CAPÍTULO 4

Hannah no sabía qué decir para aliviar el dolor de Jonas. Aún no entendía del todo su desesperación, pero veía que estaba en un punto límite y eso la conmocionó. Jonas era una roca en la que todos se apoyaban. Todo el mundo. Todos y cada uno de los habitantes de Sea Haven. Gente a lo largo de toda la costa. Los ayudantes. Los bomberos. Jonas Harrington era el hombre a quien acudir cuando había problemas, porque encontraba la forma de sacarte de ellos. Por primera vez, Hannah podía ver que Jonas tenía un verdadero problema y no por una herida que amenazase su vida.

– No entiendo qué pasa. Hazme entenderlo.

El cerró los ojos, apartando la vista, pero no había forma de desconectar sus sentidos. Ella estaba en todas partes, en su interior y no podía liberarse.

– Estoy perdido sin ti, Hannah.

Y que Dios le ayudara, era cierto. Había estado cayendo durante mucho tiempo y fuera peligroso o no, ella tenía que arrastrarle de vuelta a la luz, donde pudiera respirar de nuevo. Abrió los ojos, miró a los suyos y se encontró atrapado en ellos.

Hannah se arrodilló en el suelo frente a él y enmarcó su cara con las manos. Su corazón latía tan fuerte que tuvo miedo de sufrir otro ataque de pánico. Se estaba ofreciendo, y si él la rechazaba, le rompería el corazón sin remedio. Quedaría destrozada. Pero encontrar la forma de aliviar esa expresión en su cara, en sus ojos, eso era lo único que importaba ahora, no su orgullo o su miedo.

Se apoyó en él y besó la comisura de su boca. Él se quedó muy quieto, conteniendo el aliento. Lo besó en el otro extremo, esta vez deslizando la mano hasta su nuca para sostenerlo. Mordisqueó su barbilla, el labio inferior, imprimiendo más besos a lo largo de la mandíbula.

Jonas gimió y sus dedos se deslizaron por el pelo de ella, inclinándole hacia atrás la cabeza, su boca aferrándose a la de ella. Simplemente tomó lo que le ofrecía y al diablo las consecuencias. Tenía que poseerla. Siempre había sabido que Hannah era la única para él. Todas las demás mujeres palidecían a su lado.

Podría besarla eternamente. La sedosa calidez de su boca y su sabor dulce se convertían en una adicción. Una vez había pensado que, si la besaba, su necesidad desaparecería, pero ahora sabía que besarla por siempre no iba a ser bastante. La besó una y otra vez, profundizando más, con besos más eróticos. Ella le seguía voluntariamente, devolviendo los besos, deslizando las manos bajo su camisa para tocarle la piel desnuda. Su cuerpo se sacudió, se endureció, se estremeció de necesidad, pero no podía dejar de besarla, tomando su boca, la lengua indagando profundamente, deseando sus suspiros, necesitando que lo besara en respuesta con el mismo deseo creciente, tan fuerte, tan crudo, que le desgarraba el corazón.

Tenía que saborear su piel, su boca se apartó de la de ella, sólo un poco, siguiendo el contorno de la cara. Usó los dientes, un pequeño mordisco, sintió su reacción en respuesta y continuó bajando por su larga, hermosa garganta. Había soñado con recorrerla con la boca. Probablemente no había ni un centímetro cuadrado suyo con el que no hubiera fantaseado e iba a explorar cada uno de ellos.

El cuerpo de ella temblaba contra el suyo y se obligó a retroceder, respirando profundamente, presionando la frente contra la de ella, manteniéndola cerca.

– Tengo miedo, Jonas -admitió-. Esto podría ser un terrible error, uno que nunca podríamos deshacer.

El se retrajo. No podía perderla ahora. No podía. Estallaría en un millón de pedazos y nunca se recuperaría, nunca encontraría todas las piezas para juntarlas de nuevo. Demonios, ya estaba tan confuso, que Hannah era su última esperanza. La necesitaba desesperadamente.

– No he dormido en cuatro días, Hannah. A decir verdad, en semanas. No puedo detener mi cerebro y me ahogo.

Quería callarse. Era casi seguro que cualquier cosa que dijera haría que ella se asustase aún más, pero no podía dejarla marchar, ni podía retirar sus palabras. Sus manos le aferraron los brazos, presionando profundamente con los dedos. Su boca le había deslizado hacia el dulce olvido hasta que todo en lo que podía pensar era en estar profundamente en su interior, con su cuerpo envolviéndole apretadamente.

Sentía que ella lo miraba fijamente. Su corazón latía tan fuerte que temió que hiperventilara de nuevo. Abruptamente se levantó, tomando la decisión que debían haber tomado ambos hace mucho tiempo.

