CAPÍTULO 2

Jonas parpadeó al emerger de un mar de dolor.

– Hijo de puta, eres aterrador -informó a Jackson-. ¿De dónde demonios sacas esa mirada? ¿Practicando en el espejo a diario?

Jackson le sonrió, pero sus ojos encerraban preocupación.

– Siguiéndote a ti al infierno y vuelta. Eres tan debilucho, Harrington. Desmayándote como una chica. Tuve que cargar con tu pobre culo todo el camino hasta el coche.

– Sabía que te quejarías. -Jonas inhaló e inmediatamente frunció el ceño- Otro hospital, no. Debes estar realmente enfadado conmigo.

– Necesitabas unas pocas pintas de sangre.

Jonas se contuvo de responderle cuando vio al doctor, acercando una bandeja. Esto no iba a ser divertido.

Jackson ignoró al médico.

– Vas a tener que averiguar que demonios estás haciendo, rápido Jonas, o vas a lograr que nos maten a los dos.

– Nadie te pidió que vinieras -dijo bruscamente Jonas, sabiendo que estaba siendo un completo desagradecido. Odiaba la verdad cuando la oía, especialmente cuando sabía exactamente de qué estaba hablando Jackson. No de qué… de quién.

Jackson sacudió la cabeza, sin apartar la mirada.

– No puedes salvar al mundo y vas a tener que acostumbrarte a ello. Y maldita sea, debes arreglar las cosas con Hannah.

– Ocúpate de tus propios asuntos, maldición -dijo bruscamente Jonas, sabiendo que no tenía derecho, pero incapaz de detenerse a sí mismo. Detestaba los hospitales. Ya había tenido su cuota de ellos y la herida no era tan grave. Sólo había sangrado como un cerdo y se había debilitado un poco. Quería arrancarse la aguja del brazo e irse.

Jackson lo miró fijamente, sus ojos negros brillaban con una inminente tormenta. Nadie más era lo suficientemente estúpido como para hacer caer el infierno sobre sí mismo, sólo Jonas. ¿Cuándo había perdido el juicio? Jackson no se merecía su mierda.

– Tú lo convertiste en asunto mío, y no trates de fingir que Hannah no es la razón por la que estamos en este lío. Si te hubieras hecho cargo de la mujer, nadie te habría convencido de participar en nada parecido a esta misión de mierda. Te habrías quedado en zona segura, Jonas, y ambos lo sabemos.

Jonas abrió la boca para negar la acusación, pero la cerró de golpe cuando Jackson lo miró firmemente. El doctor roció la herida con una especie de líquido ardiente que le robó el juicio y lo hizo empezar a sudar otra vez. Apretó los dientes y trató de no desmayarse.

– Es complicado -dijo, cuando pudo respirar nuevamente. El doctor le puso varias inyecciones y Jonas se deslizó un poco fuera de la realidad. Los bordes a su alrededor se nublaron y oscurecieron-. Hannah Drake no es como las demás mujeres. Es diferente… especial

Ella lo era, todo. Mágica. Ella era suya, o sería suya. ¿Por qué demonios no era suya?

– Te ves un poquito verde -dijo Jackson-. No te me vuelvas a desmayar.

Jackson no se perdía casi nada. Notaba cada movimiento, cada sonido, observaba las ventanas, las puertas y el tráfico en la calle, y aún así vio que Jonas flaqueaba cuando el doctor empezaba a suturar las heridas.

– ¡Hey! Mi costado no está anestesiado -dijo Jonas bruscamente, apretando los dientes y los puños. Si el doctor introducía la aguja de sutura en su piel una vez más, se vería obligado a sacar el arma y dispararle al hombre.

– Dese prisa, Doc, no tiene porque quedar bonito -dijo Jackson, yendo hacia la puerta y asomándose hacia fuera.

Jonas notó que tenía la mano dentro de la chaqueta, donde llevaba el arma lista. El doctor le puso otra inyección de anestesia y Jonas apretó los labios con fuerza para evitar maldecir. Jackson lo miraba, sin manifestar mucha compasión.

