CAPÍTULO 18

Jonas se despertó con el corazón golpeando y el sudor goteando por su cuerpo, el eco de la pesadilla resonaba todavía en los oídos. Respiró lentamente y giró la cabeza para mirar a Hannah. Estaba tumbada boca abajo a su lado. La suave luz del sol de la mañana se derramaba por la ventana, bañándola en luz celestial, haciendo que su piel pareciera luminosa. El contorno de su trasero hacía detener su corazón, casi expulsaba la pesadilla de su cabeza. Deslizó la mano de forma posesiva por su espalda, notando que estaba temblando mientras trazaba su larga y hermosa línea. Le tocó los hoyuelos a ambos lados de la espina dorsal, y entonces recorrió con la mano la tentadora curva que unía su espalda con su trasero.

Parecía cansada, allí extendida, con un brazo tirado a lo ancho, el pelo derramándose por todas partes. Cansada y vulnerable. Le había hecho el amor repetidamente, empujándola más allá de sus terrenos conocidos más de una vez, pero ella había ido con él y habían estallado juntos a menudo, como cohetes explotando el cuatro de julio. Nunca había experimentado el sexo de la manera que era con ella y sólo podía concluir que amar enteramente a una mujer, con cada aliento de su cuerpo de hombre, llevaba el mero sexo a algo completamente diferente. No quería despertarla sólo por estar tan necesitado con las pesadillas agolpándose cerca, pero lo estaba considerando.

Su cuerpo ya estaba reaccionando a la vista y al olor de ella.

Trató de recordar el sueño que lo había despertado. Había regresado al callejón, mirando a los mafiosos rusos, ocultándose como un cobarde en las sombras mientras uno de ellos había puesto una bala en la cabeza del agente encubierto. Terry, el conductor, había corrido hacia él, rogándole ayuda, y él había continuado filmando calmadamente mientras Karl Tarasov se le acercaba por detrás y le disparaba. Y entonces Hannah estuvo allí, sonriendo a Tarasov, y él se inclinó para besarla, sólo que tenía un cuchillo agarrado en su mano. Lo levantó y el mundo se volvió rojo.

Jonas rodó con un gemido, llevándose las sábanas con él, alzando un brazo sobre sus ojos, tratando de evitar que su mente reviviese el ataque sobre ella una y otra vez. Detrás de él, Hannah se movió. Se volvió ligeramente hacia él, lentamente, un suave movimiento de su cuerpo, que atrajo su inmediata atención. Sus labios eran llenos y suaves, enviándole una descarga eléctrica por todo el cuerpo cuando ella se inclinó y le besó el ombligo. Jonas sintió el roce de los nuevos y cortos rizos sobre su pesado miembro. Cada terminación nerviosa saltó a la vida. El roce de sus suaves senos contrajo sus músculos y le provocó una completa alerta.

¿Qué podía ser más hermoso que Hannah deslizándose sobre su cuerpo, desnuda y dispuesta, con una sonrisa tentadora y la promesa del cielo en los ojos?

– Pareces un cuento de hadas tumbada en mi cama. Ricitos de oro con su pelo extendido en mi almohada.

Levantó la cabeza justo lo suficiente para dedicarle otra sonrisa, burlona y traviesa.

– ¿Tienes fantasías sobre Ricitos de oro?

Ahora podía ver la curva de uno de sus pechos, lleno y tentador, añadiéndose a la atracción de la curva de su trasero.

– Demonios, sí que tengo. Una mujer muy traviesa con rizos dorados esperando desnuda en mi cama, sabiendo que merece un castigo y voy a ser el único que se lo va a dar.

La agarró del pelo con el puño y lo levantó de su cuello para poder inclinarse y saborear la piel. Deliberadamente raspó con los dientes el camino hacia su hombro, la lengua arremolinándose mientras encontraba cada intrigante depresión.

– Así que eres el oso malo.

– Cuando tengo que serlo. -Sus manos se deslizaron por su espalda y acunaron sus nalgas, amasando los músculos firmes y apretándola más cerca de él-. ¿Vas a darme mi fantasía justo como hiciste con la última?

Ella se inclinó más cerca, rozando la comisura de su boca con la suya, dejando un rastro de besos desde su mandíbula hasta el cuello. Él cerró los ojos, sintiendo cada pequeño roce de terciopelo, el pellizco de los juguetones dientes, y entonces los labios se movieron hacia su hombro. La manera perfecta de empezar la mañana.

– Te daré cualquier fantasía que quieras, Jonas. -Frotó su cara contra él como una ronroneante gatita-. Siempre que me des las mías.

Abrió los ojos y la miró, sintiéndose perezoso y excitado, un calor ardiente moviéndose a través de su cuerpo, como si tuviera todo el tiempo del mundo para disfrutar de ella. Hannah. Suya. Deslizó la mano por su espina dorsal hacia su trasero, haciendo perezosos círculos.

– ¿Tienes fantasías sobre mí?

Ella le dio una sonrisa malvada, bajó la boca hasta su hombro y lo mordió gentilmente.

– He dicho que tengo fantasías, no que sean sobre ti.

Entrecerró los ojos, la mano se movió sobre su redondeado trasero en advertencia.

