Empieza aquí el informe vigesimoctavo del agente-yo, número 67, en plena misión encubierta, consistente en incursión en el centro de distribución de propaganda religiosa de la ciudad de XXXXX. Con el objeto de poner a prueba los efectos de la neurotoxina XXXXX. No es el día semanal de liturgia. El sujeto experimental destinado a ser víctima de la toxina letal es XXXXX.
Este agente llega en solitario y descubre que la puerta de la capilla del culto está afianzada con un robusto mecanismo de cerradura. Cerradura de seguridad tipo estándar. Los ojos del agente-yo se proyectan en sentido lateral hacia un lado, y luego se proyectan hacia el otro para asegurarse de que la calle está vacía de testigos posibles. Solo se perciben los movimientos helados de este agente. El viento de noviembre. Los estratos de las nubes, que sugieren un lúgubre vientre, un abdomen negro listo para depositar sus precipitaciones heladas. Todos los testigos creíbles se encuentran asistiendo a lecciones educativas, o tal vez trabajando en su ubicación de empleo, o bien atrapados por la programación televisiva diurna delante del aparato de visionado.
Para que conste en acta, los dientes del agente-yo van masticando los labios propios de manera que este agente se ve inundado del rubor de la sangre y sus labios inflados presentan un atractivo edema de poca importancia. El resultado son unos labios infantiles suculentos y seductores que ningún pedófilo podría resistir. Los dedos del agente-yo pellizcan la piel de las mejillas faciales propias para infundirles un rubor de sangre radiante. El efecto es la cara de un niño inocente ansioso por deshacerse de su virginidad.
En un solo instante veloz, las manos del agente-yo extraen una púa fina del pantalón e invaden el orificio de la llave a fin de violar la cerradura. Dan una violenta sacudida al agujero diminuto. Retuercen y aplican presión al interior de la estrecha ranura. Abusan de ella hasta que el cerrojo es engañado. La puerta ya no está encajada en la pared. Los ojos de este agente revisitan la ausencia de testigos posibles, y sus pies se aventuran en el interior de la capilla del culto. Cierro la puerta para sellar a este agente en el interior.
No está presente el esqueleto putrefacto viviente Doris Lilly. No están presentes los conciudadanos de la congregación.
La capilla del culto está vacía de sonidos. Silencio completo. Despojada de toda iluminación salvo la luz del sol contaminada a través de los tonos rojos y los intensos colores azules de la ventana de vidrios tintados. Que componen un crepúsculo perpetuo de santuario.
Hedor dulzón a numerosos genitales de plantas de crisantemo. Tonos vivos de penes y vaginas de plantas de clavel. Impregnados de los pigmentos procedentes de los vidrios de las ventanas. Con el resultado de que en cada inhalación respiratoria abundan los tonos del arcoíris y los aromas perfumados.
Los cordeles ardientes de los cilindros de parafina están apagados.
El único testigo es la estatua de yeso del falso hombre muerto, la falsa víctima de torturas subida a dos palos cruzados, con su sangre falsa de pintura roja en las manos y los pies.
Los pies del agente-yo emprenden un pequeño desfile hasta acercarse al altar del culto, la cuba de agua en la que Magda intentó ahogar al reverendo Tony. Al diablo Tony. Posicionado debajo de los pies del hombre de yeso que sangra pintura roja, este agente flexiona las piernas propias para ponerse en cuclillas. Al momento siguiente los músculos de sus piernas salen disparados, zip-bang, ejecutando el Brinco del Lémur, y su brazo se estira para agarrar los pies de yeso.
Para que conste en acta, no hay éxito. Se repite a continuación el Brinco del Lémur.
No se consigue alcanzar la estatua montada en lo alto de la pared.
Y dando botes dentro del pantalón, la ampolla de cristal que contiene la neurotoxina letal.
Sería posible para este agente introducir la toxina en la cuba de agua y asesinar a todos los individuos que en el futuro vayan a ser iniciados por el diablo Tony. Sería posible contaminar el libro de escrituras, la Santa Biblia, y de esa manera exterminar a todos sus lectores. Sería posible envenenar el cáliz compartido, el borde de la copa que utiliza la totalidad de los congregantes durante el ritual del vino, e infectarlo para que todos ingieran la toxina perniciosa.
Actos abyectos. Que hacen a este agente merecedor del futuro trauma del cáncer, que lo condenan ya por adelantado a un accidente aéreo fatídico. Que provocan que este agente se merezca el sufrimiento de todas esas torturas y ese asesinato premeditados por la deidad superior.
Recitando en secreto, este agente cita al magnífico estadista y valeroso magistrado supremo Joseph Stalin: «Una sola muerte es una tragedia; un millón de muertes son una simple estadística».
