CAPÍTULO 6

Hannah sonrió y saludó con la mano en lo que le pareció la milésima vez en diez minutos. Estaba agobiada al máximo y había señalado a su agente, Greg Simpson, numerosas veces que necesitaba salir. Él no había hecho nada, ignorando deliberadamente sus frenéticos movimientos. Había sido bastante difícil hacer el desfile, quedándose sola para atender la fiesta posterior y Greg estaba enterado de ello. Tuvo el buen juicio de derramarle la bebida justo delante y él había tenido que salir. Le envió un pequeño zumbido de advertencia, pero él sólo le dirigió una mirada sofocada, dándole la espalda, y continuó hablando con Edmond y Colese Bellingham, los diseñadores top de la temporada.

Hannah suspiró, sabiendo que estaba enfadado con ella por su decisión de irse. Sopló un rápido beso hacia Sabrina, una modelo a la que quería genuinamente. Sabrina le mandó un beso de vuelta y puso los ojos en blanco, antes de devolver su atención a uno de los muchos actores que la rodeaban y que no tenía ninguna maldita oportunidad con ella.

– Hannah, esta noche estás magnífica -Russ Craun la saludó y se inclinó para darle un beso, entregándole una copa de líquido espumoso mientras lo hacía.

Hannah giró la cabeza para asegurarse de que los labios aterrizaban en su mejilla, mirando el reloj mientras tomaba la copa. Sus hermanas normalmente le daban un pequeño empujón para evitar que tuviera un ataque completo de pánico mientras trabajaba, pero estaban fuera de la ciudad y ella estaba muy inestable.

Russ era un amigo, un futbolista prominente con reputación de juerguista pero ella lo encontraba muy dulce. Asistían en buena medida a las mismas fiestas y había hecho un esfuerzo por hablar con ella sin intentar algo más que un coqueteo inocuo. Más de una vez había venido a rescatarla cuando los hombres se agolpaban demasiado cerca.

– ¡Russ! Es siempre un placer verte. -Echó una mirada alrededor-. ¿A quien has traído contigo esta noche?

Generalmente tenía citas con jóvenes y bonitas actrices que se colgaban de su brazo y le miraban fijamente con adoración. Nunca duraban mucho, pero quedaban bien en las revistas y mantenían su nombre en la primera plana de los periódicos.

– He venido solo, esperando que no tuvieras pareja.

Hannah rió.

– Sabes que nunca traigo pareja. -Tomó un pequeño sorbo de champán y dejó que el fuego se deslizara por su garganta. No era muy bebedora, pero necesitaba algo que le permitiera pasar los próximos minutos hasta que pudiera apartarse de esta multitud y llegar a la seguridad de su habitación de hotel.

– ¿Y eso por qué? -preguntó Russ, cogiéndola de la mano y guiándola a través de la enorme habitación. La fiesta estaba pulsando de vida y música, el sonido era alto y las conversaciones empujando el sonido a su nivel más alto aún. Abrió las puertas del balcón y la condujo fuera-. Esto está mejor.

Hannah asintió de acuerdo y dio un paso acercándose a la barandilla. Colocando la copa en el brillante mármol, aferró el borde con ambas manos y echó la cabeza hacia atrás para inhalar profundamente.

– ¿No te encanta la noche? Las estrellas son como gemas. -Levantó los brazos hacia la luna, el largo cabello derramándose a su alrededor, la cara alzada hacia el oscuro cielo.

– ¿Haces eso deliberadamente? -Preguntó Russ-. La luz de la luna se derrama sobre ti y te pone en el centro de su haz. Tu pelo se vuelve platino y oro y pareces la mujer más hermosa del mundo con una piel suave, tentadora y unos ojos misteriosos y los labios más pecaminosos y besables que he visto nunca.

Hannah parpadeó y después rompió a reír.

– Dime que no utilizas esa frase con tus novias. No es posible que puedan enamorarse con eso.

El sonrió.

– ¿Qué mujer no querría que le dijeran que sus labios son una pecaminosa tentación?

– Eso era mi piel, mis labios son pecaminosamente suaves -señaló.

– ¿No te ha dicho nunca tu novio que eres una pecaminosa tentación? -preguntó.

Hannah dudó. La pregunta siempre la desconcertaba. No tenía novio. En realidad nunca había tenido novio. Sólo había un hombre que le interesara y él se la comería viva. Se ruborizó con el pensamiento. Pero Jonás quería a alguien muy diferente y Hannah nunca podría ser esa persona. Lo había intentado. Él no se había dado cuenta de que lo había intentado, pero lo había hecho. Sólo mirar a Jonás hacía daño. Se tocó los labios. Todavía podía sentir su beso. Un crepitante, deslumbrante momento que le paraba el corazón cada vez que lo pensaba.

