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TOM NO DEBIÓ esperar mucho. Un muchacho, quizá de doce años, J- con brillante cabello rubio y vestido con una túnica azul, entró de sopetón al Thrall. Un pañuelo amarillo le rodeaba la cabeza. Giró sobre sí para dar una rápida mirada alrededor y entonces dio media vuelta y retrocedió, instando a alguien más a seguirlo.

– ¡Vamos!

Lo seguía una mujer que Tom reconoció como Rachelle. Ella usaba el mismo vestido rojo satinado pero ahora una banda amarilla le cubría un hombro.

La emoción de la escena fue tan inesperada y tan repentina, que Tom se quedó paralizado en las sombras de la esquina.

– ¿Lo ves, Johan? -preguntó Rachelle, mirando alrededor.

– No. Pero Michal dijo que estaría aquí. Quizá… Johan se detuvo al ver a Tom.

Rachelle se paró en medio del piso, mirando hacia el rincón desde donde Tom observaba.

– Hola -saludó Tom aclarando la garganta y dando un paso hacia la luz.

Rachelle lo miró, sin inmutarse. Por algunos segundos interminables pareció cesar todo movimiento. Sus ojos resplandecían con un vivo color jade, como una piscina de agua. Ella ya había alcanzado su pleno desarrollo, Pero era delgada. Poco más de veinte años. Tenía la piel bronceada y delicadamente lechosa.

Una sonrisa suave y tímida reemplazó poco a poco la atenta mirada de ella.

Eres muy grato de contemplar, Thomas -pronunció ella.

Tom tragó saliva. Esta clase de afirmación debía ser totalmente normal, pero debido a su amnesia, la sintió… ambiciosa. Atrevida. Maravillosa. Debía seguir el juego como Michal exigiera.

– Gracias. Igual tú. Eres muy…

Él debió hacer una pausa para respirar.

– …grata de contemplar. Audaz.

– ¿Audaz? -preguntó ella.

– Sí, te ves audazmente hermosa -corrigió Tom, sintiendo que se ruborizaba.

– ¡Audaz! -exclamó Rachelle, y miró a Johan-. ¿Oíste eso Johan? Thomas cree que soy audaz.

– Me gustas, Thomas -dijo Johan mirando de Rachelle a Tom, sonriendo.

Rachelle lo miró, asombrada, como una muchachita tímida, pero no estaba avergonzada, en lo más mínimo. ¿Se supone que él hiciera algo aquí?

Ella le ofreció la mano. Él alargó la suya para tomarla, pero, igual que antes, ella no la estrechó. Sin dejar de mirarlo a los ojos, suavemente le tocó los dedos con los suyos.

Él estaba tan impresionado por el toque que no se atrevió a hablar. Si lo hacía, sin duda farfullaría alguna bobada en vez de que le salieran palabras. La caricia se le extendió a Tom por la piel, sensual pero totalmente inocente a la vez.

El corazón de Tom le palpitaba ahora con fuerza, y por un breve instante se llenó de pánico. Ella le tocaba la mano y él se hallaba paralizado. ¿Era este el Gran Romance?

Él ni siquiera conocía a esta mujer.

De repente ella le agarró la mano entre las suyas y lo llevó hacia el portón.

– Rápido, ellos están esperando.

– ¿Ellos? ¿Quiénes?

– Es hora de comer -gritó Johan, de un tirón abrió el portón, subió y luego bajó corriendo los peldaños hacia dos hombres abajo en el sendero-. ¡Padre! Tenemos a Thomas Hunter. ¡Es una persona muy interesante!

Dos pensamientos hicieron sobresaltar a Tom ante ese comentar'0-

Uno, Rachelle aún le estaba tocando la mano. Dos, estas personas parecían no sentir vergüenza. Lo cual significaba que él no tenía vergüenza, porque era una de estas personas.

Rachelle le soltó la mano y bajó corriendo los escalones. El hombre al que Johan había llamado padre abrazó al muchacho y luego se volvió hacia Tom. Usaba una túnica que le colgaba por los muslos, con una amplia franja azul que le atravesaba el cuerpo desde el hombro derecho hasta la cadera izquierda. El dobladillo estaba tejido en complicados patrones cruzados con los mismos colores. Un cinturón de oro le rodeaba la cintura y sostenía una pequeña bolsa con agua.

Así que eres el visitante del otro lado -expresó, sujetando fuertemente el brazo de Tom, y halándolo hasta abrazarlo y darle una palmadita en la espalda-. Bienvenido. Me llamo Palus. Eres muy bienvenido para quedarte con mi familia.

Palus dio un paso atrás, frunció el entrecejo con ojos resplandecientes y complacidos.

– Bienvenido -repitió.

– Gracias. Eres muy amable -lo tuteó también Tom con una ligera inclinación de cabeza.

Palus retrocedió y giró el brazo hacia el otro hombre.

– Este es Miknas, el custodio del Thrall -manifestó con satisfacción-. Ha supervisado todas las danzas y celebraciones en el piso verde por más de cien años. ¡Miknas!