– ¿Cuánto tiempo tienes antes de salir hacia el aeropuerto?

Por un momento, ella no pudo hablar. La enormidad de lo que estaba haciendo la golpeó. Ya sabía que sería imposible para alguien como ella vivir con él. ¿Si hacía esto, cómo podría mirarle a la cara día tras día cuando él viniera a su casa? ¿Cómo sobrevivía si él la evitaba?

– Jonas… -se interrumpió, permaneciendo cerca de su calor, deseándolo con cada célula de su cuerpo-. Si hacemos esto, no hay vuelta atrás. No podremos fingir que no ocurrió. Si no resulta…

Le pasó el brazo por la cintura y la empujó contra él. No iba a dejarla marchar. La había esperado más de la mitad de su vida. Ahora que ella lo estaba mirando realmente, ahora que sus ojos decían sí y su cuerpo se mostraba suave y flexible y se amoldaba contra el suyo, no estaba a dispuesto a dejarla escapar. ¿Y qué diablos estaba diciendo? Siempre había sido suya. Siempre. A lo largo de los años, cuando otros hombres se acercaban a ella, los había ahuyentado inmediatamente.

Jonas la mantuvo atrapada contra él, dejando que su cuerpo le dijera lo que necesitaba. Estaba harto de palabras. Podía decirle todo lo que necesitaba con las manos, la boca y todas las demás partes de su anatomía.

El cuerpo de ella se fundía con el suyo, aunque inclinó la cabeza hacia atrás, con una mirada insegura.

– No sé nada en absoluto sobre sexo, Jonas.

El sonrió abiertamente, la risa le marcaba arrugas alrededor de sus ojos.

– Yo sé lo suficiente por los dos, cariño. No tienes que preocuparse por eso.

No pudo evitar un punto de satisfacción en la voz ante la idea de que no había habido otro hombre. No se había sentido así desde la primera vez que la vio y ella amenazó con convertirle en sapo; las ranas podían ser príncipes y él no era un príncipe.

– Sarah no está en casa esta noche, ¿verdad?

– No. Ella y Damon salieron a alguna parte, volverá mañana por la tarde.

– ¿Así que tenemos la casa para nosotros solos?

Ella asintió y la besó otra vez, encontrando su boca perfecta con la suya y sumergiéndose en su erótica calidez. Enterró los dedos profundamente en la sedosa melena, tomando dos puñados, manteniéndola muy cerca para absorber la textura de un largo rizo, mientras la exploraba y besaba más y más profundamente. Quería vivir aquí, con ella, en su magia y su misterio para siempre.

Podía sentir su creciente deseo, pero también había miedo, incertidumbre. Jonas la atrajo más cerca de su cuerpo y enterró la cara en su cuello.

– Te necesito, Hannah. Nunca pensé que alguna vez sería lo suficientemente hombre como para admitirlo ante ti, pero lo hago. Te necesito en mi vida.

El la debilitaba con su boca dominante y la fuerza de sus fuertes brazos rodeándola, pero fueron sus palabras, en voz baja y desgarrada, las que la dejaron indefensa. La necesitaba. Jonas, el fuerte, del que todos dependían en Sea Haven, la necesitaba a ella. Nadie lo había hecho nunca. Sintió sus músculos ondeando bajo la camisa y quiso sentir la textura de su piel. Quería el calor de su cuerpo y sentir sus manos moviéndose sobre ella, haciéndola suya. Deseaba desesperadamente pertenecer a Jonas Harrington.

Aunque fuera sólo por una noche. Lo haría y al diablo con las consecuencias. Tal vez en otro momento de su vida estuvo tan confusa que no sabía lo que quería, pero esto era diferente. Esto, “a él”, lo deseaba con cada fibra de su ser. Siempre lo había hecho. Él era parte de ella, tan entrelazado con su vida, con su familia, con su misma existencia, que no podía imaginar un mundo sin él a su lado.

Hannah tomó aliento, lo expulsó y confesó.

– Nunca he estado con nadie, Jonas. No tengo experiencia como todas tus otras mujeres.

Su ceja subió rápidamente, una sonrisa apenas perceptible suavizó el borde duro de su boca.

– ¿Mis otras mujeres? No tengo otras mujeres. Has sido tú y sólo tú desde hace mucho tiempo.

