TOM DESPERTÓ sobresaltado y se puso en pie de un brinco sobre la colina, divisando la aldea. Fue hacia el borde del valle. Anochecía. Las personas ya se dirigían del valle hacia el lago. La Concurrencia.
Dos pensamientos. Uno, debería unírseles. Si corría lograría alcanzarlas. Dos, tenía que llegar al bosque negro. Ahora.
¿Cuántas veces había soñado desde que despertara en el bosque negro? Pero algo había cambiado. Por primera vez había despertado con una compulsión por tratar este sueño de Bangkok, esta lúcida fabricación en su mente, como algo real. Ya no era sólo una decisión consciente que estaba haciendo, era algo en su corazón. Realmente debía tratar los sueños como verdaderos. Los dos, en caso de que alguno fuera real, o ambos.
Si Bangkok era real, entonces necesitaba la cooperación de Monique. La única forma de conseguir su cooperación era probarse a sí mismo obteniendo la información. Información que esperaba encontrar en el bosque negro.
Tom giró y salió corriendo por el sendero que llevaba a los shataikis.
Tenía que enterarse de la verdad. El Gran Engaño, la variedad Raison, Monique de Raison… tenía que saber por qué estaba teniendo estos sueños. Había sobrevivido una vez al bosque negro; volvería a sobrevivir.
Sus pies golpeaban la tierra mientras corría. Pronto se desvaneció el sendero, pero él conocía la dirección. El río. Se hallaba directamente adelante.
El leve brillo de los árboles iluminaban el bosque… incluso en la oscuridad total podría encontrar su camino de regreso.
Disminuyó la velocidad hasta caminar y regularizar la respiración. Luego volvió a correr. Esta vez en realidad no entraría al bosque. Llamaría.
¿Y si los murciélagos negros no respondían? Entonces vería. Sea como sea no podía volver sin algunas respuestas.
¿Qué le había sugerido Monique que averiguara? La cantidad de pares base de nucleótidos en la vacuna VIH.
El viaje debió haber durado una hora, pero no había manera de que Tom lo supiera. Cuando finalmente entró al claro que reconoció como el lugar en que fue sanado al principio, se detuvo, jadeando. Después de pasar la pradera había una corta extensión de bosque, la cual terminaba en la orilla del río. Entró a la pradera y corrió hacia el frente. Una breve visión de la habitación del hotel en Bangkok le resplandeció en la mente y caminó lentamente, atravesó la pradera y cruzó el bosque hacia el caudaloso río.
Los árboles terminaban en la margen del río sin previo aviso. Un segundo bosque, a continuación sólo hierva. Y el río.
La escena le cortó la respiración. Retrocedió hasta la seguridad de los árboles y se pegó a un enorme árbol rojo. Esperó un momento y luego miró con cuidado por la orilla del río verde. El puente que el roush había llamado el cruce brillaba a menos de cincuenta metros río arriba, blanco a la creciente luz de la luna. El río brillaba, translúcido y chispeante con la luz colorida que irradiaban los árboles. Más allá del río el perfil irregular de árboles negros en la oscuridad.
Tom miró el bosque negro y comenzó a temblar. No había manera de que pudiera entrar otra vez en esa tenebrosidad. Imaginó ver ojos brillantes y redondos acechando justo detrás de la negra barrera. Escuchó el sonido de la noche, tratando de filtrar el del río.
¿Fue eso una risita?
Entonces vio una oscura sombra solitaria huyendo en las ramas más elevadas. Rápidamente se volvió a meter a la seguridad del bosque colorido, con el corazón latiéndole en los oídos. ¡Un shataiki! Pero había huido. Quiz2 ni lo había visto.
Cerró los ojos y respiró profundamente. Debía salir de este lugar. Debía volver y correr.
Pero no lo hizo. No pudo.
Permaneció por diez minutos en el árbol rojo, acopiándose lentamente de valor. El río bullía, tranquilo. El bosque seguía oscuro, inmóvil más allá Nada cambió. Lentamente su temor dio paso otra vez a la resolución.
