JANAE ESTABA absorta en las historias de Billy, sabiendo que cada sílaba que él expresaba era una simple e inalterada realidad. Ella había vivido una mentira, y este inverosímil individuo del otro lado del océano la había hallado y le había traído la verdad.
La joven escuchaba mientras él recontaba historias del monasterio en Paradise, Colorado, donde por primera vez encontrara los libros de historias siendo niño. Y Janae sabía que, igual que él, ella tenía que tocar uno de estos libros aunque fuera lo último que hiciera antes de morir.
Había oído hablar de los enormes gusanos en los interminables túneles debajo del monasterio, y batalló contra el deseo de fletar inmediatamente un avión, volar a Paradise, y ver por sí misma si algunos de esos gusanos aún sobrevivían. Al igual que los libros, sin duda los bichos se habían generado en otro mundo. Sin embargo, ¿estaban aquí, en esta realidad?
Pero lo que le hizo secar la boca fue la afirmación de Billy de que Thomas no era el único que había atravesado el puente hacia esa otra realidad o, si se quiere, que había vuelto del futuro.
Kara había ido. Y regresado.
Monique, su propia madre, había ido. Y vuelto.
¿Cómo? Usando la sangre de Thomas. La idea, una vez calada en ella, era demasiado para absorberla en una sesión.
– Quieres decir que cuando te quedas dormido…
– Estando en contacto con la sangre de Thomas -interrumpió Billy, haciendo como si se cortara el dedo con la uña-. Más exactamente, mientras tu sangre esté en contacto con la de Thomas.
– ¿Y despiertas así sin más en este otro lugar?
Parece descabellado, pero hay bastantes pruebas. Yo, para empezar. Los libros…
– Hasta que te quedes dormido allá, en cuyo caso despiertas aquí -concluyó Janae, en su propia idea-. Como si todo el asunto fuera solo un sueño. Con la diferencia que para nada es un sueño.
– Correcto. Eso es lo que he concluido hasta aquí.
– ¿Y sabes con seguridad que esta sangre aún existe?
– ¿Cuántas veces necesitas que te lo diga, Janae? ¿Crees que hice todo esto, venir hasta aquí, por haber visto tu foto en la revista People y decidir que debía tenerte? ¿Cómo diciéndome: «Ya sé, inventaré historias acerca de libros que pueden transportarnos entre realidades y fingir poder leer los pensamientos de la joven, de modo que la impresione»?
Janae lo miró, cautivada por la idea de que en este momento él le estaba leyendo la mente. Se paró y lo pasó rozando, sonriendo tímidamente. Había algo más en Billy que la atraía, y no tan solo una promesa de aventura. Él había hecho salir lo irracional en ella. Quizás debería entregarse sin fingimientos.
– Ven conmigo -dijo estirando la mano para agarrar la de él.
Billy aceptó de buena gana, y los dos vagaron por la suite, aún de la mano.
– A partir de ahora esto se queda entre nosotros -manifestó ella-. Sabes que no conseguirás nada de mi madre.
– Quizás.
– No quizás. Ella no me ha dicho una palabra de esto, lo cual solo puede significar que ha ocultado la verdad por buenas razones.
– Guardar el secreto no nos dará lo que necesitamos.
– Por supuesto que no, cariño. Yo puedo conseguir eso. Pero necesito saber que puedo confiar en ti.
– ¿Confiar en mí? Soy yo el que comparte secretos aquí.
– Mira dentro de mí -pidió ella poniéndole la mano libre en el pecho y deteniéndolo suavemente-. Dime si no estoy compartiendo contigo mis más profundos secretos.
Los ojos de Billy miraron los de Janae. La joven pensó en su padre, en lo que sabía, lo cual no era mucho y había sido íntimamente protegido. Y con la mente le dijo a Billy que lo hallaba intrigante.
Imágenes del pasado saltaron a la mente de Janae: La primera vez que habrá supervisado una reunión de junta directiva a los veintiún años de edad, su primer amor, la época en que la atraparon en Nueva York por posesión de drogas y en que pasó toda una noche en la cárcel. Pero al final su mente dependía de él. De Billy. De este hombre que había caído del cielo y en breves horas se las había arreglado para ¿Despojarla de sus secretos.
Ella lo encontraba apasionante. Atractivo. Casi irresistible. No solo de manera física, sino espiritual. Emocional. No comprendía la razón. Qué importa que no la comprendiera.
– ¿Ves? Puedes ver el interior de mi corazón y saber que puedes confiar en mí. Y yo también debo saber que puedo confiar en ti.
Janae aún tenía la mano de él entre las suyas, y la notó fría y sudorosa. Pero por otra parte, estaba acostumbrada al efecto que producía en los hombres.
