CAPÍTULO 3

Hannah. No voy a conseguir volver esta noche.

Eso fue lo último que le había dicho, seguido de cuatro largos, paralizantes, terroríficos días de absoluto silencio. Maldito fuera Jonas Harrington, que se fuera al demonio. Había terminado con él. No le iba a dedicar otro día -otra hora- de su tiempo. Había desperdiciado la mayor parte de su vida esperándole, y si significaba tan poco para él, era hora de terminar con ello.

Sólo unas semanas antes casi había muerto a causa de una herida de bala y casi la había arrastrado con él, cuando ella se esforzó tan desesperadamente en salvarle la vida. ¿Qué había hecho el desagradecido imbécil para agradecérselo? Se había ido en busca de más problemas -y los había vuelto a encontrar- otra vez.

Había sabido el momento exacto en que se encontró en apuros. Sintió su dolor, como a través de una gran distancia, y supo inmediatamente que estaba en San Francisco. Asustada más allá de toda razón, había corrido a la almena del capitán y enviado al viento para que le ayudara, pero él no había vuelto a ella una vez el peligro hubo pasado.

Hannah. No voy a conseguir volver esta noche. Ni siquiera se había molestado en llamarla. Ni para darle las gracias, ni siquiera para asegurarse que estaba bien cuando sabía el efecto que el uso de sus dones le suponía. Ni siquiera para asegurarle que él mismo se encontraba bien.

Bueno, ella no iba a ser la que le llamara. Ya había tenido suficiente de pasar por una tonta.

Iba de camino a New York por otro trabajo. Detestaba irse, pero tenía un trabajo que hacer, y esta vez, quizás no regresara. Tal vez sencillamente tuviera que permanecer alejada de Sea Haven.

La idea hizo que los ojos le brillaran con lágrimas, se puso de pie en la almena del capitán, tres pisos por encima de las interminables olas, y miró fijamente hacia abajo, al turbulento mar. El agua era hermosa a la luz de la luna; sombras de negro, azul marino y brillante plata ondeaban a través de la superficie. El rocío saltaba en el aire con cada embestida de las olas que se estrellaban contra las rocas de abajo. Suspiró y apoyó los codos contra la barandilla mientras miraba a la niebla que se acumulaba en la distancia, empezando a expandir zarcillos por encima de las rítmicas olas. Como siempre, el mar la calmaba, llevándose cada gota de su furia, para dejarla en paz, pero triste y pensativa, conciente de que esta vez tendría que actuar, realmente tenía que poner distancia entre Jonas y ella.

– Jonas -susurró su nombre al mar, permitió que el viento trasportara el sonido sobre el agua.

El mar le susurró en respuesta, soplando el vapor tierra adentro, formando largas fajas de niebla blanca como la nieve, por lo que pareció como si un edredón estuviera siendo lentamente extendido por encima del risco. La niebla añadía un aura de misterio y belleza etérea a la noche. Se extendía sobre el mar y hasta la copa de los árboles, y comenzaba a rodear su hogar. Siempre venía aquí en busca de paz; esta vez había venido en busca de fuerzas para marcharse.

Murmuró suavemente al viento y este se alzó agitándose, saltando sobre el agua juguetonamente, lanzando gotas al aire con lo que pareció que estuvieran lloviendo diamantes centelleantes. Inhaló los aromas del mar. Los remolinos de niebla danzaron en la ligera brisa, formando capas sobre la superficie del agua.

Hannah permitió que los familiares sonidos del mar la apaciguaran. Éste era su lugar favorito en todo el mundo. En la totalidad de sus extensos viajes, nunca había encontrado otro lugar al que quisiera llamar hogar. Podía respirar en Sea Haven, se sentía cómoda con la camaradería de la gente de la pequeña ciudad. Le gustaba conocer a todo el mundo, poder ir al almacén y ver caras conocidas. Hallaba consuelo en Sea Haven, y la ciudad estaba rodeada por la pura y poderosa belleza del océano, que siempre le proporcionaba paz. El mar era constante, confiable, una fuente a la que podía recurrir en sus peores momentos.

Levantó el rostro al cielo, el aliento se precipitó fuera de sus pulmones cuando vio tres rastros de vapor comenzando a formarse en sólidos círculos alrededor de la luna. Uno brillaba con un misterioso rojo, otro de un amarillo apagado y el último era oscuro, de un siniestro negro. Hannah se puso en guardia, la prudencia reemplazó a la relajada expresión soñadora que le había aportado el viento. Se llevó una mano a la garganta en un gesto defensivo.

