿Pasó algo raro? ¿Cambió su forma de comportarse? ¿Y cómo era realmente como persona? ¿Puedes ocuparte de ello, Karin?

– Claro.

– También es importante que hablemos enseguida con todos y cada uno de los propietarios de las casas próximas a Vivesholm y, en particular, con los huéspedes que se alojaron en el hotel durante el fin de semana. Thomas, tú puedes hacerte cargo de eso. Hay que interrogar también a todos los arqueólogos, tanto a los alumnos que participan en el curso como a los profesores y al personal de la universidad. Además, me aterra pensar que los medios de comunicación se enteren de esta connotación ritual, no digáis nada de ello, a nadie. A nadie, ¿entendido?

Knutas miró seriamente a sus colegas sentados alrededor de la mesa.

– Si esto sale de aquí estamos perdidos. Entonces tendremos a los periodistas detrás de nosotros todo el santo día. Se levantó.

– Esta tarde a las cuatro daremos una rueda de prensa, Lars y yo nos ocuparemos de ella.


Staffan Mellgren parecía desolado cuando Knutas bajó a recibirlo a la recepción. Tenía el rostro demacrado y los ojos enrojecidos y brillantes. Todo él rezumaba nerviosismo y llevaba la ropa tan arrugada que podría pensarse que había dormido con ella puesta. Subieron hasta el despacho de Knutas, donde pudieron sentarse tranquilos. Mellgren rehusó la taza de café que le ofreció el comisario.

– ¿Qué tal está? -le preguntó Knutas cuando se sentaron en su despacho, el uno enfrente del otro.

– Es horrible lo que le ha pasado a Martina, no lo puedo entender.

– Me gustaría que empezáramos hablando otra vez de ese grupo de estudiantes. Por lo que sabemos Martina era bastante popular. ¿Había alguien con quien no se llevara bien?

Mellgren negó con la cabeza.

– ¿Está seguro de que no estaba liada con alguien?

– No, al menos que yo sepa.

– ¿Sabe si a alguno de los alumnos le gustaba especialmente Martina, o quizá, incluso, estaba enamorado de ella?

– Tanto, no -respondió dubitativo-. Pero hay dos chicos que le prestaban mucha atención.

– ¿Quiénes son?

– Jonas, es un chico sueco, de Skåne, que no tendrá más de veinte años. Mark es americano, algo mayor, unos veinticinco años, le echaría yo. Los dos hacen muy buenas migas, Mark y Jonas, quiero decir. Son inseparables, parecen uña y carne.

– ¿De qué forma mostraban su interés por ella?

– Bah, mariposeaban a su alrededor, a los dos les gustaba hablar y bromear con Martina.

– ¿Daba la impresión de que uno estuviera más colado que otro?

– No, no lo puedo afirmar, creo que la cosa estaba bastante igualada.

– ¿Su interés era correspondido?

– Creo que a ella le parecían agradables y divertidos como amigos, nada más.

– ¿Cómo sabe eso?

– Sólo es una impresión.

– ¿Esos dos chicos viven también en Warfsholm?

– Sí.

– ¿Ha notado si alguna persona rara ha merodeado por las inmediaciones de la excavación?

– Sólo lo normal, o sea, gente a la que conocemos o alguno de los vecinos que se detiene al pasar y hablamos un momento. Varias veces a la semana llegan pequeños grupos de turistas, pero normalmente se mantienen a una distancia discreta.

– Como responsable del curso, ¿tiene alguna idea de quién puede haber asesinado a Martina?

– No.

– Ya le he preguntado esto antes, pero tengo que volver a preguntárselo, ¿cómo era vuestra relación?

– Era una alumna que me gustaba y a la que apreciaba, como alumna -puntualizó Mellgren alzando la voz-. Naturalmente no había nada entre nosotros. Eso ya os lo he dicho.

– ¿Dónde estuvo el sábado por la noche?

– Salí a tomar una cerveza.

– ¿Solo?

– Sí.

– ¿Y dónde?

– Primero en Donners Brunn y luego en Munkkällaren.

– ¿Se encontró con algún conocido?

– Siempre se encuentra uno con algún conocido.

– ¿A qué hora volvió a casa?

– Eso no lo sé, no miré el reloj.

– Podrá decir si eran las nueve de la noche o las tres de la madrugada -prorrumpió Knutas impaciente.

Estaba empezando a sentirse bastante irritado y se preguntaba para sus adentros qué hacía un hombre casado y con cuatro hijos solo en la ciudad un sábado por la noche. ¿Por qué no estaba en casa con su familia, si no había quedado con nadie?