Tom salió del bosque y permaneció en la orilla, bañado por la luz de la luna No había murciélagos. Sólo el puente a su izquierda, el río y los árboles muertos más allá. Dio unos cuantos pasos más, en dirección al puente. Aún no había cambiado nada. El río aún era caudaloso, los árboles detrás de él aún brillaban en el olvido, y la oscuridad adelante seguía siendo absoluta.
Dio otra profunda respiración y se fue aprisa hacia el puente. Agarró la barandilla de la blanca estructura, y por primera vez cayó en cuenta que la madera del puente, a diferencia de toda la madera que había visto fuera del bosque negro, no brillaba. ¿Lo habían construido entonces los shataikis? Hizo una pausa y volvió a mirar los árboles negros que se elevaban más altos ahora. Debía gritar desde aquí. No sabía qué debía gritar. ¿Hola? O tal vez…
Una manchita roja le titiló de pronto en el rabillo del ojo derecho. Tom movió súbitamente la cabeza hacia la luz. Los vio claramente ahora, los danzantes ojos rojos exactamente más allá de la línea de árboles al otro lado del río. Se agarró con más fuerza de la barandilla y contuvo el aliento.
Otro resplandor rojo a su izquierda le hizo girar la cabeza, vio una docena de shataikis por fuera del bosque, y se detuvo, frente al río. Entonces Tom distinguió aterrado mil pares de ojos brillantes materializados, emergiendo de sus lugares ocultos.
Tom se dijo que diera media vuelta y corriera, pero sintió que los pies se le enraizaban a la tierra. Observó con terror cómo los shataikis salían silenciosamente del bosque, creando una línea hasta donde él podía ver en una y otra dirección. Las criaturas se agachaban como centinelas a lo largo de la línea de árboles, mirándolo con ojos rojos carentes de expresión como joyas en cada lado de sus largos hocicos negros. Y luego las copas de los árboles también se comenzaron a llenar, como si hubieran llamado a cien mil shataikis para presenciar el gran espectáculo, y los árboles negros fueran sus graderías.
Las piernas de Tom le empezaron a temblar. El irritante olor del azufre e mundo las fosas nasales, y él revisó su respiración. Todo este asunto era Una terrible equivocación. Debía regresar al bosque colorido.
De pronto se dividió la pared de shataikis frente a él. Tom vio cómo un aiki solitario se dirigía al puente, arrastrando brillantes alas azules sobre la tierra yerma detrás de él. Este era más alto que un hombre, y mucho más grande que los demás shataikis. Su torso era dorado y modulado con matices rojos. Sensacional. Hermoso. El aire nocturno se llenó con los chasquidos y chillidos de cien mil murciélagos mientras el enorme shataiki caminaba con dificultad hacia el cruce. Se movía lentamente. Muy lentamente, apoyando más su pierna derecha.
Tom observaba sin moverse. Los ojos verdes de la bestia estaban profundamente incrustados en un rostro triangular, fijos en Tom. Como platos verdes, desprovistos de pupilas. Espantoso pero extrañamente reconfortante Atrayente. Tom oyó el roce de las garras al raspar los envejecidos tablones, y el susurro de sus enormes alas, a medida que subía lentamente el puente. El shataiki se abrió paso hasta el centro y se detuvo.
Levantó levemente un ala y se acalló la multitud detrás de él.
En alguna parte en el fondo de la paralizada mente de Tom, una voz comenzó a asegurarle que con certeza este hermoso shataiki no representaba peligro. Ninguna criatura tan hermosa podría dañarlo. Él había venido a hablar. ¿Por qué más había salido hasta el centro del puente? Según los roushes, ningún shataiki podía cruzar el puente.
– Ven -manifestó el shataiki.
Más que palabras fue un cántico. Apenas más que un susurro. El líder le pedía que fuera. ¿Y por qué debía atender esa sugerencia? Él podía hablar desde aquí tan fácilmente como allá.
