Las Drakes estaban esperándole en el salón, todas menos Hannah. Sabían que estaba enfadado por la actitud de su cuerpo. Sarah saltó para interceptarlo cuando empezó a subir las escaleras, pero él levantó la mano para pararla, echándole una única mirada llena de emoción.
– No -le advirtió.
Ella asintió.
– Cuéntanos, Jonas.
Él miró sobre su cabeza, hacia Joley.
– Tú cuida de ésta. -Señaló con la cabeza hacia ella-. Y yo cuidaré de Hannah-. Le dirigió otra mirada aún más furiosa a Joley y subió corriendo las escaleras hacia la habitación de Hannah.
La puerta estaba cerrada con llave y ésta vez no se molestó en llamar. Al infierno con eso. Empezó a hurgar en la cerradura. Joley llegó tras él con Sarah.
– Tienes que dejarla sola, Jonas. Para ella ha sido demasiado enfrentarse así con Prakenskii -dijo Sarah-. Necesita descansar.
– Y tú necesitas meterte en tus asuntos. Hannah es una mujer adulta. Es mi mujer. -Hizo ésta declaración mientras forzaba la cerradura, abría la puerta y entraba, cerrándola en la cara furiosa de Sarah.
Hannah estaba sacando ropa de su cómoda, con lágrimas cayéndole por la cara, mientras la lanzaba a una pequeña bolsa de deporte que había abierto encima de la cama. Pudo ver la fatiga y los oscuros círculos que rodeaban sus ojos. Se le encogió el corazón a pesar de su enfado. Hannah era una mujer de grandes contrastes. Parecía frágil y delicada, pero aún así tenía un corazón de hierro. Tenía ataques de pánico, pero defendía valerosamente a sus hermanas. Era tímida, pero se convirtió en un personaje público.
Nunca podría, mientras viviera, superar la visión de ella entrando en la habitación, la cabeza en alto, con la cara cortada profundamente y en carne viva, pero con la mirada firme mientras enfrentaba a Prakenskii con la dignidad de una reina. Se dio cuenta de que eso le estaba costando su orgullo. Sabía que no quería que la vieran. Pero permaneció de pie frente a todos e insistió en que la tratasen como a una adulta. Nunca había estado tan orgulloso de ella. Aún así, aquí estaba él, para reñirla. Otra vez. Suspiró.
Ella levantó la vista, sus húmedas pestañas de punta, casi le rompieron el corazón. Se llevó la mano defensivamente a la garganta, donde le habían hecho tres cortes deliberados, dañándole las cuerdas vocales para siempre. Quiso atraerla a sus brazos y apretarla fuerte.
– Sal -le dijo ella-. Tienes que salir y dejarme sola.
La furia lo atravesó. Demasiado para sus buenas intenciones. Volvió a cerrar la puerta de golpe, ésta vez contra Joley cuando ella intentó entrar, y cerró el pestillo, cruzando la habitación de tres grandes zancadas.
– ¿Qué demonios creías que estabas haciendo, Hannah? -Jonas la cogió por los hombros y le dio una pequeña sacudida-. ¿Te gusta jugar con fuego? Te dije que te mantuvieras alejada de Rudy Venturi. Puede parecer indefenso, pero está viviendo en una fantasía y no sabes qué puede pasar si su fantasía se interrumpe.
– ¡Jonas! -protestó Sarah, desde el otro lado de la puerta-. ¿Qué estás haciendo?
– Voy a sacudirla, eso es lo estoy haciendo -exclamó Jonas-. ¿Por qué no puedes, aunque sea por una vez, estar de acuerdo con algo de lo que digo, Hannah? ¡Ese hombre es un patán chiflado y le llevas una fotografía firmada personalmente! Sé de lo que te estoy hablando cuando nos referimos a seguridad, pero no, tú simplemente tenías que desafiarme. -Sus ojos se oscurecieron, brillando sobre su cara levantada, mientras le daba otra sacudida, con la furia recorriéndolo, creciendo y creciendo como las imágenes de un cuchillo apuñalándola, mientras él estaba a miles de millas de allí, danzaban por su cabeza-. Haces lo que todo el mundo te dice como una maldita mascota, pero conmigo, tienes que discutir y desafiarme en cada recodo. Incluso si estás arriesgando tu propia vida.
– Para, Jonas -lo llamó Joley, golpeando la puerta-. Para. Suenas como si fueras a hacerle daño.
– Nunca le haría daño -declaró Jonas, soltando a Hannah abruptamente-. Lárgate de una maldita vez, Joley. Tú también, Sarah. Esto es entre Hannah y yo.
– Estoy bien, Joley -le aseguró Hannah-. Déjanos.
– ¿Estás segura, Hannah? -preguntó Sarah-. No tienes por qué aguantarle que te grite.
– Yo no me entrometí entre tú y Damon, Sarah -siseó Jonas-. Concédenos la misma cortesía. Iros. -Se pasó ambas manos por el pelo, esperando a que el ruido de pasos se desvaneciese antes de mirar a Hannah-. Maldita sea. ¿Por qué arriesgaste así tu seguridad?
Retrocedió alejándose de ella, las manos le temblaban mientras cruzaba la habitación. Su pecho se hinchaba mientras intentaba llenarlo de aire, mientras intentaba alejar las imágenes que surgían en tropel. Había habido demasiada sangre. Su largo cabello estaba por todas partes, pero en vez de ser platino y dorado, los rizos eran rojos. Casi no podía respirar y de hecho se tambaleó, buscando ciegamente algo a lo que agarrarse.
