18

EL HOTEL Paradise era una posada infestada de pulgas y frecuentada por comerciantes callejeros. O por algún imbécil que respondía a la promesa por Internet de especiales de vacaciones exóticas con todo incluido. O en este caso, por el secuestrador que intenta desesperadamente hacer entender su punto de vista a una mujer francesa muy obstinada.

Monique los había obligado a actuar bajo coacción. De forma adecuada y repetida Kara expresaba su horror por lo que Tom había hecho. Él insistía en que esta era la única manera. Si la rica francesa petulante no quería preocuparse por mil millones de vidas, entonces no les quedaba más alternativa que persuadirla de que lo hiciera. Así es como parecía ser la persuasión en el mundo real.

Las antiguas y oxidadas puertas del ascensor en el estacionamiento subterráneo se abrieron chirriando. Kara fue hasta el auto alquilado llevando en la mano un gancho con la llave de un recién adquirido cuarto.

– Muy bien -decidió Tom, agitando ante Monique la 9-milímetros para alardear-. Vamos a subir, y lo hacemos en silencio. Cuando afirmé que no la iba a matar quise decir eso, pero sí le podría meter una bala en el dedo Pequeño del pie si se hace la muy exclusiva. ¿Está claro? La pistola estará en mi cinturón, pero eso no significa que usted pueda empezar a gritar. Monique lo miró, resaltando los músculos de la mandíbula.

– Tomaré su silencio como un coro de consentimiento. Vamos. Tom abrió la puerta de un empujón y le hizo señas de que se apeara. ¿Último piso? -le preguntó a Kara. Ultimo piso. No sé si puedo hacer esto, Tom.

– No estás haciendo esto. Lo hago yo. Soy quien tiene los sueños. Soy quien sabe lo que no debería saber. Soy el único a quien no le queda o, alternativa que hacer entrar en razón a esta mocosa malcriada.

– Usted no tiene que gritar.

Un vehículo entró al estacionamiento.

– Lo siento. Está bien, al ascensor -se disculpó él, presionó el botó del quinto piso y respiró con un poco de alivio cuando se cerraron las puertas corredizas.

– ¿Qué pasa de todos modos con usted francesa? ¿Están siempre lo, negocios por sobre salvar al mundo?

– ¿Dice esto el hombre con la pistola en mi espalda? -preguntó Monique-. Además, como usted puede ver, no vivo en Francia. Las políticas de ese país son desagradables para mi padre y yo.

– ¿De veras?

Ella no respondió. Tom no estaba seguro por qué le pareció sorprendente la revelación. El perfume de ella invadió rápidamente el pequeño del elevador. Un aroma a almizcle, a flores.

– Si usted coopera saldrá de aquí en media hora.

Ella tampoco respondió a eso.

No sorprende que las habitaciones no fueran tan magníficas como habrían hecho creer a viajeros desprevenidos. La alfombra anaranjada tornándose en café. Colchas floridas en dos camas dobles. Un tocador de mimbre, con costra bastante sucia para dejar agotada a una aspiradora. La televisión funcionaba, pero sólo en verde y sin sonido.

Tom llevó a Monique hacia la única silla del cuarto, un objeto endeble de madera, en el rincón más lejano y la hizo sentar en silencio. Puso la pis tola en el tocador al lado de él y se volvió a su hermana.

– Bien. Necesito que salgas de esta pocilga sin ser vista, encuentres a la policía, y exijas hablar con Jacques de Raison. Dile a la policía que escapaste-Diles que soy un demente o algo así. Te necesito libre de esto, ¿comprendes?

– Lo más inteligente que he oído en toda la mañana -opinó Kara, luego miró a Monique-. ¿Qué le debo decir al padre de ella?

– Dile lo que sabemos. Y si no acepta detener o retirar ese envío, dile que voy a empezar a disparar -dijo, y luego miró a Monique-. Sólo a los dedos meñiques, por supuesto. No me gusta hacer amenazas, pero usted entiende la situación.

– Sí. Entiendo perfectamente. Usted está loco de remate.

