CAPÍTULO 16

– ¡Jonas! Jonas, baja aquí -llamó Sarah justo desde el exterior de la puerta.

Jonas masculló una ofensiva protesta lo suficientemente fuerte como para que parara de golpear la puerta. Cuando oyó que se desvanecía el ruido de los pasos de Sarah abajo en el vestíbulo, se dio la vuelta, llevándose la mayor parte de las sábanas con él, gimiendo cuando el sol le golpeó en la cara a través de la ventana.

– Nena, nos está llamando.

– Te está llamando a ti, no a mí -dijo Hannah-. Todavía estoy dormida. -No es que hubiera logrado dormir algo con Jonas acariciándola y dándole pequeños mimos en la espalda toda la noche.

Quedarse en la cama al lado de Jonas tocándola había sido una lección de frustración. Ciertamente había aprovechado cada oportunidad para tocarla, dejándola con los nervios de punta y el cuerpo hipersensible. No podía contar cuántas veces sus manos habían pasado rozando su trasero. Su almohada de alguna manera había logrado estar a la altura exacta de sus pechos, así es que había estado una gran cantidad de tiempo respirando aire caliente sobre sus pezones, su boca a unos centímetros de su carne tensa.

Desesperadamente, y para evitar rogarle, se había dado la vuelta, manteniéndose de espaldas, y él inmediatamente amoldó su cuerpo alrededor del suyo, presionando su gruesa erección apretadamente contra su trasero mientras su mano se metía con mucha naturalidad directamente bajo su pecho. En el momento en el que pensaba que podía quedarse dormida, su mano se trasladaba, los nudillos pasaban rozando la parte inferior de su pecho, y una relampagueante sacudida crepitaba a través de su sistema entero tensando sus músculos. Nunca en su vida se había sentido así de tensa, pulsando con calor y deseo.

Era suficiente para enfurecer a cualquier mujer y Hannah no era una Santa. Levantó la cabeza para mirarle.

– Vete y déjame dormir. -No había dormido ni diez minutos-. Se supone que estoy descansando y que mantienes mis pesadillas bajo control.

Su abierta sonrisa fue lenta y erótica. Se inclinó y volvió a besarla suavemente en los labios.

– Después cumplí con mi trabajo. No tuviste pesadillas. No me he olvidado que vamos a salir esta noche. Me he propuesto ir a la oficina y trabajar un poco. Ver las cintas de la muchedumbre otra vez. Jackson trata de enterarse si alguien ha desaparecido.

– Simplemente un día normal en el trabajo. Descubriendo a quién trata de matar a tu novia.

Saboreó la palabra y se sintió extraña. Novia. Nunca había sido la novia de alguien.

– ¿Te hace eso mi novio? -Se rió suavemente de su expresión.

– No soy un niño, Hannah, soy un hombre viril.

Su risa subió de súbito un grado.

– Un hombre viril encantador.

– Ríete, nena. -Giró sobre su parte superior, capturándole ambas muñecas y apretándoselas de golpe contra el colchón a ambos lados de su cabeza-. Pero voy a recordarlo y a vengarme.

Ante su acción repentinamente agresiva, su corazón golpeó a un compás temerario y su cuerpo entero cantó. La tenía tan excitada con su manoseo de toda la noche que la sangre le martilleaba en las venas aliándose con el punto bajo e inmoral dentro del cuerpo. Sus piernas le dieron una patada a las suyas con el fin de apartarlas y encajar sus caderas entre los muslos. Él tiró de su lóbulo con los dientes, lamió el golpeteo del pulso de su cuello y le besó el brillante chupetón que le había hecho allí la noche antes.

Casi podía ver el arco de electricidad entre ellos. Ella sin duda lo sentía. Se quedó con la mirada fija en su ardiente boca, seductora y se sintió débil al mirarlo. Increíblemente, ella le podía saborear y además la estaba mirando, su hambrienta mirada recorriendo posesivamente su cara. Un urgente calor líquido inundó un punto bajo y malvado dentro de su cuerpo en respuesta. Cuando su pecaminosa boca cubrió la suya, se olvidó completamente del cuerpo y del por qué no iba a hacer el amor con Jonas Harrington.

Cerró los brazos a su alrededor, los labios derritiéndose bajo los de él, las manos encontrando su pelo y arrastrándole más cerca. Los destellos de fuego batieron a través de su cuerpo, mientras su lengua acariciaba a lo largo la de ella exigente. Sexualmente no tenía dudas acerca de Jonas. Tomó lo que quiso y se aseguró que ella también lo quería.

– Buenos días -murmuró.

Ella tragó saliva, absorbiendo la oscura lujuria en su voz. Había algo embriagador en aquel sonido, áspero, ronco y seductor, que caía y gateaba por su columna vertebral, hacía que los pechos le dolieran y alentaba a sus músculos, ya excitados y calientes, apretándose con necesidad. Apenas podía respirar a través de la excitación, el interior de los muslos tan sensitivos que cuando él se movió, sintió el centro más femenino comenzar a pulsar y ondear en respuesta.

– Jonas, de verdad, siento molestarte, pero tienes una llamada telefónica. Cógela -insistió Sarah.

Si había sonado el teléfono, no lo había oído. Todavía tendido sobre ella, trató perezosamente de alcanzar el teléfono.

– Harrington.