– Nuestro secreto -expuso ella, tragando saliva.
– Nuestro secreto -repitió él después de carraspear.
– Espero poder confiar en ti -declaró ella y lo besó suavemente en los labios. Se volvió para guiarlo. Pero Billy dio un paso atrás.
– ¿A dónde estamos yendo? -inquirió él mirando nerviosamente el atrio detrás de ella.
– ¿No lo sabes? -manifestó ella regresándolo a ver-. ¿No me has leído la mente?
– Lo sé. Aprender a vivir con mis habilidades me ha enseñado a… bueno, tú sabes… a ir con la corriente.
– Fingiendo no saber. Por no querer parecer atrevido al mostrar tu superioridad sobre los demás en el salón. ¿Correcto?
– Algo así.
– No te preocupes, siento lo mismo la mitad del tiempo.
– Entonces comprenderás cuando digo que no tengo interés en deambular por complejo, fingiendo estar interesado en la disposición del terreno. Es una pérdida de tiempo.
– Una mujer necesita tiempo…o tengo tiempo.
– ¿Es así como quieres jugar? -indagó ella escrutándolo con la mirada. No quiero jugar. Esta necesidad lleva más de un año urgiéndome. Es como una presencia. Tengo que saber si está aquí. La sangre.
Billy se volvió y se dirigió hacia la suite de huéspedes. -¿Adónde vas?
No sabes dónde está, puedo ver eso. Y no tienes idea de cómo conseguirla.
¡Qué rudo! ¿Dónde se había criado este impertinente para creer que podía irSe como si nada sin ninguna consideración por su anfitriona, que prácticamente se [e había desnudado? El tipo era exasperante.
Él era… como ella.
– Tranquilízate -expresó ella bruscamente, dirigiéndose tras él hacia las habitaciones-. Tú respira hondo. Bien.
La joven cerró la puerta principal de la suite.
– Estoy tan ansiosa como tú, pero…
– Hace apenas unas horas que sabes de los libros -interrumpió él, volviéndose-. No me hables de lo ansiosa que estás. La idea de que esos libros existen sería un pensamiento apasionante para cualquiera, ¿pero por qué estás tan… atolondrada en cuanto a esto? No puedo verlo en tu mente y, francamente, es un poco molesto.
Esa era una duda justa. Ella había dicho la verdad. Era inútil fingir con él.
– No sé.
– No, no sabes -concordó él-. Y esa es la parte más aterradora. Hace tus ansias casi… inhumanas.
– ¿Qué esperas de mí? -inquirió Janae calmándose-. Me dices todo esto, ¿y esperas que me ponga a tamborilear en la mesa y acepte ayudarte?
– Pues sí. Así es.
– Por favor. Cien puntos se me han conectado en la cabeza, ¿y ahora quieres que tome una siestecita?
– No se te han conectado puntos en la cabeza, Janae. Ese es el problema. No se te han encendido las luces en el cerebro. Yo podría ver eso. Pero cuando miro en tu interior veo algo más.
– ¿Es así? ¿Y qué ves?
– Tu corazón. Tus deseos. Todos son siniestros.
– Como los tuyos -declaró ella, porque no podía pensar en no defenderse. Lo que el tipo afirmaba era ridículo. Ella no era más perversa que el que estaba a su lado.
– He pasado por esto antes -confesó Billy alejándose y yendo hasta una de las ventanas desde las que se veía el césped-. Observando esta clase de tenebrosidad.
– Sin embargo, ¿es ahora blanco tu corazón? -retó ella acercándosele por detrás y siguiéndole la configuración de los músculos con los dedos-. ¿Temes que la maliciosa Janae traiga todo a la memoria? ¿Ah? ¿Es eso?
– No -negó él meneando lentamente la cabeza-. Esto solo me recuerda que lo que estamos haciendo, que lo que estoy haciendo, no es correcto.
Billy se dio media vuelta, y ella vio que se le habían humedecido los ojos. -No obstante, parece que no puedo remediarlo. El poder que hay en esa san- are… en esos libros… no tienes idea de cuánto daño pueden causar -exteriorizó él alejando la mirada, y una lágrima le bajó por la mejilla.
Por un momento ella creyó que él podría estar arrepintiéndose de todo lo que acababa de convencerla que hiciera. El pánico le hormigueaba en la mente. No podía dejarlo hacer eso.
¿Por qué no, Janae?¿Qué te está sucediendo?
La muchacha estaba segura de una cosa: Billy no podía dejar este lugar hasta que ella supiera todo lo que él sabía. Y más.
Janae debía hallar esa sangre. Sola, si tenía que ser de esa manera.
