CHELISE HUNTER, esposa de Thomas, se puso en pie al lado de su hijo, Samuel, y miró por encima del cañón, ahora atiborrado con quienes habían atravesado el desierto para asistir a la Concurrencia anual. El redoble de tambores resonaba en las paredes del desfiladero; miles de personas se arremolinaban en grupos o danzaban en pequeños círculos mientras esperaban las ceremonias finales, las cuales comenzarían cuando el sol se pusiera detrás del horizonte. La noche se llenaría de gritos de lealtad, y todos festejarían con vacas engordadas y con la esperanza de ser liberados de su tremendo enemigo: Las hordas.
Pero era obvio que Samuel, un guerrero con pesada espada y mirada furiosa, había puesto su esperanza en algo totalmente distinto. Permanecía tranquilo, pero Chelise sabía que debajo de la protección de cuero en pecho y hombros el muchacho tenía tensos los músculos, y que ya se le estaban acelerando los ojos de la mente. Corriendo en estampida para hacer la guerra.
La mujer dejó que la brisa le soplara el cabello sobre el rostro e intentó calmarse con firmes respiraciones.
– Esto es absurdo, Samuel; una total insensatez.
– ¿De veras? Dile eso a Sacura.
– Ella estaría de acuerdo conmigo.
Sacura, que hasta pocos días antes tenía tres hijos, ahora solo era madre de dos. Un grupo de exploración de las hordas había atrapado y ahorcado a su hijo Richard, de quince años, cuando este se rezagó detrás de la tribu en camino a la Concurrencia.
– Entonces ella es la insensata, no yo.
– ¿Crees que nuestros procedimientos pacíficos son únicamente una estrategia fortuita para sacar la mejor parte? -cuestionó Chelise-. ¿Crees que devolver muerte con más muerte nos traerá paz? Casi todos en el valle formaron en su día parte de las hordas, incluyéndome a mí, por si debo recordártelo… ¿quieres ahora cazar a sus familias por no haberse convertido a tu manera de pensar?
– ¿Y en vez de eso permitirías que nos aniquilen? ¿Cuántos de nosotros tendremos que morir antes de que te libres de este absurdo amor que tienes por nuestro enemigo?
Chelise ya no podía soportar esta réplica insolente. Recurrió a toda su fortaleza para resistir la tentación de abofetearlo ahí mismo. Pero pensó que usar la violencia en este preciso momento fortalecería el sentir de Samuel.
Y, conociéndolo, él solo se reiría. Ella sabía pelear, igual que todos, como algo tradicional, pero al lado de Samuel ella era la mariposa y él el águila.
Chelise se tranquilizó. En consideración a Jake, su hijo menor, debían seguir los caminos de Elyon. Por el bien de su padre, Qurong, comandante de las hordas, y por el de su madre. Pensando en el mundo, debían aferrarse a lo que sabían, no a lo que sus emociones exigían de ellos. Empuñar ahora las armas representaría una burla imperdonable de todo el círculo.
La mujer miró a Samuel y vio que él tenía enganchada la manga por debajo del protector del brazo izquierdo. Ella se la bajó y se la acomodó.
– Sé que es difícil -explicó, volviendo la mirada hacia los tres guardias a caballo detrás de ellos.
El grupo de Samuel lo conformaban veinticuatro, y todos mostraban la misma antipatía. Hombres honorables que estaban cansados de ver morir a sus seres queridos a manos de las hordas.
– Todos sabemos que él desborda la realidad. El solo hecho de ser hijo de Thomas no quiere decir que debas abrir nuevos caminos.
Chelise quiso consolarlo, pero el muchacho se endureció y ella supo que las palabras habían conseguido lo contrario.
– No se trata de que no tengas deseos de querer estar a la altura de él, pero…
– ¡Esto no tiene nada que ver con Thomas! -la interrumpió Samuel con brusquedad, apartándose-. Quizás nadie podría estar a la altura de un hombre con su pasado. Mi preocupación es el futuro, no esa descabellada historia de estar saltando entre mundos a través de esos sueños que él tiene.
Era extraño que Samuel se refiriera a la época en que Thomas afirmara haber viajado al pasado en sus sueños. El mismo Thomas casi nunca hablaba de ese tiempo.
– Olvídate de sus sueños. Mi esposo es el líder del círculo. Él lleva la carga de mantener doce mil corazones alineados con la verdad, ¿y tú, su hijo, vas a sabotear eso?
– ¿La verdad, madre? -cuestionó Samuel mordiéndose los labios y apretando la mandíbula; luego señaló hacia el sur, en dirección a Bosque Qurongi, una vez controlado por Thomas y los guardianes del bosque, y ahora habitado por Qurong, padre de Chelise y líder de las hordas-. La verdad es que tus preciosas hordas nos odian y nos asesinan siempre que nos localizan.
– ¿Qué sugieres? -gritó ella-. ¿Salir corriendo ahora, en vísperas de nuestra más grandiosa celebración, en busca de unos cuantos encostrados que ya probablemente habrán regresado a su ciudad?
Samuel bajó el brazo y volvió a mirar a sus hombres. Luego miró otra vez hacia el sur.
– Lo tenemos.
– ¿A quién?
– Al encostrado que mató al hijo de Sacura. Lo tenemos prisionero en un cañón.
Chelise no supo qué contestar a esto. ¿Habían atrapado a un encostrado? ¿Quién había oído alguna vez de algo así?
– Vamos a someterlo a un juicio en el desierto -comunicó Samuel.
– ¿Con qué propósito? – ¡Hacer justicia!
– ¡No puedes matarlo, Samuel! ¡Se desharía la Concurrencia! No tengo que decirte lo que eso ocasionaría a tu padre.
– ¿A mi padre? -objetó él, mirándola-. ¿O a ti, madre, la hija de Qurong, comandante supremo de todo lo malvado y vil?
Chelise lo abofeteó. Solo fue una palmada de lleno en la mejilla, pero el chasquido sonó como un latigazo.
Samuel sonrió. Al instante ella se arrepintió de su ira.
– Lo siento, lo siento, no quise hacer eso. ¡Pero estás hablando de mi padre! quisiste hacer eso, madre -declaró él, volviéndose y corriendo hacia el caballo.
– ¿Adónde vas?
– A realizar un juicio.
– Entonces, al menos tráelo aquí, Samuel -pidió ella corriendo tras él, pero el muchacho ya estaba en la silla-. ¡Reflexiona!
– Estoy reflexionando -replicó él, luego hizo girar el caballo y pasó al lado de sus hombres, quienes lo siguieron-. Es tiempo de actuar.
– Samuel…
– Mantén esto entre nosotros, ¿de acuerdo? -advirtió él mirando por encima del hombro-. Detestaría estropear una fabulosa noche de celebración.
– Samuel. ¡No sigas con esto!
Fustigó el caballo y dejó a Chelise con el sonido del golpeteo de cascos. Oh, Elyon… el muchacho iba a ser la ruina de todos ellos.