27

CARLOS LLEVÓ pacientemente a Svensson por los peldaños de concreto. La pierna lesionada casi le impedía bajar las gradas. El suizo había volado a Bangkok durante la noche y llegado al antiguo laboratorio una hora antes. Carlos nunca había visto la clase de feroz intensidad que había florecido en Svensson.

– Ábrela -ordenó ante la puerta de acero.

Carlos deslizó el pasador, y de un empujón abrió la puerta. El blanco laboratorio brillaba bajo dos filas de tubos fluorescentes descubiertos. Svensson había construido o convertido dos docenas de laboratorios similares en todo el mundo para una eventualidad como esta. El descubrimiento de un posible virus. Si se presentaba un virus en Sudáfrica, ellos debían estar en Sudáfrica. Finalmente volverían a los laboratorios mucho más grandes y a las instalaciones de producción en los Alpes, desde luego, pero sólo cuando tuvieran bien asegurado lo que necesitaban y hubieran analizado a fondo el ambiente del que venía el virus.

Aquí, en el sudeste asiático, tenían cinco laboratorios. El traslado de Farmacéutica Raison de Francia a Tailandia precipitó la construcción de este laboratorio particular. Y ahora reportaba sus beneficios.

El recinto estaba equipado con todo lo que se esperaba de un laboratorio industrial de tamaño mediano, incluyendo capacidad de refrigeración y calor. Monique se hallaba en el rincón, amordazada con cinta de conducto y atada a una silla gris. Carlos no le había hecho daño. Todavía. Pero le había hablado extensamente. El hecho de que ella se negara a dedicarle más que un gruñido lo convenció de que pronto tendría que hacerle daño.

– Así que esta es la mujer por la que el mundo está berreando expresó Svensson, moviéndose lentamente por el piso de baldosa blanca, deteniéndose a un metro de Monique-. ¿La que ha elegido no ver todavía la luz?

Carlos se paró a su lado con las manos sujetas frente a él. No contestó. No se esperaba que contestara. No lo haría de todos modos. Él había hecho su parte; ahora era el momento de Svensson para hacer la suya.

La huesuda mano del suizo osciló y le asentó una bofetada a la mejilla de Monique. La cabeza de la mujer giró bruscamente y el rostro enrojeció, pero ella no emitió ni un sonido.

– Me has visto -declaró Svensson sonriendo-. Y obviamente me reconoces. Creo incluso que una vez nos topamos, en el simposio de medicinas de Hong Kong hace dos años. Tu padre y yo somos prácticamente compañeros de pecho, si fuerzas un poco las cosas. ¿Ves el problema en esto?

Ella no respondió. No podía hacerlo.

– Quítale la cinta, Carlos.

Carlos dio un paso adelante, y desgarró la cinta gris de conducto de la boca a Monique.

– El problema es que me he comprometido contigo -siguió hablando Svensson-. Ahora me puedes identificar. Te tendré encerrada bajo llave hasta que llegue el momento en que no me importe si me identificas. Luego, dependiendo de cómo me trates ahora, te dejaré vivir o te mataré. ¿Tiene eso algún sentido para ti?

Ella le taladró el rostro con una mirada pero no contestó.

– Una mujer fuerte. Podría usarte cuando todo termine. Pronto, muy pronto -informó Svensson acariciándose el bigote y caminando de lado a lado frente a ella-. ¿Sabes lo que pasa a tu vacuna Raison al calentarla a 81,92 grados centígrados y mantener esa temperatura por dos horas?

Los ojos de Monique se entrecerraron por un breve momento. Carlos no creyó que ella lo supiera. Es más, ellos no lo sabían con seguridad.

– No, por supuesto que no -continuó Svensson-. Ustedes no han probado la vacuna bajo tales condiciones adversas; no había necesidad de hacerlo. Así que déjame hacerte una sugerencia: Cuando aplicas este calor específico a tu medicina milagrosa, muta. No conoces su capacidad de mutar porque según tus fuentes internas, también muta a un calor menor, Pero las mutaciones no se logran mantener por más de una generación o dos.