Jonas cerró los ojos y pensó en Hannah. ¿Por qué no había controlado la situación antes de que llegara tan lejos? La amaba. No podía recordar una época en la que no la hubiera amado. Simplemente había pasado. Amaba la forma en que sonreía, la forma de su cabeza, el destello de fuego en sus ojos, el pequeño mohín de su labio inferior. Apestaba de tanto que la amaba. Era un hombre que siempre, siempre, quería tener el control, y aún así Hannah lo hacía perder el equilibrio. No había forma de controlar a Hannah. Era como el viento, impredecible y fluída, siempre deslizándosele entre los dedos antes de que pudiera cogerla y retenerla.

Lo hacía enfadar cuando había pocas personas que pudieran afectarlo. Podía calmarlo con un roce. Era feliz con solo mirarla -observarla- aunque la mitad de las veces quería ponérsela sobre las rodillas y azotar su trasero hermosamente formado. Hannah era complicada y él necesitaba sencillez. Era brillante y él era todo músculo. Ella era etérea, intocable, la mujer más hermosa que hubiera visto nunca, incluso mágica, y tan lejos de su alcance.

Iba a ponerse furiosa con él por haber resultado herido otra vez. Especialmente debido a que la última vez había sido sólo unas semanas antes y si no hubiera sido por ella habría muerto. Casi había muerto tratando de salvarlo, sentada a su lado días enteros, consumiendo su fuerza con él y sin reservar nada para si misma. Había estado muy débil para apartarla. La necesitaba allí a muchos niveles distintos, pero había sido un infierno observarla ponerse cada vez más pálida y frágil mientras el se ponía más fuerte.

Después, más tarde, ¿cómo le había agradecido? No de la forma en que se merecía, eso seguro. Había estado tan nervioso y agitado, tan malhumorado. Cuando el jefe de su anterior grupo especial de operaciones encubiertas había venido pidiendo ayuda él había aprovechado la ocasión antes que contarle a Hannah la verdad sobre cuanto le afectaba. Prefería parecer impasible como un niño desafiante. Todo debido a que la amaba tanto que era un tormento y sabía que nunca podría tenerla y continuar con su vida habitual. No era que Hannah fuera a poner objeciones a las cosas peligrosas que hacía -si es que le aceptaba- pero él no iba a arriesgarse a ponerla en peligro. Con el correr de los años, se había hecho suficientes enemigos como para que, tarde o temprano, inevitablemente alguno viniera tras él, demonios, ya había ocurrido más de una vez.

Tomó aire e intentó no acobardarse.

– Vale. Puede que tengas razón. Hay una posibilidad de que ella tenga algo que ver con ello.

Jackson enarcó la ceja.

– Una posibilidad -repitió.

Jonas se enfurruñó

– Tú sigue así. Estarás de turno en cada guardia de mierda durante los próximos diez meses. -Era una amenaza vacía, pero era todo lo que le quedaba. Se sentía tan malditamente cansado y vacío que sólo deseaba arrastrarse hasta un hoyo y esconderse durante un tiempo, pero sabía lo que se avecinaba y no había forma de evitarlo.

Jackson esperó a que el doctor abandonara la habitación antes de arrastrar una silla y sentarse a horcajadas sobre ella, de cara a la ventana y la puerta.

– Lo digo en serio Jonas. Vas a hacer que te maten. Cuando recibiste ese disparo estabas de pie justo bajo la luz, a plena vista. Debes haberte dado cuenta que estabas expuesto.

– Karl Tarasov, ese matón hijo de puta, metió una jodida bala en la cabeza de nuestro conductor, Jackson -estalló Jonas.

– Fue un movimiento de aficionado y lo sabes. -Jackson se quedó en silencio un momento-. O suicida. -Volvió a quedarse en silencio, dejando que la palabra flotara entre ellos.

Jonas suspiró y sacudió la cabeza.

– Estoy fatigado, Jackson, no soy un suicida. Es que estaba tan enfadado. No tenía que matar al conductor. Terry no había visto nada. Tarasov lo hizo como advertencia. Así que, que se jodan. Sólo estaba demasiado enfadado.

