CAPÍTULO 10

Hannah permanecía en el centro de la habitación, sacudiéndose, con la bilis subiendo por su garganta. A su alrededor, boca arriba en el suelo, estaban fragmentos de un espejo de cuerpo entero, replicando una y otra vez una horrible, monstruosa imagen de su cuerpo. Parecía una colcha de patchwork, irreal, que alguien cosió conjuntamente. Presionó los dedos en los ojos con fuerza, deteniendo el flujo de lágrimas. No haría esto. No lo haría. Estaba viva. Sus hermanas la estaban curando. Cualquier otro estaría muerto. Muerto. Necesitaba estar agradecida por el milagro que le habían dado, no tan vanidosa como para hacer frente a los resultados. Las cuchilladas de su cuerpo se desvanecerían con el tiempo, más rápido de lo normal. Libby estaba segura de que las hermanas Drake podían evitar que las cicatrices se vieran demasiado. Necesitaba estar agradecida.

– ¿Hannah? -La llamada en la puerta fue suave. Dubitativa. Persistente-. Cariño, hemos oído un golpe. ¿Estás bien?

Hannah tragó con dificultad y agarró su bata, cubriéndose rápidamente el cuerpo. No se atrevía a dar un paso con los pies descalzos. Los cristales estaban diseminados por todo el suelo de la habitación. Grandes piezas irregulares y diminutos fragmentos. Destrozados. Como su vida. Como su cara. Su cuerpo. Todo.

– Estoy bien, Sarah. Sólo dejé caer algo. Estaba a punto de acostarme.

– Déjame entrar, cariño. Te ayudaré a recogerlo. Oí que algo se rompía.

– Ya lo he hecho yo. -Necesitaba que Sarah se fuera. Todos tenían que dejarla sola y darle algo de tiempo. Estaba rota en un millón de trozos, como el espejo, y tenía que encontrar la manera de reunirse a sí misma. Tenía que encontrar el modo de creer en sí misma. No quería estar así, herida y perdida sintiéndose tan sola.

Principalmente no podía soportar más la decepción. Podía sentir la pena de sus hermanas. Pobre Hannah. ¿Qué hará? Tenemos que pensar por ella. Imaginad su vida, ahora que está arruinada. La compasión la estaba matando. No podía estar en la misma habitación con ellas, y que susurraran. Susurraran. Como si estuviera en su lecho de muerte. Quizás era el modo en que todos la veían ahora. Hannah Drake, la modelo, definitivamente se fue. Y ahora, ¿quién demonios era ahora?

– ¿Hannah? -la llamó Sarah otra vez-. Déjame entrar.

– Sarah -La voz de Hannah se rompió. Se ahogó-. Tenéis que darme algo de espacio. Lo siento. Sólo necesito tiempo. Dadme tiempo.

Hubo un momento de silencio. Podía sentir el peso del dolor de Sarah y la pena aplastándola, aplastándolas a las dos.

– Hannah, abre la maldita puerta.

No había nada suave o dubitativo en la orden o en la voz. Jonas no creía en los mimos. Él había visto lo cobarde que era. Había pensado que era vanidosa. Pobre pequeña Hannah, incapaz de soportar no ser una muñeca Barbie.

Inmediatamente detrás de la orden de Jonas, pudo oír los susurros de sus hermanas hacia él, furiosas porque hubiera usado ese tono y tal vez molestarla. Protegiéndola, apoyándola y ella no se merecía algo así. Odiaba que quisieran protegerla, ellas sentían que era necesario. Todas saltaron sobre él, exigiéndole que retrocediera y las dejara manejarla. Porque la pobrecita rota Hannah necesitaba ser manejada.

Sintió la insistente quemazón de las lágrimas. Cuan totalmente patética podía llegar a ser, de pie en medio de su habitación con cristales rotos rodeándola -burlándose de ella-, y sus hermanas y Jonas agolpándose juntos fuera de su habitación susurrando. Si no fuera tan miserablemente triste, gritaría.

Había conseguido evitar a todo el mundo en la bahía la primera semana en casa simplemente permaneciendo en la cama, pero su negativa a comer las había alterado mucho a todas, y podía ver que las estaba desgastando mientras ellas intentaban curarla, así que hizo el esfuerzo de levantarse.

– Hannah. No estoy bromeando contigo. Abre la jodida puerta ya. -Había un filo en su voz, como si estuviera rechinado los dientes y mordiendo cada palabra. Su corazón se aceleró y su garganta pareció hincharse.