– Soy un hombre celoso, Hannah. Tus fantasías tienen que ser sobre mí.

Ella rió suavemente, el sonido deslizándose a través de su cuerpo, avivando el fuego lento en algo totalmente diferente. Sonaba feliz y relajada, y cuando le miraba, él veía amor en sus ojos. Su corazón vaciló. Era malditamente aterrador cómo podía volverlo del revés con sólo una mirada. Nunca entendería cómo se las había arreglado para ser tan afortunado, estaba tan condenadamente seguro de que no la merecía, pero no iba a ser lo bastante estúpido como para perderla.

Cuando ella se movió, su pelo se deslizó en una caricia sobre su piel, ocultándole sus generosos pechos por un momento. Al siguiente, le echó un fugaz vistazo a la exuberante curva y al apretado capullo de un pezón. Estaba a centímetros de su boca -dulce tentador- tan dulce.

Mirarla le dolía. Tomarla una y otra vez durante la noche no había cambiado nada eso. Se pensaría que estaba completamente saciado, su cuerpo completamente satisfecho, pero entonces se movería, con su sexy y fluída gracia, acariciando su piel con la suya, o haría ese pequeño puchero con su boca y estaría otra vez duro como una piedra. Peor, profundamente, en algún centro escondido donde nadie más podría verlo o saberlo, se volvería una masa blanda, se derretiría y sabría con seguridad que estaba perdido para siempre, cautivado por su hechizo.

– Te amo, Hannah. -Su garganta le dolió, se sintió tan desnudo con el amor.

En respuesta, ella se movió, un erótico movimiento de músculos bajo la piel, deslizándose sobre su cuerpo, la cabeza en su pecho, los senos suaves y llenos contra su vientre, las largas y hermosas piernas apartando las suyas para poder asentarse cómodamente en él. La temperatura de su cuerpo subió mientras empezaba a deslizarse lentamente hacia abajo, presionando pequeños besos sobre su cuerpo y vientre. Su lengua se sentía como terciopelo mientras le daba pequeños golpecitos en las costillas.

Su corazón saltó y comenzó a latir aceleradamente. Hannah le sorprendió con sus juguetones pellizcos y su lengua deslizándose. La sangre se le aceleró en las venas.

– Quiero esto, saber que puedo tocarte así.

El aliento de la mujer susurró contra su piel, caliente, erótico, haciendo que su cuerpo se tensara, se endureciera, casi ardiera con anticipación. Dejó un sensual sendero de humedad por su muslo mientras continuaba moviéndose aún más abajo, deslizándole su monte de Venus húmedo deliberadamente por la pierna. Iba a perder el juicio antes de que terminara, pero haría el sacrificio.

Hannah no se apresuraba en su exploración. Sus manos eran lentas, moldeando sus músculos, trazando sus costillas. Atormentó y pellizcó los planos pezones, y durante todo el tiempo su boca hizo que el calor bajara despacio, perezosamente por su cuerpo. Aunque le había hecho el amor la mayor parte de la noche, se sentía como la primera vez de nuevo, la jadeante expectación, el asalto furioso a sus sentidos, el fuego que ardía a través de su ingle hasta que quiso gritar por la mezcla de dolor y placer.

Hannah no tenía la menor idea de lo que le estaba haciendo, pero era divertido. El cuerpo de Jonas estaba estirado, abierto completamente a ella, su campo de juegos privado y ella quería jugar. Quería conocer cada detalle íntimo acerca de él. Él conocía su cuerpo, sabía exactamente como hacerla añicos y romperla, quería el mismo conocimiento de él. Jonas la hacía sentir segura de sí misma, de su cuerpo, de su sexualidad.

Le presionó besos en el vientre, disfrutando de la sensación de sus músculos contrayéndose bajo sus labios. La textura de su piel era asombrosa, caliente y firme, suave y dura. Su cuerpo estaba tenso, las caderas inquietas, pero por ella, trataba de estar quieto y permitirle hacer lo que quisiera. No era fácil para él. Su cuerpo temblaba y ella sabía que él era dominante por naturaleza, pero retorció los puños en las sábanas y se mantuvo inmóvil por ella. Cuando levantó una mano para deslizarla sobre la curva de su espalda, Hannah levantó la cabeza en advertencia.

– Mantén las manos en el colchón, Jonas.

Él le sonrió abiertamente, pero sus ojos tenían calor.

– Mi pequeña dominatrix, sexy como el infierno.

– Es mi turno. Has pasado toda la noche explorando mi cuerpo, y quiero tener mi oportunidad con el tuyo. Es justo. -Resbaló un poco más abajo y sopló aire tibio sobre la cabeza ancha y brillante de su tensa erección-. Eres un poco intimidante.

Trató de no soltar el colchón.

– Pero te hago sentir muy bien.

– Cierto. -Sopló más aire y miró como su cuerpo se sacudía, las caderas se elevaban hacia la boca que esperaba. Con los ojos fijos en los de Jonas, de forma experimental sacó la lengua fuera con rapidez para probarlo.

– Hijo de puta, Hannah. -Las palabras rompieron de él, una maldición, una oración. Su voz era dura, rota.