Miknas parecía como de cuarenta años, quizá treinta. Difícil calcularlo. ¿Qué edad tenía el primogénito, Tanis? Al momento, Tom desestimó la pregunta.

– Es un honor -dijo Tom.

– El honor es mío -enunció Miknas adelantándose y abrazando a Tom de igual manera que hizo Palus-. Casi nunca tenemos visitantes tan especiales. Eres muy bienvenido. Muy, muy bienvenido.

– Vamos, caminemos hasta nuestra casa -dijo Palus guiándolos por el Sendero.

Se detuvieron ante el arco de entrada azul zafiro de una casa cerca al allí y cada uno se turnó para despedirse de Miknas, deseándole una maravillosa cena. Palus los guió luego por varias filas de casas hasta una cabaña verde tan brillante como la hierba que la rodeaba, luego subió por la entrada y pasó una sólida puerta verde al interior de su abovedada vivienda.

Tom entró a la casa, esperando que allí, en tan íntimos alrededores, recordara la familiaridad de su pasado. La madera aquí en la casa tenía apariencia de estar cubierta con una resina suave y luminosa de varios centímetros de espesor. Los muebles estaban tallados de la misma madera. Algunas piezas resplandecían con un sólo color, y otras radiaban en arco iris con apariencia de agua. De toda la madera irradiaba luz. La luz no era refleja como él pensó al principio, sino que venía de la misma madera.

Increíble. Pero no familiar.

– Esta es Karyl, mi esposa -la presentó Palus, luego le informó a su esposa-. Rachelle le ha tocado la mano.

Tom sonrió torpemente a la madre de Rachelle, ansioso por evitar más discusión sobre el asunto.

– Usted tiene una casa maravillosa, señora.

– ¿Señora? Qué extraño. ¿Qué significa?

– ¿Ummm?

– Nunca antes había oído esta expresión. ¿Qué significa «señora»?

– Creo… creo que es una expresión de respeto. Como «amiga».

– ¿Usan esa expresión en su aldea?

– Tal vez. Creo que quizá.

Todos lo miraron en un momento de silencio, durante el cual sintió que había llamado terriblemente la atención.

– Aquí -dijo finalmente Karyl y fue hacia un recipiente en el cual metió una taza de madera-, invitamos con un sorbo de agua.

Ella le llevó la taza y él tomó un sorbo. El agua era fría a sus labios, pero la sintió tibia al pasar hasta el estómago, donde el calor se extendió. Inclino la cabeza y devolvió la taza.

– Gracias.

– Entonces debes comer con nosotros. Ven, ven.

Ella lo agarró del brazo y lo llevó a la mesa. En el centro había un tazón grande con frutas, y Tom reconoció los colores y las formas. Eran iguales * las que Gabil le diera antes.

Le sorprendió su repentina ansia por la fruta. Todos se habían sentad0

hora a la mesa, y él estaba consciente de que tenían las miradas fijas en él. Se obligó a dejar de mirar la fruta, y se encontró con los ojos de Rachelle.

Ustedes son muy amables de tenerme en su casa. Debo admitir que no estoy seguro de lo que debo hacer. ¿Les dijeron que perdí la memoria?

Michal mencionó eso, sí -contestó Palus.

– No te preocupes. Te enseñaré todo lo que necesitas saber -manifestó Rachelle, entonces agarró una fruta de color topacio y la mordió mirando a Tom a los ojos.

Ella masticó y levantó la fruta hasta los labios de él.

– Deberías comer el kirim -le dijo, mientras él mantenía la mirada fija en ella.

Tom titubeó. ¿Sería esto como el toque de manos?

– Adelante -ahora fue Karyl quien le instó.

Todos esperaron, mirándolo como si insistieran en que él probara la fruta. Hasta Johan esperó, mostrando expectativa en sus ojos sonrientes y centelleantes.

Tom se inclinó hacia adelante y mordió la fruta. Por la barbilla le recorrió jugo cuando sus dientes mordieron la cascara y pusieron la pulpa al descubierto. En el momento en que el néctar le tocó la lengua sintió que se extendía poder por su cuerpo como un narcótico, más intenso que la fruta que le diera Gabil antes.

– Agárrala -ordenó Rachelle.

El asió la fruta, rozándole al hacerlo los dedos a Rachelle. Ella dejó la mano extendida por un instante, luego agarró otra fruta. Los demás habían estirado las manos hacia el tazón y comían ansiosamente la fruta. No era un narcótico, desde luego, sino un regalo de Elyon, como Michal había explicado. Algo que traía placer, como todos los regalos de Elyon. Comida, agua, amor. Volar y zambullirse.

¿Volar y zambullirse? Había algo respecto de volar y zambullirse que le tocaba una fibra sensible. No sabía qué. Aún no.

Tom dio otro mordisco y les sonrió a sus anfitriones. Johan fue el primero en comenzar a reír, un trozo de pulpa amarilla aún se hallaba en su boca. Luego Palus se le unió en la risa, y en segundos se les unieron Rachelle v Karyl. Aun masticando lentamente, Tom recorrió la mirada alrededor de mesa' sorprendido por la extraña conducta de ellos. Su boca formó una tonta sonrisa, y posó la mirada en Johan. Él era uno de ellos; también debe, ría estar riendo. Y ahora que lo pensaba, quería reír.

