– ¿Por qué no te sientas?
Así que Harry obedeció su orden, Alice le dirigió una mirada fría, que nada tenía de filial.
– Has dicho que tú habrías estado en condiciones de puntualizar algunos extremos delante del tribunal. Ésta es tu ocasión de nacerlo. Voy a hacerte retroceder hasta los días cruciales de 1943.
Con un aire de autoridad que hubiera resultado muy propio de un experto abogado en el momento de interrogar a un testigo, fue arrancando a Harry toda la historia: como él y Duke me habían conocido en la tienda de la señorita Mumford, cómo habían ido en el jeep hasta Gifford Farm, cómo habían conocido a Barbara y cómo se habían ofrecido a recolectar manzanas.
– ¿Por qué? -preguntó Alice.
Harry levantó las cejas, pero no dio ninguna respuesta. Toda su jactancia había desaparecido.
– Quiero saber por qué os ofrecisteis a prestar ayuda.
– Éramos dos soldados aburridos que querían beber gratis y hacer amigos. Supongo que por esto.
– Barbara era el foco de atracción, ¿verdad?
– Por supuesto que sí. Era guapa. Tenía la piel más blanca del mundo, unas mejillas sonrosadas, un cabello negro y sedoso. Era una maravilla de chica, aunque un tanto distante.
A tan conmovedora apología todavía añadió una nota a pie de página:
– Yo, de todos modos, no esperaba ganarme sus favores.
– ¿Duke sí? -preguntó Alice.
Por si todavía no hubiera habido pruebas bastantes para demostrar su autocontrol, éste había quedado totalmente comprobado en la manera de formular aquella pregunta, como si aquel padre de quien nunca hasta aquel momento había podido mencionar el nombre sin que le temblara la voz, se hubiera convertido de pronto en una cifra.
Harry movió negativamente la cabeza.
– Era un hombre casado.
– También lo eran centenares de otros soldados que salían con chicas inglesas -dijo Alice-. Puedes ser franco conmigo.
– En todo el tiempo que estuvo aquí, jamás miró a una mujer.
– Eso no es verdad -dijo Alice en el mismo tono razonable de antes-. Acompañó a Barbara la noche del concierto del Día de Colón.
Pero la compostura de Alice no hacía mella en Harry y la voz de éste no pasó de un graznido de protesta:
– Fue para ayudarme.
Y en seguida sus palabras se apelotonaron como un torrente.
– Hace veinte años de todo eso. Las buenas chicas iban de dos en dos, amparándose en la compañera frente a tíos como yo, ¿comprendes? Yo no podía salir con Sally si no encontraba a alguien que fuera con su compañera. Y el papel le tocó a Duke. Él iba al volante, empleando sus manos para conducir, mientras que Barbara iba sentada a su lado, con las manos en el bolso. Ni siquiera hablaban. La acción se desarrollaba en el asiento de atrás.
– ¿Y en noches sucesivas?
Harry adoptó un aire de sorpresa.
– ¿Acaso no se encontraban en secreto? -preguntó Alice.
– ¿Dónde, por el amor de Dios?
– En los prados que rodean la granja. Barbara salía a pasear por las noches. Duke debía de esperarla en el jeep.
– Oye nena, ¿quién te ha vendido esta patraña?
Alice no respondió. Ni siquiera me miró.
– Escucha bien -dijo Harry-, Duke se pasaba la mayoría de las noches escribiendo a Elly. Puedes creerme. De haber salido por las noches con el jeep, yo lo habría sabido. Por todos los santos, ¿no ves que yo estaba con él?
– Quizá te lo ocultaba.
– ¡Narices!
Alice, que seguía absolutamente serena, dijo:
– Sigamos mirando para atrás, ¿quieres? Un día hubo una partida de caza con la participación del señor Lockwood y de su hijo.
Harry asintió con la cabeza.
