Domingo 25 de julio

El calor estival hacía que la gente caminara con desidia y que Knutas se tuviera que cambiar de camisa varias veces al día. Sus pensamientos fluían como sirope viscoso, a menudo extraviados, y la solución de la excepcional investigación parecía más lejana que nunca.

Line y los niños estaban en la casa de veraneo, pero no soportaba la idea de estar allí sin hacer nada.

Desde primeros de junio no había llovido ni un solo día, lo cual no contribuía a mejorar su irritación. Estaba de un humor pésimo y, cuando sonó el teléfono, emitió un rugido a modo de saludo.

– Hola, mi nombre es Susanna Mellgren.

– Hola.

– Mi marido, Staffan Mellgren, es el responsable de las excavaciones en Fröjel -explicó la mujer.

– Ah, sí, claro -se apresuró a decir Knutas, que al principio no había caído en la cuenta.

– No quiere que llame, pero creo que debo hacerlo.

– ¿Y eso?

– Ayer por la noche encontramos una cosa muy rara fuera del gallinero.

– ¿Ah, sí?

– Había una cabeza de caballo clavada en el extremo de un palo.

Knutas se espabiló de inmediato.

– Alguien debió de colocarla ahí por la tarde. Staffan la descubrió cuando volvió a casa después del trabajo.

– ¿Qué aspecto tenía?

– Estaba colocada en un palo de madera bastante grueso, en realidad no sé qué tipo de palo es, pero alguien había clavado en el extremo superior la cabeza de un caballo degollado. Un caballo de verdad.

– ¿Dónde se encontraba ese palo?

– Tenemos un viejo establo que usamos en parte como gallinero. Estaba delante de la puerta, apoyado contra la pared, totalmente a la vista.

– ¿Cuándo sucedió eso?

– Ayer por la noche.

– ¿Y no ha llamado hasta ahora?

Knutas miró el reloj. Eran las dos y cuarto.

– Lo siento, pero Staffan no quería contárselo a nadie. Dijo que sólo serviría para asustar a los niños, y que no quería darle mayor importancia. Parece bastante tranquilo, la verdad. Como si no fuera importante. Pero yo considero que es muy desagradable y por eso he pensado que debía ponerme en contacto con la policía, diga lo que diga él.

– Ha hecho usted bien en llamar. ¿Sigue ahí la cabeza de caballo?

– No. Staffan se la llevó de aquí y la tiró en una zanja. No quería que la vieran los niños. Ellos ni se han enterado de lo que ha ocurrido.

– ¿Sabe dónde la ha tirado?

– Sí, de hecho he ido allí a echarle un vistazo. La he cubierto con hierba y ramas para que ningún animal pudiera destruir las huellas.

– Nosotros, por supuesto, debemos ir hasta allí para verla inmediatamente.

– Está bien. Staffan salió esta mañana temprano y dijo que iba a estar fuera todo el día. No quiso decirme adónde iba. Preferiría que no se enterara de que he llamado.

– Lo siento, pero me temo que eso va a ser imposible -respondió Knutas-. Estamos investigando un delito anterior contra un caballo, además del asesinato de la joven que participaba en su curso. Parecen demasiadas casualidades para no relacionar todos estos casos. Espero que lo comprenda.

– Sí, claro -dijo Susanna Mellgren con voz contenida-. ¿Pero qué tiene que ver Staffan con todo eso?

Knutas no contestó a su pregunta.


Knutas, Erik Sohlman y Karin salieron juntos hacia Lärbro.

La granja estaba a un par de kilómetros del pueblo propiamente dicho y contaba con una vivienda, un pequeño cobertizo de madera que al parecer servía de taller y un establo. Veinte gallinas daban vueltas plácidamente alrededor picoteando la hierba seca del verano.

Susanna Mellgren abrió la puerta tras la primera llamada. Era una mujer alta, con el cabello negro y corto, vestida con unos pantalones vaqueros y una camiseta. A Knutas le pareció guapa con aquellos ojos negros y la piel aceitunada. No puede ser cien por cien sueca, alcanzó a pensar antes de que ella le tendiera la mano y lo saludara.

– ¿Puede enseñarnos dónde encontraron la estaca con la cabeza del caballo? -le pidió.