– Duncan Gray, Jonas. Ésta es una línea segura. Quería informarte de que Boris Tarasov trató de rescatar a su hermano hace dos noches. Se enteraron dónde se encontraba retenido y cuando lo trasladaríamos. En el tiroteo, recibió disparos y está en estado crítico.

– ¿El traidor?

– Todavía no, pero estoy estrechando el cerco.

– Gracias por la información, Duncan.

Hannah parpadeó mientras él colgaba el teléfono.

– ¿De qué iba todo eso?

– Un viejo caso, nada de especial importancia. -Arrastró besos por su cara hasta la comisura de su boca.

– ¿Estás seguro? Tus marcas de preocupación están de regreso.

– ¿Están? No son por este caso. Las personas en custodia y eso ya no tienen nada que ver conmigo. Estoy al margen de esa línea de trabajo para siempre -y así era. Por primera vez, se dio cuenta que oír la voz de Duncan Gray no le había hecho sentirse culpable. No le había hecho sentir como si necesitara salir y librar al mundo del mal. Era un hombre con una mujer a la que atesoraba, y estando con ella, asegurándose de que estaba a salvo, de que su familia estaba a salvo, era suficiente para él. Podría ser el sheriff y volver a casa por la noche y estar satisfecho.

Sonrió abiertamente a Hannah.

– Soy feliz, nena, y lo has hecho tú sola.

Sarah aporreó la puerta otra vez.

– ¡Jonas! Jackson ya está aquí para recogerte. Dice que has convocado una gran reunión y que ya llegas tarde. -Le dio al mismo tiempo un golpe más fuerte a la puerta-. Y no vuelvo a subir. No soy tu mensajera.

Jonas suspiró, rozó otro beso sobre los labios temblorosos de Hannah, sus dientes tirando de su desconcertante labio inferior.

– Gracias, Sara. Bajaré enseguida. -Se levantó para sentarse, los músculos de su espalda ondearon bajo su piel-. Estaré en casa esta tarde para recogerte, nena. Saldremos a hurtadillas de aquí y pasaremos un buen rato. No pienses demasiado. Simplemente descansa. Libby dijo que necesitas un montón de descanso.

Sin previo aviso se volvió hacia ella, subiendo su camiseta sin mangas, exponiendo su estómago suave y el rayado entrecruzado hecho por el cuchillo, doblando su cabeza y presionando un beso justo debajo de su ombligo. Su lengua se sentía como un raspador de terciopelo cuando delineó una de las líneas conduciéndose hacia abajo, bajo la delantera del pijama, junto a las caderas.

Hannah se quedó sin aliento, su estómago se tensó con fuerza, y entre sus muslos, el calor húmedo crepitó y se encendió, demandando satisfacción.

Su sonrisa fue de pura confianza, sus ojos intensos con deseo, su boca emocionada con una oscura lujuria.

– Te veré esta noche, nena. -Había seducción en su voz, una cruda promesa de excitación.

Hannah se dio la vuelta, llevándose las sábanas con ella, escondiendo su cuerpo y tratando de desacelerar su respiración mientras el ruido de sus pasos se extinguía afuera. Jonas Harrington podía provocar más pasión en ella en tres segundos que cualquier otro hombre en toda una noche.

Hannah gimió y se puso derecha, el cuerpo vibrando, los pechos también sensibles, y el dolor entre las piernas creciendo con fuerza cuando pensó en él. Entonces, de acuerdo, tendría que revisar un poco la manera de pensar.

Escaleras abajo podía oír a sus hermanas dando vueltas y enderezó los hombros. Hoy iba a ser diferente. Hoy iba a actuar con normalidad y tomar buenas decisiones basadas en lo que quería hacer, no lo que todo el mundo pensaba que tenía que hacer. Hoy iba a ser el principio de la nueva Hannah Drake.


Hannah pasó la mayor parte de la mañana y la tarde asegurándoles a sus hermanas que era capaz de hacer los quehaceres domésticos y cocinar. Descubrió que Libby tenía razón, parecía que tenía menos energía y a menudo tenía que descansar, pero tan pronto como podía, regresaba y hacía los quehaceres normales de la casa, interactuando con sus hermanas lo máximo posible.

Planeó una cena para sus hermanas, si bien sabía que Jonas la llevaría a un picnic nocturno. La mayor parte del día logró abstenerse de pensar constantemente en el ataque. Antes le había consumido cada pensamiento de vigilia, pero estaba feliz de haber logrado reemplazar el temor y el miedo por la anticipación de ver a Jonas y la idea de que realmente podía ser lo suficientemente valiente como para seducirlo.

Todo el tiempo, era consciente de que los reporteros y la muchedumbre no se habían ido. Había un poco menos, pensó, pero podría oír al Reverendo RJ gritando y una vez, cuando recorrió con la mirada el exterior por la ventana, vio que se había subido a un taburete pequeño y agitaba sus brazos en derredor como si diera un sermón con su voz teatral.

– Oye, chica, soñando despierta otra vez -dijo Joley-. Pareces enferma de amor y eso está sencillamente mal. No puedo entenderlo, Hannah. -Hizo una mueca a los contenidos del frigorífico-. Y si realmente te enamoras locamente de Jonas, entonces ¿qué va a ocurrirme? ¿Y a Elle? Dijiste que no estabas a punto de caer como nuestras hermanas mayores. Hicimos un pacto, ¿recuerdas?