Era una de las siete hijas nacidas de una séptima hija en la familia Drake. El de ella era un legado de dones especiales, de maldiciones, dependiendo de cómo los viera uno. Hannah podía llamar y comandar al viento, podía conjurar hechizos y tenía algún talento con las hierbas. Podía mover objetos con la mente y leer las hojas del té y, si tocaba a otras personas, frecuentemente podía incluso leer sus pensamientos. También podía leer en la luna y el cielo, y en ese momento le estaban enviando una evidente advertencia.

– ¡Hannah!

Frunció el ceño cuando la voz masculina fluyó hacia ella desde abajo, desde dentro de la casa, la casa que había sido cerrada. Hasta le había puesto el candado a la verja otra vez, trabando el dispositivo de seguridad con un hechizo, pero sabía que no importaba, el pesado candando debía estar abierto y tirado en el suelo como quedaba siempre después de que Jonas lo tocara. Lo había dejado afuera a propósito, enojada porque no la había llamado, dolida porque ella no era importante para él. La ignoraba hasta que necesitaba algo y luego la daba por segura.

No se molestó en contestar. Él seguiría gritando hasta que ella bajara, o peor, subiría a la almena del capitán y le daría un sermón sobre seguridad. Con otra cautelosa mirada a la luna se apresuró a entrar en la casa y bajar las escaleras. Si Jonas estuviera de bastante mal humor, la luna podría haber estado rodeada por el apagado amarillo, pero no con tres círculos. Algo no iba bien.

Al saltar los últimos escalones, Jonas salió de entre las sombras. La tomó por la cintura, clavándole los dedos profundamente mientras la levantaba fácilmente y la estabilizaba, dejándola de nuevo sobre sus pies. El momento de breve contacto le produjo un intenso calor, que atravesó directamente su cuerpo hasta los huesos. Jonas siempre tenía el mismo efecto físico en ella, cuando nadie más se las había arreglado jamás para penetrar su deliberada fachada altanera.

– Se supone que no debes levantarme así, Jonas -le recordó, apartándose, manteniendo el rostro apartado para que no pudiera ver el rubor en su cara-. No hace tanto que saliste del hospital.

– Lo suficiente -le contestó él, sus fríos ojos, evaluándola, flotando sobre ella desde su altura superior.

Su corazón se hundió. Ambos iban a fingir que el reciente incidente no había ocurrido jamás. Jonas no iba a decirle que había vuelto a trabajar para su viejo equipo y ella era demasiado cobarde como para exigirle respuestas. Sintió el repentino impulso de echarse a llorar. Le había enviado ayuda, tal vez hasta le había salvado la vida. Sus nuevas heridas eran recientes, de solo cuatro días. En el momento en que puso sus manos sobre ella, había podido sentir su dolor, no era como si pudiera ocultarle esa información. Pero no iba a ayudarle a sanar esta vez. Que sufriera.

Hannah era alta, aún así Jonas parecía surgir amenazadoramente sobre ella cuando invadía su espacio personal, lo que pasaba casi todo el tiempo. Siempre olía a campo, fresco, como el mar y el bosque circundante. Era alto, de anchos hombros y fuertemente musculado, y se movía con gracia, eficiencia y absoluta confianza. Y siempre veía demasiado cuando la miraba con esos ojos azul pálido. Nadie la miraba como lo hacía Jonas, despojándola de todas sus cuidadosas defensas dejándola tan vulnerable que sufría cuando él estaba cerca. De ninguna forma dejaría que viera cuanto la había lastimado. Esta vez se iría, y no volvería. Sin pelear, sencillamente con dignidad.

Se alejó, manteniendo el rostro apartado. La irritación cruzó el rostro de él y sus ojos chispearon al mirarla, una señal segura de peligro.

– Tus maletas están hechas y llevas maquillaje. Nunca usas maquillaje a no ser que vayas a alguna parte.

– De ahí las maletas. -Trató de pasar escapándose de él, pero Jonas la atrapó contra la barandilla y se vio forzada a detenerse. Hannah miró fijamente su impresionante pecho y trató de no sentirse intimidada. Era tan arrogante y con razón. No podía resistírsele, nunca había sido capaz de hacerlo. ¿Y por qué había elegido ese momento para aparecer? ¿Por qué no podía haberse demorado otra hora? Siempre se las arreglaba para encontrar el momento exacto en que ella se sentía más vulnerable.

– ¿Adónde vas? -Le tomó la barbilla con los dedos, forzándola a levantar la cabeza.

Lo taladró con los ojos azules, dejándole ver su fastidio.

– Te lo dije la semana pasada. Tengo un trabajo. -Y por supuesto él no lo recordaba sencillamente porque ella no era lo suficientemente importante para él.