– Ven -repitió el líder.
Esta vez el shataiki abrió la boca. Tom le vio la lengua rosada. Estaría a salvo mientras permaneciera en este lado del puente y fuera del alcance ¿e la criatura, ¿o no?
Tom subió cautelosamente al puente. El shataiki no se movió, así que Tom atravesó el cruce hacia la bestia. Se detuvo a cinco metros del shataik1 y lo miró directamente a los ojos, los cuales brillaban como esmeraldas gigantescas a la luz de la luna. Un frío le recorrió la columna a Tom. Debía ser aquel a quien llamaban Teeleh. Pero él no era lo que Tom había esperado.
La criatura se encorvó y giró levemente la cabeza. Replegó las garras) dejó que una suave sonrisa se le dibujara en el hocico.
– Bienvenido, amigo mío. Había esperado que vinieras -expresó ahora sencillamente y con voz baja, sin ningún dejo musical-. Sé que esto te podría parecer un poco abrumador. Pero no les hagas caso, por favor. Son imbéciles que no tienen mente.
– ¿Quiénes? -inquirió Tom, pero esto le salió como un resoplido, así que volvió a preguntar-. ¿Quiénes?
– Las criaturas morbosas e histéricas que están detrás de mí -anunció el hermoso murciélago mientras sacaba una fruta roja de su espalda y se la ofrecía a Tom-. Ven, amigo mío, ten una fruta.
Tom miró la fruta, demasiado aterrado como para acercarse a la bestia, con mayor razón para estirar la mano y agarrar algo que le ofreciera.
– Pero por supuesto. Aún estás aterrado, ¿no es así? Lástima. Esta es una de nuestras mejores frutas -siguió hablando el shataiki, sin dejar de mirar a Tom se llevó la fruta a los labios, dándole un profundo mordisco; un chorro de jugo le babeó por el peludo mentón y cayó a los tablones a sus pies-. Posiblemente la mejor. Sin duda la más poderosa.
Se relamió. Levantó la barbilla para tragar la fruta y volvió a meter en su espalda la porción sin comer.
– ¿Tienes sed? -preguntó, sacando una pequeña talega.
– No, gracias.
– Nada de sed. Entiendo. Tenemos mucho tiempo para comer y beber más tarde, ¿verdad que sí?
– No vine a comer o beber -contestó Tom comenzando a relajarse un poco.
¿Era posible que Teeleh pudiera ser un amigo para él? No había duda de que la criatura no tenía buen concepto de los otros murciélagos negros.
– ¿Cómo supo que yo venía?
– Tengo poderes que no te imaginas, amigo mío. Saber que venías no me nada. Tengo legiones a mi disposición. ¿Crees que no sé quién viene y quién va? Creo que me subestimas.
– Si usted tiene tal poder, ¿por qué entonces vive en los árboles negros en vez de en el bosque colorido? -cuestionó Tom, mirando por sobre la bestia a las multitudes que pululaban en los árboles más allá del río.
– ¿Lo llamas bosque colorido? ¿Y quién en su sano juicio querría vivir en el bosque colorido? ¿Crees que su fruta se compara con la mía? No. ¿Es agua de ellos algo más dulce que la nuestra? Menos. No son nada más que esclavos.
Tom se apoyó en el otro pie. Sólo había una regla aquí. Pasara lo que pasara, él no podía beber el agua. Estaría perfectamente seguro mientras siguiera esa regla sencilla.
– ¿Qué tienes en tu bolsillo? -exigió saber la bestia.
Tom metió la mano al bolsillo y sacó la pequeña escultura brillante que Johan le había dado en la aldea.
– Tírala al otro lado -exclamó Teeleh retrocediendo-. ¡Tírala!
Tom reaccionó sin pensar. Lanzó el león rojo por el borde del puente y se agarró de la barandilla para afirmarse.
Teeleh bajó lentamente el brazo y miró a Tom con sus ojos verdes bien abiertos.
– Es veneno para nosotros -informó la bestia.
– No lo sabía.
