CAPÍTULO 17

Alguien la odiaba lo suficiente como para querer matarla. Ya había habido tres intentos y habría otro. ¿Qué había hecho ella alguna vez para que alguien la odiara tanto?

Hannah tembló, sintiendo el negro odio deslizándose en su habitación. Desesperada por salir afuera, dónde el viento la protegería, cobijaría y guardaría segura, cogió su manta, se envolvió con ella y salió corriendo hacia el balcón para sentarse en su silla. Tendría que declinar ir con el pobre Jonas. ¿Oh, Dios, qué había hecho? Estaba desnuda bajo la falda y la blusa y había cortado su pelo totalmente. Era una idiota redomada por pensar que podría salir despreocupadamente por la tarde y seducir a Jonas. Se sentía como una tonta. Agradecía a Dios que él no supiera lo que ella había estado pensando toda la tarde, preparándose para él. Si él la viera con la falda y la blusa, entonces sabría lo que había pasado por su mente. Habría sido tan humillante que él la rechazara y… Enterró la cara entre las manos. Él sabría que se estaba desmoronándose otra vez.


Jonas maldijo y por un momento, clavó los ojos en la puerta cerrada. Había pasado las horas rebuscando en los archivos de sospechosos y trabajando para encontrar a quien trataba de hacer daño a Hannah. Todo el día pensado nada más que en regresar junto a Hannah. Había resuelto el problema de escapar con toda seguridad con ella, poniendo atención en cada detalle menor para que ella no se sintiera una prisionera en su propio hogar y así ella pudiera tener el control. Y ahora, de nuevo, ella le había dejado fuera otra vez.

Le sacudió una oleada de cólera sin proporción, pero él tenía una vasta experiencia con puertas cerradas. Hannah le conocía mejor que eso. Resistiendo la idea de echarla abajo, forzó el cerrojo y entró.

Las puertas francesas que conducían al balcón con vistas al mar estaban abiertas como siempre. Las blancas cortinas de encaje ondulaban en el cuarto, trayendo la niebla y el fuerte sabor a sal marina. Ella estaba envuelta en una manta y sentada en una silla, con la mirada fija en el agua turbulento, rechazando tercamente mirarle. Recostó perezosamente una cadera contra la jamba de la puerta y estudió su evasiva cara.

La manta se resbaló cuando ella se inclinó hacia delante para tirar algo sobre la baranda. El viento sopló arrastrando algo hacia él. Un largo rizo en espiral aterrizó en su pecho.

– Qué diablos, ¿Hannah? -demandó, equilibrando una taza de té en una mano y cogiendo las hebras platino en la otra-. ¿Qué has hecho?

Ella saltó, un pequeño chillido de miedo enredado en su garganta. Se acercó más la manta envolviéndose con ella formando una capucha, cubriendo la mayor parte de su cara.

– Una puerta cerrada normalmente quiere decir que alguien quiere estar solo. -Su voz era ese ronco susurro que él encontraba erótico como el infierno. Le dio problemas bajándole por la columna vertebral y provocándole un duro infierno delante. Se movió un poco para tratar de aliviar la continua dolencia centrada en la ingle.

– No me gusta quedarme fuera.

Ella se sobresaltó bajo su mirada penetrante.

– A eso se le llama privacidad.

– Ya has tenido bastante privacidad. Puedes enfurecerte conmigo, Hannah, y puedes gritar y me puedes decir que me vaya al infierno, pero no me cierres con llave la puta puerta. Simplemente no me jodas más. Si estás teniendo un mal momento, entonces dilo.

– Cerrando la puerta lo estoy diciendo.

– Es cosa de nosotros dos juntos, ya no es sólo cosa tuya. No vamos a tener una de esas relaciones cojas, a medias.

Ella frunció el ceño.

– ¿Qué significa exactamente eso?

– Quiere decir que no me cierres la maldita puerta.

– Jesús. Bien. Estupendo. -Suspiró y capituló-. Con sinceridad, no me percaté de que la puerta estaba cerrada con llave.

– Entonces ¿por qué simplemente no lo dijiste?

– Porque tú me gritaste.

– De acuerdo, simplemente no cierres la puerta otra vez. -Le dio la taza de té y agarró otra silla, arrastrándola al lado de la de ella.

Ella inmediatamente se calentó las manos con el calor de la taza.

– Gracias, Jonás.

– De nada. Le puse miel para ti. ¿Estás lista para irnos? -No parecía lista, no tal y como estaba agarrando firme y desesperadamente la manta y escondiéndose en sus pliegues. No podía ver su pelo, pero había varias hebras largas en el suelo del balcón.

Ella comenzó a hablar, a decirle que no iba, él estaba seguro, pero se detuvo y tomó un pequeño sorbo de té como si reuniera coraje. Cuando el silencio se alargó, suspiró.

– Quiero ir, Jonas. Sólo que… -Se detuvo completamente.

– Cariño -dijo suavemente-. Simplemente déjalo pasar. Déjame ver tu pelo.