Hannah lo cogió del brazo.
– Siéntate, Jonas. No has dormido en días.
– Semanas -la corrigió y se hundió en la silla grande junto a la chimenea. Él la abrazó por la cintura, enterrando la cara contra su estómago. Sus brazos ciñeron, dos bandas de acero, trabándola a él, manteniéndola tan cerca como pudiera conseguir. Un estremecimiento atravesó su cuerpo-. Maldita sea, Hannah. Me estás matando.
Los dedos de Hannah se enterraron en su pelo, haciendo pequeños círculos tranquilizadores contra su cuero cabelludo en un intento de calmarle.
– Todo está bien, Jonas. Estoy viva. Todo va a ir bien.
Arrodillándose, apoyó su cabeza contra la de él, sin estar segura de estar diciéndole la verdad. No estaba segura de haber sobrevivido. Estaba viviendo, pero vivía con el terror y la comprensión de que alguien la odiaba tanto como para destruirla. Ella no era fuerte como sus hermanas. Prefería el amparo de su hogar, de su pueblo, la familiaridad de las cosas con las que había crecido. Siempre se había sentido segura en Sea Haven. Ahora no sabía dónde estaría a salvo. Quienquiera que fuera el que la odiaba estaba aquí en Sea Haven y no podía arriesgarse a que hirieran a sus hermanas, o a Jonas. Tenía que marcharse y tenía que irse sola.
Jonas normalmente la protegía de la intensidad de sus emociones, pero justo ahora, estaba demasiado trastornado. Sentía en él la misma desesperación que ella recordaba de hacía tanto tiempo, cuando él había intentado mantener a su madre con él, de salvarla, de encontrar una forma de alejarla del dolor. El dolor de Jeanette Harrington había sido, como el de Hannah, de los dos tipos, físico y emocional. No quería morir y dejar a su hijo solo en el mundo. Hannah no sabía cómo vivir. Jonas se sentía responsable de ambas -siempre lo había hecho- y justo ahora, todo esto se mezclaba con la furia y el pesar.
En ese momento supo, con asombrosa claridad, que su propia incertidumbre no le importaba. Sintió el estremecimiento que recorrió el cuerpo de Jonas y sintió que tenía que encontrar una forma de alejarle del dolor. Captó las imágenes de su ataque en su mente. La desesperada necesidad de llegar a ella, la agonía del pensamiento de perderla. La furia contra sí mismo por no estar con ella para protegerla. No encontró compasión, ni horror por la visión de su cuerpo mutilado, y eso fue un don inesperado. Pero el amor que encontró ahí, fuerte -intenso, casi desperado- la sofocó. ¿Cómo podría dejarle si ella se sentía de la misma forma?
– Estoy enfadado contigo, Hannah -susurró él, manteniendo la cara enterrada en la calidez de su cuello-. Estoy realmente enfadado contigo.
– Lo sé. -Ella le sostuvo la cabeza entre sus brazos, manteniéndolo cerca-. Está bien. Lo conseguiremos. No sé cómo, pero lo haremos. -Estaba agradecida porque no hubiera testigos del pánico de Jonas. Era un hombre fuerte y orgulloso, y derrumbarse delante de cualquiera -especialmente de su familia, a quienes él creía que necesitaba proteger siempre- lo humillaría.
– Tienes que escucharme, Hannah, cuando se trata de un asunto de tu seguridad. No puedo funcionar así. El miedo es paralizante, desmoralizador, ni siquiera puedo respirar pensando en ti así. Tienes que hacer al menos esto por mí. Dame eso.
Ella le besó en la frente.
– No lo hago a propósito, Jonas. No es un desafío. No sentí una amenaza por parte de Rudy, sólo soledad. Yo sé lo que es eso. A veces, incluso rodeada por mis hermanas, me sentía sola.
– Porque crees que nadie conoce a tu verdadero yo -dijo él-. Pero yo sí. Yo te veo, Hannah. Nunca has estado sola. -Pero ella no lo había visto. No lo había podido leer en él y no había visto su pasada frustración e ira. Él la había protegido de conocer sus verdaderos sentimientos. Ella se las había arreglado durante tanto tiempo, bombardeada por la gente que la rodeaba, y él no había querido añadirle esa carga. Al final casi pierde su oportunidad con ella.
– Hannah. -Apretó su abrazo sobre ella-. Rudy Venturi es inestable. A ti te dio pena, pero no se te ocurrió que en su mente él no es una amenaza. No la sentiste en él porque no cree que esté haciendo nada malo. Si él decide que tiene que matarte para mantener a los hombres malos lejos de ti, no cree que esto sea incorrecto. No puede sentir maldad o incluso amenaza porque su intención es ayudarte. No todo es como tú crees que es.
Hannah suspiró.
– Lo siento, Jonas. No tuve intención de trastornarte tanto. Me dio pena de él. No creí que llevarle una fotografía fuera para tanto. Debí haberte escuchado.
– Está bien -murmuró él-. Está bien. Háblame del Reverendo. ¿Hablaste también con él?
El brusco cambio de tema la hizo vacilar. Hannah intentó apartarse, pero él mantuvo sus brazos a su alrededor, levantando la cabeza y mirándola hacia abajo.
– Lo hiciste, ¿verdad?