– Quítate del frigorífico. Te haré la cena. -Hannah cerró la pesada puerta y se apoyó contra ella-. Hice el pacto contigo y con Elle, pero no pensé que tuviese una oportunidad con Jonas. No pensé que le interesase.

Joley puso los ojos en blanco.

– Te quiero, Hannah, pero en lo que se refiere a hombres no sabes nada.

– ¿Y tú sí?

– Sé lo suficiente como para mantenerme lejos de ellos. ¿Qué narices es todo ese alboroto ahí fuera? -Se dirigía ya a la sala de estar, donde podría mirar con atención afuera por la gran ventana panorámica.

Sarah apartó la mirada de la revista que leía.

– Sepárate de allí, no querrás darle a cualquiera de ellos esa satisfacción.

– Ese horrible hombre, el Reverendo algo, está plantado allí delante de las cámaras otra vez, Sarah -siseó Joley, apretando los dientes con fuerza-. ¿No le puede arrestar Jonas?

– ¿Por qué? ¿Por predicar? Eso se vería precioso en las noticias. Perdería su empleo, el Reverendo le demandaría y habría más publicidad. Justo ahora mismo está absorbiendo la prensa y están tan aburridos ahí fuera que harán cualquier cosa por una historia.

La ceja de Joley se elevó rápidamente.

– ¿Tú crees?

– Lo sé. -Sarah bajó su revista cuando el tono de Joley atrapó su atención-. ¿Qué estás pensando, Joley? No hagas ninguna locura. -Cuando Joley la ignoró y continuó mirando por la ventana, Sarah puso la revista en la mesa al lado de su té, realmente alarmada.

– Hannah -llamó, metiendo su cabeza en la cocina-. Dile algo a Joley o vas a tener que detenerla. Nunca escucha a nadie más.

Hannah se secó las manos en un paño y siguió a Sarah.

– ¿Qué pasa, cariño? Y quítate de la ventana antes de que un fotógrafo obtenga una foto de ti.

Joley se encogió de hombros.

– ¿Qué es una foto más? Al menos esta vez será por un buen motivo. Ese Reverendo idiota está allí fuera usando el ataque contra ti para predicar a todo el mundo acerca de las consecuencias del pecado.

Hannah se inmovilizó.

– ¿Está hablando de mí? ¿Estás segura? ¿Dónde está Jonas?

Sarah puso el brazo alrededor de la delgada cintura de Hannah.

– No hay necesidad de preocuparse. No parece tener interés en entrar aquí a dirigirnos la palabra a ninguna de nosotras. Quiere su momento de fama ante las cámaras de televisión y la prensa.

Hannah se mojó el labio inferior con la lengua.

– Él es un baboso, Joley, no un autentico predicador. Fundó su iglesia con el objeto de atraer personas con engaños para quitarles su dinero y se acuesta con cada mujer de su pequeño rebaño enfermo. Es asqueroso. Lo sé, porque le toqué. Me sentí sucia durante una semana. Mantente lejos de él, Joley.

– ¿Jonas sabe cómo es el Reverendo? -preguntó Sarah.

– Sí, hemos tenido un par de conversaciones acerca de él.

– Y el Reverendo, ¿es consciente de lo que sabes, Hannah? -preguntó Sarah, con sospecha en la voz.

Hannah pasó ante la ventana y, poniéndose a un lado, echó una rápida ojeada afuera. El Reverendo estaba rodeado y gritaba su sermón, la voz tronando sobre el populacho ensalzando los méritos de la búsqueda del perdón arrodillándose y evitando a las rameras del mundo.

– Es un cliché -siseó-. Simplemente debería salir allí y debería decirle al mundo lo que realmente es.

– Hannah, no te atreverás a hacerlo. En primer lugar, no tienes pruebas. Te podría demandar por hacer ese tipo de acusaciones.

– Son ciertas.

– Verdadero o no, tienes que tener pruebas.

– ¿Así que a él le gustan las mujeres? -aventuró Joley y se marchó dando media vuelta antes de que Hannah pudiera decir nada. Corrió a toda velocidad escaleras arriba.

– Hannah -insistió Sarah, antes de que pudiera seguir a Joley-. ¿Te enfrentaste al Reverendo? ¿Lo hiciste, o no?

– Protestaba en cada acto al que iba. En el caso de que no fuera el Reverendo personalmente, tiene cuatro o cinco hombres que viajan con él y protestaban. No iba dirigido contra un diseñador, ni contra las pieles, sino contra mí personalmente. Mi agente tuvo miedo de que perdiéramos contratos si él continuaba atrayendo publicidad negativa. Tanto que, le fui a visitar con la idea de que una vez que me conociera, vería que no soy la hija del diablo.

– ¿Y? -preguntó Sarah, apretando los labios con fuerza.

Hannah suspiró. Lo de los labios era siempre un mal signo con Sarah.

– Bien, al final creo que justamente le probé que era la hija del diablo, leyendo su mente y dejándole saber que me daba asco. -Miró hacia arriba cuando Joley volvió a bajar corriendo las escaleras y fue directamente a la puerta principal-. Oh, no. Sarah. Detenla.