Sus largas pestañas revolotearon. Alzó una mano y tocó los elásticos rizos bajo la manta.

– Lo hice para mí.

Él dejó escapar su aliento.

– Eso está bien, cariño. Déjame ver.

Le recorrió con la mirada como tratando de medir su verdadera emoción.

– Tengo tanto pelo y eso me pesa, ¿sabes? Sólo quise deshacerme de una parte del peso. Y era tal la carga de que fuera siempre tan perfecto.

La risa en respuesta de él fue suave.

– La gente siempre escribió sobre tu perfecto pelo. -Estuvo de acuerdo.

– No eran ellos los que tenían que poner unos tropecientos litros de producto para mantenerlo sin nudos por todas partes. Quise hacer algo que fuera sólo decisión mía. -Quería que la entendiera. Y quería que le gustase, para no decepcionarlo.

– ¿Lo ha visto alguien? -Supo la respuesta antes de que la dijese.

– Joley lo hizo para mí, pero ella prometió no contar nada.

– ¿No te tiñó de algún color escandaloso? ¿No tendrás rizos púrpuras bajo la manta, o sí? -Pasó y tomó la taza en su mano, bebió, dando al líquido permiso para calentar sus entrañas.

Una pequeña sonrisa curvó su suave boca, atrayendo la atención al lleno labio inferior. Él quería pasar algún tiempo mordisqueando otra vez su labio, pero Hannah no iba a ayudarle.

– Nada de color. Joley dice que el estilo es ligero y sexy. Pero todo es sexy para ella.

– ¿Vas a dejarme ver o tengo que forcejear con la manta para apartarla completamente de ti?

– Un par de reporteros alquilaron botes y trataron de obtener fotos esta tarde mientras tú no estabas. Y Joley se volvió loca e hizo frente al Reverendo. Ella básicamente le hizo confesar sus pecados en la televisión nacional.

– Así lo oí. Fue una locura. -Ella estaba demorándose. Sabía lo que le pasaba y consideró decírselo, pero allí había más que un corte de pelo nuevo. Necesitaba dejarla abrirse camino antes de decirle el problema real.

Hannah volvió al té, tragando saliva, evitando mirarle otra vez.

– Pensé que esta historia sólo moriría y todo el mundo se iría, pero no va a ocurrir ¿no?

– No por el momento.

– Y Joley pudo haberse convertido en un blanco igualmente, ¿verdad?

Se la veía como una niña vulnerable y tan frágil que se dolió por ella.

– Lo siento, nena, quiero decirte lo contrario, pero la verdad es, que Joley se convirtió en un blanco hace mucho tiempo, justo cuando dio el paso de salir al ojo público.

Su voz fue tierna y la pena la golpeó con dureza, haciendo que su garganta se pusiera en carne viva y su pecho se apretase.

– Como yo hice. -Tragó saliva y negó con la cabeza, las lágrimas desbordándose cuando ella se había esforzado tanto por detenerlas-. Jonas. -Ella no podía decir nada. Como fuera, su nombre salió sofocado, desgarrando alguna parte y dejando una herida abierta -. ¿Por qué me odian tanto?

– No lo sé, cariño. -La atrajo a sus brazos, manteniéndola tan apretada como podía, presionando su cara contra el pecho, queriendo romper algo, cualquier cosa, para aliviar la impotencia y la aguda frustración que sentía-. Vas a estar bien, Hannah. Voy a encontrarlos.

– Aún no sé qué he hecho para que alguien me odie tanto -dijo con voz amortiguada.

Lo haría. Quienquiera que había ordenado el golpe contra ella exigía morir. Jonas podía odiar y tenía una memoria largísimo. La mantuvo todo lo cerca que pudo el mayor tiempo posible, ella se pegó a él, escuchando su llanto como si su corazón estuviera quebrado, y en lo profundo de su interior, un monstruo se robusteció. Finalmente la levantó y se hundió de vuelta con ella en la silla, meciéndola amablemente adelante y atrás, murmurando para tranquilizarla, rozando besos sobre la manta y observando el lado de su cara donde la manta mostraba su piel a hurtadillas.

– Lo siento. Lo siento, Jonas. Pensé que estaba bien sobre esto. No sé que me golpeó tan duro una vez más.

Ella tuvo cuidado de dejar la cara vuelta hacia la costa, pero él sintió el fluír de sus lágrimas. Jonas dejó escapar el aliento lentamente para permanecer controlado. Lo era todo para él, y verla tan destrozada, tan asustada y frágil, lo destruía. Frotó la cara sobre la suya, piel contra piel, tratando de mostrarle lo que tenía dentro de él, que le tendría siempre y siempre la respaldaría.

– Después de que salieras esta mañana, le pregunté a Elle si podía traerme el archivo de Jackson, el de toda esa gente que ha escrito amenazándome. Joley me dio las tijeras para guardarlas y justamente en ese momento recordé el brillo intermitentemente del cuchillo. No pude evitarlo. El archivo esta sobre el tocador y pensé que me podría dar algunas respuestas. Pero todas esas personas, Jonas… -Ella se echó hacia atrás y luego le miró, sus ojos anchos y dolidos.