– Serían casi las tres.

– ¿Qué tal funciona su matrimonio?

La respuesta se hizo esperar. Los músculos de su mandíbula se contrajeron.

– Perdone la pregunta, pero tengo que hacérsela -añadió Knutas mirándolo fijamente.

– Susanna y yo estamos felizmente casados. ¿Ha dicho ella otra cosa?

Knutas levantó la mano negando con un gesto la pregunta.

– En absoluto. Sólo preguntaba.


La sala donde se iba a celebrar la rueda de prensa era un hervidero de murmullos. Los periodistas estaban tomando asiento en las hileras de sillas y montando los micrófonos en la tarima que había delante. Se encontraban allí tanto los medios locales como los de ámbito nacional. Como la policía hasta ahora no había querido hacer ninguna declaración, el interés ante lo que pudieran llegar a conocer acerca del asesinato de la joven estudiante de arqueología era enorme.

El murmullo se apagó inmediatamente cuando Anders Knutas y Lars Norrby ocuparon sus asientos.

– Bienvenidos a esta rueda de prensa -comenzó Knutas-. La mujer que llevaba desaparecida desde el sábado por la noche, Martina Flochten, nacida en 1983, ha aparecido muerta en Vivesholm. Está muy cerca de Klintehamn, unos treinta kilómetros al sur de Visby, en la costa oeste. No cabe ninguna duda de que ha sido asesinada.

Echó una ojeada a sus papeles.

– El cuerpo fue hallado a las cinco y cuarenta y cinco por una persona que se encontraba dando un paseo por la zona. Algunos de vosotros quizá sepáis ya que Martina nació y creció en Holanda, pero su madre era de Hemse, aquí en Gotland. Murió hace unos años. Martina ha vivido en Holanda toda su vida y llegó aquí a principios de junio para participar en un curso de excavación arqueológica que organiza la universidad. Llevaba ya un mes en Gotland cuando desapareció en Warfsholm la noche del 3 de julio después de un concierto. Queda abierto el turno de preguntas.

– ¿Puede decirnos cómo fue asesinada?

– No.

– ¿Por qué?

– Para no entorpecer la investigación.

– ¿Se ha utilizado algún arma?

– Sí, pero es todo cuanto voy a decir sobre ese asunto.

– ¿Ha sido agredida sexualmente?

– Eso no lo sabremos hasta que los forenses hayan examinado el cuerpo.

– ¿Cuándo será eso?

– Un forense ha reconocido hoy el cuerpo en el lugar donde fue hallado. Esta tarde será conducido a la Unidad del Instituto Forense de Solna. En los próximos días conoceremos el resultado de la autopsia.

– ¿Se sabe cuánto tiempo llevaba muerta?

– Aún no, habrá que esperar a la autopsia.

– De todos modos, algo podréis decir sobre el tiempo que llevaba muerta cuando fue encontrada. ¿Estamos hablando de una hora o desde que desapareció?

– Todo lo que puedo decir es que probablemente llevara muerta como mínimo un día.

– ¿Ha habido uno o varios autores?

– Eso no lo sabemos por el momento.

– ¿Eso quiere decir que pueden haber sido varios?

– Sí, claro.

– ¿Tenéis algún sospechoso?

– En estos momentos, no.

– ¿Hay algún testigo?

– La policía ha hablado a lo largo del día con los vecinos y estamos cotejando sus testimonios.

– Martina Flochten era medio sueca y su madre era de Gotland. ¿Qué importancia puede tener eso?

– Como es lógico trabajamos en un frente amplio y seguimos todas las posibles pistas.

– ¿Tenía familiares aquí en Gotland?

– No. Los únicos familiares eran los abuelos maternos, que también fallecieron hace bastantes años.

– ¿Está acordonada la zona?

– Está acordonada la parte del bosque donde apareció el cuerpo.

– ¿Cuánto tiempo permanecerá acordonada?

– Hasta que termine la inspección técnica.

– ¿Mantenía algún contacto con la isla?

– Solía venir aquí de vacaciones una vez al año.

– ¿Qué posibles motivos pueden haber causado el asesinato?

– Es demasiado pronto para especular ahora acerca de los motivos -cortó Knutas.

– ¿Martina Flochten era conocida por la policía holandesa o sueca?

– Por lo que sabemos, no.

– Como se sabe, llevaba varios días desaparecida, ¿por qué la policía no ha registrado antes Vivesholm estando, como está, tan cerca de Warfsholm?