– ¿Ves? -exclamó él dirigiéndose a Kara-. Por eso es que necesitamos este plan de respaldo. Si ella no entra en sensatez, quizá su padre sí. Más importante aún. Te permite salir del atolladero. Asegúrate que está claro que estoy amenazando a su hija, no a ti.

– ¿Y dónde les digo que ustedes están?

– Diles que saltaste del auto. No tienes idea de dónde estamos.

– Esa es una mentira.

– Hay mucho en juego. Las mentiras serán perdonadas en este instante.

– Espero que sepas lo que haces. ¿Cómo sabré lo que está pasando?

– A través de Jacques. Estoy seguro de que aceptará recibir una llamada de su hija en caso de que debamos hacer contacto. Si necesitas ponerte en contacto conmigo, llama, pero asegúrate que sea seguro.

Ella fue hasta la mesita de noche, levantó el auricular y se lo llevó al oído, y lo bajó de nuevo, evidentemente satisfecha de que hubiera tono. Había vivido en el sudeste asiático mucho tiempo como para confiar tales asuntos al azar.

– Esto es una locura -manifestó ella, yendo hacia Tom y abrazándolo.

– Te quiero mucho, hermana.

– Yo también te quiero, hermano -aseguró ella, retrocedió, lanzó a Monique una última mirada, y se dirigió a la puerta.

– Buena suerte con ese cortejo -comentó, saliendo y cerrando suavemente la puerta detrás de ella.

– Sí, buena suerte con este cortejo -añadió Monique-. El inmutable macho estadounidense mostrando su fuerza bruta. ¿Se trata de eso?

Tom recogió la pistola, se inclinó en el tocador, y miró a su rehén. Sólo había una manera de hacer esto. Debía contarle todo. Al menos ahora ella tenía que escuchar.

– Es lo más lejos de mi mente, créame. La realidad del asunto es que atravesé de verdad el océano para hablar con usted, y estoy arriesgando realmente mi cuello para hacerlo. Usted preguntaría: ¿Por qué arriesgarse tanto Pata hablar con una francesa descortés? Porque a menos que yo esté tristemente equivocado, usted podría ser la única persona viva que me puede dar a impedir que ocurra algo horrible. Contrario a la impresión general que pude haberle dado, en realidad soy un tipo muy decente. Y debajo de la feroz determinación que usted quiere mostrar, creo posible que sea un,, muchacha muy decente. Sólo quiero hablar, y que usted me oiga. Estoy muy cansado y muy desesperado, así que espero que no haga esto más difícil de lo que debe ser. ¿Es demasiado pedir?

– No. Pero si usted espera que yo estafe a los miles de accionistas que han confiado en esta compañía, se desilusionará. No extenderé un malicioso rumor sólo porque usted afirma que me disparará a los dedos meñiques de! pie si no lo hago. Como es de suponer, usted ha sido contratado por uno dc nuestros competidores. Esta es alguna ridícula maquinación contra Farmacéutica Raison. ¿Qué diablos lo convencería a usted de que esto no tiene ningún sentido?

Tom se levantó, fue hasta la ventana, miró hacia afuera. La calle bullía con miles de tailandeses típicos totalmente ajenos al drama que se desarrollaba cinco pisos por encima de ellos.

– Un sueño -comenzó diciendo; luego la miró-. Un sueño que es real.


***

CARLOS MISSIRIAN esperó pacientemente en el Mercedes al otro lado de la calle del Hotel Paradise. En unas horas más oscurecería. Entonces haría su jugada.

Un vendedor de pinchos indonesios pasó al auto empujando su carretita. Carlos presionó un botón en la puerta y observó cómo descendía la ventanilla ahumada. Aire caliente entró en grandes cantidades al frío auto. Sacó dos monedas de cinco bahts. El vendedor se apresuró con una pequeña bandeja de carne en pinchos, agarró las monedas, y le pasó los pinchos. Carlos subió la ventanilla y sacó del pincho un trozo de carne caliente muy condimentada usando los dientes. El sabor era estimulante.