– ¡Bah, tonterías! La única arma de que disponíamos era una cuarenta y cinco. Una pistola, una automática. No matamos nada. Y me adelanto a tu pregunta para decirte que Barbara no formaba parte del grupo.
– Pero en otra ocasión sí os la llevasteis.
– Sí, pero aquello era diferente. Duke había prometido al chico que le dejaría disparar con la cuarenta y cinco.
Harry clavó en mí sus ojos:
– ¿Es verdad o no?
Yo se lo confirmé.
– Barbara no hizo más que juntarse al grupo -continuó-. Disparamos unos cuantos tiros a una lata de aceite.
– ¿Y después?
– Pues dejamos la pistola en el paragüero de la casa, donde el viejo Lockwood guardaba sus escopetas.
Y con una sonrisa taimada añadió:
– Aquella 45 era como las botellas de Coca-Cola: no retornable.
– Esto significa que hubiera podido cogerla cualquiera el día en que se cometió el asesinato.
Harry no hizo ningún comentario.
– Hablemos del prensado de la sidra -prosiguió Alice-. Durante todo el tiempo que duró el proceso tú y Duke visitasteis varias veces la granja, ¿no es así?
– Por supuesto que sí.
– Y visteis cómo el señor Lockwood metía el cordero en los barriles.
– Claro.
– Y oísteis que Bernard decía que había visto la bicicleta de Cliff Morton tirada en una cuneta de la granja.
La respuesta de Harry fue esta vez más dogmática, puesto que, levantando en el aire un dedo gordezuelo, puntualizó:
– Esto es harina de otro costal. Duke vio en contadísimas ocasiones al chico que fue supuestamente su víctima. La primera vez que fuimos a recoger manzanas, me estoy refiriendo al mes de septiembre, hubo cierto incidente. Me parece que atraparon a Morton cuando estaba con Barbara. Y le dieron la patada del año. Ya no volvimos a verlo nunca más.
Llegados a este punto de la conversación, quise hacer una acotación. Harry estaba apartándose tanto del tema que no pude evitar la intervención.
– Que Duke conociera al hombre poco tiene que ver con el caso. El motivo no fueron los celos. Si lo mató fue por la agresión salvaje de que hizo objeto a Barbara.
Pero la intervención me valió la recompensa de una mirada glacial por parte de Alice.
– ¿Me permites continuar? -preguntó en un tono que dejaba fuera de toda duda que tenía intención de continuar.
Y volvió a la carga con Harry:
– Aquella tarde fuiste con Duke en el jeep con la intención de invitar a las chicas a una fiesta.
– Sí, la del Día de Acción de Gracias -confirmó Harry-. Y antes de que me lo preguntes, te diré que yo era el organizador. Aquélla iba a ser mi noche. Posiblemente no lo creas después de lo que acabas de ver, pero en aquellos tiempos Sally estaba loquita por mí. Yo sabía que la chica estaba a punto de caramelo. Lo único que tenía que hacer era prepararlo y ganarme a la familia Shoesmith. Así es que volví a pedir a Duke que acompañara a Barbara. Tenía que conseguir que él accediera y su afición a escribir canciones jugó a mi favor. Entonces estaba escribiendo canciones en el dialecto de Somerset, sirviéndose de las palabras que había oído. Las tenía escritas a medias y todavía le faltaban algunos versos.
– Y tú le dijiste que Barbara le ayudaría en la tarea.
– Has dado en el clavo.
– ¿Estás absolutamente seguro de que no había nada entre los dos?
– ¿Entre Duke y Barbara? Ni por asomo.
– ¿Ni por parte de uno ni por parte del otro? Quiero decir que tampoco por parte de Barbara. ¿Se había hecho ideas románticas en relación con Duke?
– Lo dudo. Si me pides mi opinión, te diré que salía para hacer un favor a Sally.
– Quizá debería preguntárselo a Sally… -dijo Alice con aire pensativo.
– ¡Claro! ¿Por qué no?