– No hemos visto ninguna razón para hacerlo. La policía debe rastrear las zonas de una en una, empezando por aquella donde la persona desaparecida haya sido vista por última vez y luego, a partir de ese lugar, se va ampliando gradualmente el círculo.

– ¿Tenéis alguna otra pista del asesino?

– Un criminal siempre deja pistas, no puedo detallar cuáles son para no entorpecer la investigación.

– ¿Qué está haciendo ahora la policía?

– Como ya he dicho, trabajamos intensamente con los interrogatorios y las declaraciones de los testigos. La policía agradece cualquier tipo de información, tanto de quienes asistieron a Warfsholm la noche en que tuvo lugar el concierto de Eldkvarn como de aquellos que quizá hayan visto a Martina en compañía de alguna persona que pueda resultar de interés para la investigación. Queremos pedir la colaboración de la gente, cualquier aportación puede resultar de capital importancia en esta fase inicial.

Knutas se levantó para indicar que la rueda de prensa había finalizado. Ignoró la tromba de preguntas que cayeron sobre él. Varios periodistas lo rodearon para intentar entrevistarlo a solas.

Una hora después el espectáculo por fin había concluido y Knutas se refugió en su despacho. Siempre le había parecido complicado el trato con la prensa en estos casos importantes. Había que conseguir un equilibrio entre contar lo suficiente y no dar demasiados detalles para no perjudicar la investigación.


Cuando entró en su despacho, llamó el forense, que había terminado el reconocimiento del cadáver en el lugar donde fue hallado.

– Debo decir que nunca he visto nada parecido, nos enfrentamos a un asesino anómalo de verdad.

– De eso ya nos habíamos percatado.

– Sólo he hecho un reconocimiento preliminar y no se pueden extraer conclusiones firmes, pero sí que se pueden deducir algunas cosas.

– Veamos.

– Me inclino a pensar que lleva muerta por lo menos tres o cuatro días.

– ¿Se puede concluir, por tanto, que la asesinaron la misma noche que desapareció?

– Es altamente probable. Ha sido sometida a varios tipos de violencia y hasta que no se le practique la autopsia no puedo estar absolutamente seguro de qué fue lo que le causó la muerte. A juzgar por las lesiones, yo diría que no murió por el corte en el vientre.

– Eso era lo que sospechaba Sohlman también.

– Por el contrario hay signos de que puede haber muerto ahogada.

– ¿Ah, sí?

– He encontrado restos de espumarajos alrededor de la boca que recuerdan a la clara de huevo batida intensamente. Cuando se sumerge a la víctima se produce una especie de espuma en la tráquea. Además, también tiene restos de algas y de arena en el pelo y debajo de las uñas, lo que indica que el agresor le sujetó la cabeza bajo el agua en la orilla de la playa. Al oponer resistencia clavó las uñas en el fondo, de ahí los restos. También presenta marcas de arañazos donde la agarraron, en la parte posterior de la cabeza y en los brazos. He encontrado arena y cieno del fondo en la boca, y en los ojos tiene muchos puntitos rojos que le pueden haber salido al intentar resistirse o por la falta de oxígeno. Como ya he dicho, no me atrevo aún a pronunciarme definitivamente sobre la causa de la muerte, pero según todos los indicios estaba muerta antes de que fuera colgada de la soga. Así pues, lo más probable es que el asesino primero la ahogara sumergiéndole la cabeza en aguas poco profundas. Con casi completa seguridad debió de ahogarla en otro lugar. Luego trasladó el cuerpo a Vivesholm.

– ¿Por qué piensas que la asesinaron en otro lugar?

– Pues sencillamente porque en Vivesholm no hay esa clase de arena.

– ¿La mataron en una playa entonces?

– No necesariamente, pero el fondo era arenoso. En el promontorio de las aves, donde fue encontrada, el fondo es sobre todo rocoso. Habría tenido otras lesiones en las manos si la hubiera ahogado allí.

– Entiendo.

Knutas tomó notas diligentemente. Quedó impresionado ante la cantidad de información que podía obtener un forense de un cadáver.

– Lo que me pregunto es cómo pudo el asesino colgar el cuerpo, tuvo que izarla de alguna manera, no puede haberlo hecho él solo -continuó el médico-. La chica pesará unos sesenta o sesenta y cinco kilos, y tantos kilos de peso muerto son difíciles, por no decir casi imposibles, de levantar uno solo.

– ¿Crees que fue más de uno?

– O eso o se trata de un hombre fuerte físicamente y con un ingenioso método para colgar.

