Empieza aquí el informe decimoctavo del agente-yo, número 67, rememorando el peor acontecimiento ocurrido durante el año formativo XXXXX. Tragedia familiar muy documentada en oficina histórica XXXXX. Comunicada a este agente con toda la gentil sabiduría del encargado superior del distrito XXXXX. La ocurrencia de la tragedia está fechada muchos años dentro de la infancia de este agente.
Para que conste en acta, se vuelve a contar aquí una historia de la primera infancia del agente-yo. Para reforzar una importante lección temprana de este agente.
Se describe aquí fecha de calendario correspondiente a la primera ronda de las pruebas académicas para determinar el itinerario profesional que se realizan cuatro años después del nacimiento. Desde el tiempo pasado, este agente está creciendo en residencia compartida con progenitores masculino y femenino y dos hermanas hembras, posicionada en un bloque de cemento en forma de torre con múltiples apartamentos entre incontables unidades familiares parecidas. Por las ventanas del apartamento se puede supervisar el tráfico paralizado de vehículos y se pueden supervisar las vistas de multitud de tejados de edificios de cemento y de atuendos húmedos suspendidos para evaporar el agua después del lavado. Abundantes blusas, pantalones y blusones sujetos a cuerdas tensas, que llevan a cabo sus danzas al ritmo de la música invisible del viento. Numerosas palomas paseando ufanas.
Se rememora aquí la típica espera dentro del pasillo, el posicionamiento nervioso entre los vecinos residentes que esperan para utilizar el retrete comunitario. A fin de poder olvidar la vejiga, el progenitor masculino solicita a este agente: Multiplica doce más tres. Enumera los signos alfabéticos de regaliz. Recita los elementos de la tabla periódica, a fin de poder contener el agua hasta que el retrete esté disponible.
Durante el consumo de la comida matinal, masticando cereales cocidos, la voz del agente-yo, amortiguada por el aplastamiento de la comida, recita:
– … niobio, nitrógeno, nobelio, osmio…
A nuestra salida del apartamento familiar, en el decurso del pequeño desfile que nos lleva a la ubicación de las pruebas, el progenitor masculino emite imperativo: Ahora recita los elementos fabricados por el hombre. La progenitora femenina atusa el pelo del agente-yo. Las jóvenes hembras hermanas nos siguen por detrás. La voz de este agente dice:
– … rutherfordio, dubnio, seaborgio…
El progenitor masculino exige: Ahora recita los isótopos. La progenitora femenina expectora saliva para humedecer un pañuelo de papel y limpiar la cara de este agente. Por la vía pública discurren muchas familias semejantes, progenitores que acompañan a sus descendientes encaminados hoy a las pruebas para determinar la profesión futura. Para convertirse en arquitectos o fontaneros o planificadores de recursos. Todos llegan al instituto de las pruebas, severa fachada sin ventanas, solo custodiada por centinelas que flanquean el portal de la entrada altísima que corona el rellano de una larga rampa provista de muchos escalones empinados.
La progenitora femenina se inclina hasta que su cara se pone al nivel de la cara del agente-yo.
El progenitor masculino ofrece la mano para que este agente se la estreche. Buenos deseos. Buena suerte.
Se rememora aquí el momento en que la progenitora femenina frunce los labios de la cara y ofrece que dichos labios se pongan en contacto con la piel facial de este agente en gesto de demostración de afecto.
Sin embargo, este agente declina la oferta. Demasiados coetáneos presentes, demasiados posibles testigos de un sentimiento tan débil. De manera que ofrezco la mano para estrechar la mano de la progenitora femenina.
La progenitora pone una cara de media sonrisa. Acepta la mano.
Los pies del agente-yo ascienden los escalones, suben la rampa en medio un rebaño de niños parecidos obligados a la prueba de hoy, todos ellos vivos desde hace cuatro años. Niños que serán médicos del futuro. Ingenieros mecánicos del futuro. Si hacen mal la prueba, serán relegados a operarios de desechos. Obligados a ir a las minas de sal. Ascendiendo los escalones, pisando cada vez más arriba, los niños susurran en voz baja:
– Igneas, metamórficas, sedimentarias…
Hay niños que lloran siendo arrastrados por la multitud. Otros niños susurran:
– Cúmulos, estratos, cirros…
Un niño adyacente cita al avatar implacable y demente profeta Adolf Hitler en voz baja:
– «Solamente aquel que conquista a la juventud ganará el futuro».
A su llegada al portal del edificio, posicionado en lo alto de la rampa de los muchos escalones, los ojos del agente-yo giran la cabeza para mirar atrás e intentan recuperar la imagen de los progenitores. No tiene esa fortuna. No resulta posible. Desde una distancia tan grande, todos los progenitores forman una masa compacta. Ningún progenitor se distingue. Al pie de los escalones de la rampa, solo es visible una densa multitud gris. Una turba abigarrada y variopinta.
Desde abajo, este agente también debe de estar perdido entre la multitud de niños similares.
Cita: «Solamente aquel que conquista a la juventud ganará el futuro».
Al momento siguiente, este agente entra en el portal impulsado y arrastrado por la marea de la generación propia. Empujado a través del umbral por el oleaje de coetáneos hacia la dirección del futuro inevitable, los labios del agente-yo llevan a cabo una oración silenciosa:
– … radio, radón, renio, rodio…
Todos son tragados por la garganta del pasillo hasta que el portal se encaja detrás de ellos y los separa para siempre del pasado.