12

POR MÁS que tomara en cuenta el apremio de Kara, Tom no podría dormir en el vuelo a Atlanta. Ni un parpadeo.

Sin prisa pero con seguridad, Kara estaba haciendo a un lado su incredulidad de que algo muy importante le ocurría de veras a Tom, aunque aún no aceptaba la idea de que él se hubiera tropezado con el fin del mundo, por así decirlo. Como lo manifestaba, el sólo hecho de que él indudablemente estuviera experimentando alguna clase de precognición mientras dormía, no significaba que fuera verdad todo lo que se adhería a su muy activa imaginación. De todos modos, ¿quién oyó alguna vez hablar de murciélagos blancos peludos?

Tom quería desesperadamente convencerla de que podría con facilidad ser de la otra manera. No había evidencia verdadera de que el Boeing 757 en que volaban no fuera en realidad parte de algún sueño absurdo. ¿Quién iba a determinar qué realidad era más convincente?

– Piensa en lo que papá solía decir cuando éramos niños -recomendó él-. Todo el punto de vista del mundo cristiano se basa en realidades alternas. Nuestra lucha no es contra carne y sangre sino contra principados o algo así. ¿Lo recuerdas? Es más, casi todo el mundo cree que la mayor parte de lo que realmente ocurre, sucede sin que podamos verlo. Ese es un importante enfoque religioso.

– ¿Sí? No creo eso. Y tú tampoco.

– Bueno, tal vez deberíamos creer eso. No necesariamente la parte del cristianismo sino todo el principio. ¿Por qué no?

– Porque no creo en fantasmas -respondió ella-. Si existe un Dios y nos hizo con cinco sentidos, ¿por qué no se mostraría a nosotros por medio de esos sentidos? Un sueño no tiene sentido.

– Quizá él sí se nos muestra, pero no lo vemos. Tal vez nuestros sentidos no son el problema sino nuestras mentes.

– ¿Es este el mismo Thomas que solía decirle a papá cuan absurda era su tonta fe? -preguntó ella girando en su asiento y mirando a su hermano.

– No estoy diciendo que algo haya cambiado. Sólo afirmo que debemos considerar algo. Como La matriz. ¿Recuerdas esa película? Todos creen que es de una forma, cuando en realidad es de otra.

– Sólo el mundo real es un bosque colorido con peludos murciélagos blancos, y este es sólo un sueño. No creo eso.

– Los murciélagos blancos peludos me sanaron la cabeza y me dijeron quién ganará el Derby de Kentucky. Y si estoy imaginando una realidad, sería más probable que esté imaginando esta. En la otra realidad, ambas realidades tienen sentido… esta como una historia y esa como el presente. En esta realidad, la otra realidad no tiene sentido a menos que esta no sea realmente una realidad. O a menos que sea realmente el futuro.

– Basta. Me estás produciendo dolor de cabeza. Duérmete y averigua cómo solucionaremos esta crisis del Oriente Medio.

– No lo haremos. La variedad Raison nos llega antes. Lo cual es ahora.

– A menos que se detenga la variedad Raison -aclaró ella-. ¿Es posible cambiar el futuro? O mejor aún, ¿cambiar la historia?

Él no se molestó en contestar.

Aterrizaron en Atlanta una hora después y pasaron treinta minutos realizando algunas gestiones. Kara debía una explicación al hospital en Denver y tenía que hacer algunos asuntos bancarios. Tom revisó la disponibilidad de vuelos a varios destinos extranjeros, por si acaso. Eran más de las tres antes de que se encontraran en el transporte terrestre.

– Entonces -enunció Tom, sosteniendo la puerta abierta que llevaba a la línea de taxis-, ¿cuánto tenemos?

– ¿Nosotros? Como cinco mil dólares, y están en mi cuenta. No acuerdo que depositaras ningún dinero en mi cuenta.

Tom había averiguado de un vuelo a las diez de la noche a Bangkok a través de Los Ángeles y Singapur, pero los boletos costarían dos mil dólares cada uno. Nada bueno. Él frunció el entrecejo. ¿Esperabas más? -cuestionó ella.

– Creí que habías ahorrado más de veinte mil dólares -confesó él.

– Eso fue hace tres meses. He hecho algunas compras desde entonces. Cinco nos sustentarán. Mientras no huyamos a Manila o Bangkok -anunció ella, cerrando la puerta.