El forense se aclaró la garganta.

– Hay otra cosa que me desconcierta. Se trata del corte que tiene en la tripa y la sangre que sale de él.

– ¿A qué te refieres?

– El corte parece lo suficientemente profundo como para haber seccionado la arteria aorta, lo cual supone la pérdida de gran cantidad de sangre. La acumulación de sangre en el suelo debajo del cuerpo debería ser mayor. Podría pensarse que el asesino ha recogido parte de la sangre.

– ¿Estás seguro? Sohlman hizo hace poco la misma observación en otro caso. ¿Habrás oído hablar del caballo degollado hace poco más de una semana?

– Sí, claro.

– Allí el agresor había hecho lo mismo.

– Eso no lo había oído.

El forense parecía sorprendido.

– No, pero eso fue lo que ocurrió. En opinión del veterinario que reconoció al caballo, habían recogido la sangre. ¿Cuándo podremos tener un informe preliminar de la autopsia?

– El cuerpo va ahora camino del laboratorio del Instituto Forense. Voy a intentar que la autopsia completa esté lista enseguida. Mañana por la tarde te enviaré por fax un informe preliminar.

– Sería estupendo -dijo Knutas agradecido-. Otra cosa, ¿has podido ver si hay signos de violencia sexual?

– No presenta ningún daño externo que apunte en esa dirección. Espero que mañana podamos saber si la violaron.

Knutas le dio las gracias y colgó el auricular. Se retrepó en la silla. Un criminal que mata caballos y mujeres y les saca la sangre. Un asesino ritual.

Se le partía el corazón al pensar en Martina Flochten. Tenía toda la vida por delante. Una estudiante interesada en la arqueología que había venido a Gotland para colaborar en la excavación de los tesoros culturales de la isla. Y aquí había encontrado su cruel destino.

Patrick Flochten se derrumbó cuando la policía le comunicó la muerte de su hija. Knutas pensaba visitarlo a lo largo del día y se estremecía al pensar en ese encuentro. Ocuparse de los familiares era una de las cosas más duras de su trabajo, jamás se acostumbraría. Y lo peor de todo era cuando se trataba de personas jóvenes.

Ya se habían empezado a investigar las posibles relaciones entre el caballo degollado y el asesinato de Martina. Cabía preguntarse qué clase de persona sería la que andaba extrayendo la sangre a sus víctimas.

La policía debía empezar por indagar en el círculo de personas próximas a Martina, en el cual incluía los alumnos que participaban en el curso y los profesores que había tenido. Knutas había revisado la lista de los estudiantes y en su mayoría se trataba de personas jóvenes, casi tantos extranjeros como suecos.

Comprobó los nombres de cada uno junto con la dirección y la fecha de nacimiento. Casi todos estaban entre los veinte y los veinticinco, con algunas excepciones. Una joven de Gotemburgo sólo tenía diecinueve, la mujer británica, cuarenta y uno, y uno de los americanos tenía ni más ni menos que cincuenta y tres. Giró lentamente la silla.

¿Qué personas habían estado cerca de Martina durante el tiempo que estuvo aquí? Sus compañeros de curso, los profesores, el personal del Hotel Warfsholm y el del albergue. Apenas tuvo tiempo de conocer a mucha gente. Por ahí era por donde debían comenzar. Ir descartando uno tras otro lo antes posible, así como averiguar a quién había conocido en Visby durante las dos semanas de clases teóricas. Knutas suspiró. Era consciente de que tendría que posponer las proyectadas vacaciones. Seguro que Line ya se lo había imaginado. Sabía que a ella le resultaba difícil cambiar sus vacaciones, así que los niños y ella tendrían que hacer solos el viaje que tenían planeado a Dinamarca. Él se podría reunir con ellos después, si el caso se resolvía pronto. Aunque en aquel momento parecía sumamente complicado, siempre se podía confiar en un milagro.

Lo mejor sería ponerse en contacto cuanto antes con la Policía Nacional, iban a necesitar su ayuda. Se acordó de Kihlgård. Aunque el comisario de la Policía Nacional tenía sus defectos, a estas alturas se conocían ya tan bien el uno al otro que trabajar con él sería seguramente lo más sencillo. Levantó el auricular y marcó el número directo de Martin Kihlgård. El alivio que sintió al oír la voz de su colega en el otro extremo del auricular lo sorprendió.