Su cuerpo hormigueó, se calentó con el recuerdo de las otras cosas que Jonas Harrington le había hecho. Sus manos en ella, su boca sobre la de ella, su cuerpo llenando el de ella, moviéndose dentro de ella. Luchó para evitar ruborizarse, porque las cosas que Jonas había hecho harían que cualquiera se ruborizara, pero no podía decir que fuera su novio. Habían tenido un sexo estupendo. Sexo alucinante. La clase de sexo que no había sabido que existía, pero como siempre, se habían peleado y él había terminado furioso, desilusionado y cortante. Nadie la podía cortar como hacía Jonás. No, no podía decir que fuera su novio.

– No me digas que no tienes novio -dijo Russ, empujándola más cerca de la barandilla.

A Hannah le disgustaba que la mayoría de las personas la tocara. Detestaba esa pequeña rareza suya. Quería ser amigable y fácil como Sabrina, pero cualquier compañía hacía que empezara un ataque de pánico y una multitud como esta la devastaba. Era humillante ser una mujer adulta, con éxito en los negocios, pero incapaz de controlarse ni siquiera como podría hacer un niño.

– ¿Por qué siempre haces un intento, Russ, cuando sabes que voy a decirte que no? -preguntó, manteniéndose en su sitio por consideración al orgullo.

La mueca de él se ensanchó, llegando a ser diabólica.

– Por dos razones, Hannah, mi pequeña tentadora. Primero, quizás tenga suerte y cambies de opinión. Y segundo, adoro la mirada atrapada que pones en la cara justo antes de que decidas decepcionarme suavemente. -La alcanzó, enjaulando su cuerpo mientras recogía la copa y se la daba. Alzando la suya, le hizo un guiñó-. Por otro rechazo.

Hannah le vio tomar un sorbo, una pequeña mueca tiraba de su boca.

– No seas tonto. Me pides salir cuando tienes a una mujer del brazo. Nunca has hablado en serio

– Por supuesto que hablo en serio. Cualquier hombre hablaría en serio tratándose de una oportunidad contigo, Hannah. ¿Quién es el hombre misterioso y por qué nunca viene contigo?

Hannah tocó la copa con los labios, pero no bebió realmente, una artimaña que muchas de las modelos usaban cuando asistían a acontecimientos importantes.

– Eso no es asunto tuyo.

– ¿Quieres decir que protegerte de otros hombres no merece su tiempo? Porque si me pertenecieras a mí estaría justo a tu lado, asegurándome de que los hombres como yo no se te acercaran. -Tomó otro sorbo, inclinando la cabeza para estudiar su cara-. Quizás no te merezca.

Hannah se encogió de hombros al mismo tiempo que tomaba otro trago. Le quemaba mientras bajaba, pero necesitaba de la pequeña falsa confianza en esta conversación extraña e inesperada. Jonas probablemente se reiría si supiera que pensaba en él como suyo. Peor, se enfadaría con ella y la acusaría de utilizarle para mantener a otros hombres a distancia y quizás lo hiciera. Nunca había habido espacio para ningún otro hombre. Jonas había ocupado todos sus pensamientos desde el momento que le conoció y se temía que siempre fuera así, incluso mucho tiempo después de que él se casara con otra persona y se estableciera para tener una familia propia. Habían tenido sexo alucinante y él iba a casarse con otra y ella iba a acabar como una vieja y extraña dama con gatos por todas partes.

Eso la hizo desear llorar. El líquido de su bebida comenzó a burbujear y puso automáticamente la mano sobre el borde de la copa. Tenía que mantener el control y cualquier pensamiento sobre Jonas siempre le robaba el control. Todavía podía oír sus propios gritos suaves mientras la lengua de él hacía una lenta incursión sobre cada centímetro de su cuerpo. Tomó otro trago y permitió que el fuego se asentara en su estómago.

– Ves, ya estás. -Russ pasó los dedos por su cara como si estuviera borrándole la expresión-. Pareces tan triste. No me gusta verte triste, Hannah. Dame una oportunidad. Yo no pondría esta mirada en tu cara.

Forzó una sonrisa rápida.

– Russ, eres un coqueto y un poco un perro de caza. Nunca te he visto con la misma mujer dos veces. Duraría una noche y hasta la próxima.

– Quizás sólo necesito una buena mujer para enderezarme.

– Estás bien como estás. Cuando encuentres a la mujer correcta, querrás establecerte. -Miró el reloj, ansiosa ya de que el temor creciente en su interior provenía del conocimiento de que el empujón que sus hermanas le daban para evitar los ataques de pánico estaba desapareciendo. Habían estado demasiado tiempo fuera del país y su nivel de ansiedad estaba subiendo más rápido de lo normal, sus pulmones luchaban buscando aire cuando se debería haber sentido mucho mejor fuera, lejos de la multitud.