Hubo más susurros. Podía haberle dicho a todas sus hermanas que todas las órdenes del mundo no funcionarían con Jonas. Iba a entrar. No había muros entre Jonas y Hannah. Él nunca los permitió a menos que fuera él el que los erigiera. Simplemente echaba abajo cada barrera. Cerró los ojos. Cuando él abriera la puerta, y lo haría, sus hermanas verían el desastre que había hecho y la compasión surgiría de ellas con tal fuerza que la abrumaría y ahogaría instantáneamente.

Deseó poder simplemente desaparecer. En vez de eso, cuando oyó a Jonas accionar la cerradura, se extendió hacia él. Por favor no dejes que los demás miren dentro, Jonas. Le costó el poco orgullo que le quedaba, pero hizo el ruego. Sus hermanas no necesitaban ver lo débil e inútil que era en realidad. Jonas ya lo sabía. Tal vez ellas también, tal vez era eso por lo que siempre le echaban un cable, pensaban por ella, la dirigían y la mimaban. No había sido capaz de soportar la expresión en la cara de su madre así que le pidió que se fuera junto con las tías. Si una persona más la consentía, podría saltar por el balcón.

– Sarah, Kate, quedaos fuera -ladró Jonas, sosteniendo la puerta cerrada-. No voy a herirla. Es bastante capaz de ponerme en mi lugar si lo necesita. Iros y dejadme hablar con ella a solas.

– Ella es frágil, Jonas. No seas un oso con ella. -La voz de Kate era baja y ansiosa-. No puedes molestarla ni gritarla.

– ¿Por qué piensas que haría eso? -preguntó Jonas.

– Tal vez el uso de la palabra con “J” sea una pista -dijo Kate.

Hannah encontró que la agitación de su estómago se aligeraba un poco.

Jonas no iba a tratarla como si pudiera romperse en cualquier instante, incluso si ya lo estaba.

Jonas se deslizó dentro, cerró la puerta y echó la llave. Permaneció muy quieta mientras él examinaba el daño. Su espejo antiguo de cuerpo entero estaba hecho pedazos, sólo dos pequeños cristales dentados colgaban del marco. El cristal estaba por todas partes, diseminado por todo el suelo, los trozos sobresalían como pequeñas dagas, brillando como plata.

– No te muevas, nena -dijo-. Ni un paso.

– A pesar de lo que todo el mundo piensa, no soy una suicida, sólo irracional. -Su voz salió en un susurro enronquecido, uno de los doctores dijo que tendría que acostumbrarse. Mantuvo la mano frente a la cara. Él la había visto envuelta en vendas, pero se las había quitado para mirarse y la visión había sido horrenda. No quería mirarse en un espejo y no quería ver el reflejo en los ojos de él. Más que nada, no quería ver compasión en su cara.

Jonas caminó a través de los cristales y la levantó, acunándola en sus brazos.

– ¿En la cama o en el balcón?

Ella enrojeció. No sólo la cara, el cuerpo entero. El aliento de él era cálido en su cuello. Su bata se había quedado abierta y él estaba mirando hacia abajo a las cuchilladas que destacaban tan crudas e inflamadas en su carne desnuda.

– Jonas. No mires.

– ¿Por qué demonios no?

– Deja de maldecir ante mí. Y tú sabes por qué. Es ho-horrible. -Cerró los ojos. No tartamudearía. Se negaba a ser más desastre de lo que ya era.

Jonas la llevó al borde de las puertas francesas y la dejó de pie, sus manos yendo al frente de la bata y abriéndola antes de que ella pudiera detenerle.

– Estoy jodidamente contento de que estés viva, ¿realmente crees que me preocupa como se ven las suturas? Quiero ver si te estás curando adecuadamente. Los doctores no querían que vinieras a casa aún.

Se le fue todo el color de la cara. Se quedó boquiabierta. Un sólo gemido estrangulado escapó mientras intentaba dar un paso atrás y tirar de su bata para cerrarla. Pero él sostenía la tela abierta despiadadamente.

– No sé, nena -musitó-, todavía parece doloroso. -Las yemas de sus dedos le acariciaron la curva del pecho-. ¿Le ha echado Libby una mirada a esto? Porque tiene que hacerlo. Está muy rojo. Puede estar infectado.

Sólo unas pocas semanas antes, Jonas le había tocado los pechos, su boca había estado justo donde estaban sus manos, caliente y hambrienta por la necesidad y el deseo. Esperaba sentir su repulsión e indignación, pero en vez de eso, había una tranquila aceptación mezclada con preocupación por ella y aprobación en la evaluación de que sus hermanas la estaban curando. No con tanta rapidez como para que esto drenara su energía y las dejara incapaces de funcionar, pero estaba viva y las heridas estaban curando de dentro a fuera.