– Hay tantos. No tenía ni idea que hubiera tantos.

Él se reclinó en la silla, acercándola otra vez.

– Escúchame, Hannah. Esas personas no tienen nada que ver contigo. Son enfermos perturbados. Enfermos mentales. Sí, abundan los que se apegan obsesivamente a ti, pero la mayoría son simplemente inofensivos. Jackson nunca debería haberle dado el archivo a Elle. Tú no necesitas ver esas cartas.

– Necesitaba verlos. Esto se trata de mí, y necesito verlos.

La dejó deslizarse de sus brazos y observó como paseaba desasosegadamente de arriba y abajo por el balcón, una mano manteniendo la manta cerrada, la otra pasando un pañuelo por las lágrimas de su cara. Finalmente recogió la taza de té que él había colocado en la baranda y bebió un sorbo antes de dárselo a él, observando sus firmes dedos reacomodarse alrededor del asa.

– Desearía ser más como tú. Me siento tan asustada ahora, y algunas veces me miro en el espejo y no sé quién soy.

Él hizo un débil sonido de incredulidad.

– Sabes exactamente quién eres, quién has sido siempre. Tú no eres Hannah Drake la modelo, ella es una pequeña parte de ti, esa no es quién eres en total. Nunca fuiste tú.

– Estás siempre tan seguro de ti mismo, Jonas.

Él negó con la cabeza.

– Estoy seguro de ti. Conozco exactamente quién es Hannah Drake. La terca, la salvaje. La del sentido del humor alocado. Tú nunca quisiste salir a investigar el mundo para otras cosas y otras personas. Tú querías quedarte en casa y simplemente ser la chica descalza que corría por la playa con sus pantalones vaqueros enrollados.

Hannah parpadeó con lágrimas otra vez.

– Lloro bastante. Pienso que estoy bien y luego me desmorono otra vez.

– Tuviste un trauma, cariño, es normal. Si no lloraras, entonces es cuando podrías preocuparte por tener un problema.

– Estaba tan preparada para salir contigo esta noche. Me sentía fuerte y feliz con respecto a tomar mis propias decisiones, y lo siguiente que supe, fue que estaba aterrada, enfada y llorosa, y todo se fue al traste. Estoy hecha una calamidad.

– Tú eres lo más normal que una Drake posiblemente pueda llegar a ser. -Tiró de la manta-. Ahora quítate la manta y déjame ver tu pelo.

– ¿Qué pasa si no te gusta? -Alzó una mano encima de su cabeza en un gesto defensivo.

Él todavía podía ver las débiles heridas subiendo y bajando por sus brazos y sus palmas. Heridas defensivas. Los nudos en la tripa endureciéndose en bloques letales.

– ¿Te gusta a ti?

Ella asintió con la cabeza lentamente, luego con más convicción.

– Sí.

– Entonces también me gustará a mí. Deshazte de la manta.

Renuentemente, Hannah bajó la manta hasta los hombros, con la mirada repentinamente asustada. Se veía más vulnerable que en toda la vida. Los rizos en espiral eran tan gruesos como siempre, pero mucho más cortos, enmarcando su cara y anidando a lo largo de su cuello y rozando sus hombros. Él siempre había amado su pelo rizado natural; Era grueso y rico y exclusivamente de Hannah. Mientras le tenía largo, y estaba mojado, le llegaba más allá de su cintura, las espirales eran tan apretadas, que el pelo todavía se deslizaba en torno al centro de su espalda.

Sin todo el peso adicional, sus nuevos rizos cortos estaban más apretados, pero el corte iba bien con su cara, enfatizando su delicada estructura ósea y sus increíbles ojos grandes. Extendió la mano y tiró de una sedosa espiral.

– Joley tiene razón. Es al mismo tiempo ligero y sexy y va bien contigo. -Su voz salió áspera y ronca.

Lleva puesta su blusa campesina, la que me gusta. Su boca se quedó seca ante la vista. No llevaba puesto sostén. Con el frío sus pezones se habían endurecido en dos apretados picos. La vista le inflamó como un relámpago de fuego, el ardor instantáneamente caliente y casi fuera de control. Respiró profundamente y batalló contra el deseo de empotrarla contra la pared y sepultarse en su interior profunda y duramente repetidas veces.

– ¿Va bien conmigo, no me engañas? -Hannah esbozó la más pequeña de las sonrisas. Pero la timidez empezaba a desvanecerse de sus ojos mientras volvía a alzar la manta sobre su cabeza.

– ¿Estás pensando en pasar el resto de tu vida dentro de esa manta? -Tuvo que tener cuidado, no la podía perder. Ella había tomado la decisión de entregarse a él, antes de aterrorizase, y deliberadamente se había vestido para buscarle.

Ella arrugó la frente, frunciendo los labios mientras le contemplaba. Finalmente inclinó la cabeza.