Para calmarse tomó otro sorbo cauteloso de champán. No tocaba el alcohol muy a menudo, y la bebida golpeó duramente su ya revuelto estómago. El calor y el frío la atravesaron. De repente tuvo náuseas. Su corazón reaccionó, latiendo aceleradamente mientras se giraba lejos de Russ, entregándole la copa mientras lo hacía.

Russ colocó las copas sobre la barandilla y le cogió del brazo.

– Pareces un poco mareada. ¿Estás bien? Puedo llevarte al hotel.

Hannah permaneció silenciosa, evaluando su cuerpo. Era una Drake y las Drake tenían dones especiales. De repente, su cuerpo se oponía violentamente a la bebida. Que extraño. Se presionó una mano contra la boca y trató de alejarse de él. Russ apretó su agarre mientras ella se balanceaba.

– ¿Hannah? ¿Estás enferma?

– Señorita Drake. Encantado de verla otra vez.

Hannah se puso tensa cuando oyó el característico acento ruso. Se dio la vuelta lentamente para encontrar a Sergei Nikitin, el gángster ruso, sonriéndole con unos dientes blancos brillantes. Gozaba de las cosas buenas de la vida; sus trajes y zapatos italianos costaban tanto como un pequeño coche. Todo lo que tenía, lo había conseguido a costa del sufrimiento de alguien.

Hannah sentía el mal en él cuando estaba tan cerca, y no ayudaban la náusea que le revolvían el estómago. Miró tras él y su mirada fue atrapada y retenida por Ilya Prakenskii. Por un momento no pudo respirar, incapaz de apartar la mirada de sus fríos y despiadados ojos. Se le consideraba el asesino a sueldo de Nikitin, y en el pasado había sido entrenado por la policía secreta rusa. Extrañamente, Hannah no podía sentir nada -ni bueno ni malo- cuando estaba cerca de ese hombre.

– Señorita Drake -asintió Ilya con la cabeza, colocándose delante Nikitin para agarrarla del codo y apartarla del apretón de Russ-. Pareces enferma. ¿Necesitas ayuda?

Hannah se echó el pelo hacia atrás con una mano temblorosa. Se sentía mareada y desorientada. Necesitaba tumbarse. Debería haber sentido miedo de Ilya, quizás lo tenía, pero él era fuerte y la sostenía y se sentía confusa así que permaneció inmóvil, temerosa de que si trataba de huir caería de bruces. Si contestaba quizás enfermaría.

– ¿Hannah? -Ilya preguntó otra vez, con voz baja, pero exigente. Le levantó la cara, mirándola fijamente a los ojos.

– Estaba a punto de llevarla a su casa. -dijo Russ, frunciendo el entrecejo a la manera despótica de un guardaespaldas.

Hannah sacudió la cabeza, presionándose una mano sobre el estómago. Las modelos no vomitaban en las fiestas justo después del mayor desfile de Estados Unidos. Desesperada, enjugó las gotas de sudor de su cara y trató de dar un paso lejos de Ilya.

Ilya echó un vistazo sobre el hombro a las dos copas puestas en la barandilla y un silbido bajo escapó entre sus dientes. Mientras extendía la mano hacia la copa de Hannah, Russ retrocedió para evitar su brazo y golpeó la barandilla, enviando ambas a estrellarse abajo, en el jardín.

– Quédate quieta, Hannah -instruyó Ilya-. Si quieres volver al hotel, estaremos más que encantados de acompañarte.

Sergei Nikitin sonrió otra vez, pareciendo más tiburón que nunca.

– Por supuesto, señorita Drake, sería un honor dejarla a salvo en su hotel. -Volvió su atención hacia Russ-. Usted es el futbolista.

Su acento se había espesado, mala señal, pensó Hannah. Tenía que hacerse cargo de la situación o su familia acabaría aún más en deuda de lo que ya estaban con los rusos, y no que quería a Nikitin en ningún lugar cerca de su hermana Joley. Estaba confundida y desorientada y muy, muy enferma del estómago, pero se aferró a eso. Sergei Nikitin no era un buen hombre y tenía el mal hábito de aparecer dondequiera que su hermana actuaba, buscando una presentación.

Hannah hizo un concentrado esfuerzo por apartarse de Ilya y alcanzar el brazo de Russ. Ilya se movió sin parecer que se movía. Deslizándose. O quizás sus músculos sólo se tensaron. Lo que fuera que ocurrió, de repente estaba sólidamente entre ella y Russ. Ilya habló en ruso con su jefe.

Hannah frunció el ceño. Sabía ruso y podía haber jurado que había ordenado a su jefe vigilar al violador mientras él se ocupaba de ella. ¿Violador? Debía haber entendido mal. Russ era su amigo. ¿Dónde estaba su agente? Necesitaba salir. Todo era demasiado complicado y definitivamente iba a vomitar sobre el guardaespaldas del gángster ruso.