Joley estaba vestida con unos ajustados jeans, amoldándose a sus caderas y resaltando la forma de su adorable trasero. Su ajustado top rosa abrazaba la curva llena de sus pechos y terminaba en su pequeña cintura, mostrando una intrigante tira de su plano vientre. Una lluvia de oro brillaba con intensidad justamente debajo de su cintura y por encima de sus pantalones vaqueros. La forma en que iba vestida gritaba sexo. Su pelo era salvaje, intenso, con sus labios haciendo pucheros de un rojo oscuro como una sirena. Simplemente no caminaba, fluía, toda exuberantes y suaves curvas y el pelo azotado por el viento. Era la tentación envuelta en informal elegancia.

La muchedumbre en la cerca se volvió loca, gritando y haciendo gestos con las manos. Las cámaras volvieron la espalda al Reverendo y enfocaron su atención sobre ella.

Joley hizo gestos con las manos y caminó hacia ellos, hacía de cada paso una respuesta para los sueños eróticos de los pervertidos.

Hannah agarró firmemente la mano de Sarah.

– Va a provocar un disturbio. ¿Dónde están los de seguridad? Matt no está aquí y ni Aleksandre o Damon.

– Joley puede manipular a una multitud. -La reconfortó Sarah, rezando silenciosamente por que fuera cierto.

El Reverendo RJ, dándose cuenta que estaba perdiendo su entrevista, levantó sus manos al cielo y gritó más fuerte para que el Señor perdonara los pecados de Hannah Drake, desfilando su cuerpo, pavoneándose alrededor deliberadamente para tentar a los hombres para que pecaran y atrayendo a otras mujeres para que se pusieran las ropas de la tentadora.

Joley fue derecha hacia él, mostrando en cada centímetro sexo y pecado, su fragancia envolviéndole en la tentación deliberadamente. Enseñó sus perfectos dientes blancos y agitó sus largas pestañas.

– ¿Reverendo RJ? Soy Joley, la hermana de Hannah. -Le tendió su mano, su voz con entonación baja, el ritmo hipnótico, fascinante incluso. Descendió otra octava a fin de que sonase exuberante y tentadora-. Es tan dulce por su parte rezar por su alma.

El Reverendo abrió la boca, pero nada salió. Joley a menudo tenía ese efecto en los hombres. Él deslizó la mano en la suya y ella acarició con la yema del pulgar el dorso de su mano, leyéndole, leyendo sus pervertidos pensamientos y sus secretos más oscuros, aun así ella le dio un estremecimiento.

Joley ignoró la acometida de recuerdos y se concentró en sus pervertidos pensamientos. No podía dejar de pensar en sus pechos y le gustaba su cadena. En su mayor parte sus pensamientos eran todos acerca de lo que a él le gustaría hacerle a ella. Le dedicó una lenta sonrisa, seductora, que hizo reaccionar a su cuerpo y correr a su mente.

– Eres tan compasivo por preocuparte por el alma de mi hermana. -Se movió, una suave ondulación de su cuerpo, lo suficiente como para hacer alarde de sus exuberantes curvas sin parecer que hacía otra cosa. Fue bastante sencillo amplificar los micrófonos para que cuando el Reverendo hablara, ella interfiriera la emisión y de esa manera sólo se oyera la lujuria y la excitación en su voz.

Le sonrió, su sonrisa una seductora invitación.

– Es una lástima que a ti no te gusten las mujeres, eres un hombre guapo y nosotros podríamos… -Se encogió de hombros, dejando que su cuerpo apenas se deslizara contra el de él, los dedos escapándose de los de él casi a regañadientes. Antes de él pudiera responder a su alegación, se acercó un poco más para que su respiración calentase su oreja-. Parece que podrías salvarme incluso a mí.

Él reaccionó visiblemente, un temblor de excitación pasó a través de su cuerpo. Ella inclinó la cabeza, la mirada manteniendo la suya, tanto que por un momento fueron las únicas dos personas allí. Su voz era un suave susurro.

– Te gustan los juegos, ¿verdad?

La estaba imaginando a su merced, atada y aceptando cualquier cosa que él le diera, mientras predicaba que era por su bien. Aumentó su imaginación, dejándole saborear el poder que tendría sobre ella.

Se relamió los labios y la protuberancia en sus pantalones creció.

– Podríamos explorar posibilidades si quieres salvarte.

– ¿Piensas que podrías salvarme? He hecho cosas. -Entonó su voz un grado más bajo e insinuó todo tipo de cosas pecaminosas, malvadas y muy sexuales.

El Reverendo tragó saliva varias veces.

– Podría salvarte, hija.

Esta vez cuando ella dio un paso más cerca, los pechos rozaron su pecho y luego se alejó otra vez, sus labios en un seductor puchero.

– ¿Qué harías? Dime. Dímelo ahora mismo.

Su mano se deslizó hacia abajo por su pecho y su barriga, deteniéndose abruptamente en la parte delantera de sus pantalones, los dedos tocando ligeramente y luego alejándose.

Él tragó saliva, las imágenes en su cabeza venciendo todo lo demás. Trató de alcanzarla, sus manos se colocaron alrededor de sus brazos, clavándole profundamente los dedos.

– Tendría que atarte para no dejar que el diablo te atrapase. Se enfrentará a mí por ti. Entiende cuan necesario es.

Ella pestañeó para él, con cara de niña, sus ojos ardientes de deseo por él. Podía saborearla, sentirla ya. El Reverendo se olvidó de sus hombres, que trataban de separarle de las cámaras. Había aprobación en sus ojos, necesidad por ella. Le dejaría porque él tenía el poder.

– La flagelación es bella en una mujer y algunas veces es la única forma.