– Desde luego que no. Ellos te han engañado.
Tom dejó pasar el comentario.
– ¿Cómo te llaman ellos? -inquirió.
– ¿Cómo me llaman quiénes? -preguntó a su vez la bestia.
– Ellos -respondió Tom señalando los murciélagos con un movimiento de cabeza.
– Me llamo Teeleh -contestó el shataiki levantando la barbilla.
– Teeleh -exclamó Tom; no había esperado nada más-. Usted es el líder de los shataikis.
– Mentes necias llaman como les da la gana a lo que no conocen. Pero yo soy el gobernador de mil legiones de sujetos en una tierra llena de misterio y poder. Ellos llaman bosque negro a esto -expresó el murciélago negro haciendo girar una enorme ala hacia el bosque detrás de él-. Pero yo 1° llamo mi reino. Por eso es que he venido a hablarte. Para liberar tu mente. Hay algunas cosas que deberías saber.
Tom difícilmente podía olvidar el hecho obvio de que la criatura quería algo de él. Esta muestra de poder no podía ser arbitraria. Pero no tenía intención de darle nada. Había venido con un sólo propósito: Reunir alguna información acerca de las historias.
A pesar de su confusión sobre la verdadera naturaleza de esta criatura Thomas no podía permitir que Teeleh se impusiera.
– Y también algunas cosas que usted debería saber -advirtió Tom -. Me está prohibido tomar de su agua, y no tengo intención de hacerlo. No pierda su tiempo, por favor.
Los ojos de Teeleh resplandecieron.
– ¿Prohibido, dices? ¿Quién puede prohibir a otro mortal hacer algo? No amigo mío. A nadie se le prohíbe nada a menos que decida aceptarlo-altercó el shataiki con elegancia, como si hubiera discutido mil veces el asunto-. ¿Qué mejor manera de impedir que alguien experimente mi poder que decirle que sufrirá si bebe el agua? Mentira. Sin duda tú, más que los demás, deberías saber que ese razonamiento obtuso sólo encierra a las personas en jaulas de estupidez. Siguen a un dios que les exige lealtad y les roba la libertad. ¿Prohibido? ¿Quién tiene el derecho de prohibir?
La lógica era convincente. Pero tenían que hablar rápido. Tom escogió con cuidado sus próximas palabras.
– También sé que si alguno de nosotros bebe su agua, toda la tierra será entregada a esas criaturas morbosas e histéricas, como usted las llama, y nos convertiremos en esclavos de ustedes.
De pronto el aire se llenó de enfurecidos gruñidos de indignación del ejército de shataikis en los árboles. Tom retrocedió un paso, sobresaltado por la protesta.
– ¡Silencio! -rugió Teeleh.
Su voz resonó con tanta fuerza que Tom se agachó por instinto.
– Perdónalos, amigo mío -suplicó la bestia bajando la cabeza-. No creo que los culparías si supieras lo que han sufrido. Cuando has pasado por engaño y tiranía, y sobrevives, tiendes a reaccionar en forma exagerada ante el más leve recordatorio de esa tiranía. Y créeme, esos detrás de mí han experimentado la mayor forma de engaño y maltrato conocida entre seres vivos.
Hizo una pausa y movió la cabeza como si estuviera tratando de aflojar Un cuello entumecido.
En muchas maneras las acciones de los shataikis eran consecuentes con criaturas a las que se había maltratado y aprisionado. Tom sintió que una 'lacha de lástima le traspasaba el corazón. Parecía injusto que una criatura tan hermosa como Teeleh estuviera encarcelada en el bosque negro.
Ahora ven -pidió Teeleh-. Seguramente sabes que los mitos de los que hablas están diseñados para engañar a las personas en el bosque colorido… para controlar su lealtad. Crees saber, pero lo que se te ha dich0 es la más grande clase de engaño. Y he venido para aclarártelo.
¿Sabía Teeleh que él había perdido la memoria?
– ¿Por qué intentaste matarme? -le preguntó.