Nikitin contestó y la cara de Hannah perdió todo el color. Se sintió palidecer. Le dijo a Ilya que tirara al bastardo por encima de la barandilla. Lo entendió sin ningún problema. No tenía fuerzas para luchar contra dos hombres y salvar a Russ y ciertamente se habían hecho una idea equivocada de él. Había estado inquieta toda la noche, pero Russ no necesitaba violar mujeres. Se arrojaban sobre él.

– Es mi amigo -dijo, o pensó que decía. Su voz era extraña, metálica, lejana. ¿Qué le pasaba?

Ilya sacudió la cabeza.

– Entiende ruso, Sergei. Ten cuidado con lo que dices, quizás no se dé cuenta de que estás bromeando.

Hannah se habría relajado, pero Ilya parecía estar mirando fijamente a Russ, sus penetrantes ojos azules estaban fijos en el futbolista con intención mortal. Russ era muy arrogante y lo había visto intimidar a otros hombres, pero con Ilya, o también conocía la reputación del hombre, o algo en esos fríos ojos le advirtió.

Russ se encogió de hombros.

– Hannah, puedo ver que estás ocupada. Le diré a tu agente que estás lista para irte.

Hannah le vio atravesar las puertas francesas dobles, dejándola sola en el balcón con un gángster y su guardaespaldas.

– Debemos llevarla a su hotel, donde estará a salvo -ordenó Nikitin.

Ilya sacudió la cabeza.

– Yo puedo ayudarla. Dame un par de minutos con ella, Sergei. Si su agente aparece, distráelo mientras veo que puedo hacer.

– Su hermana debe saber que la ayudamos -le recordó Nikitin.

Ilya no contestó, simplemente envolvió el brazo alrededor de la cintura de Hannah y la llevo al lado más apartado del balcón, lejos de su jefe.

– Ese hombre no es amigo tuyo, Hannah. Te drogó. Libraré tu cuerpo de eso, pero va a quemar como el infierno. ¿Lo entiendes?

No entendía, pero sabía que Ilya Prakenskii tenía los mismos dones que las hermanas Drake. Sabía como funcionaba y que era capaz de eliminar la droga de su cuerpo. También sabía que era un hombre muy peligroso, y cada vez que alguien trabajaba con habilidades psíquicas, o mágicas, fuera cual fuera el término utilizado, había una vulnerabilidad por ambos lados. La familia Drake ya estaba en deuda con Ilya y él tenía un vínculo directo con Joley. Ella era una de las Drake más poderosas. No quería que supiera nada sobre ella por si acaso tenía que proteger a su hermana.

Hannah sacudió la cabeza.

– No. -Fue muy firme. Trataría con la droga. Podía empujarla fuera de su propio sistema ahora que sabía con lo que trataba.

– Sí -la contradijo-. No estás en condiciones de intentarlo tú misma. Sabes que estas cosas pueden ser complicadas. Estate quieta. Y la próxima vez que aceptes una bebida de un hombre, amigo o no, utiliza tu don para cerciorarte de que no hay nada malo en ella.

No era de extrañar que el hombre hiciera que Joley rechinara los dientes. Hannah no era ninguna aficionada… y tampoco Joley. Quizás Ilya pensara que era más poderoso, pero las Drake podrían con él si tenían que hacerlo, mientras no se abrieran a su magia. Trató de empujarle, para sostenerse por sí misma y así poder revertir lo que fuera que andaba mal en ella, pero estaba demasiado mareada.

La mano de Ilya se posó sobre su estómago, su brazo la rodeó, sujetándola en el lugar. Era enormemente fuerte y tenerle agarrándola con tanta gente a la distancia de un grito la mantuvo en silencio. Sintió la calidez fluír de su palma, a través de la piel, y entrar en su revuelto estómago. No quería esto, pero no había manera de parar el flujo de poder de él hacia ella. Sintió que sus espíritus conectaban. Se sobresaltó alejándose de él, captando vistazos de cosas que no quería ver o saber, cosas oscuras y feas que debían permanecer enterradas.

Sintió calor, su temperatura aumentó. Peor, le sintió en su cabeza. Instintivamente supo lo que haría después. Aún mientras curaba su cuerpo, buscaba recuerdos de Joley, de su poder, de sus habilidades. Quería conocer el alcance de su fuerza. Frenéticamente, Hannah le empujó, levantando alzando los brazos hacia el viento.

Ilya le agarró las muñecas y le tiró las manos a los costados.

– Hay un precio para todo. Este es mi precio.

Hannah sacudió la cabeza, furiosa.

– Traicionas todo lo que te es dado y no mereces tus dones. Permanece fuera de mi cabeza. No vendería a mi hermana por mi propia vida, mi dignidad o mi virtud.