– Bueno, nunca he hecho esto. Quizás necesite una pequeña instrucción.

Cuando habló, sus labios acariciaron la cabeza sensible y su lengua se deslizó sobre él en una caricia caliente, puntuando cada palabra.

Él cerró los ojos brevemente, pero no podía parar de mirar la erótica visión que presentaba.

– Envuelve la mano con fuerza alrededor de la base, nena. -El aliento silbó fuera de sus pulmones cuando obedeció. La mano era pequeña, incluso delicada, rodeándolo tan cerca de la base como le fue posible-. Más fuerte, dulzura. No tengas miedo. Cuando estoy dentro de ti, estás tan malditamente apretada que me estrangulas. -Gimió con repentino placer-. Eso es, eso es lo que necesito.

Le sonrió y bajó su cabeza otra vez, su lengua deslizándose sobre él, curvándose bajo la ancha cabeza para acariciar con fuego sus lugares más sensibles. Nunca se había sentido más poderosa que en ese momento. Se veía como si ella lo pudiese destruir, sus ojos azules tan oscuros que eran casi negros, su respiración dura y su carne palpitante tan dura y gruesa que se sentía como terciopelo sobre acero.

Fijando su mirada con la suya, separó los labios y, con lenta deliberación, encerró la cabeza caliente y engrosada de su pene en el calor húmedo de su boca. El cuerpo de Jonas se sacudió y sus manos volaron para agarrarle el pelo en dos puños apretados. Dejó salir un grito estrangulado, dijo algo áspero y bajo que hizo que el cuerpo de Hannah latiera y llorara de excitación.

Quería devorarlo de la manera en que él lo había hecho, desarmándolo, pieza a pieza, hasta que se retorciera de éxtasis. Ya le había enseñado lo que un amante podía hacer con una boca magistral y quería aprenderlo todo. Más que nada, quería darle la clase de placer que le había dado a ella. Un regalo. El beneficio estaba en la emoción, en el calor de sus ojos, en la alegría total de darle lo que llevaba a su propio cuerpo al rojo vivo.

Jonas gimió, esforzándose por mantener el control, por mantener sus empujes poco profundos y contenidos cuando lo que quería era deslizarse por su garganta. Era tan malditamente sexy, pareciendo tímida y sensual. Ella quería darle placer, quería conocer su cuerpo. Se veía en sus ojos, en su toque, en su boca pecadora y malvada mientras lo destrozaba lentamente y con un propósito determinado.

– Justo ahí, nena, con tu lengua.

Era buena siguiendo instrucciones, demasiado buena. Susurraba con voz ronca, a veces crudamente, y ella encontraba el lugar exacto, la succión correcta, su lengua tan diabólica que estaba seguro que lo destruiría con el puro placer que le entumecía la mente. Ella lo miraba, buscando señales, para ver cómo se tensaba su cuerpo, hacer que su temperatura se elevara y los músculos se contrajeran. Cuando chupaba fuerte, su boca como una trampa sedosa de calor fundido, lo convertía en un maníaco lleno de lujuria, y los gruñidos guturales retumbaban en su garganta. Y cuando aplastó la lengua y la deslizó bajo la sensible punta, frotando con fuerza, golpeando el lugar que lo envió en órbita, no pudo parar el áspero grito roto que salió de su garganta o el automático empuje de sus caderas para profundizar su golpe.

Ella casi se apartó, pero la sostuvo con ambas manos.

– Eso es, Hannah. Más profundo, tómame un poco más profundo, relaja la garganta para mí, nena. -Otro grito ronco escapó cuando lo obedeció, la garganta cerrándose alrededor de él, apretando la carne caliente y viva hasta el punto de explosión.

La intensidad salvaje ardiendo en los ojos masculinos habría sido estímulo suficiente, pero su propio cuerpo había empezado a derretirse. Complacerlo era un afrodisíaco en sí mismo. Podía sentir el fuego corriendo por su sangre y las llamas sobre su piel, su cuerpo ardía con una increíble necesidad. Dentro, profundamente, su cuerpo estaba derretido, tensándose y ferozmente necesitado. Quería más de él, todo de él. Mantuvo los ojos sobre los suyos y deliberadamente lo sacó casi fuera de la boca, haciéndolo estremecer, su torso subiendo y bajando, sus ojos de un azul brillante. Jonas tembló. Sus manos le apretaron el pelo, agarrándole la cabeza como si necesitase un ancla. Entonces lo tomó más profundamente, casi tragándolo, su boca deliberadamente apretada y tan caliente que sabía que lo estaba fundiendo. Estaba latiendo ahora, su carne era una barra de acero. Líneas duras se grabaron en su cara mientras jadeaba buscando aire y luchaba por el control.

Jonas echó la cabeza hacia atrás y luchó por evitar hacer estragos en la suave y caliente boca. Ninguna mujer le había conducido al borde como Hannah estaba haciendo, sin saber, inexperta, pero tan deseosa de complacerlo. La alegría en su cara, el deseo, la imagen sensual rompió a través de él, un torrente de necesidad lo envolvió con una fuerza destructiva.

– Más duro, nena, dame más.