Parecía que Harry estaba deseando que los reflectores iluminasen a otro personaje.
– Acabemos primeramente con esta parte. Creo que pasaste a recoger a Sally camino de la granja.
– Exacto.
– ¿Y qué más?
Harry, haciendo acopio de resignación, volvió a coger el hilo del relato.
– La fiesta resultó una sorpresa para ella. No había oído hablar nunca del Día de Acción de Gracias, pero estuvo encantada cuando la invité. Le dije que recogeríamos a Barbara de camino. Se pintó y se puso un vestido muy bonito y al poco rato volvíamos a estar en la carretera.
– ¿Cuándo llegasteis a Gifford Farm?
Harry se quitó las gafas y las limpió como haciendo esfuerzos para recordar lo ocurrido.
– Había un ambiente de fiesta, no por ser el Día de Acción de Gracias, sino por lo de la sidra. Estaban prensando la última carga de manzanas y la máquina funcionaba a todo vapor. El viejo Lockwood había obsequiado a todo el mundo con sidra extra y había despedido a los braceros antes de tiempo. La señora Lockwood había hecho pastelillos y crema, pero nosotros estábamos emperrados en pedir a Barbara que viniera a la fiesta, para que así pudiera irse preparando.
– ¿Hablasteis a los Lockwood de la fiesta?
– No hubo necesidad. Sally, que nos acompañaba, llevaba un vestido de seda color de rosa.
– Pues debía de pasar frío…
– ¿Sentada en mis rodillas? ¡No fastidies! Y para contestar a tu pregunta, te diré que les hablamos de la fiesta y que no pusieron ninguna objeción, y que Duke y yo fuimos a buscar a Barbara. Nos dijeron que debía de estar ordeñando las vacas, pero no la encontramos. Las vacas seguían sin ordeñar, y aguardaban con las ubres a tope. Volvimos a la granja para ver si alguien sabía algo. Nada.
Aquí Harry se calló y, con un movimiento de cabeza hacia el lugar donde yo me encontraba, dijo:
– Que él te cuente el resto.
Pero Alice no pensaba soltarlo tan fácilmente.
– Él ya me lo ha contado -dijo con voz firme y resuelta-. Si he venido aquí, ha sido para escucharte a ti.
– ¿Todos los hechos?
– Lo que se dice todo. Absolutamente todo.
– Pues me parece que no te va a gustar -le advirtió.
– Pruébalo -dijo Alice.
Mientras escuchaba, yo iba fluctuando entre la indignación y la admiración. Era admirable cómo había sabido manejar a Harry, dominándolo sin despertar su hostilidad. Tenía grabada como sobre piedra aquella historia inconexa, tan marcadamente subjetiva, que yo había ido desgranando en sus oídos la noche antes. Y lo que era más admirable todavía era que la había reducido a su adecuada secuencia, igual que si hubiera sido un ordenador encargado de procesarla información. Puede creerme si le digo que me dolían las críticas que me había dedicado y que estaba resentido al ver que no rechazaba de plano algunas de las afirmaciones que Harry se empeñaba en hacer, si bien me veo obligado a admitir que consiguió más información de él que la que yo habría conseguido.
Pese a todas las negativas de Harry, los detalles más interesantes llegaron al final.
– Yo estaba al margen -insistió-. Me enteré de la violación por Sally, y ésta lo supo por la señora Lockwood.
– Bueno, no vamos a saltarnos esta parte -dijo Alice-. Estábamos en que las vacas estaban por ordeñar y en que no había ni rastro de Barbara.
Harry volvió a ponerse las gafas y parpadeó aturdido:
– Ya sabes qué ocurrió. El chico descubrió a Cliff Morton cuando estaba violando a Barbara y corrió a decirlo a la primera persona que encontró, que en ese caso fue Duke.
Pero Alice, con serenidad, le interrumpió:
– No. No es eso lo que te estoy preguntando, lo que me interesa saber es qué estabas haciendo tú.