Pero no donde nadie podía verlas.

Se sentía muy vulnerable estando allí desnuda, su bata abierta mientras él inspeccionaba las heridas tan clínicamente como si ella fuera una estatua rota pegada más que una mujer real de carne y hueso. Realmente no sabía que era peor. Las lesiones iban desde su cara hasta su vientre. Horribles cuchilladas profundas y pinchazos, algunos superficiales que rasgaban su pálida piel.

– ¿Qué dijo Libby sobre los niños? -Su voz se volvió áspera. Las yemas de los dedos vagaron hacia su garganta, se deslizaron sobre los cortes de allí, trazaron un camino a lo largo de su pecho, bajando por sus costillas hasta su estómago, y finalmente hacia su abdomen, donde situó la palma, con los dedos abiertos extendidos-. ¿Todavía podemos tener niños, Hannah?

Parpadeó apartando las lágrimas ante la aspereza de su voz. La emoción de él no se desbordó para abrumarla pero estaba allí, enterrada profundamente, y la oyó en su voz.

– No hay un “nosotros”, Jonas, no puede haberlo.

– No me vengas con gilipolleces justo ahora, Hannah. -Soltó la bata y trasladó el agarre a sus brazos, tirando con fuerza, apretándola fuerte contra él. Enterró la cara en su cuello-. Pensé que tenía esto bajo control. Estás a salvo. Maldita sea, estás a salvo.

Jonas habló en voz alta, necesitando oír las palabras, pero un temblor le recorrió, un terrible torrente de inconfesable terror mientras las imágenes llenaban su mente. Presionó la cara más fuerte contra su cuello, aplastándola en sus brazos, intentando sostenerla lo bastante cerca, lo bastante fuerte, para eliminar lo inconcebible. Pensaba que había superado ese momento aparte de cuando esto atormentaba sus sueños. Cada noche se despertaba sudando, con su nombre en los labios, la bilis en su garganta y una pistola en la mano. Pero la vista de su cuerpo traía de vuelta cada cuchillada y cada brutal puñalada del cuchillo. Sabía dónde estaría cada marca. Cuán largo y profundo, con total horror había observado la escena desarrollada en televisión hasta que su mente se quedó entumecida.

Por un momento no pudo respirar. Había creído que estaba más allá de todo, aunque aquí estaba, aferrándose a ella, necesitando consuelo, en vez de dárselo. Ella estaba confusa. Lo había esperado. Lo que él no había esperado era su retirada, o la negación de su relación, pero debería haberlo hecho. Tenía que retroceder, mantener los pies en el suelo y poner todo en orden.

Hannah permaneció congelada en su abrazo, sorprendida más allá de las palabras -o del consuelo-y consolar a los demás era su inclinación natural. Jonas era una roca. Siempre. Había estado tan estoico en el hospital, nunca se le habría ocurrido que estuviera tan aterrorizado. Las manos fueron, por propia voluntad, a su nuca enterrándose en su pelo.

– Estoy bien, Jonas -mintió.

Él levantó la cabeza y presionó la frente con la suya.

– Aún no, cariño, pero lo estarás. Y no has respondido a mi pregunta. ¿Qué dijo Libby sobre los niños?

Hannah no podía negarse a sí misma que le amaba, no cuando estaba tan tembloroso.

– Puedo tener niños, Jonas, pero… -Su voz se desvaneció, con ambas manos en su pelo. Él estaba temblando, su poderoso cuerpo revelando la extensión de sus miedos. De algún modo, ya que necesitaba ser fuerte, descubrió que podía serlo. Tal vez, podría estar bien otra vez. Tal vez podría encontrar un modo de creer en sí misma. Hannah Drake. ¿Quién era? ¿Qué la definía?

– Estoy tan contento, nena. Habría estado bien. Amaría a un niño que adoptáramos, lo sabes. Pensé en eso un montón, Hannah, así que si Libby está preocupada porque eso pueda dañarte, o ser peligroso, iremos por el camino de la adopción.

Ella negó con la cabeza, apretando los dedos en su pelo. Él no iba a escucharla sobre el final de su relación. Por lo que a él concernía, habían cruzado juntos un puente y no había vuelta atrás. Sinceramente no sabía cómo se sentía al respecto.

Él presionó un beso contra la herida irregular que dividía un lado de su cara en dos.

