CAPÍTULO 8

– ¿Está viva? -exigió Jonas al acercarse a los rusos en la sala de espera. A su lado, Sarah se apoyaba pesadamente en Damon.

Ilya Prakenskii asintió con la cabeza, se tambaleó y estiró la mano para estabilizarse apoyándose en la pared.

– Ha estado en cirugía varias horas, pero la acaban de llevar a recuperación. Está en estado crítico y muy débil. -Le echó un vistazo a Sarah-. Más vale que tus hermanas lleguen pronto.

– Todas están en camino. Al igual que mamá y papá y mis tías.

– No me gusta la sensación aquí, Harrington. El representante de Hannah está allí. -Ilya señaló a un hombre esbelto con un traje gris hablando con la policía-. Está bastante trastornado.

Sarah agarró a Jonas cuando éste dio un paso agresivo hacia el representante, y se aferró firmemente al sentir que un temblor le recorría.

– No, Jonas. Estás realmente afectado y podrías hacerle daño. No quiero que nos echen de aquí.

Estudió a Prakenskii de cerca. Era un hombre guapo en cierta manera dura. En ese momento su cara estaba surcada por líneas de cansancio por sujetar a Hannah.

– ¿Te vas a derrumbar? -Había visto a su hermana Libby, con el mismo tinte gris, el cuerpo temblando de cansancio y los ojos hundidos. Prakenskii estaba mostrando los clásicos signos de sobrecarga psíquica. Había gastado demasiada energía en mantener a Hannah viva.

– Si la vamos a salvar, tendrás que ayudarme -admitió Prakenskii, hundiéndose en la silla de la que se había levantado cuando se habían acercado-. Está tan cerca de la muerte que no estoy seguro de que le podamos dar tiempo suficiente hasta que llegue tu familia. Hice lo que pude en la escena, pero había tantas heridas, tanta pérdida de sangre, y ella ya se estaba yendo. Casi no tuve oportunidad de vincularme con ella. -Levantó la mirada hacia Jonas-. Pronunció tu nombre Harrington. Incluso con la garganta cortada en dos, quería que estuvieras allí.

El corazón de Jonas se encogió en respuesta, una dolorosa constricción que le robó todo el aire de los pulmones. Lo había llamado. Buscado. Necesitado… y él no había estado allí. Todo este tiempo había pensado que la podía mantener fuera de peligro, pero aún así éste la había encontrado. Irónicamente, el peligro no tenía nada que ver con él. Todos esos años perdidos, todo ese tiempo. Había sido parecido a un mártir, manteniéndose lejos por el bien de ella, y Hannah había ido a trabajar, había hecho su trabajo y un loco la había atacado. Debería haber estado con ella. Su nombre era la última cosa… la única, que ella había dicho.

Tragó con fuerza y empujó a un lado el pesar.

– ¿Te han dado alguna indicación del tiempo que puede llevar esto?

– Ha estado ahí durante horas. Han salido dos veces para decir que está viva. -Obviamente para Prakenskii era agotador hablar-. Hace sólo unos minutos nos comentaron que estaba en recuperación pero… -Su voz se apagó.

– ¿Pero qué? -exigió Jonas.

– No saben qué la mantiene viva. Ha perdido tanta sangre que les preocupa el daño cerebral. Ninguno de ellos cree que sobreviva más allá del siguiente par de horas.

– Tú la estás manteniendo viva -dijo Sarah-. Por eso no está muerta. -Se hundió en la silla que había frente a la de él-. A medida que lleguen los otros, se irá aligerando la carga que soportas. Gracias por salvarla por nosotras. Permíteme ayudarte. Puedo conectar contigo. -Hizo el ofrecimiento sin vacilar. Eso daba a Prakenskii una ventaja decisiva si decidía utilizarla porque, una vez conectado con Sarah, tendría otro camino que seguir hasta la fuente de energía de las Drakes, pero eso ahora no importaba. Lo único que importaba era mantener viva a Hannah.

Asintió con la cabeza y ella se sorprendió -porque si se abría a sí misma y a su magia a él- él tendría que hacer lo mismo con ella. Sarah se acomodó en la silla, mirándole de frente, y tomó aire profundamente, permitiendo que su mente que se abriese, que alcanzase, se estirase y se fundiese.

Prakenskii la miró directamente, sus ojos cambiando a un profundo azul verdoso. Por un momento se quedó aturdida por el vibrante color, como si el mar se hubiese vuelto turbulento, pero entonces el color se arremolinó y oscureció y se encontró mirando unos espejos vacíos e insondables. No había forma de “leerle”. Ilya Prakenskii permanecía como un libro cerrado, y eso era prácticamente imposible estando vinculados. Debería haber sido capaz de leerle de la misma forma que seguramente la estaba leyendo él.

