Empieza aquí el informe vigesimoprimero del agente-yo, número 67, en su revisitación del centro de distribución de propaganda religiosa de la ciudad de XXXXX. En el exterior de la capilla de culto bulle la amenaza de una horda de chacales mediáticos empleados por el diario impreso XXXXX. Han asistido múltiples parásitos en representación de la atestada casa de putas del centro de distribución televisiva por cable XXXXX. Sitiada asimismo por los buitres haraganes de la cadena de radio XXXXX.
Para que conste en acta, el evento de hoy tiene por fin deshacerse de los restos mortales de Trevor Stonefield. Hacer el despliegue ritual del cadáver de Trevor previo a convertirlo en alimento nutritivo para artrópodos, bacterias y microbios.
Además de la melé de los chacales mediáticos, la calzada está ocupada por una densa cabalgata de ciudadanos que bloquean con sus pasos la entrada de la capilla. Llevan en alto un bosque de cartones montados en unos postes de madera que ellos usan como mangos, y en los cartones hay impresas las palabras inglesas: LOS ASESINOS NO MERECEN LA SALVACIÓN. En otro letrero pone: NO HAY LÁGRIMAS PARA TREVOR. El caos moralista agita sus letreros, emite cánticos y los va repitiendo: «Trevor arde en el infierno…». Las ciudadanas madres, los ciudadanos padres y su descendencia emprenden un desfile que traza una elipse continua delante de la capilla, mientras emiten el cántico: «Trevor arde en el infierno…».
Una hiena femenina emperifollada sostiene en su garra pintada un micrófono que tiene estampado un numeral árabe cuatro de gran tamaño, y a continuación se posiciona inmediatamente delante del objetivo de la lente de la cámara. Ataviada con un traje-pantalón de uniforme, con la cara pintada para borrar todos sus defectos, la hiena femenina posa su mirada dentro de la cámara y dice:
– Incluso en un día de duelo como hoy, las familias furiosas protestan delante del funeral del joven trastornado, y el médico forense del condado continúa investigando los descubrimientos de la reciente autopsia… -Dice-: Las pruebas forenses que demuestran que el francotirador de la escuela fue, también él, víctima de recientes abusos de tipo sexual.
La hiena femenina emite su proclama, compone una sonrisa con la boca y dice:
– ¿Me ha quedado bien el pelo? -Su mano pesca un objeto plano del interior del pantalón propio y lo manipula de manera que el objeto se hiende para convertirse en un espejito. Observándose el rostro, la hiena mediática dice-: ¿La sombra de ojos se me ve igual de los dos lados?
El hedor de la tragedia humana atrae a los periodistas frenéticos. La horda de carroñeros se da un festín con el ano rebosante de la historia mundial.
Eludiendo el perímetro del carnaval, el desorden revuelto de emociones negativas, los miembros sigilosos del agente-yo acceden a la capilla de culto. Entran en ese crepúsculo perpetuo que es común a todas las capillas de culto. En la penumbra del interior están ausentes los cilindros de parafina en llamas, están ausentes los despliegues coloridos y fragantes de genitales de formas de vida vegetal. Faltan los feligreses. No está la momia corroída de la señora Lilly. No hay más que un ataúd hendido para desplegar el cadáver suspendido encima de una tapicería de tela de seda azul, por debajo de los pies de yeso del falso hombre muerto que sangra pintura. Las cubiertas de piel de los ojos del cadáver están cerradas. Trevor Stonefield. Reclinado y ataviado con un blusón apropiado para cualquier evento de culto corriente, con el cuello atado mediante una banderola de seda anudada. Las cortinas de pelo de color amarillo-claro enmarcan la cara de Trevor por encima de su cojín apoya-cabezas. Los moretones en forma de cuadrícula causados por la argamasa de los azulejos se le ven en forma de líneas rojas tenues por debajo del maquillaje facial de cadáver.
Posicionado detrás del ataúd, un individuo masculino emite un torrente interminable de palabras inglesas. El diablo Tony. Balbucea una letanía de monsergas sobre la vida eterna e interminable… inocente… libre de culpa…
Sentados en el asiento más delantero de la audiencia, un individuo masculino y otro femenino. Los progenitores de Trevor Stonefield. Ataviados por completo de color negro. Sus caras respectivas depositan mocos dentro de pañuelos de papel desechables. La cara femenina está velada por una redecilla de color negro suspendida de un cubre-cabeza del mismo color.
Desde la calzada se infiltran cánticos de voces. Repitiendo los gritos: «Trevor arde en el infierno… Trevor arde en el infierno…».
Dentro de la capilla, la voz tímida del diablo Tony suena ronca como resultado de los daños sufridos durante el ataque de la agente Magda. Hemorragia submucosa en la garganta. Abrumada por el ruido estridente de los cánticos de la muchedumbre. La cantinela monótona del diablo Tony continúa denunciando al matón amarillo-claro por ser un loco demente y desquiciado. Burlándose de Trevor por estar ocupado por un demonio derivado del concepto occidental de Satanás. Urdiendo excusas con la esperanza de que la deidad acepte y tolere el drama del adolescente muerto.