Silencio.
Harry se revolvió en su asiento.
– Pues… me uní a los que empezaron a buscar.
– ¿En qué sitios estuviste buscando?
– En los cobertizos de las vacas. Tardé bastante. Todos los establos…
– Por supuesto, no encontraste nada. ¿Oíste algo?
Harry se quedó reflexionando en la pregunta.
– El molino de la sidra todavía estaba funcionando.
– De acuerdo, lo oíste funcionar. ¿Se produjo algún otro ruido?
– No.
– Registraste el cobertizo de las vacas. ¿Y después?
– Volví de nuevo a la casa.
– Así pues, tuviste que atravesar la era.
– Sí, claro.
– ¿Viste a alguien?
– A Barbara, con su madre. Iban delante de mí, en dirección a la puerta de la cocina. Pensé que, por suerte, la habían encontrado. Ahora tenía que buscar a Duke, para conseguir que la invitase a la fiesta. Ya me disponía a hacerlo, cuando me di cuenta de que ocurría algo. Eché otro vistazo a las dos mujeres, ambas de espaldas, justo en el momento en que iban a atravesar la puerta de la cocina. La señora Lockwood tenía las manos en los hombros de Barbara… así. Barbara llevaba el cabello suelto y tenía la cabeza inclinada para atrás, como sacudida por convulsiones, como si estuviera histérica.
– ¿Chillaba?
Harry se encogió de hombros.
– La maldita máquina seguía funcionando. Me pareció que la señora Lockwood la sostenía con el brazo. Se metieron dentro. Yo me quedé allí un momento, rascándome el coco, cuando de pronto vi salir a Sally.
– ¿De la cocina?
– Sí. Salió corriendo y vino hacia mí para decirme que Barbara había sido atacada. Le pregunté que quién la había atacado y ella me dijo que no lo sabía. Estaba muy impresionada y me pidió que la acompañara a su casa. Le pregunté que dónde estaba Duke, pero ella, moviendo la cabeza, trató de empujarme hacia el jeep, dijo que lo dejara, que la llevara a su casa y nada más. Yo le contesté que no podía hacer lo que me pedía, y en ese punto apareció Duke, que venía por la parte lateral de la casa de la sidra y que me dijo que nos fuéramos y, tras meterse en el jeep, lo puso en marcha.
– ¿Qué aspecto tenía? -preguntó Alice.
– Estaba muy serio, con los labios apretados.
– Me refiero a su aspecto exterior. ¿Tenía sangre en la ropa? ¿Alguna señal de violencia?
– No me fijé.
– Supongo que iba de uniforme.
– Por supuesto.
– ¿Camisa y pantalones? ¿Los botones en su sitio, como de costumbre?
– Supongo que me hubiera dado cuenta de no ser así.
– Y su comportamiento, ¿cómo era?
– Algo extraño, por lo menos así me lo pareció entonces -admitió Harry-. Le pregunté si sabía qué le había ocurrido a Barbara y, como si estuviera enterado de todo, dijo que no se podía hacer nada. Yo le dije que no dijera aquello, que sí que podíamos hacer algo, y mucho. Para empezar, podíamos localizar al tipejo que la había atacado, pero él dijo que lo dejásemos y que fuéramos a por el jeep. Habló con gran autoridad. Sally ya estaba arriba y me pedía a gritos que me montara de una vez. Así que lo hice.
Alice había escuchado sus palabras totalmente absorta. Estaba de pie, con las dos manos agarradas a mi bastón, sosteniéndolo como si fuera una varita mágica.
– Quiero que me lo digas con absoluta claridad -dijo a Harry-. ¿Fueron éstas sus palabras exactas: «Nosotros no podemos hacer nada. Dejémoslo. Vamos a por el jeep»?
– ¡Uy! ¡De eso hace un montón de tiempo! -se quejó Harry.
– Piénsalo.