– Siéntate fuera en el balcón mientras limpio esto. No quiero que camines por la zona descalza.

– Por favor no les digas nada a mis hermanas. -Dio un paso lejos de él, tiró de la bata con fuerza su alrededor, con cuidado de mantenerse de espaldas al océano. Podía oír al helicóptero dando vueltas sobre su cabeza-. Desearía que los fotógrafos se fueran.

Él Le guiñó un ojo.

– Bueno, estás haciendo maravillas por la economía de los alrededores. Los precios de las habitaciones se han triplicado e incluso cuadruplicado en Sea Haven. Especialmente cuando son habitaciones para los paparazzi. Todo el mundo está tratando de protegerte a su modo. El Salt Bar and Grill donde trabaja Trudy Garret ha colocado un nuevo cartel: no camisa, no zapatos, no servicio, no paparazzi, aunque no es que parezca disuadirlos. Ninguna de tus hermanas da un paso fuera de aquí sin ser fotografiadas.

– Dame mi manta. -Le indicó la que estaba al pie de la cama.

Jonas trituró más cristales bajo sus pies cuando cogió la suave manta y se la tendió. Hannah se la echó por la cabeza como una capa con capucha, escondiendo la cara en los pliegues.

Se giró hacia él, manteniéndose en las sombras de una esquina, pero levantó una mano e hizo entrar a viento que venía del mar. Este se apresuró dentro, fuerte y rápido, empujando al helicóptero de modo que el piloto no tuvo más opción que alejarlo de la casa.

– Si mantengo el viento soplando fuerte, no pueden venir a mí por el aire y puedo conseguir un poco de paz. -Empujó el pelo detrás de la oreja y se hundió en la silla que había puesto en una esquina del balcón donde podía mirar hacia el mar.

Encontró entrañable que la gente del pueblo buscara encontrar modos de ahuyentar a los fotógrafos y reporteros. Era una de las cosas que adoraba de Sea Haven. Aunque era verdad que ellos conocían los asuntos de los demás, también eran abiertos y amistosos y un apoyo en cada crisis o cada maravilloso acontecimiento.

Echó una mirada abajo a la playa y se sorprendió de ver a Joley y Elle caminando por la arena a plena vista de las cámaras. Elle levantó las manos como en broma, haciendo gestos a lo loco hacia Joley, que se volvió y le sopló un beso arriba hacia Hannah.

Hannah se mordió el labio. Sólo Dios sabía lo que las dos hermanas más jóvenes podrían hacer. No le llevó mucho tiempo averiguarlo. La arena se levantó en respuesta a las gráciles manos de Elle.

El viento de Hannah tomó los granos de arena, haciéndolos zumbar en apretados remolinos que se balancearon en altas columnas por la playa, dando en las lentes de las cámaras, golpeando con fuerza a los hombres y mujeres que trataban tan desesperadamente de conseguir un disparo de la cara destrozada de Hannah. El viento se alzó, lanzando las partículas más fuerte de modo que mordieron la carne y cubrieron el pelo, se metieron en las bocas y los equipos, ahuyentando a los intrusos.

Hannah sacudió la cabeza mientras Joley y Elle unían las manos, se giraban hacia ella y hacían una reverencia barriendo el suelo. Hannah no pudo evitar sonreír. Eran tan extravagantes. Hizo un gesto hacia el risco sobre ellas donde cámaras con zoom enfocaban sin compasión la casa de las Drake. Las dos chicas se miraron la una a la otra y sus risas subieron hasta Hannah.

– ¿Qué están planeando? -demandó Jonas, después de usar primero una aspiradora de mano, vaciando los cristales rotos en la papelera y saliendo al balcón-. Esa es su risa de bruja, la que siempre me dice que no están planeando nada bueno.

– Tengo que estar de acuerdo -dijo Hannah.

– Normalmente tú estás justo en medio del problema -añadió-. Las tres heredasteis el gen de los problemas. -Descansando sus manos en la barandilla, él entornó los ojos mirando hacia abajo a las dos mujeres Drake, las cuales miraban al norte esta vez, hacia los largos acantilados fuera, en el océano donde los pájaros por miles descansaban sobre las olas y la blanca espuma. Los pájaros se elevaron casi al mismo tiempo, llenando el aire con suaves alas extendidas, girando en el aire y dirigiéndose directamente hacia el risco. El cielo se oscureció con la migración. El sonido de las gaviotas chillando se mezcló con los gritos de alarma humanos cuando los pájaros cayeron en picado hacia los fotógrafos, ahuyentándolos. Un genuino chaparrón de excrementos de pájaro aterrizó en los acantilados, cubriendo las cámaras, la gente y los coches en las cercanías.