Podía sentir su cansancio y desgaste. La lucha por mantener a Hannah con vida le estaba costando buena parte de su tremenda fuerza, aunque su apariencia física no reflejaba la extrema situación. Estaba luchando con todo lo que tenía para mantenerla viva, y su fuerza estaba definitivamente menguando. Tanteó dentro de su mente buscando el camino hacia su hermana. El dolor la golpeó, rasgando por su mente y desgarrando a través de su cuerpo haciendo que fuera lanzada hacia atrás, lejos de Prakenskii.

Sarah jadeó y se dobló.

– No debería estar sintiendo nada. Está inconsciente, ¿verdad? -Miró a Ilya-. ¿Lo está?

– Parece estar inconsciente, pero está más cerca de la superficie de lo que debería porque está esperando por él. -Ilya señaló a Jonas.

La respiración de Jonas se quedó atrapada en sus pulmones. Eso sería tan propio de Hannah. No se dejaría ir con facilidad, no si de ella dependía.

– Vas a tener que entrar con ella -dijo Sarah-. Haz que te dejen, Jonas. No puede soportar esta clase de dolor y sobrevivir. Ve a sentarte con ella, y el señor Prakenskii y yo la sostendremos hasta que llegue la familia.

Jonas asintió y se marchó para buscar a la jefa de enfermeras. Requirió un montón de persuasión así como mostrar su placa y mencionar varias veces el peligro, pero siempre había sido un hombre persuasivo, de modo que se encontró entrando en la habitación donde Hannah yacía totalmente quieta, rodeada de máquinas.

Jonas se hundió en el asiento junto a la cama. La mayor parte del cuerpo de Hannah estaba envuelto en vendas. Su cara estaba hinchada y azulada por los golpes. Una sola sábana le cubría el cuerpo. Bajo ella se la veía muy delgada y pequeña, para nada la alta e imponente mujer que era Hannah Drake. Sus pestañas imposiblemente largas descansaban en gemelas medias lunas sobre sus clásicas facciones, pareciendo incongruentes junto a la gasa manchada de sangre.

Su corazón se encogió con tanta fuerza que pareció que estaba en un tornillo de sujeción -un auténtico dolor físico- y se presionó la mano con fuerza contra el pecho mientras levantaba la sábana para inspeccionar el cuerpo de Hannah. Estaba vendada como una momia, del cuello para abajo. Se tragó la bilis que subió cuando notó que había sido rajada en el cuello así como en la cara, torso y abdomen. Su atacante había sido tan cruel como había parecido en televisión. Jonas había esperado que fuese por el ángulo de la cámara, pero resultaba obvio que el hombre había estado decidido a matarla.

Sus tripas se anudaron en tensos nudos, y su garganta ardió con crudeza. Se hundió en la silla que había sido colocada junto a la cama y la recorrió con la mirada, buscando un lugar en el que pudiera tocar su piel, y no la espantosa gasa gruesa que parecía estar en todas partes. Sus manos y brazos estaban vendados, así como todo lo demás. Sabía que tendría heridas defensivas, las había visto suficientes veces en víctimas, pero por alguna razón no estaba preparado para verlas en Hannah.

Jonas tragó varias veces mientras deslizaba con cuidado su mano por debajo de la femenina vendada. Sólo las puntas de los dedos asomaban. Le elevó la mano con gran cuidado, y se acercó los dedos a la boca. Tenía que besarla, tocarla, encontrar una forma de acariciarla. Necesitaba contacto piel con piel porque tenía que tener una prueba palpable de que estaba viva y seguiría así. Su respiración parecía demasiado superficial, su torso apenas elevándose y bajando bajo la fina sábana, incluso con el ventilador.

– Hannah, nena, me estás rompiendo el corazón. -Simplemente mirarla le dolía. No podía imaginar a nadie haciéndole daño de esta forma. ¿Qué había hecho que fuera un crimen tan grande? Era tan hermosa con su piel inmaculada y su cabello poco corriente, y alta, elegante, con una figura tan clásica, y sus facciones habían atraído la atención hacia ella. ¿Realmente alguien querría matarla por ser tan hermosa?-. Nada tiene sentido -murmuró, escuchando a las máquinas respirar por ella.

Bajó la cabeza sobre la cama mientras los olores y sonidos asaltaban sus sentidos. Su estómago saltó, protestó. Hannah estaba conectada a máquinas. Su querida Hannah con su risa y su genio y su truco tonto de tirarle los sombreros con el viento. Tenía un armario lleno de sombreros, y a veces la provocaba a propósito, sólo para sentir el toque de su viento. Su toque. Femenino y suave lleno de su perfume particular. A veces imaginaba que sentía sus dedos acariciándole la cara, trazándole la mandíbula, y entonces el golpe de viento le arrancaba el sombrero, pero ese sólo momento que le paralizaba el corazón valía la pena.

