Sábado 10 de Julio

Iban a pasar el fin de semana en la casa que los padres de Emma tenían en la isla de Fårö; Elin, Johan y ella solos. Sus padres habían pasado por Roma para despedirse antes de iniciar el largo viaje que tenían por costumbre realizar todos los años. Durante su visita lo único que sintió Emma fue una sensación de vacío. No dieron muestras de sinceridad, únicamente un poco de palabrería insustancial sobre lo adorable que era Elin, y después se marcharon camino del aeropuerto para viajar rumbo a China. Mejor así.

Les había prometido cuidar de la casa y, además, un cambio de aires le sentaría bien. Empezaba a sentirse encerrada en la casa de Roma. Había tantas cosas que le recordaban su vida anterior y, en realidad, no quedaba nada de ella. Las paredes rezumaban Olle y toda la amargura que había surgido durante el último medio año.

A Emma le encantaba la casa de Fårö. Nunca había entendido cómo podían sus padres viajar al extranjero cuando el verano era tan maravilloso en aquella isla.

La carretera que conducía hasta la terminal de los transbordadores, junto al estrecho de Fårösund, discurría entre campos cultivados. Condujeron por carreteras pequeñas a través de las aldeas de Barlingbo y de Ekeby para subir luego hasta Bal y hasta Sute, un núcleo de población más grande, antes de llegar a Fårösund, donde tomaron el transbordador hasta Fårö. La travesía del estrecho se hacía en unos pocos minutos. Elin hizo todo el viaje dormida.

Al abandonar el barco en la otra orilla, Emma experimentó la misma sensación de dicha de siempre. La isla de Fårö era más inhóspita y estaba más azotada por el viento que Gotland, y esa diferencia se percibía al instante. Realizaron la parada de rigor en el supermercado Konsum para comprar fresas frescas y hacer las últimas compras, y de camino hacia Skär se detuvieron también junto a la panadería para comprar sus incomparables bollos de azúcar. Después recorrieron el último trecho en dirección a Norsta Auren, en el extremo más septentrional de Fårö.

La construcción blanca de piedra se encontraba aislada, rodeada por un muro bajo de piedra y abierta al mar. Emma sintió un ligero cosquilleo en el estómago, hacía más de medio año que no había estado allí. La casa, como de costumbre, parecía algo fría cuando entraron. Los suelos de piedra estaban relucientes, sus padres la habían limpiado a fondo. Se sentó en el sillón situado junto a la ventana y dio el pecho a Elin, que se había despertado y había empezado a llorar. Mientras tanto, Johan descargó las cosas del coche. Emma contempló la playa a través de la ventana. Al principio era estrecha, pero después se iba ensanchando. Tenía una gran ventaja, la arena estaba tan compacta que se podía pasear por ella con el cochecito de bebé.

– Luego quizá podríamos dar un paseo por la playa -le gritó a Johan.

– Sí, claro, será estupendo. ¿Quieres beber algo?

– Sí, un vaso de agua, por favor.

Enseguida se presentó en el cuarto de estar con un gran vaso de agua. Johan estaba tan alegre y relajado, se le veía feliz de estar con ella y con su hija. Al parecer era todo lo que necesitaba. ¿Por qué no podía estar ella igual de contenta? Johan canturreaba en la cocina mientras colocaba la compra. Tenía que esforzarse y darle una oportunidad. Después de llevar un rato mamando, las mejillas de Elin se habían vuelto sonrosadas. «Lo haré por ti -pensó-. Y por mí.»


Debido a la nueva situación, la Brigada de Homicidios se encontraba reunida a pesar de que era sábado.

Knutas estaba ansioso por escuchar las conclusiones a las que había llegado Agneta Larsvik, que había dedicado los dos últimos días a analizar cuáles eran, en su opinión, los rasgos que caracterizaban al autor de los hechos.

Acababan de sentarse todos cuando se abrió la puerta y entró Martin Kihlgård, que parecía contento, llevaba el cabello despeinado, y traía dos grandes bolsas de papel en las manos.