Años atrás, cuando Hannah había sido tan arrogante y altiva, tan bella que dolía mirarla, había tratado de probarse a sí mismo que podía conseguir a cualquier mujer que quisiera. El problema era que, una vez que las conseguía, no eran Hannah y él no las quería. Sus "mujeres" habían sido una sucesión de ligues de una sola noche, fugaces relaciones de satisfactorio, aunque finalmente vacío sexo, después de las cuales siempre yacía en la cama, duro como una piedra y fantaseando con Hannah. Sí. No se enorgullecía de ello, pero no podía regresar y volver a vivir esos días.

– Sólo estoy diciendo… -interrumpió ella, sonrojándose.

– No te preocupes, cariño. Puedo desear desnudarte y tomarte rápido y duro, pero hay una parte de mí que necesita ir despacio y saborear cada segundo que estoy contigo.

Apartó el pelo de su cuello y la besó, rozándola ligeramente con los labios y luego con la boca abierta, la lengua formando remolinos y sus dientes encontrando interesantes lugares para morder y saborear.

De repente no podía soportar no estar piel con piel y si iba a hacer esto bien, tendría que tener paciencia. Quería darle unos recuerdos que nunca pudiera olvidar. La tomó en sus brazos y la subió por las escaleras hasta su dormitorio. No quería que se metiera en su cama de nuevo sin pensar en él -en ellos- sin desearlo.

La sentó, no en la cama, sino en lo alto de la cómoda de roble, rodeando el cuerpo entre sus muslos. Se inclinó, le quitó las zapatillas y las dejó caer al suelo. Había ansiedad en los ojos de ella, pero no le dio tiempo para pensar, inclinándose hacia delante, la palma rodeó su nuca mientras seducía su boca, la lengua se deslizó con húmedo calor, los dientes tiraron de su carnoso labio inferior.

Hannah lo era todo para él. Siempre lo había sido. La había deseado cuando ella era demasiado joven aún para considerar poseerla. Y había soñado con ella cuando estaba lejos, en Afganistán y en Colombia. La ansiaba día y noche. Desde el momento en que regresó a casa, había estado en un constante estado de excitación. Y no había habido una maldita cosa que pudiera hacer. Hasta ahora.

En el momento en que se acercó a ella, necesitó tocar su piel. Nadie tenía una piel como la de Hannah. Deslizó la mano por su cara, saboreando la sensación de seda viva, ardiente y tan suave que quiso hundirse en ella para siempre. Se deleitaba en la oscura maravilla de su boca aplastada bajo la de él.

– No tienes ni idea de cómo te deseo, Hannah. -Su mano tembló al deslizar la palma desde el cuello hasta el pecho. Al momento los pezones se contrajeron, duros y tirantes bajo su mano. Contuvo el aliento cuando ella se humedeció el labio inferior con la lengua. Se la veía tan asustada, tan adorable, tan dolorosamente hermosa, sus ojos enormes y asustados, pero anhelándolo. Podía verlo claramente, a pesar de sus nervios.

– ¿Puedes encender algunas velas para nosotros, cariño? -preguntó, esforzándose por tranquilizarla-. Sólo unas cuantas, algo que huela bien. Adoro cuando haces eso.

Logró deshacerse de los zapatos mientras ella giraba la cabeza para dirigir las llamas. Seis velas cobraron vida, su luz titilando con delicadeza contra las paredes. Se volvió hacia él cuando estaba desprendiéndose de la camisa, revelando no sólo sus fuertes músculos, sino también las cicatrices de anteriores balazos, dos antiguas cuchilladas y las últimas lesiones.

Hannah dejó escapar un pequeño sonido reprimido de desasosiego de su garganta y sus manos se deslizaron por el pecho, tensando los planos pezones mientras las movía hacia las heridas más recientes. Él no sabía que sus pezones pudieran ser tan sensibles. Estaba como si ella hubiera enviado un rayo directamente a la cabeza de su miembro. Su cuerpo se estremeció y se endureció, tirando de la tela de los vaqueros. Dejó caer las manos hasta la cremallera, abriendo los vaqueros y apartándolos de sus caderas. El calor invadió las heridas más recientes, haciendo cosquillas cuando las manos de Hannah manejaron la energía sanadora.

Se bajó los pantalones vaqueros por las caderas y su miembro saltó libre, erecto, duro y muy grueso. La mirada de Hannah bajó y se sonrojó. La sintió temblar. Él era grande y tal vez un poco intimidante para una mujer que nunca había tenido relaciones sexuales. Tomó aliento y luchó contra el deseo, tan intenso y tan brutal que lo sentía como una puñalada. Con Hannah no era sólo sexo, y eso era lo que estaba casi matándolo.