El taxi amarillo arrancó hacia las oficinas de los CDC en la calle Clifton a las 4:15, cuarenta y cinco minutos antes de que supuestamente cerraran el edificio gubernamental. Kara pagó al chofer y quedó frente a la entrada principal con Tom.

– Bueno, ¿cuál es exactamente nuestro objetivo primordial aquí? – quiso saber ella.

– Despertar a los muertos -contestó Tom.

– Seamos un poco más precisos.

– Alguien allí tiene que tomarnos en serio. No nos vamos hasta que alguien con el poder de hacer algo esté de acuerdo en investigar la variedad Raison.

– Está bien -concordó Kara mirando su reloj.

Entraron al edificio y se dirigieron a un mostrador acordonado con Plexiglás protector e identificado por un letrero negro como «Recepción». Tom explicó su objetivo a una pelirroja llamada Kathy y, al informárseles que deberían ver a un asistente social, pidieron ver uno de inmediato. Les pasaron un montón de formularios que contenían gran cantidad de preguntas que parecían no tener nada que ver con enfermedades contagiosas: Fecha de nacimiento, número de Seguro Social, rendimiento en la escuela primaria, talla de calzado. Se retiraron a una fila de acolchonadas sillas de espera, llenaron rápidamente los formularios, y se los devolvieron a Kathy.

– ¿Cuánto tiempo tendremos que esperar? -averiguó Tom.

El teléfono de Kathy sonó y ella lo contestó sin brindarle una respuesta. Una de sus compañeras de trabajo tenía evidentemente un problema de ratones en su casa. Tom tamborileó los dedos en el mostrador y esperó de manera paciente.

Kathy colgó el teléfono, pero este volvió a sonar.

– Una pregunta sencilla: ¿Cuánto tiempo? -volvió a preguntar Tom levantando el dedo.

– Tan pronto como alguien esté disponible.

– Ya son las 4:35. ¿Cuándo estará alguien disponible?

– Haremos lo posible porque los atiendan hoy-contestó ella y levanto el auricular. La misma compañera. Otra pregunta crítica sobre tácticas para contener enjambres de ratones agresivos. Algo acerca de usar guantes de caucho al quitar las alimañas de las trampas.

A Kathy la criaron en una fábrica de idiotas -declaró Tom, después de suspirar de manera audible y volver a las sillas de espera.

Paciencia, Thomas. Quizá yo debería hablar -comentó Kara volviendo a mirar su reloj.

– Tengo un mal presentimiento de que aquí estamos perdiendo nuestro tiempo -advirtió él-. Aunque reportáramos esto, ¿cuánto tiempo necesitará la burocracia para actuar? Toma meses, y a veces años, para lograr que la FDA apruebe una droga. ¿Cuánto tomará revertir eso? Probablemente meses y años. Te lo estoy diciendo, debemos ir a Bangkok. Ellos harán el anuncio en dos días. Todo lo que debemos hacer es explicarles el problema… a esta Monique de Raison. Ellos verificarán nuestras inquietudes, encontrarán el problema y tratarán con él.

– Dudo que sea así de sencillo -discutió Kara parándose y mirando otra vez su reloj-. Debo revisar algo. Ya vuelvo.

Tom dejó que su ímpetu se atesorara por otros diez minutos antes de acercarse otra vez a Kathy. Esta vez ella lo detuvo antes de que él pudiera hacer la pregunta obvia.

– Perdóneme, señor, ¿le cuesta oír, o simplemente es terco? Creí haber dicho que lo llamaría cuando hubiera un asistente social disponible.

Él se detuvo, impactado por la descortesía de ella. No había nadie más suficientemente cerca… un hecho que obviamente no pasó desapercibido para Kathy, o no se habría atrevido a lanzar su maltrato verbal.

– ¿Perdón? -balbució él.

– Ya me oyó -indicó ella bruscamente-. Lo llamaré si tenemos un asistente social disponible antes de que cerremos.

– Esto no puede esperar hasta mañana -reveló él acercándose al mostrador y mirado por encima del Plexiglás.

– Pues debió haber pensado en eso antes.

– Escuche, señora, ¡volamos directo desde Denver para venir a verlos! i si hubiera algo mortal conmigo? ¿Cómo sabe usted que yo no tengo una enfermedad que podría acabar con el mundo?