A menudo su padre le había dicho que los buenos planes son inútiles sin la adecuada ejecución. Y la adecuada ejecución dependía más del momento perfecto que de cualquier otro factor. ¿Cuántas conspiraciones terroristas habían fracasado miserablemente debido al momento equivocado? La mayoría.

A él lo agarró desprevenido la aparición del estadounidense en la conferencia de prensa. Thomas Hunter, un maniático de apariencia desesperad que había presenciado la reunión desde un asiento dos filas más allá del suyo. Las intenciones de Carlos habían sido acercarse a la mujer Raison después de la conferencia y sugerir una entrevista usando credenciales falsas que [e quitó a un contacto de Prensa Asociada. De fallar eso habría tomado medidas más directas, pero mucho tiempo atrás había aprendido que por lo general el mejor plan era el más obvio.

Había dado varios pasos hacia el estrado cuando el estadounidense se abrió paso a empujones y logró su increíble proeza. ¿Qué manera más obvia de tratar con una adversaria que ir resueltamente hacia ella, robar un arma y secuestrarla a plena luz del día frente a la mitad de la prensa del mundo? El complot había funcionado de forma sorprendente. Aún más sorprendente, habían escapado. Si por hábito Carlos no hubiera estacionado su auto para una rápida salida, también a él se le pudieron haber escapado.

El hecho de que el estadounidense fuera capaz de tanto tenía su propio significado. Significaba que los CDC no le habían prestado ninguna atención. Esto era bueno. Significaba que el hombre tenía un nivel de confianza muy, pero muy, alto en su supuesto sueño. Esto también era bueno. Significaba que el estadounidense pretendía obligar a Farmacéutica Raison a sacar el medicamento. Esto no era bueno.

Pero eso podría cambiar pronto.

Él había seguido al Toyota verde aquí, hasta el Hotel Paradise. Los noticieros estaban convirtiendo el secuestro en una historia importantísima. La noticia ya había alcanzado las conexiones estadounidenses. Los investigadores policíacos en Bangkok estaban muy ocupados coordinando una desesperada búsqueda, pero nadie tenía idea de dónde se había metido el desquiciado estadounidense.

Excepto Carlos, desde luego.

Se puso el pincho entre los dientes y deslizó del palillo otro pedazo. El estadounidense le estaba haciendo su trabajo. Amablemente había aislado a Monique de Raison en un cuarto de hotel. La rubia seguidora de Thomas había salido a pie una hora antes. Esto molestó algo a Carlos, pero los otros aún estaban dentro. Él estaba seguro de eso. Desde su posición tenía una vista total de cada salida menos de un escape de emergencia en el callejón, Cual había descubierto y posteriormente inutilizado.

Ea situación había caído a la perfección en sus manos. Cuan conveniente que pudiera tratar con los dos al mismo tiempo. Ahora sólo era cuestión d, tiempo.

Carlos se miró en el espejo retrovisor, se quitó un sucio de la cicatriz de la barbilla, y se recostó con una respiración larga y satisfactoria. Tiempo.


***

MONIQUE OBSERVÓ caminar a Thomas y se preguntó si había alguna posibilidad, por improbable que sea, de que el cuento que él le había dado por las dos últimas horas fuera algo más que una estupidez. Siempre había esa posibilidad, por supuesto. Ella se había dedicado a la búsqueda de nuevos medicamentos imposibles precisamente porque no creía en los imposibles, a menos que se probaran de manera matemática. Técnicamente hablando, la historia podría ser verdadera.

Pero entonces, técnicamente hablando, la historia de él era una estupidez, como solían decir los estadounidenses.

Él se había quedado en silencio en los últimos cinco minutos, andando de un lado a otro con la pistola colgándole de los dedos. Ella se preguntó si él habría usado una pistola alguna vez antes. Al principio supuso que sí, a juzgar por cómo la manejaba. Pero ahora, después de oírlo, ella dudó.