La gente que pasaba junto al edificio no sospechaba nada. Presentaba el mismo aspecto sombrío que cualquier otro almacén de chapa gris con unas cuantas plazas para aparcar delante de la anodina entrada. Nadie podía imaginarse que aquellas paredes albergaban en su interior tesoros fabulosos, que habían permanecido enterrados y olvidados durante miles de años y que habían sido utilizados por los hombres en otro tiempo, en otra vida. Una existencia esencialmente distinta de todo lo que conocen hoy las personas.

Solía ir allí al caer la tarde, cuando estaba seguro de que todos los empleados se habían ido a casa. Entonces tenía todo el espacio para él. Cada vez que abría la puerta y entraba en la primera sala lo envolvía la misma espiritualidad.

Aquí podía pasarse horas enteras dando vueltas por los pasillos. Deslizar aquí o allá alguno de los grandes estantes del archivo, sacar algo al azar, un hueso de animal, una perla, una punta de lanza o un clavo. No importaba lo que fuera. Para él ningún hallazgo arqueológico tenía más valor que otro. A veces permanecía sentado en el suelo con uno o varios objetos en las manos. Todo desaparecía a su alredor y los tesoros que sujetaba en la mano se convertían en lo esencial. Le hablaban, le susurraban. Le parecía oír voces, ecos del pasado. Siempre se repetía la misma experiencia mágica. En ocasiones había tratado de alcanzar en casa ese estado, pero nunca funcionó. Este lugar tenía algo especial, quizá porque almacenaba tanta historia de épocas tan antiguas.

Estaba seguro de que existían espíritus que habitaban en las cosas. Aquí dentro sentía también el contacto con dioses que lo escuchaban y oía sus voces. Le decían lo que tenía que hacer, lo confortaban y lo apoyaban cuando lo necesitaba, y no dudaban en elogiarlo cuando había hecho algo que era de su agrado. Ellos lo guiaban; no sabía cómo podría arreglárselas sin su ayuda. Le decían lo que querían para sí mismos y de qué cosas creían que podía adueñarse. Accedía complacido a sus deseos y prometieron recompensarlo cuando llegara el momento. Era una relación bidireccional, basada en la reciprocidad, dar y recibir, como en cualquier relación humana.

Algunos de esos objetos los guardaba en casa y otros los vendía. Era una necesidad. Tenía una responsabilidad y no dudaba en asumirla. Todas las piezas ocultas que extraían de la tierra le pertenecían a él y a los suyos, eso era algo de lo que estaba cada vez más convencido. Era preferible que se hiciera él cargo de aquellos hallazgos arqueológicos a que acabaran en la vitrina de algún museo de Estocolmo. Si tenían que desaparecer de la isla, por qué no iba a poder decidir él a dónde irían a parar. Pasó con fruición las yemas de los dedos a lo largo de las estanterías de los pasillos. Estaban primorosamente marcadas con pegatinas y numeradas, pero rara vez entraba allí alguien para comprobar si las cajas contenían realmente lo que ponía en la etiqueta. Por eso podía continuar sin que nadie lo notara. Había empezado por cosas pequeñas hacía varios años y después continuó. Éste era su mundo y nadie podría arrebatárselo. Jamás lo permitiría.

Por primera vez en su vida sentía que realmente tenía algo importante que hacer, una tarea que se tomaba con la mayor seriedad.


La Brigada de Homicidios había tomado la decisión de interrogar a todos los alumnos y profesores aquella misma tarde y se los repartieron entre ellos. Karin y Knutas se ocuparon de uno de los estudiantes con el que Martina había mantenido una relación más estrecha, el americano Mark Feathers. También les cayó en el lote uno de los profesores, Aron Bjarke.

La larga jornada de trabajo se acercaba a su fin y Knutas se sentía verdaderamente cansado. El interrogatorio de Bjarke lo dirigió Knutas y Karin asistió como testigo. No pudo evitar que se le escapara un bostezo cuando ocuparon sus asientos en la sala de interrogatorios. Se disculpó inmediatamente.

Bjarke, profesor de reconstrucción del medio y análisis de fosfatos, fue uno de los docentes que dieron el curso de introducción durante las dos semanas de clases teóricas. Era un hombre de mediana edad, alto y delgado, de cabello rubio oscuro y facciones delicadas. De no ser por la frente demasiado despejada, aparentaba menos años de los cuarenta y tres que en realidad tenía. Llevaba una barba bien arreglada y sus ojos eran verdes con pestañas densas y rizadas.

– ¿Qué sabe de Martina Flochten? -comenzó Knutas.

