5

ALGO LO despertó. Un ruido o una brisa… algo lo había arrancado de – sus sueños.

Tom parpadeó en la oscuridad. Respiró fatigosamente, e intentó aclarar la mente. Los murciélagos no fueron simple producto de su imaginación. Nada lo era. Su nombre era Tom Hunter. Había caído sobre una roca y perdido la memoria, y había escapado del bosque negro. Con dificultad. Ahora acababa de perder el conocimiento y estaba soñando.

Soñando que era Tom Hunter, perseguido por agiotistas a los que había estafado cien mil dólares cuatro años atrás en Nueva York.

El problema era que sentía tan real este sueño de Denver como el del bosque negro. Tendría que haber una manera de comprender si él estaba de verdad, en este mismo instante, tendido físicamente sobre un lecho de hierba verde o mirando el cielorraso de un apartamento en Denver, Colorado. Probaría la realidad de este ambiente poniéndose de pie y caminando alrededor, pero eso no iba a ser de ayuda si sentía que sus sueños eran reales. Se podría asegurar que tenía destrozada la piel, o roto el brazo; sin embargo, ¿desde cuándo los sueños reflejaban la realidad? Se había fracturado el brazo en el bosque negro, pero aquí en este sueño de Denver podría estar totalmente sano. La condición del cuerpo de una persona no necesariamente se correlaciona con los sueños.

Tom movió el brazo. No tenía huesos rotos. Debía encontrar una manera de salirse de este sueño y despertar en la orilla del río antes de que muriera allí, tendido en el pasto.

La puerta se abrió y Tom reaccionó sin pensar. Agarró el machete, rodó hasta el suelo, y se puso en posición uno, con la hoja extendida hacia la puerta.

– ¿Tom?

Kara se hallaba en la puerta, frente a él con ojos desorbitados. No había duda de que ella parecía muy real. Parada allí mismo, vestida con su uniforme blanco de enfermera, el largo cabello rubio recogido, y los ojos azules tan brillantes y resueltos como siempre. Él se enderezó.

– ¿Esperabas a alguien? -preguntó ella mientras pulsaba el interruptor.

El apartamento se iluminó. Si esto era real y no un sueño, la luz podría atraer sabandijas nocturnas. Los neoyorquinos.

– ¿Parece que estuviera esperando a alguien? -preguntó a su vez Tom.

– ¿Para qué es el machete? -interrogó ella, señalándole la mano con un gesto de la boca.

Tom bajó la hoja. Esto no podía ser un sueño, ¿o sí? Ahora estaba aquí en su apartamento, no tendido inconsciente cerca de algún río.

– Tuve un sueño absurdo.

– Ah, ¿cómo así?

– Lo sentí real. Quiero decir realmente real.

– Una pesadilla, ¿eh? -señaló Kara mientras lanzaba la cartera al extremo de la mesa-. ¿No se sienten así todas las pesadillas?

– Este no fue sólo como cualquier sueño que se siente real. Me quedo dormido en mi sueño, y luego despierto aquí.

Ella lo miró, perpleja.

– Lo que estoy diciendo es que despierto aquí sólo cuando me quedo dormido allá.

– ¿Y? -cuestionó ella poniendo la mirada en blanco.

– ¿Y cómo sé que no estoy soñando aquí, ahora mismo?

– Porque yo estoy parada aquí, y puedo decirte que ahora mismo no estás soñando.

– Desde luego que puedes. Estarías en el sueño, ¿no es así? Por eso creerías que eres real. Por eso creo que eres…

– Has escrito demasiadas novelas, Thomas. Es tarde, y necesito dormir un poco.

Ella tenía razón. Y si tenía razón, los problemas de ellos no eran tan sencillos como un caso de novelista con ideas delirantes que es perseguido por murciélagos negros.

Kara dio media vuelta y se dirigió a su cuarto.

– Este… ¿Kara?

– Por favor. Precisamente ahora no tengo energías para otra crisis.

– ¿Qué te hace creer que esta es una crisis?

– Sabes que te amo, hermano -expresó ella, volviéndose-, pero créeme, cuando te despiertas con un machete en la mano, diciéndome que soy parte de tu sueño, pienso: Tommy se está poniendo como una fiera.