– Esto no es una clínica -informó ella recostándose, con una clara petulancia de que había ganado ante esta última ridiculez de él-. No creo que usted tenga…

– ¡Usted no sabe eso! ¿Y si yo tuviera polio?

Enfermedad equivocada.

– ¿Y si yo tuviera ébola o algo así? -concluyó él.

– Se trata de algo de Raison -cuestionó ella sacando el formulario de él-. No ébola. Siéntese, Sr. Hunter.

– ¿Y qué es la variedad Raison? -quiso saber él, el calor le flameaba en el cuello-. ¿Lo sabe usted siquiera? En realidad, la variedad Raison hace que el virus ébola parezca un resfriado común. ¿Sabía usted eso? El virus podría sencillamente haberse extendido en…

– ¡Siéntese! -gritó ella levantándose, apretó los puños en las caderas y señaló con dramatismo las sillas de espera-. Siéntese inmediatamente.

Tom no podía estar seguro si fueron sus instintos de artes marciales o su generosa inteligencia lo que se apoderó de él en el instante siguiente… de cualquier modo, al menos su proceder fue impecable.

Intercambió miradas con la mujer detrás del Plexiglás por unos cinco segundos completos. El colmo fue ver que las mandíbulas de ella temblaban. Él repentinamente se agarró del cuello con ambas manos y comenzó a estrangularse.

– ¡Ahhhh! Creo que podría estar infectado -lanzó un grito ahogado; trastabilló hacia delante, chocó la cabeza contra el Plexiglás y gritó-. ¡Auxilio! ¡Socorro, estoy infectado con Variedad Raison!

– ¡Siéntese! -gritó la mujer, quien seguía rígida y temblando con furia, señalando aún las sillas.

– ¡Me muero! ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Ayúdenme! -siguió gritando Tom, aplastando el rostro contra el vidrio, apretando las manos en su cuello, y sacando la lengua.

– ¡Thomas! -exclamó Kara corriendo hacia él por el pasillo.

Él empezó a doblarse y a poner los ojos en blanco.

Media docena de trabajadores entraron a los cubículos detrás de la recepcionista.

– ¡Basta! -gritó Kathy-. ¡Basta!

– ¿Qué estás haciendo, Thomas? -exigió saber Kara frenéticamente.

Él le guiñó discretamente un ojo y luego se volvió a golpear la cabeza contra el vidrio, esta vez con tanta fuerza como para que le doliera.

– ¡Perdón! -exclamó un hombre vestido de gris que apareció detrás de la recepcionista-. ¿Cuál parece ser el problema aquí?

– Él… él quiere ver a un asistente social -le informó ella.

– ¿Es usted el responsable aquí? -preguntó Tom, bajando las manos e irguiéndose.

– ¿A la orden?

– Perdóneme por esta payasada, pero estoy muy desesperado y un subalterno adecuado fue lo único que me vino a la mente -explicó Tom-. Es absolutamente crítico que hablemos de inmediato con alguien del departamento de enfermedades contagiosas.

El hombre miró el rostro rojo de Kathy.

– Tenemos procedimientos por una razón, Sr…

– Hunter. Thomas Hunter. Créame, usted estará muy interesado en lo que tengo que decir.

El hombre titubeó y luego pasó por una puerta en el Plexiglás.

– ¿Por qué no entra a mi oficina? -invitó, extendiendo la mano-. Mi nombre es Aaron Olsen. Perdone por favor nuestra demora. A veces aquí estamos agobiados de trabajo.

Tom estrechó la mano del hombre y lo siguió, acompañado por Kara.

– La próxima vez que vayas a deschavetarte, adviérteme, ¿de acuerdo? -susurró Kara.

– Lo siento.

Kara no pudo ocultar una sonrisa.

– ¿Qué pasa? -preguntó Tom.

Nada -contestó ella-. Te diré más tarde.


***

AARON OLSEN miró a Tom desde el otro lado de un enorme escritorio e madera de cerezo, los codos apoyados en la superficie, el rostro estoico e imposible de interpretar tras la detallada explicación de Tom acerca de los Pandos murciélagos blancos.

Tom se recostó y exhaló profundamente. Una placa sobre el escritorio e Aaron informaba que era el subdirector, y él explicó que su departamento era en realidad de enfermedades contagiosas. Y, aunque había empezado p0r explicar que la unidad de rápida respuesta de la Organización Mundial de la Salud era el departamento adecuado para contactar, había concordado en escucharles su historia, y lo hizo sin emoción. Finalmente estaban avanzando.