– Debo reconocer que no mucho. Era una chica guapa y simpática que ciertamente mostraba mucho interés por la época vikinga. Me dio la impresión de que sabía más que la mayoría de sus compañeros, sobre todo parecía muy motivada.

Si el profesor no hubiera hablado con un acento de Gotland tan marcado, Knutas habría jurado que era peninsular. Había algo ligeramente elegante en su estilo y en su manera de vestir, pantalones bien planchados y americana, propio de la gente de la gran ciudad. Por alguna extraña razón, su acento y su manera de hablar no encajaban con su aspecto. Al mismo tiempo, había algo apacible en su actitud. Miraba amablemente a Knutas mientras esperaba la siguiente pregunta.

– ¿Tenía algún trato personal con ella fuera de clase?

– No, Martina y yo solos, no. Pero con todo el grupo nos vimos varias veces, cenamos en casa de otro profesor, salimos a tomar una cerveza y fuimos al parque de Almedalen a jugar al kubb. Pero entonces, como digo, íbamos todos juntos.

– ¿Estuvo en Warfsholm el sábado por la noche?

– No, apenas he visto a los estudiantes desde que se fueron a Fröjel y empezaron con las excavaciones.

– ¿Dónde pasó el sábado por la noche?

El discreto profesor se quedó extrañado ante la pregunta.

– ¿Soy sospechoso?

– En absoluto. Es una pregunta rutinaria que hacemos a todos los interrogados -explicó Knutas-. ¿Qué hizo el sábado por la noche?

– Nada especial. Estuve en casa viendo la tele.

– ¿Solo?

– Sí.

– ¿Vive solo?

– Sí.

– ¿Tiene hijos?

– No, de momento no.

– ¿Estuvo en casa toda la noche?

– Sí. Estuve levantado hasta tarde, me acostaría a eso de las doce. Es lo que suelo hacer.

– ¿Observó si Martina mantenía alguna relación íntima con alguien del curso o con alguno de los profesores?

Aron Bjarke pareció incómodo de pronto.

– Bueno, es complicado hablar de esas cosas. Porque nunca se sabe. Uno puede imaginarse cosas que luego tal vez no sean ciertas. Preferiría no comentar nada de eso – explicó poniendo cara de circunstancias.

– ¿A qué se refiere? -preguntó Karin desde su rincón.

– Yo creo que a Martina le gustaba bastante flirtear y hacerse la interesante con los hombres. Era muy evidente. Y ellos se volvían locos.

– ¿Había alguien que mostrara un interés especial por ella?

– Ah, no sé -respondió vacilante-. Había una persona que en mi opinión tal vez le dedicaba demasiada atención, pero puedo estar equivocado, naturalmente.

– ¿Y quién era?

Aron Bjarke se retorció en la silla.

– Es embarazoso, porque se trata de un profesor. De hecho, estoy hablando del responsable de las excavaciones, Staffan Mellgren.

– ¿Ah, sí?

– Aunque también hay que tener en cuenta que de vez en cuando tiene aventuras amorosas con estudiantes jóvenes y guapas. Es terrible tener que decirlo, pero le cuesta no meter las manos en la masa. Vamos, que no es la primera vez que se muestra obsequioso con una estudiante, por decirlo de alguna manera.

El hombre que tenían enfrente se inclinó hacia delante y bajó la voz.

– Staffan Mellgren es un salido, un semental. Lo sabe todo el mundo. Desde que se casó, no le habrá sido fiel a su mujer ni una semana entera. Y como prefiere -aquí Bjarke levantó ambas manos y dibujó unas comillas en el aire- la carne tierna, la mayor parte de las veces se trata de estudiantes que admiran a su profesor y por eso se convierten en conquistas fáciles para él.

Desde luego Aron Bjarke no se andaba con rodeos. La franqueza del profesor dejó perplejos a los dos policías. Knutas se espabiló.

– ¿Está diciendo completamente en serio que Mellgren ha mantenido con anterioridad relaciones con estudiantes?

– Sí, claro, es el pan nuestro de cada día. Sería una cosa rara que Staffan diera alguna vez un curso sin enrollarse como mínimo con una de las estudiantes.

– ¿Cuánto tiempo lleva actuando de esta manera?

– Diez años como mínimo.

– ¿La señora Mellgren está al tanto de sus infidelidades?

– Me cuesta creer que aceptara una cosa así.

– Parece que conoce a Mellgren bastante bien.

– Llevamos más de quince años trabajando juntos.

– ¿Cómo ha conseguido mantener en secreto sus aventuras amorosas durante tantos años?