Los ojos de Monique se abrieron brevemente del todo. Acababa de saber que había un espía en su propio laboratorio. Quizá ahora los debería tomar más en serio. A Carlos le sorprendió que Svensson le comunicara tanto a ella. Claramente no esperaba que la mujer viviera para contarlo.

– Sí, eso es correcto, tenemos muchos recursos. Sabemos de las mutaciones, y que también otras mucho más peligrosas se conservan bajo un calor más intenso. Tu vacuna Raison se convierte en mi variedad Raison, un virus volátil sumamente infeccioso con un período de incubación de tres semanas -declaró, luego sonrió-. Se podría contaminar todo el mundo antes de que la primera persona mostrara algunos síntomas. Imagina las posibilidades para el hombre que controle el antivirus.

Un temblor le recorrió el rostro a Monique. Esta era la clase de reacción que sin duda hacía que el corazón de Svensson le palpitara como un puño. Él la había puesto en evidencia, y sugerido una increíble posibilidad que habían estructurado por sí mismos. Y ella estaba reaccionando con terror.

El rostro de Monique de Raison manifestó a gritos su respuesta. Y ninguna otra respuesta podía haber sido mejor. Ella también sabía todo esto. Había pasado algunas horas a solas con Thomas Hunter, el soñador, y de alguna manera llegó a convencerse de que su vacuna sí representaba realmente un verdadero riesgo.

– Sí, la vacuna para el virus de SIDA tiene 375,200 pares base… ¿no es eso lo que este Hunter te dijo? Y tenía razón. Demasiada información para un bobalicón de Estados Unidos. Es muy malo que no lo tengamos también a él. Por desgracia está muerto.

Svensson dio media vuelta y empezó a ir hacia la puerta.

– Espero que papito ame a su hija, Monique. De verdad. En los días venideros haremos algunas cosas maravillosas, y nos gustaría que nos ayudaras.

El hombre cojeó lentamente, taconeando sobre el concreto con el pié derecho. Svensson era un tipo permanentemente cojo.

– No olvide el explosivo en su estómago -declaró Carlos a Monique sacando el transmisor-. Puedo detonarlo presionando este botón, como se lo dije, pero se detonará por sí sólo si pierde la señal después de cincuenta metros. Creo que es como su grillete. No creo que alguien venga por usted Si eso pasa, simplemente la matará.

Ella cerró los ojos.

Quizá después de todo, él no habría tenido que lastimarla. Mejor de ese modo.


***

EL HELICÓPTERO era una antigua burbuja de reserva con capacidad para cuatro y corría sobre pistones. Tom y el guía bajaron en un arrozal como a cinco kilómetros al sur de la planta de concreto y buscaron la selva a su derecha. El cacharro se elevó y se dirigió a casa. Ahora dependían de los radios, de la nariz de Muta y de los trucos de Tom.

Caminaron afanosamente por el agua hasta tierra seca, y trotando siguieron luego la línea de árboles. Los dos portaban machetes y Muta una 9-milímetros en la cadera. El follaje les hizo aminorar la marcha, obligándolos a cortar su camino por enredaderas y malezas. Tardaron toda una hora en recorrer los cinco kilómetros.

– ¡Allí! -exclamó Muta señalando con el machete el claro que había adelante.

Media docena de edificios de concreto en varios grados de deterioro. Un estacionamiento lleno de maleza con grandes montones de pasto que crecían entre los bloques de concreto. Una banda transportadora oxidada sobresalía hacia el aire poco denso.

Sólo uno de los edificios era bastante grande para ocultar alguna obra subterránea. Si tenían allí a Monique, bajo tierra, el primer edificio a la izquierda parecía la mejor opción. Aunque en el momento todas las opciones parecían muy malas.

Tom había hecho declaraciones atrevidas y ventilado bulliciosas acciones agresivas, pero al estar aquí en la orilla de la selva, con chicharras chillando por todas partes y el caluroso sol del atardecer cayéndole en los hombros, le pareció absurda la idea de que el origen del ataque de un virus en todo el mundo yaciera oculto en esta planta abandonada de concreto.

Y si estaba equivocado? La pregunta lo había hostigado desde que el helicóptero los abandonara una hora antes. Pero ahora había pasado de pregunta a inquietante certeza en un salto gigante. Se equivocó. Esta no era más 9ue una planta abandonada de concreto.

