17

POR SUPUESTO que ella me gusta -indicó Tom. Había dormido la mitad de la noche, pero se sentía como si estuviera aquí sobre nubes.

Kara lo miró al otro lado de la mesa de hierro forjado.

– Creo a ciencia cierta querido hermano que esa hermosa cabeza se está engañando. Que yo sepa, hacer un guiño significa «vete a pasear».

Estaban sentados en la cafetería al lado del recinto donde Farmacéutica Raison haría su gran anuncio tan pronto como llegara el séquito. El patio principal estaba abarrotado con docenas de periodistas y funcionarios locales en espera de esta memorable ocasión. Se pensaría que estaban recibiendo al presidente. Cualquier cosa era una excusa en el sudeste asiático para una ceremonia. A Tom le sorprendió que no tuvieran una cinta para cortar. Cualquier excusa para cortar una cinta.

Él examinó la multitud por centésima vez, volviendo a considerar sus opciones. Comunicarse con Monique de Raison no debería ser problema. Convencerla de que ordene pruebas adicionales de la droga tampoco parecía irrazonable. El verdadero reto sería el momento. Comunicarse con Monique antes del anuncio de ser posible; convencerla de hacer más pruebas antes de distribuirla.

– Tengo un mal presagio de esto -confesó Tom; se sentía como una suela gastada de cuero. Le dolían los ojos y le vibraban las sienes.

– ¿Seguro que estás bien? -le preguntó Kara-. Sé que has insistido toda la mañana en que estás en excelente estado, pero en realidad te ves horrible.

– Estoy cansado, eso es todo. Tan pronto como tratemos con esto doraré toda una semana.

– Tal vez no.

– ¿A qué te refieres?

– Me refiero a los sueños. Son reales, ¿recuerdas? Quizá no estés teniendo ningún descanso porque no estás descansando.

– Porque cuando duermo allá, despierto aquí y viceversa.

– Piensa en eso -insinuó Kara-. Estás cansado en ambos lugares. Te acabas de quedar dormido en la colina mirando hacia el valle mientras piensas en el Gran Romance.

– No, estaba pensando en volver al bosque negro a instancias de mi hermana.

Tom oyó un alboroto en la entrada principal. El equipaje de un huésped se había caído de un carrito, y varios botones lo recogían desesperadamente.

– Tienes razón en que estoy muy cansado allá. Me la paso quedándome dormido. Eso es lo único similar. Todo lo demás es diferente. Uso ropa distinta, hablo de forma distinta…

– ¿Cómo hablas?

– Más como ellos. ¿Sabes? Con elocuencia y romanticismo. Como hace cien años.

– Encantador -opinó ella sonriendo.

– Deberías estar sorprendida.

– Oh, hermano.

– Sé que parece sensiblería -señaló Tom, sintiendo un cálido rubor en el rostro-, pero las cosas simplemente son distintas allá.

– Está claro. Lo importante es que no puedes seguir así. Estás agotado, nervioso, sudando y mordiéndote las uñas. Tienes que descansar.

– Desde luego que estoy sudando -se defendió Tom, quitándose el dedo de la boca-. Hace calor.

– No aquí adentro.

Tom pensó seriamente por primera vez en su condición física. ¿Y si ella tenía razón y él no estuviera durmiendo realmente en absoluto? Por instinto se pasó los dedos por los rizos negros intentando ponerlos en orden. Ayudaba que su estilo de peinado fuera un poco de vanguardia, o «desordenado», como afirmaba Kara. El usaba jeans Lucky, botas negras muy livianas y camiseta negra, metida ante la insistencia de Kara dada la ocasión. La camiseta tenía una inscripción en letras blancas alocadas:

Debo encontrarme a mí mismo. Si vuelvo antes de que regrese, mantenme aquí por favor.

– Tal vez sí esté durmiendo, pero mi mente está tan activa que no logro tener un buen descanso -consideró él.

– De repente la multitud salió en tropel hacia el recinto.