– Te dije que no fueras. Se supone que estas cuidando de mí.

Estaba bastante segura de que sus piernas no se habían derretido, pero se sentía mareada por estar tan cerca de él. Odiaba que desequilibrara su calma habitual. Sólo Jonas podía hacerla sentir así de belicosa y así de necesitada al mismo tiempo. Sus sentimientos por él eran demasiado complicados para descifrarlos por lo que no se molestaba en tratar de hacerlo.

– No estás en peligro, Jonas -señaló-. Sólo aburrido. Odias no trabajar y estás tan gruñón que nadie más soporta estar contigo. -Y de cualquier manera estás trabajando, haciendo exactamente lo que prometiste que nunca volverías a hacer. No dijo las palabras en voz alta, no formaban parte del juego de “fingir que nunca había sucedido” al que siempre jugaban, pero quería hacerlo. Hasta sentía el repentino impulso de levantarle la camisa y examinarle las costillas. Sabía que habría una nueva herida o dos, pero se mantuvo en silencio como siempre hacía, dejando que se acercara. La leve sonrisa que le dedicó en respuesta, hizo que le saltara el corazón y se enojó consigo misma por esa reacción.

– Desafortunadamente eso podría ser cierto. Todas tus hermanas me han abandonado, no sólo dejando la ciudad sino el país. Voy a morirme de hambre. Lo sabes, ¿no es así? Si te vas, no voy a conseguir una comida decente y entonces ¿cómo voy a sanar?

– Sarah volverá mañana de su viaje con Damon. Te hará la cena mientras yo no esté -dijo Hannah y se apartó. Detestaba esto, mientras se alejaba, su cuerpo se sintió frío como si el de él le hubiera proporcionado un incalculable calor y protección.

Lo que más odiaba era que estaba indecisa entre la risa y el llanto.

– No vas a morirte de hambre.

– Me gusta como cocinas . Y ella no me hace pasar un infierno como tú. Sólo se fastidia y me dice que me vaya a casa.

Hannah no quería dejarse cautivar por él. Jonas era todo lo que ella nunca podría ser; aventurero, valiente, un hombre que vivía su vida con confianza.

– Debería mandarte a tu casa, especialmente si vas a hacerme pasar un mal rato. -Debería hacerlo, y si tuviera algo de temple, lo haría. Le dio la espalda, mientras se apresuraba a recorrer el vestíbulo, temerosa de que él pudiera leer el dolor en su cara.

Sintió su presencia ya que la seguía de cerca, iba justo detrás. A veces parecía que siempre sentía a Jonas, como si fuera parte de ella, compartiendo su piel, su sangre y sus huesos, arrastrándose dentro de su corazón y robándole el alma. Parpadeó para contener las lágrimas, con cuidado de mantener la cara apartada mientras se abría camino a través de la gran casa hacia la cocina. Estaba tan sensible últimamente, desde que le habían disparado a Jonas y casi había muerto unas pocas semanas antes. Tenía pesadillas y se pasaba la mayoría de las noches caminando o sentada en la almena del capitán mirando el mar. Tenía que marcharse precisamente para poner algo de distancia entre ellos y volver a recobrar el equilibrio.

Los últimos cuatro días habían sido un puro infierno. Esa primera noche había esperado durante horas, aterrada por él. Luego había llorado un día entero, esperando junto al teléfono, sin abandonar la casa. Y finalmente había tenido que aceptar que la daba por segura, y que no iba a llamar para tranquilizarla -o darle las gracias- ni siquiera suponía que podía estar preocupada. Ella no le importaba; sus sentimientos no importaban; cuando ya no la necesitaba, se la sacaba de la mente. Tragó con fuerza, le ardían los ojos.

– ¿Por qué insistes en ir a Nueva York? Ni siquiera te gusta Nueva York. Son todo tonterías, Hannah. Y puedes olvidarte de ignorarme como lo haces cuando no quieres decirme las cosas. Vamos a hablar. -Jonas le rodeó el brazo con los dedos.

La acción atrajo su atención hacia la fuerza que él tenía. Eso definía a Jonas, fuerza. Él la tenía toda y ella no tenía nada. Nunca la había lastimado físicamente, ni siquiera cuando estaba enfadado con ella. Y era capaz de enfadarle en un instante, era la única protección que le quedaba.

Como si le estuviera leyendo la mente, él le dio una pequeña, impaciente sacudida.

– No pienses que esta vez me vas a apartar con tus tonterías, Hannah. Tenemos que resolver esto.

Le dedicó la altanera mirada por-encima-del-hombro que había perfeccionado a lo largo de los años en que había tenido que lidiar con su arrogancia.