El amor duele. Un viejo cliché, pero descubrió que era cierto. Era un dolor físico, no sólo el agonizante puño de lujuria enfocado en su ingle, sino la tensión en su corazón. Había perdido la esperanza de conocer el amor verdadero. Había creído que no podría tener a Hannah, y ella era la única mujer que podría traer calor a ese lugar frío en su corazón, donde parte de él había perdido toda esperanza de humanidad. Ahora le traía de regreso a la vida y su corazón dolía, un dolor afilado y cortante que le decía que no iba a ser fácil amarla, tenerla, pertenecerle. Nunca se libraría de ella. Nunca volvería a estar entero sin ella.

Había miedo en sus ojos, por eso se inclinó hacia delante otra vez y capturó sus labios, besándola suavemente, tiernamente. Se afanó en robar su corazón para reemplazar el que ella le había quitado. La luz oscilante de las velas se derramaba sobre ella, prestando a su piel un fulgor de raso. Jonas empujó hacia abajo el escote de la blusa para dejar una huella de besos hacia los cremosos montículos del pecho.

Cuando sus manos subieron para desabrochar los botones, ella las cubrió con las suyas, deteniéndolo. La besó otra vez.

– Está bien, cariño. Sé que esto es correcto, Hannah. Confía en mí.

Quería que ella le cediera su cuerpo. Que fuera de él. Que le perteneciera. Ahora y siempre.

Ella tragó saliva e inclinó la cabeza, besándole a su vez, relajándose contra él mientras empleaba algunos minutos permitiéndose a sí mismo disfrutar de la calidez de su boca aterciopelada. Ella gimió suavemente y el sonido atravesó su cuerpo entero. Las manos fueron a sus hombros, los dedos se clavaron en los músculos de él, como anclándose, abrazándole fuertemente contra ella. Profundizó el beso de nuevo, no queriendo perderla, sus manos alcanzaron otra vez los botones de la blusa. Instantáneamente las manos de ella estuvieron allí para detenerlo.

Aún con su cuerpo bramando, el cerebro se las ingenió para resolver el problema. Apoyó su frente contra la de ella, respirando a través del deseo, girando las manos para restregar los tensos pezones con los nudillos, a pesar de su resistencia.

– Siempre me han gustado tus pechos, Hannah. Sé que el imbécil de Simpson hizo que te cohibieras por ellos, pero eres perfecta para mí. Adoro el hecho de que te derritas en mis manos, tan suave e incitadora. Demonios, cariño, eres tan condenadamente sexy que voy a tener un accidente bochornoso si no me dejas tocarte. Tengo que hacerlo. No puedo esperar.

Lo miró a los ojos y debió ver el hambre cruda en su mirada. Tragó saliva e inclinó la cabeza, pero conservó sus manos sobre las de él, aunque aligerando su agarre.

Jonas tuvo cuidado con ella. Era tan delgada, tan frágil. Podía palpar sus costillas y sus vértebras, su delgada cintura, pero los senos habían rehusado perder sus curvas aún cuando ella casi se mataba de hambre a petición de su agente. Eran llenos, suaves y generosos y Hannah trataba de esconderlos del mundo.

Lentamente le desabrochó los botones, se sentía como si fuese la mañana de Navidad y desenvolviera el regalo que había esperado toda la vida. Sus dedos acariciaron la sensible y cremosa piel, haciéndola temblar cuando la tela se separó y se abrió para revelar los senos llenos, exuberantes. Su aliento quedó atrapado en los pulmones.

– Dios mío, cariño, eres hermosa. No podía imaginarme esto y tengo una buena imaginación en lo que a ti se refiere.

Le bajó la blusa por los hombros, dejando que la tela flotara hasta el suelo mientras desabrochaba el sostén. Antes de que ella pudiera protestar, capturó su boca otra vez, introduciendo la lengua en la oscura cavidad de su boca, sus manos moldeaban los senos posesivamente, acariciándole los pezones con los pulgares.

– Tengo que conseguir tenerte en la cama, donde te pueda mirar y pueda sentirte a mi lado.

No quería correr el riesgo de atemorizarla siendo ella tan tímida con su cuerpo. ¿Quién hubiera pensado nunca que alguien tan hermosa como Hannah pudiera tener una imagen tan pobre e inexacta de su cuerpo?

Se estremecía cuando la levantó y la llevó a la cama, recostándola, observando cómo se extendía el pelo sobre la almohada, los pechos empujando incitadores hacia su boca. La piel de ella brillaba como crema luminosa a la luz de vela. El corazón le latía pesadamente en el pecho y su cuerpo reaccionó con otra dolorosa sacudida, tensándose. Ella era como una fiebre en su sistema, tan ardiente que temía que si no la poseía sufriría una combustión espontánea, pero si le decía que no, si estaba demasiada asustada, se detendría. Pasaría los siguientes cinco años en una ducha helada, pero se detendría. El amor le hacía eso a un hombre.