La mano de él se deslizó hasta rodearla la garganta.

– No sabes nada de mí.

Hannah le miró fijamente, negándose a apartar la mirada o a dejarse intimidar. Si quería tirarla del balcón por decir la verdad, le dejaría hacerlo. No iba a entregar a Joley, por nada del mundo.

– Sé que no te quiero cerca de mi hermana. Sea cual sea juego al que estás jugando, que sepas que defenderemos a Joley con nuestras vidas, no sólo yo, sino cada Drake, hombre o mujer, niño o adulto, hoy vivos. -Era la absoluta verdad y le dejó ver la realidad en sus ojos.

– Estoy familiarizado con el peligro, señorita Drake.

No había ninguna duda de ello. Lo sentía en él, lo había leído en sus recuerdos, cosas terribles, cosas que no podía comprender en su mundo. Ella había crecido con padres amorosos, una familia cariñosa, el muy unido y protector pueblo donde vivían. La vida de él, desde la niñez, había sido una vida de violencia.

La asustaba. No el pánico normal por nimiedades, sino sinceramente, la asustaba hasta la médula. Sabía que su hermana atraía a los hombres como un imán. Era escurridiza y salvaje y exudaba sexo en el escenario. Hannah miró de reojo al jefe. Sergei Nikitin había estado persiguiendo a Joley a lo largo de tres continentes. ¿Era eso lo que Ilya pretendía? ¿Iba a utilizar sus talentos psíquicos para poner a Joley en las muy sucias manos de Nikitin?

– Suéltame -exigió. El calor de la palma se había vuelto abrasador, penetrando a través de la sangre y los huesos e invadiendo cada tejido del cuerpo, pero se sentía mejor, la cabeza más despejada. No había duda de que había ingerido una droga. Después de todas las conferencias de seguridad de Sarah, se sentía como una estúpida. Nunca bebía, era siempre cuidadosa, y ahora, cuando más necesitaba su buen juicio, Ilya Prakenskii no sólo había presenciado su estupidez, sino que había tenido que salvarla.

– Te soltaré si no haces nada estúpido como llamar al viento.

Hannah echó la cabeza hacia atrás con los ojos brillantes, lanzando chispas mientras su genio comenzaba a levantarse. Siempre permanecía bajo control, a menos que Jonas la provocara. El temperamento no era una cosa buena cuando una esgrimía poder, pero el guardaespaldas se merecía todo lo que estaba a punto de conseguir.

Diminutos parpadeos de llamas se izaron de las puntas de sus dedos, de las manos hasta las muñecas, donde los dedos de él se habían cerrado como una tenaza. Apartó las manos cuando las llamas destellaron sobre él, lo suficientemente caliente para advertirle. Retrocedió.

– Una buena artimaña. Deberías haberla usado con tu amigo.

– Gracias por tu ayuda.

Los ojos fríos se deslizaron sobre ella, la cara inexpresiva.

– Puedo ver cuán agradecida estás.

– Estoy agradecida. Pero no soy estúpida. -Aunque lo había sido al aceptar la bebida en primer lugar-. No te quiero cerca de Joley.

– ¿Por qué estás tan preocupada?

No le podía leer. Si le tocaba, o estaba cerca, debería haber sido capaz de leer sus pensamientos y emociones, pero era una pizarra en blanco. Los atisbos de recuerdos violentos habían desaparecido. Estudió su cara. Parecía peligroso. Estaba en la postura de sus hombros, en la forma fluída en que se movía y los directos, fríos ojos.

– ¿Por qué ibas a preocuparte por Joley? -Ilya dejó caer la voz hasta que fue un susurro bajo, imposible que el sonido fuera más lejos de su oreja-. Es una cantante hechicera, ¿verdad?

El corazón de Hannah se sacudió. Luchó por mantener la cara serena. Se tambaleó. Él lo advirtió. Lo advertía todo.

– No estoy segura de lo que quieres decir.

Había pocos cantantes de hechizos en el mundo, no legítimos, no como Joley. Podía llamar al poder de la nota perfecta que supuestamente había sido utilizada para crear al mundo. Las fuerzas del mundo, del universo mismo, podían ser atraídas para cumplir sus órdenes. En manos de alguien como Sergei Nikitin, Joley sería un arma de destrucción. Él no tenía manera de controlarla, o retenerla, a menos que Ilya Prakenskii tuviera el mismo talento. ¿Era eso posible?

Resistió el impulso de pasarse la mano sobre la cara, segura de que comenzaba a sudar. ¿Era Prakenskii lo suficientemente fuerte como para controlar a Joley? La idea era terrorífica.

– Parece pálida señorita Drake -dijo Nikitin, con su sonrisa solícita. Y falsa.