Jonas podía sentir su cuerpo hinchándose. Y sus manos en el pelo de ella, controlando su cabeza, los movimientos de Hannah tomando el control cuando quería que fuese la que mandase. Era tan bueno, tan perfecto. Un momento en el tiempo que no olvidaría.

Se estaba quemando vivo, tan ido, empujando impotentemente en su boca, rápido, duro y más profundo de lo que debería. Ella se atragantó. Tosió. Haciéndolo entrar en razón. Le sostuvo la cabeza quieta con las manos y forzó a su cuerpo a dejar de elevarse.

– Lo siento Hannah, me estás volviendo loco y estoy fuera de control.

Cerró los ojos cuando su lengua se curvó rodeándolo.

– Te quiero loco y fuera de control.

Sacudió la cabeza.

– Dejaremos el resto para otro día.

Porque si no lo hacían, Hannah iba a aprender sobre el amor mezclado con la lujuria en una catastrófica explosión.

– Sube aquí. Móntame, dulzura. Ya puedo sentir lo preparada que estás para mí, caliente y mojada y tan malditamente perfecta. Ven aquí.

Empezó a moverse, deslizándose hacia arriba por su cuerpo, sus pechos dejando rayos gemelos de fuego donde sus pezones se arrastraban sobre él. Por primera vez ella dudó. Jonas vio pasar su mirada de él a los alrededores. El vidrioso entusiasmo que brillaba en sus ojos se desvaneció, levantó una mano a su cara y la dejó caer en sus pechos.

Era por la mañana. Había estado tan atrapada en él que no se había dado cuenta de la luz del día. La satisfacción curvó la boca de Jonas y se asentó en su estómago. Con sus manos, su boca y su cuerpo, podía hacer que se olvidase de ocultarse.

Jonas la alcanzó y enmarcó su cara con las manos.

– Tengo que verte, sólo por un momento. Amo tus pechos, tan suaves, nena, tan perfectos para mí. He pasado la mitad de la noche despertándote para chuparlos. -Frotó una marca en forma de fresa que había puesto en un montículo cremoso-. Esto es mío. Eres mía. Y te amo más que a mi vida.

– Pero las cicatrices, Jonas. -Era difícil pensar en algo excepto en el deseo pulsante entre sus piernas donde estaba dolorosamente vacía y desesperada por ser llenada. La mirada de Jonas la estaba quemando, tan posesiva, que sólo con ella casi alcanzó el clímax.

– ¿Me has oído, Hannah? Tengo que verte. Siéntate para mí, móntame. Déjame tenerte -Puso levemente el filo de una orden en la voz, áspera de necesidad, dominada con deseo.

Ella se humedeció los labios, respiró y entonces lentamente obedeció. Hannah lo montó, echándose el pelo hacia atrás hasta dejarlo salvaje, enmarcando su cara con brillantes rizos de oro y platino mientras se sentaba con lánguida gracia. Parecía una tentadora sensual con sus senos perfectos y su piel resplandeciente.

Hubo un momento de silencio seguido por el sonido áspero de la respiración de Jonas. Se cubrió los pechos con las manos, un gesto automático, pero él le capturó las muñecas y las empujó hacia abajo, manteniéndolas allí para poder verla

– Permanece así para mí, cariño. Sólo necesito que… sólo necesito.

Liberándola, Jonas deslizó las palmas por su estómago liso, trazando las costillas y subiendo hasta sus pechos, acunando la suave ofrenda en sus manos. Los pulgares se deslizaron por sus pezones y sintió su temblor de respuesta, el calor fluyendo y la humedad cuando ella se movió ligeramente. Adoraba ver su cara mientras él se inclinaba hacia delante. Los nervios. La excitación. La anticipación. Era tan sensible a él. Sus pezones se tensaron antes de que llegara allí y sintió el chorro de líquido caliente en su estómago donde ella lo montaba. Su pene permanecía contra sus suaves nalgas presionando con ansia, queriendo ser llevado a casa.

Atrajo uno de los pechos a su boca y agarró el otro pezón con los dedos, tirando y pellizcando mientras succionaba. Ella dio un pequeño grito jadeante, su cuerpo temblando mientras se empujaba más cerca. Se tomó su tiempo, sin rendirse a las urgentes demandas de ambos cuerpos, forzándola a subir más alto, lamiendo y chupando, los dientes raspando y la lengua moviéndose rápidamente, atormentándola hasta que estuvo retorciéndose, su cuerpo latiendo sensualmente. Los músculos del estómago femenino se apretaron en nudos. La unión de sus piernas se volvió mas caliente que nada que él hubiera experimentado, mojada y preparada para él. Y ella no estaba pensando en nada más que en Jonas, estaba seguro de eso.

La mordió gentilmente, forzándola una vez más fuera de terreno conocido a otro reino, los pequeños mordiscos causándole destellos de calor y flechas de dardos de placer recorriéndola ávidamente por todo el cuerpo. Sus muslos lo agarraron más fuerte a su alrededor y sus caderas empezaron a elevarse impotentes.

La agarró por la cintura y la levantó.

– Despacio esta vez, Hannah. Deslízate hacia abajo y cabálgame. -Se negó a dejar que se empalase con dureza y rapidez como quería, alargando el placer, forzándola a ir despacio.