– Él esta aquí, justo en el condado de al lado, es prácticamente un vecino, y yo pensé que a lo mejor él podía sencillamente ver que yo no estaba tratando de influenciar negativamente a las jóvenes…
Jonas cerró los ojos y gimió.
– Hannah, está a un par de horas. No tiene nada que ver contigo.
– Algunos de sus seguidores estaban casi en cada acto protestando. Estaban diciéndole cosas sobre mí especialmente a la prensa. Simplemente pensé que si me conocían, verían que yo no era tan mala persona.
– Y ¿qué sucedió en ese encuentro, el cual sabías que te dije categóricamente que no se produjera?
Hannah tomó aire profundamente y lo dejó salir, alejando su mirada de él.
– Me hizo enfadar, ¿vale? -Ella se soltó de su abrazo y se puso de pie, cruzando la habitación con pasos rápidos y largos, pasos de pasarela, inconscientemente gráciles y sexys. Se giró, con sus grandes ojos oscurecidos por la furia-. Honestamente, Jonas, es el hombre más irracional que he conocido y muy sórdido. Traté de no entrometerme y leer sus pensamientos, pero estaba difundiéndolos tan alto y era tan repugnante, es un pervertido.
Jonas gimió y se pasó una mano por la cara.
– ¿No me digas que le llamaste la atención por eso? ¿No lo hiciste, verdad, Hannah?
Ella se puso las manos en las -demasiado- esbeltas caderas, levantando la barbilla.
– Por supuesto que lo hice. Estaba allí de pie con su actitud pomposa y piadosa, todo pagado de sí mismo delante de su pequeño grupo de seguidores, y actuaba de forma tan engreída, diciéndome que lo que hacía era una abominación. Era como si yo estuviera acostándome con los diseñadores. Y así se lo dije.
Los nudos en el vientre de Jonas se estaban volviendo permanentes.
– Le dijiste que también sabías que él estaba acostándose con sus jóvenes seguidoras, ¿verdad?
– ¡Bueno, lo hace! Chicas inocentes que confían en él. Le apunté que era él el que estaba siguiendo el camino del diablo. -Ella frunció los labios-. Y debería haberle hecho una pequeña demostración de poder cuando se puso realmente desagradable conmigo.
Jonas gimió, casi arrancándose los pelos con su exasperación.
– No me extraña que tenga una fijación contigo. Deberías haberte mantenido alejada de él. Hubiera ido tras una presa más excitante si tú no te hubieras enzarzado con él.
– Es un pervertido, Jonas, y deberías encerrarlo.
– Esto se está poniendo peor. Me deberías haber dicho que te enfrentaste con él. -De repente frunció el ceño-. ¿Qué te decidió a enfrentarlo? Nunca haces éste tipo de cosas. ¿Por qué narices tuviste que empezar con el Reverendo?
Ella se encogió de hombros, pareciendo repentinamente cautelosa.
– Greg pensó que sería una buena idea enterrar el hacha. No creía que nos viniera bien en los medios de comunicación tener a un predicador protestando en cada acto. Pensó que si nos encontrábamos, el Reverendo sería razonable.
Ambos oyeron como alguien manipulaba la cerradura.
– Jonas, Hannah realmente necesita descansar -gritó Sarah-. Quiero decir que si no dejas de discutir con ella, vamos a entrar y a hacer que te vayas. Deja de intimidarla.
– Largo -gritaron Hannah y Jonas simultáneamente.
Jonas apretó los dedos en un puño y se giró alejándose de ella. Estaba volviendo a querer zarandearla para meterle algo de cordura.
– ¿Escuchaste a Greg Simpson en asuntos concernientes a la seguridad y no a mí?
– Estás haciendo de esto algo personal, Jonas. -Hannah se tocó la garganta como si le doliera-. Greg es mi representante…
– Era -corrigió Jonas-. Si ese bastardo aparece por aquí, voy a arrojarlo a una celda.
Hannah cerró la boca abruptamente para cualquier cosa que fuera a decir, un pequeño temblor la recorrió. Estaba volviéndose difícil respirar. Sentía el pecho tenso y los pulmones le ardían, privados de aire.
– No quiero discutir sobre esto. Hice lo que creí que era mejor para mi carrera.
– Sí, porque tu carrera es mucho más importante que tu vida.
Hannah le siseó, con los brillantes ojos echando chispas.
– Me estás haciendo enfadar, Jonas. ¿Es eso lo que quieres? ¿Como estás enfadado conmigo vas a decirme cosas que me contraríen? No tienes que recordarme que me hirieron. Soy la que tiene la cara cortada en pedazos.
Sarah empujó la puerta abierta, sus gritos estaban inquietando a todas las Drakes, dándole a Sarah lo que ella creía que eran suficientes razones como para intervenir. Hannah onduló la mano y el viento corrió desde el balcón cerrando de golpe la puerta antes de que Sarah pusiera un pie en la habitación.
– No te atrevas a hacer eso -estalló Jonas, adelantándose un paso, invadiendo el espacio de Hannah, siguiéndola por la habitación mientras ella retrocedía-. No juegues conmigo tu triunfo de “pobre de mí, acabo de salir del hospital”. No sobre esto. ¿Cuántas veces te he dicho cómo manejar a éstos chiflados? He estado en el oficio durante años, Hannah. Es mi trabajo saber cómo manejarlos, y aún así ¿te quedas con la palabra de un profano antes que con la mía?