La unidad de aire acondicionado repiqueteaba ruidosamente, pero no producía nada más que aire caliente. Los dos estaban empapados en sudor. Ella se había quitado la chaqueta hacía más de una hora.

Si Monique no hubiera estado tan furiosa con el hombre por toda esta ridiculez, podría tenerle lástima. Sinceramente, se compadecía de él de todos modos. Él era totalmente sincero, lo cual significaba que debía estar mal de la cabeza. Quizá demente. Lo cual significaba que, aunque no daba señales de ser capaz de dispararle a los dedos de los pies, muy bien podría ser de los que reaccionaban súbitamente y decapitaban a sus víctimas o hacían alguna otra cosa horrible.

Ella debía hallar la manera de entender cualquier motivo que él pudiera tener.

– Thomas, ¿podemos hablar en mi nivel por un momento? -pregunt0 Monique, tomando una profunda aspiración de aire viciado.


NEGRO175


– ¿Qué cree usted que he estado tratando de hacer durante las dos últimas horas?

– Usted ha estado hablando en su nivel. Eso podría tener perfecto sentido para usted pero no para mí. No estamos logrando nada, escondidos en esta sofocante habitación. Lo más probable es que la vacuna esté volando ahora, y dentro de cuarenta y ocho horas estará en manos de cien hospitales en todo el mundo. Si usted tiene razón, sólo estamos perdiendo tiempo sentados aquí.

– ¿Está diciendo que retirará los envíos?

Ella había considerado cien veces mentirle, pero su indignación le impedía hacer eso. El de todos modos no le creería.

– ¿Me creería si le dijera que sí? -quiso saber ella.

– Le creería si hiciéramos juntos la llamada. Una llamada al New York Times de parte de Monique de Raison conseguiría mucho.

– Usted sabe que no puedo hacer eso -contestó ella suspirando.

No estaban llegando a ninguna parte. Ella debía ganarse su confianza. Negociar un acuerdo a este callejón sin salida.

– Pero si realmente le creyera, así sería. Usted entiende mi aprieto, ¿verdad?

Él no contestó, lo cual ya era suficiente respuesta. Ella siguió presionando.

– ¿Sabe? Me crié en un viñedo al sur de Francia. Mucho más frío que aquí, me alegra decirlo -confesó ella sonriendo, por el bien de él-. Venimos de una familia pobre, mi madre y yo. Ella era una empleada en nuestros viñedos. ¿Sabía usted que mi familia solía hacer vino, no drogas? El solamente la miró.

– No conocí a mi padre biológico; él se fue cuando yo tenía tres años. Jacques era uno de los hijos Raison. Se enamoró de mi madre cuando yo tenía diez. Mi madre murió cuando yo tenía doce. Eso fue hace catorce años. Desde entonces hemos evolucionado mucho, papá y yo. ¿Sabe usted estudié en la Facultad de Medicina de la UCLA? ¿Por qué me está diciendo todo esto? Estoy conversando.

– No tenemos tiempo para conversar -expresó Tom-. ¿No me ha echado usted?

– Sí. Lo escuché -contestó ella lo más tranquila posible-. Pero usted no ha estado hablando en mi nivel. ¿Recuerda? Le estoy contando quién soy para que pueda dirigirse a mí como una persona real, viva, una mujer que está confundida y un poco asustada por todas sus payasadas.

– No sé cómo puedo ser más claro. O usted me cree, o no. No me cree Así que tenemos un problema -consideró él, levantando una mano-. No me malinterprete, me encantaría sentarme y charlar respecto de cómo nos abandonaron nuestros padres. Pero no ahora, por favor. Tenemos asuntos más urgentes en nuestras manos.

– ¿Lo abandonó su padre?

– Sí -contestó él, bajando la mano.

– Qué triste.

Ella estaba progresando. No mucho, pero algo.

– ¿Qué edad tenía?

– Dieciséis. Vivíamos en Filipinas. Allí me crié. Él era capellán.

La revelación proyectaba una nueva luz en Thomas. Un mocoso del ejército. Hijo de un capellán, nada menos. Con base en Filipinas. Ella hablaba algo de tagalog.