– ¡Ella está aquí! -exclamó Tom levantándose y aventando la silla.

– ¿Mencioné los nervios de punta? -inquirió Kara-. Tranquilo y sereno, Thomas. Tranquilo y sereno.

– Él levantó la silla y luego salió corriendo hacia la entrada con Kara instándole que tuviera calma.

– Toma las cosas con más calma.

Él no tomaba las cosas con más calma.

La puerta se abrió y dos hombres rudos vestidos de negro entraron al sitio de recepción. Tatuajes tailandeses sak les marcaban los antebrazos. Básicamente había dos variedades de tatuajes en Tailandia: Los diseños kbawm supuestamente invocan el poder del amor, y los diseños sak invocan el poder contra la muerte. Estos eran de los últimos, usados por hombres en tipos de trabajo peligrosos. Claramente seguridad. No es que le importara a Tom… él no estaba planeando saltar sobre la mujer. Los ojos de ellos recorrieron rápidamente el salón.

Dos cuerdas rojas tendidas a través de postes dorados formaban una senda temporal hacia el recinto. Los hombres bloquearon el espacio entre el último poste y la entrada, empujaron las puertas, y extendieron los brazos para guiar a su jefa.

El rostro firme y confiado de la mujer que entró al vestíbulo del Sheraton Grande Sukhumvit llamaba la atención. Usaba zapatos altos azul rnanno de apariencia costosa, sin medias nylon. Pantorrillas esculpidas. Falda color azul marino y blazer con blusa de seda blanca. Collar de oro con un insignificante pendiente que vagamente parecía un delfín. Ojos azules centelleantes. Cabello negro sobre los hombros.

Monique de Raison.

– ¡Caramba, caramba! -exclamó Kara.

Destellaron las luces de las cámaras fotográficas. La mayoría de invitados esperaba en el recinto, donde se había instalado un estrado entre una virtual selva de exóticas plantas florecidas. Monique recorrió el salón con una mirada y luego se dirigió con energía hacia el estrado. Tom sesgó hacia las cuerdas.

– ¡Perdón!

No lo oían hablar. Y ella caminaba muy rápido.

– Perdón, Monique de Raison -dijo Tom, apresurándose a interceptarlos.

– ¡Tom! ¡Estás gritando! -le susurró Kara.

Monique y sus matones de seguridad no le hicieron caso. Detrás de los tres, un séquito de empleados de Farmacéutica Raison entraba al vestíbulo.

– Perdón, ¿es usted sorda? -quiso saber él; gritó.

Esta vez los hombres de seguridad se volvieron a mirar en dirección a Tom. Monique giró la cabeza y lo fulminó con una mirada. Era claro que no le impresionaba ver a un estadounidense pavoneándose vestido con camiseta y jeans. Ella desvió la mirada y siguió adelante como si sólo hubiera visto a un perro curioso en la calle.

Tom sintió que se le aceleraba el pulso.

– Soy de los Centros para el Control de Enfermedades. Perdí mi equipaje y no tengo la ropa adecuada. Tengo que hablar con usted antes de que haga su anuncio.

Ahora no gritó, pero su voz era bastante alta.

Monique se detuvo. Los de seguridad se pusieron a cada lado, mirando como dos dóberman a punto de atacar. Ella enfrentó a Tom a tres metros. Sus ojos se fijaron en la inscripción en el pecho de él. Quizá debió haber usado la camisa al revés. Kara se le puso a su lado.

– Esta es mi asistente, Kara Hunter, mi nombre es Thomas -expreso él dando un paso adelante, y el guardia a la derecha de ella inmediatamente se movió al frente como precaución-. Sólo necesito un minuto.

– No tengo un minuto -contestó Monique; su voz era suave y baja, y tenía un ligero acento francés.

– No creo que usted entienda. Hay un problema con la vacuna.