Se arrodilló en la cama, recorriendo con sus manos la piel de raso, ahuecándole los senos, recorriendo sus costillas hasta llegar a la cinturilla de los vaqueros.

– Levántate para mí, corazón.

Enlazó la mirada con la de él, hizo lo que decía y consintió en que le deslizara los vaqueros y la ropa interior por las caderas demasiado delgadas, bajándolos por las largas y gloriosas piernas. Echó a un lado la ropa y se recostó sobre ella, cubriendo el cuerpo desnudo con el suyo, centímetro a centímetro, lenta y devastadoramente, hasta que estuvieron piel contra piel. Ella estaba caliente y tan condenadamente suave que pensó que su cuerpo se hundiría, se derretiría, directamente en el suyo.

Ella emitió otro pequeño gemido que le estremeció hasta los dedos de los pies. Jonas cedió a la tentación. Ella le ofrecía el cielo, y él la deseaba, quería que le perteneciera en cuerpo y alma. Tenía poca práctica y él estaba… bien… él sabía exactamente lo que estaba haciendo.

La besó repetidas veces, ahogándose en su sabor, maravillándose de que supiera tan dulce por todas partes. Su piel tenía una fragancia adictiva y se tomó su tiempo, lamiendo y mordisqueándole la barbilla y la garganta, bajando hasta los senos. Ella contuvo el aliento cuando sopló aire caliente sobre sus pezones. Se estremeció cuando su lengua formó remolinos y la provocó, dando golpecitos a los duros picos antes de que su boca se cerrara sobre la incitadora tentación.

Hannah se quedó sin aliento, su cuerpo arqueándose, los senos sensibles, las sensaciones claramente conmocionándola cuando él succionó, la boca caliente, los dientes raspando sobre la piel, tirando fuertemente de su pezón. Su respiración se volvió trabajosa, el pecho subía y bajaba rápidamente. Él levantó la cabeza para contemplar el festín, inhalando su perfume y notando con satisfacción las marcas de su posesión. La piel de ella era sensible y se marcaba fácilmente, los pequeños mordiscos color fresa sólo acrecentaron la creciente lujuria más allá de lo que alguna vez había conocido.

Lamió los pezones, observándole el rostro, el oscuro rubor, los ojos vidriosos. Deslizó la mano más abajo, sintiendo cómo los músculos se contraían en el vientre y luego se tensaban bajo su palma.

– Jonas…

Susurró tal vez en señal de protesta, pero él agachó la cabeza otra vez, tomando el pezón entre los dientes, rodeándolo y tirando suavemente, su lengua raspando sobre la punta hasta que ella jadeó y sus caderas se levantaron para él. Deslizó la mano hacia arriba entre sus muslos, en la acogedora humedad. El corazón le daba bandazos en el pecho. Su miembro se sacudió, hinchándose hasta que pensó que explotaría.

Sus ojos encontraron los de ella. Parecía tan deslumbrada y aturdida, tan absolutamente erótica allí, tendida con los dedos enredados en su pelo, una tímida confianza mezclada con sobresalto en la cara. Cubrió su monte de Venus, tan caliente que sintió la mano abrasada cuando le chupó el otro pezón, manteniendo su mirada fija en la de él. La cabeza golpeando en la almohada.

Deslizó un dedo dentro del cremoso calor y ella gritó su nombre, su apretada funda sujetándolo fuertemente mientras los músculos protestaban por la invasión.

– Está bien, cariño -la apaciguó-.Te he deseado desde hace tanto tiempo que creo que voy a tener que tomarme mi tiempo lamiéndote como a un caramelo. Te gustará, cariño, te lo prometo.

Besó su vientre.

– Tienes que confiar en mí, sólo relájate para mí.

Hannah clavó los ojos en su cara, arrasados de oscura sensualidad, los ojos de él estaban oscuros por el hambre y la miraban fijamente. Le clavó los dedos en los músculos abultados de los hombros mientras se preparaba a sí misma para las sensaciones que mecían su cuerpo. Estaba perdida en una tormenta de placer que se cernía sobre ella como una ola gigantesca. Le necesitaba- necesitaba algo- la fuerza aumentaba dentro de ella como un huracán. Temblaba y no podía detenerse. Dejaba escapar pequeños quejidos y no podía detenerlos tampoco.

La boca de él se movía sobre su vientre, la lengua lamía su ombligo, los dientes la mordían, el cabello acariciaba su piel sensible. Se quedó sin aliento de nuevo, casi cayéndose de la cama cuando sus manos le separaron los muslos. Observó su cabeza descender cada vez más, por debajo de sus caderas y se quedó congelada, incapaz de pensar. Sólo su cuerpo reaccionó.