– Estoy seguro en un noventa por ciento. Es posible que intercalara alguna palabra gruesa.
– ¿Pero el resto es válido?
– Por supuesto que lo es.
Alice se paró para reflexionar y se quedó mirando fijamente el techo estucado. Después hizo con la cabeza una señal a Harry:
– ¿Y después?
– Nos fuimos.
– ¿Adónde?
El rostro de Harry reflejaba el esfuerzo que estaba haciendo para conseguir extraer los recuerdos de su memoria. De sus ojos y de su boca arrancaban nuevas arrugas.
– Ya te he dicho que Duke conducía. Al llegar al cruce, giró hacia Shepton Mallet y aceleró. Se había olvidado de Sally, que estaba sentada detrás, a mi lado. Sally me dijo que adonde diablos íbamos, que ella no iba a la fiesta después de lo que le había ocurrido a su amiga. Así es que yo puse la mano en el hombro de Duke y le dije que parase.
– ¿Y lo hizo?
– Lo hizo, pero no antes de que nos encontrásemos a medio camino de Shepton Mallet, y entonces se negó a dar la vuelta.
– ¿Por qué?
Harry lanzó un suspiro.
– ¿Cómo voy a saberlo? Yo qué sé lo que pasaba por su cabeza. Después empezó a pincharnos. Primero dijo que qué nos pasaba, que a nosotros todo nos iba a las mil maravillas, que para pasárnoslo bien no necesitábamos que estuviera él ni Barbara, que hiciéramos lo que nos viniera en gana, que podíamos irnos de juerga.
– ¿No se daba cuenta de que Sally estaba impresionada?
– Era imposible hacérselo entender.
– ¿Ni siquiera Sally?
– ¿Sally? Estaba demasiado asustada para hablar. No podía sacarse de la cabeza lo de la violación, supongo.
– Así, ¿qué fue lo que ocurrió?
– Cuando estuvo claro que nos encontrábamos en un punto muerto, me dijo que condujera yo, que llevara a Sally a su casa si quería, pero que él no iba con nosotros, que iría andando a Shepton Mallet.
Los ojos de Alice se dilataron.
– ¿Lo hizo?
Harry asintió con la cabeza.
– No había mucho más de cuatro o cinco kilómetros. Yo di la vuelta y acompañé a Sally a su casa. Final de la historia.
Alice prefería llegar ella misma a la conclusión.
– ¿Fue de veras el final? ¿No volviste a ver a Duke aquella noche?
– Si lo vi, no hablamos.
– ¿A qué hora volviste?
– No me acuerdo. Tomé una cerveza en El Alegre Jardinero y di una vuelta con el jeep. Andaba buscando a alguien con quien ligar. Pero, por lo visto, aquélla no era mi noche.
– ¿Era antes de medianoche? -insistió Alice.
– Sí.
– ¿Hablaste de la cuestión cuando volviste a ver a Duke?
– ¿De lo sucedido? Nada. Ni pío.
– ¿Estabais peleados?
– Algo así. Estuvimos semanas sin hablarnos.
– ¿Ni siquiera cuando se suicidó Barbara?
– Ni siquiera entonces. Mucho después, cuando nos mandaron a Colchester, le hablé del caso. Duke estaba enterado de lo de Barbara y dijo que era una verdadera lástima.
– ¿Nada más?
– Nada. Era un tema que levantaba ampollas.
– Lo comprendo -dijo Alice, en un tono de voz que indicaba la concesión de un respiro a Harry.
Después, cogiendo el vaso de zumo que tenía sobre la mesa, bebió un sorbo.
