Las clases de Benigno Massagué siempre eran distintas.
Y aquel día lo estaban confirmando.
– ¿Habéis traído todos el periódico?
Hubo un asentimiento general. Alguno incluso lo agitó en el aire, para dar fe de que así era.
– ¿Todos el mismo, como os dije ayer? -insistió el profesor.
Alguien, al fondo, dijo «¡ostras!», y alguien más, a la derecha, le espetó a su compañero más inmediato: «¡Si es que se había agotado! Pensé que daba lo mismo otro». Los dos comentarios resultaron bastante nítidos por encima del silencio del aula, así que Benigno Massagué se limitó a decir:
– Compartid la experiencia con el que tengáis más cerca, venga.
Julia sonrió.
La experiencia. Le gustaba la palabra. Hasta ahora, el primer curso de periodismo había sido bastante aburrido, y el segundo transcurría por los mismos derroteros, si exceptuaba los escasos alicientes que les proporcionaban clases como las del profesor Massagué. Por Navidad les había hecho trabajar de lo lindo, y ahora, con la Semana Santa por delante, las expectativas no parecían haber cambiado. Algunos estudiantes de los cursos superiores le llamaban «el sorpresas»; otros, «el loco». A Julia no se lo parecía. Con mucho, era el mejor de los profesores de la facultad. El más directo y profesional, porque no les preparaba para ser meros curritos de redacción, sino verdaderos periodistas. Lo dijo el primer día:
– El periodismo no es un trabajo, es una forma de vida. Ser periodista no es solo ganarse esa vida, sino merecerla. A un lado suceden noticias, y en el otro lado está la gente, el mundo. Vosotros estaréis en medio. Debéis contar esas noticias a la gente, con dignidad, orgullo, verdad y criterio. Eso no significa que no podáis opinar, tener ideales, buscar un compromiso. Pero la noticia siempre es la noticia. No os confundáis. Como decía mi abuelo, hay tres profesiones en la vida que son sagradas: médico, maestro y periodista. Un error del médico mata. Un error de un maestro puede hundir la vida de un chico o una chica. Un mal periodista engaña y miente a miles de personas.
Julia se había rendido a él, incondicionalmente. Le adoraba.
Miró a Gil y le guiñó un ojo.
– Abrid todos el periódico, venga. Página 2 -ordenó Benigno Massagué-. Hay tres titulares y una foto. Léelos, Martín.
– «Mueren 27 personas en un avión indonesio de carga al estrellarse poco después de despegar», «Violentos choques entre tropas rusas y chechenas en el sur de Chechenia», «La catástrofe ferroviaria de Sicilia deja un saldo de 19 muertos y 94 heridos».
– ¿Veis la fotografía? -dejó que la apreciaran-. Un hombre llora frente a la reja del depósito de cadáveres de Palermo, que está custodiada por dos policías, uno de los cuales sostiene la reja con la mano. Empecemos por la foto. ¿Qué te sugiere, Peláez?
– Pues…, el pie dice que un familiar llora ante la puerta…
– No te pregunto qué dice, sino qué te sugiere a ti.
– El tío está destrozado.
– Mira al policía sujetando la reja con la mano -dijo el profesor.
– Es como si no le dejara entrar -dijo una de las chicas.
– Exacto, Gallofré -la apuntó con un dedo-. Eso es lo que sugiere. En primer plano, el hombre llora, pero es más importante el efecto secundario: parece que no le están dejando entrar. Hay una puerta cerrada y un hombre uniformado que la sujeta. Es evidente que, en este caso, una fotografía equivale a mil palabras, se ciñe a la verdad. Por supuesto que no tiene nada que ver con la noticia en sí, pero en el subconsciente del lector, esa imagen pesa. El fotógrafo sabe que las imágenes de los trenes convertidos en chatarra salieron ayer. Hoy les toca el turno a las víctimas. Y no solo lo sabía él, sino también el redactor que montó esta página o el jefe de redacción que la escogió. El dolor frente a la burocracia y el rostro implacable de la ley. Eso grita la foto. Ahora veamos esos titulares. ¿Qué sabes de la guerra de Chechenia, Argensó?
– Que lleva años en danza.
– Por tanto, la noticia es una más, un eslabón perdido para muchos. Tú ni siquiera recuerdas cuándo empezó esa guerra, y a lo peor ni por qué. ¿La habrías leído?
– El titular.