Jonas se inclinó sobre la barandilla y silbó.

– ¡Guau! ¡Amigo! No levantes la vista. Buena, Joley, ¡una diana perfecta! Aggg, eso fue sencillamente repugnante, debe saber a mierda.

Hannah sacudió la cabeza.

– Eres tan malo como mis hermanas.

– Bueno, esas pequeñas ratas desagradables pueden ir a hacer fotos a otro. -Se sintió bien al encontrar algo de humor en la situación. Las Drakes tenían su propio modo de manejar las cosas y probablemente este era mejor que el suyo. Quería hacer pedazos el caro equipamiento y sentir la satisfacción de su puño golpeando caras. Siendo un oficial electo -el sheriff- esa probablemente no era la mejor idea o la más apropiada.

– Supongo que deberíamos estar preocupados por la gripe aviar, aunque tal vez si todos la cogen, todo el mundo tendría un poco de paz durante un rato.

– Elle se encargará de eso -dijo Hannah-. Dejemos que se desfoguen. Es mucho más seguro con travesuras.

Él se giró para mirarla de frente, estudiando su cara escondida tan cuidadosamente dentro de la manta.

– Como la broma del sombrero que siempre estás haciendo. ¿Qué querías hacer en vez de robarme mis sombreros?

Ella se encogió de hombros.

– Tengo un temperamento terrible, Jonas. La mayoría de nosotras lo tiene. Libby no, naturalmente, tendrías que ser realmente horrible para conseguir irritarla, pero es más seguro hacer cosas divertidas o inofensivas que desahogarse con ira.

– Así que estabas realmente enfadada conmigo -persistió.

– A veces.

– ¿Qué tiraste al espejo?

Un golpe en la puerta le hizo fruncir el ceño y a ella suspirar.

– Hannah, es hora de que descanses. -Libby metió la cabeza en la habitación, con ojos sospechosos mientras miraba a Jonas-. No quiero que la agotes.

Hannah no pudo evitar echar una mirada al suelo para ver si los restos del espejo estaban recogidos. No sólo había desaparecido el cristal, sino que Jonas había apartado el marco y lo había guardado fuera de la vista. Le transmitió una sonrisa agradecida.

– Solamente estoy aquí sentada, Libby.

– Bien, no puedes excederte, cariño. Deberías estar todavía en el hospital. -Libby hizo varios gestos hacia Jonas, tratando de insinuarle que se fuera.

Él cruzó los brazos sobre el pecho y mantuvo su mirada.

– Me aseguraré que no se exceda -le aseguró.

Libby le miró con el ceño fruncido.

– Las visitas la cansan, Jonas.

– Afortunadamente, no soy una visita -le devolvió suavemente-. Soy de la familia.

Libby echó una mirada a su reloj de pulsera.

– De verdad creo que ella necesita tumbarse y echar una siesta.

Una ceja de Jonas se elevó.

– ¿De verdad? ¿Tú que crees, Hannah?

Era una oportunidad para deshacerse de él. Por otro lado, Hannah estaba cansada de ser tratada como una niña y él le pedía su opinión en vez de tenerla por ella. Estaba harta de que todo el mundo tomara sus decisiones.

– No estoy cansada, Libby. Cuando lo esté, despacharé a Jonas.

– ¿Estás segura?

Hannah asintió, temerosa de confiar en su voz. Estaba bastante ronca y de repente se cerró por las lágrimas. Tuvo una visión de sus hermanas reuniéndose escaleras abajo. Pobre Hannah, tenemos que presentarnos con un futuro para ella. A veces pensaba que oía la casa susurrándolo. Apartó la cara y cerró los ojos, la pena desgarrándola. ¿Había fases por las que tenía que pasar como una víctima? Porque ahora mismo, todo lo que quería hacer era llorar. Se sentía confusa y asustada y quería estar sola, aunque estaría aterrorizada si nadie más estaba en la casa con ella.

Libby dudó, disparó a Jonas una mirada de advertencia y luego salió, cerrando la puerta tras ella. De inmediato los susurros comenzaron de nuevo.

– Lo intenté, pero no se marchó -dijo Libby.

– Ella no estaba llorando ¿verdad?

Esa era Kate y la ansiedad en su voz hizo que Hannah hiciera una mueca. Miró a Jonas con un pequeño puchero y un ligero encogimiento de hombros.