– Hola a todos -saludó animado-. He estado en una magnífica fiesta en el restaurante de Hamra y esta mañana, cuando me iba, han insistido en darme algo rico para acompañar el café. ¿Hay café recién hecho?

– No, pero enseguida lo pongo -se ofreció Karin.

– Te ayudo -dijo Martin y ambos salieron de la sala.

Knutas y Norrby se cruzaron un par de miradas. Este Kihlgård siempre tenía que ser el centro de atención. Por otro lado, también contribuía a crear buen ambiente, cosa que Knutas le agradecía, ya que a él eso no se le daba tan bien.

Aguardaron pacientemente hasta que estuvo listo el café. Mientras tanto llegó Thomas Wittberg resacoso con un litro de coca-cola en la mano. A juzgar por su aspecto, también él se había pasado la noche bebiendo. Charlaron un poco sobre el ambiente de fiesta que hubo en la ciudad la noche anterior. Había sido una noche en la que se habían producido más desórdenes de lo normal. El número de turistas, al parecer, aumentaba año tras año, en especial entre los jóvenes, que llegaban a Visby atraídos por el ambiente de ocio nocturno, que en verano era de los mejores del país. Por desgracia, con ellos llegaban también las borracheras, las drogas y las peleas. De todos modos, las personas reunidas alrededor de la mesa tenían cosas más graves de las que hablar y, tan pronto como sirvieron el café y los bollos de canela que había traído Kihlgård, empezaron a repasar en qué punto se hallaba la investigación. Knutas comenzó llamando la atención de todos sobre el hecho de que la construcción del complejo hotelero constituía un punto de conexión entre Martina Flochten y Gunnar Ambjörnsson, para quienes se hubieran perdido los comentarios en los pasillos.

Luego se volvió hacia Wittberg y Karin.

– ¿Qué habéis averiguado?

– No mucho -Wittberg se estiró los rizos rubios-. Ayer Karin y yo nos pasamos todo el día hablando con los manifestantes que están en contra del proyecto y con los políticos con los que pudimos contactar. No fue fácil. Un viernes de julio casi nadie trabaja por la tarde. Indagamos cómo habían ido las protestas, si había habido amenazas y demás. Por supuesto, sin mencionar la cabeza de caballo aparecida en casa de Ambjörnsson -recalcó al advertir el gesto de preocupación de Knutas.

– La oposición parece bastante débil e inoperante -continuó-. No se ha producido ninguna amenaza. Es verdad que ha habido algunas protestas y que en el ayuntamiento se han recibido algunas cartas y eso, pero nada que parezca especialmente grave. Parece poco probable que encontremos el móvil ahí, ¿estás de acuerdo? -dijo mirando a Karin, que asintió con la cabeza.

– ¿Habéis examinado las cartas de protesta que han llegado al ayuntamiento?

– Aún no.

– Hacedlo lo antes posible -conminó Knutas-. ¿Hay algún yacimiento de interés arqueológico en Högklint?

– Al parecer, no. La zona ha sido parcialmente excavada con anterioridad, parece que no hay nada importante, aunque vamos a hablar con más gente.

Wittberg bebió un buen trago de refresco.

– Yo he tenido una conversación muy interesante con Susanna Mellgren -intervino Karin-. Me llamó esta mañana y me contó que lo de la infidelidad de su marido es cierto.

– ¿No me digas? -dijo Knutas sorprendido-. Pero si lo había negado hasta ayer mismo.

– Sí, ya, pero ahora asegura que la infidelidad de su marido se ha prolongado durante varios años, si bien con diferentes mujeres. No obstante, no está segura de que estuviera liado con Martina Flochten, porque cuando está con alguna mujer nueva ella suele notárselo inmediatamente. Asegura que no le importa que se vaya con otras. La verdad es que me dio la impresión de que sigue casada con él porque, de momento, es lo más práctico y ventajoso desde el punto de vista económico. De hecho, está estudiando para sacarse el título de fisioterapeuta y abrir su propia consulta. Si no me equivoco, seguro que piensa separarse en cuanto pueda valerse por sí misma.

