36

CHELISE HABÍA corrido por el desierto, esperando en cualquier momento ver señales de rezagados a la Concurrencia en el valle de Paradose, albinos que hubieran oído a última hora la convocatoria de Thomas de Hunter de reunir a todo el círculo por primera vez en muchos años; y de exploradores eramitas precediendo a Samuel. Pero no fue sino hasta que se hallaba cerca del valle cuando vio alguna señal de albinos o encostrados, y la escena le hizo detener la montura en seco. El caballo rezongó.

Un grupo de hordas, quizás veinte en total, se volvieron a mirarla. Cabalgaban con uniforme completo de batalla sobre una duna, ni a cien metros de donde ella se había detenido. Exploradores hordas, ¿tan adentro?

Pero estos no eran del ejército de su padre, que ella había dejado anoche. Para empezar, las armaduras eran de color café claro que se camuflaban con las arenas, no armaduras negras como las que había visto ayer. Además, estos guerreros no usaban cascos. El cabello les volaba libremente, no en mechones enmarañados. Lo primero que Chelise pensó era que se trataba de eramitas, aunque nunca antes había visto ninguno de estos guerreros. Y ella supo que no serían exploradores. Estos veinte portaban lanzas, garrotes y mazas con bolas de acero llenas de púas que colgaban de cada silla, no las armas más livianas de un explorador que les permitían moverse más rápido.

Este era un contingente de un ejército completo, ¡cabalgando sin preocuparse a una hora de marcha del valle de Paradose! Le molestó aun más que los guerreros la vieran y no intentaran interceptarla.

Miró en anonadado silencio, confundida por un instante. Los pensamientos de la Concurrencia se le estrellaron en la mente. Sin duda para este momento ya habrían llegado los doce mil.

¿Sabían estos soldados lo cerca que estaban de la más admirada tribu del círculo?

¡Desde luego que lo sabían!

Samuel.

Samuel había hecho exactamente lo que Qurong predijo. Había llevado un contingente de eramitas al círculo. Chelise había salido de la tienda de su madre con la escolta del explorador Stephen y había atravesado el desierto en el menor tiempo posible, esperando que la información de Qurong fuera errónea, o por lo menos distorsionada. Stephen la había dejado sola ante la insistencia de ella casi seis horas antes.

Chelise conocía el camino desde aquí, y este era seguro.

Pero ahora mismo comprendió que solo había una explicación para los veinte mestizos no hostiles en la duna a su derecha. Espoleó el caballo y siguió al galope, bajó la colina y subió por la elevación lejana, con el corazón palpitándole. Subió la colina, rogando a Elyon que le diera tiempo. Los ancianos sabían acerca de Samuel, ¿pero qué dirían a…?

Chelise se deslizó hasta detenerse en lo alto de la siguiente duna y se quedó boquiabierta ante la escena que la recibió. El valle estaba vivo, repleto con un ejército que se extendía hasta el horizonte.

Samuel no solo había traído un contingente de etamitas, ¡había traído todo el ejército de mestizos! Un gentío enorme, de no menos de cien mil valientes capaces de aplastar al círculo bajo los cascos sin aminorar el paso.

¿Y dónde estaba Elyon?

El mundo te espera, Chelise. Las palabras de Michal le susurraron en la mente. Fustigó el caballo y lanzó un grito, instándolo a correr, yendo tan rápido como le era posible a pesar de las patas agotadas al límite.

Debía advertirles que Qurong ya había reunido su ejército.

Que no debían escuchar a Samuel.

¡Que no podían dar ningún paso sin Thomas!

Cien pensamientos le rebotaron en la mente, y dio una palmada más fuerte a la piel del caballo, rodeando a toda prisa el ejército. No importaba; ninguno parecía siquiera un poco molesto por la presencia de una albina a caballo. Solo estaban curiosos. Ya habían visto muchos hoy.

Eran mestizos, pero los ojos grises y la piel con escamas no era distinta de la de los hordas de pura sangre. Estos mestizos eran tan hordas como su propio padre. La observaban desde cierta distancia, y solo ver la gran cantidad de ellos le hizo bajar un estremecimiento por la columna.

