MONIQUE PARPADEÓ. Sentía que le iba a estallar la cabeza. Se hallaba acostada de lado. Su visión era borrosa. Tenía la mejilla contra la alfombra. Podía ver debajo de la cama a tres metros de distancia. ¿Se había quedado dormida? Entonces recordó. El pulso se le aceleró. ¡Alguien había irrumpido mientras Thomas dormía! Entró como un torbellino y la golpeó en la cabeza antes de que ella pudiera hacer nada. Algo más había sucedido, pero no lograba recordar qué. Le dolía la garganta. Sentía la cabeza como un globo.
Pero estaba viva, y aún estaba en la habitación.
¡Debía despertar a Tom!
Monique estaba a punto de levantar la cabeza cuando vio los zapatos debajo del extremo de la cama. Se hallaban conectados a pantalones. Alguien estaba parado al final de la cama.
Contuvo el aliento y se paralizó. ¡Él aún estaba aquí! La respiración de Tom sonaba irregular. ¿Estaba herido? O durmiendo.
Monique cerró los ojos e intentó pensar. Las tiras de sábana de la cama aún le ataban los brazos y los pies. Pero su boca. Él le había quitado la mordaza. ¿Por qué? ¿Era este su rescatador? ¿Había venido la policía para sacarla de ahí? De ser así, ¿por qué entonces el hombre la había dejado inconsciente?
No, no podría ser alguien que pensara en la seguridad de Monique. Que a supiera, en este mismo instante él atravesaba el cuarto, cuchillo en mar>o, pretendiendo terminar el trabajo. Abrió los ojos de par en par. Los zapatos de él no se habían movido. Ella levantó la mirada lo más que pudo, desesperada por ver a su atacante.
Camisa negra. Tenía una larga cicatriz en la mejilla. Su brazo estaba extendido. Portaba una pistola en la mano. La pistola apuntaba a Thom Monique se llenó de pánico.
– ¡Thomas! -gritó con toda la fuerza que tenía, irguiéndose.
El hombre giró hacia ella, apuntando con la pistola, los ojos bien abiertos. Thomas se irguió rápidamente en la cama, como un títere movido por cuerdas. El hombre cayó sobre una rodilla y apuntó otra vez la pistola hacia Thomas.
– ¡Quieto!
Pero era demasiado tarde. Thomas ya se estaba moviendo.
Se lanzó hacia su izquierda. La pistola vomitó. Una almohada arrojó plumas. Monique vio al estadounidense caer de la cama y dar contra el piso en el otro lado. Se movió con velocidad vertiginosa, como si hubiera rebotado en la alfombra.
Al instante se hallaba en el aire, volando hacia el intruso vestido de negro.
¡Plas! La pistola volvió a vomitar, abriendo un hoyo en la cabecera de la cama. Tom entró con una patada tijereta, como un jugador de fútbol preparándose para hacer un gol. Su pie se conectó con la mano del hombre.
¡Crac!
La pistola atravesó volando la habitación y chocó en la pared por encima de la cabeza de Monique. Cayó al suelo a su lado.
Ella estaba impotente para agarrarla. Pero hizo oscilar la pierna para cubrirla.
Thomas había rodado sobre la cama después de su patada y ahora estaba de pie cerca de la almohada rota, enfrentando al atacante en la conocida posición de listo para atacar.
El hombre la miró, luego a Thomas. Una sonrisa le retorció los labios-Muy bien. Lo subestimé después de todo -expresó.
Acento mediterráneo. Instruido. No un matón. Monique intentó levantarse, haciendo caso omiso de un dolor espantoso en la cabeza.
– ¿Quién es usted? -exigió saber Thomas; tenía los ojos totalmente abiertos, pero aparte de eso estaba sorpresivamente tranquilo-. No quiero herir a nadie.
– ¿No? Entonces quizá lo subestimé.
– Usted es el que quiere la vacuna -afirmó Thomas. El ojo izquierdo del hombre se entrecerró un poco. Suficiente para que Monique supiera que Thomas había tocado una fibra sensible.
– ¿Cómo lo supo usted? -inquirió Thomas.
– No tengo interés en una vacuna -contestó el hombre; sus ojos miraron una chaqueta que estaba cerca de la puerta; Tom también la vio.