– Tengo un montón de pecados -dijo ella. Su mano arrastrándose por su pecho, la mirada todavía trabada con la de él-. ¿Te sentiré profundamente en mi interior? -ignoró a sus guardaespaldas tal como lo hacía él.

– Oh, sí. -Inclinó la cabeza, apenas capaz de respirar de tanto desearla-. Te follaré hasta enloquecerte. Te haré gritar. Estarás preciosa con la sangre corriendo por tu espalda y tus pechos y tu culo. -Estaba tan fascinado, estaba completamente ajeno a que hablaba en voz alta.

Joley escogió ese momento para dar un paso a un lado para que las cámaras pudieran captar la imagen perfecta de un hombre muy pervertido codiciando a una mujer.

– Dices muchas majaderías, Rev, pero dentro de ti eres un bastardo enfermo. Básicamente, ¿dices que para salvarme el alma, tienes que desnudarme, atarme, flagelarme y luego matarme? Caray. Retorcido. Pero no, gracias.

Callado bajo el hechizo de su voz y cuerpo, el Reverendo contempló las cámaras parpadeando, su mano tratando de alcanzarla mientras se alejaba andando.

Joley se lo quitó de encima, frotándose las manos en los muslos.

– Me repugnas. Vas tras el sexo, puro y duro, y te gusta lastimar a las mujeres. ¿Te pones así? ¿Lastimando a las mujeres? ¿Sabes por qué? Porque no se te levanta de ninguna otra forma.

El guardaespaldas más alto la golpeó de vuelta con una mano en su pecho mientras ellos agarraban al Reverendo, separándole de su hipnótica voz, apartándole protectoramente de un empujón detrás de ellos.

Joley se tambaleó y casi se cayó, pero se frenó. Deliberadamente pasando su lengua a lo largo de sus labios, le envió al Reverendo otra seductora sonrisa.

– ¿Piensas que mi hermana es el demonio? Estabas equivocado.

– Puta. -El más alto de los guardaespaldas del Reverendo se abalanzó sobre ella otra vez.

Joley esperó, preparada, el golpe. Quería que el hombre la agrediera. Se vería tan maravilloso para las cámaras y haría aún más daño al Reverendo que ya tenía gravemente dañada su reputación.

Antes de que su puño pudiera aterrizar, Ilya Prakenskii dio un paso entre ellos, un flujo de músculos y coordinación, su mano atrapó el puño en el aire y lo detuvo. El hombre cayó de rodillas con agonía en la cara.

Joley dio un paso atrás, una mano yendo a la garganta en un gesto defensivo cuando sintió el aumento de la candente y negra energía de la cólera, pulsando en el aire.

– No le mates -murmuró-. Ilya. No lo hagas.

El ruso volvió la cabeza, su mirada al rojo vivo encontrándose con la de ella.

– Entra en la casa ahora -ordenó con los dientes apretados.

Cada vestigio de color desapareció de la cara de Joley, pero cambió de dirección y volvió rápidamente a la casa, directamente en los brazos de Hannah.

– Está bien, nena, estoy aquí -la consoló Hannah.

– Me siento tan sucia. Incité tanto a ese hombre a atacar y luego Ilya vino. No sabía que estaba allí. No le sentí, y vio todo lo que hice. -Joley, que nunca lloraba, se echó a llorar.

– Alguien tenía que detener a ese horrible hombre.

La puerta se abrió de golpe e Ilya Prakenskii se paró allí, sus hombros anchos llenando el espacio. La habitación pulsó con negra furia. Dio dos largas zancadas y ondeó la mano detrás de él. La puerta se cerró golpeando ruidosamente.

– ¿Estás deliberadamente tratando de que te maten? -Ignorando a Hannah y Sarah, tiró bruscamente de Joley sacándola de los brazos de Hannah y la hizo volverse para confrontarle-. Porque ese hombre no es simplemente un pervertido, es peligroso, y has debido saberlo en el momento en el que le tocaste. Le destruiste en televisión en directo. ¿Qué diablos estabas pensando?

Joley se mordió fuertemente los labios para tratar de dejar de llorar. La humillaba que Prakenskii la hubiera cogido en tal momento de debilidad. Puntualizó cada palabra con una dura sacudida y quiso liberarse y escupirle a la cara, pero tenía razón. Tenía toda la razón y había tocado a un monstruo y eso la disgustaba.

– Nikitin lo vio todo. Está obsesionado contigo, también. ¿Qué piensas que será lo primero que me diga cuando estemos solos? Va a querer al hijo de puta que te golpeó muerto. Maldita sea, Joley. ¿Es que nunca piensas antes de actuar?

– Lo hizo por mí -dijo Hannah, dando un paso cerca de su hermana menor-. Me protegía.

– Usó su voz y su cuerpo con él. Se obsesionará y no se irá. -Ilya soltó a Joley después de una dura sacudida más, frustrado y alejándose de ella, pasándose la mano por la cara.

– Si tu voz hubiese sido tomada por el micrófono, obsesionarías a más de uno. ¿Qué diablos te pasa?

– Tal vez fue un poco impulsiva -la defendió Hannah-, pero fue con buena intención.

– ¿Igual que cuando se hizo pasar por Libby? Medio mundo piensa que está metida en retorcidas orgías sexuales y la otra mitad está obsesionada con ella, son peligrosos.

Joley se limpió los ojos y levantó la barbilla con expresión terca, desafiante.