– No tienes por qué hacer este tipo de trabajo, Jonas, te lo dije antes. Sencillamente no puedes desligarte. Sobrevivimos todos estos años porque nos mantuvimos fríos. No eres responsable de la muerte de Terry. Él eligió conducir el coche. En ningún momento fue responsabilidad tuya el perder a ninguno de nuestros hombres. -Suspiró. Hablar no era su fuerte y había estado haciéndolo demasiado para mantener a Jonas en pie. Pero esto… esto era importante. Jonas iba a hacer que lo mataran-. No puedes sobrevivir si te lo tomas de forma personal, no en este negocio.

Había pocos hombres a los que Jackson respetara, Jonas era uno de ellos. Al hombre nunca había dejado de importarle. No importaba que las balas volaran y la jungla te rodeara, el volvía a buscarte. Pero la vida en la vía rápida cobraba peaje a los hombres que se preocupaban demasiado y estaba comiéndose a Jonas a pedacitos.

Jonas se pasó los dedos por el cabello. Jackson tenía razón. No había escapatoria.

– Lo sé. -Pero nunca había aprendido a cortar. Demonios sí, se sentía responsable. La mitad de las veces no podía dormir, pensando en los chicos, esos jóvenes Rangers bajo su mando, que había traído de regreso en ataúdes. Había habido demasiados de ellos, y últimamente, lo perseguían tanto de noche como de día.

– Estás enredado, hombre. Ella te ha confundido. Vas a tener que resolver esto que hay entre vosotros o no sobrevivirás. Si estás esperando a sacártela de la cabeza, no te molestes. Te conozco desde hace ya casi quince años y aún no ha sucedido. Estabas enamorado de ella en aquél entonces y ahora indudablemente estas en peor forma. No tienes ni la más mínima posibilidad de lograr que esos sentimientos desaparezcan. Punto final, hermano, con los años te has vuelto cada vez más insensato. No puedes seguir con esa mierda y trabajar encubierto.

Jonas juró por lo bajo. Jackson no le estaba diciendo nada que no supiera ya. Si trataba de negar que estaba tan ido, argumentar que todavía podía controlarse, sería una mentira. Pensaba en Hannah a cada minuto del día. De noche, cuando conseguía dormir, soñaba con ella. A menudo se despertaba bañado en sudor, duro como una roca, su cuerpo ardiendo de necesidad, con el sabor de ella en la boca, su aroma en los pulmones. Estaba empeorando, tanto que temía irse a dormir cada noche. Y cuando la veía, tenía que encontrar algo para alejarla o haría algo insensato como arrastrarla a sus brazos y entonces todo se convertiría en un verdadero infierno. Porque no sabia como ser otra cosa que lo que era.

– Eres condenadamente afortunado de que no haya encontrado otro hombre, Jonas.

– No recurras a eso, Jackson.

Jackson levanto la cabeza en estado de alerta, el cuerpo inmóvil, repentinamente amenazante. Se puso de pie abruptamente y le hizo señas a Jonas para que se mantuviera en silencio, yendo a zancadas de vuelta a la puerta.

– Tenemos compañía

– Tienes que estar bromeando. -No se molestó en preguntarle a Jackson si estaba seguro, los instintos del hombre le habían salvado varias veces a lo largo de los años. Jonas se arranco la aguja del brazo y se bajó de la cama, mirando frenéticamente alrededor en busca de la camisa. Ésta había sido cortada en tiritas, la tela tirada en el suelo en una pila sangrienta. Tomó su chaqueta, metiendo los brazos en ella-. ¿En qué demonios nos ha metido Duncan? Karl Tarasov no va a parar hasta que recupere la prueba. No va a permitir que su tío caiga por asesinato.

Jackson levantó cuatro dedos.

– Estarán esperando fuera también. Los hermanos Gadiyan están rompiendo cabezas buscándonos.

– Mierda. -Boris y Petr Tarasov comandaban la familia de infames mafiosos reconocidos por su habilidad para blanquear dinero en cualquier parte del mundo. Sus actividades criminales eran legendarias y gobernaban con mano sangrienta. Karl, el hijo de Pete, y los hermanos Gadiyan, parientes políticos, eran sus ejecutores principales. Que ellos estuvieran buscándole no eran buenas noticias.