– Nunca haría algo así.
– Estuve en tu bosque y apenas logré salir con vida. Ahora estaría muerto de no haber llegado al cruce en el momento en que lo hice.
– Pero no tenías mi protección -se excusó la bestia-. Te confundieron con uno de ellos.
– ¿Ellos?
– Sin duda no crees realmente que eres uno de ellos, ¿verdad? Qué curioso. Y sensato, podría añadir. En realidad están usando contra ti tu memoria perdida, ¿no crees? Típico. Engañando siempre.
Así que él sabía respecto de la memoria perdida. ¿Qué más sabía?
– ¿Cómo supo usted de la pérdida de memoria? -indagó Tom.
– Me lo dijo Bill -enunció la criatura-. Recuerdas a Bill, ¿no es cierto?
– ¿Bill?
– Sí, Bill. El pelirrojo que vino aquí contigo.
Tom retrocedió un paso. La criatura frente a él cambió de enfoque.
– ¿Es real Bill?
– Desde luego que es real. Tú eres real. Si eres real, entonces Bill es real. Ustedes dos vinieron del mismo sitio.
Tom no pudo confundir la sensación de que estaba parado en el borde de un mundo totalmente nuevo de entendimiento. Había venido con algunas preguntas acerca de las historias, y sin embargo antes de hacerlas se habían depositado en su mente centenares más.
Volvió a mirar el bosque colorido. ¿Qué sabía él en realidad? Solamente lo que los otros le habían dicho. Nada más. ¿Era posible que lo tuviera todo equivocado?
El corazón le palpitaba con fuerza en el pecho. De pronto sintió el aire demasiado espeso para respirar. Tranquilo. Tranquilo, Tom. No podía dejar al descubierto su ignorancia.
– Muy bien, así que usted sabe acerca de Bill. Hábleme de él. Dígame de dónde vino.
– ¿No recuerdas aún?
– Recuerdo algunas cosas -reconoció mirando con cautela al murciélago. Pero las conservaré para mí. Dígame usted lo que sabe, y veré si corresponde con lo que recuerdo. Si dice algo equivocado, sabré que está mintiendo.
La sonrisa se desvaneció de los labios de Teeleh.
– Viniste de la Tierra.
– Tierra. Esta es la Tierra. Sea más específico.
– En realidad no lo sabes, ¿verdad? -aseguró Teeleh contemplándolo largamente-. Eres astuto, lo reconozco, pero sencillamente no sabes.
– No esté tan seguro -se defendió Tom, cuidándose de quitar la ansiedad de su voz.
– ¿Que no esté tan seguro de que eres astuto? ¿O de que sabes?
– Sólo dígame.
– Tú y tu copiloto, Bill, se estrellaron como a un kilómetro detrás de mí -informó Teeleh-. Por eso es que estoy aquí. Creo haber encontrado una manera de regresar.
Eso fue todo lo que Tom pudo hacer para ocultar su incredulidad. ¡Qué ridícula sugerencia! En realidad calmó su tensión. Si Teeleh era tan estúpido para pensar que le había creído tal mentira, era menos adversario de lo que Michal había sugerido. Esperaba que el murciélago aún conociera las historias.
Por ahora seguiría el juego, vería ahora hasta dónde llevaría la historia esta criatura.
– Bien. Usted sabe de Bill y de la astronave. ¿Qué más sabe?
– Sé que crees que lo de la aeronave es ridículo porque en realidad no recuerdas nada.
– ¿De veras? -preguntó Tom, parpadeando.
La verdad es esta: Estás varado en un planeta lejano. Tu nave, Discovery III, chocó aquí hace tres días. Perdiste la memoria en el impacto. Estás Parado en este puente hablándome porque no calzas con los bobos en el bosque colorido, lo cual es natural. No calzas.
Los oídos de Tom le ardían. Se preguntó si esta criatura también pudo Ver eso.
– ¿Qué más? -indagó, después de aclarar la garganta.