– Tal vez estoy metida en retorcidas orgías. No es asunto tuyo si lo estoy.

Él siseó.

– No me empujes ahora mismo, niñita. O te encontrarás sobre mis rodillas ante los ojos de tus hermanas. Estoy furioso contigo.

– No te atreverías. Te detendría.

– No, Joley, no lo harías. Ambos lo sabemos, así es que da marcha atrás y déjame despotricar acerca de esto como te mereces. Pero te lo advierto -se acercó más a ella-, la próxima vez que hagas algo tan tonto, tan peligroso, voy a darte una lección que nunca olvidarás.

Se alejó, caminando de arriba abajo por la habitación como un tigre inquieto, visiblemente calmándose y recuperando el control. Cuando se dio la vuelta, no estaba menos furioso, no era menos aterrador, pero esta vez su furia era fría.

– ¿Y qué os pasa a vosotras? -Las otras Drake habían deambulado por la habitación, una por una, tomaron posiciones en un impreciso círculo vigilándole con ojos cautelosos-. ¿Creéis honestamente que ella es tan resistente? ¿Tan fuerte? ¿Qué pasa que no cuidáis de vuestra hermana menor?

La rápida inspiración de Joley fue audible.

– Soy así de resistente y harías bien en no amenazar a mis hermanas o averiguaras exactamente lo dura que soy realidad.

La cabeza de Hannah palpitaba, las emociones oscilaban fuera de control. Esto era culpa suya. Joley se exponía al peligro por su culpa. Aunque detestase muchísimo a Prakenskii, él estaba en lo cierto. Joley era impulsiva y actuaba sin pensar en su propia seguridad cuando protegía a la familia. ¿Era posible que quienquiera que odiara a Hannah cambiara ese odio de dirección enfocándolo en Joley?

– Tienes razón -dijo, su voz estrangulada por las lágrimas-. Tiene razón. Joley, cariño, tienes que ser más cuidadosa. Estás allí fuera, en las noticias, y las personas equivocadas te pueden ver.

El golpe en la puerta sacudió sus nervios. Presionó los dedos apretadamente contra los labios y se marchó dando media vuelta para tratar de evitar que los demás vieran lo afligida que estaba. De pronto todo lo ocurrido volvió. El cuchillo. El dolor. El absoluto horror. Y ahora tendría que preocuparse por si alguien le hacía lo mismo a Joley.

Ilya detuvo a Sarah con la mano cuando dio un paso hacia la puerta.

– Es Nikitin -dijo-. Ten cuidado. No sabe nada de tus capacidades.

Elle se movió cerca de Hannah y rodeó su cintura con un brazo, situando su cuerpo delante de su hermana. Hannah frunció el ceño. Elle era la más joven, la más tranquila, y definitivamente la más letal. Hannah ya no quería la protección de Elle. Más que nada, eso debería ser a la inversa, pero el corazón ya golpeaba, ardiéndole los pulmones, y apenas podía pensar con el zumbido en la cabeza. Le estaba dando un ataque de pánico en toda la extensión de la palabra.

– Joley, lleva arriba a Hannah -ordenó Ilya-. Apresúrate.

Joley pasó la mirada de él a la pálida cara de Hannah. Sin protestar, agarró la mano de Hannah y la sacó del cuarto, subiendo las escaleras. Detrás de ellos, podía oír a Prakenskii abriendo la puerta principal y dejando entrar al gángster.

– Y-Yo no pu-puedo respirar -tartamudeó Hannah, su respiración entrecortada y dificultosa.

– Sí que puedes, cariño -dijo Joley-. Estarás a salvo en tu cuarto.

– Afuera -Hannah indicó el balcón-. Podría respirar afuera. Estaba a salvo con el viento y el mar. Anduvo a tientas a lo largo de las paredes hacia las puertas francesas y las abrió, dando un paso con alivio en el balcón enlosado.

– ¿Mejor? -preguntó Joley, arrastrando la silla de Hannah más cerca.

– Sí. Lo siento, Joley, y me apena que sintieras que tenías que salir allí y protegerme de ese bastardo pervertido. Eres una hermana asombrosa.

– Las personas como esa me cabrean tanto, Hannah. -Guardó silencio un momento, la mano le temblaba cuando se echó para atrás el pelo-. Odio que Ilya me viese así. Me hizo sentirme barata y sucia.

– Oh, Joley. -Angustiada, Hannah extendió la mano hacia ella-. No te miró como si fueras barata o sucia, estaba preocupado, alterado y asustado por ti. Me hizo tener miedo por ti.

– Odio que tenga razón. Hice una tontería, pero todavía me alegro de haberlo hecho. Muy pocas personas van a seguir al Reverendo después de su pequeña demostración.

– Ten cuidado, Joley. Ten mucho cuidado de ahora en adelante. Te has hecho con un enemigo. -Hannah se meció hacia delante y hacia atrás, tratando de encontrar el equilibrio otra vez.

– Jonas va a estar realmente enfadado conmigo, también -aclaró.

– Pero vas a salir con él esta noche y eso le debería dulcificar.

– Tal vez no debería ir con él. No quiero que me ame así. Quiero ser perfecta para él. Fuerte para él.

– Jonas te ha amado desde siempre, Hannah, eras la única que no lo sabía. No va a dejar de amarte porque tú le digas que pare.