– Saan ka nakatira? ¿Dónde vivía usted?

– Nakatira ako sa Maynila. Vivía en Manila.

Se miraron por un largo instante. El rostro de él se suavizó.

– Esto no funcionará -enunció él.

Ella se enderezó. ¿Estaba él viniéndose abajo tan rápido?

– ¿Qué quiere decir? -preguntó ella.

– Me refiero a esta cháchara psicológica suya. No funcionará.

– Esto…

¿Estaba él obligándola a venirse abajo?

– ¡Cómo se atreve a reducir mi infancia a simple cháchara psicológica ¿Quiere hablar conmigo? ¡Entonces hábleme como a un ser humano, no como a una ficha de negociación!

– Por supuesto. Usted es una mujer asustada, temblando bajo la mano de su horrible captor, ¿correcto? Es la pobre niñita abandonada en necesidad desesperada de un héroe. En todo caso, soy el pobre perdedor abandonado que fue a parar en un aprieto desesperado. ¡Míreme! -exclamó, alargando los brazos-. Estoy indefenso. Tengo la pistola, pero esta también podría muy bien ser suya. Usted sabe que yo no la tocaría. Por tanto, ¿qué amenaza represento? Ninguna. ¡Esto es absurdo!

Bueno, usted lo dijo, no yo. Usted habla de murciélagos negros, bosques coloridos e historias ancestrales como si creyera realmente toda esa estupidez. Yo tengo un doctorado en química. ¿Cree usted de verdad que algún sueño absurdo me pondría a temblar de rodillas?

– ¡Sí! -gritó él-. ¡Eso es exactamente lo que espero! ¡Esos murciélagos negros saben su nombre!

Al oírlo hablar de ese modo le recorrió un frío por el estómago. Él la miró, dejó la pistola sobre el tocador, y se quitó la camiseta por sobre la cabeza.

– ¡Hace calor aquí! -exclamó él, tiró la camiseta al suelo, volvió a agarrar la pistola y se fue a la ventana.

Su espalda era fuerte. Más fuerte de lo que ella habría supuesto. Brillaba por el sudor. Una larga cicatriz le recorría sobre el omoplato izquierdo. Usaba shorts a cuadros azules debajo de sus jeans… la etiqueta en la pretina elástica decía Oíd Navy.

Monique había pensado atacarlo antes de que él le contara que era la imagen borrosa en las secuencias de seguridad fumadas ayer en el portón. Al mirarlo ahora, incluso de espalda, se alegró de haber rechazado la idea.

– Hábleme de la vacuna -pidió repentinamente Tom soltando la cortina y volviéndose.

– Ya lo hice.

– No, más -exigió, de pronto muy entusiasmado-. Cuénteme más.

– No tendría ningún sentido para usted, a menos que entienda de vacunas.

– Sígame la corriente.

Está bien -concordó ella, suspirando-. La llamamos vacuna ADN, Pero en realidad es un virus creado. Por eso… ¿Es un virus su vacuna? -exigió saber él.

Técnicamente, sí. Un virus que inmuniza al portador al alterarle el contra otros ciertos virus. Piense en un virus como un diminuto robot que secuestra su célula anfitriona y le modifica el ADN, generalmente en manera que termina desgarrando esa célula. Hemos aprendido a convertir estos gérmenes en agentes que actúan a nuestro favor y no en contra.

Son muy diminutos, muy resistentes, y se pueden extender con mucha rapidez… en este caso, a través del aire.

– Pero es un virus real.

Él estaba reaccionando como muchos reaccionaban a esta sencilla revelación. La idea de que un virus se podría utilizar para beneficio de la humanidad era un concepto extraño para la mayoría.

– Sí. Pero también es una vacuna, aunque diferente de las vacunas tradicionales, las cuales por lo general se basan en variedades más débiles de un organismo realmente enfermo. En todo caso, son bastante resistentes, per0 mueren bajo condiciones adversas. Como el calor.

– Pero pueden mutar.