– ¿Jonas? -No podría yacer inmóvil. Le ardían los pulmones, sin aire, y maldijo la unión entre sus piernas que quemaba.

– He esperado esto toda una vida, cariño, sólo dame un minuto. Necesito esto. Su voz era cortante, con un hambre oscura-. Eres mía ahora, Hannah. Y tu cuerpo es mío. Para adorarlo. Para jugar. Para usarlo. Para amarlo.

Era un hombre hambriento, adicto antes de haberla probado.

Sus manos le alzaron las caderas al tiempo que agachaba la cabeza y con la lengua daba un largo y lento lametón a la suave carne. Ella gimió y el aliento se detuvo en sus pulmones, el tiempo dejó de existir cuando empezó a hacer lo que había prometido: lamerla como a un caramelo. Su lengua empujaba profundamente dentro de su centro, provocando destellos que le serpenteaban por el cuerpo. Involuntariamente sus manos se aferraron a la colcha y la cabeza se meció adelante y atrás salvajemente. Él acariciaba y mordía, profundamente insertado y provocando su humedad. Se dio un banquete y la devoró.

Su cuerpo se contrajo tensándose más y más, un nudo de sensibles músculos estallaron mientras esa lengua lamía, acariciaba y succionaba. En su interior, cada secreto oculto, cada reacción íntima quedaron revelados. La cegaba de placer, la volvía loca, el fuego ardía tan caliente y tan fuera de control que ya no sabía quién era. Se oyó a sí misma llorando, implorando, mientras él la empujaba más y más alto.

– No puedo controlarlo…

Necesitaba detenerse, recobrar el aliento. La presión continuaba implacablemente, aumentando a través de su cuerpo. Sintió como si estuviera a punto de desintegrarse. Los brazos de él eran como bandas de acero, manteniéndola sujeta, mientras su boca encontraba el clítoris y succionaba. Gritó y su cuerpo pareció volar y hacerse pedazos. Destrozada. Se retorcía y balanceaba, incapaz de pensar, incapaz de saber si luchaba contra él o le suplicaba más.

Las sensaciones eran aterradoras, oleada tras de oleada, hasta que su boca la llevó a un segundo orgasmo. Mientras gritaba otra vez, él se colocó sobre ella, apartándole los muslos. Parecía tan sensual, tan famélico.

– No puedo, Jonas. Es demasiado.

– Sí, Hannah. Es lo que quieres, lo que yo quiero. Confía en mí para llevarte y traerte de vuelta. Déjame tomarte de todas las formas posibles.

No iba a sobrevivir si había más placer. Estallaría en un millón de pedazos y no habría forma de juntarlos, pero él parecía pecaminosamente sexy y ella quería lo que pudiera darle, no importaba cuán asustada estuviera. Se tragó el miedo y lo miró avergonzada.

– Tengo miedo de mí misma, no de ti, Jonas.

– Lo sé, cariño. Lo estás haciendo bien. No voy a detenerme y dejarte recobrar el aliento esta vez. Voy a llevarte directamente más allá del límite conmigo.

La respiración de Jonas era áspera, sus dientes se apretaron con fuerza y se movió. Sintió la gruesa cabeza de su erección presionando contra su entrada, ahora caliente y resbaladiza por la crema que él había sacado de su cuerpo. Entonces la estiró, la sensación fue casi una quemadura cuando presionó más profundamente, atravesando los apretados pliegues, forzando sus músculos a acomodarle. Le sentía grueso, demasiado grande, imposible que entrara en ella, y entonces empujó fuerte y profundo, atravesando la delgada barrera, entremezclando dolor con placer cuando las terminaciones de sus sensibles nervios gritaron de necesidad. Destruyó su control con aquél duro empuje, luego comenzó a sacarla de la realidad hacia un éxtasis enloquecedor.

Jonas trató de recobrar alguna semblanza de control, pero el cuerpo de ella sujetaba el suyo como un apretado puño de terciopelo, tan caliente como para abrasar. Apoyó las manos junto a sus hombros, su cuerpo cubriéndola, e inclinó la cabeza. Su boca tomó la de ella y empezó a introducirse rítmicamente a través de los músculos interiores tan tirantes y renuentes, que le sujetaron cuando se zambulló más y más profundo.

Hannah estaba sin aliento, sus caderas se elevaban para encontrar cada empuje. Los poderosos golpes la condujeron más alto, más cerca de la liberación que él quería darle, aunque la retuvo, obligándola a llegar juntos al final.