En secreto, la voz del agente-yo habla en el interior de su cabeza, citando al benévolo emperador y timonel jovial Benito Mussolini: «La historia de los santos es principalmente la historia de la gente demente».
Todos los hombres tienen que hacerse merecedores de sus futuras torturas, de la cruel extinción que les depara la deidad. Incluso mientras un hombre está posicionado de rodillas, farfullando oraciones con las manos juntas, comportándose como si tuviera en sí la amabilidad más benévola, incluso durante esas buenas acciones, la deidad ya le está mandando el cáncer a la próstata, o bien le está mandando a un loco para que asesine a su amada descendencia. La deidad anhela los pecados de los hombres para justificar el dolor monstruoso del destino que disfruta infligiendo.
La culpa del hombre mitiga la culpa de la deidad. La crueldad humana permite una práctica de crueldad mayor por parte de la deidad.
En el exterior asediado de la capilla suenan cánticos furiosos: «Trevor arde en el infierno…».
Contenidos en el interior, los progenitores aplastados por la vergüenza del matón amarillo-claro. El diablo Tony suplicando compasión para que el Dios occidental acepte el residuo mortal dañado e imperfecto.
Los pies del agente-yo se posicionan en la parte trasera de la capilla de culto, en un punto de equilibrio entre la furia y la vergüenza. Y este agente se pone a recitar en secreto dentro de su cráneo, sin voz alta: «… actinio, aluminio, americio…».
En la realidad, es probable que la deidad dé una gran bienvenida al espíritu del matón ejecutado. La deidad prefiere a los ciudadanos que cometen equivocaciones. Para que se eduquen sobre el beneficio de las acciones incorrectas. La mejor prueba de una experiencia vital rica, un logro más pleno del potencial de sensación persistente de arrepentimiento. El arrepentimiento es la mayor recompensa. El arrepentimiento es el logro más dulce: la mejor prueba de que el ciudadano emplea sus oportunidades y trata de crecer siempre y desarrollarse de forma continua.
Doblado y escondido dentro del pantalón, el agente-yo lleva un fajo de dinero de papel americano manchado de materia fecal y sangre de Trevor. Impregnado de la semilla de este agente. Las unidades monetarias menguantes restantes más allá de la sodomía violenta por la fuerza. La mano de este agente extrae el dinero manchado y lo esconde envuelto dentro del puño.
Al momento siguiente, la voz monótona del diablo Tony se detiene en seco. La capilla se llena de espera y de la sombra tenue del ruido: «… arde en el infierno…». La cara del diablo Tony se inclina hacia atrás para posar la mirada en este agente.
Cita: «La historia de los santos es principalmente la historia de la gente demente».
La mirada del diablo Tony aguarda e indica a los progenitores de Stonefield que se giren para observar a este agente. Las caras de los progenitores masculino y femenino están atiborradas de fisuras, de cañones arrugados de carne que canalizan el agua que se derrama de los ojos, y la piel facial se les ve teñida de púrpura por el rubor de la sangre.
Los dólares inmundos están bien cobijados en el puño del agente-yo. Que retiene su posición en la parte trasera del templo.
El progenitor masculino se alza a sí mismo, y sus rodillas se enderezan hasta obtener la posición erguida. Su mirada permanece posada en este agente, y con la cara reluciente por el agua que la cubre, el progenitor masculino levanta la mano propia y coge una cucharada de aire con ella para sugerir que el agente avance. Que me aproxime al ataúd, al cadáver difunto y al diablo Tony.
La nariz de Trevor, antes doblada de lado, ha sido restaurada para apuntar hacia delante. Los ojos del mismo color azul que las descargas eléctricas, dormidos para siempre. Las cortinas de pelo amarillo, llenas de surcos de tanto pasarles el peine. Los pelos extirpados para reunirse con la deidad máxima.
La máquina de pensar del agente-yo cavila. El pastel de carne gris que hay oculto en el cráneo de este agente sopesa la cuestión ética, la obligación de forzar confesión. Posiblemente resolvería muchas emociones, confusión y tumultos mentales que sufren los progenitores de Stonefield. Sería posible relatarles el salvaje asalto anal montado en el spa de hombres. Confesar el afecto expresado por el matón Trevor, atribuido al Síndrome de Estocolmo. Explicar todos los factores causantes del famoso estallido contra las Naciones Unidas en Miniatura.
Pero al momento siguiente, sería posible perder el afecto de la estimada hermana-gata de este agente.
Sería posible hundir la noble misión de la Operación Estrago.
Dilapidar la adoración del Equipo Familia Cedar.
Negar la admiración de todos los conciudadanos de la comunidad inmediata.
Así que el agente-yo recita en secreto, dentro de su cráneo sin voz: «… antimonio, argón, arsénico…».
Y al momento siguiente, los pies del agente-yo dan un primer paso adelante, en dirección al luto y la muerte.