– Sabes que tienes que vivir por mí, Hannah -dijo en voz alta, volviendo a sentarse. Le besó la yema de los dedos, los introdujo uno por uno en la calidez de su boca. Le dolía por ella… por él-. No puedo imaginar mi vida sin ti en ella -susurró-. No habría propósito para mí. -No era un hombre poético, pero tenía que encontrar una forma de que ella lo entendiese. Le parecía tan importante que entendiese lo que significaba para él. Todo lo bueno en su mundo yacía en esa cama con una máquina respirando por ella.

Se inclinó más cerca.

– ¿Hannah? ¿Puedes oírme? -Su cara estaba parcialmente cubierta por vendas, y ver sus pestañas descansando tan gruesas contra su pálida piel hizo que le ardieran los ojos-. Debería habértelo dicho hace mucho tiempo. -Se pasó una mano por el pelo y le depositó varios besos en la masa de cabello en la cima de su cabeza.

Había tantas cosas que debería haber dicho… que debería haber hecho. Tiempo perdido. Ahora no podía pensar por qué, sólo que no le había dicho lo mucho que le importaba. Si tan preocupado estaba por ella a causa de las cosas que había hecho -y hacía- en su vida, debería haberlo dejado. Ella era más importante. No tenía respuestas o preguntas. Solo podía rezar porque, al final, ella era todo lo que realmente importaba.

Jonas, sabía que vendrías. Es demasiado difícil hablar en voz alta.

La voz de ella en su cabeza le sacudió. Se acercó más, tocándole el pelo, besando sus dedos, intentando hacerle saber que estaba allí y no se marcharía.

– Estoy aquí, dulzura. Aquí mismo contigo. ¿Puedes oírme? No voy a ir a ningún sitio. -Tenía un tubo bajando por la garganta, una buena razón para no poder hablar en voz alta. ¿Lo sabría ella?-. ¿Recuerdas lo que pasó? Estás en el hospital. Necesitas descansar y aguantar hasta que llegue tu familia.

¿Estás bien?

Su corazón dio un vuelco. Era tan propio de Hannah, preguntar si él estaba bien cuando ella estaba luchando por su vida.

– Miedo. Tengo miedo, Hannah. Tienes que aguantar hasta que llegue tu familia. Libby está de camino al igual que las otras. Todas están viniendo, Hannah, porque eres importante para nosotros y no podemos perderte. Yo no puedo perderte.

Tenía que decirte que lo siento.

Su corazón casi se paró.

– ¿Que lo sientes? No tienes nada por lo que disculparte. -Le besó de nuevo los dedos, presionándolos contra su boca-. Yo soy el que debería haber estado allí contigo. ¿Recuerdas lo que pasó?

Recuerdo haber estado asustada y entonces hubo dolor, tanto dolor.

Su voz se rompió y él sintió el dolor derramándose en su interior como si hubiese tanto que ella no lo pudiese contener en su frágil cuerpo.

– Descansa, Hannah, ve a dormir y deja que Prakenskii y Sarah te sujeten hasta que tu madre y hermanas lleguen. Sólo ve a dormir. Estaré aquí mismo. -No quería que se durmiese, quería que continuase hablando. Era aterrador que no hubiese abierto los ojos y que pudiera estar imaginando la conversación porque necesitaba oír su voz.

Jonas mordisqueó las yemas de sus dedos.

– Te amo, Hannah. Quédate.

El sonido de las máquinas le contestó. Si ella había estado allí, lo suficientemente cerca de la superficie consciente como para hablarle, para ser consciente de su presencia, ya no lo estaba. Miró ansioso hacia las pantallas. Su corazón todavía latía. No esperaban que viviese. El doctor se lo había dicho, con la cara seria, los ojos encontrando los suyos, después desviando la mirada, mientras le daba las noticias. Jonas apartó el recuerdo y el sentimiento de total desesperación. El doctor no conocía a las Drakes. No sabía nada de la magia, la maravilla y la unidad familiar. Hannah era parte de algo extraordinario, y a través de ella, también lo era él. Viviría porque las Drakes la salvarían.

Dirigió su mirada hacia la separación de cristal que daba a la habitación en la que Sarah y Damon esperaban con Prakenskii y Jackson. Su mirada quedó fija en Sarah. La mayor de las hermanas Drake, era la que al final tendría la última palabra. Era muy atlética, él siempre la había admirado en el colegio. Rápida y brillante, podía correr más rápido que la mayoría de los chicos, y tenía el extraño don de desaparecer a simple vista. Era preciosa, con la piel de las Drakes, grandes ojos y una mata lustrosa de cabello, y aún así podía desaparecer en segundo plano cuando quería. Había trabajado en seguridad para una gran compañía, irrumpiendo en edificios para los clientes, mostrándoles todas sus debilidades y después encontrando formas de mejorar la seguridad. A veces actuaba de guardaespaldas, y con sus talentos especiales, era realmente buena.

Jonas la admiraba y la quería, y a menudo buscaba su consejo cuando se encontraba con casos de robos. Tenía buen ojo y una mente rápida. Estaba comprometida con Damon Wilder, un hombre brillante al que Jonas respetaba. Ahora mismo, Sarah parecía cansada y agotada, con un pesar que la hundía. Parecía asombroso, ya que era una persona muy fuerte y optimista, y le hizo tener más miedo por Hannah.