Separó la boca de la suya, respirando profundamente, empujando más fuerte, sintiendo los músculos femeninos calentarse, transformándose en seda viva, pulsando a su alrededor. Ella se agitó más fuerte bajo él, debatiéndose entre luchar o atraerlo más cerca. Murmuraba algo, un pequeño grito de alarma, clavándole las uñas profundamente.

Hannah no estaba preparada para el doloroso placer que arrasaba su cuerpo, la presión que crecía y crecía hasta que se encontró luchando por respirar. Cada empujón la hacía perder el control y desenfocaba su visión. Por encima de ella, Jonas era el epítome del pecado carnal, el pelo húmedo, la cara tallada por las líneas de la pasión, el aliento áspero mientras su cuerpo montaba el de ella más duro y más profundo, tan profundo y caliente que quería… no, necesitaba… deshacerse.

El le elevó las piernas sobre sus brazos, sus caderas empujaron aun más profundo hasta que los músculos pulsaron alrededor de él, estrechándole fuertemente, apretando hasta que soltó un ronco grito y el mundo alrededor de ella se volvió negro y después se llenó de colores. La explosión desgarró el cuerpo de ella, una tormenta de tal intensidad que ya no pudo gritar más. Los múltiples orgasmos la atravesaron, uno tras otro, aumentando en fuerza, los espasmos de su cuerpo rodeando el de él.

Jonas no podía contenerse con el cuerpo de ella ondeando y pulsando a su alrededor como un puño caliente y sedoso. Su liberación llegó con un placer rudo y violento, bramando imparable desde los dedos de los pies y derramándose desde su cabeza para enfocarse en su ingle. Sintió una cálida pulsación tras otra en su interior, llenándola, acrecentando las ondas del clímax hasta que ella se arqueó, enviando otro relámpago de placer que le atravesó. Colapsó sobre ella, su respiración era dificultosa, los pulmones le ardían y el cuerpo le temblaba. Se enjugó el sudor de la frente y trató de calmar el golpeteo de su corazón. Nada había sido nunca tan bueno.

Jonas se retiró a regañadientes y rodó fuera de ella, arreglándole la manta alrededor. Hannah yacía débil junto a él, con los ojos aturdidos, su esbelto cuerpo laxo, pero la mano de él en su abdomen confirmaba que los temblores secundarios todavía ondeaban a través de ella.

– ¿Estás bien, cariño?

– No lo sé. -Sus dedos se encontraron-. ¿Lo estoy?

Él sonrió abiertamente.

– Oh, sí, cariño. Eres tan maravillosa que se necesitaría encontrar una nueva palabra para describirte.

– Eso da un poco miedo.

La había poseído. No había vuelta atrás. Ella pensaría en él, en su boca, sus manos, su cuerpo, cada vez que se acostara en la cama. Su cuerpo cantaba para él, se deshacía por él.

– No era consciente de que había estado perdiéndome algo tan espectacular.

Jonas frunció el ceño y se dio la vuelta, rodeando con el brazo su cintura.

– Sólo recuerda a quién perteneces, Hannah. No quisiera tener que disparar a alguien, o estrangularte.

Hannah se inclinó para besarle el hombro.

– ¿Por qué ibas a estrangularme?

– Es una muerte mucho más personal.

– Has sido policía demasiado tiempo. -Tiró de la sábana más arriba para cubrirse los senos-. No puedo moverme.

– No tienes que moverte. Tan sólo duérmete. Cuando nos despertemos, te mostraré algunas otras cosas muy intrigantes que podemos hacer.

– ¿Hay más? No puede haber más. -Bostezó y se acurrucó más cerca de él-. Tengo que tomar un avión por la mañana, Jonas. Sabes que hay cuatro horas en coche hasta el aeropuerto.

– Toma otro vuelo más tarde.

– Mmm. Tal vez.

Apenas podía hablar, y mucho menos moverse, y la idea de un viaje en coche de cuatro horas y un viaje adicional en avión hasta la Costa Este era desalentador. Y necesitaba un baño caliente para apaciguar su dolorido cuerpo.

– Creo que me has agotado.

Instantáneamente él cambió de posición, su brazo rodeando las caderas de ella, la mano apartando la sábana de su cuerpo para inspeccionarla.

– Perdí un poco el control, Hannah. Debería haber sido bastante más suave tu primera vez. Espera, cariño, te prepararé un baño.

Había marcas en sus muslos, en los senos e incluso en el abdomen.

– Y mejor me afeito. Tienes abrasiones de mi barba en la cara.

Y en el interior de los muslos, pero no iba a ser ella quien lo mencionara.

– No estoy segura de que pueda tomar un baño ahora mismo -admitió-. Quedémonos aquí y contemos las estrellas.