Instintivamente Jonas miró hacia atrás a la puerta, pero Jackson se colocó frente a él.

– Lo que tenemos contra ellos es demasiado importante como para perderlo. Si quieres disparar a estos hombres, haremos algo de ruido y los atraeremos, los guiaremos fuera de aquí para mantenerlos alejados de los inocentes, ya que no podemos permitirnos un tiroteo en este lugar.

Jonas lo sabía. Por supuesto que no iba a poner a los civiles en la línea de fuego, pero podía sentir que empezaba a enfurecerse, de la misma forma que antes, y decía mucho que Jackson hubiera sentido que debía recordárselo.

¿En qué demonios los había metido Gray? Sabía que el asunto involucraba a una o a las dos familias más prominentes de la mafia rusa que operaba en San Francisco. Los Tarasov no se molestaban en ocultar lo que eran, deliberadamente aterrorizaban a su propia gente, tomando sangrientas venganzas si alguien se interponía en su camino. Era sabido que masacraban a familias enteras. Boris y Pete Tarasov regían su imperio por medio del miedo.

Sergei Tikitin, su mayor rival, prefería mantener las apariencias de ser un prominente hombre de negocios e integrante de la jet set. Quería aceptación y se movía entre los ricos y poderosos, escondiendo sus crímenes tras su suave sonrisa, todo el tiempo dando órdenes para matar a quien se oponía a él. La emboscada había sido para la familia Tarasov, y en ese momento, Jonas estaba bastante preocupado porque se había tropezado con algo mucho más grande que un par de pistoleros matándose el uno al otro. Fuera lo que fuera, no era bueno.

Juró por lo bajo mientras tironeaba de la fina manta que había en la camilla, se la envolvía alrededor del brazo y rompía la ventana lo más ruidosamente posible para atraer la atención de los mafiosos, queriendo que los siguieran. Despejando los restos puntiagudos, Jonas se levantó rápidamente sobre ellos, y se hizo a un lado para cubrir a Jackson que venía tras él.

Se encontraron en una angosta franja de tierra entre las alas del hospital. Era un laberinto, mayormente llano de tierra y hormigón y de vez en cuando algo de césped, pero los diversos ángulos del enorme complejo podían proporcionar cobertura. Esperaron hasta escuchar gritos provenientes de la habitación en la que habían estado, y luego, agachándose para evitar las ventanas, corrieron rápidamente Jonas manteniendo presión sobre su costado para evitar dejar un rastro de sangre.

Un grito y un salvaje tiroteo les indicó que eran perseguidos. Mientras forjaban su camino alrededor de los edificios, Jonas trató de recordar los detalles que habían filmado. Había pasado todo demasiado rápido. Al principio los hombres habían estado hablando y riendo. Ninguno particularmente especial, nadie de una familia rival. Y súbitamente los hermanos Gadiyan y Karl Tarasov se habían unido a la pequeña reunión. Habían estado en la parte de atrás en la penumbra donde Jonas no podía verlos.

Los hombres instantáneamente se habían puesto firmes. Y quién no, con ese tipo de poder a su alrededor. Cuando Boris y Petr Tarasov se habían dejado ver, todo seguía pareciendo normal, amistoso. No había habido advertencia alguna antes de que Karl apartara de un tirón a un hombre del grupo y Petr le disparara.

Jonas deseó poder evocar los detalles del hombre que había acudido a advertir a los rusos. Caminaba rápido, con la cara cubierta y apartada, un sombrero calado sobre el rostro, grandes gafas de sol aunque estaba muy oscuro afuera. Sabía que la cámara estaba fija en ellos, y eso significaba que era alguien de dentro. Había un traidor en el Departamento de Defensa, alguien sobornado por la mafia rusa.