– No fue así, Jonas -protestó Hannah, apoyándose contra la pared-. Y deja de intentar intimidarme. Sólo me hace enfurecer.
– Enfurécete entonces. Quizás lo entiendas ésta vez, pequeña, porque maldita sea, me estoy hartando de ser siempre el último en tu lista. Cuando te digo algo, ¿crees que lo hago simplemente para molestarte?
Hannah fue duramente derrotada en su réplica y se dio cuenta de que por primera vez desde que fue atacada, se sentía viva. La sangre estaba cantándole en las venas y el pulso le latía en los oídos. Jonas se negaba a tratarla como si fuera una frágil y delicada flor, demasiado magullada para ver la luz del día. Estaba enfadado y dejaba que ella lo supiera. Se sintió normal. Jonas le hacía sentirse normal y eso era bueno. Sólo unos momentos antes estaba cerca de sufrir un ataque de pánico, pero él simplemente lo había eliminado.
– Algunas veces, sí lo hago. Me incordias a propósito, especialmente en lo que se refiere a mi trabajo. Siempre lo has odiado y te divertía. Greg llevaba mi carrera. Tenía que creer que lo que él me sugería era lo mejor.
Jonas se quedó muy quieto, su cuerpo apretando el suyo, tan cerca que sus senos se rozaban contra su pecho y él era consciente de cada una de sus respiraciones.
– ¿Estás diciéndome que Simpson te sugirió que le dieras a Venturi una foto con un autógrafo en cada acto al que él asistiera?
Ella le puso una mano en el pecho, extendiendo los dedos, preparándose para la tormenta.
– Quería hacer algo, y le pregunté si podía hacer que Rudy recibiera una foto mía. Dijo que debería dársela yo misma cada vez que Rudy asistiera. Hizo fotos unas cuantas veces y un par de ellas escribió sobre esto. Yo le dije que no quería que se usara para hacer publicidad, pero los artículos ya habían sido enviados.
Jonas juró de nuevo, masticando las palabras entre los dientes, deslizándose los dedos por el pelo hasta llegar a la nuca.
– Tienes un gran problema, Hannah. -Había una advertencia y una lenta caricia en su voz-. ¿Por qué no se te ocurrió que yo me preocupaba realmente por tus intereses?
– Quizás fue el comentario de “muñeca Barbie”. O la acusación de “quitarse la ropa para que lo viera el mundo entero”, o el millón de pullas que te gusta arrojarme. -Ella se frotó la garganta de nuevo, dando un pequeño respingo cuando la yema de su dedo se deslizó sobre los profundos cortes, todavía en carne viva.
Jonas le cogió la mano y se la llevó hacia su pecho, capturándola ahí mientras se inclinaba a rozar los cortes con besos.
– No lo toques. ¿Te duele la garganta? -Su voz era incluso más un susurro que un sonido.
– Por dentro. La siento rasgada y ardiente.
– Entonces no discutas conmigo. Tengo toda la razón y lo sabes. Deberías haberme escuchado. -Jonas presionó besos ligeros como plumas por su garganta y por la curva de su mandíbula-. Dilo, Hannah. Di que deberías haberme escuchado.
Ella no podía pensar muy bien con su cuerpo tan cerca, pegado al suyo, y su boca deslizándose por su piel. Había estado decidida a mantenerlo a un brazo de distancia. A pesar de lo que los otros pensaran, ella supo instintivamente que el peligro la rodeaba. No venía de una dirección particular, pero el viento se lo dijo. Permaneció al margen tanto como le fue posible, esperando localizar a su enemigo, pero la identidad de la persona la eludió. Sólo podía intentar proteger a la gente que amaba. Y ella amaba a Jonas. No podía recordar un tiempo en que no lo hubiera hecho.
– Jonas… -Insertó ambas manos entre ella y su pecho, intentando conseguir un poco de espacio-. Sabes que esto no puede funcionar. -El solo pensamiento de perderlo la hacía helarse por dentro, pero incluso Jonas necesitaba protección. Él no lo creía, pero ella lo había visto vulnerable y dolido. Mejor que se enfadara con ella y supiera la verdad completa, aunque después la despreciara.
La impaciencia cruzó rápidamente su cara.
– No empieces, Hannah. Ya me has fastidiado bastante por un día.
– No puede funcionar, Jonas. Tú crees que has visto quién soy, pero ves lo que quieres ver, igual que mis hermanas.
– Tus hermanas ven lo que proyectas deliberadamente para ellas -la corrigió él-. Yo te veo.
– Soy una cobarde, Jonas -admitió ella, desesperada por salvarlo-. Me amarías un tiempo, y después cuando te dieras cuenta de lo que soy realmente, se convertiría en desprecio.
Él estalló en risas, inclinándose para besarle la punta de la nariz.
– Quizás fueras una cobarde para admitir que me amabas, pero no eres una cobarde, pequeña.
– Sin embargo, lo soy. -El pánico estaba regresando como siempre lo hacía. A gran escala, atacando como lo había hecho el hombre que la había apuñalado. Agarrándola apretando los dedos, hasta que tuvo que luchar por su aliento, hasta que no pudo pensar claramente. Había ido a peor desde que fue apuñalada. Las paredes se cerraban sobre ella, y atrapada como estaba ahora, con el cuerpo de Jonas impidiéndole salir corriendo, tuvo que esforzarse profundamente para mantener el control.