– Creen que no puedo arreglármelas.

– Demuéstrales que puedes.

Hannah suspiró.

– Tú lo ves todo blanco o negro, Jonas.

Él descansó la cadera en la barandilla.

– ¿Eso quiere decir que no puedes arreglártelas? No es para tanto, Hannah. Fue un crimen atroz, es natural tener que necesitar tiempo de recuperación.

Ella sostuvo la mano en alto.

– Aún no quiero hablar de ello.

– Bien, al menos ven aquí y haz un gesto a Joley y Elle antes de que se enfaden con nosotros. Joley está moviendo los brazos como un pájaro. ¿Piensas que cree que puede volar?

Hannah entornó los ojos por encima de la barandilla. Sus hermanas estaban haciendo gestos salvajemente, Joley haciendo un exagerado lenguaje de signos y Elle estaba escribiendo en la arena.

– ¿Qué demonios están haciendo ahora?

– Intentando decirte algo, obviamente. ¿Por qué Elle no usa la telepatía como una Drake normal?

– Porque les pedí que se mantuvieran fuera de mi cabeza. No quiero arriesgarme a captar sus emociones o a tenerlas sintiendo las mías.

– Me hablaste.

– Estaba desesperada. No quería que vieran el espejo roto. -Se inclinó sobre la barandilla del balcón hasta que él la envolvió con los brazos, manta y todo-. ¿Qué está escribiendo Elle?

Abajo a lo lejos en la playa, Elle estaba dibujando con un trozo de madera en la arena húmeda, haciendo letras de un metro de largo.

– Esa es una “R” y una “U” -tradujo Jonas-. ¿Y por qué no querías que tus hermanas vieran el espejo?

– Se hace difícil estar a su alrededor, Jonas. Ellas… apestan… a compasión. A veces creo que me estoy ahogando en ella.

– Claro que son compasivas, Hannah. Te quieren.

– Lo sé. ¿Crees que no lo sé? Caminarían a través del fuego por mí. Sé cómo me sentiría si esto le hubiera ocurrido a una de ellas, pero no fue así. Me ocurrió a mí y no puedo respirar con toda esa lástima en esta casa.

– Compasión -corrigió él estrechado sus ojos mientras miraba hacia abajo a la impresionante escritura-. Lo que ha dibujado ahí es una “S” doble -o una serpiente. Tal vez está preguntando si soy una serpiente. ¿Eres una serpiente? Y dices que tienen compasión por ti. Estaban todas aterrorizadas, cariño, como yo, igual que lo estaban tus padres y tus tías. Es natural que quieran cuidar de ti.

– Lo sé -Ahora se sentía culpable. Siempre era culpable. Nadaba en la culpabilidad. Levantó la vista al cielo y deseó poder volar.

Jonas tiró de ella para acercarla, metiéndola bajo su hombro.

– Tus hermanas siempre te han ahogado, Hannah. No pueden evitarlo. Tal vez, ahora mismo eres un poco más sensible a esto. Y eso está bien. Diles que te den tu espacio. -Echó una mirada de vuelta a la playa-. Joley está boca abajo. Realmente ha perdido la cabeza.

Hannah miró hacia abajo y contuvo el aliento.

– Dice “Ruso”. Elle está escribiendo la palabra “Ruso”. Joley la está barriendo por si algún fotógrafo está todavía por los alrededores, para que no pueda verla. El ruso debe estar en algún lugar cerca.

– ¿Cómo lo sabrían?

– Joley lo sabría. Él le hizo algo, la marcó de algún modo. Puede sentirle y en ocasiones él le habla. -Hannah movió las manos hacia la playa y el viento levantó la arena alborotando, esparciendo las letras, escondiendo de manera efectiva la evidencia-. Sé que él salvó mi vida, Jonas, pero lo que no sé es por qué. Está demasiado interesado en Joley. Al principio pensé que era porque es un hombre y todos los hombres están interesados en ella.

Jonas la besó en lo alto de la cabeza.

– Joley es sexy. Comprendí rápidamente que iba a tener que pasar mucho tiempo moliendo a palos a los chicos de su escuela si no les hacía algunas advertencias. Y para tu información, Joley no me interesa de ese modo. Nunca he querido a nadie más que a ti.

– Eres un mentiroso. Siempre has sido un coqueto terrible. Y recuerdo la noche que hubo una invasión de ranas y una de tus frescas salió volando por la ventana de tu habitación.

Sabía que hiciste eso. -Se rió, y le dio golpecitos en la cara.