Chelise tardó menos de veinte minutos en atravesar las dunas, rodear al ejército reunido, entrar al desfiladero y llegar a los corrales detrás de las tiendas.

El campamento parecía desierto. Pero los albinos debían estar cerca, reunidos en el anfiteatro donde el mismo Thomas había celebrado el Gran Romance menos de dos semanas atrás.

Entonces oyó la voz masculina. La voz de Samuel resonaba sin que lo pudiera ver desde más allá del desfiladero. Chelise se acercó corriendo por el sendero para mirar desde lo alto y se detuvo abruptamente.

Todos los miembros del círculo ya habían llegado. Se hallaban de pie o en cuclillas sobre rocas y sentados en los barrancos, con la atención fija en la plana superficie de piedra donde Marie había peleado con Samuel en el primer intento de detener esta locura.

Aquí estaba él otra vez, este hijo de Thomas, Samuel de Hunter, parado al lado de una mujer albina vestida con armadura de batalla de las hordas y una capa roja. Detrás de ellos, un líder eramita, quizás el mismo Eram, a caballo con otros seis guerreros mestizos.

Los ancianos estaban a la derecha de ellos, con los brazos cruzados, observando con una mezcla de escepticismo e interés. ¿Por qué no estaban deteniendo esto?

– ¿No fue este día profetizado antiguamente? -expresó Samuel-. Nos han dicho que cabalgará en un caballo blanco y que librará a todos aquellos que naden con él, llevándolos a un nuevo mundo, donde no hay lágrimas… Hizo una pausa.

– …Donde su fruto es tan embriagador que hará que el corazón más dolorido ría de gozo. Donde nuestros hijos ya no teman que la espada de las hordas elimine a sus madres o haga rodar por tierra la cabeza ensangrentada de sus padres. Durante diez años, hemos huido del opresor. ¿No nos rescatará Elyon?

– Pero ya lo hizo -objetó Mikil.

– ¡Déjalo hablar! -gritó alguien-. Este es el hijo de Thomas, y lo que dice tiene valor.

– Mikil tiene razón -continuó Samuel sin dar oportunidad a la guerrera-. Elyon ya salvó nuestros corazones y ahora extiende la mano para sacarnos a toda prisa de esta vida miserable. Nuestro enemigo no se burlará más de nosotros, no nos ridiculizará más, y solo envidiará el Gran Romance. Soy profeta de Elyon y así lo afirmo.

– ¡Así es!

– ¡Esa es la verdad!

– No, no, esto no puede ser…

La reacción era una cacofonía de sentimientos mezclados.

– ¿Tienen eludas? -gritó Samuel con el rostro encendido, y ellos se apaciguaron poco a poco-. ¿Creen que nací de Thomas de Hunter sin propósito alguno? Si él estuviera aquí, ¿negaría las profecías de antaño? No podemos escapar a nuestro destino.

– Así es.

– Esa es la verdad.

– El día de la ira de Elyon contra las hordas ha llegado, mis amigos. ¡Destruiremos las hordas!

– ¿Haciendo alianza con las hordas? -cuestionó Johan-. Esto es absurdo.

– Absurdo -se burló Samuel-. Nuestros ancianos son demasiado intelectuales para seguir las pasiones de Elyon, quien utiliza a quienquiera que él vea apto. Hoy es Eram y los famosos guardianes del bosque.

Denominó a los mestizos como se les conocía antes de contraer la enfermedad de las costras.

– Propongo que para este fin nos aliemos con Eram, que nos necesita tanto como nosotros a él. Permítanme llevar a cinco mil de nuestros más fuertes guerreros, ¡y guiaremos hacia un aplastante y súbito ataque contra las hordas al ejército que todos ustedes han visto justo en las afueras de nuestro cañón!

Eso parecía perfectamente razonable, pensó Chelise, excepto por lo que ellos no sabían. Y de acuerdo con el roush, el mundo la esperaba, a Chelise, que había sido enviada de vuelta por parte de Thomas y en lugar de él, para salvarlos a todos. El círculo la esperaba.

Ella levantó las manos y se dirigió al frente, mirándolos desde lo alto.