– Es bueno oír, ¿no es cierto? La verdad. A diferencia de la atrozmente engañada gente del bosque colorido, sólo te diré la verdad.
– Bien. Dígame entonces la verdad.
– Amigo, amigo, estamos ávidos. La verdad es que si supieras lo que acerca del bosque colorido y de quienes viven en él, los despreciarías profundamente.
La multitud de shataikis había perdido su respeto por el silencio Enorme cantidad de voces masculló y chilló bajo sus alientos colectivos. En algún lugar en la oscuridad Tom pudo oír miles de discusiones que aumentaban de tono.
– Hemos sido encarcelados en este bosque abandonado -anunció Teeleh-. Esa es la verdad. Porque para los shataikis tocar la tierra al otro lado de este río significa muerte instantánea. Eso es tiranía.
Las multitudes de murciélagos lanzaron chillidos de indignación.
Teeleh levantó un ala.
Sobre el bosque cayó el silencio como una sábana de niebla.
– Ellos me enferman -musitó Teeleh; luego miró hacia atrás para asegurarse que sus legiones estaban en orden.
– ¿Qué hay de las historias? -preguntó Tom.
La inquietud por la que había venido a preguntar parecía fuera de lugar en este nuevo reino de verdad.
– Las historias. Sí, desde luego. Supongo que estás soñando con las historias, ¿no es así?
– ¿Son reales? ¿Cómo puede haber historias de la Tierra sin no estamos en ella?
La pregunta pareció desacomodar al enorme murciélago.
– Listo. Muy listo. ¿Cómo podemos tener historias de la Tierra si no estamos en ella?
– ¿Y cómo sabe que estoy soñando con las historias?
– Sé que estás soñando porque he bebido el agua en el bosque negro-Conocimiento. Las historias de la tierra son realmente el futuro de la Tierra-Para ti son historia, porque has probado alguna fruta del bosque detrás ¿e mí. Estás viendo dentro del futuro.
La revelación era sorprendente. Tom no recordaba haber comido ningü113 uta ¿Quizá antes de que se golpeara la cabeza en la roca? Tenía perfecto nítido a su manera. Y había una forma de probar esta aseveración.
– Está bien -aprobó Tom-. Entonces usted podría decirme qué sucede en este futuro. Hábleme de la variedad Raison.
La variedad Raison. Por supuesto. Uno de los períodos más reveladores de la humanidad. Antes de la gran tribulación. A menudo llamada el Gran Engaño. Hablaré de ella como historia. Fue una vacuna que mutó en un virus bajo calor extremo.
Teeleh se lamió los labios con delicia.
Nadie lo habría sabido, ¿sabes? La vacuna no habría mutado porque ninguna causa natural produciría un calor bastante elevado para desencadenar la mutación. Pero algún idiota insospechado dio con la información. Se lo dijo a la parte equivocada. La vacuna cayó en manos de algunas personas muy… trastornadas. Esa gente calentó la vacuna precisamente a 81,92 grados centígrados por dos horas, y así nació el virus volátil más mortífero del mundo.
Había algo muy extraño respecto de lo que Teeleh estaba comunicando, pero Tom no sabía de qué se trataba. A pesar de todo, la información de la criatura correspondía con sus sueños.
– Acércate un poco más -pidió Teeleh.
– ¿Que me acerque?
– Quieres saber acerca del virus, ¿verdad? Sólo un poco más. Tom avanzó medio paso. La garra de Teeleh centelleó sin advertencia previa. Apenas le tocó el dedo pulgar, el cual estaba agarrado de la barandilla- Una pequeña descarga le subió por el brazo, y él retrocedió súbitamente la mano. De una pequeña cortada en el pulgar le manaba sangre. ¿Qué está haciendo usted? -exigió saber Tom. Tú quieres saber; te estoy ayudando a saber. ¿Cómo me puede ayudar a saber hiriéndome?
– Por favor, no es más que un rasguño. Sólo te estaba probando. Hazme una pregunta.
Todo el asunto era muy extraño. Pero así era todo respecto de Teeleh.
