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Estábamos en la A4, camino de Somerset.

– ¿Qué? ¿Sorprendido?

Seguro que usted me habrá catalogado como un oportunista redomado, así es que no voy a echarle las culpas por figurarse que no cumplí el trato después de que Alice me tomara el pelo con la cuestión de la pistola. Pero no fue así.

Y me gustaría que me prestara un poco de crédito porque, después de todo, soy un hombre íntegro. La hija de Duke me había pedido que le mostrara el lugar donde había ocurrido la tragedia y yo era una persona excepcionalmente dotada para actuar como guía. Aquel acto vendría a ser un pequeño reembolso de la deuda de gratitud que tenía contraída con Duke.

Me encantaría que usted creyera todo lo que le digo, pero sé que es lo bastante agudo para ver que la chica me tenía bien agarrado mientras Digby Watmore seguía a la espera. ¿Quién estaría dispuesto a ser objeto de un artículo en News on Sunday?

En consecuencia, preferí quedarme discretamente a la sombra mientras ella salía y hablaba con el periodista. No sé qué debió de decirle, pero no tardó más de diez minutos. El fotógrafo también se apeó del coche para decir la suya y la verdad es que tenía aire de no estar nada contento. Sin embargo, al final Alice logró convencerlos. Sin dejar de mover la cabeza con aire contrariado, los dos hombres volvieron a meterse en el coche y desaparecieron.

Al entrar, me dio la tarjeta de Digby y su encargo de que no dejase de avisarle en caso de que cambiara de opinión y accediera a que me sacasen una fotografía. Dijo también que había prometido no perder contacto conmigo, indirecta que yo no dejé de tener en cuenta. No había forma de eludir la excursión a Somerset.

Insistí en que la mochila viajara con nosotros, por si Alice se decidía a quedarse unos cuantos días en Somerset. Era un sueño de chica, con cualidades excelentes para la cama, pero yo no tenía el más mínimo deseo de repetir la experiencia con ella. Para mi tranquilidad de espíritu, había decidido volver a conectar con Val que, aunque en la cama era como una manta más, por lo menos no me había hablado nunca de su padre.

Durante un buen rato, el único sonido que se percibió en el coche fue el quejido del limpiaparabrisas, puesto que caía una llovizna ligera pero persistente. Puedo asegurarle, sin embargo, que el tiempo nos tenía completamente sin cuidado. Yo todavía seguía pensando en Digby cuando Alice me dejó completamente desconcertado al decirme:

– No me figuraba que fuera tan guapo.

Fruncí el ceño, porque no tenía ni la más mínima idea de la persona a la que se estaba refiriendo.

Después de una pausa, añadió:

– Estoy hablando de mi padre.

– ¡Ah!

Mis pensamientos retrocedieron: seguro que ella había visto las instantáneas de Duke que aparecían en los libros sobre el juicio que yo había tratado de que no encontrara. Era triste que la primera imagen de su padre hubiera sido la revelada por aquellos libros. No sé si usted estará de acuerdo conmigo, pero yo lo encuentro patético, francamente patético, en el sentido más puro de la palabra. Éstas son las cosas que me llegan al alma. Y todavía más por el hecho de que ella no era consciente de que fuera así.

Habría sido verdaderamente un mal nacido de haberla abandonado en aquellas circunstancias.

Tratándose de mujeres, no puede decirse que yo sea un idiota total. Me doy perfecta cuenta de cuándo me manipulan. Por espacio de dos días yo había tratado de esconderme detrás de una barrera de cinismo y ella no había cejado un momento de porfiar para demolerla.

Ahora, con aire distraído, pero con su ribete de orgullo, continuó:

– Quiero decir que no es extraño que una chica como Barbara lo encontrase atractivo. Me imagino el primer encuentro, el día en que los dos soldados llegaron contigo en el jeep a la granja. Debía estar arrebatador vestido de uniforme.

Hice un gesto afirmativo con la cabeza.

Dejamos que los limpiaparabrisas volvieran a adueñarse de la situación.

Poco después de haber rebasado Newbury, dijo:

– El jurado se lo despachó en menos de una hora. No es mucho, ¿verdad?

– No, no es mucho.

Hubo otro silencio. Sus pensamientos discurrían sin prisas, pero con gran precisión. Intercalaba sus frases entre los cambios de ruido del motor, como para asegurarse de que yo la escuchaba.

– La parte acusadora tuvo que resolver un caso ciertamente complicado.

– Terrible.

– Todas las pruebas de balística… Lo he hojeado por encima, pero debían impresionar a los tribunales.

– Está en los libros.