Tom supo antes de que la última palabra saliera de su boca que había dicho algo equivocado. Cualquier insinuación o cualquier promoción de alguna sugerencia como esa serían veneno para el valor de las acciones de Farmacéutica Raison.

– ¡No me diga!

No había manera de echarse atrás ahora.

– Sí. A menos que quiera que lo revele aquí, frente a todos ellos, le sugiero que saque un momento, sólo un momento muy corto, y hable conmigo.

La confianza de Tom aumentó. ¿Qué podría ella decir a eso?

– Después -contestó ella girando sobre los talones.

– ¡Oiga! -exclamó él, dando un paso largo en dirección a ella.

El tipo de seguridad más cerca levantó una mano. A Tom se le medio ocurrió enfrentarlo exactamente aquí y ahora. El hombre le doblaba la talla, pero últimamente él había aprendido nuevas habilidades.

– Después resultará -le dijo Kara agarrándolo del brazo.

El séquito se acercaba con miradas curiosas. Tom se preguntó si alguien lo reconocería del incidente de ayer en el portón. Sin duda las cámaras de seguridad habían grabado todo el asunto.

– Está bien, después. Intenta mantener la cabeza agachada. Alguien podría reconocernos.

– Ese es exactamente mi punto. Ya hablamos al respecto, ¿recuerdas? Nada de escenas. No vine a Bangkok a que me metieran en la cárcel.


***

EL ANUNCIO fue sorpresivamente corto y conciso. Monique lo hizo con toda la desenvoltura de un político experimentado. Farmacéutica Raison había completado el desarrollo de una nueva súper vacuna de transmisión via aérea creada para inocular nueve virus principales, entre ellos SARS y VIH. Esto fue seguido por una interminable lista de detalles para la comunidad mundial de salud. Ni una sola vez miró en dirección a Tom. Ella esperó hasta el final para soltar la bomba.

Aunque la compañía esperaba la aprobación de la FDA en Estados Unidos, los gobiernos de siete países en África y tres en Asia ya habían hecho Peídos de la vacuna, y la Organización Mundial de la Salud había dado su consentimiento después de recibir garantías de que la vacuna no se extenderá espontáneamente más allá de una región geográfica específica, debido a acciones creadas que acortaban la vida de la vacuna. El primer pedido se entregaría a Sudáfrica dentro de veinticuatro horas.

– Ahora me encantaría contestar algunas preguntas.

La mente funciona de maneras extrañas. La de Tom había funcionado en las más extrañas de las maneras en los últimos días. Entrando y saliendo de realidades, cruzando océanos, despertando y durmiendo en sobresaltos Pero con la afirmación final de Monique de Raison todo entraba en un enfoque simple.

Había una vacuna Raison, esta mutaría en un virus que haría parecer al SARS como un caso de hipo. Ahora la estaban enviando a Sudáfrica. Él Thomas Hunter de Denver, Colorado, y Kara Hunter del mismo sitio eran las únicas personas sobre la faz de la tierra que sabían esto.

Hasta este instante todo había parecido de alguna manera como un sueño. Ahora era tangible. Ahora él estaba mirando a Monique de Raison y oyéndola decirle al mundo que cajas del medicamento que mataría a millones estaban empacadas y listas para enviarse. Quizá ya se habían enviado. Tal vez ahora estaban en la parte trasera de algún avión, calentándose bajo el ardiente sol. Mutando.

La recapitulación de su apuro lo sacó de su silla.

– Thomas.

– ¿Oíste eso?

– Siéntate.

Ella lo haló por el brazo. Los reporteros estaban haciendo preguntas. Seguían resplandeciendo las luces de las cámaras fotográficas.

– Tenemos que detener ese envío.

– Ella afirmó que hablaría con nosotros después -insistió Kara entre dientes-. Unos pocos minutos más.

– ¿Y si ella no hace caso? -preguntó él.

– Entonces intentamos otra vez con las autoridades. ¿Correcto?