– Susanna y él viven vidas diferentes. Ella está en casa con los niños y se ocupa de la casa y de la granja. A él su trabajo le lleva mucho tiempo. No creo que se vean mucho.

– En el comportamiento de Mellgren con Martina, ¿qué fue lo que le llamó la atención?

– No puedo asegurar que hubiera algo entre ellos. No nos vimos muchas veces todos juntos. Yo tenía mis clases y entonces él no estaba presente. Pero al empezar el curso, cuando todos estaban en Visby, tuvimos una serie de actividades en común. Y digamos que como ya he visto tantas veces a Staffan en acción, pues noto enseguida cuándo está tratando de ligar.

– ¿Cómo lo hace?

– Bueno, lo de siempre. Se ríe y bromea mucho con la que en ese momento le interesa, la mira mucho tiempo sin decir nada. Sus viejos trucos son tan obvios que resulta ridículo.

– Parece usted bastante seguro.

– Se puede expresar así: una joven ha sido asesinada, lo cual, por supuesto, es una cosa terriblemente seria. Quede claro que no quiero señalar a nadie ni aseverar cosas que puedan hacer que esa persona resulte sospechosa a ojos de la policía. Para hacerlo, comprendo que tendría que estar totalmente seguro de lo que afirmo. Lo que puedo decir es que él, sin duda, estaba tratando de ligar con Martina Flochten. Si fue correspondido o no, de eso no sé nada. Después de las semanas de clases teóricas el curso se trasladó a Fröjel y no he vuelto a ver a Martina desde entonces.


Karin y Knutas hicieron una pausa para tomar un café antes de que llegara la hora del siguiente interrogatorio. Ambos sentían claramente que necesitaban una pausa después de la conversación con Aron Bjarke.

En los pasillos se cruzaban los estudiantes que participaban en el curso y los profesores de la universidad que entraban y salían de las salas de interrogatorios. Había muchas personas a las que era preciso descartar cuanto antes.

– Después de lo que ha contado el profesor, va a ser muy interesante saber lo que han dado de sí los demás interrogatorios -comentó Karin mientras esperaban frente a la máquina de café a que se llenaran sus tazas-. ¿Te ha parecido creíble?

– ¿Quién sabe?, pero es innegable que no tiene pelos en la lengua. Lo cual siempre me resulta sospechoso.

– Y eso ¿por qué? Creía que te gustaba la sinceridad -dijo Karin sonriendo.


El interrogatorio con el alumno americano, Mark Feathers, lo dirigió Karin, el inglés de Knutas, una vez más, resultaba insuficiente.

A primera vista a ella le pareció que Mark Feathers tenía el aspecto del típico chico americano: cabello corto, amplias bermudas y una camiseta arrugada y demasiado grande que le colgaba por fuera. En los pies llevaba un par de calcetines de tenis con el borde azul y las zapatillas de deporte de rigor. Era grande y musculoso, de expresión agresiva, y recordaba más a un jugador de béisbol que a alguien que se dedica pacientemente a las excavaciones arqueológicas.

Parecía alterado.

– No puedo comprender que esté muerta. Esto es una locura. ¿Qué ha hecho con ella ese cabrón?

Mark Feathers hablaba con voz alta y contundente, y miraba a Karin con agresividad.

– Lo siento, pero no puedo revelar cómo ha muerto Martina.

– ¿La han violado? ¿Se trata de un asesinato de carácter sexual?

– No, creemos que no, aunque es demasiado pronto para afirmarlo con total seguridad.

– Si agarro a esa bestia…

Apretó el puño en un gesto amenazador.

– Comprendemos que estés conmocionado, pero tendrás que tranquilizarte -le advirtió Karin-. Lo importante ahora es que obtengamos la mayor información posible de Martina y de lo que hizo los últimos días antes de su desaparición. ¿Puedes ayudarnos?

– Sí, claro -contestó algo más dócil.

– ¿Cómo describirías a Martina?

– Lista, divertida, guapa, especialista en todo lo relacionado con la época vikinga, era la que más sabía de todos. Estaba llena de energía, bueno, seguro que era la que más trabajaba de todos nosotros. Pero sobre todo era estupenda, como amiga.

– ¿Era coqueta o provocativa en su manera de comportarse?

Mark tardó un poco en responder.

– Yo no diría eso. Era alegre y abierta, pero provocativa… no.

– ¿Notaste últimamente algún cambio en su manera de actuar?

– No. Estaba como siempre.

– ¿No ocurrió nada especial el tiempo anterior a su desaparición?

El joven negó con la cabeza.