Durante toda la larga mañana las Drakes más mayores fueron llegando, una a una, las mujeres fueron llenando la sala de espera, murmurando en voz baja, sus caras surcadas de lágrimas, abrazándose unas a otras intentando darse valor. Las tías de Hannah y su madre, sentadas, unas frente a las otras con Prakenskii y Sarah.

Los padres de Hannah entraron para tocar a su hija, sacudiendo las cabezas cuando Jonas iba a ponerse de pie y de mala gana ceder su lugar junto a ella. Le abrazaron, pero ninguno habló, y eso le dejó una sensación vacía y hueca en el estómago. Siempre había contado con la fuerza familiar de las Drakes, su habilidad para sacar a alguien adelante. Él había resultado herido, y aún así había sobrevivido. Seguramente podrían traer a Hannah de dondequiera que estuviese.

Elle fue la siguiente de las hermanas Drake en llegar. La hermana más joven. Su largo pelo rojo brillante estaba recogido en una coleta. Su cara no tenía nada de maquillaje, y estaba surcada de lágrimas. Parecía tan joven, una mujer con tanto o más poder que todas sus hermanas juntas, y era la destinada a pasar los dones a sus hijas. Jonas siempre la había querido como a una hermana pequeña. Ella era preciosa con sus brillantes ojos verdes y su rápido temperamento. Era calmada y reservada para la mayoría de la gente, aunque, al igual que sus hermanas, era protectora y cerraba filas, a veces contra él.

No tenía ni idea de lo que Elle hacía para vivir. Como la mayoría de sus hermanas, tenía más inteligencia de lo normal y una buena educación. Elle era buena en todo, desde criminalística a química. Podía pasar con facilidad por una niña de doce años o por una sensual sirena dependiendo de cómo se vistiese y del maquillaje. Jonas se preocupaba más por ella que por ninguna de las otras hermanas Drake. Parecía perdida y sola, y quizás lo estaba. No había forma de acercarse a Elle. Podías quererla, pero sólo te dejaba pasar hasta cierto punto.

Sabía que su mejor amigo Jackson tenía alguna conexión con ella. Fuera lo que fuese que había entre ellos, Jackson nunca había hablado de ello, pero estaba allí, y a veces Jonas quería advertir a Elle de que no provocase demasiado a Jackson. Era territorio peligroso, pero permanecía callado porque Elle no invitaba a confidencias. Jonas sólo sabía que lo que había entre ellos era oscuro y fuerte, y destinado a explotarles en la cara cualquier día de estos.

Elle tocó el hombro de Ilya Prakenskii a modo de silencioso agradecimiento, y recorrió la habitación con la mirada hasta que esta se centró en Hannah a través de la separación de cristal. Durante un momento, el pesar fue una máscara terrible, y estiró la mano para tocarse las lágrimas de la cara. Su mirada chocó con la de Jonas, y brevemente, estuvieron unidos, su tristeza y miedo los mantenían prisioneros. Entonces le lanzó un beso, rompiendo el hechizo. Se hundió con elegancia en el suelo delante de Sarah, y agachó la cabeza, por lo que fue imposible verle el rostro.

Jonas sintió que le envolvía el alivio. Las tías, lo sabía, tenían los mismos dones que las hermanas Drake, pero no las conocía tan bien. Era en las hermanas en las que creía, las hermanas las que sabía que querían a Hannah con todo lo que tenían.

Kate fue la siguiente en llegar. Kate, una mujer de carácter dulce que reía y amaba y escribía best-sellers de misterios y asesinatos. Era la más tranquila de las Drakes, la que prefería mantenerse al margen y observar. Los libros eran sus mejores amigos junto a sus hermanas. La recordaba de niña, rondando por las bibliotecas y librerías, siempre con un libro en la mano y otro en la mochila. A menudo entretenía a la familia con sus historias. En las vacaciones, cuando estaban creciendo, había escrito funciones para que sus hermanas -y Jonas- actuasen.

Kate montaba a caballo y aún así siempre se la veía inmaculada, sin un pelo fuera de lugar, su maquillaje tan perfecto que no siempre estaba seguro de que lo llevase. Su prometido, Matt Granite, era un antiguo Ranger del Ejército, al igual que Jonas y Jackson. Habían formado juntos un estrecho vínculo, y su amistad había empezado bastante atrás. Jonas se sentía protector con Kate, y se había alegrado mucho de que Matt fuese su elección. Kate besó a Elle, abrazó a Sarah, lloró con su madre y su padre antes de acercarse con Matt hasta el cristal. Kate le saludó con la mano a través del cristal y miró fijamente a Hannah con ojos tristes y rojos, y con líneas de cansancio alrededor de la boca.