La observación de ella era correcta. Tom miró por la ventana. Ninguna señal de algo.

– ¿Me he puesto antes como una fiera? -cuestionó él-. No recuerdo haber hecho eso.

– Vives como una fiera -resaltó ella, e hizo una pausa-. Lo siento, eso no es justo. Aparte de comprar veinte mil dólares en esculturas que no logras vender, de intentar contrabandear pieles de cocodrilo en ellas, y…

– ¿Sabes acerca de eso?

– Por favor -enunció ella, sonriendo-. Buenas noches, Thomas.

– Me dispararon en la cabeza esta noche -confesó, y de pronto le volvió la urgencia; corrió a la ventana y miró haciendo a un lado la cortina-. Si esto no es un sueño, entonces tenemos un gravísimo problema.

– Ahora estás soñando -afirmó ella.

Tom se quitó la gorra. La herida debe haber sido obvia, porque los ojos de ella se abrieron de par en par.

– No te engaño. Me persiguieron unos tipos de Nueva York y me dispararon en la cabeza. Me desmayé en un basurero pero escapé antes de que me encontraran. Y tienes razón, no estoy muerto.

Kara se le acercó, incrédula.

– ¿Te dispararon en la cabeza? -preguntó, mientras le revisaba suavemente el cuero cabelludo, como haría una enfermera.

– Está bien. Pero nosotros quizá no lo estemos.

– ¡Es una herida en la cabeza! Necesitas un vendaje sobre esto.

– Es sólo una herida superficial.

– Lo siento, Tommy. No tenía idea. El cerró los ojos y respiró profundo.

– Si sólo supieras. Soy yo quien debería estar apenado -manifestó él, y luego continuó hablando entre dientes-. No puedo creer que esté sucediendo esto.

– ¿No puedes creer lo que está sucediendo?

– Tenemos un problema, Kara -declaró él, caminando de un lado otro; ella iba a matarlo, pero ahora él no tenía alternativa-. ¿Recuerdas cuando mamá perdió la razón después del divorcio?

– ¿Y?

– Yo estaba allí con ella en Nueva York. Mamá no podía trabajar, se metió en una grave deuda, y fueron a quitarle todo.

– Le ayudaste a solucionar el asunto-añadió Kara-. Vendiste tu parte de la compañía de turismo y la sacaste de apuros. ¿Es eso lo que vas a decir?

– No, no vendí nada. Yo ya estaba quebrado.

– No me digas que pediste dinero prestado a esos pillos de los que solías hablar.

No hubo respuesta.

– ¿Thomas? ¡No! No -exclamó ella levantando las manos en exasperación y apartándose; luego se volvió-. ¿Cuánto?

Tom sacó el recibo, se lo entregó, y regresó a la cortina, ahora tanto para evitar la mirada de Kara como para volver a revisar el perímetro.

– ¿Cien dólares?

– Mil -contestó él.

– ¿Cien mil dólares? ¡Eso es una locura!

– Bueno, a menos que esté soñando, eso es real. Mamá necesitaba sesenta para saldar la cuenta, tú necesitabas un auto nuevo, y yo necesitaba veinticinco mil para mi nuevo negocio. Las esculturas.

– ¿Y saliste de Nueva York como si nada pasara, esperando que ellos se quedaran satisfechos con eso?

– No salí como si nada. Dejé un rastro hasta Sudamérica y luego partí con toda la intención de pagarles a tiempo. Tengo un comprador en Los Angeles que está interesado en las esculturas… debería sacar cincuenta, y eso sin el contrabando. Sólo que tardé un poco más de lo que esperaba.

– ¿Un poco más? ¿Y mamá? ¿La estás poniendo en peligro?

– No. Ellos no sabían de ninguna conexión. En lo que a los registros respecta, ella obtuvo su dinero del convenio de divorcio. Pero eso no es lo "aportante. Lo que importa es que me encontraron, y dudo que estén interesados en algo más que dinero. Ahora.

Kara comprendió el significado total de lo que él decía. Desapareció cualquier simpatía que sintiera por la herida de bala de su hermano.