– ¿Está abandonada? -inquirió Muta.

– Él también lo sabe.

– Quédese detrás de la cabaña -ordenó Tom, señalando una pequeña estructura a diez metros de la entrada al edificio principal-. Cúbrame con su pistola. Usted puede disparar derecho esa cosa, ¿no es así?

– Usted patea muy bien -contestó Muta demostrando con una mueca que se había ofendido-. Yo disparo mejor. En la milicia disparé muchas pistolas. ¡Nadie dispara tan bien como yo!

– ¡Haga silencio! -susurró Tom-. Le creo. ¿Puede darle a un hombre en la puerta a esta distancia?

– Demasiado lejos -contestó el guía con una sola mirada a la puerta a poco menos de cien metros de distancia.

Bueno. El entonces era sincero.

– Está bien, cúbrame. Tan pronto como yo despeje la entrada, usted corre y me sigue adentro -decidió, mirando el machete en su mano.

La mayor parte de sus habilidades de pelea consistían en puños y juego de piernas, pero ¿qué bien haría un combate cuerpo a cuerpo en un lugar como este? Es cierto que disponía de algunos trucos, pero el principal era dormir y regresar sano. Un truco muy impresionante, sin duda, pero no exactamente un golpe demoledor en una pelea.

– ¿Listo?

Muta soltó el cargador de su pistola, lo revisó y lo volvió a encajar en una demostración de destreza en manejo de armas.

– Vaya; yo lo sigo.

No exactamente una invasión de tropas de asalto de los EE. UU.

– ¡Vamos! -exclamó, saltó sobre el borde de la pequeña cuesta, corno agachado, machete extendido. Muta corrió detrás de él, sus pies resonaban en la tierra.

Tom estaba a mitad de camino hacia la puerta cuando las dudas empezaron a acumularse en serio. Si el hombre con quien había peleado en el cuarto de hotel se hallaba en el interior de esta edificación, estaría disparando balas. Un machete podría ser menos útil que un fideo mojado. Pero la lucha cuerpo a cuerpo era totalmente imposible; el hombre era mucho más diestro y poderoso.

Se detuvo, la espalda contra la pared, la puerta a su izquierda. Muta se detuvo en la casucha, pistola extendida.

Tom giró la manija. Sin seguro. La haló. Dio una rápida mirada y se ó. El interior estaba oscuro. Vacío.

Vacío, muy, pero muy, vacío. Tragó saliva y giró hacia Muta. El hombre travesó corriendo el terreno abierto, oscilando la pistola. Tom entró al edificio.


***

– ESTÁN ADENTRO -comunicó Carlos, observando el monitor.

– Déjalos entrar -asintió Svensson-. Envíale un mensaje al padre tan pronto como salgas. En vista de su desprecio por las condiciones que fijamos, hemos reducido a una hora el tiempo de su conformidad. Dale nuevas instrucciones. Usa el aeropuerto.

Svensson se dirigió a la puerta a grandes zancadas.

– Tráela a la montaña -siguió diciendo-. Confío en que esta sea la última complicación.

Ellos habían visto al par tan pronto los sensores los captaron en el perímetro. Habían corrido los pasadores de seguridad en las puertas para dejar entrar a los hombres. Como ratones a una trampa.

Carlos no podía ni siquiera comenzar a imaginar cómo Raison había encontrado este lugar. Más misterioso aún era por qué solamente había enviado dos hombres. Sea como sea, Carlos estaba preparado. Lo que les sucediera a estos dos era intrascendente. Pero se había comprometido el encubrimiento del laboratorio. Svensson habría salido por el túnel en cuestión de minutos, aun con su pierna lesionada. Carlos seguiría tan pronto como tuviera la vacuna.

– La llevaré dentro de veinticuatro horas -expresó Carlos poniéndose de pie-. Sí, esta será la última complicación.

Svensson se había ido.

Carlos respiró hondo y miró el monitor. Quizá esto era mejor. El complejo montañoso en Suiza tenía un laboratorio más espacioso. Toda la operación se lanzaría desde otras instalaciones aseguradas. Los seis dirigentes que ya habían acordado participar, que sucederían a Svensson, habían establecido vínculos con la base. La complicación cambiaría…

Carlos parpadeó ante el monitor. El rostro del primero de los hombres se vio entero por primera vez. Este era Thomas Hunter o un gemelo de Thomas Hunter.