– Quieres decir que tú hablaras y se supone que yo tengo que escuchar. No creo que haya nada que resolver. Tengo un trabajo y me voy a Nueva York. No hay nada más que decir. -No podía hablarle. Una vez que dijera las cosas que tenía que decir, le perdería para siempre. No habría marcha atrás, ninguna esperanza. Tenía que aceptar que ella no significaba absolutamente nada para él.

– ¿En serio? -Trasladó la mano a su nuca, los dedos rozándole la piel íntimamente y enviando un conocido estremecimiento a través de su cuerpo.

Estaba bastante segura de que lo hacía a propósito, de que sabía de la reacción física que le provocaba, pero no podía estar segura así que tomó el camino del cobarde y simplemente dio los pocos pasos que la separaban de la cocina.

– Te haré algo de comer.

– Pero tú no comerás. -hizo una declaración, concisa y áspera… acusadora.

Tomó aire y lo dejó salir, yendo directa hacia la cocina para poner el hervidor al fuego. Jonas se detuvo a medio camino en mitad de la habitación y pudo sentir su penetrante mirada sobre ella, exigiendo una respuesta.

– Tengo un acto, Jonas.

Él dijo algo desagradable por lo bajo y ella se puso rígida.

– No volveré a discutir esto contigo otra vez, Jonas. Soy modelo. Tengo un trabajo. No tiene porque gustarte lo que hago, pero es mi trabajo y mantengo mi palabra cuando digo que estaré allí.

– No tiene que gustarme, Hannah, tienes razón acerca de eso, pero considerando lo que te hace, a ti al menos tendría que gustarte y no es así. No te molestes en mentirme. Veo mentirosos todos los días en mi campo de trabajo, y un niño lo hace mejor que tú.

Ondeó la mano hacia la cocina, demasiado cansada para discutir con él y hacer té al mismo tiempo, aunque el ritual habitualmente la calmaba. La cocina se encendió, ardiendo en un círculo de pequeñas llamas, el hervidor silbando su advertencia instantáneamente. Levantó el hervidor y vertió agua en la tetera, apretando los labios para evitar decirle que se fuera. No quería que se fuera, quería que se sentara tranquilamente y tomara té con ella. Necesitaba que se sentara tranquilamente y hablara con ella. Antes de que se fuera, tenía que asegurarse que estaba ileso.

Arriesgó una rápida mirada. Estaba un poco pálido, cansado, las líneas grabadas en el rostro, pero duro como los clavos. Ese era Jonas. Duro como una roca. No necesitaba a nadie, y a ella menos que a nadie. Era una pelusa para él, nada más. Siempre dejaba eso claro. Su vida se estaba desmoronando y él era como el mar, una constante, un ancla firme con la que contaba.

– Sencillamente no puedes resistirte a ser una muñeca Barbie, ¿no es así? -dijo amargamente.

– ¿Por qué tienes que hacer eso, Jonas? -Se volvió, con furia y dolor marchitando sus ojos-. Yo nunca me burlo que seas sheriff. Podría hacerlo, ¿sabes? Eres autoritario y arrogante y crees que puedes controlar a todo el mundo y decirles lo que deben hacer. No me gusta que arriesgues la vida, pero lo haces también, y nunca te pido que dejes de hacerlo. -Y no lo había hecho. Sus hermanas sí, pero ella había permanecido en silencio, rezando para que lo prometiera, pero apoyándole fuera cual fuera la decisión que tomara-. Entiendo que ese es quien eres tú, quien tienes que ser. ¿Por qué no puedes otorgarme la misma cortesía?

– ¿Quieres que apruebe el que exhibas tu cuerpo a cada chiflado en el mundo? Eso no va a ocurrir, cariño. Eres extraordinaria y lo sabes. Nadie tiene el aspecto que tienes tú, y tu rostro y tu cuerpo son reconocidos en todas partes, por todo el mundo. No creo que haya una persona en este mundo que no conozca tu rostro. Hablas de correr riesgos. Yo arriesgo mi vida para ayudar a otras personas. Tu arriesgas la tuya sólo para que todo el mundo pueda ver lo buena que estás.

– ¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar lo absolutamente egoísta que puedes ser, Jonas? -Se giró para enfrentarlo, con la espalda contra el mostrador. Estaba un poco horrorizada por la violencia que brotaba de ella. Tenía ganas de abofetear su apuesto rostro.

De cerca siempre la impresionaba con su tamaño. Estaba tan perfectamente proporcionado que no siempre notaba su altura, pero al estar tan cerca de ella, la miraba hacia abajo, tenía hombros amplios y el pecho resultaba algo intimidante.