– Conque… -manifestó Aaron, y por primera vez se dibujó una leve sonrisa en sus labios.

– Sé que parece extraño -expresó Tom-. Pero usted debe considerar aquí los hechos.

– Lo hago, Sr. Hunter, y eso es lo que me preocupa. ¿Estoy perdiendo algo aquí, o usted me está diciendo de veras que esta información vino de un sueño?

– Usted afirma que eso parece absurdo -añadió Kara inclinándose hacia adelante; su tono defensivo era sorprendente-. ¿Oyó usted una palabra de lo que Tom le dijo? ¡Él sabe acerca de la vacuna Raison! Tom lo supo antes de que se hiciera pública.

– La vacuna Raison se ha promocionado en círculos privados por algunos meses ahora…

– No en los círculos privados de Tom.

– Está bien, Kara -terció Tom levantando una mano; ¿qué le había pasado a ella? De pronto se convirtió en su ardiente defensora; Tom enfrentó a Olsen-. Está bien, analicemos esto otra vez. ¿Qué exactamente le confunde a usted?

El hombre sonrió, incrédulo.

– Usted afirma que esto vino de un sueño…

– No exactamente -interrumpió Tom-. Vino de una realidad alterna. Pero olvidemos eso por un instante. A pesar de cómo lo sepa, tengo conocimiento específico de cosas que aún no han sucedido. Supe que una empresa francesa estaba a punto de anunciar una sustancia llamada Vacuna Raison antes de que fuera de conocimiento público. También sé que la vacuna Raison mutará bajo calor extremo y se volverá muy mortífera. Infectará la población del mundo en menos de tres semanas. Todo lo que le estamos pidiendo es que investigue. ¿Qué es tan complicado al respecto?

– Permítanme resumir aquí -expresó Olsen, mirando de Tom a Kara y otra vez a Tom-. Un hombre entra al edificio, empieza a pedir ayuda a gritos mientras se estrangula, y luego afirma que algunos murciélagos lo visitaron en un sueño y le dijeron que el mundo está a punto de acabar… en cuánto, ¿tres semanas?… y que una vacuna se recalienta y se convierte en un virus letal. ¿Es algo así?

– Tres semanas después el virus es liberado -clarificó Tom; Olsen le hizo caso omiso.

– ¿Está usted consciente de que el calor intenso mata cosas como virus, Sr Hunter? Al parecer su advertencia es defectuosa, sea cual sea la fuente.

– Quizá por eso Farmacéutica Raison desconoce el problema, suponiendo que así sea -volvió a salir Kara en defensa de su hermano-. Tal vez los medicamentos no se están probando bajo calor extremo.

– Usted es enfermera -contraatacó Olsen-. ¿Se está tragando todo este sueño absurdo?

– Como dijo Tom, no necesariamente es un sueño absurdo. Sólo verifíquelo, ¡por amor de Dios!

– ¿Cómo se supone que yo haga eso? ¿Envío un boletín que anuncia que murciélagos blancos peludos han hecho pública una advertencia respecto de la vacuna Raison? Clarísimo caso de difamación, ¿no cree usted?

– Explíqueme entonces cómo sé que Volador Feliz va a correr en el Derby de Kentucky -señaló Tom.

– Información pública -afirmó Olsen encogiéndose de hombros.

– Pero no era público que Volador Feliz iba a ganar -anunció Kara-. No hace ni dos horas que hice mi apuesta.

– ¿Qué apuesta? -exclamó Tom.

– ¿Ganó Volador Feliz? -inquirió Olsen, y miró su reloj-. Tiene razón, ya deben estar los resultados. ¿Está segura que ganó Volador Feliz? Era una apuesta arriesgada.

– ¿Le apostaste a Volador Feliz? -quiso saber Tom-. ¿Cuánto? Así es, Tom, le aposté. Y sí, ganó, apuesta arriesgada o no. Qué lata -exclamó Olsen moviendo la cabeza de lado a lado, y mirando por la ventana-. Le aposté mil dólares en el Circuito de Ganadores.

Usted está pasando por alto el punto -expresó Kara-. Tom supo 4ue Volador Feliz iba a ganar de parte de la misma fuente que le dio estos detalles acerca de la vacuna Raison.

¿Cuánto? -volvió a preguntar Tom.

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