– Soy Chelise, esposa de Thomas, ¡y no estoy de acuerdo con este hijo mío! -gritó para que toda la multitud oyera.

Ellos levantaron las cabezas. Se hizo un murmullo a través de la Concurrencia mientras ella saltaba y quedaba de pie sobre una enorme roca a la derecha de Samuel.

– Hola, madre -expresó Samuel.

– He venido del oriente, donde el ejército horda está reunido en el valle Torun.-continuó Chelise haciendo caso omiso al muchacho-. Saben que estamos aquí en este momento, con los eramitas, ¡y ruegan que vayamos para poder aplastarnos y dejar nuestros cuerpos para los buitres!

– Te quiero, madre, pero te equivocas.

– ¿Estás afirmando que las hordas no masacrarán a muchos, por no decir a todos, si ustedes marchan ahora? -objetó ella, girándose para encararle.;

– Bueno, sí, habrá algún derramamiento de sangre. Pero sigues estando equivocada.

Madre. No sabes todo. No sabes que Elyon me ha dado un medio sobrenatural de victoria.

Ella no supo qué contestar.

– Es verdad, soy un profeta para este tiempo, pero no vengo aquí solo con palabras -continuó Samuel dando un paso adelante y dirigiéndose a la muchedumbre-.

¿Cómo podría enfrentarme a la acelerada lengua de mi propia madre? Pero vengo con alguien más.

Miró a la mujer que estaba a su lado.

– Les presento al brazo fuerte del mismísimo Elyon, en carne y hueso, a beneficio nuestro -continuó, agarrándole la mano, besándola y levantándola-. Amigos del círculo, les presento a Janae, un mesías por derecho propio.

Empezaron a oírse aplausos que se hicieron más fuertes.

– Muéstrales, Janae.

La bruja pelinegra parecía una seductora. Tenía una extraña erupción cutánea en el cuello, parecida a la que Chelise veía ahora en el cuello de Samuel. Janae dio un paso adelante y caminó delante de ellos como un general que revisa las tropas. Señaló de manera despreocupada por encima del hombro con un solo dedo.

– Tráiganlo -ordenó.

Dos de los mestizos metieron a empellones al espacio abierto a un encostrado en cadenas. Chelise lo reconoció de inmediato: Se trataba de Stephen, el mismo explorador que como escolta la había tratado tan amablemente.

Los ojos grises de él miraron los de ella.

– Por favor…

– ¡Suéltenlo! -exclamó Chelise.

– Lo haremos -objetó la bruja volviéndose-. Tan pronto como él les muestre a todos lo que yo ya sé.

Janae extrajo un frasquito y lo levantó para que toda la congregación lo viera.

– En mi mano sostengo el regalo de Elyon para todos nosotros -expresó, entonces le quitó el tapón de la parte superior del tubo de vidrio y lo movió ante su propia nariz como si fuera un valioso perfume-. La fragancia del altísimo. Para ustedes y para mí, que nos hemos bañado en los lagos, mestizos y albinos por igual, es un regalo.

Chelise pudo oler el potente aroma desde donde se hallaba, una mezcla de limón y flores de gardenia, si estaba en lo cierto.

La seductora que vino con Samuel levantó el frasco y caminó hasta el más cercano de los observadores. Se lo extendió.

– Lo único que nos da es fortaleza. Pero la fragancia de Elyon es veneno para este infiel detrás de mí. ¿Sí? Si se acerca a diez pasos de donde estoy, como está ahora, la esencia le entrará a las fosas nasales, le penetrará en la sangre y le avivará la misma enfermedad de costras que lo hace parte de las hordas. Para ser más precisa, la fragancia repele los gusanos que se lo comen vivo, incitándoles a montar en cólera. Harán estragos… El explorador comenzó a quejarse. Se rascaba la piel cada vez con más pánico.

– …en los nervios del hombre -concluyó Janae; entonces señaló a los guardias-.

Suéltenlo.

Ellos desataron las cadenas del explorador y lo empujaron hacia delante. Stephen había pasado de ser una horda aterrada con temor a sus captores, a un hombre debilitado lleno de pánico por lo que fuera que le estaba pasando.