– ¿Porque prefieres quedarte en Sea Haven antes que viajar por el mundo? ¿Porque eres un poco tímida en público? ¿O porque tartamudeas un rato cuando estás entre personas que no conoces? Si fueras una cobarde, Hannah, no habrías intentado complacer a tu familia saliendo a perseguir una carrera que ni siquiera quieres, una carrera muy pública.
– Tenía que defenderme por mí misma.
– Si, tenías, pero intentar agradar a la gente que quieres no te convierte en una cobarde. Exasperante quizás, pero no cobarde. Y nunca has tenido problemas para enfrentarte a mí.
Ella bajó la mirada hacia la evidencia de los cortes en las manos y los brazos.
– Sí los tengo.
– No, quieres complacerme, de la misma forma que quieres complacer a tus hermanas, pero te mantienes firme y haces cualquier maldita cosa que quieres hacer y cuando quieres hacerlo. Me están saliendo canas, deberías saberlo.
Hannah frunció el ceño. ¿Lo hacía? Ya no sabía nada. Su vida había cambiado dramáticamente en segundos. Se tocó las terribles heridas en su cara y cuello, pero evitó tocar sus pechos. Todavía veía cada imperfección de su cuerpo, cada gramo extra, y ahora estaban las terribles heridas abiertas en su carne. Jonas había acunado sus pechos, la había mirado como si fuera la mujer más hermosa del mundo. No podía soportar los recuerdos de él mirándola tan reverentemente, tan amorosamente.
Abruptamente, cogió la manta y se refugió en el balcón. Aunque el sol ya se había puesto y sería difícil para un fotógrafo conseguir una foto clara de ella, se deslizó la manta como una capucha sobre la cabeza para mantener la cara en las sombras.
Jonas la siguió con un pequeño ceño. Nunca había sido bueno con las palabras cuando tenía que ver con Hannah. Estaba seguro de poder encantar a los pájaros de los árboles cuando se refería a otros, pero Hannah le volvía del revés y le convertía en un idiota. Odiaba que ella estuviera herida. Cada instinto, cuerpo y mente, quería protegerla, quería hacérselo todo más fácil, pero no tenía idea de cómo. Estaba desorientado, cometiendo errores y perdiendo la calma.
Impacientemente, se acercó a la barandilla para tener una mejor vista de lo que los rodeaba. No había construcciones cercanas en las que alguien pudiera apostarse con rifles, pero alguien podría conseguir un ángulo desde los riscos. Los fuertes vientos cambiando sobre los acantilados podían hacer el disparo extremadamente difícil, de todas formas. Probablemente sólo había una docena de hombres en el mundo que pudieran hacer ese disparo y dudaba que ninguno de ellos tuviera resentimiento contra Hannah.
– Estoy segura aquí. El viento me avisará.
Jonas inspeccionó el agua, tomando nota de las rocas. Los barcos no podrían acercase lo suficiente y las olas eran demasiado fuertes y variables. De nuevo, sería difícil conseguir un buen disparo.
Apoyó una cadera contra la barandilla y miró hacia la cabeza inclinada de Hannah. Todavía no lo estaba mirando realmente, ocultándole la cara con la manta. No quería que se escondiera de él. Había permanecido abiertamente enfrente de Ilya Prakenskii, las heridas severas y en carne viva en la cara y el pálido cuello, pero se escondía de él. El nudo en la garganta estaba estrangulándolo y el viento que traía sal marina, le quemaba en los ojos.
– Sabes que no voy a permitirte que te alejes con esto. ¿Qué estabas haciendo preparando una bolsa? -Mantuvo la mirada fija en su rostro. Nunca había sido buena escondiéndole sus emociones.
Hannah se envolvió más en la manta, tratando obviamente de esconderle más su expresión.
– Sólo necesitaba un poco de espacio.
Jonas se sentó en la baranda y columpió un pie de aquí para allá, permitiendo que el silencio se alargara y creciera. Las aves marinas se llamaban entre ellas mientras sobrevolaban en círculos perezosos, alguna se lanzaba, ocasionalmente, hacia abajo para desaparecer en el mar antes de remontar de nuevo con un pez hacia la roca en la que se encaramaría durante la noche. El océano se agitaba y giraba como una música atronadora que disminuía y aumentaba en lontananza.
Él dejó escapar un suspiro.
– Estás mintiéndome otra vez, Hannah. -Se inclinó hacia delante para captar su mirada esquiva-. ¿Crees que voy a dejarte salirte con la tuya sólo porque tienes una cicatriz o dos?
Ella se tocó las feas líneas feas de su cara otra vez con las puntas de los dedos.
– No te lo estoy preguntando. No es tu problema, Jonas.
Él levantó una ceja.
– ¿De verdad? ¿Tú no eres mi problema? -Bufó él burlonamente-. Tú has sido mi problema desde el jardín de la infancia. ¿Por qué preparabas una bolsa, Hannah?
Las chispas estallaron en sus ojos y sus blancos dientes se apretaron en un arranque de genio.
– Estoy protegiendo a mis hermanas, y a ti. -Furiosa con él, se le escapó la verdad sin querer y se arrepintió al instante.
Debería haberlo sabido, haberlo adivinado. Hannah que pensaba de sí misma que era tan cobarde. Tuvo una curiosa sensación conmovedora en la zona del corazón. Se agachó delante de ella y le enmarcó la cara con ambas manos, inclinándose para rozar su boca con la suya. El más suave de contactos, apenas, sólo un suspiro de labios sobre los suyos.