Un escalofrío bajó por la espina de Jonas. ¿Todas sentían que Hannah estaba tan cerca de la muerte que no había esperanza? La idea de fallar se coló sin ser invitada, pero una vez dentro, se negó a marcharse. Las Drakes se estaban reuniendo, pero en vez de parecer seguras estaban tensas y abatidas.

– Escúchame, nena -susurró contra la gasa que cubría la oreja de Hannah-. Haz esto por mí. Aguanta por mí. Lo eres todo para mí, nena. Todas están viniendo. Sé que las puedes sentir contigo. Tu madre y tus tías ya están aquí. Al igual que Sarah, Elle y Kate. Los hombres también están todos. Tu padre, Damon, Jackson y Matt. Te están sosteniendo y yo estoy aquí contigo. Vive por mí, Hannah, porque nuestras vidas son mejores contigo en ellas.

Abbey entró a toda prisa con su prometido, Aleksandr Volstov, con el pelo rojo vino oscuro revuelto, lágrimas en la cara cuando se lanzó a los brazos de su madre y después se giró para mirar a Hannah. Se puso una mano sobre la boca, asintió con la cabeza hacia Jonas, con aspecto triste y agotado. Tomó asiento en el suelo muy cerca de Kate, que la cogió de la mano.

Abbey tenía afinidad con el mar y todas sus criaturas. A Jonas a menudo le recordaba a una sirena, con su cabello rojo desplegado en el agua y su ágil cuerpo nadando con fuerza. Era una bióloga marina, famosa por su trabajo con delfines, así como por tener talento para averiguar la verdad y un vasto amor por el mar. Abbey era la más seria de las Drakes, aparte de Elle. Tenía cuidado al hablar, por una buena razón, pero desde que Aleksandr había vuelto a su vida, reía más. Jonas creía que formaban una buena pareja y al final esperaba utilizar las habilidades policíacas de Aleksandr.

– Abbey está aquí, Hannah -la alentó, echándole el pelo hacia atrás y haciendo una mueca de dolor al notar como su piel se sentía fría y sudorosa.

Quería gritar a todas las Drakes que se apurasen. Hacer que los aviones fuesen más rápido, conseguir que llegase todo el mundo. Podía ver que las hermanas de Hannah se estaban uniendo a Sarah y Prakenskii al entrar a formar parte del círculo en la sala de espera, porque con la llegada de cada hermana, la presencia de Hannah parecía más cercana, como si lentamente la estuviesen trayendo de vuelta desde una enorme distancia.

Jonas sintió el cuerpo de Hannah sacudirse, y giró la cabeza hacia ella con alarma, y después hacia las Drakes en el apretado círculo. Ilya Prakenskii jugaba una enorme parte en la conexión mental de las Drakes con Hannah. Jonas sabía que la reacción de Hannah había venido de Ilya. Miró hacia la puerta y Joley se deslizó en la habitación. Joley, la más famosa de las Drakes. Salvaje, desinhibida Joley. Tenía una voz que podía calmar o agitar a miles de personas. Nunca caminaba simplemente. Cuando se movía, fluía, cada curva exudando puro sexo sin adulterar. Jonas a veces sentía pena por ella. Había nacido con un atractivo que pocos podían resistir, por lo que lo sentía por el hombre que quisiera amarla.

Joley era ferozmente independiente, y muy, muy poderosa en su magia. Era una alegría y una presencia. Todas las hermanas cuidaban a las otras, pero Joley había hecho verdaderos sacrificios con su reputación para proteger a Libby. Como un hermano, a menudo se preocupaba por ella. Podía parar el tráfico simplemente paseando por la calle enfundada en un par de vaqueros. Pocos eran conscientes de lo inteligente que era. Menos aún sabían que tenía cinturón negro tercer DAM, que se había entrenado en Krav Maga, o que era una tiradora mortal con una pistola.

Jonas la observó con curiosidad mientras avanzaba por la habitación, su presencia incrementaba visiblemente la tensión. Joley dejó escapar el aliento e inmediatamente su mirada se clavó en la de Prakenskii. La energía estalló y las paredes se ondularon. Las mujeres de la habitación se quedaron congeladas. Los hombres se pusieron rígidos y prestaron atención, Jackson colocó su cuerpo protectoramente delante de Elle. Ella le dijo algo y la mirada de Jackson se deslizó sobre ella, fría como el hielo, y simplemente negó con la cabeza.

Durante todo ese rato, Ilya Prakenskii no parpadeó. No desvió la mirada de Joley. Parecía estarse llevando a cabo una extraña batalla, y entonces Joley desvió la mirada, empezando a ruborizarse desde cuello y subiendo por la cara. Brillaron lágrimas en sus ojos y ni siquiera el ruso pudo resistirse a Joley con la aflicción marcando su cara y las lágrimas en sus pestañas. Habló, su voz fue un murmullo bajo que Jonas apenas captó, algo en ruso, pero ante lo que fuera que dijese, Joley asintió con la cabeza y se sentó junto a Elle, que la tomó de la mano.