¿Había visto la cara del traidor? Jonas lo dudaba. Lo había intentado, incluso había movido la cámara lentamente hacia abajo para captar los zapatos, pero entonces se había desatado el infierno. El grupo de hombres se había girado hacia ellos, había llegado un grito de detrás del grupo, órdenes ladradas en ruso. Los hombres habían empezado a disparar, fijándolos en el lugar. Karl Tarasov se abrió camino hacia el coche para reventarle las llantas y matar al conductor.

Algo terrible se había alzado dentro de Jonas cuando vio a Karl disparar a Terry en la cabeza. Ni siquiera recordaba haber salido de la protección que lo cubría, sólo la rabia que le había inundado. Menos de media hora antes había estado hablando con Terry acerca de su familia, de la madre a la que amaba y mantenía, de la esposa embarazada de su primer hijo, de lo que se divertía manteniendo en forma sus aptitudes para conducir, siendo capaz de trabajar en lo que le encantaba sin arriesgarse demasiado. Afortunadamente, Jonas había estado en una zona oscuramente sombreada y Jackson había tirado de él hacia atrás cuando las balas impactaron en él.

Demonios. Jonas quería dispararle a alguien otra vez. ¿Cuántos chicos había visto morir? Por nada. Por poder o dinero o la ideología de otra persona. Su visión se emborronó y se tocó el rostro, quedando conmocionado cuando sus dedos quedaron húmedos. Estaba demasiado viejo para esto. ¿Qué estaba haciendo?

Jackson le puso una mano en el hombro, y ambos se detuvieron, agachándose más.

– No puedes salvarlos a todos -le recordó en voz baja.

Jonas no respondió. Diablos, no, lo sabía, pero debería haber cuidado a Terry. Estaba cansado de la muerte y la fealdad, de cómo la gente enredaba el mundo. Y estaba malditamente cansado de correr.

– ¿Estás seguro de cuantos son?

– Vi a cuatro, pero no son los que vienen tras nosotros. Sólo oigo a dos y no son muy silenciosos, definitivamente no son Karl ni los hermanos Gadiyan. Tenemos a otros dos rodeándonos tratando de adelantarnos. Creo que están sacando las armas grandes y dejando las prescindibles atrás.

Jonas comprobó el cargador de su arma.

– ¿Por qué harían eso?

– Han puesto el hospital patas arriba. Alguien debe haber llamado a la policía -dijo Jackson mientras giraba una esquina. Dejó de correr e hizo señas a Jonas para que le siguiera.

Una bala golpeó contra la pared tras ellos y les cayó encima una lluvia de yeso. Ambos se pegaron contra el suelo rodando para ponerse a cubierto. Jackson fue hacia la izquierda y se las arregló para situarse aplastado detrás de una baja pared de ladrillos y Jonas se abrió camino a gatas a través de una delgada valla para agacharse tras un saliente de un edificio de servicios.

– ¿Viste de dónde vino? -preguntó Jackson, la fría mirada escudriñaba el área circundante.

– Nop. Pero creo, por el ángulo del disparo, que fue desde arriba. -Y eso no era bueno. El tirador tendría una vista inmejorable.

– Exactamente lo que yo pensaba. Cúbreme. -Jackson se deslizó rápidamente a lo largo de la pared de ladrillos, hasta que llegó a una pequeña abertura-. ¿Listo?

Jonas tomó el arma con las dos manos, con el dedo sobre el gatillo.

– Ve. -Mantuvo los ojos en el techo del pequeño edificio de servicios.

Jackson se puso de pie y se subió a la pared, evitando la abertura, para zambullirse en una valla que corría a lo largo de la angosta senda que se encontraba justo debajo del edificio donde estaban seguros que se escondía el tirador.

Jonas mantuvo el arma firme, con el dedo en el gatillo. Captó un destello de movimiento sobre sus cabezas y apretó el gatillo, una firme barrida de uno-dos-tres tiros. Un cuerpo se balanceó por un momento, para luego caer desde el tejado, un arma aterrizó sobre metal y deslizándose hacia abajo contra el suelo.

Jonas mantuvo el arma fija en el tirador, levantándose para comprobar el pulso incluso cuando hubo una erupción de disparos a su izquierda. Vio a Jackson rodar y acercarse disparando. El segundo hombre recibió un tiro en la garganta y cayó hacia atrás, levantado de los pies para yacer boca abajo en la tierra.