– Encontraron varias balas disparadas con la misma arma, ¿verdad?

– Exactamente -dije.

– ¿Dónde las recogieron, Theo?

– Ya te he hablado de la lección de tiro que Duke y Harry nos dieron a Barbara y a mí.

– ¡Ah, sí!

– La policía peinó todo el terreno y recogió todas las balas que encontró y después las comparó con la bala que apareció en el granero.

– Y demostró que había sido disparada con el arma de mi padre -dijo Alice lanzando un suspiro.

– Un hecho absolutamente fuera de toda duda.

Después de hacer una pausa, comentó:

– Por consiguiente, no les hizo falta tener el arma para demostrarlo.

– Ingenioso, ¿verdad?

Con todo, porfiada, siguió insistiendo:

– De hecho importaba poco que tú tuvieses guardada el arma.

– Ya hemos hablado de ese punto -dije con frialdad.

Entonces se centró en otro aspecto:

– Toda esa ciencia forense, el cráneo, la superposición de la fotografía, los datos sobre la dentadura y lo de las balas… realmente es impresionante. Es lógico que el jurado se quedara anonadado con todo ese material.

No me gustaba el rumbo de la conversación, así que decidí seguir un camino más seguro.

– El juicio contra Duke era claro aun sin todas estas cosas. Era culpable, Alice, no había vuelta de hoja. Fíjate en lo que te digo; yo sé qué vi y, después de mí, Duke fue el primero que tuvo noticia de que Cliff Morton estaba agrediendo a Barbara. Yo vi cómo se lanzaba como una flecha hacia el granero.

– ¿Pero tú le viste meterse en el granero?

– Se fue corriendo al granero. Lamento que esto sea difícil de aceptar, pero la verdad es que Barbara le gustaba. Fue un crimen pasional.

– Para mí no está nada claro -dijo ella moviendo la cabeza.

– ¿Por qué?

– Él se va corriendo al granero, de acuerdo. La chica que le gusta está siendo violada. Pues bien, ¿qué hace? ¿Arranca al hombre del cuerpo de Barbara y lo estrangula? No, los deja allí tranquilitos y se va a la granja a buscar el arma. ¿Es la conducta de un hombre apasionado?

– No, pero ésta es la diferencia que existe entre el homicidio sin premeditación y el asesinato -dije.

– De acuerdo, pero tú, ¿cómo lo explicas?

– El juicio analizó todo esto en profundidad -dije lanzando un suspiro-. Cuando Duke entró en el granero, la agresión había terminado. Escuchó voces que venían del desván, Barbara sollozando lastimosamente, Morton quitándole importancia al asunto. Duke estaba enfurecido por todo lo que había oído. Podría haberse peleado con Morton, pero una paliza habría sido muy poco comparado con lo que Barbara había soportado. Volvió corriendo a la granja para recoger el arma, regresó al granero y subió al desván.

– Y le pegó un tiro en la cabeza a Morton delante de Barbara. ¿Es lo que ella dijo a sus padres?

– Ella no dijo nada a sus padres. Duke disparó contra Morton y cubrió su cuerpo con el heno. Tal vez lo arrastró hasta la parte trasera del desván y lo metió debajo de unas balas de paja para volver cuando no hubiera nadie por los alrededores. Cuando volvió aquella noche, o la noche siguiente, tenía un plan. Tú tienes que ver las cosas desde su punto de vista; era un soldado que estaba esperando incorporarse a la invasión de Europa.

– ¿Se figuraba que pronto tendría que marcharse?

– Sí. Como es obvio, su primera preocupación era desembarazarse del cadáver. Podía servirse del jeep para transportarlo a alguna parte durante la noche, enterrarlo o arrojarlo a un lago con unos pesos atados como lastre, pero la cosa no es tan sencilla como parece. Cavar un hoyo un poco profundo lleva más de una noche de trabajo y, ¿cómo iba un extranjero a encontrar, en Inglaterra, un bote y un lago profundo y solitario? Y aunque lo hubiera encontrado, los cadáveres tienen la desagradable costumbre de reaparecer. Un día una persona está paseando el perro y…

– No tienes que volver a explicármelo -me interrumpió Alice-. Los dos sabemos qué ocurrió. Le cercenó la cabeza y la arrojó en el barril de sidra, para que la policía no supiera a qué cuerpo pertenecía ni cómo se había cometido el asesinato.

Estábamos progresando. Por su manera de hablar, me daba cuenta de que empezaba a aceptar la culpabilidad de Duke. Debía de ser muy penoso para ella y yo comprendía sus razones para aferrarse a cualquier cosa que pudiera poner en tela de juicio el veredicto, pero debía aceptar lo ocurrido.