– Realmente, sí, creo que me gusta la idea. -Porque si no se cubría, él advertiría que se había preparado, y siendo Jonas, se percataría de para qué exactamente se había arreglado.

– Tenemos nuestra escapada planificada. -Luchó para conservar su voz neutra, pero salió ruda con necesidad-. Tus hermanas traerán la niebla. Jackson está vestido como yo y cogerá mi coche alrededor de media hora después de que nos esfumemos, así es que si alguien me sigue pensando que podría conducirlo hacia ti, Jackson lo conducirá hacia la oficina del sheriff.

Ella le contempló con anhelo y lágrimas.

– Lo intenté hoy, Jonas. Realmente quise que fuera un buen día.

– Sé que lo hiciste. -Tiró de ella poniéndola en pie-. Coge tu abrigo y déjanos intentar conseguir un paseo en coche y ver cómo te sienta salir de aquí. La gente se ha ido porque la noche era demasiado fría y el viento estaba aullando y soplando rocío del mar por encima ellos.

– Eso habrá sido por cortesía de Joley o Elle.

– Yo creo que Joley se ha retirado a su cuarto por esta noche.

– ¿No vas a despotricar acerca de Joley poniéndose en peligro?

– Esta noche paso totalmente de discursos rimbombantes. -No podía pensar en otra cosa excepto arrastrarla hacia sus brazos, mantenerla ahí y besarla y hacerle cada cosa que había imaginado a lo largo de los años. Durante toda la noche. La quería toda la noche.

Él sonaba diferente, casi rudo. Hannah inmediatamente contempló su cara y notó las sombras allí. Aparentaba más edad, las líneas de expresión grabadas en su cara, y su mirada fija en ella, intensa, centrada, casi hambrienta. Su corazón se sacudió.

– Creo que un paseo en coche contigo es justo lo que necesito, Jonas.

Tal vez fuera cierto, honestamente no lo sabía, pero era cierto para Jonas. Él necesitaba amarla.

Hannah conservó la manta a su alrededor hasta desaparecer en el armario y ponerse el abrigo largo. No tendría la oportunidad de coger un sostén y unas bragas de su cajón a menos que lo hiciese manifiestamente delante de él, y no había reunido el coraje suficiente para hacerlo. Extrañamente, cuando se envolvió en su abrigo, el calor se deslizó por su cuerpo. Había algo de delicioso y decadente acerca de tenerlo puesto, la falda moviéndose, parada inocentemente al lado de Jonas, y sabiendo que tan solo había piel bajo el delgado material de sus ropas.

Un momento antes había estado asustada y llorosa, ahora la excitación corría por sus venas simplemente al pensar en sentarse al lado de Jonas y saber que estaba vestida tal cual había estado en su fantasía. Mirarle envió un temblor de anticipación por la columna vertebral. Tomó la mano que él le tendió y le siguió bajando las escaleras.

Escaparon en la gruesa niebla, moviéndose como sombras, de la mano, Elle ayudando a nublar sus figuras mientras iban hacia el extremo más alejado de la propiedad, usando el bosque de árboles para cubrirse. Cuando se acercaban a la camioneta de Jackson, la niebla era incluso más gruesa.

Con cada paso que Jonas daba, la ansiaba. El calor creció y se extendió hasta que su miembro estuvo a punto de explotar. Necesitaba tocarla. Ya no lo quería. Lo necesitaba. Sabía que era inexperta y un poco tímida, pero se había vestido para él con las ropas de la fantasía que le había contado, casi era más de lo que podía soportar.

Jonas colocó una mano bajo su espalda, guiándola rápidamente hacia la pista, pero una vez allí, repentinamente la dio la vuelta, empujándola contra la puerta y atrapándola con su gran cuerpo.

– Pensé que te estaba protegiendo todos estos años y los desperdicié. Tantos malditos años.

Su voz era baja, áspera y atormentada, penetrando a través de la piel directamente al corazón.

– Fui tan estúpido, Hannah. Nos privé a ambos ¿para qué?

– No estaba lista, Jonas. -Pasó las puntas de los dedos por su cara, tratando de serenar la línea que formaba su ceño fruncido, el anhelo desesperado claramente mezclado con el deseo.

– ¿Lo estás ahora, Cariño? -Su voz era un sonido áspero-. ¿Estas lista para mí ahora? Porque todo en lo que puedo pensar es en enterrarme en ti, una y otra vez hasta que me pidas a gritos misericordia y yo no pueda moverme.

Empujó la pesada erección apretadamente contra su suave montículo, incluso mientras enmarcaba su cara con las manos, sosteniéndola así, todavía podía doblar la cabeza y hundir la lengua en el oscuro misterio de terciopelo de su boca. Gimió, la vibración viajando a través de su cuerpo al cuerpo de ella, ella envolvió los brazos alrededor de su cuerpo y se abandonó al pecaminoso placer de su ardiente boca, hambrienta.

