Julia y Gil la dejaron llorar unos segundos, para que se vaciara y limpiara, para que sintiera más y más el peso de su soledad y la carga de su dolor. Después llegaron hasta ella y se colocaron uno a cada lado. Úrsula entreabrió los ojos y los miró. Primero a ella. Luego a él.
En sus pupilas titiló un brillo de miedo.
Sin embargo, dijo:
– Hola, guapo.
– Hola, Úrsula -Gil le pasó una mano por la cabeza.
– No vas a darme el coñazo, ¿verdad?
– No.
– Bien -se relajó.
– Pero puedo hablar, decirte lo que sé, y tú me escuchas.
– Joder…
– No tienes nada mejor que hacer -Gil continuó acariciándole la cabeza-. Tú no puedes moverte, y nosotros no vamos a irnos.
– ¿Por qué?
– Ya ves. Resulta que Marta era tu amiga y, sin embargo, los que estamos aquí luchando por ella somos nosotros, dos desconocidos. ¿No te parece curioso?
Julia le tendió un pañuelo que sacó de su bolso. El muchacho se lo pasó por la frente, perlada de sudor. Úrsula se estremeció y cerró los ojos.
– Eres… demasiado guapo para ser… tan borde -le dijo.
– Y tú no eres tan fuerte como para callar más tiempo.
Úrsula hundió sus ojos en Julia.
– Tu novio es idiota, nena -le endilgó.
– Vamos, Úrsula, lo sabemos todo -dijo Julia.
– ¡Vosotros no sabéis una puta mierda!
– Para empezar, sabemos que Marta era una tía legal.
– Y está muerta.
Se le escapó de lo más profundo, y llegó a sus labios, envuelto en un estertor que a duras penas contuvo sus lágrimas.
– Te diré por qué está muerta -Gil hablaba despacio, marcando pausas e inflexiones-: Todos le dieron la espalda, hasta tú misma.
– ¡Yo no!
– Has dejado que la mataran.
– ¡Cono, cono, cono…! -quiso golpearle, como antes al chico de los besos o a los de la calle.
Gil atrapó sus manos sin esfuerzo.
– Ahora estás dejando que su muerte sea inútil.
– ¿Ves cómo no sabes nada? ¿De dónde salís vosotros? ¿Quién os creéis que sois?
– Al comienzo fue el barrio, esta trampa que os atrapa a todas y a todos -comenzó a decir él-. Un rodar por la pendiente y ya está. Ningún asidero. Ninguna oportunidad.
Ni siquiera para Marta, que era diferente porque era más sensible, más inteligente, y estaba llena de esperanzas, con ganas de estudiar… Su madre no la quería, la culpaba por haber perdido a su amante al quedar en estado. Y cuando se vio obligada a lanzarse a la desesperada para poder comer, se hundió y la arrastró con ella. A Marta la violó un cliente. No se lo dijo a nadie -Úrsula estaba ahora muy quieta, absorta en sus palabras-. Puede que ni te lo dijera a ti. Fue tan duro de soportar que empezó a tomar drogas. Luego las vendió para costearse sus dosis. Su única evasión y su único medio de supervivencia. Pero siguió siendo lista, comprendió que eso la conduciría tan solo a un final rápido, y logró dejarlo. Un gran mérito. Claro que, para entonces, ya tenía su primera cruz en una ficha policial. La segunda fue la agresión a un cliente que estaba pegando a su madre. La defendió, pero el tipo la denunció, y volvió a tener problemas con la justicia. Su madre le dio la espalda una vez más. Y también su padre de verdad, al que fue a ver para darse con una puerta cerrada en las narices. Entonces aparece el amor: Paco. Y aquí tenemos a Marta rendida, entregada. El amor lo puede todo, y encima Paco es un guaperas. Está tan enamorada que, cuando él le pide que robe algunas cosillas…, ella lo hace. Paco es listo, y… ¿cuánto, cinco años mayor que ella? Primero debió de ser una matrícula, después un guardabarros, más tarde unas luces, finalmente algún que otro reproductor de compactos… Cuando la policía la detuvo, ella se comió el marrón. Puede que supieran que Paco estaba detrás, pero sin su testimonio…, no tuvieron pruebas. Así que él se libró, pero Marta, lo mismo que en lo de las drogas, despertó. Y logró pasar de él, a pesar de sus sentimientos. De vuelta a la soledad.
– No estaba sola -dijo Úrsula.
– Oh, sí, claro. Os tenía a ti y a Patri, y más recientemente, a David.
– ¿También sabes… lo de… David?
– Hemos hablado con él. ¿Sabías tú lo de la fundación ASH?