– Tú eres estudiante de periodismo; deberías leerte el periódico de cabo a rabo, y no uno, sino dos o tres, para comparar los diferentes enfoques según sus tendencias políticas. Sin embargo, lo que has dicho es cierto. El periódico te habla de lo que sucedió ayer, y el domingo, a lo sumo, estudiará a fondo algunos temas buscando un alcance más global. Pero en el día a día, las noticias se convierten en un rosario de gotas aisladas, a veces sin aparente relación. Al lector medio se le hace imposible ver la dimensión de cada tema.
– La mayoría de las personas lee el periódico de atrás hacia delante. Empiezan por la tele, los deportes…
– Es una buena observación, López -le dijo a la chica que había hablado-. Pero no digas «la mayoría». Lo hace mucha gente y ya está. Estamos de acuerdo en que casi nadie devora todo lo que pone el periódico. Cada cual busca lo que le interesa, y probablemente Chechenia, no esté entre sus predilecciones porque es una guerra lejana, que no entiende, y que aquí, en España, le resbala. Claro que si tú fueras corresponsal de guerra en Chechenia, no opinarías lo mismo. Para ti sería lo más importante, como lo es para los chechenos. Ahora pasemos al accidente en Indonesia. Una noticia importante, en la página 2, que habla de una tragedia, pero fijaos en la página 8 -esperó a que la encontraran y continuó-: Aquí, en letra pequeña, nos dice: «Confirmada la hipótesis del fallo humano en el accidente de aviación de las islas Fidji». ¿Cuándo sucedió esto?
– Hace dos años, lo pone en el texto.
– Dos años -dijo Benigno Massagué-. Eso nos hace ver que tal vez dentro de otros dos años podamos saber las causas del accidente en Indonesia. Y entonces será una noticia pequeña en la página 8. ¿Cómo llamaríais a eso?
– Contraste -contestó Gil Parada.
– Muy bien -sonrió el profesor-. Yo lo llamo incertidumbre. ¿Sabéis por qué? ¿Montornés?
Julia se mordió el labio inferior.
– Porque lo que genera la primera noticia, aparte del efecto de la tragedia, es la incertidumbre de no saber qué sucedió en realidad, y la certeza de que pasará tiempo antes de que se sepa.
– Bien visto -lo aprobó Benigno Massagué-. Miraos el resto del periódico y comentadme lo que se os ocurra.
Comenzaron a pasar las páginas, despacio. Algunos marcaron titulares o fotografías con el bolígrafo. Cuando acabaron, se alzaron tres manos.
– ¿Peralta? -preguntó el profesor.
– La fotografía de la página 7 también tiene una doble lectura -comentó la muchacha-. Un grupo de inmigrantes albaneses detenido en un pabellón deportivo en Italia, y delante aparece el policía que les habla. Ellos parecen desesperados, y él lleva una mascarilla de hospital, como las de los médicos. Es como si el policía les dijera: «Apestáis. No quiero que me contaminéis».
– Buena observación. De nuevo hay una segunda lectura feroz con esa imagen. ¿Estebaranz?
– El chiste de la página 10 y el de la 3 del cuadernillo central son ácidos. Dicen más que diez noticias.
– Porque el humor gráfico es una de las mejores pruebas de la presencia de la libertad de prensa en una democracia. Si alguno o alguna sabe dibujar, yo le aconsejaría que dejara esto y se pasara a lo otro -hubo algunas risas-. Venga, Martínez, acaba tú.
– Aquí dice que la campaña de intoxicación informativa mundial generada por el gobierno de Estados Unidos…
– Hijo -lo interrumpió él-, los estadounidenses llevan toda la vida manejando a la opinión pública, así que eso no es nuevo, aunque ahora encima les dé por anunciarlo.
– Entonces, ¿cómo sabemos que lo que leemos es cierto?
– No lo sabemos.
Hubo un murmullo de perplejidad.
– Siempre nos está diciendo que nos debemos al público, que tenemos que ser honrados…
– Introduce un simple granito de arena en una máquina y acabarás rompiéndola. Lanza un rumor, por minúsculo que sea, y puede llegar a desencadenar un escándalo. Ese es el poder de la prensa. Por desgracia, en ocasiones, una mentira repetida diez, mil veces, llega a convertirse en una verdad. Por esta razón hablamos de honradez. Tú mismo puedes caer en la trampa. Puedes estar seguro de lo que escribes sin saber que alguien lo ha orquestado todo antes. De ahí que la misión del buen reportero sea investigar, investigar e investigar. Y no publicar nada de lo que no esté seguro al cien por cien, aunque eso sea muchas veces imposible, por falta de medios, tiempo… Hay que ser valientes, pero también dudar de todo. ¿Creéis que hay verdades absolutas?