Los músculos de Hannah se tensaron. Se sentía atrapada. Se las arregló para sonreír, regresando a su modo profesional. Nadie podía parecer más altanero que Hannah Drake. Se puso incluso una mano en la cadera y adoptó una pose, mientras lanzada su pequeña sonrisa desdeñosa.

– Me siento mejor, gracias, Señor. Nikitin. ¿Ha disfrutado del desfile?

– No pude evitar pensar que ninguna de esas ropas le sentaría bien a su hermana. Joley tiene su propio estilo. ¿No está de acuerdo?

Ni siquiera quería que Nikitin pronunciara el nombre de Joley. Sin un pensamiento consciente, dio un paso hacia la barandilla, moviendo las manos hacia arriba y fuera. Prakenskii se deslizó hacia delante, envolviendo el brazo alrededor de su cintura, sujetándole un brazo al costado, agarrándole firmemente el otro brazo y llevándose su muñeca a la cara como si la examinara.

– No estás herida, ¿verdad? -preguntó, los ojos azules como puñales. Lo estarás si le amenazas.

La amenaza fue clara en su cabeza, como si él hubiera pronunciado las palabras en voz alta. Era telépata, algo que ya sabía. Joley se quejaba a menudo de que hablaba con ella. Y ahora estaba en la cabeza de Hannah también. La situación iba de mal en peor. No era de extrañar que hubiera visto tres anillos alrededor de la luna. No era de extrañar que hubiese tenido miedo de hacer sola este viaje. Debería haber considerado que Sergei Nikitin aparecería en la Semana de la Moda de Nueva York. Estaba siempre donde estaba la acción. Pocas personas lo conocían por lo que era.

Hannah se negó a entrar en una conversación telepática con Ilya. Cuanto más supiera de ella, más poder esgrimiría, y definitivamente buscaba información sobre Joley. Todo este tiempo, había creído que Sergei Nikitin estaba interesado en su hermana. La imagen pública de Joley era de salvaje, una chica de fiestas. Recientemente había habido un terrible escándalo, fotos de Joley con su largo cabello negro, presionada contra una ventana, desnuda con su misterioso amante cubriéndola. Sólo que Joley se había teñido el pelo después de que las fotos hubieran sido publicadas, y había permitido que el escándalo la golpeara con toda su fuerza, cuando las fotos no eran de ella en absoluto. El interés de Nikitin quizás no estuviera en la chica de las fiestas y eso significaba que tenían un inmenso problema.

– Vuelo a Madrid mañana para asistir al concierto de su hermana -insistió Nikitin, ignorando el hecho de que su guardaespaldas mantenía a Hannah cautiva.

– Es muy buena -dijo Hannah cortésmente-. Disfrutará.

– Me he perdido pocos de sus conciertos -dijo Nikitin-. Es una artista maravillosa. Hay algo extraordinario en su voz.

Hannah se tensó. No podía evitarlo.

Ilya apretó su agarre. No reacciones. No sabe nada de Joley más allá de que es hermosa.

¿Podía ser eso cierto? E incluso si así fuera, ¿por qué la advertiría Ilya? Nunca había estado tan confundida en su vida. No estaba hecha para la intriga. Forzó a su cuerpo a relajarse. Ilya la soltó pero no se apartó. Ya había visto cuan rápido era y no iba a permitirle detenerla otra vez. Eso solo la hacía parecer débil.

– Concuerdo con usted, Señor. Nikitin -dijo Hannah, cortés como una niña-, pero soy su hermana así que no soy imparcial.

– Estamos en el mismo hotel, y damos una fiesta allí en un par de horas, apenas unos pocos amigos escogidos -continuó Nikitin-, si usted quisiera unirse.

Hannah abrió la boca para decir no. Era la última cosa que quería hacer, una fiesta con Nikitin y sus amigos tras de unas puertas cerradas.

– Una invitación muy generosa, Hannah -dijo Greg, que atravesaba las puertas mientras el ruso emitía su invitación-. Señor. Nikitin. Creo que nos conocimos en París.

Extendió la mano y Nikitin la tomó.

– Por supuesto. -Sergei volvió a ser encantador, los dientes blancos destellando, inclinando la cabeza amablemente, la realeza al campesino.

Hannah encontró interesante como Greg casi lo adulaba. Nikitin esgrimía mucho poder con su dinero y sus conexiones. Pocos querían saber si los rumores sobre él eran ciertos. Tenía dinero, demasiado para saber qué hacer con él. A menudo daba dinero a algún nuevo diseñador y más de una vez había ayudado a construir carreras. Sus fiestas eran famosas y todo el mundo quería una invitación, con la excepción de Hannah. Ella no podía ignorar los rumores porque estar cerca de Nikitin ya era suficiente para revelar la peligrosa manera en que había hecho la mayor parte de su dinero. Aparecía suave y sofisticado, pero tenía las manos metidas en todo, desde drogas hasta asesinatos. Nadie había podido probarlo, y Hannah dudaba sinceramente de que alguien fuera a hacerlo jamás. Conocía a demasiados políticos, demasiados ricos y famosos. Nadie quería saber que era deshonesto.