– Jonas. Por favor.

Las suaves súplicas hicieron crecer su ya grueso miembro con pulsante sangre caliente. Sintió cada músculo sedoso mientras empujaba con torturadora lentitud entre sus calientes pliegues. Estaba tan apretada que lo tenía jadeando, las ondas de choque le recorrían el cuerpo, rompiendo a través de él, pidiendo la liberación, pero la sostuvo por las caderas, levantándola con exquisito cuidado y moviéndose en ella con un ritmo casi lánguido hasta que Hannah estuvo sollozando su nombre, rogándole más.

– Dime lo que quieres, nena -susurró-. Te gusta esto. Lo sé. ¿Quieres algo más?

Oh, Dios. Necesitaba. Lo necesitaba salvaje. Estrellándose contra ella, bombeando en ella hasta conducirla más allá del borde. Hannah necesitaba la liberación y cada pequeño golpe enviaba látigos de luz a través de su cuerpo, cada terminación nerviosa cantaba y ardía y se desesperaba por más.

– Por favor, Jonas, no puedo soportarlo más. No puedo. -Porque ardería en llamas antes de que tuviera oportunidad de romperse. O se rompería antes de estallar en llamas. De cualquier modo tenía que conseguir la liberación.

Sin advertencia, rodó sobre ella, deslizándola bajo él, fácilmente, suavemente, elevándole las piernas sobre los hombros, las manos en sus caderas para mantenerla quieta. El primer empuje fue un rayo de puro fuego, su pene duro acero, clavándose en sus pliegues hinchados y sensibles, entrando profundamente, tan profundamente que Hannah pensó que había alcanzado su matriz. Se oyó gritar, un desigual grito jadeante, pero él se estaba retirando y golpeando en casa otra vez.

No había manera de controlar el placer, se volvió loca, rindiéndose a él mientras Jonas empujaba en su cuerpo con golpes duros, desesperados. Le empujó las rodillas hacia atrás, acercándole más las caderas bajo él, dándole un mejor ángulo para entrar más profundo, dirigiéndose contra nudos de nervios que gritaban con sensaciones ardientes. Se retorció bajo él, las caderas elevándose, la cabeza moviéndose violentamente, los músculos apretándose alrededor de él, agarrándolo duramente.

Susurró contra su cuello, la boca rozó la suave piel, su voz era un gruñido áspero que dejaba más calor sobre ella. La tensión crecía y crecía, y todavía entraba en ella, tomándola en un vuelo interminable. Ella se movió, clavándole las uñas profundamente en los hombros, sus pequeños gritos volviéndose frenéticos. Jonas era implacable, impulsándola hacia arriba pero nunca por encima, llevándola hasta el borde hasta que ella le arañó, implorando otra vez.

Jonas apenas podía aguantar con su vaina pulsando a su alrededor, tan apretada y resbaladiza que se sentía como si se estuviera moviendo en una ardiente cama de seda. Lo estaba estrangulando, tan caliente que se estaba derritiendo, pero no pararía, no la llevaría sobre el borde hasta que ella supiera… hasta que estuviera segura.

– ¿A quién… -jadeó. Apretó los dientes mientras el cuerpo de ella sujetaba el suyo- perteneces? Dilo, Hannah. Dime que eres mía.

– Jonas. -Su nombre salió con un gimoteo. Trataba de levantar las caderas para encontrarse con él, pero sus manos la sostenían apretadamente, manteniéndola sujeta mientras su cuerpo torturaba al suyo con placer-. Tú. Tú, idiota. Nunca ha habido nadie más. -La mano se curvó alrededor de su cuello-. Oh, por favor, Jonas. No creo que vaya a sobrevivir.

La completa lujuria en su voz, sus gritos suplicantes, le condujeron tan lejos de su control que no se podría haber refrenado aunque hubiese querido. Se movió sutilmente, el movimiento meciéndola, mientras su miembro la llenaba, enterrándose profundamente, hinchándose, la fricción aumentando hasta el punto en que ella simplemente se fragmentó, su cuerpo se deshizo bajo él. Su propio cuerpo se sacudió con un duro tirón, el placer bordeando el dolor mientras se derramaba en ella con su liberación. Todavía sus músculos no le dejaban irse, no dejaban de agarrarlo, estrujando hasta la última gota.

Se desplomó sobre ella, enterrando la cara en su cuello, las manos encontraron las suyas y las mantuvieron en el colchón a ambos lados de su cabeza.

– Te amo, Hannah. No podré volver a casa por la noche sin tenerte en mi cama. -Frotó la cara sobre sus senos, acarició un pezón con la nariz y lo atrajo a su boca, sintiendo su cuerpo apretarse a su alrededor. Lo lamió, mirando su cara, mirando el placer derramarse sobre ella-. Quiero esto. Te quiero. Han sido tantas malditas noches, largas y vacías sin ti, nena, largos años esperándote. No quiero esperar más.

Era difícil pensar con claridad cuando su cuerpo estaba tan profundo en el de ella y su boca estaba sobre la suya, enviando dardos de fuego desde sus pezones a su ingle. Le daría cualquier cosa, haría cualquier cosa. Él tenía que saber eso. ¿Por qué no lo sabía?

