Capítulo 4

El profesor Massagué les había dicho que compraran y se centrasen específicamente en un periódico y solo en ese, pero Gil los compró todos, para cotejar la noticia en los demás, una vez elegida la que Julia y él tendrían que investigar. Se tomó un café y un bollo en el bar de la esquina, subió a su minúsculo apartamento de estudiante, en el que apenas cabía su cama, y pasó la primera media hora de aquel domingo luminoso leyendo de arriba abajo el diario elegido. Tardó en decidirse, pero finalmente no vaciló. Marcó sus tres noticias con rotulador rojo y casi se las aprendió de memoria, buscando calidades y cualidades ocultas. No sabía si telefonear o no a Julia, así que esperó a que fuera una hora más decente. A las diez en punto sonó su teléfono móvil y, al otro lado de la línea, escuchó la voz alegre de su compañera.

– Despierta ya, dormilón, a ver si voy a tener que hacer yo todo el trabajo.

– Llevo en pie desde las ocho de la mañana. Ya me he leído el periódico. Iba a llamarte ahora.

– Eso se llama sincronización -dijo Julia-. Yo he hecho lo mismo.

– Por eso estamos en el mismo equipo.

– Puedes jurarlo -cantó ella-. ¿No me digas que también los has comprado todos para cotejar la noticia con los demás?

Gil miró la pequeña montañita de periódicos, con sus correspondientes regalos dominicales. Se puso rojo y casi estuvo a punto de decir que no. Pero comprendió que era una estupidez y una galantería fuera de lugar.

– Sí -admitió.

– ¡Genial! -era una de sus expresiones favoritas. Al pronunciarla, a Julia se le encendía la mirada. A veces incluso apretaba los puños.

– ¿Cuándo nos vemos?

– Ahora mismo, ¿no?

– Voy a buscarte. Con la moto son cinco minutos.

– Te espero abajo.

Gil cortó la comunicación, metió los periódicos en la bolsa que a veces llevaba colgada del hombro y recogió su casco y el del pasajero; casi nunca llevaba a nadie, y menos a una chica, por lo que estaba nuevo. Desde su llegada a Barcelona para estudiar en la Pompeu Fabra, había tenido que concentrarse al cien por cien en la carrera y controlar sus gastos. Su padre estaba enfermo y su economía era limitada. Salir con alguien representaba un exceso. Así que, los fines de semana que no subía al pueblo, como mucho, iba al cine.

Nunca le había pedido a Julia que le acompañara.

A veces no estaba seguro de nada, salvo de sí mismo.

Tardó los cinco minutos previstos y, al doblar la esquina de su calle, divisó a Julia en su portal. No se veía un alma a lo largo y ancho de aquel tramo de acera. Detuvo la moto, se quitó el casco y los dos se quedaron mirando con una sonrisa en los labios, sin saber muy bien qué hacer, hasta que ella rompió el hielo:

– ¡Comienza la aventura!

– ¿Adónde vamos?

– Yo no he desayunado y ahí hay una cafetería. ¿Te parece?

– Yo sí, pero te acompaño, claro.

Recogió la bolsa y los dos cascos. Julia no llevaba más que el periódico elegido.

– He pensado que los otros ya los traerías tú y que, si no lo hacías, subiría a buscarlos.

– Claro.

– Oye -le detuvo-. Sé que estás estudiando en Barcelona y que no eres hijo de millonario, así que, antes de empezar, dejemos claro que en los gastos vamos a medias, ¿de acuerdo?

– Bien.

– Y si hay algún extra, yo puedo…

Se puso algo roja por si él se molestaba.

– Siempre he querido que una chica me invite a algo. Es uno de mis sueños -bromeó Gil.

– Ah, bueno -suspiró Julia-. Entonces vale.

Cruzaron la calle y se metieron en la cafetería. Parecía antigua, una de las de antes. Se sentaron en una mesa junto al ventanal que daba a la calle y ella pidió una taza de chocolate con nata y dos cruasanes. Mientras esperaban, Julia propuso:

– Dame el periódico con tus tres noticias seleccionadas y tú mira el mío. A ver qué tal.

Se los intercambiaron. Justo habían terminado de leer sus noticias cuando el chocolate y los cruasanes aterrizaron en la mesa. Su aspecto era magnífico, y Julia pasó incluso del periódico para concentrarse en su desayuno. El olor a cacao, fuerte y puro, los invadió con su magia. Gil se arrepintió de no haberse apuntado.

– Coincidimos en dos noticias, y luego cada uno ha escogido una tercera distinta -dijo Julia-. Eso es bueno. Empieza tú, que yo ahora me voy a poner ciega.

– ¿Eliminamos ya la noticia sobrante de cada cual?

– No, discutámoslas también -dijo mientras se llevaba a la boca el primer pedazo de cruasán-. Y haz el favor de no mirarme, porque me voy a poner hasta arriba de chocolate, nata y cruasanes.

– Tú no eres coqueta.

– ¿Y tú qué sabes?

Siempre tenía la adrenalina a tope, pero esa mañana la encontraba diferente, más combativa que nunca, llena de dinamismo y empuje. Gil se daba cuenta de que, pasara lo que pasara, era cierto que formaban un buen equipo. Algo así como los de Expediente X.