Se acercó incluso más, de forma que su cuerpo se apretó contra el de ella, enjaulándola, su ardor calentándola.

– ¿En que forma estoy siendo egoísta al decirte unas cuantas verdades, Hannah?

– Vete al infierno, Jonas.

– De vuelta a ti, cariño.

Tomó un hondo aliento y lo dejó salir, el aire siseando entre los dientes.

– Supongo que en algún sentido siempre he sabido que no me valorabas mucho, pero de lo que no me di cuenta hasta ahora fue de cuanto despreciabas lo que soy. -Se endureció a si misma para dejarlo ir, abandonar sus sueños-. Quiero que te vayas. Y por favor respeta el hecho de que no quiero verte durante un tiempo, Jonas. Sé que eres parte de nuestra…

– Cállate, Hannah. Sólo cierra la maldita boca.

Lo miró fijamente, conmocionada, aturdida por la absoluta furia que denotaba su voz, el crudo deseo que oscurecía sus facciones, tallado profundamente en cada línea de su rostro. Jonas la tomó por la cintura y tiró de su cuerpo para atraerlo contra el de él.

– ¿Crees que no deseo irme? -Le dio una pequeña sacudida-. Sabes perfectamente bien que no puedo. No puedo respirar sin ti. No podría dejarte ni aunque lo intentara. He aceptado el hecho de que conjuraste uno de tus malditos hechizos y estoy perdido…, siempre estaré perdido. Así que si me enfado un poco contigo cuando te quitas la ropa para el mundo, entonces, maldita sea, bien podrías soportarlo.

Por un momento no pudo pensar ni respirar. La acababa de insultar más allá de lo imaginable, pero…

– ¿Que estás diciendo, Jonas? ¿Tratas de convencerme de que estás interesado en mí como mujer? -Tanteó detrás de sí buscando el mostrador, temerosa de que pudiera desmayarse de pura impresión. Había un terrible zumbido en sus oídos y su aliento se había quedado atrapado en sus pulmones, negándose a moverse a través de su cuerpo. Su corazón empezó a acelerarse, corriendo como si pudiera salírsele del pecho. Empezó a temblar incontrolablemente, su cuerpo sacudiéndose, los dedos de los pies y de las manos hormigueándole mientras boqueaba, sofocándose, incapaz de inhalar.

– Oh, demonios -murmuró Jonas. Luego más alto y más autoritariamente-. Respira, Hannah.

– Mis hermanas… -graznó.

– No están aquí, cariño, pero estoy yo y no voy a dejar que nada te pase. Sabes que caminaría sobre fuego por ti. -Jonas le empujó la cabeza hacia abajo-. Sólo estás teniendo un ataque de pánico, dulzura, no es nada, los has tenido antes. Sólo relájate y respira. Haz esa cosita que haces con los números.

¿Cómo había sabido eso? Su corazón empezó a latir todavía más rápido. Sus hermanas la habían ayudado a ocultar su condición durante años, no obstante ahora estaba teniendo un ataque de pánico completo delante de Jonas, la única persona ante la cual se había esforzado lo indecible por ocultarlo. Y él lo sabía. Hasta sabía las pequeñas cosas que hacía para tratar de sobreponerse a los ataques.

Hannah se hundió hasta el suelo, con la espalda contra el mostrador, y alzó las rodillas, cerrando los ojos y forzando a su mente a apartarse del terror. Trató de alejarle, deseando que se fuera y no fuera testigo de la absoluta humillación de ser tan cobarde. No había nada de lo cual sentirse aterrorizada, y sin embargo le ocurría todo el tiempo.

Jonas se sentó en el suelo a su lado, levantando sus propias rodillas, su hombro rozando el de ella. Suavemente le apartó con los dedos la masa de rizado cabello.

– Esto es lo que te pasaba en la escuela, ¿verdad? Todos esos años en que todo el mundo creyó que eras una estirada, estabas ocultando el hecho de que tenías ataques de pánico.

Sus dedos se le deslizaron por el cuello. Fuertes. Seguros. Tan como él. El lento masaje la distrajo como nada podría haberlo hecho. Inclinó la cabeza contra la pared y dejó que sus dedos obraran la magia.

– E-empezaron el p-primer día en la guardería. -Forzó las palabras para que salieran, tartamudeando, lo que más odiaba por encima de todo lo demás. N-no quería ir. Podía haberme q-quedado en casa otro par de años, pero m-mamá y papá pensaron que debía ir a la e-escuela porque ya podía leer y hacer cuentas a un nivel de cuarto grado. Así que insistieron.