– Quiero estar contigo también, Jonas. Todo está confuso ahora, pero…

– No habrá peros, Hannah. -Jonas chupó el tierno montículo de su curva, justo encima de su pezón.

– ¿Qué estas haciendo? -Trató de levantar la cabeza para ver, pero la estaba sujetando y su cuerpo estaba demasiado relajado para moverse. Más que nada no quería que se saliera, adoraba la sensación de él enterrado en su interior. Entrecerró los ojos suspicazmente-. Será mejor que no pongas otra marca en mí.

La besó en los labios, metiéndole la lengua en la boca.

– Odio ser el que te lo diga, nena, pero tienes marcas por todas partes. Mis huellas y mi boca están en el interior de tus muslos y tus pechos, y tu vientre. -La besó otra vez-. Mía.

– Eres tan posesivo. -Le devolvió el beso. Mordió su labio inferior-. He dejado unas pocas marcas propias para demostrarte a quién perteneces.

Jonas le lanzó una pequeña sonrisa y rodó fuera de ella poniéndose de espaldas, reteniendo la posesión de su mano. La atrajo a su boca y mordisqueó las puntas de los dedos.

– No quiero una gran boda elegante como la que tus hermanas están planeando. Quiero hacerlo rápido, enseguida, sin periódicos ni revistas merodeando.

Giró la cabeza para mirarlo, su corazón latía fuertemente.

– ¿Crees que me voy a casar contigo?

– Maldición, claro que lo harás. No soy ningún juguetito, Hannah.

Se echó a reír ante su tono arrogante.

– Y yo que pensaba que iba a tener tanta diversión. -Se inclinó y le pellizcó el lóbulo de la oreja-. La mayoría de los hombres preguntan.

– Acabas de decir que no. Ya has dicho que no.

– No lo hice. Dije más tarde, no es lo mismo. -Se puso de lado y le pasó los dedos por el pelo-. Cuando iba a tu casa y jugaba a disfrazarme, tu madre y yo hablábamos sobre bodas. Las niñas pequeñas adoran las bodas y yo no era la excepción. Dijo que si alguna vez te casabas, la celebraría aquí, en esta casa, y todos vendrían vestidos como en los años 20. Pondría una sala de baile clandestina [1] para la recepción, en tu salón de baile. Me mostró los vestidos y entonces nos disfrazamos y tomamos el té. Deberíamos hacer eso.

El corazón de Jonas casi se paró.

– ¿Hacer la boda aquí?

– ¿No te gustaría? ¿Vestir como ella quería y hacer la ceremonia aquí? Sería tan divertido. A Joley le encantaría.

– A mí también, pero ¿y a ti? -Sus ojos buscaron los suyos.

Ella sonrió.

– Absolutamente. Creo que suena perfecto. -Le sonrió ampliamente-. Si vamos a casarnos, quiero decir.

Le besó la nariz.

– Oh, nos casaremos, nena. No querrás diez niños corriendo alrededor sin mi anillo en tu dedo. Tu padre te haría viuda antes de que llegaras a ser esposa.

Rió y se dio la vuelta, haciendo una mueca de dolor.

– ¡Ah! Supongo que estoy dolorida. Debo estar en mala forma.

– No lo sé, Hannah, has durado más que yo. Vamos. Te llevaré al baño. -se levantó de un salto, indiferente a su desnudez, entró en el cuarto de baño anexo y abrió el grifo. Sacó la cabeza fuera de la puerta cuando ella no se movió-. ¿No vienes?

– No. No puedo andar. Me quedaré aquí mismo todo el día. -Tiró de la sábana y se cubrió con ella.

– No, nena, necesitas remojarte en la bañera, o no serás capaz de andar. Estarás dolorida. No tengo sales de baño, ni cristales o lo que sea que todas las chicas usáis, pero he encendido algunas de las velas que Sarah me dio en las últimas Navidades. No le cuentes que he dicho esto, pero son calmantes.

Ella rió.

– Eres tan divertido, Jonas, no queriendo admitir que las velas y los cristales tienen poderes curativos. -Rodó de lado y sostuvo la cabeza en una mano, el codo en el colchón, estudiándolo. Él estaba completamente cómodo con su desnudez.

– Lo admito. Es sólo que todas vosotras pensáis que necesito esas cosas como protección. -Echó una ojeada al cuarto de baño para comprobar el nivel del agua en la bañera.

– Las necesitas, tonto. A nuestra propia manera, tratamos de protegerte de la forma que lo haces con nosotras. Nos importas a todas…

Jonas se dio la vuelta.

– Eres mía, Hannah. Ya no es una cosa de familia. -Había irrevocabilidad en su voz.

Hannah frunció el ceño. Siempre había disfrutado de la relación que tenía con las hermanas Drake. Sabía que para ellas era de la familia. Las quería. No podía imaginar por qué lo que había dicho le había irritado.

– ¿Qué es esta repentina necesidad de establecer la dominación, Jonas? ¿Qué pasa?

Él suspiró.

– Ven aquí. -Curvó su dedo meñique hacia ella.