Agitó la mano y las velas se apagaron. Una segunda onda abrió las puertas francesas para dejar entrar la noche.

Al momento la brisa enfrió su cuerpo y Jonas la atrajo más cerca para mantenerla caliente. Era asombroso sentirse en paz. El cuerpo relajado. Ella le pertenecía. Se había entregado a él y Hannah nunca hacía las cosas a medias. Había sentido miedo, pero su pérdida de control no la había ahuyentado. Había aceptado su necesidad física de la misma forma que aceptaba su temperamento y su arrogancia.

Deslizó la mano bajo de la manta y dejó que su palma, con los dedos extendidos, vagara posesivamente sobre su cuerpo. Suyo. La saboreó en su boca, la respiró en sus pulmones, había estado dentro de su cálida y sedosa funda. Si existían los milagros, él estaba viviendo uno. Ella no protestó por su tacto, pero volvió la cabeza y le miró. Le mantuvo la mirada, no quería apartar la vista mientras exploraba cada centímetro cuadrado de su increíble piel. Caliente y suave como nada que hubiera experimentado alguna vez.

– Adoro que seas mía -susurró y apartó con la nariz la sábana de sus pechos para poder disfrutar del panorama.

Deliberadamente permitió que su mano se moviera más abajo. Sintió que los músculos del estómago se contraían cuando sus dedos la acariciaron. Ella se tensó cuando cubrió el pubis, descansando allí la mano, dejándola acostumbrarse a sentir su posesión. Quería tocarla así siempre que lo deseara. Quería que se abriera para él, amándole, ofreciéndose, y más que cualquier cosa, quería que ella sintiera lo mismo a su vez.

No hubo un "si" estaban juntos. Lo estaban. Le había dejado eso claro antes de hacerle el amor, y quería que ella se diera cuenta de que era un hombre físico. Habría caricias, montones de ellas. Sus curvas, su cuerpo, le pertenecían a él y el de él a ella. No estaba tonteando con ella, la amaba. Necesitaba que ella sintiera la diferencia.

Sus pezones se endurecieron con el aire fresco de la noche e inclinó la cabeza para lamer uno de ellos. Sintió al instante como respuesta el líquido caliente contra su palma y deslizó un dedo dentro de ella. Estaba tan tensa como antes, sus músculos le agarraban con fuerza, seda caliente lista para él. Restregó la cabeza contra la piel suave, parpadeando por la emoción que amenazaba con desbordarle.

Hannah estaba completa y totalmente relajada bajo su mano y no hizo ningún movimiento para rechazar sus avances. Podía estar un poco nerviosa, pero estaba abierta a lo que él quisiera hacer. Eligió besarla. Adoraba su boca. Disfrutó de su sabor, de la respuesta que obtuvo de ella.

Cuando levantó la cabeza, ella le rodeó con los brazos y le atrajo de regreso a su lado.

– Duérmete, Jonas. Aquí, conmigo.

Se giró, tirando para ponerla encima de él para que su cuerpo caliente estuviera recostado sobre suyo. La arropó con un brazo y extendió la sábana sobre los dos.

– Así, Hannah. A mi lado, sí.

Con el brazo le rodeó la cintura y ella se acurrucó contra él, acomodando el cuerpo sobre el suyo, los senos presionando firmemente contra su piel, la cabeza en la almohada junto a la de él.

Jonas se quedó dormido con la mano ahuecando su nuca. Hannah yacía sobre su pecho, escuchando su respiración, muy consciente de esa mano. Su cuerpo todavía zumbaba, aún cantaba. Durante un momento, cuando él estaba dentro de ella, había sabido exactamente dónde quería estar. Adoraba su tacto. Le había dado un susto mortal obligándola a ir más allá de donde alguna vez pensó que pudiera ir, pero confiaba en Jonas con su cuerpo y le había dado todo lo que él había exigido.

Así era Jonas. Le acarició el pelo con pequeñas caricias. Exigía mucho. Siempre lo hacía. Pero algunas veces, era muy vulnerable y se dio cuenta de que ella tenía igual poder en esta relación. No había esperado eso. Él era tan vulnerable a ella como ella lo era a él. Únicamente actuaba de forma arrogante y mandona, pero en el fondo porque le importaba, él tampoco quería perderla.

Tenía que irse a Nueva York, el contrato había sido firmado hacía un año, pero después le contaría a Jonas la verdad. Ya había informado a su agente que se retiraba. No había aceptado nuevos trabajos en los últimos meses, iba simplemente a cumplir con los contratos que ya había firmado y luego viviría en Sea Haven y esperaba estar con Jonas y empezar una vida enteramente nueva.

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