COMUNICADO QUINTO

Empieza aquí el quinto informe del agente-yo, donde el agente número 67 rememora jornada de sesión de adiestramiento. Laboratorio de preparación de operaciones XXXXX. Nación natal XXXXX. Fecha de hace muchos años. Para que conste en acta, se narra aquí una historia formativa del agente-yo.

Se describe aquí aula-laboratorio estándar posicionada en sótano que no posee ventanas. Ubicación dividida por largo pasillo que va entre superficies de trabajo alargadas, la pared cubierta de cubas plateadas de alambre entretejido que albergan a animales residentes. Roedores blancos. Experimentos frecuentes con sufrimiento de conejos. Conejos de Indias. Compañeros-agentes realizan pruebas de exposición de animales a agentes químicos. La ubicación apesta igual que el restaurante elegante americano del centro comercial con animales bebés.

Bebés perro conocidos en América como «ternera». Bebés gato como «cerdo».

Para que conste en acta, la norma para dirigirse al instructor de química durante la entrada en el aula es que todos los agentes tienen que anunciar al unísono:

– Saludos, educador muy estimado y reverenciado.

Con una sola voz unida, todos los agentes han de decir:

– Acepte, por favor, nuestro agradecimiento por la sabiduría que nos imparte.

Esto, todos los días.

En este hoy pasado específico, hace innumerables jornadas, este agente calienta tintura de yodo, sostiene la tintura dentro de un vaso de precipitados de cristal por encima de llama de mechero de gas. Una mano del agente-yo maneja el vaso de precipitados con tenacillas de sujeción de seguridad. Otra mano de este agente suspende un platillo de metal lleno de hielo por encima de la tintura calentada hasta ebullición dentro del vaso de precipitados, y a medida que el alcohol se evapora los cristales de yodo se subliman. Las formas cristalinas se materializan en la parte inferior del platillo de hielo. Con una mano del agente-yo afianzando el vaso de precipitados calentado, la llama del gas susurrando y la otra mano afianzando en suspenso el platillo de hielo, a este agente no le quedan manos cuando el laboratorio se queda a oscuras. De repente no hay luz. De una luz potente que rodeaba a muchos compañeros agentes, Tibor, Sheena, Ling, Metro, Tanek, y a bebés animales, el aula laboratorio se queda oscura y a ciegas.

Por detrás del agente-yo lo han envuelto unas manos ajenas, ahuecadas para cubrir los ojos de este agente. Ahuecadas para cegar.

Sería posible que el talón del agente-yo diera una patada hacia atrás, el Estallido de la Mula, catatroc, para hacer trizas rodilla de atacante. Pero entonces una voz femenina dice:

– Camarada agente, formule rápidamente la receta para manufacturar enorme explosión de ácido pícrico. -La voz de la agente 36, la agente Magda.

Con el dúo de manos del agente-yo ocupadas, una recalentada y otra helada por el hielo, la boca de este agente dice:

– Receta del ácido pícrico… -Digo-: Veinte aspirinas, media taza de alcohol puro, ácido sulfúrico robado de batería de automóvil, tres cucharaditas de nitrato de potasio…

Las manos ahuecadas apestan a cloruro de zinc.

Las manos ahuecadas de la agente Magda destapan los ojos del agente-yo. La agente 36 lleva a cabo un pequeño desfile hasta detenerse al costado de este agente. Y Magda dice:

– Correcto exacto, camarada.

La tintura de alcohol casi se ha acabado, y los cristales de yodo restantes quedan abandonados en la parte de abajo del platillo de metal. Pronto este agente debe raspar y recoger. Combinar con gran cautela con amoníaco de limpieza domestica, generando forma tri-yoduro de nitrógeno. Precipitar después los cristales de color rojo parduzco. Lavar los cristales con alcohol. Lavar repetidamente con éter. Producir a continuación uno de los más tremendos explosivos que conoce la humanidad.

Mirando con ojos castaños la cara del agente-yo, Magda dice:

– Importante que se hiele bien quieto, camarada. -Dice-: Sin movimientos. -La agente 36 se clava la yema del dedo en la mejilla de la cara propia y dice-: En esta ubicación de la cara de mi camarada hay manchitas blancas de cristales de fulminato de mercurio…

Muy peligroso, cáustico, explota si se calienta demasiado, explota con cualquier movimiento brusco. Fulminato de mercurio. El compuesto explosivo más antiguo y el más inestable.

La agente Magda se eleva hasta quedar apoyada únicamente en las puntas de los pies, con pose de bailarina, para acercarse a mí. El aliento de la agente 36 acaricia la mejilla del agente-yo. La cara de Magda va a entrar en contacto inminente con la piel facial de este agente. Al momento siguiente, la lengua de la agente Magda se despliega fuera de su boca, una lengua rosada y resbaladiza, con resplandor húmedo, y el músculo lingual traza un sendero de humedad por la mejilla de este agente.