– Greg. -Estaba disgustada por la manera en que el hombre estaba dispuesto a vender su alma por una invitación-. Deberíamos irnos.

Nikitin echó una ojeada a su reloj.

– Tenemos un par de personas más a las que saludar y después podemos volver al hotel. -Ahora su atención estaba enteramente en Greg.

– Nos encantaría -estuvo de acuerdo Greg, tomando el brazo de Hannah.

Esta era una clara indicación de que quería ir. Sabía, al igual que ella, que la invitación dependía de que ella le acompañara. Hannah mantuvo la sonrisa en su lugar. Todo lo que tenía que hacer era llegar hasta la puerta. El balcón ya no se sentía seguro. Ningún lugar alrededor de Nikitin era seguro. Sólo podía seguir con el plan, y tan pronto como estuvieran fuera el portero podría llamar a un taxi.

Echó una mirada furtiva a Ilya. Parecía la viva imagen del guardaespaldas perfecto, camuflándose con el fondo, sus ojos moviéndose inquietamente, examinando los tejados, las ventanas del edificio al otro lado de la calle. Era realmente fascinante, cómo lo veía todo, lo oía todo, estaba al tanto de cosas que nadie más consideraba siquiera. Estaba totalmente al corriente de que intentaría salir corriendo en el momento en que estuviera fuera del edificio. Esperó que dijese algo, pero Ilya siguió simplemente a Nikitin y a Greg, que la llevaba sujeta del brazo, de vuelta al cuarto.

El ruido era ensordecedor y la golpeó duramente. La aglomeración de cuerpos le produjo claustrofobia. El cuarto había estado atestado antes de que hubiera salido al balcón, pero ahora apenas había espacio para maniobrar. La gente se gritaban saludos y felicitaciones mientras se abrían paso a través de la multitud. Los dedos de Greg resbalaron de su brazo y ella se marchó rápidamente, dirigiéndose hacia la puerta y la libertad.

– Hannah -la saludo Sabrina, cogiendo sus manos-. No puedo creer que todavía estés aquí. Se te ve pálida cielo, ¿estás bien?

– Salgo ahora. Una aparición rápida y me voy -dijo Hannah.

– Tu marca registrada. ¿Crees que podremos llegar hasta la puerta? Deberíamos haber traído un par de guardaespaldas realmente grandes para protegernos de la aglomeración.

Sabrina se giró hacia Hannah y empezó a abrirse paso a su manera a través de la multitud.

– Esperaba que alguien importante me invitara a otro gran acontecimiento, pero hasta ahora nadie importante se ha molestado. Te lo juro, Hannah, tú ni siquiera lo deseas y tienes una carrera impresionante y yo me muero por estar en tus zapatos y no puedo conseguirlo de ninguna manera.

– Eso no es verdad, Sabrina. -Hannah trataba de ver sobre la masa de personas, juzgando como de lejos estaba de la puerta.

Era alta, pero había demasiados cuerpos y no podía ver más allá del enjambre de personas que las aplastaban. Miró tras ella. Nikitin e Ilya la seguían rápido, la multitud se apartada para el guardaespaldas. Su agente se apresuraba para mantenerles el ritmo, decidido a que no le dejaran atrás. No era de extrañar que de repente se sintiera enferma de miedo. Estaban tratando de cogerla antes de que huyera.

Ilya la llamó, separándose de repente de los otros dos hombres y empujando camareros fuera de su camino. El corazón de Hannah se sacudió y giró rápidamente la cabeza alrededor, casi chocando contra Sabrina mientras trataban de abrirse camino hacia adelante.

– ¿Qué pasa? -exigió Sabrina, echando un vistazo sobre el hombro-. ¿Ese hombre está persiguiéndote?

– Sí -admitió Hannah, demasiado asustada para mentir.

– ¿Quién es? -Sabrina metió el hombro en una apertura delgada entre dos hombres y empujó, arrastrando a Hannah con ella.

– El guardaespaldas de Nikitin.

– Cielo santo, Hannah, ¿por qué corres? Todos los que son alguien estarán en su fiesta a menos que hicieras algo a Nikitin. No lo hiciste, ¿verdad? -Sabrina se arriesgó a otra mirada rápida-. Nos está alcanzando, muévete más deprisa. ¿Nikitin ha intentado ligar contigo?

El corazón de Hannah tronó en sus oídos. Con cada paso, el terror la apretaba más fuertemente. Caminó más rápido, chocando contra la gente mientras echaba rápidas y nerviosas miradas sobre el hombro.

¡Hannah! ¡Para ahora mismo!