Él había pensado en la posibilidad de que Monique fuera una persona serena y que se burlara, pero al oírla parecía demasiado inteligente. Él en realidad no había pensado en nada más que en la disposición de cooperar que ella mostrara. Así es como pasaba en los sueños. Finalmente todo salía realmente bien. O despertaba.

De repente él no estuvo seguro de ninguna de las dos cosas.

– ¿Correcto, Thomas?

– Correcto.

– ¿Qué significa eso? -cuestionó ella.

– Significa correcto.

– No me gusta la manera como dijiste…

Algunos aplausos se levantaron por el salón. Tom se puso de pie. Monique había terminado. La música se hizo más fuerte. Todo había acabado.

– Vamos -indicó él dirigiéndose al frente, la mirada fija en Monique, quien ordenaba papeles en el estrado. Una cuerda alineada con tres hombres de seguridad separaba ahora la plataforma de la audiencia que se dispersaba. Varios periodistas dieron de inmediato media vuelta mientras ellos se acercaron a la plataforma.

Monique captó la mirada de Tom, miró hacia otro lado como si no la hubiera notado, y se dirigió a la derecha del escenario.

– ¡Monique de Raison! -gritó Tom-. Un momento, si no le importa.

Se volvieron cabezas y cesó el alboroto.

Aquí volvían ellos. Tom caminó directo hacia ella. Un guardia se atravesó para interceptar.

– Está bien, Lawrence. Hablaré con ellos -expresó ella en voz baja.

Tom miró al hombre. Ellos usaban pistolas, y este la tenía en la cintura. Tom subió al escenario, ayudó a Kara a subir, y fue hasta donde Monique se había detenido. Él no tenía duda de que si no hubiera hecho una escena, ella ya estaría en la limosina. Como solía decir su maestro de artes marciales, no había mejor manera de desarmar a un adversario que con un elemento de sorpresa. No necesariamente por medio de oportunidad como pensaba la mayoría, sino a menudo a través de método. Impactar e intimidar.

A pesar del hecho de que Monique no parecía impactada ni intimidada, Tom supo que al menos le había crispado los nervios. Lo más importante, estaba hablando con ella.

– Gracias por concedernos su tiempo -expresó Tom; ya había pasado e' momento de impacto y respeto; ahora venía la diplomacia-. Usted es muy amable en…

– Ya estoy atrasada para una entrevista con el director principal de la revista TIME. Diga lo que tenga qué decir, Sr… Hunter. Usted no tiene que ser tosca.

– Tiene razón -contestó ella suspirando-. Lo siento, pero esta ha sido una semana muy ajetreada. Cuando se me acerca un hombre y me miente en la cara, mi paciencia es lo primero que desaparece.

– Una prueba sencilla demostrará fácilmente si miento o no.

– ¿Así que entonces usted está con los CDC?

– Ah. Esa mentira -señaló él levantando la mano hasta el hombro como si tomara un juramento-. Usted me agarró. De algún modo tenía que captar su atención. Esta es Kara, mi hermana.

– Hola, Kara.

Ellas se estrecharon las manos, pero Monique no le había estrechado las manos a él.

– Es cierto que debo irme -explicó Monique-. Al grano, por favor.

– Está bien, al grano. Usted no puede enviar la vacuna. Esta muta bajo un calor intenso y se convierte en un virus mortal que mata a miles de millones de personas.

– Ah. ¿Es eso todo? -cuestionó ella mirándolo, inmóvil.

– Puedo explicarle exactamente cómo sé esto, pero usted quería que lo resumiera, así que allí está. ¿Han sometido ustedes la vacuna a calor intenso, señorita de Raison?

– Algo que enseñan a estudiantes de primer año en biología es que el calor intenso mata cosas. La vacuna Raison no es la excepción. Nuestra vacuna se empieza a arruinar a 35 grados centígrados. Uno de nuestros mayores retos fue mantenerla estable para las regiones de climas más cálidos. Esto es lo más absurdo que he oído alguna vez.