– Yo le avisé, ¿no es así? -exigió saber Thomas-. Si no hubiera dicho nada a nadie, usted no estaría aquí. ¿Es eso correcto?
– Yo sólo hago aquello para lo que me contratan -rebatió el hombre encogiéndose de hombros-. No tengo idea de qué habla usted.
Él se movió cuidadosamente hacia la puerta del frente. Se frotó las manos y las levantó en una muestra de rendición.
– En este caso me contrataron para devolverle la muchacha a su padre, v debo decirle que pretendo hacer eso totalmente. No tengo ningún interés en usted.
– No, no le creo -enunció Thomas, negando con la cabeza-. Monique, 375,200 pares base. Vacuna VIH. ¿Estoy en lo cierto?
Ella lo miró. Aún no habían publicado esa información. Cómo pudo…
– ¿Estoy en lo cierto? -repitió él.
– Sí.
– Entonces escúcheme -ordenó Tom, mirando primero a Monique y después al atacante; los ojos se le llenaron de lágrimas; parecía desesperado-. No sé qué me está pasando. No quiero herir a nadie. De veras, ¿me oye? Pero tengo que detener a este tipo. Quiero decir, pase lo que pase, tenernos que detenerlo. Son reales, Monique. Mis sueños son reales. ¡Tiene que creerme!
El hombre había dado otro paso hacia la puerta.
– Sí, está bien. Le creo -contestó ella más para tranquilizar a Tom que Por estar de acuerdo con él-. ¡Vigílelo, Thomas! Él está yendo hacia la chaqueta.
– Deje la chaqueta -ordenó Thomas.
El hombre arqueó una ceja. Parecía estar disfrutando.
– Esto es absurdo. ¿Cree de verdad que puede impedirme hacer lo que quiero? Usted está desarmado -expresó mientras con indiferencia metía la mano al bolsillo y sacaba una navaja automática; la hoja se abrió de repente-. Yo no lo estoy. Y aunque lo estuviera, usted no tendría ninguna oportunidad contra mí.
– ¿Lo jura?
– ¿Quiere usted que yo…?
– ¡Usted no! Ella. ¿Me cree, Monique? Necesito que me crea. La convicción de él la hizo titubear.
– Esto podría terminar mal, Monique. Necesito realmente, de veras, que entienda lo que está pasando aquí.
– Le creo -confirmó ella.
De pronto el hombre arremetió contra su chaqueta.
Monique nunca había visto a alguien moverse tan rápido como lo hizo Thomas entonces. No saltó; no dio un paso. Se disparó, como una bala. Directo al piso entre la cama y la puerta del frente donde se hallaba doblada la chaqueta.
Rodó una vez, se paró de un salto, y con los bordes de las dos manos golpeó de costado al hombre vestido de negro.
CARLOS HABLA matado muchos hombres sólo con las manos. Nunca, en una docena de años del más excelente entrenamiento, había visto a un hombre moverse tan rápido como el estadounidense. Si pudiera llegar al trasmisor en la chaqueta, no habría pelea. Ahora estaba seguro que Thomas Hunter capitularía si lo enfrentaba a la posibilidad de la terrible muerte de la francesa.
Vio a Hunter tocar el suelo y rodar, y supo exactamente lo que pretendía hacer. Incluso supo que lo que el hombre había ganado al poner a trabajar la gravedad a su favor podría significar que Hunter lo alcanzaría antes de que lograra alcanzar la chaqueta. Pero tenía que tomar una decisión, y> considerados todos los aspectos, decidió concluir su intento de agarrar la chaqueta. Era la única manera de evitar una pelea que indudablemente terminaría con la muerte de Thomas Hunter.
El hecho era que quería vivo a Hunter. Necesitaba saber qué más sabia-El hombre lo alcanzó demasiado rápido. Carlos se movió para aceptar el golpe de Hunter. El estadounidense lo golpeó en el brazo izquier0' fuerte. Pero no tan fuerte como para derribarlo.
Carlos agitó la navaja en la mano derecha a través del cuerpo de su oponente. La hoja cortó carne. El estadounidense cayó sobre el estómago. Rodó sobre la chaqueta y se paró listo. Sangre le manaba de cortes en los antebrazos.