Pero él había matado a Hunter. ¡Imposible! Aunque el hombre hubiera sobrevivido a una bala en el pecho, no estaría en condiciones de correr p0t la selva.

Sin embargo, allí estaba él.

Carlos miró la imagen y consideró sus opciones. Dejaría entrar al ratón a la trampa, sí. Pero ¿debería matarlo esta vez?

Era una decisión que él no tomaría de prisa. El tiempo estaba ahora de su parte. Al menos por el momento.


***

VACIO. MUY vacío y muy oscuro.

Un tramo de escaleras hacia su derecha descendía a la oscuridad.

– Allí -susurró, señalando el machete hacia el hueco de la escalera.

Corrió a las escaleras y descendió rápidamente, usando la luz de la entrada abierta arriba para guiar sus pasos. Una puerta de acero en el fondo. Tiró de la manija. Abierta. La puerta giró hacia adentro. Un corredor oscuro. Puertas a lado y lado. Al final, otra puerta.

Una diminuta franja de luz se veía por debajo de la puerta más lejana. El corazón de Tom palpitó con fuerza. Mantuvo su machete nivelado en ambas manos. Dos pasos cuidadosos al frente antes de recordar a su apoyo. Muta.

Retrocedió, miró por encima de las escaleras. Ningún indicio de Muta.

– ¿Muta? -susurró.

Nada de Muta. Quizá había regresado para cubrir la puerta del frente. Tal vez lo habían eliminado. Quizá…

Tom comenzó a sentir pánico. Respiró pausadamente, envuelto en la oscuridad. Esta era una pesadilla, y él era el fugitivo solitario, jadeando por oscuros pasillos desiertos con los fantasmas pisándole los talones. Sólo su fantasma tenía una pistola, y Tom ya había sentido dos de sus balas.

De ninguna manera podía volver a subir esas escaleras ahora. No si había alguien allá arriba esperando.

Corrió hacia la puerta en el extremo del pasillo. Suelas de caucho apagaban sus pisadas. Pasó las otras puertas a lado y lado. Zum, zum, como ventanas hacia un olvido poco prometedor. Puertas al terror. Corrió más rápido. De pronto se convirtió en una carrera para llegar a la puerta con la luz.

Se estrelló contra ella, desesperado porque estuviera abierta. Lo estaba. Irrumpió, cegado por la luz. Cerró de golpe la puerta. Deslizó un pasador y respiró entrecortadamente.

– ¿Thomas?

Tom dio media vuelta. Monique estaba amarrada a una silla en el rincón más allá de una fila de mesas blancas con ampolletas sobre ellas. Este era el sitio del cual Rachelle quería ser rescatada, casi exactamente como él se lo había imaginado. Pero esta no era Rachelle; esta era Monique.

Ella tenía los ojos desorbitados y el rostro pálido.

– Usted… tú estás muerto -lo tuteó por primera vez-. Vi cómo él te disparaba.

Tom fue hacia la mitad del piso, la mente le daba vueltas. Ella se hallaba realmente allí. Él no estaba seguro si fue una intensa sensación de alivio o una clase general de locura lo que le produjo ganas de gritar.

De pronto corrió de nuevo, directo hacia ella.

– ¡Estás aquí! -exclamó deslizándose por detrás de ella y arrancando la cinta de conducto que le ataba las manos a las patas de la silla-. Rachelle me dijo que estarías aquí, en la cueva blanca con frascos, y aquí estás.

Él estuvo a punto de soltar un sollozo incontrolable, pero se recuperó rápidamente.

– Esto es increíble; absolutamente increíble.

Levantó a una temblorosa Monique hasta que la puso de pie, la rodeó con los brazos, y la abrazó fuertemente.

– Gracias a Dios que estás a salvo.

Ella se sintió entumecida, pero era de esperarse. A la pobre alma la habían agarrado a punta de pistola y…

– ¿Thomas? -exclamó, alejándolo suavemente; miraba la puerta.