– Este avión se ha caído. Eso es una verdad absoluta -dijo Julia mientras señalaba el periódico.
– Esa es la verdad más absoluta -reconoció él-. Pero de los tres grandes interrogantes conocemos solo dos, el qué y el cuándo, no el cómo. A partir de eso…
Hubo un silencio general hasta que el propio profesor retomó la palabra.
– Veréis, actualmente hay un teatro de la humillación representado por la televisión y, en menor medida, por la radio. Es una reflexión constante sobre el desprecio de uno mismo. Tele-realidad, lo llaman. Pero, a escala global, existe una falsa realidad dirigida y orquestada por los grupos de presión, las grandes multinacionales y los servicios secretos de cada país; y otra realidad que ni siquiera es falsa o verdadera, sino creada, recreada, manipulada e impuesta desde la Casa Blanca como árbitro del mundo. Todo, y cuando digo todo, digo todo, tiene una doble lectura, lo que se ve y lo que se esconde, lo que es y lo que no es. ¿Cómo diferenciarlo? Es muy difícil, a no ser que nos metamos de cabeza en ello. Se dice que lo que no sale por la tele no existe. Yo digo que lo que no se publica no ha sucedido. Pero aunque haya sucedido y se publique, el árbol de la noticia suele tapar el bosque de la gran verdad.
Algunos anotaron estas últimas frases. Benigno Massagué hizo una pausa dramática, muy en su papel de director de aquella orquesta formada por todos ellos, y eligió aquel momento para anunciar el objetivo de sus palabras.
– Esta Semana Santa vais a trabajar en esto -mostró una sonrisa de lo más sardónica-. No digo que no os toméis vacaciones ni nada de eso. Cada cual se lo puede montar como quiera. Pero dentro de diez días, cuando nos volvamos a ver, quiero que me traigáis vuestros trabajos, y me da igual cómo y cuándo los llevéis a cabo, ¿entendido?
Algunas caras mostraron estupefacción; otras, resignación; las menos tenían los ojos abiertos a la espera de algo interesante. Julia y Gil eran de estos últimos.
– El domingo quiero que todos compréis este periódico. ¡Todos el mismo! -lo dejó claro-. Escogeréis una noticia, la que os dé la gana, y la investigaréis a fondo. Si es internacional, os documentáis en hemerotecas, Internet, enciclopedias, etc. Si es local, podéis incluso hacer un trabajo de campo, in situ, entrevistando a personas relacionadas con el tema y desarrollando en todos los sentidos esa noticia. Tenéis toda la Semana Santa. ¿Que lo hacéis en un par de días? Pues vale. No importa el tiempo, sino el resultado. ¿Que os vais fuera? De acuerdo. Montáoslo como os venga en gana. ¿Que queréis iros al Camerún a seguir una pista, en plan detectives? Por mí, fantástico. Quiero un trabajo periodístico y de investigación sobre la noticia que escojáis. Quiero que le deis la vuelta y la desnudéis. Y no solo puntuará ese trabajo en sí, su calidad o densidad, sino también la originalidad, el contenido, la forma, el resultado de lo que investiguéis, la dificultad en la elección…, porque no es lo mismo un tipo de noticia que otro, es evidente.
– ¿Usted se irá de vacaciones?
– Yo me voy a Varadero, Cuba, a tomar el sol. ¿Pasa algo, Solana?
– ¡Jo! -remachó su observación el chico.
– Podéis trabajar de forma individual o en parejas, pero no en tríos, cuartetos o quintetos -continuó el profesor-. ¿Alguna pregunta?
– ¿Vale todo?
– Todo -insistió-. Mientras sea noticia en el periódico del domingo, me sirve.
– ¿Lo que hemos estado hablando…?
– Es la base, por supuesto -dijo Benigno Massagué-. Ha quedado claro que una cosa es lo que vemos, lo que sabemos, lo que entendemos al leer una noticia, y otra muy distinta lo que hay detrás, el trasfondo. Vosotros vais a intentar averiguar qué es lo que hay detrás de la noticia que escojáis. Será como quitarle capas a una cebolla para ver su corazón.
– Las cebollas hacen llorar -dijo, como siempre ocurrente, Laura Pi.
– ¿Te ha dicho alguien que los periodistas se pasen el día riendo? -le contestó el profesor Massagué.