Hannah se echó hacia atrás, parpadeando para alejar las lágrimas.
– No puedes hacer esto más. Por favor, Jonas, sólo vete.
El se sentó sobre sus talones, estudiando su expresión apenada.
– Me conoces mejor que eso. Empieza a hablar, Hannah, y será mejor que tenga sentido, porque tú y yo sabemos, que no voy a permitirte andar por ahí fuera sola. Si quieres salir, saldremos juntos, pero no vas a ir a ningún sitio sola.
– No puedo estar contigo. Simplemente no puedo. Tienes que aceptar que ésta es mi decisión.
– Nunca en la vida, pequeña.
– Jonas. Dios. ¿Por qué no puedes simplemente dejarlo estar? Mírame. No puedo mirarme a mí misma sin sentirme enferma. -La admisión fue hecha con su suave voz ronca, pero el susurro de reserva creaba intimidad entre ellos-. No puedo soportar que tú me mires así. Y yo nunca, nunca quiero que me vean contigo en público.
– ¡Oh, por el amor de Dios! -La miró exasperado-. ¿Te estás quedando conmigo?
– Jonas, eres muy guapo y muy conocido por aquí. Tienes un cargo político. Te presentaste a sheriff y saliste elegido. ¿Puedes vernos el uno al lado del otro? Pobre Jonas con su monstruosidad de novia.
– No estás haciendo esto, Hannah.
– Es la verdad. No puedo salir sin fotógrafos que quieren robarme una foto de mi imagen y cubrir con ella todos los periodicuchos de chismes. Tengo algo de vanidad y orgullo.
– Yo no escucho esa mierda. -Se paró, por un momento destacando sobre ella, creando una sombra oscura en su cara, la mandíbula cuadrada, la boca apretada en una línea dura y entonces simplemente la cogió en brazos y la sostuvo contra su pecho, sentándose en una silla, poniéndola en su regazo, con manta y todo-. Eres tan tonta a veces, Hannah, me vuelves loco. Me importa un bledo lo que diga la gente. Nunca lo ha hecho.
La besó una esquina del ojo, apartándola la manta, para poder rozar con la barbilla la cima de sus rizos sedosos y besarle la ceja, encendiendo un sendero hacia la esquina de su boca, rozando los irritados cortes rojos con diminutos besos como mariposas mientras seguía. Su boca se posó en la de ella con exquisita ternura. Los labios eran suaves y plenos, y temblaban bajo los suyos. Su respuesta fue tentativa, renuente, así que él siguió engatusándola, mordisqueándole el labio inferior, tanteando el borde de su boca con la lengua, deslizando los labios adelante y atrás sobre los de ella, tirando con los dientes hasta que cedió y abrió su boca para él.
Derramó todo lo que él era en su beso, dándole amor, ternura y apoyo, mezclado con deseo y calor y cruda necesidad. Le rodeó la nuca con la palma de la mano, sus dedos encontraron el tesoro de rizos dorados y color platino, sosteniéndolo para poder explorar su boca. Fue cuidadoso, gentil, no permitiendo nunca dar rienda suelta a su pasión, sin permitir nunca que se lo llevara. El pecho, las costillas y el estómago estaban cubiertos de heridas y tuvo cuidado para no rozar la piel aunque sujetarla no era suficiente.
La boca de Hannah era cálida y húmeda y sabía como ella, a miel y a especias y ultra femenina. Podría pasarse la vida besándola. Al principio, ella permaneció pasiva, permitiéndole besarla, pero cuando la engatusó, ella comenzó a animarse, a respirar con él, a enredar la lengua con la suya, enviando pequeñas y deliciosas pinceladas eléctricas cantando a través de sus venas. Con mucho cuidado, la atrajo más cerca, orientando su boca para un más profundo, más satisfactorio beso.
Los labios de ella se calentaron, se ablandaron, se adhirieron a los suyos. Su cuerpo se volvió de acero, duro y caliente y tan vivo que podía sentir un relámpago arqueándose por su corriente sanguínea y un trueno en los oídos. Le sostenía la nuca con la palma de la mano y la movió un poco para que estuviera más cómoda en su regazo. La mantuvo atrapada, pero tuvo cuidado de hacerle sentirse segura, no capturada. Amar a Hannah no era fácil. Ella estaba siempre al límite de salir huyendo, casi como si tuviera miedo de la intensidad de la pasión que él despertaba en ella.
Una mano bajó por su espina dorsal, un lento viaje de descubrimiento, mientras su boca intentaba saciar el cada vez más creciente deseo. La lujuria era aguda y profunda, mezclada con el amor, tan plena que él no podría decir donde empezaba una y acababa el otro. Hannah era una mezcla explosiva de exótico, candor y auténtico puro sexo. Ella se movió y él quedó fascinado instantáneamente. No le costó mucho. Incluso su nueva voz le parecía erótica. Hannah se ajustaba a él. Había sabido de alguna forma incluso cuando eran niños, que ella era la única. Estaba hecha para él. La besó una y otra vez. Besos suaves y apacibles, besos duros y hambrientos, tentando y explorando su cálida y apasionada boca.
Hannah se movió contra él inquieta, su cuerpo fundiéndose, su necesidad de él cambiando de mental a física. Su boca parecía estar devorándola, aún así ella quería más, quería estar más cerca, quería sentir el calor de su piel bajo sus manos y su boca. Era tan egoísta. Siempre era sobre ella. Lo que ella quería. Sus necesidades. Ponía a Jonas en peligro, así como estaba poniendo a sus hermanas en peligro permaneciendo allí. Bruscamente levantó la cabeza, sufriendo por querer tenerlo cerca, atemorizada de no tener el valor necesario para dejarlo marchar.