Su voz era tan baja que él tenía que esforzarse para oírla. Se mordió su primera respuesta furiosa. Atacando la decisión que sus padres habían tomado años atrás no iba a conseguir otra cosa que contrariarla aún más. Toda comunicación con Hannah era como mucho tentativa si no estaba rodeada por sus hermanas. Y si estaba tartamudeando delante de él, debía estar realmente contrariada. Le había costado muchos años de frustraciones descubrir el secreto de Hannah y el hecho de que sus hermanas la ayudaban a hablar en público.

Tomó un hondo aliento y lo dejó escapar, continuando con el suave masaje en la nuca, aliviando la tensión y el miedo que había en ella. Por primera vez, no huía de él y estaba decidido a no perder esta oportunidad.

– Yo soy parte de la familia, ¿verdad? ¿Por qué no me lo dijiste? -Apartó el dolor, mucho más a gusto con su temperamento. Había estado enojado durante demasiado tiempo, a cuenta de ella, y con ella.

– M-me sentía humillada por no p-poder controlarlo. -Hizo una pausa, inhalando una gran bocanada de aire y forzándose a dejar de tartamudear. Sus hermanas la habían ayudado uno o dos días antes, y si sólo permanecía calmada y hablaba despacio, estaría bien-. Alguien como tú, Jonas, alguien que ejerce tanto control sobre todo nunca podría entender lo que es estar tan fuera de control, tan asustado de todo. No creo haberte visto nunca asustado de nada ni de nadie.

No estaba mirándole, y su voz, tan baja y desamparada, le rompió el corazón.

– Tal vez no, Hannah, tal vez no tengo ni una maldita esperanza de entender por lo que pasas, pero el dejarme afuera no va a ayudar. Quiero estar ahí para ti. Quiero que confíes en mí.

Hannah lo miró, con los ojos muy abiertos, lágrimas bañándolos, pero sin llegar a caer.

– Confío en ti, Jonas.

El negó con la cabeza.

– No, no lo haces. No realmente. Pensaste que me burlaría de ti, ¿verdad?

Se presionó la mano contra el estómago.

– Lo odio. Odio que me veas tan… tan… cobarde.

– ¿Es así como te ves a ti misma? ¿Una cobarde? -Mantuvo su voz apacible, cuando en realidad deseaba estrangularla. Era la última persona en la tierra que podría calificarse de cobarde. ¿Por qué continuaba viéndose a sí misma tan negativamente todo el tiempo?

– Sabes que lo soy. Incluso me llamaste conejo cuando estabas en el hospital.

– Estaba drogado y rabioso como el infierno. Alguien me había disparado, Hannah, y tú y tus hermanas estabais en peligro. Sabía que me estabas dando tu fuerza. Te sentabas allí día tras día poniéndote cada vez más pálida y débil mientras yo me fortalecía. Eso me volvía loco. Todavía me vuelve loco cuando pienso demasiado en ello.

Se inclinó más cerca, enmarcándole la cara con las manos, y le dijo la verdad como la conocía.

– Se supone que yo debo cuidar de ti. Esa es la forma en que funcionan las cosas en mi mundo. Tal vez es machista o cualquiera que sea el término oficial, pero me gusta cuidar de ti y de tus hermanas. No quiero que sea al revés, especialmente cuando puedo ver como te apagas.

Le recorrió la mejilla con la yema de los dedos, trazando la forma de sus labios y se inclinó para rozar el más dulce de los besos sobre su boca.

Sorprendida, alzó las pestañas y su mirada chocó con la de él. Su corazón casi dejó de latir. Un pequeño roce y ella casi se derrite, perdonándolo todo, cada insulto, sus modales agobiantes y arrogantes. Perdonándole por dejarla sola, asustada y enfadada los últimos cuatro días.

– Devuélveme el beso, Hannah -la instigó, con dolor en la voz.

Al oír esa cruda necesidad su cuerpo respondió, aunque su cerebro le decía que tenía que haber algún error. Su boca era magia pura, igual que el resto de el. Oscuro y sensual y tan suave cuando todo lo demás en él era duro. Nadie besaba como Jonas, estaba absolutamente segura de ello, su lengua deslizándose contra la de ella hasta que estuvo perdida en su sabor y aroma y su pura sensualidad masculina.

Le ahuecó la cara con la mano, el pulgar deslizándose por la piel, su cuerpo acercándose, los brazos apretándola posesivamente. Era gentil, tierno incluso, y se sintió querida… deseada y amada.