Sin más preámbulos, me puse a referirle el proceso encaminado a liberarse de la cabeza.

– En el edificio donde se almacenaba la sidra había veinte o más barriles abiertos. Habían sido recogidos de los bares y lavados y estaban esperando que se terminase el prensado. Eran toneles. ¿Conoces la palabra?

– Barriles grandes -dijo Alice, añadiendo con voz sombría-. Anoche ya me lo dijiste.

– No grandes, enormes. De más de un metro y medio de altura. Tienes que hacerte una idea del tamaño para entender por qué no fue descubierta la cabeza cuando se clavaron las tapaderas. Una vez puesta y asegurada la tapadera, se vertía la sidra a través de una canilla y se dejaba que fermentase. El tonel ya no volvería a limpiarse hasta pasado un año. Duke esperaba, para entonces, estar muy lejos de Inglaterra.

– Y así fue -dijo ella, después de lo cual quedó en silencio.

Habíamos llegado al tramo de la carretera de Bath que se prolonga hacia el oeste de Marlborough, flanqueado a cada lado por una amplia extensión de terreno ondulado, con gran abundancia de antiguos caminos y yacimientos prehistóricos. Aunque habría podido ser una excursión sumamente agradable, la mañana era sombría. Nos desviamos a la izquierda, hacia la carretera A361. Atravesábamos Devizes cuando Alice hizo la siguiente observación. Se trataba de una perogrullada, pero habría podido ser una línea de una novela negra.

– Supongo que, después de haberle cortado la cabeza, perdió toda posibilidad de ganarse el favor de sus jueces.

– Efectivamente -admití-. El crimen pasional se había transformado en historia de horror.

– ¿Cómo lo hizo, Theo?

Me encogí de hombros.

– ¿Qué quieres decir? ¿Si lo hizo con un hacha o con una sierra? La granja estaba llena de herramientas de todo tipo.

– Debió de quedar enteramente cubierto de sangre.

– No hay hemorragia cuando se ha producido la muerte. Arrojó la cabeza en el tonel y metió el resto del cuerpo en el jeep con intención de deshacerse de él en alguna parte o de esconderlo en algún lugar recóndito, puesto que no apareció nunca más.

Si, después de esto, resulta un tanto repulsivo decir que propuse a Alice ir a comer, debo insistir en que no lo parecía en absoluto cuando se lo dije realmente. Nos paramos, pues, en un pub situado en el centro de Frome (no el Shorn Ram, que ya no existe en la actualidad) y dimos cuenta del tradicional asado con Yorkshire, típico de los domingos, en un reservado acogedor donde nadie más podía oírnos.

Alice continuó insistiendo como hasta entonces.

– Una cosa que me tiene desorientada es la reacción de la familia Lockwood. Ellos estaban enterados de lo sucedido, ¿verdad?

– No podría decirlo.

Había vuelto a entrar en una de sus fases especulativas.

– Seguramente sentían simpatía por mi padre. Después de todo, Morton había violado a su hija. Es probable que mantuvieran silencio para no perjudicarlo.

– Es muy posible.

– Cuando apareció el cráneo seguramente el granjero Lockwood también se hizo sospechoso.

– Sí.

– Pero las sospechas se trasladaron después a mi padre.

Se quedó estudiándome atentamente a través de las gafas.

– Te costaría menos de aceptar si lo llamases simplemente Duke -le sugerí con delicadeza.

Pero ella me contestó con viveza:

– Yo lo llamo como me da la gana. No me avergüenza llamarlo padre.

No tuve ninguna reacción.

Pero Alice no había terminado.

– Estábamos hablando de los Lockwood. Estaban enterados de que Barbara había sido violada, ¿no es verdad? Lo supieron cuando tú se lo dijiste y, además, la vieron después en el lamentable estado en que había quedado.

Asentí con la cabeza.

– Y en cambio no llamaron a la policía.

– A lo que se ve, no.

– ¿Y por qué no? Por el amor de Dios, Theo, este acto es un dentó criminal.

Vacilé. A decir verdad, era un punto que no me había parado nunca a considerar. Ella me forzaba a reflexionar.

– Hay una gran cantidad de violaciones que no se denuncian. A lo mejor pensaron que era una consideración a Barbara el hecho de ahorrarle los exámenes médicos y los interrogatorios.

– Quizá -dijo, mientras apartaba el plato a un lado-. Pero puede haber otra explicación, ¿no te parece? Que supieran que Cliff Morton estaba muerto.

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