– Sé cómo te sientes -afirmó ella, e hizo una pausa-. Yo, en realidad, no. No participo de tu arrepentimiento. Pero tienes razón, tengo deseos en mí que no logro comprender. Y creo que tú tienes esos mismos anhelos.
Janae se le acercó y le recorrió delicadamente las uñas por el cuello y el mentón. Al alborotarle el cabello vio que tenía lleno de pecas el cuero cabelludo. Le sobresalía la vena en la garganta, y ella se la palpó suavemente.
– Si tus deseos son como los míos, entonces no podrás resistirlos -expresó ella-. Tu destino es encontrar esa sangre. Ir al otro lado.
Billy la observó por un momento, luego tragó saliva y se aclaró la garganta.
– Tienes razón. Lo sé. Pero eres la primera persona que he conocido que lo sabe tan bien como yo. Al mirar al interior de tus ojos, siento como si estuviera viendo dentro de mí mismo, todo lo cual es un poco perturbador.
Janae se sintió atraída por el cuello pálido de él, tan suave y tierno, tan vulnerable; tan lleno de vida. Se inclinó hacia adelante y le susurró en el oído, acariciándole el lóbulo con los labios.
– Entonces confía en mí, Billy. Tú y yo somos iguales. Somos el uno para el otro en más de una manera.
Ella se distrajo por un instante con su propia audacia, con su flagrante intento de aducción. Esto no era típico.
Pero otro pensamiento le calmó la inquietud. ¿Quién exactamente estaba aquí seduciendo a quién? Billy le había hecho perder la cabeza en cuestión de horas. ¿Estaba el Jugando con ella?
Janae se apartó y fue hasta una garrafa de cristal. Se sirvió una bebida y la bebió de un trago. Al volverse hacia Billy, él la estaba mirando, inexpresivo. Analizándola La ventaja de él sobre ella era injusta.
También era parte de lo que le hacía irresistible.
– Por consiguiente -declaró ella, sirviéndose otro trago-. ¿Qué hay? ¿Esta, mos cambiando de parecer?
– No era consciente de que hubiéramos resuelto algo -objetó él, yendo hacia la garrafa.
Billy agarró el recipiente de manos de ella y se sirvió un trago. Lo bebió haciendo un sonido seco.
– Se rumorea que Thomas no fue el único en entrar en ese mundo -continuó a media voz, como si lo que estuviera a punto de decir ahora fuera de la mayor importancia; entonces caminó hasta una silla reclinable color ciruela, se sentó, y cruzó las piernas-. Muchos otros más han venido y se han ido. Pero supe de uno que vino v se quedó. Un fantasma llamado shataiki en aquel mundo. Se llamaba Alucard, y era una criatura de la noche.
Janae sintió que el pecho se le tensaba.
– Está bien, ya me has confundido -comentó ella, pero eso no era lo que pensaba; alejó la mirada para que él no pudiera escudriñarle el interior de la mente-. ¿Qué quieres decir con una criatura de la noche?
– No sé mucho. Pero sé que extienden su semilla por medio de la sangre.
– ¿Por la sangre?
– La información es imprecisa, pero sí. Eso creo. Así es como se reproducen. La chica sacó a empujones sus pensamientos antes de que él pudiera robárselos de la mente.
– A menos que creas que podamos atar a mi madre y curiosearle los ojos abiertos para que le puedas saquear la mente, solo existe un modo de averiguar si sabe dónde está la sangre.
– Ya he pensado en eso -confesó Billy.
– No querrás intentarlo. Créeme. Ella te tendrá muerto o tras las rejas antes que puedas usar lo que sabes.
– De acuerdo.
– Mi madre debe recuperar voluntariamente la sangre.
– Es evidente.
– Sé cómo hacer eso -señaló Janae volviéndose.
Entonces lo miró a los ojos y dejó que él captara lo que ella sabía. Esta vez la joven casi pudo sentir la invasiva mirada del hombre. Los ojos masculinos se agrandaron poco a poco; luego parpadeó dos veces. Billy se puso de pie, pálido.
– En serio?
– Yo debería saberlo. Es mi laboratorio.
– La variedad Raison B?
– Una mutación del virus que puso patas arriba al mundo entero hace treinta años. No es de transmisión aérea. Pero no hay antivirus conocido. Si nos inyectamos con ella…
– Tu madre se verá obligada a usar la sangre de Thomas, porque demostró ser resistente al virus original -le terminó la frase Billy-. ¿Y si no tiene la sangre? ¿O si no funciona?
Janae alargó la mano hacia la garrafa y expresó lo que él ya sabía, porque una cosa así se debía expresar en voz alta.
– Entonces ambos moriremos.