Con las piernas comprimidas, este agente hace un intento más del Brinco del Lémur. Sus manos agarran las puntas de los pies de yeso de la estatua y se aferran al clavo de yeso que atraviesa el pie. El músculo del brazo del agente levanta a pulso al resto del cuerpo, y este trepa a la estatua que hay montada en lo más alto de la pared de la capilla. El individuo masculino desnudo y torturado está cubierto de una gruesa capa de mucho polvo. Este agente queda manchado y asfixiado por semejante densidad de polvo durante la escalada por la enorme figura de yeso. Cada muslo de yeso es el equivalente a un mortero de asedio de calibre 914 milímetros Little David de la artillería de Estados Unidos. Los brazos de yeso de la estatua son tan grandes como un mortero de asedio de calibre 800 milímetros Schwerer Gustav de la Alemania nazi.
Trepo por la estatua igual que si estuviera subiendo por el tronco principal y las ruinas de una Castanea dentata.
Escalando, encaramándose, afianzándose con las manos y encajando las puntas de los pies entre los detalles musculares de la estatua torturada, este agente trepa usando las piernas, asciende por la entrepierna de yeso y deja atrás el taparrabos. La mano del agente-yo encaja todos los dedos dentro de la gigantesca cavidad del ombligo de la estatua. Extiende el brazo a fin de poder aferrarse con la mano al pezón enorme de yeso. La estatua presenta la caverna de una herida falsa, infligida por una lanza en las profundidades del costado izquierdo del torso, una cruel herida mortal de la que rebosa pintura roja, practicada por debajo de la caja torácica en el abdomen lateral izquierdo. Sentado dentro del hueco de la laceración, al lado de las vísceras de yeso al descubierto, el agente-yo deja colgar las piernas y sus ojos pueden visionar ahora toda la extensión de la capilla del culto. Todos los asientos. La ubicación del ahora ausente ataúd de Trevor Stonefield.
Los rápidos latidos del músculo cardíaco del agente-yo remiten un poco. Obtienen descanso. Desde las alturas de la herida mortal, este agente experimenta el hedor dulzón y los colores rojo intenso y azul regio de la atmósfera del santuario. El enorme espacio inundado de esos colores rutilantes de las ventanas. El hedor perfumado.
Reanudando el esfuerzo de escalar por el hombre de yeso, este agente emerge de la herida para agarrarse al pomo del pezón gigante. Extiende el brazo para agarrar la clavícula. Impulsando a este agente todavía más arriba. Encuentra puntos seguros de apoyo para el pie entre las costillas de la estatua demacrada. Encuentra puntos de apoyo para el pie entre los muchos rizos del pelo de yeso del pecho. Encuentra apoyos para las manos entre los rizos de yeso de la barba del individuo masculino. Agarrando con las manos el sombrero falso de hebras trenzadas de gruesas espinas de yeso, este agente levanta a pulso sus propias caderas hasta quedar sentado encima del deltoides de plástico.
Para que conste en acta, este agente queda instalado sobre el hombro derecho de yeso del individuo masculino clavado a los palos de madera cruzados. Las piernas del agente-yo cuelgan y se balancean por encima del enorme músculo pectoral, golpeando la clavícula con los talones. Los labios del agente-yo se acercan al canal auditivo de la cabeza de yeso. El caparazón del cartílago de la oreja es lo bastante grande como para que el brazo entero del agente-yo escarbe en su interior.
De repente resuena una voz misteriosa. Tiene lugar un fuerte grito.
La voz procede de la caverna de los asientos de la audiencia, una voz masculina que grita:
– ¿Qué cojones estás tramando?
La voz del diablo Tony. Emprendiendo un desfile por el pasillo principal, acercándose a la posición de debajo de la estatua de yeso, el diablo Tony dice:
– Esta es mi iglesia, por si no te has dado cuenta… -Dice-: Tenemos las puertas cerradas con llave por algo.
La voz del diablo Tony es ronca y rasposa como resultado del hematoma subdural causado por el ataque de la agente Magda. Causado por los gritos durante el tiempo que estuvo sumergido en la cuba de agua.
Las nalgas del agente-yo siguen sentadas, y sus labios bien sellados.
– Si esto es alguna clase de protesta política -dice el diablo Tony-, te has pasado tres pueblos. -Posicionado debajo de la estatua, con la cabeza inclinada hacia atrás y mirando hacia arriba, el diablo Tony dice-: Voy a llamar a la policía, te lo juro.
El diablo Tony. Este agente. Toda la escena permanece suspendida en la atmósfera silenciosa, en el olor a perfume, en los colores de vidrieras.
Con los brazos cruzados sobre el pecho propio, el diablo Tony se pone a dar golpecitos en el suelo con la punta de un zapato y dice:
– No te creas que no lo voy a hacer, amigo. -Dice-: No lo digo de farol.