– Jonas… -Iba a tener un ataque de pánico. Iba a tenerlo. De nuevo. Justo enfrente de él. No podía respirar.
No podía pensar con el latido atronador del terror en los oídos y el miedo golpeándola a través de su cuerpo. Odiaba la debilidad insidiosa que se arrastraba y se abalanzaba siempre que estaba segura de que podía ser fuerte. Le robaba demasiada vida, le quitaba su capacidad de funcionar y razonar.
– No lo digas, pequeña, por favor. -Él apoyó la cabeza contra la suya-. Déjalo por ahora. -Inspiró con dificultad, intentando devolverse a la realidad.
Ella estaba preparándose para huir. Hannah se estaba distanciando de él, y no iba a sacar nada con discutir. Estaba tan decidida a protegerlos a todos, se estaba haciendo enfermar. Y si tenía otro ataque de pánico y se deshacía delante de él, iba a cogerla y llevársela lejos donde nadie más los encontraría jamás, como un cavernícola. Eso es lo que iba a pasar
Jonas ignoró su propio miedo y la besó en la boca y en la frente, echándose hacia atrás gentilmente. La dejó sobre los pies mientras se levantaba, extendiendo la mano hacia ella, decidido a no perderla.
– Te juro, Hannah, que estás pensando tanto que te está saliendo humo de las orejas. Simplemente para. Quedémonos juntos aquí afuera hasta que estés demasiado cansada y yo me echaré contigo. Si eso te da miedo, me sentaré aquí fuera en el sofá otra vez y pasaré de nuevo la noche al fresco.
Hannah vaciló, y entonces extendió lentamente la mano hasta colocar los dedos sobre su palma. Él apretó su agarre instantáneamente, sin darle tiempo a cambiar de opinión. El aire era más frío mientras soplaba la brisa del mar, trayendo sal, niebla y el sabor del océano. Prefería yacer junto a su cálido y suave cuerpo -aunque eso significara que el suyo estaría duro y dolorido-, que pasar otra noche preocupado mientras se sentaba en el sofá observando desde lejos
– Sabía que estabas allí. Me hizo sentirme segura.
– Estás a salvo conmigo. -La volvió a envolver en la manta para protegerla del viento más fuerte. Cuando ella se sentó, él tiró de su silla para acercarla a la de él. Inclinándose hacia delante, le enmarcó la cara entre las manos y la miró directamente a los ojos, capturando su mirada de forma que ella no pudo apartar la suya.
– Sé que tienes miedo, pequeña, pero eso no te convierte en una cobarde. Hay algo especial entre nosotros. No puedes permitir que ese loco nos lo quite.
Hannah no pudo evitarlo. A pesar de su decisión de protegerlo, se inclinó para acercarse, le apoyó la cabeza en el hombro, y se acurrucó contra él.
– Sé lo que hacemos, Jonas. Simplemente no sé qué hacer con ello. -Ella apretó los labios contra su cuello y se incorporó otra vez, echándose para atrás.
– Yo sí -respondió él-. Sé exactamente qué hacer.
Eso no iba a conmoverla. En vez de eso, Hannah levantó las rodillas y miró fijamente hacia el océano, donde el sol ya se había hundido en sus profundidades. Antes, el sol, pareciéndose a un balón de playa rojo gigantesco, resplandeciendo como una ofrenda, con rayos rojos y naranjas inclinándose mientras se ponía, había parecido verter lava fundida en las batientes olas. El cielo entero estaba cubierto por un color brillante y vívido. La puesta del sol era siempre muy hermosa, pero ella adoraba esta parte del día, justo mientras la noche y el día se encontraban y pasaban, como dos barcos sobre el mar.
El cielo se oscurecía lentamente, como si una manta se dibujara lentamente sobre él. Las nubes se fueron perezosamente y las estrellas brillaron como gemas. La luna, en cualquier etapa que estuviera, brillaba como hermosa plata, rociando su luz a través de las oscuras olas. La paz reinaba.
Jonas deliberadamente la había mantenido aquí afuera, donde ella podría respirar libremente y sin demasiada preocupación. Había notado su pulso apresurado, los pulmones funcionando con dificultad y la desesperación creciendo en ella. Pensaba que había sido lista escondiéndolo, siempre podía esconderlo de todos, pero no de Jonas.
Hannah se frotó la frente. La cara le picaba y le ardía, pero si lo tocaba, la sensación sería peor. Sintió la repulsión en la boca del estómago. No podía soportar verse la cara en un espejo y no tenía la menor idea de cuánto más podría seguir encarando a Jonas sintiéndose tan rota. Extendió las manos hacia él como evidencia. Le temblaban.
Jonas le cogió ambas y se las llevó a la boca, trazando con los labios los cortes.
– Date tiempo, Hannah, pero no pienses que me puedes echar fuera. No pienso permitírtelo.
– Ahora estoy atrapada aquí, Jonas. No puedo salir en público. No puedo recordar lo que debo haber hecho para que alguien me odie tanto. No puedo hacer el amor contigo nunca más… -Su voz se rompió y ella se soltó de sus manos, tirando de la manta hacia arriba para taparse la cara y cubrir sus sollozos-. Odio esta… esta autocompasión. Me prometí que no lo haría, pero tengo que alejarme de ti. Si te veo, Jonas, es mucho peor. No puedo verte.