Estaba ansioso de ella, su necesidad tan urgente, su piel tan caliente, tan apretada, su ingle en el borde entre el placer y el dolor. Necesitaba el alivio de su sedoso canal, apretado y caliente, absorbiéndole apretado como un puño, o el placer del terciopelo de su boca ardiente, dulce. Él gimió otra vez y sus lenguas se enredaron y batieron en duelo, hasta que pensó que su erección podría abrirse paso directamente a través de sus pantalones vaqueros.

– Te necesito ahora mismo más de lo que necesito respirar, Hannah.

Lamió bajando por su cuello mientras ella echaba la cabeza hacia atrás, los dientes rozando y pellizcando, hasta que encontró la curva de sus desnudos pechos bajo el escote de su blusa campesina. Las manos de ella agarraron a puñados el pelo de él y manteniéndolo firme contra ella, arqueó su cuerpo más cerca del suyo.

Él echó la cabeza hacia atrás y la miró, sus azules ojos tempestuosos, su respiración irregular.

– ¿Tienes miedo, Hannah?

Ella asintió con sinceridad.

– Sí. De no poder complacerte. De ser demasiado inexperta para ti. De que me mires y veas lo que yo veo.

– Te miro y veo un milagro, Hannah. – La besó pasando directamente el elástico del escote, las manos atraparon el borde y tiraron lentamente. Jonas casi dejó de respirar cuando estiró el flexible escote y se deslizó sobre las curvas llenas de sus pechos y estos surgieron debajo, clavó los ojos en su increíble cremosa carne y sus apretados pezones.

Su abrigo enmarcaba su figura y ella se quedó allí, presionada contra la camioneta, reclinándose ligeramente a fin de que sus pechos empujaran hacia él como una invitación. Se veía tan malditamente sexy que casi perdió el control allí mismo. Su miembro se sacudió y lloró anticipadamente. No se atrevía a inclinarse y lamer y chupar de la forma que él quería. No sería capaz de detenerse.

– Entra en la camioneta. -Envolvió su cuerpo con el abrigo-. Así como estas, Hannah. No te cubras con tu blusa. -Su respiración llegó en un áspero jadeo-. No sobreviviré.

Ella no estaba segura de que sobreviviera, pero desde luego, Jonas Harrington la hacía sentirse bella y sexy y amada. Era asombroso, se sentía atrevida sintiendo como el abrigo rozaba sus pechos desnudos y sabiendo que la respiración irregular de Jonas era por ella.

Él abrió la puerta con fuerza y atrapándola por la cintura, la lanzó encima del asiento y cerró de un golpe la puerta. Ella le observó andar hacia el lado del conductor, y si la protuberancia en la parte delantera de sus pantalones vaqueros indicaba algo, él realmente la quería.

Se sentó tímidamente mientras él se deslizaba detrás del volante, cerraba sus ojos por un momento y ajustaba sus pantalones vaqueros para aliviar el dolor entre sus piernas.

– ¿Dónde vamos? Última oportunidad, Hannah. Tú me dices.

– A tu casa. -Su voz tembló un poco, pero su respuesta fue inmediata.

Jonas le dio una sola mirada ardorosa, su cara revestida de sensual determinación. La respiración se quedó atrapada en sus pulmones y el interior de los muslos latió con el conocimiento.

Ella se agachó rápidamente, y mientras Jonas arrancaba la camioneta de Jackson en la pesada niebla, atrás en la casa, Jackson estaba de pie en el porche a simple vista con una niebla mucho más ligera rodeándole, tenía puesto el familiar abrigo de Jonas y el sombrero, estaba hablando con Sarah, quien le llamó Jonas lo suficientemente alto para que cualquiera que estuviera acechando cerca de la propiedad lo oyera.

– Estamos de acuerdo, cariño, nos escabulliremos marcha atrás ¿Tienes frío? -Subió la calefacción un punto.

– No. Mi abrigo está caliente. -Pero estaba nerviosa. No sabía nada de seducir. Podía estar asustada, pero si algo sabía, con absoluta certeza, es que quería pertenecerle y que él le perteneciese.

– Vamos a estar bien, cariño. Podemos tomárnoslo con calma esta noche. -Le mataría, pero por ella, podría hacer cualquier cosa.

Hannah no estaba segura de que quisiera ir despacio, y si el gruñido bajo de su voz significaba lo que ella pensaba, entonces él tampoco. Podía sentir las ondas de lujuria y amor, el deseo tan ardiente y profundo, desprendiéndose de él en oleadas. Mientras recorrían las calles en coche, el cuerpo se le tensaba en anticipación. Sus músculos internos se tensaron con fuerza y ella cambió de posición, asustada de que pudiera tener un orgasmo simplemente escuchando respirar a Jonas de forma entrecortada, áspera.

Repentinamente, él deslizó la mano dentro del abrigo y acarició su suave pecho. Ahuecó el montículo suave, cremoso en la mano, el pulgar deslizándose de un lado a otro sobre su expuesto pezón. Cada caricia enviaba vetas de fuego directamente a su caliente centro femenino.