Arrojó la chaqueta a través de la habitación. Sin inmutarse. Rebotó dos veces en la parte delantera de los pies y se lanzó hacia la pared adyacente a Carlos, con los pies por delante.
Esta vez él supo la trayectoria del hombre antes de que pudiera alinear su patada. Iba por el cuchillo.
Carlos esquivó, bloqueó el talón del hombre cuando este venía, y apuñaló con la navaja. La hoja se hundió en carne.
Hunter gimió y giró las piernas contra la hoja, obligándola a salir de la mano de Carlos. Aterrizó en ambos pies, con la hoja firmemente plantada en su pantorrilla derecha. La arrancó y enfrentó a Carlos, con la hoja lista.
El cambio total fue completamente inesperado. A rabiar. Bastante… se le acababa el tiempo.
Carlos simuló ir a su izquierda, se agachó, y saltó repentinamente hacia atrás. Como esperaba, el movimiento atrajo una rápida cuchillada con la navaja. Aún sobre sus talones cayó sobre una mano e hizo girar su pie derecho con todas sus fuerzas. Su zapato golpeó la muñeca de Hunter. La rompió con un crujido agudo. La navaja salió volando por el cuarto.
El siguió su pie derecho con el izquierdo hacia el plexo solar del estadounidense.
Hunter se tambaleó hacia delante, sin aliento. El teléfono sonó.
Carlos se había tardado mucho. Su primera preocupación tenía que ser 'a muchacha. Ella era la clave para la vacuna. Otro timbrazo. ¿La rubia? O 'a recepcionista. Llevarse al estadounidense ya no era una opción.
Debía acabar esto ahora mismo.
ÁUSEA RECORRIÓ por el estómago de Tom. El teléfono sonaba, y Pensó que p0jfa ser Kara. El timbre pareció desconcertar levemente a su atacante, pero él no estuvo seguro si eso importaría ya. El hombre con cicatriz en el rostro se iba a llevar a Monique.
Los dos brazos de Tom sangraban. Su muñeca estaba rota y se entumecía la pierna derecha. El hombre lo había desarmado sin soltar una gota de sudor. El pánico empezó a inundarlo.
De pronto el hombre dobló a su izquierda, hacia Monique. Ella hiz0 oscilar ambos pies hacia él en un valiente esfuerzo por rechazarlo.
– Aléjese de mí, usted…
Él le aventó los pies a un lado y recogió la pistola. Se volvió con indiferencia y apuntó el arma hacia Tom.
Las opciones de Tom habían desaparecido. Ahora sólo era cuestión de sobrevivencia. Se enderezó.
– Usted gana.
La pistola bajó y se sacudió en la mano del hombre. Una bala se abrió paso por el muslo de Tom. Se tambaleó hacia atrás, entumecido.
– Siempre gano -se jactó el hombre.
– ¡Thomas! -exclamó Monique mirando aterrorizada-. ¡Thomas!
– Tiéndase sobre la cama -ordenó el hombre.
– No le haga daño.
– Cállese y tiéndase sobre la cama.
Tom cojeó hacia delante. Su mente ya se le estaba debilitando. Quiso decir algo, pero no vino nada. Sorprendentemente, ya no le importó lo que el hombre le hiciera ahora. Pero estaba Kara, además de Monique, y estaba su madre, y todas ellas iban a morir.
Además estaba su padre. Quería hablar con su padre.
Se oyó quejarse cuando caía en la cama.
¡Plas! Una bala se le incrustó en el estómago.
¡Plas! Una segunda bala le perforó el pecho.
La habitación se desvaneció.
Tinieblas.
EL SUBSECRETARIO de estado Merton Gains se agachó debajo del para-guas y se deslizó dentro del Lincoln. Se había acostumbrado a los aguacero desde que se mudó de Arizona a Washington. En realidad los encontraba refrescantes.
– Vaya, está lloviendo de verdad -comentó.
– Así es, señor -asintió George Maloney detrás del volante. El irlandés no mostró ni un indicio de emoción. Nunca lo hacía. Gains ya no lo intentaba. Le pagaban por pasear en coche y por proteger.