Jonas levantó la cabeza y la miró, a los grandes ojos azules. Un hombre podía perderse allí, atrapado hasta el final de los tiempos, y a él le había sucedido. Ni siquiera le importaba. No quería escapar. Sus pestañas eran rubias, pero espesas y curvadas y tan condenadamente femeninas que hacía que le doliera por dentro. Su piel era la cosa más suave que jamás hubiera tocado. Era tan delicada, tan frágil. Y la mirada en su rostro, se la veía asustada de él, pero lo deseaba. Lo veía allí, junto con el miedo.

Podía tratar con su miedo. Solo tenía que ir lentamente, sin dejar que ella notara que quería devorarla, compartir su piel, encerrarse dentro de ella hasta que todos los problemas del mundo se terminaran y encontrara la paz nuevamente. Sólo tenía que controlarse… ¿y acaso no era famoso por su control?

Trazó su clásica estructura ósea con los dedos, tratando de absorberla dentro de su propia piel. Nadie tenía una estructura ósea como la de ella, era una de las cosas que la había hecho tan famosa y solicitada. Su piel era tan suave como parecía, tan perfecta que siempre se maravillaba al ver el reguero de tenues pecas que cruzaban su pequeña y recta nariz. Su boca era lujuriosa, hecha para ser besada, hecha para hacer que un hombre cayera de rodillas, para darle más placer del que jamás podría merecer. Había tenido suficientes fantasías acerca de su boca como para llenar una biblioteca.

Equilibró su peso, y acercó la cabeza los escasos centímetros que los separaban para tomar su boca nuevamente. ¿Qué había estado pensando acerca del control? En el instante en que se hundió dentro de su oscuro calor, su lengua acariciando la de ella, tomando su dulzura, saboreándola, supo que iba a perder todo el control rápidamente. Necesitaba más, necesitaba su piel contra la de él, su cuerpo envuelto apretadamente alrededor del de él. Siempre había sabido que sería así, nunca nada sería suficiente hasta que la tuviera toda…, hasta que cada centímetro de ella le perteneciera.

Ella tembló, algo entre el deseo y el miedo. Detuvo la mano que avanzaba poco a poco por debajo de la blusa y se retiró para mirarla otra vez.

Hannah tomó un hondo aliento y le dirigió una sonrisa tentativa.

– Ven conmigo a Nueva York -lo invitó, con una mirada tímida, esperanzada, la invitación era inesperada-. Ven al desfile de modas y ve lo que hago.

Todo en él se inmovilizo. Se apartó de ella, poniendo espacio entre ellos porque seguro como el infierno que no podía tocarla ahora y deseaba, no, necesitaba, hacer justamente eso y sería desastroso. Hannah era empática y repentinamente se habían metido en terreno peligroso.

– No puedo ir a algo como eso. -Se encogió ante la súbita aspereza de su voz, pero maldita fuera, lo había sorprendido. Nunca había sugerido siquiera que la acompañara. No se atrevía a aparecer en público con ella. Duncan estaba seguro de que nadie había dejado escapar su nombre, pero Jonas no se arriesgaría con la vida de ella.

La cara de ella se cerró, la esperanza retrocedió. Asintió.

– Entiendo.

– No, no lo haces. Quiero que te quedes en casa, Hannah. Ves, no hay razón para que te vayas. Quédate aquí donde perteneces.

Conmigo. Quédate conmigo. Sálvame. Sé mi todo.

– Tengo un trabajo.

Era un argumento manido y ambos lo sabían. Ella suspiró y sacudió la cabeza, sus largos rizos en espiral se dispersaron en todas direcciones. Algo en la forma en que se la veía tan derrotada, le desgarró el corazón.

– Hannah, iría contigo, pero no puedo. -Hubo un dolor involuntario en su voz. Sabía que debería sonar duro y enojado y dejarla pensar que todo era debido a que ella exponía su cuerpo, pero el lamento estaba allí y ella era demasiado rápida absorbiendo cosas como para ignorarlo. No debería haber venido aquí estando tan cansado y decaído y necesitándola, pero ahora era demasiado tarde.

La sospecha trepó hasta la expresión de Hannah y unió ambas manos contra su pecho, colocándole una palma sobre el corazón antes de que pudiera hacer nada para evitarlo, maldición. Sintió su espíritu moverse contra el de él. Si alguien le hubiera preguntado, hubiera negado la conexión, pero con Hannah la sensación siempre era fuerte. Lanzó bloqueos mentales tan rápido como pudo, una práctica que había comenzado años antes cuando se dio cuenta de que ella podía “leerlo” a voluntad, pero Hannah era demasiado rápida. Rasgó a través de su mente antes de que pudiera levantar los escudos y dejó expuestos sus más oscuros secretos. Sus manos se deslizaron bajando por la camisa hacia la herida en su costado. La palpitación se detuvo instantáneamente, al mismo tiempo que la cara de ella se iba poniendo cada vez más pálida.