– Mantén tus manos para mi en el asiento, nena – instruyó él suavemente.

Ella se percató de que estaba agarrándole firmemente el brazo, impidiéndole el pleno acceso. Hannah dejó caer las manos en el asiento, los dedos agrupando el material de la falda en sus puños. Su mano la acariciaba y el corazón se le aceleró, y las llamas se convirtieron en un lento arder que solamente consiguieron calentarla más. Pensó que podría tener un orgasmo allí mismo cuando todo lo que él estaba haciendo era tocarle el pecho.

Se humedeció los labios.

– Pones atención a la carretera ¿verdad?

Él le lanzó una pequeña sonrisa abierta, arrogante, sexy, y llena de confianza.

– ¿Piensas que estoy demasiado distraído para conducir? -Recorrió la mirada hacia bajo hasta su falda-. No llevas sostén. ¿Qué más no llevas puesto?

– Llévame a tu casa y averígualo – dijo Hannah valientemente.

Sus largos dedos, calientes seguían acariciándole el pecho, y con cada toque, las terminaciones nerviosas en lo más profundo de su interior chisporroteaban en reacción. Él gimió, un sonido áspero y rudo que la emocionó.

– Dios mío, nena, estás Jodidamente desnuda bajo esa falda, ¿lo estas? Y estoy conduciendo. Me estás matando. -Aspiró profundamente. Su miembro estaba tan hinchado que el material de sus pantalones vaqueros estaba al límite-. Y lo estás haciendo a propósito.

– No te lo voy a decir. Solamente llévanos a tu casa. Y presta atención a la carretera.

Él condujo por la serpenteante y estrecha carretera con una mano en el volante y la otra acariciando su pecho. Todo el tiempo continuó repartiendo miradas entre la carretera y su falda.

En vista de que le podía sacar de quicio simplemente con el calor que desprendía a través de su cuerpo y que podía hacerla sentir atrevida y sexy. Su mirada fue ardiente, los dedos posesivos.

– Levántatela.

– No.

La mano bajó a su muslo.

– Te juro, nena, que puedo sentir tu calor. Levántatela para mí. -Su voz era ronca.

– Te estrellarás.

– No, no lo haré. Mantengo los ojos en la carretera.

– Pon ambas manos en el volante.

Cuando él obedeció, ella le envió una sonrisa de sirena y comenzó lentamente a subir la vaporosa falda, centímetro a centímetro despacio sobre sus desnudos muslos.

Jonas casi dejó de respirar cuando el interior de sus suaves y blancos muslos surgió a la vista.

– Más arriba, nena, un poco más arriba. -Casi podía distinguir los labios de su sexo y los diminutos rizos rubios. La humedad brillaba apetitosamente. Las manos apretaron el volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Él nunca había querido más a una mujer. Estaba casi demente de deseo-. Abre tus piernas un poco más. Sólo un poquito más Hannah. Eres la mujer más sexy que alguna vez he visto en mi vida.

Podía ver el efecto que le causaba. Su respiración, su voz, la lujuria oscura en sus ojos, la protuberancia en sus pantalones vaqueros; Todas las ondas de necesidad que exudaba derrumbándose a través de su sistema. El poderoso sentimiento, bello y sensual era un afrodisíaco que no había esperado. Abrió más las piernas y dio un pequeño tirón más a la falda, permitiéndola subir un poco más.

Jonas se desvió de la carretera entrando en el camino de acceso y desaceleró la camioneta. Dejó caer una mano encima del asiento entre las piernas de ella y le acarició ardientemente, la mojada entrada con los nudillos, varias veces, cada vez poniendo un poco más de presión. La respiración de Hannah emergió en un sollozo. Su cuerpo se estremeció, los pechos hinchados y doloridos, el estómago agrupándose en nudos. Ella atrapó su gruesa muñeca con ambas manos, asustada de lo que iba a ocurrir si le dejaba continuar. Ella lo había comenzado, pero su cuerpo ya estaba en llamas fuera de control, demasiado ardiente, demasiado rápido, el calor construyendo y construyendo hasta que tuvo miedo de quemarse viva.

Aparcó la camioneta con una sola mano, negándose a ceder ante su tirón.

– Ssh, Cariño, despacio. ¿Qué piensas que va a ocurrir? Solo voy a hacerte sentirte bien.

– Esto es demasiado. Apenas me has tocado.

– Toma tus manos y ponlas alrededor de mi cuello.

Sus miradas se encontraron. Ella tragó saliva.

– Hazlo ahora, Hannah. Pon tus manos alrededor de mi cuello y agárrate. -Se negó a dejar que ella apartara la vista de él, conservando su voz baja y dominante-. Confía en mí, cariño.