– ¿Sabe la cantidad de pares base de nucleótidos para el VIH? -preguntó -En la vacuna Raijos es decir.
– Pares base: 375,200. Pero debes saber que no fue la verdadera variedad Raison lo que produjo tal destrucción -informó Teeleh-. Fue el antivirus. El cual también fue a parar a manos del mismo hombre que desencadenó e] virus. El chantajeó al mundo. De ahí el nombre: el Gran Engaño.
La cabeza de Tom le zumbó.
– ¿El antivirus?
– Sí. Cortar el ADN en los genes quinto y nonagésimo tercero, y empalmar los dos terminales juntos -informó Teeleh, y de pronto se quedó muy tranquilo; se le suavizó la voz-. Diles eso, Thomas. Diles 81.92 grados centígrados por dos horas, así como cortar los genes quinto y nonagésimo tercero y empalmarlos. Di eso.
– ¿Decir los números?
– ¿No quieres saber? Diles.
– Ochenta y uno coma noventa y dos grados centígrados por dos horas.
– Sí, ahora el quinto gen.
– Quinto gen…
– Sí, y el gen nonagésimo tercero.
– Nonagésimo tercer gen -repitió Tom.
– Cortar y empalmar.
– Corta y empalmar.
– Además la necesitarás en la puerta trasera también.
– ¿La puerta trasera también?
– Sí. Ahora olvida que te dije eso.
– ¿Olvidar?
– Olvida -repitió Teeleh, y sacó la misma fruta que le había ofrecido antes-. Aquí. Muerde un poco de fruta. Te ayudará.
– No, no puedo.
– Eso sencillamente no es cierto. Te acabo de demostrar que esas reglas son una prisión. ¿Cuán estúpido puedes ser?
Teeleh se irguió, sin mostrar ninguna emoción, la fruta ligeramente posada en sus dedos.
– La fruta te abrirá mundos totalmente nuevos, Tom, amigo mío. Y el agua te mostrará mundos de conocimiento con que sólo has soñado. Mundos de los que no saben nada tus amigos en el bosque colorido.
Tom miró la fruta. Luego levantó la mirada hacia los ojos verdes. ¿Y si hubiera de verdad una nave espacial detrás de esos árboles? Era una perspectiva tan probable como cualquier otra cosa en que hubiera pensado.
– Suponiendo que todo esto es verdad, ¿dónde está Bill?
– ¿Te gustaría ver a Bill? Tal vez puedo disponerte eso.
– Usted dijo que tenía una manera de hacernos volver a casa.
– Sí. Sí, puedo hacer eso. Hemos encontrado una forma de arreglar tu nave.
– ¿Me la puede mostrar?
El corazón de Tom palpitó con fuerza cuando hizo la pregunta. Ver la nave terminaría el debate airado en su mente, pero no tenía garantía de que los shataikis no lo destrozaran. Ya lo habían intentado una vez.
– Sí. Sí, y lo haré. Pero primero necesito algo de ti. Algo sencillo que puedes hacer fácilmente, creo -indicó el líder haciendo otra pausa, como indeciso acerca de pedir lo que había venido a pedir.
– ¿Qué?
– Traer a Tanis aquí, al puente.
Los envolvió el silencio. Ni un sólo shataiki alineado en el bosque pareció moverse. Todos los ojos miraban con expectativa a Tom. El corazón le palpitó con fuerza. A no ser por el gorgoteo del río abajo, ese era el único sonido que oía ahora.
– Y si lo hago, ¿me garantizará entonces mi paso seguro hasta mi nave? ¿Reparada?
– Sí.
Tom estiró la mano hacia la barandilla para afirmarse.
– Usted sólo quiere que lo traiga al puente, ¿correcto? No que cruce el puente.
– Sí. Sólo hasta el río aquí.
– ¿Y qué garantía tengo de que usted me guiará sin problemas a la nave? También traeré la nave aquí al puente. Podrías entrar a ella sin ningún shataiki a la vista, antes de que yo hable con Tanis.