Y limpia la futura explosión de fulminato de mercurio.

Al momento siguiente, la mano de la agente Magda se ahueca junto a la boca propia, con delicadeza de dama, haciendo de pantalla mientras la agente 36 genera bola protectora de saliva para envolver peligroso compuesto. Al momento siguiente, Magda expectora bola de saliva contra el suelo del laboratorio, expulsando a toda prisa, sip-plaf sobre el suelo, donde el compuesto de saliva impacta, flaca-bum, y la explosión deja un cráter en el cemento.

El aliento que exhala Magda apesta a hidróxido de sodio. Apesta a acetato de plomo. Sería posible que sus labios de ácido acético crearan una reacción química mortal, que estallaran al entrar en contacto con el bicarbonato sódico de los labios de este agente.

Al momento siguiente, las voces al unísono de todos los agentes, hablando con voz única, dicen:

– Saludos, educador muy estimado y reverenciado.

La puerta del aula-laboratorio ya no está alojada en la pared. La puerta se ha abierto para desvelar al respetado instructor de química, al aclamado mentor, al brillante líder. Con una oleada unida de voces, todos los agentes dicen:

– Acepte, por favor, nuestro agradecimiento por la sabiduría que nos imparte.

El instructor hace una reverencia con la cabeza.

Todos los agentes hacen una reverencia con la cabeza.

El aclamado líder emprende un pequeño desfile hacia una cuba de alambre ocupada por un roedor blanco. La mano del líder abre la portezuela-trampilla de acceso, pellizca la piel de detrás del cuello del roedor y lo extrae de la cuba de alambre. La mano suspende al roedor inquieto a la altura de los hombros mientras la cara del instructor ejecuta rotación para asegurarse de que todos los agentes están mirando. Emprende un pequeño desfile hasta el borde de la cubeta vacía de agua que hay excavada en la superficie de trabajo del laboratorio. En el centro del suelo de la cubeta hay un agujero de desagüe. Suspendido del borde superior de la cubeta para agua, un grifo flanqueado por interruptores de metal destinado a emitir chorros de agua caliente o bien fría.

Todos los agentes observan. Magda, Ling, Tanek, Chernok, todos.

El reverenciado instructor coloca al roedor blanco en el suelo de la cubeta vacía de agua, cerca del agujero de desagüe. El instructor dice:

– Dentro de vuestras cabezas formulad la siguiente imagen… -Dice-: Después de regresar a casa, os encontráis a un roedor silvestre caído, atrapado dentro de la cubeta de agua de la casa.

El instructor blande su mano en dirección al roedor, mientras las zarpas rosadas del animal escarban sobre las paredes metálicas interiores de la cubeta de agua. El roedor trepa un poquito y vuelve a resbalar hasta quedar atrapado en el suelo de la cubeta. El hocico rosado del roedor inhala temblorosamente. Los ojos rosados miran hacia arriba, al exterior de la cubeta de agua.

El muy brillante instructor dice:

– La pequeña y sucia alimaña lleva atrapada un largo intervalo… -Dice-: Muy hambrienta, muy sedienta, muy agotada. -El instructor posa la mirada en cada uno de los agentes, en Metro y en Tibor y en Mang, y dice-: El pequeño animal retuerce la cola y la encoge para protegerse. Tiembla. Temblores llenos de mucho terror.

En la cubeta de agua, el roedor blanco tiembla. Se encoge de miedo. Una sola gota de orina amarilla traza un reguero desde el animal al agujero de desagüe. La oreja del roedor está pegada al dorso de su cabeza. Se está encogiendo hasta hacerse todo lo pequeño que puede.

El instructor deja colgando la mano propia dentro de la cubeta, de manera que los dedos acarician el pellejo blanco de la espalda del roedor. Y acariciando el pellejo, dice:

– El pequeño animal meramente tiene deseo de sobrevivir. -Dice-: Lo que pasa es que el animal es portador de enfermedad. -Dice, acariciando el pellejo-: El pequeño animal es sucio y además alberga plan instintivo de reproducción…

El estimado instructor dispone su boca para desplegar una mueca de disgusto. Ejecuta rotación de cara a un lado y al otro y repite el movimiento hasta formar gesto de cabeza que significa «no».

El aclamado instructor dice: todos los días el humano tiene que seguir el ejemplo suministrado por la deidad. La acción compasiva, explica el instructor, es un insulto a los ojos de la deidad. Explica a continuación que la deidad no muestra esa compasión. Explica que el agente que actúa compasivamente se coloca a sí mismo en lo alto y se posiciona por encima de la cabeza de la deidad. Se imagina que posee más sabiduría que la deidad.

El estimado instructor dice que la deidad superior ordena que todas las criaturas vivas sufran -consumidas por enfermedad o gritando con cobertura corporal de sangre-, y que luego llega un día en que todas tienen que morir. Solo es tragedia si el sufrimiento y la muerte se producen en condiciones de inocencia. Si no hay pecado ni crimen, entonces la extinción no es merecida. Esa pérdida es una afrenta a la deidad.