Hannah se levantó, enrollándose en la sábana, tratando de no estar molesta porque todo lo que hacía siempre sonaba como una orden.

– Estoy aquí. Dime lo que pasa.

– Suelta la sábana primero.

Sólo con eso, tan cansada y dolorida como estaba, y su cuerpo respondió. Sus pechos se apretaron, su matriz se apretó y un escalofrío de excitación bajó por su espina dorsal.

– Te quiero, Jonas, te lo juro, pero creo que si me haces el amor otra vez, me matarás.

Una sonrisa reacia curvó su boca.

– Sería una manera agradable de irse, enterrado en ti para siempre. Dentro de ti. Profundamente. Justo donde pertenezco. -Tiró de la sábana.

Hannah la dejó caer al piso.

– Me gusta mirarte. No te ocultes de mí. -Le agarró el mentón y se inclinó para besarla-. No de mí. Jamás.

– Jonas…

Simplemente la cogió en brazos, llevándola al baño e introduciéndola en el agua humeante.

– No puedo ir a casa con la blusa, la falda y nada más. -El agua se sentía tan bien. Podría quedarse allí todo el día, olvidarse de la cama. Descansó la cabeza contra el borde de la bañera.

– Te encontraré un viejo par de vaqueros míos y una camisa. Tengo que tener algo por aquí que te siente bien.

– No me has dicho qué te está molestando.

Estaba de pie mirándola, su expresión sombría.

– No me has dicho que me amas, Hannah. Sé que me quieres, pero no has dicho que me amas.

– Te lo he dicho de un millón de maneras. ¿Crees que permitiría que otro hombre me tocara de la forma en que tú lo has hecho? ¿O poner su boca en mí? ¿Su lengua en mí? Jonas, no seas idiota. Si me conocieses bien, no dudarías en ningún momento que te amo con todo mi ser. Y te lo he dicho antes. En la playa te lo dije.

– No es lo mismo que cuando estamos haciendo el amor. Te lo he dicho decenas de veces la noche pasada. Tú nunca lo has dicho.

– Creí que lo estaba diciendo, una y otra vez. -Ocultó una sonrisa. Jonas era tan grande y malo, pero en el interior era tan vulnerable como ella-. Te amo, Jonas Harrington. Y confío en que no lo olvides.

Jonas le sonrió ampliamente, la misma mueca engreída y satisfecha que a menudo llevaba, la que siempre había hecho que su corazón se derritiera.

– Toma tu baño, nena. Volveré con algunas ropas para ti en un segundo.

Jonas raramente tiraba algo, así que registró los cajones con la esperanza de encontrar ropas lo suficientemente pequeñas para ella. Ocultos en una caja en el armario, encontró un par de vaqueros de años antes. Repasó las camisas y encontró su vieja favorita de cuadros. Mientras salía de la habitación, miró al tocador. Las fotos que tenía allí estaban todas boca abajo. Las había golpeado cuando había tomado a una salvaje Hannah. Sonriendo, levantó la del centro y la puso derecha.

Era una de sus favoritas de Hannah, con el sol brillando en su pelo y una expresión somnolienta en su cara. Se besó las puntas de los dedos y acarició el cristal justo cuando el teléfono sonó.

– Tiro las ropas dentro, Hannah.

– ¡No las tires al agua! -Hannah se puso de pie para coger los vaqueros y la camisa que volaban hacia el interior del baño.

La camisa era demasiado grande, pero cubría todo, y los vaqueros estaban viejos y desteñidos y le ajustaban bien. Mientras se los subía por las caderas, vio a Jonas al teléfono. Estaba inmóvil, la expresión de su cara era dura mientras estiraba la mano y enganchaba sus vaqueros, poniéndoselos con una mano.

Algo iba mal. Realmente mal.

– ¿Qué es? -preguntó Hannah, la ansiedad arrastrándose por su voz mientras observaba su expresión asesina y las miradas inquietas que le enviaba-. ¿Están mis hermanas bien? -Pero lo sabría si una de ellas estuviera en problemas. Siempre lo sabía.

Jonas colgó el teléfono, su mano fue a su nuca.

– Esta mañana temprano, cuando Jackson se dirigía a la oficina, alguien trató de echarlo de la carretera. Estaba en mi coche y todavía usaba mi chaqueta. Tengo la suya.

– Oh, no. ¿Está herido?

– El coche está destrozado y tiene unas pocas raspaduras y magulladuras, pero está vivo. -Cogió una camisa y se encogió de hombros-. Jackson ha estado conmigo durante más batallas desagradables, con balas volando y pensando que ninguno de nosotros íbamos a salir de allí, de las que puedo recordar. No me gusta que haya recibido otro golpe por mí. -Andó a través del suelo, demasiado inquieto para permanecer parado mientras intentaba resolverlo todo.

– Esto no tiene sentido. Tenían que haber pensado que era yo conduciendo mi coche, pero claramente tú no estabas en él. ¿Por qué sería yo un objetivo?