– Libby debería llegar en cualquier momento -le susurró Jonas a Hannah-. Estaba investigando pequeños gusanos letales, o lo que sea, en las hojas de árboles de una granja en el Amazonas. -Se acercó sus dedos de vuelta a la boca-. Es tan lista, Hannah, y no hay nada de malicia en su cuerpo. Te sacará adelante. No dejará que te pase nada.

Era más una plegaria que otra cosa, y lo reconoció como tal. Libby Drake era una sanadora, hacía milagros. Había salvado a su prometido, Tyson Derrick, y había salvado a Jonas. Libby parecía frágil, con su piel clara, su cuerpo esbelto y el cabello negro azulado, pero podía posar sus manos en alguien y arreglar lo que estuviese roto. La familia, el pueblo, y especialmente Tyson, la cuidaban, porque era muy difícil para ella rechazar a la gente que necesitaba ayuda, y la carga que le suponía era tremenda.

Jonas sabía que necesitaba un hombre como Tyson en su vida. Él era capaz de frenar a Libby y protegerla. Normalmente Jonas habría estado hombro con hombro con él, pero no esta vez. Esta vez Jonas estaba preparado para hincarse de rodillas y suplicarle que salvara a Hannah. Eso era egoísta y estaba mal. Quería a Libby y sabía que sanar a Hannah sería un riesgo, pero ella tenía que mantener a Hannah viva… simplemente no había otra opción.

Sintió el cambio en todo el mundo en el momento en que Libby dio un paso atravesando la puerta de la sala de espera. El miedo se convirtió en cautelosa esperanza. Era una terrible responsabilidad la que todos estaban poniendo en ella y Jonas sabía que Hannah no querría esa responsabilidad de vida o muerte para su hermana -pero a él no le importaba, que Dios le ayudase- porque por mucho que las quisiese a todas, ninguna le importaba como lo hacía Hannah. Se odiaba por esa vena egoísta, pero era lo suficientemente sincero como para admitir que las arriesgaría a todas ellas y a sí mismo para salvar a Hannah.

Observó a Libby a través del cristal. Parecía pequeña y frágil, para nada una mujer capaz de reunir la fuerza de las otras y usarla para curar a su hermana. Si hubiese estado caminando por una calle llena de gente, nadie habría sospechado el poder que esgrimía. Saludó a sus padres y hermanas, todo el tiempo aferrando con fuerza la mano de Tyson. Jonas sospechaba que su prometido no estaba muy contento con lo que estaba a punto de hacer, y no le culpaba. Si fuese Hannah la que estuviese arriesgando la vida, él habría sentido lo mismo.

Avergonzado, bajó la cabeza hasta el colchón al lado de ella.

– Te amo, Hannah. Más que a mi propia vida, más que a cualquier otra. Sé que no seré capaz de mirarme al espejo durante bastante tiempo después de esto, pero tienes que vivir, nena. Por todos nosotros. ¿Me escuchas? Toma lo que Libby te dé y vuelve con nosotros.

Jonas sintió la reunión de poder empezando a rebotar en las paredes. La sala de espera se inundó de un brillo de muchos colores, una brillante explosión de amarillos y naranjas que ocupaban los espacios alrededor de las mujeres Drake mayores. Levantó la cabeza para ver el poder y la energía en la habitación en la forma de varios colores rebotando en las paredes. Las mujeres se tambalearon ligeramente con sus cuerpos gráciles.

Y entonces las hermanas de Hannah se levantaron juntas, sus voces elevándose en un canto melódico. Joley sacaba los colores del fuego, rojo, naranja y dorado; Sarah tenía los colores del aire, amarillos y verdes; los colores de Abbey venían del agua, azul y verde mar; Kate era tierra, sus colores marrones y verdes; Elle estaba rodeada por todos los colores de los elementos en varios tonos, representándolos a todos. Por último, Libby las unía a todas en espíritu, una luz blanca con bordes violetas la rodeaba, moviéndose hacia fuera para abarcar los otros.

Jonas pudo sentir la corriente de electricidad y supo que estaban obteniendo energía de todas las fuentes que los rodeaban. Las seis hermanas de Hannah, su madre y sus seis tías. Trece mujeres extraordinarias reunidas en un lugar con un único propósito… curar a Hannah.

Ilya Prakenskii se levantó, su cuerpo todavía tambaleándose por el esfuerzo de sostener a Hannah. Para asombro de Jonas, también vibrantes colores brillaron misteriosamente a su alrededor. Vívidamente brillantes, eran más bien como los de Elle con todos los distintos colores, pero aún así diferentes, los tonos distintos de los de las mujeres. Sólo los rojos y dorados y amarillos combinaban exactamente con los de Joley, tanto que los colores parecían fundirse unos en otros. Pequeñas chispas siseaban y brillaban en el aire entre ellos, sumándose al poder que se reunía.