– Entonces, ¿piensas que debería ir? -Se comprometería si iba. Lo entendía, y se repetía que se daba por entendido que si iba con él, entonces iba a seducirla y eso sería vinculante en lo que a Jonas concernía. ¿Estaba lista? Honestamente no lo sabía.

– ¿Le amas, Hannah? ¿Realmente le amas? -preguntó Joley.

– Con cada aliento de mi cuerpo. Hasta los huesos. Hasta no poder más.

– ¿Por qué? ¿Por qué le amas tanto, Hannah?

Hannah se hundió en la silla y puso los pies en la baranda, la tensión deslizándose de su cuerpo.

– Me hace sentirme viva. Me ve. No puedo esconderme de él. Me ve y me ama de todas formas. Me hace sentirme bella cuando no me lo hace sentir nadie más. Puedo verme en sus ojos y me hace ser mejor persona de lo que soy.

– ¿Qué más?

– Sabe como divertirse y se divierte conmigo. A él no le importa si soy rica o famosa. A él no le importa si soy un enorme éxito en el mundo. Me hace sentir como si las cosas que quiero hacer, estar en casa, cocinar y ser esposa y madre, fueran tan importantes como la economía mundial.

– ¿Y? -incitó Joley con una pequeña risa burlona.

Hannah sonrió abiertamente echándose hacia atrás.

– Y es ardiente en la cama.

Joley se rió.

– Entonces te digo, que tienes tu respuesta. El resto, todo encajará en su lugar. Permítete ser feliz, Hannah.

– ¿Qué hay acerca de mis ataques de pánico? No van a desaparecer.

– Mereces tener unos cuantos ataques de pánico después de que un chiflado tratase de coserte a puñaladas con un cuchillo. A Jonas no le importa. No nos importa. ¿Por qué debería importarte a ti? Sé feliz.

Hannah inclinó la cabeza.

– Tienes razón. ¿Cómo llegaste a ser tan lista? Voy a tomar mi baño y prepararme y luego te llamaré y me ayudaras con una cosa, algo importante.

– Claro. Estaré de regreso con el 411 de cualquier cosa que ocurra escaleras abajo. -Joley parpadeó y la dejó sola.

Hannah regresó a su habitación, cerrando cuidadosamente las puertas francesas y abriendo las persianas. Se detuvo en su habitación a la espera de que su corazón dejase de latir tan rápido. ¿No había decidido que sería sincera con ella misma? ¿Qué quería que ocurriera esta noche con Jonas? Era la que trataba de retrasar estar con él físicamente porque la avergonzaba su cuerpo, pero le quería con tal intensidad que la estremecía. Mientras la noche caía, la tirantez de su cuerpo parecía sólo aumentar. Quería estar bajo él, sobre él, con él, su cuerpo tomando el de ella una y otra vez. Y que Dios la ayudara, quería esa mirada tan fieramente posesiva en su cara una y otra vez.

Todo lo que le había dicho a Joley era verdad. Amaba a Jonas. No había habido nadie antes de él y no habría nadie después de él. Si le quería, entonces necesitaba ponerse de pie y tomarle.

Caminó lentamente hacia el espejo y clavó los ojos en su cara. Para ella, todo lo que podía ver eran las lesiones, su cara cortada era una ruina, parcheada, igual que Frankenstein, pero cuándo respiró profundamente y se forzó a sí misma a analizar sus heridas, estaba claro que la etapa más dura ya había pasado y se desvanecían. El rayado estaba rojo, pero no inflamado. La piel se veía saludable y suave otra vez. Los moratones y la hinchazón hacía tiempo que habían desaparecido. Sus hermanas realmente habían logrado un milagro, junto con un cirujano plástico genial que se había tomado su tiempo para asegurarse de que meticulosamente había cosido el envés de la cara simultáneamente.

Lentamente, Hannah se desnudó, todavía clavando los ojos en el espejo. La garganta, los pechos y las costillas se veían mucho mejor, tal como pasaba con la cara. Las lesiones más profundas estaban un poco más rojas, pero aun así, incluso esas habían cicatrizado más rápido, gracias a sus hermanas. Frunció el ceño cuando trató de ver lo qué decían que Jonas veía. ¿Era tan bella como todos decían? Quiso serlo para Jonas. Y tal vez al final, lo único que tenía importancia era como la viera él. Si Jonas pensaba que su cuerpo era bello y lo disfrutaba…

Se sonrojó, pensando en lo mucho que disfrutó al tocarla. Se hizo su dueño, casi como si le hubiera dicho que su cuerpo le pertenecía. Llenó la bañera y vertió sales aromáticas en ella, queriendo darle más placer del que nunca hubiera tenido. Quería que su cuerpo le perteneciera, quería ver esa misma mirada de absoluta posesión y aguda hambre en su cara y en sus ojos.

Hannah cuidó especialmente su apariencia, aplicándose su fragancia favorita para que así su piel tuviera el ligero perfume del melocotón. Usó loción para que la piel fuera más suave y se lavó el pelo con el champú del mismo olor. Se aplicó el maquillaje con cuidado, lo suficiente, como lo usaría un profesional para realzar su aspecto natural, resaltando y pronunciando sus ojos sin excederse.