.-Llévame al aeropuerto, George. Llévame a la parte más seca de la tierra.
– Sí señor.
Miranda había insistido en vivir en su hogar en Tucson al menos durante los inviernos, pero después de dos años ya no soportaba vivir en Washington, y encontraba excusas para regresar a casa incluso en los meses más calientes. La verdad es que Merton haría lo mismo, si le daban a elegir. Los dos fueron criados en el desierto, para el desierto. Punto.
La lluvia salpicaba las ventanillas de manera implacable. El tráfico estaba casi paralizado.
– Señor, ¿estará de regreso el jueves?
– Hoy Tucson, mañana California, de vuelta el jueves -suspiró Gains-. Así es.
Su teléfono celular le vibró en el bolsillo superior de la chaqueta.
– Muy bien, señor. Quizá esta lluvia haya amainado para entonces. Gains extrajo el teléfono.
– Me gusta la lluvia, George. Mantiene todo limpio. Algo que siempre podemos usar aquí, ¿no es cierto?
– Sí señor -llegó la respuesta sin sonrisa alguna. Contestó el teléfono.
– Habla Gains.
– Sí, Sr. Gains, tengo en el teléfono a Bob Macklroy. Dice que podría ser importante.
– Páselo, Venice.
– Está bien.
A veces Washington le parecía a Gains una reunión universitaria. Asomara cómo muchos empleos habían ido a parar a manos de graduados de Princeton desde que eligieran presidente a Blair. Todas personas capacitadas, desde luego; no se podía quejar. Él mismo había hecho su parte en hacer subir la cuota Princeton, principalmente por medio de recomendaciones. Aquí, por ejemplo, no era exactamente alguien con influencia en Washington, pero en parte estaba trabajando como secretario adjunto en la oficina, e1 Bureau for International Narcotics and Law Enforcement Affairs porque había jugado basquetbol con el ahora ministro de estado Merton Gains.
– Hola, Bob.
– Hola, Merton. Gracias por contestar la llamada.
– De nada. ¿Te está tratando bien Tim allá?
Bob no se molestó en contestar directamente la pregunta.
– Él está en Sao Pablo por algunos días. No estamos seguros si eres la persona adecuada. Esto es un poco extraño, y no sabemos con seguridad hacia dónde dirigirlo. Tim pensó que el FBI podría ser…
– Cuéntamelo, Bob. ¿De qué se trata?
– Bueno… -vaciló Bob.
– Sólo dime. Y sube el tono de la voz, aquí llueve muy duro. Pareciera que está pasando un tren por aquí.
– Bueno, pero todo el asunto es muy extraño. Sólo te estoy informando lo que sé. Parece relacionado con tu participación en la Ley Gains.
Gains se irguió un poco. Bob no acostumbraba estas evasivas. Algo no andaba bien, no sólo en su voz sino en esta mención del proyecto de le\ derrotado por escaso margen que Merton presentara dos años antes cuando era senador. La volvieron a presentar, con algunas alteraciones y su nombre aún en ella. El proyecto de ley impondría estrictas restricciones a la inundación de nuevas vacunas que llegan al mercado, exigiéndoles que las sometan a una serie completa de pruebas. Ya habían pasado dos años desde que muriera su hija menor, Corina, de una enfermedad autoinmune después di que se le administrara erróneamente una nueva vacuna contra el SIDA. La vacuna tenía aprobación de la FDA. Gains logró que la prohibieran, pero cada mes entraban al mercado otras vacunas, y cada vez eran más las víctimas.
– Si no desembuchas, voy a enviar allí algún poder efectivo para obligarte -amenazó Gains.
Esto era algo que sólo podía decir a un hombre como Bob, el macho presuntuoso que una vez ostentara el record de lanzamientos de tres puntos en el basquetbol universitario. Todos sabían que Merton Gains se saldría de su camino para no pisar a una hormiga que vagara por la acera.
– Te recordaré que mantengas mi nombre en reserva -siguió evadiendo Bob. Luego suspiró-. Hace un par de días recibí una extraña llamada de un hombre que dice llamarse Thomas Hunter. El…
– ¿El mismo Thomas Hunter de la situación en Bangkok? -interrumpió Gains.