El personal del hospital estaba inquieto, mirando la escena con precaución nacida de la creciente tensión en la sala de espera. El aire estaba cargado de ella. Sentado al lado de la cama de Hannah, Jonas se negó a abandonar su sitio. Si iban a entrar -y lo iban a hacer; nada, ni siquiera la seguridad los detendría- él iba a ser testigo de la curación. Tenía que creer que Hannah viviría. Tenía que salir de la habitación creyendo que ella viviría, o no sobreviviría a la noche.

Los pelos de sus brazos se erizaron cuando las mujeres llenaron la habitación, de una en una. La enfermera protestó, pero nadie le prestó atención, e imperiosamente la madre de Hannah la mandó callar con un gesto. Las mujeres Drake rodearon la cama; Libby y una de las tías que Jonas reconoció como Nanci posaron las palmas de sus manos en Hannah mientras las otras juntaban las manos.

El efecto fue un espectáculo de luz deslumbrante, aunque la habitación no estaba invadida de luz, lo estaba el cuerpo de Hannah. Se deslizaba sobre ella, a su alrededor, atravesándola. La luz jugaba sobre su piel y presionaba hacia adelante por sus poros, o quizás brotaba desde el interior. Jonas no podía decir lo que iba primero. Un baile de colores centelleaba a su alrededor, y la piel de Hannah pasó de blanca pálida a luminosa.

Jonas mantuvo posesión de sus dedos y fue consciente del calor lentamente sacando el sudor frío de su piel. Calidez pulsó a través de ella en ondas. Sintió cómo ella se estiraba en su mente. Una suave investigación. Alarma. Hannah surgiendo. Sus largas pestañas se agitaron y el corazón de Jonas casi se paró. El cántico nunca flaqueó, sino que continuó bajo y melodioso.

Le echó una mirada al monitor del corazón. El latido débil y errático se había reforzado a algo mucho más estable, y el alivio lo hizo derrumbarse de vuelta en su asiento. Esperó, pero ella no abrió los ojos.

– Suficiente, Libby -dijo Tyson-. Puedes volver mañana, pero hoy es suficiente. Lo digo en serio.

Las manos de Libby permanecieron en Hannah, pero las mujeres que cantaban pararon, sus colores desapareciendo a medida que retiraban su apoyo. La señora Drake puso su brazo alrededor de Libby y físicamente la separó de su hermana.

– Tyson tiene razón, Libby, no podemos correr ningún riesgo. Ella está mejor, más fuerte. Esto es todo lo que podemos hacer hoy.

– Va a vivir, Jonas -le aseguró Sarah cuando él iba a protestar.

Jonas quería gruñir a Tyson, lanzar algo contra las máquinas mientras ayudaban a Libby a salir de la habitación. Su color había desaparecido y tropezaba, obviamente debilitada. Asimismo las Drakes más mayores ayudaron a Nanci, aunque ella no se veía tan mal como Libby. Hannah no se movió. A parte de un aleteo de sus pestañas, no había mejorado.

Elle le tocó la mano. Kate lo besó. Abbey rozó sus dedos por encima de su mano y la de Hannah unidas. Joley se quedó al lado de la cama sollozando.

– ¿Cómo pudo pasar esto, Jonas?

– No lo sé, cariño. De verdad no lo sé.

– Pero lo averiguarás. Te asegurarás de que quienquiera que sea el responsable no se vuelva a acercar a ella, ¿verdad?

– Prakenskii cogió el cuchillo, y en el forcejeo, su atacante murió.

Joley levantó su cara surcada de lágrimas para mirar al ruso.

Este tenía la cara gris, cansada, tallada con líneas profundas.

– Gracias otra vez. ¿Lo conocías? ¿Lo reconociste? Cuando lo tocaste, ¿percibiste algún sentido de por qué atacaría a mi hermana?

– Sentí su miedo. Sólo eso. Se derramaba de él.

Jonas frunció el ceño.

– Él peleó contra ti. Yo estaba viendo la retransmisión. Luchó contra ti y continuó intentando ir a por ella.

Joley emitió un pequeño sonido de angustia, de protesta.

– Lo siento, cariño -dijo Jonas-. Esto no es algo que necesites escuchar. Hablaré con Prakenskii más tarde. Los dos estáis exhaustos. Me voy a quedar con Hannah. ¿Por qué no os reorganizáis?

– Te llevo a hotel -dijo Ilya, haciendo que fuese una declaración-. ¿Tienes a tu gente de seguridad contigo?

Ella asintió.

– No puedes atravesar a los reporteros.

– Te sacaremos fuera -dijo con firmeza-. Vamos, Joley. Necesitas descansar.

Jonas la besó y la abrazó antes de girarla con un poco de renuencia hacia Ilya Prakenskii. Sin ninguna duda el hombre había salvado la vida de Hannah, pero Jonas temía sus motivos. Era el guardaespaldas de uno de los mafiosos rusos más poderosos y era temido desde Europa a los Estados Unidos.