Resulta curioso que Harry, considerando tal vez que quedaba en un lugar muy poco airoso, se mostrase reacio a dejar la historia en aquel punto, como si pensase que se hacía necesaria una justificación de algún tipo. Después de sacarse un pañuelo multicolor del bolsillo y de secarse la frente con él, añadió:
– Cuando supe lo del asesinato y que le habían cargado el muerto a Duke, no me lo tragué. El hecho de que estuviésemos a punto de llegar al momento culminante de la guerra, que para un soldado americano era algo absolutamente irreal a menos que se encontrase en primera línea, estaba fuera de mi comprensión. Me costó semanas aceptar lo que había ocurrido, me refiero a aceptar que hubieran colgado a Duke. Él no mató a nadie.
Harry calló para sonarse. Estaba visiblemente afectado por lo que acababa de decir. En seguida volvió a coger el hilo de lo que estaba contando.
– Más tarde leí un libro sobre el caso, El cráneo de Somerset, escrito por un periodista inglés.
– Barrington Miller -intervine yo, con un matiz despreciativo en la voz-. Un auténtico montaje.
– En efecto -dijo Harry-, pero contenía los hechos esenciales del proceso y me informó de que el juicio había sido una mierda. ¿Celos de tipo pasional? ¡Menudo cuento! Duke no tuvo nunca relaciones sexuales con la chica. Si estaba embarazada, podéis creerme, era de otro. Ya os he dicho cómo estaban las cosas entre Duke y Barbara.
– A mí me parece que tu descripción responde a la verdad -dije yo, tratando de mostrarme neutral.
Alice no dijo palabra, tal vez porque se estaba preparando para un careo con Sally.
– Tomemos, por ejemplo, al comandante del ejército americano que compareció ante el tribunal para declarar sobre Duke -dijo Harry con un tono acre de censura en la voz-. Fue muy perjudicial para él. No podían prescindir del hecho de que había robado una 45 y de que se servía del jeep para paseos privados. No hubo nadie que dijera que era un marido fiel, uno de los soldados más humanos y más civilizados del ejército.
Se calló para volver a sonarse.
– Lo siento. Ya sé que no te gusta escuchar todas estas cosas, pero lo que yo quiero es explicar cuál era mi posición. Cuando leí toda aquella basura, decidí qué debía hacer. Entonces ya había regresado a los Estados Unidos. ¿Qué podía hacer para enmendar aquella injusticia? ¿Escribir una carta al Times de Londres? ¿Ponerme en contacto con el presidente del Tribunal Supremo? Hiciera lo que hiciera, era imposible devolver a Duke a la vida. Alice, vida mía, tú sabes qué hice.
– Sí, buscar a mi madre -dijo Alice con voz neutra.
– Exactamente, ayudar a los vivos. Elly se encontraba en un estado lamentable. Sin trabajo, sin pensión ninguna, con una hija que mantener. Y encima, profundamente avergonzada de lo que había hecho Duke. Comencé por explicarle cómo habían sucedido las cosas y después me casé con ella. No voy a decir que aquel matrimonio fuera nada del otro jueves, pero por lo menos la ayudé a soportar aquel trance. En cuanto a Duke, llegamos a un acuerdo: no haríamos ruido, no escribiríamos al Times, ni siquiera hablaríamos de él. ¿Sabes por qué? Pues por ti, hija mía. Yo me limité a respetar los deseos de tu madre.
Descargado de aquel peso, Harry se levantó y dijo:
– ¿Qué vaso está vacío?
Alice lo había escuchado todo con rostro impasible, pero quiso frenar aquel intento de evasión por parte de Harry.
– Si no te importa, me gustaría volver a hablar con tu mujer.
– No hay ningún problema -aseguró Harry, y se escurrió hacia la puerta.
Alice, entretanto, me devolvió el bastón.
– Tengo la impresión de que la señora Ashenfelter número dos estará en mejores condiciones de responder.
Resultó, sin embargo, que Sally no estaba en absoluto en condiciones de responder a nadie. Harry, con cara de pocos amigos, regresó para decir:
– Imposible. Sally está fuera de combate. Ha abierto el armario de las bebidas con un destornillador y se ha atizado una botella y media de vodka.