Confiaba en él. En quien no confiaba era en sí misma. No tenía ni idea de que fuera una persona tan sexual. Había pasado los años sin mucho interés. Aun cuando Joley le señalaba hombre ardiente tras hombre ardiente, no se conseguía excitarse del todo a menos que Jonas entrase andando en la habitación. En secreto le había deseado durante años. Soñaba con él, lo imaginaba. Pero durante todo ese tiempo, ella nunca se había dado cuenta de ese aspecto ardiente, de que un gesto o caricia, la enviarían inclinándose al límite

– No quiero que pienses que soy…

– ¿Que te gusta compartir el sexo conmigo? ¿Que disfrutas de mi cuerpo y amas tenerme disfrutando del tuyo? Eso es bueno, nena. Lo que hacemos es entre nosotros. Privado. Intimo. No es ofensivo. Esto es amor, compartir nuestros cuerpos el uno con el otro es amor. Necesito darte placer. No sólo quiero, necesito poder tenerte aplastada debajo de mí. -Sus nudillos rozaron su entrada otra vez y él miró la intensa necesidad hacer más oscuros sus ojos-. Pon tus brazos alrededor de mi cuello y agárrate.

Ella acopló las manos detrás de su cuello y presionó la frente contra la de él, abriendo la boca cuando su dedo se deslizó sobre ella y en ella, instantáneamente retorciendo el nudo de nervios en un fogoso manojo moviéndose a gran velocidad en corrientes eléctricas que crepitaban a través de su cuerpo, destruyendo cualquier semblanza de control que pensase que todavía podía tener.

– Jonas. -Su nombre surgió en jadeo irregular.

– Voy a adorar enseñarte todo tipo de nuevas y maravillosas cosas, Hannah. -Sobre todo, estaba decidido a demostrarle lo bella que realmente era. Bella y sexy y suya. Si él no le daba nada más que eso, entonces él lo quería para ella.

La acarició una segunda vez, gentil, los escalofríos recorriendo su cuerpo. Sin previo aviso, sus dedos descendieron rápida y profundamente y ella gritó, echando hacia atrás la cabeza. Su pulgar encontró su lugar más receptivo y rastrilló su hipersensible clítoris. Su cuerpo simplemente pareció derretirse, deshacerse. Un pequeño quejido roto escapó de su garganta cuando empujó contra su mano. El sonido fue directamente a su ingle. Se sintió hincharse, sacudirse con fuerza, sus pelotas tensándose. Tenía que lograr quitarse la ropa o no sobreviviría.

– Necesito que entres, Hannah, o te tomaré aquí mismo como un adolescente ansioso.

Le contempló en una especie de estupor atolondrado, se veía tan sexy que en ese mismísimo momento casi perdió el control, pero no iba a sacar de un tirón su miembro de los pantalones y tomarla en una maldita camioneta. Quería montarla, ardiente y feroz, pero no así. Aspiró profundamente para controlarse, le bajó la falda y abrió la puerta.

– Nada de luces, Jonas. Mantén apagadas las luces.

– Haremos lo que sea para que estés muy cómoda, nena. -Pero él iba volverla tan malditamente loca que no iba a pensar en cualquier otra cosa que no fuera él y lo que sus manos y su boca y su cuerpo le podían hacer al de ella.

Con las rodillas estremeciéndose y las piernas débiles, Hannah no esperó a que diera la vuelta y la ayudase a salir, pero caminó por delante de él hacia su casa. Le deseaba ardientemente. Estaba obsesionada con él. Quería que Jonas reemplazara su inocencia por experiencia, y estaba decidida a que le enseñara como complacerle. Quería aprender cada manera en la que podrían darse placer. Sobre todo, quería a Jonas Harrington para ella, y por primera vez en su vida, estaba completamente dispuesta a tomar lo que quería.

Jonas pasó rodeándola y abrió la puerta. Hannah entró y él la agarró, cerrando la puerta de una patada y sacando bruscamente el abrigo fuera de sus hombros. Lo dejó caer en el suelo y la arrastró hacia atrás contra de él, las manos ahuecando sus pechos, la barbilla descansando sobre su hombro. Su respiración salió en duras boqueadas cuando apretó la erección contra la curva de su trasero, tan sólo los vaqueros que le cubrían y el material delgado de su falda los separaba.

– Voy a comerte viva Hannah. -Mordisqueó bajando por su cuello-. Eres tan suave, ¿cómo diantres haces para estar tan suave?

Ella tuvo miedo de caerse directamente al suelo. Sus manos estaban por todas partes en sus pechos cuando él dio un paso atrás, obligando a su cuerpo a inclinarse y darle aun mejor acceso. Una mano se deslizó sobre su cadera y alrededor de su cuerpo, tirando de su falda. Sus manos automáticamente volaron hacia las de él.

– Simplemente levántala -dijo con vacilación.

– Está oscuro aquí dentro, nena. Pongamos piel con piel. Aquí mismo, ahora mismo.

Él la hizo girar y fundió su boca con la suya, la lengua bajando profundamente, acariciando la de ella, devorándola tal y como dijo que haría, sin darle tiempo para pensar. Él siempre había amado la forma de su boca, el lleno labio inferior, tan suave y perfecto. Se lo mordisqueó, incitándola, tirando fuertemente y volviendo a besarla. Deseaba ardientemente su sabor, dulce y caliente, adictivo, y la besó repetidas veces hasta que ella se abandonó a él, su cuerpo se amoldó al suyo y sus brazos se movieron furtivamente en torno al cuello.