– Todo virus puede mutar. Pero ninguna de las mutaciones en nuestras pruebas ha sobrevivido más allá de una generación o dos. Mueren de inmediato. Y eso en condiciones favorables. Bajo calor intenso…

– Olvídese del calor. Hábleme de algo que posiblemente nadie sepa – ordenó él, luego levantó la mano-. No, espere. No me diga.

Él se fue hacia la cama y volvió. La enfrentó. La pistola se había vuelto una extensión de su brazo; la agitaba como batuta de un director de orquesta.

– ¿Le importaría observar dónde apunta con esa cosa? -preguntó ella.

Él miró la pistola y luego la tiró sobre la cama. Levantó las manos.

– Nueva estrategia -informó-. Si le demuestro que todo lo que le he dicho es verdad, que su vacuna mutará realmente en algo mortífero, ¿llamará usted?

– ¿Cómo probaría…?

– Sólo contésteme. ¿Llamaría y destruiría la vacuna?

– Por supuesto.

– ¿Lo jura?

– No hay manera de probarlo.

– Pero ¿y si? Si, Monique.

– ¡Sí! -gritó, él la estaba poniendo nerviosa-. Dije que lo haría-diferencia de algunas personas, no miento por hábito.

Él hizo caso omiso a la indirecta, y ella se arrepintió de haberla sugerido.

– Está bien -expresó él, esbozando una sonrisa forzada en los labios-. He aquí lo que vamos a hacer. Voy a dormir y a conseguir alguna información que no tenga forma de saber, y luego despertaré y se la daré.

Los ojos de él brillaban, pero ella no captó la brillantez del plan.

– Eso es absurdo -contestó ella.

– Ese es el punto. Usted cree que es absurdo porque no me cree. Por eso es que cuando despierte y le diga algo que no pueda saber, ¡usted me creerá! No puedo creer que no haya pensado en esto antes.

Él creía realmente que podía entrar en este mundo suyo de sueños, descubrir información verdadera de las historias, y volver para hablarle a ella al respecto. De veras que estaba loco de remate.

Por otra parte, si él dormía, ella podría…

– Bueno. Está bien. A dormir entonces.

– ¿Ve? Tiene sentido, ¿de acuerdo? ¿Qué clase de información debo averiguar?

– ¿Qué?

– ¿Qué podría conseguir que la persuada? Ella pensó al respecto. Ridículo.

– La cantidad de pares base de nucleótidos que tratan específicamente con el VIH en mi vacuna -requirió ella.

– Cantidad de pares base de nucleótidos. Muy bien. Deme algo más, en caso de que no pueda conseguir eso. Quizá las historias no hayan registrado algo así de específico.

Ella no pudo contener un poco de asombro ante el entusiasmo que él mostraba. Era como negociar con uno de los niños salidos de Narnia.

– La fecha de nacimiento de mi padre. Ellos tendrían el año de su nacimiento, ¿verdad? ¿Sabe usted cuál es?

– No, no lo sé. Y puedo volver con más que sólo su fecha de nacimiento.

– Si usted quiere -dijo él agarrando la pistola y volviendo a ir hasta la ventana.

– ¿Qué se la pasa mirando?

– Hay un auto blanco en la calle que no se ha movido en las últimas horas. Solo reviso. Está oscureciendo.

El giró.

– Bien. ¿Cómo lo haremos? Dormiré sobre la cama.

– ¿Cuánto tiempo tomará esto?

– Media hora. Usted me despierta media hora después de que me quede dormido. Eso es todo lo que necesito. No hay correlación entre e| tiempo aquí y el tiempo allá.

Fue hasta la cama y se sentó, haló el cubrecama y arrancó la sábana.

– ¿Qué está haciendo?

– Sencillamente no puedo dejar que usted ande por ahí mientras duermo -informó él rasgando la sábana en dos-. Lo siento, pero tengo que atarla.

– ¡No se atreva! -exclamó ella poniéndose de pie.