Tom dio un paso atrás y le siguió la mirada. La puerta estaba cerrada por este lado. Monique no estaba dando volteretas de felicidad ante su rescate, y él se preguntó por qué.

– Vine a rescatarte -informó.

De pronto lo rodeó la realidad de lo que estaba haciendo, dónde estaba Parpadeó.

– Thomas, tenemos un problema.

– ¡Debemos salir de aquí! -exclamó, agarrándole la mano y halándola; entonces volvió sobre sus pasos por el machete que había tirado al suelo-. ¡Vamos!

– ¡No puedo! -gritó ella, agitando su mano libre.

– ¡Por supuesto que puedes! Es verdad, Monique, todo es verdad. Yo sabía acerca de los pares de SIDA, sabía lo de la variedad Raison y sabía cómo encontrarte. Y ahora sé que si no salimos de aquí vamos a tener más problemas de lo que ninguno de los dos pueda imaginar.

– El me obligó a tragar un mecanismo explosivo -le informó ella rápidamente medio susurrando, con las manos en el estómago-. Me matará si me alejo más de cincuenta metros de él. ¡No puedo salir!

Tom le miró el rostro golpeado, las manos de ella le temblaban sobre el vientre. La mente de él se quedó en blanco.

– Tienes que salir, Thomas. Lo siento. Lo siento por no escucharte. Tenías razón.

– No, no es culpa tuya. Yo te secuestré.

Dio un paso hacia ella y por un momento ella era Rachelle, suplicándole que la rescatara. El casi estiró la mano y le quitó el cabello que le caía en la frente.

– Tienes que salir ahora, y decirles que todo es verdad -declaró ella, mirando hacia el rincón.

Tom vio la pequeña cámara y se quedó helado. Desde luego, los estaban observando. Habían agarrado a Muta porque el secuestrador de Monique los había visto venir todo el trayecto. Habían dejado que Tom cayera en esta trampa. ¡No había manera de escapar!

Monique dio un paso hacia él y lo apretó contra sí.

– Ellos nos escuchan; están vigilando -comunicó ella presionando su boca en el oído de él-. Besa mi rostro, mis orejas, mi cabello, como si nos hubiéramos conocido por mucho tiempo.

Ella ni esperó que él reaccionara sino que inmediatamente le presiono los labios contra la mejilla. Estaba dando qué pensar a quienquiera que estuviera observando.

– Tienen los números equivocados -expresó ella, más fuerte, pero no demasiado-. Solamente tú.

– ¿Solamente…?

– Shh, shh -lo calmó; luego habló muy suavemente-. Su nombre es Valborg Svensson. Dile a mi padre. Pretenden utilizar la vacuna Raison. Diles que muta a 81,92 grados centígrados después de dos horas. No lo olvides. Saca con cuidado el anillo de mi dedo y vete mientras puedas.

Tom había dejado de besarle el cabello. Sintió el anillo, lo sacó.

– Sigue besándome.

Siguió besándola.

– No puedo dejarte aquí -objetó.

– Me necesitarán viva. Y si creen que tienes más información de la que necesitan, no te matarán.

– Entonces tengo razón respecto del virus.

– Tienes razón. Siento mucho haber dudado.

Él sintió que un extraño pánico le aferraba la garganta. ¡Sencillamente no podía dejarla aquí! Se suponía que la rescatara. De alguna manera, en algún modo más allá de su comprensión, ella era la clave para esta locura. Ella era la esencia del Gran Romance; él estaba seguro de ello.

– Voy a quedarme. Puedo pelear con este tipo. He aprendido…

– ¡No, Thomas! Tienes que salir. ¡Tienes que decirle a mi padre antes de que sea demasiado tarde! Vete.

Ella le dio un último beso, esta vez en los labios.

– ¡El mundo te necesita, Thomas! Ellos son impotentes sin ti. ¡Huye!

Tom la miró, sabiendo que ella tenía razón, pero no podía dejarla así no más.

– ¡Huye! -gritó ella.

– Monique, no puedo dejar…

– ¡Corre! ¡Huye, huye, huye! Tom corrió.