– Debido a que todos sufren y mueren -dice el instructor, acariciando el pellejo blanco del roedor-, entonces los agentes tienen que ganarse esa extinción propia que les llegará algún día.

Justificar futuros actos de crueldad de la deidad. Hacer que la deidad no sea sádica, solamente un juez enormemente sabio.

La deidad superior solo es modelo de conducta correcta. Dice el instructor de la gran sabiduría:

– Todos debemos hacer a los congéneres propios lo que la deidad hace a todos.

Si un agente da patadas frecuentes a perro… si golpea con bofetones de mano a la compañera reproductiva… si ese agente asesina con puñal a un compañero, eso imita la lección correcta de la deidad. Cuando le llegue el instante futuro de la extinción -sería posible que el corazón estallara o que se consumieran alimentos tóxicos-, entonces esa extinción no será ninguna tragedia, no será una pérdida grande que ofenda a la deidad. En realidad, la extinción de un pecador le reporta un placer enorme a la deidad. Cuantos más pecados y más crímenes, dice el instructor, más disfrutará la deidad de la extinción del agente.

La mano del instructor retuerce el interruptor del agua, forzando el chorro del grifo hasta el interior de la cubeta. Primero, agua helada. Luego el chorro empieza a emitir humo, el agua se va calentando, el calor elevado hace que el suelo de acero de la cubeta se oscurezca por la temperatura. El roedor patalea para escapar de la temperatura del agua y del suelo recalentado. La mano sigue retorciendo el interruptor del agua hasta que un chorro mayor inunda una parte más grande del suelo. El roedor araña con las zarpas para trepar por las paredes pulidas de la cubeta, pero resbala para caer de nuevo y escaldarse. El roedor trepa y se resbala. Se resbala y chilla.

La mano del reverenciado líder se balancea hasta un interruptor eléctrico que hay montado debajo de la superficie de trabajo. El dedo activa el interruptor eléctrico y un estruendo emerge del agujero de desagüe. Del agujero salen un barullo de cosas que se agitan y unos dientes metálicos que se abren y se cierran. Agujero oscuro y hambriento.

El roedor blanco se cae por las paredes de acero, se resbala y se escapa de las dentelladas del desagüe, con sus pezuñas de roedor abrasadas y correteando demasiado deprisa para permitir que el ojo lo presencie.

El glorioso instructor levanta la mano propia, con la palma abierta en dirección a todos los agentes. Una mano de promesa o juramento. El celebrado instructor dice:

– Voten. -Dice-: En este momento, con las manos, voten: ¿debemos extinguir al parásito contaminado?

Las manos de los agentes Ling y Chernok se elevan para decir que sí. Las manos de Tibor y Mang.

La mano del agente-yo permanece baja. El aliento atrapado en los pulmones. El músculo cardíaco le corretea como un roedor, forcejea en el interior de la caja torácica. Sorbimiento de nariz y fuerte ronquido para que este agente no derrame agua ocular. Dentro de la cabeza, dice: «Permitir supervivencia de roedor». Dice: «Por favor».

La mano de la agente Magda se eleva para decir que sí. Todos los agentes se quedan mirando al agente-yo.

El reverenciado instructor cita al totalmente vil tirano y brutal rey Adolf Hitler y dice:

– «No veo por qué el hombre no debería ser igual de cruel que la naturaleza».

La mano de este agente se eleva. Un «sí» totalmente en unísono. Componiendo una única voz.

Hoy el talentoso instructor dice: este crimen es lo que Occidente denominaría un «bautismo». El crimen de hoy convierte a los agentes aquí presentes en un placer para la deidad. En sucios pecadores. La propia extinción cruel y gloriosa entre gritos queda merecida. Cuando llegue la jornada al azar designada para vuestra tortuosa extinción -por caída de aeronave o veneno nuclear-, entonces el recuerdo de tantos crímenes personales reconfortará y calmará a los operativos cuando accedan a la eternidad. Importante, dice el reverenciado instructor:

– Después de esto, deseadle a la deidad superior un enorme placer en asesinaros.

Desde el día presente, merecemos morir.

Al momento siguiente, el roedor blanco se resbala, se desliza y cae por el agujero del desagüe. Alimentando las dentelladas de metal. Desaparece.

Cita: «No veo por qué el hombre no debería ser igual de cruel que la naturaleza».

Al momento siguiente, el chillido del roedor también desaparece. Ya solo se oye el tableteo del chorro de agua hirviente sobre la cubeta de metal. El instructor de gloriosa sabiduría se inclina hasta estacionar las manos bajo el chorro, donde ambas forcejean entre sí y forcejean con la pastilla de jabón hasta lavarse.

Del agujero negro del desagüe emerge una voluta de vapor blanco. Ni chillido ni olor animal. El roedor blanco ha sido borrado.

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