Úrsula no respondió.
– ¿Qué ha sido de Patri? -preguntó Gil.
Ahora sí, volvió el miedo, se impuso al dolor y a la derrota. Un miedo inmenso, asfixiante, tan devorador que la hizo temblar una vez más y se apoderó de sus escasas fuerzas, inundándole la razón.
– Marta…
– ¿Sí, Úrsula?
– Aquel cabrón… -sus ojos perdieron concentración, la vieron replegarse en sí misma, ahogarse en su desconcierto-. Le hizo… mucho daño… Muchísimo, ¿vale?
– ¿A quién te refieres?
– Al que… la violó -desgranó con esfuerzo-. Claro que yo… lo sabía. Me lo dijo. Éramos amigas… ¡Amigas! Casi… la reventó, y… Pero no se rindió, ¿sabéis? Ella nunca…, nunca se rendía. Decía que cada día era distinto. Sí, eso decía. «Mañana vuelve a salir el sol. Es lo único seguro». Mañana…
– ¿No la creías? -le dio cuerda Gil.
– ¿Yo? -se encogió de hombros. Otra vez asomaron nuevas lágrimas en sus ojos, y las contuvo con rabia-. La soñadora… era ella. Siempre creía que las cosas… iban a cambiar. Yo no sé de dónde sacaba tantas fuerzas, ni tanta energía, ni…
– De la esperanza -intercaló Julia.
– Joder… -suspiró Úrsula, rindiéndose al nuevo acceso de lágrimas-. ¿De dónde… salís vosotros, de un… cuento… de hadas?
– ¿Cómo podíais ser amigas? Marta, llena de fe, y tú, de espaldas a todo.
– ¡Porque todo es una mierda, tío! ¡Todo!
– ¡No es verdad!
– ¡Sí!
La aceleración y la pérdida del control provocaron una nueva arcada. Se venció hacia el lado de Julia y ella apenas si tuvo el tiempo justo de apartarse para no quedar salpicada por el nuevo vómito, que en esta ocasión tuvo más de bilis que de papilla. Gil le sujetó la cabeza.
No sabían cuánto más conseguirían mantenerla así, dialogando, aunque todavía no hubiera dicho nada.
– Háblanos de Patri, Úrsula.
Una mirada. Un jadeo. El silencio.
– Patri había desaparecido, como Neli y Carolina, ¿verdad?
Nada, solo sus ojos, que reflejaban una mirada entre dura e inestable.
– Marta buscaba a Patri, y le dijo a David que ya sabía dónde estaba justo antes de desaparecer ella y ser asesinada.
Úrsula cerró los ojos.
– ¿Por qué había desaparecido Patri? ¿Qué le sucedió?
No iba a hablar. Además de los ojos, cerró los labios, con firmeza. Su respiración por la nariz se hizo agitada. Gil miró a Julia con desesperación, harto de darse golpes contra una pared.
– ¿Por qué te amenazó Lenox? -preguntó inesperadamente Julia.
Lo consiguió. Úrsula volvió a abrir los ojos y la boca, como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el plexo solar, hurtándole el aire de los pulmones. Hundió su vista en ella y la atravesó mostrando un profundo pánico.
– Es el Aurora, ¿verdad? -dejó escapar lentamente Julia-. Un puticlub, chicas que desaparecen… Patri…
Mientras lo decía, comprendía que estaba acertando en la diana. Vaciló un instante y se encontró con la sorpresa de Gil. Puede que ya lo intuyeran, o lo supieran y no quisieran creerlo, pero ahora, dicho en voz alta…
– Chicas que se quedan solas… -musitó Julia-. Marta lo comprendió y supo que Patri tenía que estar en… el Aurora…, y en contra de su voluntad.
No lo esperaban, así que les sorprendió la reacción de Úrsula. La creían agotada, demasiado mal y débil para hacer otra cosa que resistir su bombardeo de preguntas.
Se equivocaron de nuevo.
La chica empujó de pronto a Gil con los dos brazos, echándole hacia atrás, y se puso en pie de un salto, con dificultad, pero también con más agilidad de la que cabía esperar, dadas sus condiciones. Julia le vio la cara, azotada por aquel inmenso pánico. Quiso detenerla, pero, al sostener el casco de la moto con una mano, fracasó ante aquella furia desatada.
La vieron correr sin mucha elegancia, desacompasada, trastabillando y a punto de caer un par de veces, aunque de forma milagrosa logró mantener el equilibrio y seguir, seguir, seguir.
Hubieran podido alcanzarla.
Pero ya no era necesario.
Se quedaron quietos viendo cómo la noche la devoraba.