– Puede ser que tengamos compañía -dijo Jonas-. Todavía hay dos de ellos allí afuera.

– Haré un rápido reconocimiento y haré una llamada -respondió Jackson-. ¿Puedes identificar a alguno de estos?

– Definitivamente son soldados de Boris Tarasov -contestó Jonas-. He visto a éste una docena de veces en las fotografías de teleobjetivo. Está por todas partes en la habitación de guerra contigua a la oficina de Duncan.

Con dos de los mafiosos y lo peor del grupo, los Gadiyan y Karl, aún sin aparecer, Jonas no iba a arriesgarse, se puso a cubierto mientras Jackson subía al tejado para tratar de llamar pidiendo refuerzos. Duncan tenía mucho por lo que responder. Mandarlos a ciegas como si fueran un par de novatos había sido una locura. Más importante aun, alguien cercano a Duncan los había traicionado.

– Ya llamé -dijo Jackson, que ya estaba de regreso-. Duncan enviará un equipo para que hagan la limpieza y nos saqué de aquí. No hay señales de los otros dos. Dijo que nos mantuviéramos fuera de la vista.

– ¿Quieres decir que nos mantuviéramos alejados de su equipo?

– Eso fue lo que entendí.

Jonas murmuró una obscenidad y se agachó a cierta distancia de los cuerpos, enviando una llamada silenciosa. ¿Hannah? ¿Estás bien? Sabía lo que le costaba a ella gastar tanta energía.

Una suave brisa hizo que las hojas de los árboles se agitaran, pero ella no le respondió. Sintió que se le encogía el pecho.

– ¿Crees que ella está bien? -preguntó Jonas-. Intenté contactar pero no me responde.

– ¿Hannah? -Jackson guardó silencio un momento, elevando la cara al cielo-. Si, está bien. Está débil pero ya sabías que lo estaría.

Hannah, respóndeme. Jonas despreciaba la desesperación que sentía cuando no podía alcanzarla. Se sobrecargaba de adrenalina, el corazón le latía demasiado aprisa, demasiado fuerte. Hasta se le secaba la boca. Hannah tenía que estar bien todo el tiempo o él se hacía pedazos, y para un hombre en su situación, eso era una sentencia de muerte. Definitivamente debía resolver este asunto.

El viento barrió el edificio, esta vez más que una suave brisa. Movió enérgicamente las hojas de los árboles haciéndolas caer en la estrecha senda donde estaban agachados para alborotarle el cabello y tocarle la cara como si estuviera consolándolo. Oyó su nombre, un suave susurro de sonido, un murmullo en el fondo de su mente. Jonas. Ven a casa conmigo.

Miró a Jackson por encima del hombro.

– ¿Escuchaste eso?

– Sí, lo escuché. -Jackson miró por encima de la cabeza de Jonas hacia la calle, buscando a sus enemigos mientras esperaban al hombre que los había metido en tantos problemas-. ¿Cuánto hace que conoces a la familia Drake? -le preguntó.

– Creo que las conocí cuando tenía siete años. Mi madre estaba muy enferma y me hice cargo de la familia siendo muy joven. Podía ser muy solitario y, cuando mi madre estaba mal, bastante aterrador para un niño, así que pasaba mucho tiempo en su casa. Las Drake me dejaban ir y venir mientras crecíamos. Solía trepar y entrar por una ventana cuando la puerta del frente estaba cerrada porque no quería molestarme en rodear la casa para ir por la parte trasera, pero nunca me dijeron ni una palabra.

– Y ahora las chicas hacen lo mismo -dijo Jackson.

Jackson estaba forzando la conversación para mantenerlo en pie. Jonas sabía que Jackson raramente hablaba, ni siquiera con él. No le gustaba el contacto físico, y aún así allí estaba, con una mano sobre el dolorido hombro de Jonas, como había estado haciendo toda la noche, como hacía cada vez que entraban en combate juntos.

– Si, son mi familia y no las voy a arrastrar a mi mundo, especialmente no a Hannah.