– ¿Sabes si tenía algún novio aquí?

– No estoy seguro, pero creo que sí.

– ¿Por qué lo crees?

Mark miró circunspecto a los dos policías.

– Jonas y yo dormimos en la habitación que está al lado de la de Martina y Eva. Todos los días, al terminar los trabajos de excavación, un autobús nos lleva de vuelta a Warfsholm. Después de trabajar ocho o nueve horas bajo el calor y en medio de toda esa suciedad, todos estamos realmente deseosos de darnos una ducha y cambiarnos. Sin embargo, con frecuencia Martina se largaba en cuanto llegábamos al albergue.

– ¿Adónde?

– Ni idea.

– ¿Viste en qué dirección iba?

– Sí. El autobús nos llevaba hasta la misma puerta del albergue y todos entrábamos corriendo para llegar los primeros a las duchas. Al principio no reparé en que Martina no entraba con nosotros; tardé unos días en descubrirlo. En vez de eso se dirigía al hotel.

– ¿Le preguntaste adónde iba?

– Una vez. Me dijo que fue a comprarse un helado. Hay un puesto de helados al lado del restaurante.

– ¿Solía marcharse sola?

– Nunca vi que fuera acompañada.

– ¿Y crees que se encontraba con alguien?

– Sí, porque luego volvía al albergue siempre a la misma hora, unas dos horas más tarde.

– ¿Hablaste de esto con los demás?

– Con Jonas, claro, mi compañero de habitación. Nadie le prestaba tanta atención a Martina como él.

– ¿A qué te refieres?

– Estaba enamorado de Martina, aunque es algo de lo que no le gusta hablar.

– ¿Hay alguien más que esté al tanto de ello?

– Por supuesto, era muy evidente.

– ¿Y Martina le correspondía?

Mark negó con la cabeza.

– No, no tenía ninguna posibilidad.

Karin decidió cambiar de tema.

– ¿Es la primera vez que vienes a Suecia?

– ¿Por qué me pregunta eso?

– ¿Y por qué no debería preguntártelo?

– ¡Bah!, no sé, me parece que no viene a cuento.

– ¿Qué tal si me respondieras?

– Sí, la verdad es que he estado aquí antes.

– ¿Cuándo?

– Estuve en Gotland el año pasado y el anterior.

– ¿Y eso?

– La primera vez estuve aquí con un amigo que tenía una novia de Gotland. Se conocieron cuando ella estuvo en Estados Unidos en un programa de intercambio universitario. Yo lo acompañé y nos lo pasamos tan bien que quise repetir. Cuando le tocó volver otra vez aquí, me vine con él.

– ¿No resulta muy caro para un estudiante viajar hasta aquí?

– Lo pagan mis padres -dijo Mark sin inmutarse.

– ¿Desde cuándo estudias arqueología?

– Con intermitencias, desde hace tres años.

– ¿Qué es eso de con intermitencias?

– He hecho un poco de todo, he viajado, navegado en un velero… También participo en bastantes competiciones de windsurf.

De ahí esos músculos y el aspecto deportivo, pensó Karin.

– ¿Has hecho amigos durante tus viajes a Gotland?

– Sí, claro que he conocido a gente. Pero la que uno conoce durante el verano en las playas y en los bares normalmente no es de aquí, así que no se puede decir que haya conocido a muchos isleños.

– ¿Puedes nombrar a alguno?

– Claro, unos que viven en Visby.

Karin anotó sus nombres y números de teléfono.

– ¿Cuánto tiempo has pensado quedarte esta vez?

– El curso dura hasta mediados de agosto, después me quedaré un par de semanas más.

– ¿Dónde te vas a alojar?

– Tengo amigos en Visby.

– ¿Estos de los que me has dado el número de teléfono?

– Sí, voy a vivir en casa de Niklas Appelqvist.

– ¿Conociste a Martina en tus anteriores estancias en Gotland?

– No.

– ¿Qué hiciste la noche en que ella desapareció?

– ¿Por qué me lo pregunta?

– Es una pregunta rutinaria.

– Después del concierto estuve tomando cervezas con el resto del grupo en la terraza del hotel. Martina también estuvo.

– ¿Hasta cuándo estuviste allí?

– Como los demás, hasta las tres o las cuatro. Después nos fuimos a la cama. Jonas y yo compartimos habitación, así que estuvimos juntos todo el tiempo.

– ¿Es decir, que él puede confirmar que estuviste con él toda la tarde y toda la noche?

– Por supuesto. Lo mismo que yo puedo responder por él.

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