Hannah se apartó de él antes de que pudiera besarla. No podía resistir que mirara la ruina de su cara. No podía resistir pensar en él viendo su cuerpo. ¿Por qué no había pensado que era bella cuando tuvo la oportunidad? Siempre estaba a dieta y trabajando para conseguir el cuerpo adecuado para la carrera en vez de disfrutar de lo que tenía. Nunca se había mirado a sí misma y gustado lo que veía. Nunca. No desde que se dio cuenta que no podía hablar en público y las multitudes le daban pánico. No desde que se dio cuenta que no era en nada como sus bellas y exitosas hermanas.

– ¿Qué pasa, Hannah?

Ella se hundió en el sillón. No iba a decirle que estaba pensando que nunca la vería tan hermosa otra vez. ¿Dejaría alguna vez de lamentarse? Apartó su pena personal y buscó algo sustancial, algo real por lo que preocuparse. Algo de verdad, de modo que él no supiera que era tan superficial.

Se obligó a sí misma a encontrar sus ojos y expresar una preocupación que había tenido desde la fiesta de Nueva York.

– Estoy preocupada por lo que Prakenskii pueda querer con Joley. Él y Nikitin la mencionaron justo antes de… que… esto pasara. Y Prakenskii me preguntó si era una cantante hechicera.

Jonas parpadeó. No sabía a ciencia cierta lo que era un cantante hechicero. Joley tenía una voz que podía pertenecer a un ángel o a un demonio. De cualquier modo podía hipnotizar a una multitud. Pero Hannah estaba preocupada; eso no era difícil de ver.

Presionó una mano contra su cabeza.

– Estaba huyendo de él. Me sentí tan amenazada. No dejaba de pensar que si salía fuera, estaría bien. Recuerdo tener miedo por Joley.

– Respira, cariño. Simplemente coge aire y déjalo salir. Libby dijo que tu memoria podía comenzar a volver, pero si no lo hace, no pasa nada. Al final entenderemos las cosas. Dame una pista sobre el canto de hechizos. ¿Qué significa?

– Sergei Nikitin ha estado siguiendo a Joley a todas partes durante mucho tiempo, intentando conseguir que le presentaran, intentado encontrar un modo de llegar a ella.

– Le escribió un par de cartas, pero su manager las interceptó. Afortunadamente siempre entrega las cartas a los de seguridad, aun cuando Nikitin ha alcanzado un poco de fama y pretenda ser un legítimo hombre de negocios. Le gusta estar “a la última” y Joley definitivamente lo está. Cualquiera que sea visto con ella tiene un reportaje en cada publicación de prensa sensacionalista de todo el mundo. Ella es noticia, nene, y Nikitin quería mezclarse con la alta sociedad. Cree que puede esconder lo que es.

– Hasta ahora ha conseguido hacerlo -apuntó Hannah-. Creo que es más que eso, aunque, o ¿por qué Prakenskii me preguntaría si es una cantante hechicera?

– Aún no me has explicado lo que es eso.

– Es peligroso, Jonas. Ella puede ser potencialmente mortal. El sonido puede causar un montón de daño e incluso puede matar. Joley es capaz de eso, por no mencionar que puede coger una habitación llena de gente, un estadio lleno de gente, y conseguir que hagan lo que ella quiera.

Jonas estaba asombrado. Se sentó allí intentando evitar que se le abriera la boca. Siempre había aceptado las cosas que las Drake podían hacer como algo bueno. Incluso con Hannah enviando el viento a rescatarle, ella había salvado su vida. No había pensado demasiado en los demás, no tan afortunados, los que habían sido atrapados por su furia.

– Joley es demasiado fuerte para ser usada de esa manera.

– ¿Lo es, Jonas? No lo sé, pero Prakenskii fue capaz de evitar que muriera y debería estar muerta. Libby podía haber sido capaz de mantenerme con vida durante mucho tiempo sin ayuda, pero sinceramente no sé si podría haberlo hecho. Se lleva fuerza, resistencia y un montón de poder. Un montón de poder. Él ya ha marcado a Joley. Y la cansa, susurrándole por la noche. Sólo un grupo pequeño de gente en el mundo sabe lo que es una cantante hechicera y lo que pueden hacer. Ilya Prakenskii lo sabe y aquella noche él y Nikitin me querían llevar al hotel con ellos. ¿Crees que Joley lo haría si Nikitin me pone una pistola en la cabeza?

Jonas se quedó muy quieto.

– No creerás que él pudo haber arreglado el ataque hacia ti y que luego hizo que Prakenskii salvara tu vida de modo que Joley sentiría que se lo debía, ¿verdad?