Knutas arrugó la frente.

– Tendremos que volver a hablar de ese tema con Mellgren. Y eso que aseguraba que su matrimonio iba bien -masculló e hizo una anotación en sus papeles.

Le pidió a Agneta Larsvik que les refiriera sus impresiones sobre el autor de los hechos. Ella se colocó en el extremo de la mesa.

– Antes de nada quiero subrayar que esto son sólo unas ideas preliminares, no es posible afirmar nada con rotundidad de una manera tan precipitada. Considerad lo que os voy a decir como un tamiz, una hipótesis de trabajo, nada más. Dicho lo cual, casi todo apunta a que tenemos que vérnoslas con una persona con graves trastornos psíquicos. Este asesinato seguramente lo ha llevado a cabo él solo, lo cual presupone que posee una gran fuerza física. Es probable que el autor de los hechos no tuviera ninguna relación directa con Martina Flochten, yo creo que no se conocían. El crimen no parece que vaya dirigido directamente contra ella. En cambio, me parece que el modo de perpetrarlo induce a pensar en alguien que alberga sentimientos de odio y de desprecio contra las personas, en particular contra las mujeres. Hay una especie de simbolismo en ello, su significado exacto es difícil de precisar tras un solo asesinato. Creo que ha intentado humillar a su víctima y causarle la mayor impotencia posible. Con ello, él se convierte en la persona que tiene el poder y ese estado le produce placer. Podemos imaginar que tal vez sufriera malos tratos en su infancia o que se sintiera humillado por uno de sus padres o por ambos, y que ahora quiera vengarse colocando a la víctima en la misma situación de impotencia que sintió él de pequeño. No me sorprendería que mantuviera una relación complicada con su madre.

– ¿Y cómo demonios busca uno una mala relación madre-hijo? -Kihlgård estiró las manos y a punto estuvo de volcar la taza de café de Karin.

Agneta Larsvik sonrió.

– Puede ser útil tenerlo en mente durante los interrogatorios, por ejemplo, si alguien se expresa de forma despectiva contra las mujeres o no mantiene contacto con sus padres, sobre todo con la madre.

– Lo que dices es que quería que la víctima experimentase una sensación de impotencia -intervino Karin-. ¿Por qué iba a continuar torturándola cuando ya estaba muerta? Entonces no podía sentir ya esa vejación.

– Ten en cuenta que estamos hablando de los sentimientos de un asesino, no existe ninguna lógica ni ningún pensamiento racional. Él se encuentra completamente inmerso en un estado emocional que lo lleva a detentar el poder y disfruta tanto de ello que no piensa en otra cosa. Reduce a su víctima a una cosa, un objeto, algo que le sirve de ayuda para entrar en ese estado que se esfuerza por alcanzar. Para él es una forma de mitigar su angustia, al menos de forma momentánea.

– ¿Qué opinas del componente ritual, de que el asesinato fuera parte de un rito? -preguntó Wittberg.

– Una cosa no tiene por qué excluir la otra. Puede tratarse de un fanático que se dedica a algún tipo de práctica ritual vudú.

– ¿Y qué puede significar el hecho de que ella esté desnuda? -quiso saber Knutas.

– La desnudez indica que el crimen tiene un componente sexual, desde luego. Quizá, curiosidad, lo cual induce a pensar que es sexualmente inexperto. También cabe preguntarse qué ha hecho con la ropa, si no habrá detrás algún componente fetichista.

– Igual que con la sangre… ¿para qué demonios la quiere?

– Recoger la sangre derramada puede ser para él una manera de conservar los sentimientos positivos que obtiene. De la misma manera que un asesino en serie suele llevarse algo de sus víctimas, un mechón de pelo, ropa o cualquier otra cosa.

– ¿Un asesino en serie?

Karin parecía aterrada.

– Sí, eso es.

El gesto de Agneta Larsvik era grave.

– Lo primordial, por supuesto, es no aferrarse a ninguna idea preconcebida, pero deberemos tener en cuenta que este asesino puede volver a actuar.

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