– Por supuesto que te encontraron, ¡idiota! ¿Qué crees que es esto… Manila? No puedes huir con cien mil dólares de la mafia y esperar vivir feliz para siempre. Si dejan que alguien logre escapar, ¡les robaría cualquier Tom, Zutano, Mengano y Perencejo!

– ¡Lo sé! Sólo me dispararon, ¡por el amor de Dios!

– ¡Tendremos suerte si no nos disparan a los dos ¿En qué estabas pensando al mudarte aquí?

La declaración de Kara lo golpeó de costado. Aspiró profundamente y cerró los ojos. De repente todo el asunto le pareció insostenible. Había arriesgado más de lo que alguna vez su hermana podría imaginar para ayudar a la madre de ambos. Había dejado atrás una vida en Nueva York para protegerla, para cortar radicalmente con todo, para recuperar el negocio de importaciones de él. Nunca se le había ocurrido que pondría en peligro a Kara al llevar esta deuda a Denver.

Ella quería saber en qué estuvo pensando él al mudarse aquí. Estuvo pensando en que los dos habían sido abandonados por sus padres. En que no tenían amigos de verdad. O un verdadero hogar. En que estaban en suspenso entre países y sociedades, preguntándose dónde calzarían. Él quería ser hermano de Kara… ayudarla y recibir ayuda de ella.

– Yo tenía veintiún años -expresó él.

– ¿Y qué?

– Pues que no estaba pensando. Tú pasabas dificultades.

– Lo sé -reconoció ella, dejando caer con fuerza las manos sobre los muslos-. Y estuviste siempre ahí para mí. Pero esto… simplemente no puedo creer que fueras tan estúpido.

– Lo siento. De veras, lo siento.

Kara lo miró y comenzó a caminar de un lado a otro. Se estaba acalorando mucho, pero no podía decapitarlo. Ellos habían sido muy unidos. Al haberse criado en una tierra extranjera se había entretejido un vínculo indivisible entre ellos.

– Puedes ser un idiota, Thomas.

Además, el vínculo estaba sujeto a ser estirado de vez en cuando.

– Mira -se animó a decir él-, sé que esto no es bueno, pero no es del todo malo.

– Por supuesto que no. Aún estamos vivos, ¿correcto? Deberíamos estar eternamente agradecidos. Caminamos y respiramos. Tú tienes una herida en la cabeza, pero pudo haber sido peor. ¡Deberíamos estar brindando por nuestra buena suerte!

– Ellos no saben dónde vivimos.

– Entiendo, y ese es el problema aquí -debatió ella-. El asunto ya pasó de yo a nosotros. Y no hay nada que nosotros podamos hacer al respecto.

El dolor de cabeza de Tom le estaba volviendo fuertemente. Lo azotó una ola de mareo, y se dirigió de modo vacilante hacia el canapé. Se dejó caer y se quejó.

Kara suspiró y desapareció en su cuarto. Salió pocos segundos después con gasa, un frasco de peróxido y un tubo de ungüento antibiótico, y se sentó a su lado.

– Déjame ver eso.

Tom miró hacia la pared y dejó que ella frotara la herida con peróxido.

– Si supieran dónde vivimos, ya estarían aquí -indicó él.

– Quédate quieto.

– No sé cuánto tiempo tenemos.

– Yo no voy a ir a ninguna parte -enunció ella enfáticamente.

– No podemos quedarnos aquí, y tú lo sabes. Me encontraron en Den-ver, tal vez a través del teatro-cafetería. Debí haber pensado en eso… el teatro se promociona en toda la nación. Mi nombre está en los créditos.

Ella le enroscó la gasa alrededor de la cabeza y la vendó.

– Parece adecuado que una producción de Alicia en el país de las maravillas terminara siendo tu deceso, ¿no crees?

– Por favor. Esto no tiene nada de divertido.

– Nunca ha sido divertido.

– Ya exteriorizaste tu opinión, ¿correcto? Soy un tonto, lo siento, pero el hecho es que aún estamos vivos, y que algunos individuos muy malos intentan matarme.