Hoy día le habían asignado el incidente. Un ciudadano estadounidense identificado en registros de vuelo como Thomas Hunter había secuestrado a Monique de Raison y a otra mujer no identificada en el vestíbulo del Sheraton. Los franceses estaban furiosos, los tailandeses exigían intervención, y hasta el mercado de valores había reaccionado. Farmacéutica Raison no era precisamente desconocida. El momento no pudo haber sido peor… acababan de anunciar su nueva vacuna.
A juicio de Gains el momento era muy oportuno.
– Sí, creo que podría ser -respondió Bob.
– ¿Te llamó? ¿Cuándo?
– Hace unos días. Desde Denver. Aseguró que la vacuna Raison muta-ría en un virus mortífero que acabaría con la mitad de la población. Puras chifladuras.
No necesariamente.
– Bueno, así que tenemos un chiflado que se las arregló para volar hasta Tailandia y secuestrar a la hija de Jacques de Raison. Eso es lo que el mundo ya sabe. ¿Dijo algo más?
– En realidad, sí. No pensé en el asunto hasta que vi hoy su nombre en las noticias. Como dijiste, un chiflado, ¿no es verdad?
– Correcto.
– Bueno, me dijo que el ganador del Derby de Kentucky iba a ser Volador Feliz.
– ¿Y? ¿No fue el Derby hace tres días?
– Sí. Pero me lo dijo antes de la carrera. Obtuvo su información de sus sueños, el mismo lugar donde supo que la vacuna Raison…
– ;Te dijo de veras el nombre del ganador antes de la carrera? -Eso es lo que estoy diciendo. Absurdo, lo sé.
Gains miró por la ventanilla lateral. No se veía nada por los raudales de agua que bajaban por el vidrio. En su época había sabido de algunas ridiculeces, pero esta sería exclusiva como disertación principal de cantina.
– ¿Apostaste?
– Desgraciadamente saqué la llamada de mi mente hasta hoy, cuan volví a ver su nombre. Pero hice algunas averiguaciones. Su hermana, Hunter, ganó más de trescientos mil dólares en la carrera. Estuvieron en Atlanta donde armaron un poco de escándalo en los CDC.
Definitivamente algo no estaba bien aquí.
– Así que tenemos dos chiflados. No he visto la reseña de ella.
– Es enfermera. Se licenció con honores. Una chica lista, por lo que veo. No el típico caso de excentricidad.
– No me digas que estás creyendo de veras que este muchacho sabe algo.
– Sólo estoy diciendo que él sabía acerca de Volador Feliz, y ganó. Y asegura que sabe algo respecto de esta vacuna Raison. Eso es todo lo que te estoy informando.
– Está bien, Bob. Basta con decir que Thomas Hunter está totalmente engañado… las esquinas de las calles de Estados Unidos están repletas de tipos parecidos, por lo general de los que portan carteles y a gritos lanzan peroratas sobre el fin del mundo. Esto es bueno. Al menos tenemos motivación. Sin embargo, tienes razón, de esto se tienen que encargar la CÍA y el j FBI. ¿Tienes un informe redactado?
– En mi mano.
– Entonces hazlo público. Los reseñadores tendrán actividad con esto. Envíame una copia por fax, ¿de acuerdo?
– Lo haré.
– Y hazme un favor. Si el hombre vuelve a llamar, pregúntale quién ganará el campeonato de basquetbol de la NBA. Eso provocó una risotada.
Gains cerró el teléfono y cruzó las piernas. ¿Y si Thomas Hunter supiera algo más que quién iba a ganar el Derby de Kentucky? Imposible, por supuesto, pero entonces imposible también era saber quién ganaría el Derby de Kentucky.
Hunter había volado a Atlanta. Las oficinas centrales de los CDC estaban allí. Eso tendría sentido. Hunter cree que un virus está a punto de arrasar con el mundo, va a los CDC, y cuando ellos se burlan de su ridícula afirmación, él va directo a la fuente del supuesto virus.
Bangkok.
Interesante. El caso de un verdadero chiflado. Demente.
Por otro lado, ¿cuán a menudo una locura ha hecho ganar trescientos dólares en una carrera de caballos?