Si el shataiki pudiera mostrarle de veras esta nave, el Discovery III, sería prueba suficiente. Si no, no cruzaría el puente. No perdería nada. Tiene sentido -concordó con cautela, ora la pared viva de criaturas negras alineadas en el bosque silbó colectivamente como un enorme campo de langostas. Teeleh miró a Tom, se llevó la fruta a los labios y le volvió a dar una profunda mordida. Lam¡¿ el jugo que le recorrió por los dedos con una lengua larga, delgada y rosada Mientras tanto sus ojos miraban sin parpadear a Tom. ¿Podía confiar en esta criatura? Si lo que decía era verdad, ¡entonces debía encontrar la nave espacial! Sería su única vía a casa. El líder dejó de lamer.
– Come esta fruta para sellar nuestro pacto -dijo Teeleh alargándole la fruta a Tom-. Es la mejor de las nuestras.
Él ya había hecho esto una vez. Según la criatura, por eso es que Tom soñaba. El obligó a su temor a retroceder, estiró la mano hacia el shataiki, agarró la fruta de su garra, y dio un paso atrás.
Levantó la mirada hacia la criatura sonriente ante él. Se llevó a la boca la fruta medio comida. Estaba a punto de morderla cuando el grito rompió el silencio de la noche.
– ¡Thomasssss!
Tom sacó súbitamente la fruta de su boca y la hizo a un lado. ¿Bill? La voz sonaba confusa y cansada.
Entonces vio al pelirrojo. Bill había salido del bosque y luchaba débilmente contra las garras de una docena de shataikis. Tenía la ropa totalmente desgarrada, y su cuerpo desnudo parecía terriblemente blanco entre los chillidos histéricos de los shataikis que ahora lo destrozaban. Sangre se apelmazaba en el cabello del pelirrojo y le chorreaba por el demacrado rostro. Docenas de cortadas y moretones cubrían la carne pálida del hombre. Parecía un cadáver maltratado.
La sangre se le drenó de la cabeza de Tom. Se inundó de náuseas.
Teeleh giró, sus ojos centellearon con una intensidad que Tom no le había visto. Los dedos de Tom se le aflojaron, y la fruta cayó al puente de madera con un golpe amortiguado.
– ¡Quítenle las manos de encima! -gritó Teeleh; desplegó las alas y Ia5 levantó por sobre la cabeza-. ¡Cómo se atreven a desafiarme!
Tom observó, aturdido. Los shataikis liberaron inmediatamente a Bill-
– Llévenlo a lugar seguro. ¡Ahora!
Dos murciélagos halaron de las manos a Bill. Este se metió a tropezones entre los árboles.
– Como puedes ver, es cierto que Bill es real -declaró Teeleh enfrentando a Tom-. Debo conservarlo, ¿entiendes? Es la única seguridad que tengo de que volverás con Tanis. Pero te prometo que no recibirá más daño.
– Thomas! -gritó la voz de Bill desde los árboles-. Ayúdame…
Su voz fue acallada.
Muy real, amigo mío -continuó Teeleh-. Últimamente ha experimentado un poco de desconcierto por la manera en que los otros lo han tratado, pero te puedo prometer mi total protección.
Tom no podía quitar la mirada de la brecha en los árboles donde Bill había desaparecido. ¿Era real? Bill era real. La confusión le nubló la mente.
Un grito solitario chilló repentinamente detrás de Tom. El giró la cabeza y vio al roush blanco en picada frente a las copas de los árboles. ¡Michal!
– ¡Thomas! ¡Corre! ¡Rápidamente!
Tom dio media vuelta y se lanzó corriendo hacia el bosque. Se dio contra un árbol y giró alrededor, respirando con dificultad. Teeleh estaba parado estoicamente sobre el puente, taladrándolo con esos enormes ojos verdes.
– ¡Rápido! -gritó Michal-. ¡Debemos apurarnos!
Tom dio media vuelta de la escena y se metió en el bosque tras Michal.