– ¿Ya llamaste a la policía?

– Eso no detendrá a estos tipos -señaló mientras se pasaba la mano por el vendaje y se ponía de pie; su mundo se inclinó absurdamente.

– Siéntate -ordenó Kara.

Ella estaba siendo mandona, pero él se merecía ser mandado en ese momento. Además, dejar que ella lo mandara le ayudaría a reparar cualquier ruptura en la relación entre ellos.

Se sentó.

– Tómatelas -le volvió a ordenar al tiempo que le pasaba dos pastillas que él se metió a la boca y se tragó sin agua. Kara volvió a suspirar.

– Bueno, desde el principio. Tienes detrás de ti algunos matones mañosos después de que les robaras cien mil dólares. Luego de cuatro años tus pecados finalmente te alcanzaron, según parece por medio del teatro-cafetería Magic Circle o el Java Hut. Te disparan y tú escapas. Pero estabas a pie, así que saben que vives cerca, y sólo es cuestión de tiempo que te encuentren otra vez. ¿Correcto?

– Así es más o menos.

– Para colmo, el golpe en tu cabeza te está haciendo creer que vives en otro mundo. ¿Sigue siendo así?

– Quizá -asintió él-. En cierto modo.

– Esto es una locura -expresó ella cerrando los ojos.

– Tal vez. Pero tenemos que salir de aquí.

– ¿Y exactamente dónde se supone que vayamos? Tengo un trabajo. Sencillamente no puedo recoger las cosas y largarme.

– No estoy diciendo que no podamos regresar. Sólo que no podemos esperar aquí a que vengan -explicó Tom, se puso de pie y comenzó a caminar de un lado a otro, haciendo caso omiso de un fortuito arrebato de desorientación-. Quizá debamos volver a Filipinas por un tiempo. Tenemos pasaportes. Tenemos amigos que…

– Olvídalo. Me ha tomado diez años desligarme de Manila. No voy a regresar. No ahora.

– Por favor, tienes más de filipina en ti que de estadounidense. No puedes huir por siempre.

– ¿Quién recibió la bala en la cabeza? Ya no estoy huyendo. Estoy aquí. Soy estadounidense, vivo en Denver, Colorado, y me gusta la persona en quien me he convertido.

– Yo también. Pero si ellos vienen desde tan lejos para saldar una deuda, ¡me acosarán por el resto de mi vida!

– Debiste pensar en eso antes.

– Como dije, ya expresaste tu opinión. Ya no me rompas el pellejo con es0 -señaló él y respiró profundamente-. Tal vez pueda falsificar mi muerte.

– Para empezar, ¿cómo diablos te las arreglaste para hablarles de cien mil dólares?

– Los convencí que yo era traficante de armas -informó él encogiéndose de hombros.

– Vaya, eso es simplemente grandioso.

Las pastillas para el dolor estaban empezando a marearlo. Tom se volvió a sentar, se recostó y cerró los ojos.

– Tenemos que hacer algo -insistió.

Se quedaron en silencio por un largo minuto. Kara había insistido siempre que era feliz aquí en Denver, pero tenía veintiséis años, era hermosa y no había salido con nadie en tres años a pesar de que hablaba de casarse. ¿Qué significaba eso? Que era extranjera en tierra extranjera, así como él. Por mucho que lo intentaron, no lograban escapar de su pasado.

– Estoy segura que pensarás en algo -comentó Kara-. No creo que yo pueda salir.

– No voy a dejarte aquí sola. Ni de broma -le aseguró él; la cabeza le daba vueltas-. ¿Qué me diste?

– Demerol -contestó ella, levantándose y yendo hacia la ventana-. Esto es totalmente absurdo.

Tom dijo algo. Algo acerca de salir de inmediato. Algo acerca de que necesitaban dinero. Pero su voz sonó distante. Tal vez debido al Demerol, quizá al golpe en la cabeza. Posiblemente porque en realidad se hallaba tendido a la orilla de un río, despellejado, muriendo.

Kara estaba diciendo algo. ¿Qué? -preguntó él.

– …en la mañana. Hasta entonces…

Eso fue todo lo que él captó.

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