Jackson lanzó una pequeña sonrisa sin humor.

– Odio arruinártelo, hermano, pero ella ya es parte de tu mundo, todas lo son.

Jonas sacudió la cabeza y se extendió nuevamente. ¿Hannah, estás sola esta noche? No había sentido la presencia de ninguna otra energía como normalmente habría percibido si sus hermanas la hubieran ayudado a provocar la tormenta. ¿Dónde está Sarah? Hannah necesitaba que alguien la acompañara después de toda la energía que había gastado. Sintió su toque, un pequeño roce tentativo -como si estuviera demasiado cansada para hacer algo más. ¿Todavía estás en la almena del capitán? Era difícil mantener la conexión, la distancia era demasiado grande, y Hannah estaba demasiado débil. Ella era la psíquica más fuerte y habitualmente mantenía el puente abierto entre ellos.

Jonas sintió que lo invadía la ansiedad.

– Creo que todavía está en la almena del capitán, Jackson. Está sola, con frío y débil. No hay nadie allí para ayudarla. Tengo que volver con ella. -Ella se había sacrificado esa noche por él, por ambos hombres, y no iba a dejarla sola, drenada de energía. Necesitaba entrar adentro, donde se estaba abrigado, con una taza de su té especial entre las manos y Jonas cuidándola mientras descansaba el resto de la noche.

Aguanta, Hannah. Estaré allí lo antes posible.

Le llegó esa suave brisa otra vez, tan suave, rozándole la cara como el contacto de dedos. Me vendría bien un poco de ayuda esta noche.

Esa era una rara admisión viniendo de Hannah, y el corazón le dio un vuelco. Voy de camino, cariño, sólo dame un poco de tiempo para terminar con esto. ¿Puedes arreglártelas para entrar en la casa? No quería que se quedara tendida en el frío cortante, demasiado débil para moverse. Estaba a una distancia de cuatro horas en coche, no más lejos que el vuelo de un cuervo, pero una larga distancia en serpenteantes carreteras.

Estaré esperándote.

Para asombro de Jonas, Duncan llegó y los guió hasta el coche mientras, tras ellos, sus hombres salían de las sombras para asumir el control de la situación. Duncan condujo a través de las calles de la ciudad de vuelta a su oficina, entrando por la parte de atrás. No les llevó mucho descubrir lo que habían filmado. Duncan estalló en un aluvión de juramentos. Petr Tarasov había asesinado a un oficial encubierto justo enfrente de sus ojos. Era la clase de evidencia que podía acarrear la pena de muerte sin demasiado problema.

– Creíamos que tenía una tapadera sólida ante los Tarasov. -Duncan maldijo otra vez y se pasó las manos por la cara.

– No me extraña el hecho de que Karl y los Gadiyan continuaran yendo tras nosotros y que luego mandaran a sus soldados cuando la cosa se puso demasiado caliente. Apuesto a que ya están intentando salir del país -dijo Jonas.

– Petr Tarasov se va a freír por esto -dijo Duncan bruscamente, con furia en la voz.

Los tres miraron en silencio, la única reacción fue un resuello de asombro cuando el hombre del abrigo y el sombrero caminó hacia Boris, el cabeza de la familia criminal, y Boris giró la cabeza para mirar directamente a la cámara.

– ¿Alguna idea de quién le avisó? -Preguntó Duncan con voz tirante-. Necesitamos a los muchachos del laboratorio para que realcen esto lo máximo posible. Tenemos que descubrir quién es ese hijo de puta lo antes posible.

– Tiene que ser uno de los tuyos. Debe haber avisado a Tarasov que tenías un agente encubierto y más tarde se enteró que habías enviado a alguien a filmar la reunión de bajo nivel. Sólo que no había reunión porque la información que te dio tu agente encubierto fue la su propia emboscada. Lo llevaron allí para matarlo -dijo Jonas.

– Encontraremos al hijo de puta. No sabe quiénes sois vosotros. Nadie lo sabe. Mantuve vuestros nombres fuera de esto a propósito.