La orden fue brusca y clara y el dolor quemó a través de su cabeza cuando sintió el latigazo de un hechizo de retención. Lo rompió, girando la cabeza rápidamente hacia la puerta. Estaba justo allí. Libertad. Dos pasos más y estaría fuera, donde podría llamar a las fuerzas de la naturaleza en su ayuda. Chocó con un cuerpo grande y una mano la agarró del brazo para estabilizarla.


– ¿Por qué no ha vuelto al hotel? -Exigió Jonas, paseando de un lado al otro mientras miraba el televisor-. Cualquier pensaría que comprobaría al menos su teléfono móvil. Ni siquiera revisó los mensajes después del desfile. No necesitaba asistir a la fiesta. Eso no es parte de su contrato, ¿verdad?

Sarah se hundió en la silla y miró fijamente la pantalla. La fiesta estaba en plena actividad, los periodistas entrevistaban a diseñadores y estrellas de cine antes que a las modelos. Vislumbró a otro par de modelos de pasarela que conocía por el nombre, pero Hannah había desaparecido entre la multitud. Toda la escena era una locura. Música alta, ropas extravagantes, demasiada gente famosa todos rivalizando por la cámara. No había manera de encontrar a Hannah entre la multitud, a menos que el periodista quisiera una entrevista y Hannah nunca concedía entrevistas. Inmóvil, miraba, forzando los ojos.

Jonas estaba tan nervioso que estaba afectando a la casa de la familia Drake. Las paredes se ondulaban con la tensión que llenaba la casa. Parecía difícil respirar, el aire era demasiado espeso. Sarah no podía apartar la mirada de la pantalla, temerosa de que si lo hacía, algo horrible sucedería.

– Ahí está Sabrina. -Se incorporó, con los ojos pegados a la oscura mujer de lustroso cabello mientras ésta se abría paso entre la multitud-. Parece que está hablando con alguien más, justo fuera de la vista de la cámara, Jonás. Apostaría que es Hannah y están saliendo.

La cámara hizo una pasada una vista más amplia y Sarah divisó a Hannah. Parecía que tenía prisa, su larga melena fluía tras ella, su cara estaba tensa mientras miraba sobre el hombro. Varios pasos tras de ella, Ilya Prakenskii arremetía a través de las masas, claramente persiguiéndola. Sergei Nikitin y el agente de Hannah seguían la estela del hombre más grande.

– Oh, Dios, delante de ti, Hannah -gritó Jonas, de repente apresurándose hacia la televisión-. Delante de ti, maldita sea, mira delante de ti. Oh, Dios, ¡no! ¡Hannah!

Sacó el arma, un gesto automático, pero no había nada que pudiera hacer mientras Hannah giraba la cabeza y el cuchillo cortaba a través de su cara. Miró impotente, el arco, la determinación del hombre mientras manejaba sin descanso el cuchillo casero. La cara. El pecho. El abdomen. Ella levantó los brazos, una lastimosa defensa contra un loco. El seguía acuchillando y apuñalando, repetidamente, utilizando la fuerza de su cuerpo con cada descenso rápido.

Jonas oyó un grito crudo y roto de angustia absoluta, supo que había sido arrancado de su alma. Se dejó caer de rodillas, incapaz de estar de pie, impotente para hacer algo y detener el asalto. Tras de él, Sarah chillaba y chillaba.

La sangre salpicó a la multitud elegantemente vestida y el brazo siguió golpeando, acuchillando y clavándose. Oyó a Sarah vomitar, pero él no podía apartar la mirada.

Ilya Prakenskii agarró al agresor por detrás, arrastrándolo lejos de Hannah, controlando la mano del cuchillo, girándola con fuerza haciendo que la hoja sangrienta formara un arco y la condujo profundamente contra corazón del hombre. Ilya lo dejó caer, se volvió para tratar de agarrar Hannah antes de que golpeara el suelo. La cámara la siguió, pero el cuerpo de Ilya bloqueó la toma, dejando sólo la imagen de un río de sangre empapando las largas espirales de rizos mientras el periodista trataba de recuperar la calma.

Jonas se hundió completamente en el suelo, con la mente entumecida, el shock extendiéndose. Echó un vistazo a Sarah. Estaba tendida en el suelo, tan inmóvil como Hannah había yacido, pálida, su respiración superficial, los ojos en blanco. Entonces lo sintió, el peso asombroso del conocimiento cuando las hermanas Drake fueron conscientes de la enormidad del ataque. Oyó gritos de angustia, de una pena tan profunda que igualaba la suya propia.

Se tocó la cara y supo que las lágrimas caían descontroladamente. Tenía miedo de que quizás nunca fuera capaz de parar. La puerta se abrió de golpe y Jackson se paró enmarcado allí, su cara sombría, la boca un conjunto de líneas duras.

– Vamos.

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