En secreto, este agente recita en voz baja:
– … neón… neptunio… níquel…
A continuación habla en susurros a la oreja derecha de la víctima masculina de torturas, a la cavidad de la oreja de yeso diciendo:
– … platino… polonio… potasio…
Escondida dentro del pantalón del agente-yo, la neurotoxina requerida para la prueba. El conejo de las Indias.
Al momento siguiente, el diablo Tony emprende un pequeño desfile en una dirección y en la dirección opuesta, caminando como un centinela muy por debajo de la estatua. Camina y dice:
– No me vas a chantajear. -Dice-: Lo que pasó no es culpa mía…
Deteniendo sus pasos, el diablo Tony flexiona las dos piernas y desploma ambas rodillas a los pies de la gran estatua. Con los puños bien cerrados en ambas manos. Agitando los dos puños hacia la cara de la estatua, dice:
– Ella me dijo que tenía dieciocho años. -Dice-: Me dijo que estaba tomando la píldora.
Hundiendo el puño en esta atmósfera de olor dulce, en el luminoso color dorado, con la saliva emitiendo destellos de colores rojo, azul y amarillo, el diablo Tony dice:
– ¿Qué culpa tengo yo de que la muy guarra no sepa hablar inglés como es debido?
Ese comentario hace referencia a la agente 36. La agente Magda.
Escondida en el pantalón del agente-yo, la toxina perniciosa. La fotografía de prensa doblada que muestra al progenitor Stonefield afligido y hecho prisionero. Los dólares de papel sucio restantes de los confiscados durante la violación del matón amarillo-claro.
El feto gestante de la agente Magda es hijo de… el diablo Tony.
La compañera reproductiva designada por el Estado para este agente.
Cita: «Una sola muerte es una tragedia; un millón de muertes son una simple estadística».
La mirada del diablo Tony suplica una respuesta; hambriento de piedad, levantando la vista, Tony dice:
– ¡Eh! -Dice-: ¡Sigo aquí abajo! -Dice-: ¿Podrías hacerme una señal por lo menos?
Arrellanado en el hombro derecho del individuo masculino supremo de yeso, este agente se extrae del pantalón la ampolla de cristal. Extrae un billete de moneda legal que antaño perteneció al matón amarillo-claro. Por fin, extrae una tela doblada de color blanco, con tres aperturas redondas y elásticas: los calzones interiores ocupados por la entrepierna de la agente Magda. Con una mancha de sangre en la juntura de ambos muslos, acartonada por culpa de las manchas secas de semilla masculina en el pubis. Los dedos de la mano del agente-yo sueltan los calzones interiores de bikini para que estos se desplomen, cayendo a lo lejos, revoloteando, dejando una estela de color blanco a través de la luz roja y de la luz amarilla, dorada, soltando gotitas de sangre de la antigua virgen Magda. Acartonadas por el derrame excesivo de semilla del diablo.
Junto a mi asiento en lo alto del hombro elevado, la pintura roja que sale del sombrero de espinas cae en forma de amplios regueros por la mejilla facial de yeso y por el pálido cuello de yeso de la estatua del muerto.
Durante la caída de los calzones interiores, estos atraviesan un aroma exquisito, un hedor dulzón a formas de vida vegetal. Descienden hasta aterrizar en forma de montoncito suave al lado del diablo arrodillado Tony. Sus piernas de diablo se incorporan, se aventuran a dar pasos, se flexionan y se agachan para que su mano pueda agarrar los calzones de bikini impregnados y esconderlos al instante dentro del puño. Blandiendo el puño del bikini hacia arriba, clavando los ojos en la estatua, con el cuello echado hacia atrás para exponer a la vista la frágil tráquea, el diablo Tony dice:
– Esto no demuestra nada…
Los calzones interiores se los ha suministrado a este agente el día pasado Magda, durante el Coro juvenil de Swing.
Al momento encubierto siguiente, el diablo cierra el puño que contiene los calzones. Agacha la barbilla y se posiciona los calzones sucios frente a los orificios nasales. Casi a escondidas, el depredador diabólico inhala en secreto el aroma del pubis. La colonia persistente del himen demolido. Y el pequeño residuo contaminado de la toxina neurológica destinado a efectuar la prueba.
Cita: «Una sola muerte es una tragedia; un millón de muertes son una simple estadística».
En el mismo momento, la piel de la cara del diablo Tony se pone pálida como la cera. Su cráneo se desploma sobre un cuello fláccido. Su pesado cráneo arrastra consigo la totalidad de su cadáver, la totalidad de su esqueleto se derrumba en el suelo de la capilla del culto. Únicamente queda una convulsión muscular al azar. Hilos diminutos de sangre manando de ambos oídos.
El roedor blanco ha quedado borrado.