– Porque sospechabas que tenías una fuga -adivinó Jonas, intercambiando una larga mirada con Jackson. Se sentía enfermo al pensar que había estado filmando mientras otro agente era asesinado delante de él-. Al menos tienes lo suficiente como para freír a Petr Tarasov.

– Buen trabajo -agregó Duncan como un segundo pensamiento.

– Sí, gracias -respondió Jonas, esforzándose por ocultar el sarcasmo de su voz-. Me voy.

– Siéntate, Harrington, no vas a ninguna parte hasta que agarremos a Petr Tarasov y estemos absolutamente seguros de que estás a salvo. He perdido a dos hombres y no tengo ninguna intención de perder a otro más.

– Gracias por el interés, Duncan, pero ya no soy parte de tu equipo y puedes estar seguro que no me retendrás esta noche -protestó Jonas-. Tengo que ir a un lugar importante.

– No hasta que aclaremos esto, Jonas -dijo Duncan-. Petr Tarasov asesinó a un agente y le cogimos con las manos en la masa. No hay manera de impugnar esa grabación. Tenemos un traidor en el departamento y no voy a correr riesgos con tu vida. Y si eso no es suficiente para ti, Boris Tarasov cree en el justo castigo. Has matado a varios de sus soldados. Va a querer tu cabeza en una bandeja de plata y yo me voy a asegurar que no sabe quien eres antes de dejarte ir a casa. Hasta que agarremos a Tarasov, vas a permanecer oculto.

– Eso no va a pasar -dijo Jonas-, No soy parte del equipo, Duncan. Obviamente sabías que tenías a un traidor o no hubieras buscado fuera del equipo para efectuar este reconocimiento. Sospechabas de tu agente encubierto, el que fue asesinado, ¿verdad? Y querías que yo consiguiera pruebas porque creías que tal vez tuviera un socio dentro de tu equipo.

– Algo así -dijo Duncan, con voz tensa-. Y no voy a arriesgarme a perder a otro agente. Así que a no ser que quieras que esta guerra te siga hasta tu casa, vas a quedarte aquí a cubierto hasta que me asegure que estás a salvo.

Jonas abrió la boca para protestar, y la volvió a cerrar. Maldita sea. No quería quedarse pero de ninguna maldita forma iba a arriesgarse a llevar el baño de sangre del callejón a su casa en Sea Haven. De ninguna forma se arriesgaría a poner a Hannah en peligro.

– Necesito hacer una llamada.

– Eso no va a suceder y lo sabes, Harrington. Nada de llamadas, nada de e-mails, ni mensajes de texto. Lo haremos limpiamente sin nada que apunte hacia ti. Te sacaremos por la parte de atrás y te esconderemos hasta que cojamos a Tarasov y yo esté convencido de que no tiene vuestros nombres.

– ¿Quién sabía que estábamos sobre el terreno? -preguntó Jonas.

– Nadie debería haberlo sabido. Os pedí ayuda como un favor personal y os asigné a Terry para que condujera. Ningún otro miembro del equipo sabía nada del reconocimiento y quiero que permanezca así. Por eso es que os recogí personalmente y os saqué antes de que el equipo entrara a hacerse cargo de los cuerpos. Los rusos juegan para ganar, Jonas.

– Demonios, Duncan, ya lo sé. Y lo siento por tus hombres. -No quería pensar demasiado en Terry ni en el hecho que un agente había sido asesinado a una distancia de menos de cuarenta metros de él mientras sostenía una cámara. El pensamiento lo enfermaba y no podía sostenerle la mirada a Jackson. Había veces, como ahora, en que sentía el alma tan jodidamente abatida que no sabía que hacer. Necesitaba a Hannah o iba a ahogarse.

– No voy a agregarte a la lista de hombres muertos -decretó Duncan-. Así que resígnate, Harrington.

Jonas se desplomó hacia atrás en la silla, pasándose la mano por el cabello. Estaba sucio, exhausto, cubierto de sangre y sufriendo como el infierno ahora que se le estaba pasando el efecto de la anestesia. Miró a Jackson, se encogió de hombros y se rindió.

Hannah. No voy a conseguir volver esta noche.

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