– ¿Qué quiere decir con «no se atreva»? Soy yo quien tiene aquí la pistola, y usted es mi prisionera, en caso de que lo olvide. La amarro, y si grita pidiendo ayuda, despertaré y le dispararé en los dedos del pie.

Él era intolerable.

– ¿Me va a dejar sentada aquí mientras se queda dormido? ¿Cómo lo despierto si me tiene amarrada?

El agarró una de las almohadas y la tiró sobre el aire acondicionado.

– Me lanza esta almohada. Muévase hacia el aire acondicionado.

– ¿Me va a amarrar al aire acondicionado?

– Me parece bastante firme. La barra de sostén la detendrá. ¿Tiene usted una idea mejor?

– ¿Y cómo le lanzaré la almohada con las manos atadas?

– Buen punto -contestó él después de pensar un poco-. Bueno. la amarraré de modo que pueda alcanzar la cama con el pie. Usted patea la cama hasta que yo despierte. No grite.

Ella lo miró. Luego miró el aire acondicionado.

– No pensé en eso. Apúrese. Mientras más pronto me quede dormid más pronto saldremos de esto -ordenó él agitando la pistola-. Muévanse.

Tardó cinco minutos en hacer pedazos las mitades de sábana y formó una pequeña cuerda. Hizo que ella se tendiera de espaldas para medir la estancia hasta la cama. Satisfecho de que pudiera alcanzarla, le ató las manos detrás de la espalda. No sólo las manos sino también los dedos, de modo que no pudiera moverlos para desatar algo; y los pies, a fin de que no pudiera parar.

Trabajó en ella rápidamente, indiferente de que su torso sudado le 01 chara la blusa de seda. Todo el asunto era terriblemente absurdo. Pero claro que él no pensaba así. El correteaba alrededor como un ratón con una misión.

Cuando terminó, se puso de pie, admiró su obra, llevó la pistola a la cama, y se dejó caer de espalda, tendido como un águila. Cerró los ojos.

– No puedo creer esta estupidez -musitó ella.

– Silencio. Estoy tratando de dormir aquí. ¿Tendré que amordazarla? -amenazó irguiéndose, se quitó las botas.

¡Los dientes! Ella podría romper las cuerdas de tela con los dientes.

– ¿Cree usted de veras que podrá dormirse así no más? Quiero decir, me quedaré quieta, lo prometo, pero ¿no es esto un poco ridículo?

– Creo que usted ya está clara en ese punto. Y en realidad no sé si pueda dormirme o no. Pero estoy a punto de caer del agotamiento así no más, por lo que creo que hay una buena posibilidad.

Él se volvió a acostar y cerró los ojos.

– Tal vez yo le podría cantar una canción de cuna -se oyó decir Monique; eso fue algo sorprendente de decir en un momento como este.

– ¿Canta usted? -preguntó él girando la cabeza y mirándola, sentada contra la pared debajo del aire acondicionado.

Ella giró la cabeza y miró hacia la pared.

Pasaron cinco minutos antes de que ella volviera a mirar en dirección a él. Tom yacía exactamente como lo había visto la última vez, el pecho desnudo se le henchía y le bajaba rítmicamente, los brazos a lado y lado. Muy bien formado. Cabello oscuro. Una criatura hermosa. Totalmente desquiciado.

– ¿Estaría dormido?

¿Thomas? -susurró ella. Él se sentó, bajó de la cama y agarró un pedazo de la sábana.

¿Y ahora? -cuestionó ella. ~~Lo siento, pero tengo que amordazarla. ~-¡Yo no estaba hablando!

No, pero podría tratar de morder la cuerda. Lo siento, de veras. No puedo dormir a menos que esté totalmente seguro, usted entiende, y creo que una mandíbula fuerte podría romper esta cosa.

Le envolvió la tira alrededor de la boca y la ató detrás de la cabeza. Ella no se molestó en protestar.

– No es que crea que usted no tiene una mandíbula fuerte. No quise decir algo así. En realidad me gusta el tono de su voz.

Él se irguió, se fue a la cama y se dejó caer de espaldas.

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