Se sintió abierto, como si le sacaran los intestinos. Dejó caer la cara entre las manos por un momento, tratando de aclarar su cerebro, intentando permitirse pensar claramente. Inspiró profundamente estremeciéndose y cuadró los hombros.
– Estás confundida, Hannah, y lo entiendo. Afortunadamente para ambos, yo no. Me necesitas, tanto si lo crees como si no, y sé malditamente bien que te necesito.
Esperó hasta que levantó la vista hacia él.
– Lo hago, Hannah. Nunca pensé que podría mirar a una mujer y saber que ella era la razón por la que el sol sale por las mañanas, pero tú lo eres.
– ¿Qué pasa si te hieren? ¿O a mis hermanas? Jonas, ¿qué pasa si algún loco coge un cuchillo y viene a por ti en la oscuridad? Tú simplemente te giras y él está acuchillándote. Diciendo “lo siento, lo siento,” pero cortándote en pedazos. No podría soportarlo. Realmente no podría. Prefiero dejarte y que estés vivo, ileso.
La cabeza de Jonas se levantó bruscamente.
– ¿Qué fue lo que él te dijo? -Alargó la mano y le quitó las manos de la cara-. Mírame, Hannah. ¿Te dijo algo?
Ella frunció el ceño, tratando de recordar.
– Estoy muy cansada, Jonas, y no puedo pensar con claridad cuando estoy cansada. -Miró hacia adentro, hacia la cama-. Me da miedo acostarme.
Él aplacó la impaciencia, deslizando el pulgar por la parte de atrás de los dedos, acariciando la sensible piel.
– Yo también. Las pesadillas no son divertidas. -Tiró de su mano, determinado a conseguir que se acostase en la cama con él y descansase. Estaba agotada, levantándose noche tras noche. Quizás había sido un error traerla a casa desde el hospital tan pronto. Por lo menos allí, la podrían haber sedado para que pudiera descansar.
– Vamos, pequeña, no aceptaré un no por respuesta y tú estás demasiado cansada para discutir conmigo cuando sabes que no vas a ganar. -Tiró de su mano, llevándola con él de vuelta a la habitación.
La acompañó de mala gana, situándose a su lado, insistiendo en que mantuviera las contraventanas abiertas. Jonas le pasó un brazo por la cintura para mantenerla cerca. Ella se puso tensa al principio, pero lentamente, mientras él le acariciaba el cuello con la nariz y le daba besos en el pelo sin pretender nada más, se relajó contra él, con su cuerpo suave y femenino.
– Estoy hiriendo a mis hermanas. Lo odio. Ahora puedo sentirlas todo el rato, excepto a Elle. Se mantiene alejada de mí. No quiere inmiscuirse en mi privacidad. Pero me siento muy mal porque no puedo volver a ser mi otro yo.
Se apoyó más contra él, encajando su cuerpo más cerca del suyo, rozándole la ingle con su trasero y enviando una corriente eléctrica a través de su riego sanguíneo. Jonas apretó los dientes y resolló.
– ¿Puedes sentirlas? La casa está llena de pena y compasión y confusión. Yo he hecho esto, Jonas, y no sé cómo deshacerlo.
Rozó con besos su ceja y bajó por las salvajes heridas hacia la esquina de su boca y después hacia la garganta.
– Tú no lo hiciste, un hombre con un cuchillo lo hizo. Nos queremos los unos a los otros, Hannah, y seremos más fuertes cuando salgamos de esto. No puede destruir nuestra familia. Tus hermanas te darán todo lo que necesites para enfrentarte a esto, y ellas lo enfrentarán a su propia manera. No te tratan como un bebé porque crean que no lo puedes manejar, lo hacen así porque quieren demostrarte que te quieren.
– ¿Por qué estoy tan incómoda con ellas?
Había desesperación en su voz. Jonas la movió contra su pecho, para que la cabeza descansara sobre su hombro y él pudiera abrazarla con ambos brazos.
– La ira es una parte de la recuperación y todos nosotros estamos aquí, cerca de ti. Alguien te hizo daño, Hannah, te traumatizó, estarás enfadada un momento y atemorizada al siguiente. Eso es natural y todos lo esperamos.
– Yo no lo hago, no lo hacía. Me avergüenzo de no poder parar de herir a todo el mundo.
La mano de él se deslizó sobre su pelo, enredándose en las sedosas hebras.
– Duérmete, pequeña, y deja que yo me preocupe esta noche. Tus hermanas están uniéndose para ayudarte. Puedo sentir la oleada de poder en la casa. Cuándo te despiertes, tus heridas no serán tan crudas y es de esperar que te sientas un poco más en paz.
Hannah permitió que sus ojos se cerraran mientras inhalaba, introduciéndose el aroma de Jonas en los pulmones. Él se sentía, se olía y sabía de forma muy familiar para ella. Seguro. Fuerte. Muy Jonas, y él tenía razón. Sentía la subida del poder femenino, fuerte, seguro y amoroso, todo dirigido hacia ella. Las lágrimas le escocieron en los ojos y humedecieron sus pestañas. Por mucho que sus hermanas la incordiaran le llegaron al corazón con amor y curación.
– Amo ser una Drake -susurró ella.
– Yo también -respondió él y la rozó con más besos a lo largo del cuello.