– Claro, síganme.

Caminó delante de ellos hacia el establo. Las gallinas cacareaban y se arremolinaban a su alrededor.

– Fue justo aquí, al lado de la puerta del gallinero -explicó señalando la pared.

– ¿Y no han visto últimamente a ninguna persona desconocida rondando por aquí?

– No, ni Staffan ni yo hemos visto a nadie. He preguntado a los niños, con un poco de habilidad, claro, porque en realidad no saben lo que ha pasado, pero parece que tampoco han visto nada raro. Quien haya colocado la cabeza del caballo tiene que haberlo hecho entre las ocho y las nueve de la noche. Un poco antes de las ocho salí a buscar a los niños, que estaban jugando fuera, y entonces no vi a nadie. Luego, poco después de las nueve, llegó Staffan a casa.

– Bien -dijo Knutas dándole ánimos y lo apuntó en su bloc-. Cuanto menos margen de tiempo haya, más fácil nos resultará a nosotros. Hay algo que quiero pedirle: no le cuente esto a nadie, es importante que no salga a la luz. Sobre todo por los niños.

– Lo comprendo -dijo Susanna Mellgren algo insegura-. Aunque mi madre…

– No importa, siempre y cuando no lo vaya contando por ahí. Bueno, ¿dónde está esa cabeza de caballo?

– Hay que andar un poco -contestó.

– Será mejor que vayamos con el coche, nos llevaremos la cabeza -aclaró Sohlman.

– ¿Ah, sí?

La mujer parecía indecisa y su mirada dejó traslucir una nueva inquietud.

– Sí, claro, hay que examinarla con detenimiento. Al comparar las muestras procedentes de la cabeza con las del cuerpo del caballo degollado, tal vez podamos, en el mejor de los casos, obtener alguna evidencia que nos ayude a resolver el caso -le explicó Sohlman pedagógicamente.

– Antes de marcharnos me gustaría echar un vistazo a su casa. ¿Le importa? -inquirió Knutas.

– No, claro que no.

Susanna Mellgren los guió hasta el interior de la vivienda. Era una casa de estilo tradicional con los suelos tratados con aceites naturales, muebles rústicos y una decoración en la que predominaban los tonos blancos, lo que le daba un aspecto luminoso y hogareño. Los amplios alféizares estaban cubiertos con macetas de barro, con tallas de madera y esculturas de cerámica de diferentes tamaños. Había ropa, pelotas y juguetes esparcidos por todas partes. En la cocina había una señora mayor sentada leyéndole un cuento al niño que tenía en sus rodillas. Levantó la vista y saludó cortésmente a los agentes con una inclinación de cabeza cuando éstos aparecieron en el hueco de la puerta.

– Es mi madre -explicó Susanna-. Ha venido hoy para ayudarme con los niños.

Fueron con dos coches. Karin acompañó a Susanna en el primero y Sohlman y Knutas las siguieron en el otro.

Después de conducir varios kilómetros por la carretera asfaltada que se alejaba de Lärbro torcieron y entraron en un camino rural. Susanna detuvo el vehículo junto a una tierra de cultivo y unos árboles que se alzaban al lado del camino, bordeado por una cuneta.

La mujer bajó a la cuneta y empezó a retirar hierba y ramas.

Knutas y Sohlman no tardaron en seguir sus pasos y ayudarla. Karin prefirió quedarse en el borde del camino mirando. Le costaba mucho soportar la presencia de cuerpos muertos, ya fueran de animales o de personas. Ingenuamente había pensado que con el tiempo llegaría a acostumbrarse, pero aquella aversión más bien había empeorado con los años. Cuanto más veía, más insoportable le parecía.

Cuando la cabeza estuvo al descubierto, salieron de la cuneta y la observaron desde el camino.

– No cabe la menor duda, ¿no os parece? -preguntó Knutas.

– Está claro que se trata de un poni de Gotland y parece que es la cabeza del caballo de Petesviken, no hay duda -afirmó Sohlman.

– Pues está muy bien conservada -farfulló Karin en el pañuelo que tenía apretado contra la boca-. Y no huele mucho, ¿no?

– No, ha estado congelada, como la cabeza que apareció en casa de Ambjörnsson.

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