***

SUCEDIÓ TAN rápido, tan inesperadamente, que agarró desprevenido a Carlos. Un segundo atrás los había tenido a los dos atrapados en el labora-tono al final del largo pasillo. Al siguiente Monique estaba sugiriendo que Hunter aún estaba enterado de algo que ellos no sabían. Tal vez ella y Hunter habían planeado esto juntos, un pensamiento interesante. Y luego Hunter huía.

El estadounidense llegó al pasillo antes que Carlos reaccionara.

Saltó sobre el cuerpo del guardia que había venido con Hunter, abrió de golpe la puerta, y se metió al pasillo. Hunter lo golpeó de costado antes de que pudiera mover la pistola alrededor. Luego el hombre pasó y salió corriendo hacia las escaleras.

Carlos dejó que la fuerza del impacto hiciera girar su cuerpo hacia la figura que escapaba. Extendió la pistola, apuntó a la espalda del hombre. Dos alternativas.

Matarlo ahora con un fácil disparo en la columna vertebral.

Herirlo y agarrarlo vivo.

La última.

Carlos haló el gatillo. Pero Hunter había previsto el disparo y se lanzó a la izquierda. Rápido, muy rápido.

Carlos se movió a la izquierda y disparó otra vez.

Pero la bala chispeó contra la puerta de acero. El hombre había atravesado la puerta y estaba sobre las escaleras. Carlos quedó anonadado por un instante. Se recuperó. Salió tras el hombre a toda velocidad.

– ¡Corre! -gritaba la mujer por detrás.

Ella estaba de pie en el marco de la puerta de su prisión.

Carlos no hizo caso de ella y subió corriendo las escaleras, tres a la vez. ¿Ya se habría ido Hunter? Carlos llegó a la puerta y la atravesó volando.

El estadounidense estaba en la cabaña. Cortando por detrás. Carlos hizo un rápido disparo que dio en un trozo de concreto de la esquina exactamente sobre la cabeza de Hunter. Este viró a campo abierto y corrió hacia la línea de árboles.

Carlos empezó a ir en su persecución, sabiendo que la casucha brindaría un sitio perfecto para disparar sin ningún obstáculo al hombre. Había dado sólo un paso cuando se detuvo.

Si él y la mujer se separaban más de cincuenta metros, el explosivo en el estómago acabaría con la vida de ella. La necesitaban viva. Ella lo sabía y no lo siguió.

El hombre estaba ampliando la distancia.

Carlos podría dejar el transmisor, pero la mujer podría seguirlos, hallar el transmisor, y escapar con él. Ella era el grillete de él.

Carlos soltó una palabrota entre dientes, se inclinó contra el marco de la puerta, y afirmó su pistola extendida. El hombre estaba a poco menos de veinte metros de la selva, una mancha inclinada en la mira de la pistola.

Hizo otro disparo. Otro. Luego dos más en rápida sucesión.

¡Plas!

La última bala dio de lleno en la parte posterior de la cabeza del hombre. Carlos lo vio caer hacia delante con el impacto característico de la bala, vio salpicar sangre. Hunter desapareció dentro de la elevada hierba.

Carlos bajó la pistola. ¿Estaría muerto? Nadie pudo haber sobrevivido a tal impacto. No podía salir para revisar mientras la mujer estuviera libre y el transmisor en el bolsillo de él. Pero Hunter no iría pronto a ninguna parte.

Movimiento.

La hierba. ¿Se estaría arrastrando?

No, se había levantado, allí, junto a los árboles. ¡Corría!

Carlos levantó bruscamente la pistola y vació el último cargador con tres disparos más. Hunter desapareció entre los árboles.

El secuestrador cerró los ojos y se dio un furioso golpe en la cabeza. ¡Imposible! Estaba seguro de que le había dado al tipo en la cabeza.

Dos veces se le había escapado el hombre después de pegarle tiros directos. Nunca más. ¡Nunca!

La ingenuidad de la mujer era muy inesperada. Admirable en realidad.

Bajó las escaleras y miró a Monique, quien se hallaba de pie en el marco de la puerta, los brazos cruzados. Le faltó poco para meterle un balazo en la pierna. En vez de eso, recorrió el pasillo y le dio un golpe en el estómago.

Quizá después de todo tendría que lastimarla.

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