Bajó la falda por sus caderas, dejando que el material formase un charco a sus pies. Jonas interrumpió el beso, pasó rozando con las manos sobre sus pechos, y luego se inclinó hacia delante para reemplazar las manos por la boca. Un grito ahogado se liberó, su cuerpo estremeciéndose cuando él lamió y chupó hasta que ella se contorsionó contra él. Los dientes mordieron suavemente su pezón, y el calor se elevó rápidamente en una llamarada, surcando directamente hacia sus muslos.

Jonas arrancó a jirones su camisa y tiró bruscamente de la suya sobre la cabeza, echándola a un lado, antes de apoyarla contra la pared. La atrapó ambas muñecas y puso sus manos sobre su cabeza, inmovilizándola con una de las suyas, mientras su boca devastaba la de ella y la mano libre tiraba de sus pezones y se deslizó hacia abajo por su barriga hacia su entrada húmeda, caliente.

– Oh, nena, estas tan lista para mí. Te he esperado durante tanto tiempo.

Hannah no podía hablar. Ni siquiera podía implorar. Estaba ciega de necesidad. Él había conducido su cuerpo hacia tal grado de excitación febril, que no podía pensar claramente. Después él dejó caer las manos, y la boca pasó rozando su cuerpo hacia abajo mientras él caía de rodillas. Él abrió sus muslos y afianzó su boca contra ella, la lengua hundiéndose profundamente, acariciándola con fuerza, alternando con succiones.

Ella gritó, le flaquearon las piernas, sus manos usaron el hombro como soporte, que era lo único que le impedía caer mientras él la devoraba. Su cuerpo temblaba, su estómago, sus muslos, su trasero, incluso sus pechos, como un relámpago atravesándola. Su boca era despiadada, haciéndola subir y subir, de tal forma que sus músculos interiores ondeaban y tensaban y las ondas de sensación la atravesaban. No se detenía, ni siquiera lo suficientemente para que respirara. Él la comía viva, haciéndola suya, dejando su marca en ella.

Hannah se abandonó a él, dejándole tenerla completamente, su cuerpo ya no era suyo. Jonas se puso de pie, levantándola en sus brazos, empujándola contra la pared.

– Rodéame con tus piernas, Hannah. -Su voz era un chirrido áspero en su oreja.

Ella rodeó su cuello con los brazos, y su cintura con las piernas, sintiendo la ancha cabeza de su erección equilibrada en la entrada. Y entonces dejó caer su cuerpo sobre el de él, trabándolos juntos. Oyó su propio grito destrozado cuando él la llenó, recorriendo sus ultra sensitivos pliegues. Él era tan grueso, casi demasiado grande para ella, la fricción era caliente y apretada, y avanzaba lentamente sobre el fogoso nudo de nervios de tal forma que la llevó hacia otro estremecedor orgasmo.

Ella miró su cara, el brillo de sus ojos, la ruda intensidad de su deseo escrito en cada línea de su cara. Su respiración se calmó. Su mente. Todo en ella se calmó para apenas un momento de comprensión. Eso en sus ojos era amor por ella. Si él la poseía en cuerpo y alma, entonces ella le poseía a su vez. Y después el momento pasó porque él estaba manteniendo sus caderas quietas y alojado profundamente en su interior, sintiendo como se topaba duramente con su vientre. Otra vez estaba ahogándose, hundiéndose mientras ondas de puro éxtasis resbalaban sobre y a través de ella.

Él comenzó a empujar duro, bombeando en ella, su canal era seda ardiente, los músculos hinchados y le agarraban apretadamente mientras chocaba contra ella, su mente se deshacía conforme él sentía los clímax construyéndose y desgarrándose a través de ella una y otra vez. Su cuerpo se ajustaba al suyo perfectamente, agarrándole como un puño, enviando oleadas de fuego precipitándose a través de él desde los dedos de los pies hasta la cabeza. Su organismo se tensó, los músculos se bloquearon cuando el clímax le atravesó como una tormenta de fuego, el corazón tronó en sus oídos, golpeando contra ella mientras luchaba por respirar.

Colapsaron contra la pared, sus brazos manteniéndolos, el uno al otro de pie, hasta que, aturdidos por los golpes, él dejó que su cuerpo resbalarse con el de ella y se hundieron en el suelo.

– Dame un minuto, Hannah, y te llevaré a la cama.

Ella curvó los dedos alrededor de su brazo, queriendo agarrarse a él.

– Quedémonos aquí mismo.

– Tendrás demasiado frío -protestó-. Además, quiero hacer el amor contigo en mi cama así podré despertarme con tu perfume en mis sábanas.

– Posiblemente no podamos otra vez.

Alargó la mano para cogerla, su sonrisa lenta y sensual.

– Cualquier cosa es posible, nena.

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