Hannah se deslizó por la pared hasta el suelo, cruzando los brazos sobre el pecho y levantando las rodillas, haciéndose más pequeña, apiñándose en un rincón. Era por su culpa. Alguien había tratado de matar a Jonas y el pobre Jackson se había interpuesto. Cualquier cosa que le sucediera a él sería a causa de ella. ¿Por qué? No entendía lo que podía haber hecho para hacer que alguien la odiara tanto. Sus hermanas estaban en peligro, y también Jackson y Jonas. Cerró los ojos con las lágrimas tan cercanas quemando.

Jonas miró su cara blanca y pálida e instantáneamente se arrodilló a su lado.

– Está bien, nena. Todo va a ir bien. Jackson está bien.

Ella sacudió la cabeza, meciéndose de un lado al otro.

– ¿Adónde puedo ir donde nadie a quien quiero vaya a tener la oportunidad de ser herido? -Alzó la vista hacia él con dolor y conmoción en sus ojos-. ¿Quién podría odiarme tanto que no sólo quiere destruirme a mí, sino a todos los que amo? ¿Qué pude haber hecho para causar esto?

Jonas había visto víctimas de crímenes, cientos de ellas. Las había tranquilizado, calmado, les había dado malas y buenas noticias, pero nunca había sido personal. Las emociones de ella le ahogaron, le estrangularon, le hicieron sentir impotente y atormentado por la furia de que alguien pudiera poner esa mirada en su cara.

– Nada, Hannah. No has hecho absolutamente nada. La gente que elige esta clase de locura está enferma. Pueden imaginar un desprecio, una fantasía. En realidad esto no es sobre ti. Es sobre ellos y su odio ensimismado, una emoción destructiva y absorbente. No es alguien a quien conoces. Nadie a quien conoces podría hacerte esto.

– No sé qué hacer.

– Yo sí, corazón. Esto es lo que haré. Te llevaré de vuelta a tu casa…

Ella negó con la cabeza.

– No les quiero persiguiendo a mis hermanas.

Jonas le enmarcó la cara con sus largas manos.

– Nena, no estás pensando claramente. Tu casa come personas como aperitivo. Tus árboles las tiran al océano. Tu balcón está vivo y tus ventanas se reparan a sí mismas. Tú y tus hermanas estáis malditamente seguras en esa casa, a la cual, por cierto, nunca volveré a mirar de la misma manera.

Casi se las arregló para sonreír mientras permitía que la levantara.

– Está bien. Iré a casa con ellas, pero será mejor que también estés en casa. Lo digo en serio, Jonas. Quienquiera que esté haciendo esto, ahora obviamente está tratando de matarte.

Miró alrededor, encontró sus zapatos en el salón y le entregó las sandalias. Ella se sonrojó, viendo su falda, blusa y abrigo justo en la entrada, en la puerta.

– No fuimos muy lejos, ¿verdad?

Él le sonrió.

– La mejor noche de mi vida, Hannah. Gracias. -Se inclinó, la besó y se puso los zapatos-. Vámonos de aquí. Déjame ir primero, por si acaso. Ve directa a la camioneta.

Ella asintió y esperó a que tomara la delantera. Jonas se paró el tiempo suficiente para cerrar la puerta detrás de él y fue deprisa a la camioneta, su mirada dividiendo el área alrededor de ellos, buscando algo sospechoso.

Hannah se sentó en la camioneta, se puso el cinturón de seguridad y tamborileó los dedos en el asiento con aprensión mientras Jonas metía la llave en el contacto.

Jonas buscó su mano, los dedos cubrieron los suyos en una pequeña caricia antes de cogerle la mano y traerla al calor de su boca.

– Va a estar todo bien, nena. No pasará mucho hasta que lo averigüemos. -Le mordisqueó la punta de los dedos y giró la llave.

El motor gimoteó pero se negó a arrancar. Jonas juró para sí.

– Quizás deberíamos hablar con Abbey. Odia usar sus habilidades, pero puede determinar la verdad -dijo Hannah con indecisión.

– No creo que tengamos a alguien a quien pueda preguntar. -Había algo preocupante en el fondo de su mente, algo justo fuera de su alcance, si sólo pudiera recordarlo. Giró la llave otra vez y el motor hizo el mismo sonido, negándose a arrancar.

Jonas crujió los dientes y agarró la llave, impaciente, pero de repente se quedó inmóvil. Sus alarmas estaban sonando, su estómago ardiendo con nudos; había estado demasiado absorto en Hannah para centrarse en ello. La camioneta de Jackson siempre estaba en perfectas condiciones, siempre.

Hannah frunció el entrecejo, la repentina calma de él hizo que sus alarmas naturales sonaran.

– ¿Qué es, Jonas?

Bajó la mano y soltó el cinturón de seguridad de Hannah.

– Sal fuera de la camioneta. Sal fuera ahora, Hannah. Deprisa, maldita sea.

Reaccionó a la urgencia de su voz, al miedo. Trató de abrir la puerta, recordó que estaba bloqueada y estiró la mano hacia la manilla.

– Corre hacia los árboles, lejos de la casa. Corre rápido, nena. Estaré justo detrás de ti.

Hannah se deslizó fuera.

– Dímelo.

– Hay una bomba en la camioneta. -Su voz era tranquila, pero sus ojos eran salvajes-. Demonios, sal de aquí, Hannah, ahora.

Загрузка...