Los hombros de Johan se estremecieron de forma incontrolable. Había echado la cabeza hacia atrás de modo que le sobresalía la barbilla, y la boca sonriente enfrentaba el cielorraso. Una risita nerviosa irrumpió de la garganta de Tom, y rápidamente se convirtió en una risotada. Luego empezó a reír de manera incontrolable, como si nunca antes hubiera reído, como si se hubieran liberado cien años de risa reprimida.

Johan se deslizó de su asiento y rodó por el piso, riendo histéricamente. La risa era tan fuerte que ninguno de ellos pudo terminar la fruta, y duró unos buenos diez minutos antes de que se contuvieran lo suficiente para volver a comer.

Tom se restregó las lágrimas de los ojos y dio otro mordisco a la fruta. Se le ocurrió la confusa idea de que debía estar flotando a través de un sueño. Que estaba en Denver teniendo un sueño increíble. Pero la dura superficie de la mesa le aseguró que este no era un sueño.

Sin duda la escena era surrealista: Sentado en un salón iluminado por colores dispersos que emanaban de madera resinada; viendo los tonos azules turquesa, azules lavanda y dorados suspendidos ligeramente en el aire; comiendo fruta extraña y deliciosa que lo hacía delirar; y riendo con sus nuevos amigos sin ningún otro motivo aparente que su sencilla alegría del momento.

Y ahora, sentado en silencio excepto por el ruido al comer la fruta, se sentía totalmente feliz sin pronunciar una palabra. Surrealista.

Pero muy real. Esta era la cena. Esto era consumo común de alimentos.

– Padre -enunció Johan, levantándose de su silla-, ¿podemos empezar ahora a cantar?

– A cantar. A danzar -declaró Palus con una sonrisa en el rostro.

Sin recoger la mesa, Karyl se levantó y se deslizó hasta el centro de' salón, donde rápidamente se le unieron Johan, Rachelle y Palus. Tom observaba, sintiéndose incómodo de pronto, inseguro de si se esperaba que $e levantara o que permaneciera sentado. A la familia pareció no importarla-así que se quedó sentado.

Notó por primera vez el pequeño pedestal en el centro del salón. Los cuatro unieron las manos alrededor de un tazón colocado sobre el pedestal. Levantaron las cabezas, empezaron a cantar suavemente, moviéndose con cuidado alrededor del pedestal en una danza sencilla.

En el momento en que las notas llegaron a sus oídos, Tom supo que estaba oyendo más que una simple tonada. La lastimera melodía, cantada en tonos bajos, hablaba más allá de sus notas.

La melodía aceleró y estalló en notas largas y sueltas que contenían una clase de armonía que Tom no lograba recordar. Su danza aumentó en intensidad… ellos parecían haberse olvidado por completo de él. Tom siguió sentado, cautivado por la gran emoción del momento, aturdido por la repentina pérdida de comprensión, sorprendido por el sentimiento de amor y amabilidad que le adormecía el pecho. Johan sonreía abiertamente al techo, exhibiendo sinceridad que parecía transportarlo mucho más allá de su edad. Y Palus parecía un niño.

Rachelle caminaba con gracia distinguida. Ningún movimiento de su cuerpo estaba fuera de lugar. Danzaba como si hubiera coreografiado la danza. Como si fluyera primero de ella y luego hacia los otros. Ella estaba absorta en inocente abandono al cántico.

Él quiso salir corriendo y unírseles, pero apenas logró moverse, mucho menos revolotear.

Luego cada uno cantó, pero cuando finalmente el joven Johan levantó la cabeza, sonriendo al techo, y abrió la boca en un solo, Tom supo al instante que se trataba del verdadero cantante aquí.

El primer tono fluyó de su garganta claro, puro, agudo y muy, muy tierno. Los tonos se elevaron por la octava, más y más alto hasta que Tom pensó que el salón se podría derretir con el canto de Johan.

Pero el muchacho cantó más alto, y aún más alto, haciendo que un frío le recorriera la columna vertebral de Tom. Ningún aliento desperdiciado capaba de los labios de Johan, ninguna fluctuación en tono, ninguna tensión de músculos en su cuello. Sólo tono natural giraba al antojo del muchacho.

Una pausa de un instante, y luego el tono comenzó de nuevo, esta vez en un bajo suntuoso y lento, meritorio del mejor artista. ¡Y sin embargo juntado por este muchacho. Los tonos inundaron el salón, haciendo temblar mesa a la cual Tom se aferró. Él contuvo el aliento y sintió que su mandíbula se le partía. La fascinante melodía le recorrió el cuerpo. Tom tragó saliva, tratando de contener el sentimiento que surgía de su pecho. En vez de eso sintió temblor en los hombros, y comenzó a llorar.

Johan siguió sonriendo y cantando. Su tono alcanzaba cada cavidad del corazón de Tom y retumbaba con verdad.

El canto y la danza debieron continuar hasta tarde en la noche, pero Tom nunca lo supo, porque se deslizó en un sueño agotado mientras ellos aún cantaban.

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