Estuvo mucho tiempo eligiendo la ropa interior, un sostén de encaje y un tanga a juego de un brillante azul. ¿Cuál era su fantasía? Se puso una falda vaporosa, el suave azul del mar formó remolinos medianoche, rociada de estrellas de plata. Amaba el tacto del suave y sensual material, deslizándose sobre sus caderas y rozándole los tobillos. Envolvió una cadena de estrellas de plata alrededor del tobillo izquierdo y otra alrededor de las caderas. Se quedó con la mirada fija en el espejo del cuarto de baño, maldiciendo por no tener un espejo de cuerpo entero. Quería ver si podía escaparse sin bragas.

La respiración se le atascó en la garganta y el corazón tronó con la idea de ser tan atrevida. Simplemente para saber cómo se sentiría, Hannah se quitó la ropa interior y atravesó andando el cuarto. Sólo ella lo sabría. Sería tan consciente de que estaba desnuda y lista para él. ¿Lo vería él en sus ojos? Hizo un pequeño giro en espiral y observó el curso de la falda. No se notaba, ni siquiera cuando caminaba y los pliegues se asentaban con placer en la unión de las piernas, pero se sentía sexy.

Llegó hasta el sostén y lo desenganchó. En el espejo, captó los pechos desnudos bamboleando mientras se daba lentamente la vuelta. Se puso lentamente la blusa campesina que a Jonas tanto le gustaba sobre los llenos pechos, tenía otro aspecto. Estaba completamente cubierta, sin ninguna pista de que estaba desnuda bajo sus ropas, en espera de su toque.

– ¿Hannah? -Joley metió la cabeza dentro del cuarto-. Elle me dio este archivo para ti. Dijo que es el que tú pediste de todos los chiflados que te escriben. ¿Es cierto que quieres leerlo?

Estaba segura cuando se había despertado por la mañana, pero ahora ya no estaba tan segura.

– Sólo ponlo en el tocador. Pensaré en ello.

– Bien, ¿das una vuelta para que te pueda ver?

Hannah asintió con la cabeza, conteniendo el aliento mientras lo hacía, esperando para saber si Joley advertía cualquier cosa diferente en ella.

– Estás preciosa. Jonas amará ese traje.

Ninguna broma maliciosa. Sólo Hannah se daría cuenta de su atrevimiento. Por alguna razón, ese secreto conocimiento le dio coraje. Recogió las tijeras que había colocado fuera y se las tendió a su hermana.

– Quiero que me cortes el pelo.

Joley clavó los ojos en las tijeras con fuerza.

– ¿De qué estás hablando?

– Quiero cortarme el pelo.

– Tienes un pelo precioso, Hannah.

– A todo el mundo le gusta mi pelo, pero a mi no. Quiero que me lo cortes. Tú haces toda clase de cosas con tu pelo. No te estoy diciendo que me lo tiñas de rosa o cualquier otra cosa, simplemente que me lo cortes.

Joley cogió las tijeras a regañadientes.

– ¿Estás segura?

– Absolutamente. Y mientras lo haces, dime qué sucedió cuando Nikitin apareció. -Fue hacia el balcón. Los pájaros apreciarían su pelo para sus nidos.

– Sarah dijo que Nikitin realmente se deshizo en cumplidos. Preguntó por ti y dijo qué sentía mucho lo que te había sucedido. Dijo que se alegraba de que Ilya estuviera cerca para detener al loco.

– Ilya lo detuvo. ¿Estaba Nikitin cerca del lugar?

– Sólo repito lo que dijo Sarah. Quería verme. Libby le dijo que estaba descansando, que estaba conmocionada por lo sucedido.

– ¿Se lo creyó?

– No creo que tuviera otra opción. Le dijo a Sarah que quería que yo tuviera cuidado porque la costa estaba llena de rusos.

– ¿Qué significa eso?

– No tengo ni idea, ni Sarah tampoco. Aparentemente Prakenskii no le dijo ni una palabra a Nikitin en la habitación. Al menos ahora sé como callarle. Si tengo que dirigirle la palabra, entonces me aseguraré de que su jefe está por ahí. -Dio un paso atrás para admirar su trabajo.

– Esto es realmente sexy. Sexy y fresco y más tú que en toda tu vida. Compruébalo en el espejo. Mira si a ti te gusta la forma que le he dado.

Hannah contuvo el aliento hasta que se vio. El pelo ya no caía pesadamente, los rizos caían sobre los hombros y flotaban alrededor de su cara. Se sentía ligera y Joley tenía razón. Se veía diferente y se sentía diferente, también.

– Me gusta horrores, gracias, Joley.

– Bueno, me voy abajo a comer. Jonas debería estar aquí de un momento a otro -dijo Joley mientras Hannah la perseguía hasta la puerta para coger las tijeras-. Sarah piensa que va a ponerme bajo arresto o algo por el estilo. Tiene miedo de que salga por el momento, hasta que sepamos la reacción del Reverendo.

Hannah se quedo de piedra, una mano en la puerta cerrada mientras se permanecía con la mirada fija en las afiladas tijeras de la otra mano. Alguien la odiaba lo suficiente como para tratar de destruirla. La realidad la golpeó con fuerza y se sintió enferma y aterrorizada, su recién encontrado coraje empezó a esfumarse. Tragó saliva y miró hacia el archivo que estaba sobre el tocador. Era bastante más grueso de lo que había creído que sería. ¿Todas esas personas la odiaban y querían su muerte? ¿Cómo lo había podido ignorar todos los años que había modelado? ¿Cuántos habría allí? ¿Y qué había hecho ella para hacerles sentir de esa manera?

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