– ¿No la han examinado entonces a gran calor? -preguntó Tom al tiempo que le subía la ira por la espalda.

– Muestre un poco de respeto, Monique -terció Kara-. No atravesamos el Pacífico para ser desestimados como mendigos. El hecho es que Thomas tiene razón aquí, y usted sería una necia si no le hace caso.

– Me gustaría hacerlo -contestó Monique forzando una sonrisa- Me encantaría de veras. Pero me tengo que ir.

Ella comenzó a darse la vuelta.

Algo estalló en la cabeza de Tom como un gong. Ella los estaba rechazando.

– Espere.

La mujer no esperó, ni lo más mínimo.

Tom le dio la espalda al guardia llamado Lawrence y habló suavemente, n un tono tan amenazador como pudo enunciar sin dar lugar a la alarma.

Si usted no se detiene en este mismísimo instante, iremos a los periódicos. Mi suegro es dueño del Chicago Tribune. Tendrán que arrancar del suelo el precio de sus acciones con cuchillas de afeitar.

Una afirmación ridícula. Monique no la honró ni con el menor titubeo. Ella era intolerable.

A Tom se le ocurrió que lo que su mente le decía que hiciera ahora no se podía justificar en ningún sentido de la palabra. Excepto en su mundo. El mundo en que un virus llamado Variedad Raison estaba a punto de alterar para siempre la historia humana.

Los dos guardias con que Tom se encontró primero abrían paso para ayudar a salir a Monique, pero Lawrence aún estaba de espaldas. Monique no era su responsabilidad principal.

Tom se puso detrás del guardia con un sólo paso. En un rápido movimiento deslizó la mano debajo de la chaqueta del hombre, agarró la pistola, y la sacó. Saltó a su derecha, lejos del alcance de las manos del hombre. Este titubeó, boquiabierto, probablemente horrorizado de haber perdido la pistola con tanta facilidad.

Tom corrió sobre la parte anterior de la planta de los pies, y alcanzó a Monique antes de que pudiera surgir cualquier alarma.

Le puso la pistola en la espalda.

– Lo siento pero usted me tiene que escuchar.

Ella se puso rígida. Los dos guardias vieron la pistola al mismo tiempo. Se agacharon y desenfundaron inmediatamente sus armas. Ahora se oyeron gritos, docenas de ellos.

– ¡Thomas!

Incluyendo los de Kara.

Tom puso el brazo alrededor de la cintura de Monique, halándola tanto que la barbilla le quedó sobre el hombro izquierdo de ella, respirándole con dificultad en el oído. Mantuvo la pistola en la espalda de Monique y se movió lateralmente, hacia una señal de salida.

– ¡Un movimiento y ella muere! -gritó él-. ¿Me oyen? ¡Hoy no he tenido un buen día! Estoy muy, pero muy, indignado, y no quiero que 8u'en haga algo estúpido.

Había personas corriendo hacia la puerta. Gritando. ¿Por qué gritaban' Él no les estaba apuntando la pistola a sus espaldas.

– Por favor -jadeó Monique-. Contrólese.

– No se preocupe -susurró Tom-. No la mataré.

La puerta de incendio estaba ahora a tres metros de distancia. Él se detuvo y miró a los dos guardias que tenían sus pistolas apuntadas hacia él.

– Bajen las pistolas, ¡idiotas! -les gritó.

Monique se estremeció. Él estaba gritando en el oído de ella.

– Lo siento.

Los guardias depositaron lentamente sus pistolas en el suelo.

– Y tú -gritó en dirección a Kara-. Te quiero también como rehén. ¡Ven acá o mato a la muchacha!

Kara parecía paralizada por el impacto.

– ¡Muévete!

Ella se acercó a prisa.

– Pasa la puerta.

Ella accedió y entró al pasillo más adelante. Tom haló a Monique por la puerta.

– Alguien que nos siga, policía o cualquier autoridad, ¡y ella muere! Cerró la puerta con su pie.

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