Incluso en lo personal.

– Has elegido la de los cinco chicos que murieron la madrugada del sábado en un accidente de carretera, la de la chica que identificaron tras encontrarla muerta el día anterior, y la de la mujer asesinada por el marido -recapituló Gil.

– Mucho muerto, lo sé -consiguió decir Julia-. Morbosa que soy.

– Yo he elegido las dos primeras y la de los ancianos de ochenta años que se han casado en un asilo.

– ¿Por qué te gustó la de los ancianos?

– Podríamos escarbar en sus vidas, su historia, sus familias, si es que las tienen; cómo han llegado a ese asilo, cómo se enamoraron y qué esperan ahora de la vida. Un tema de carácter humano.

– Todos son de carácter humano -consideró Julia.

– Imagino que escogiste la noticia de la mujer asesinada por el marido por lo mismo, para investigar en su historia, conocer su pasado, cuándo y cómo se enamoraron, qué pasó para que ese amor se convirtiera en odio.

– Sí.

– Veamos las noticias coincidentes.

– Sigue tú -dijo ella, que comía a toda velocidad más por hambre que por prisa.

– He escogido la de los cinco chicos muertos para poder hablar de las discotecas, las fiestas, el éxtasis, el alcohol y todo eso. Por qué cinco tíos sanos y con toda una vida por delante se ponen ciegos y se matan en una carretera yendo a ninguna parte.

– ¿Cómo sabes que iban ciegos?

– Porque en otro periódico dice que han encontrado pastillas.

– Bien. ¿Y la de la chica asesinada?

– Es la más misteriosa. Aquí dice que tenía quince años, que llevaba una semana fuera de casa y que nadie denunció su desaparición. La encontraron muerta anteayer y la identificaron ayer. Según el periódico, tenía antecedentes, pese a su edad. O sea, que era una buena pieza. Además, fue hallada desnuda, como una muñeca rota. No hay muchos datos, pero… Me pregunto por qué una adolescente acaba así.

– También es morboso -reconoció Julia.

– Voy a hacer de abogado del diablo -reflexionó él-. Escogemos la de los cinco chavales. ¿Te imaginas hablando con los cinco padres y madres, sus amigos y todo eso?

– Duro.

– Mucho. En cambio, en este caso solo hay una víctima. Y existe un aliciente más, se trata de un asesinato, no de un giro del destino en cualquier curva de una carretera. Las preguntas son múltiples: ¿en qué andaba metida?, ¿por qué la mataron?, ¿por qué los padres, o la familia, si la tenía, no denunciaron el hecho…? Creo que podemos retratar un ambiente, posiblemente una marginalidad; realizar un análisis humano e incluso social, generacional, no sé. Ver si era un demonio o una víctima.

– Oye, muy bueno -dijo Julia mientras rebañaba su taza con el último pedazo de cruasán.

– ¿Te refieres al chocolate, o a lo que he dicho?

– A lo que has dicho, hombre -se sorprendió ella-. Aunque me tomaría otro, ¿qué quieres que te diga? Estaba… -puso los ojos en blanco-. ¿Te animas?

– ¿Te tomarías otro, en serio?

– Aja.

– Entonces vale, pero solo con un cruasán.

Julia levantó la mano y llamó a la camarera. Se lo indicó por señas: dos chocolates con nata y dos cruasanes.

– ¿Así que te parece bien? -preguntó Gil cuando ella volvió a mirarle.

– Sí, decidido: esa es la noticia.

– ¿Has visto los demás periódicos?

– Sí.

– No hay mucho por dónde empezar. No sabemos ni el nombre de ella ni dónde vivía; solo sus iniciales. En uno de los diarios ni siquiera le dan cinco líneas a la noticia. Parece poco.

– ¿Qué sugieres?

– Buscar los periódicos de ayer, que fue cuando salió la noticia del hallazgo del cadáver, para ampliar la información. Un vecino mío los guarda siempre. Iré a verle ahora.

– Esa será tu misión -aceptó ella, risueña-. Yo iré a ver a mi padrino.

– ¿Quién es?

– Pablo Barrios. Está en la Jefatura Central de Policía -le guiñó un ojo-. Él me dirá el nombre y las señas, amén de otros detalles.

– ¡Sopla! -se quedó boquiabierto.

– ¿A que no te lo esperabas? Tengo golpes secretos.

– Eso es genial -se animó Gil-. ¿Cuándo empezamos?

– Lo de los periódicos de ayer y lo de mi padrino, hoy mismo. Lo otro, mañana -Julia hizo un gesto de fastidio-. Mis padres se van fuera el martes o el miércoles, y hoy toca comida familiar en casa de mis tíos.

– De acuerdo.

– ¿No estás nervioso?

– No.

– Yo estoy excitada. Me siento…

– Entonces, lo mejor sería que nos lo tomemos con calma -dijo él-, o perderemos la perspectiva por exceso de ganas.

– ¿Y qué propones, que me tome una tila?

– De momento, que nos tomemos ese chocolate que viene por ahí -señaló Gil.

La camarera apareció ante la mesa con las dos tazas y los dos cruasanes, les sonrió a ambos y desapareció dejándolos de nuevo solos.


Загрузка...