Jonas atrapó sus manos y se las quitó de encima. Que curara sus heridas no era algo que deseara de ella. Lo había hecho una vez y se había quedado tan frágil que todavía no estaba completamente recuperada.

Ella se hundió nuevamente contra la pared, las manos cayendo a los costados, mirándole fijamente con sus grandes ojos azules, el silencio se alargó entre ellos, la tensión creció hasta que deseó golpearse la cabeza contra la pared debido a la frustración.

– Jonas…

Levantó la mano.

– No lo hagas. En serio no lo hagas, Hannah. No hablaremos de esto.

Sus ojos se encendieron al mirarlo. Las llamas, que no habían estado allí antes, crujieron en la chimenea. Los quemadores de la cocina saltaron hasta convertirse en anillos de fuego, brillando al rojo vivo, y supo que tenía problemas.

– Vamos a hablar de ello, Jonas. Nos lo prometiste.

– No lo prometí. Dije que no iba a trabajar más en el Departamento de Defensa y no lo hago… hacia.

– Estas trabajando encubierto, tú, mentiroso, y es peligroso como el infierno. -Su voz siseó, un látigo de furia que sólo Hannah podía esgrimir contra él. Podía azotarlo crudamente con su decepción y su miedo. Y estaba asustada. Exhalaba miedo, la emoción se derramaba fuera de ella como si se hubiera abierto un dique de par en par.

– Me estaba volviendo loco, Hannah, y me pidieron que hiciera un pequeño trabajo para ellos.

Se quedó en silencio un momento, sus ojos azules mirándole fijamente directamente a los suyos.

– Esa no es la verdad. Dime la verdad.

Suspiró y se peinó cabello con los dedos en un gesto de agitación.

– Mira, cariño, aunque quisiera hacerlo no siempre puedo contártela.

– Es por eso que continúas desapareciendo. ¿De que va todo esto, Jonas? Parecía que habías superado todo eso, al aceptar el puesto de sheriff en Sea Haven. Eras feliz otra vez. Te llevó tanto tiempo después de que regresaras. -Era verdad, había veces en que su aura había estado casi negra, y cuando lo tocaba, aunque fuera un breve roce de su mano contra él, la empática en ella retrocedía debido a la opresiva oscuridad que había en él.

¿Qué podía decirle a ella? Su existencia había sido una larga vida llena de muerte y destrucción, el lado más sórdido de la vida, los deshechos, los Señores de la droga, terroristas y mafiosos. Se había retirado a Sea Haven necesitando cambiar su vida antes de ahogarse en la sangre, la carnicería y la violencia de la que nunca parecía capaz de apartarse. ¿Cómo podía decirle que ella tenía que salvarle? Eso la asustaría a muerte, pero era la verdad. A veces pasaba que era demasiado como para permanecer sentado y no hacer algo real, como poner su vida en juego, y la necesitaba para que le llevara de regreso desde el borde del precipicio.

¿Cómo podía explicar cuán verdaderamente insensato podía ser? Cuando había visto como mataban a Terry, había saltado a plena vista, sin cobertura, y había empezado a disparar a los atacantes en un ciego arrebato, con una furia que se ubicaba en alguna parte entre el hielo y la furia candente, queriendo matarlos a todos. Hannah saldría huyendo y no podría culparla. Demonios, la mitad de las veces no podía entender por qué hacía ninguna de estas cosas que hacía. Sólo sabía que cuando estaba con ella, cuando podía verla y olerla y respirarla, su vida tenía cordura y significado.

Tendría que ser como Jackson, capaz de cortar todas las emociones y hacer el trabajo, pero nunca había dominado ese arte. Se preocupaba por sus hombres, por sus ayudantes, por la gente a la que protegía. Demonios. Hasta se preocupaba por las familias de los hombres a los que mataba. No podía desconectarse, nunca había sido capaz de hacerlo, y era excelente en lo que hacía, así que su antiguo jefe siempre estaba listo para confiarle otro trabajo.

– Jonas -repitió Hannah gentilmente, los dedos rozándole el rostro-. ¿Qué pasa?

Había desesperación en sus ojos, se le veía fuera de sí, sufriendo, no físicamente, sino puro dolor emocional, su corazón latía muy rápido, su cuerpo estaba casi rígido. Se estaba aferrando a ella con demasiada fuerza, su apretón la lastimaba, cuando siempre, siempre, era suave con ella.

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