– Sus señales se ven mejor -dijo la enfermera cuando estuvieron solos, distrayéndolo de sus pensamientos. El ambiente estaba tranquilo y no había colores parpadeando o sensación de poder. Después de la impresionante exhibición, se sentía abandonado.

Echó un vistazo a la enfermera en su traje azul y su etiqueta con el nombre, su pelo echado hacia atrás. Se veía esmerada y eficiente. Esperaba que también fuese competente.

– ¿Qué hicieron exactamente? Hay un cambio definitivo en ella. No tiene sentido, pero se ve como si pudiese respirar por sí misma.

Jonas permaneció en silencio mientras la enfermera consultaba con el doctor, y durante las siguientes horas, le permitieron a Hannah que respirase cada vez más por su cuenta. Fue un enorme alivio cuando finalmente la desconectaron del respirador, el primer signo de que podría vivir.

Jonas se acercó las yemas de los dedos de Hannah a sus labios y se inclinó hacia delante hasta que su cabeza descansó en el colchón al lado del cuerpo femenino. Nunca había sido capaz de soportar los hospitales, no después de que se llevaran a su madre de su habitación, para no volver. Los sonidos y olores eran los mismos. Las máquinas parecían vivas cuando cerró los ojos y escuchó, como había hecho tantos años atrás. Rezando. Rezando por un milagro, justo como estaba haciendo ahora.

No fue consciente del paso del tiempo. A veces le susurraba a Hannah, otras dormía. La enfermera se mantenía cerca, vigilando a Hannah. Mantuvo la cabeza baja y se permitió dormitar, quedándose dormido hasta que estuvo en algún lugar entre dormido y despierto, donde su madre lo miraba fijamente con ojos llenos de dolor y un hombre acuchillaba a Hannah con violencia mientras él estaba detrás de una pared, golpeando con los puños, intentando destrozarla y llegar hasta ellas.

Jonas se despertó de repente, cuando una enfermera distinta entró en la habitación. Miró alrededor buscando a la enfermera habitual de Hannah. Le gustaba y confiaba en ella.

La mujer lo miró y apartó los ojos, quizás, pensó, por lo malditamente consternado que parecía. Quería que Hannah mostrase signos dramáticos de haber respondido a la curación de las Drakes. ¿No se debería haber levantado y exigido la cena, o algo así? ¿Destrozado las vendas y haberle sonreído? En lugar de eso yacía durmiendo como en coma, su corazón y pulmones todavía siendo controlados.

Intentó aliviarse la opresión en el pecho, lanzándole a la enfermera una falsa sonrisa.

– Creía que Katherine era la enfermera del turno de noche de Hannah. – ¿Era Katherine el nombre correcto? La enfermera se había presentado, pero no lo podía recordar. Estaba tan confuso… tan enfadado.

– Katherine me pidió que le diese sus medicinas. -la enfermera no lo miró mientras caminaba alrededor de la cama, con una jeringuilla en su mano.

El radar de Jonas de repente reaccionó violentamente. Se levantó, estirándose de forma engañosamente vaga, con los ojos atentos sobre la enfermera, notando el hecho de que sus manos estaban inestables. Su voz era un tono liso monocorde, y en ningún momento lo miró directamente. La duda se deslizó por su espina dorsal, duda y alarma.

– Es muy amable que os ayudéis unas a otras. Se suponía que Katherine iba a volver enseguida. Se supone que Hannah todavía no puede quedarse sola así. ¿Qué la retrasa? -puso censura en su voz. El nombre no había sido Katherine. Quizás Kelley, pero definitivamente no Katherine. Había estado en su placa. Un nombre con “K”.

La enfermera no se detuvo. No lo miró.

– Tenía que usar el cuarto de baño, volverá enseguida. -Se entretuvo con la vía de Hannah, dándole una rápida y nerviosa sonrisa cuando él empezó a andar alrededor de la cama hacia ella.

– ¿Qué es eso? -Indicó la jeringuilla que tenía en la mano mientras la acechaba poco a poco.

– Un analgésico -respondió la mujer. Sus manos temblaron mientras manejaba torpemente la vía. La habitación estaba fría, pero ella estaba sudando.

– Espera un minuto. -Jonas se acercó con rapidez, obedeciendo a sus instintos más que a su cerebro-. Para lo que estás haciendo. -Saltó la distancia entre ellos, interponiendo su cuerpo entre el de Hannah y el de la enfermera. Le agarró el brazo, falló, y mientras ella se giraba, la agarró del pelo.

Oyó su sollozo, un siseo de aire y un grito bajo de terror cuando se dio la vuelta, golpeándolo para sacárselo de encima. Antes de que pudiese detenerla, se clavó la aguja en su propia vena, apretando el émbolo, sus ojos manteniendo terror mientras caía al suelo. Jonas se arrodilló a su lado, pero era demasiado tarde. Su respiración salió en gemidos entrecortados, sus ojos se volvieron opacos y entonces hubo un silencio aterrador.

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