– Prakenskii no habla mucho, pero cuando salvó la vida de Alexander, nos dijo que se lo debíamos. Imagino que siente que es una deuda muy grande.

– ¿Él puede ser un cantante hechicero? -Porque si Joley podía hipnotizar a un estadio lleno de gente para hacer lo que ella quisiera, ¿no podría Ilya Prakenskii hipnotizar a una pareja para que asesinaran?

– Veo a dónde quieres ir a parar con eso y no creo que pudiera esconderlo de nosotras. Hemos estado en su cabeza demasiado. Una de nosotras tendría que saberlo.

Otro pequeño golpe en la puerta hizo que Jonas deslizara la mano dentro de la chaqueta para agarrar su pistola.

Sarah entró con una amplia y forzada sonrisa.

– Hannah, creo que tal vez te gustaría algo para comer. Realmente deberías conservar tus fuerzas.

– Yo también debería -le recordó Jonas relajándose-. Si vas a traer una bandeja a Hannah, tráeme una, también, por favor.

La mirada de Sarah barrió la habitación. Frunció el ceño.

– ¿Hannah? ¿Dónde está tu espejo?

– Tuve una pequeña confrontación con él -dijo Jonas-. Ella me quiere de todos modos ¿verdad, nena? -Se agachó frente a Hannah y le cogió la mano, levantando la mirada hacia Sarah con ironía-. Supongo que eso trae siete años de mala suerte.

Kate asomó la cabeza por la puerta.

– Hannah, tienes una visita. Ilya Prakenskii está aquí para verte.

Un escalofrío se deslizó por la columna de Hannah. No podía esconder su inquietud a Jonas, no cuando estaba tan cerca y sosteniéndole la mano.

– Iré abajo -dijo él.

Hannah apartó la mano, harta de ser mimada. Sí, estaba asustada, pero Joley era su hermana, su responsabilidad, y no iba a enviar a Jonas abajo mientras se encogía de miedo en su habitación.

– Mientras te vistes -añadió él-. No tardes todo el día.

– No -Sarah negó con la cabeza-. No necesita ir abajo. Quédate aquí, Hannah. Kate y yo podemos ir con Jonas y ver lo que quiere.

– No, necesito que Hannah venga conmigo. Quiero sus impresiones sobre cualquier cosa que Prakenskii diga o haga. Ella es la empática más fuerte entre vosotras.

– Elle y Libby son empáticas y Elle es más fuerte que cualquiera de nosotras -corrigió Sarah.

– Lo de Libby es la curación, Sarah -dijo Jonas con un leve tono de irritación-. Y Elle es volátil. Si Prakenskii está aquí para algo más que investigar a Hannah, no quiero que Elle comience una guerra. Mantened a Joley y a Elle lejos de él.

– Hannah no puede ir abajo -dijo Sarah-. Lo prohíbo.

– Hannah. -Jonas se volvió hacia ella, su tono era absolutamente neutral, su mirada tierna-. Dime lo que quieres hacer, nena. Preferiría que te quedaras pero si tu prefieres que no… di la palabra.

– Jonas -siseó Sarah-. Deja de presionarla. Siempre la estás presionando. Apenas ha salido del hospital. Necesita cuidarse.

Hannah se humedeció los labios repentinamente secos con la lengua. El corazón le latía con fuerza en el pecho y pequeñas taladradoras se movían por sus sienes, pero esto tenía que ser hecho. No por Jonas o por Sarah. Sino por ella. Se lo debía a él y además, quería mirar en sus ojos y leer del modo en que podía hacer con la mayoría de la gente, porque si representaba una amenaza para Joley, todos necesitaban saberlo.

– Jonas tiene razón, Sarah. Quiero ver a Prakenskii por mi misma. Necesito darle las gracias por salvarme la vida, y como Jonas, quiero ver si puedo leerle. Pasé mucho tiempo conectada a él.

– Y él tiene un camino hacia tu espíritu, Hannah. Hacia tu alma. Sabe quién eres y lo que puedes hacer.

– Eso es verdad -admitió Hannah-, pero al mismo tiempo, yo tengo un camino hacia su espíritu. No puede bloquearnos a todas y necesito encontrar información.

– Pero… -Sarah protestó.

– Vístete, nena -dijo Jonas con decisión-. Nos encontraremos contigo escaleras abajo-. Mantuvo la puerta abierta-. ¿Sarah? ¿Kate? Vayamos a ver que quiere Prakenskii.

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