– ¿Qué me está sucediendo? -exclamó mientras avanzaba tambaleándose-.

¡Quítenme eso de encima!

– No está encima de él -explicó Janae en voz alta para que todos la oyeran-.

Está dentro de él, y es el aliento de Teeleh, estimulando las larvas que le comen el cuerpo.

Ella se paseó delante de la multitud, revisándola con una mirada serena.

– Pero yo no siento nada. Los mestizos no sienten nada. El consejo no siente nada. Aquellos que están suficientemente cerca para inhalar este aliento del infierno no sienten nada. ¿Por qué? Porque todos nos hemos bañado alguna vez en los lagos y somos inmunes a mi vacuna Raison -explicó, y añadió después de hacer una pausa-. Es el regalo de Elyon para nosotros.

Un barboteo de admiración recorrió la multitud con algunas expresiones bien definidas de protesta, pero aún con más gritos de consenso.

– ¡Ella dice la verdad, dice la verdad!

Janae se acercó a Samuel, que la miraba como si ella fuera su propia diosa personal. La bruja se empinó y lo besó en la mejilla, y tomándole luego la mano se volvió hacia la Concurrencia.

– El regalo de Elyon. Él me lo dio y me dijo que yo hallaría a Samuel con los eramitas. Juntos vendríamos al círculo, en paz. Extenderíamos la gracia de Elyon, y luego marcharíamos contra el ejército horda, les suministraríamos el aliento de Teeleh, y los masacraríamos a todos en su estado de debilidad.

Chelise seguía sobre la roca, refrenada por retorcidas cuerdas de objeción. ¿Dónde estaba Elyon en todo esto? Janae hablaba con autoridad. ¿Podría la reciente amiguita de su hijo haber venido de parte de Elyon? Muchos en el círculo tenían desesperada necesidad del mensaje de la fulana. Lo beberían hasta el fondo y satisfarían de nuevo su sed por el poder de Elyon.

¡Pero esta mujer no podía venir de parte de Elyon! Era una seductora, una ramera con palabras que provocaban comezón de oír. Además estaba pasando por alto el elemento más importante del encargo de Elyon para todos ellos. Chelise gritó ahora, vociferando por encima de Johan y Mikil, quienes habían dado un paso adelante y contradecían.

– ¡Amemos a las hordas! -gritó, señalando al explorador horda que ahora se estremecía de temor y dolor-. Esta es nuestra única encomienda con relación a estas pobres almas. Será Elyon quien ejecute el juicio, no nosotros.

– Lo que ella dice es verdad -exclamó Johan.

– No podemos levantar una espada y matar a otro ser humano en el nombre de Elyon-expresó Chelise-. ¡Nunca!

– Eso lo dice la hija de Qurong, el primo de Teeleh.

Chelise no supo quién de la multitud de doce mil había hecho el comentario, pero nadie lo cuestionó. La mujer subió a lo más alto de la roca, mirando a toda la asamblea de albinos, y por primera vez en muchos años se sintió como una extraña en medio de ellos.

Ella, que se había ahogado en el amor de Elyon y fuera lavada de la enfermedad, se sentía más horda que albina en este momento. ¿Cuál era la diferencia entre ellos y Qurong? ¿Entre Samuel y Stephen?

La enfermedad de las costras era la diferencia.

También el entendimiento para reconocer que la condición era maligna, que afectaba tanto la mente y el corazón como a la piel. Además la valentía para seguir a Elyon al interior del estanque rojo, ahogándose a esta vida de enfermedad y resucitando de las aguas como una nueva criatura.

Porque, ¿no era su madre, Patricia, capaz de amar? ¿No era su padre digno de vivir? ¡Ella moriría antes de pensar en empuñar las armas contra cualquier horda!

|P’ Todas las miradas se posaron en Chelise. Tanto Samuel como Janae parecían felices de dejarla que se comprometiera por su propio pueblo. Ella le suplicó silenciosamente a Elyon que trajera a Thomas. Ahora. En estos desiertos, el pueblo lo seguiría como a ningún otro. Lo necesitaban desesperadamente.

Ella necesitaba a Thomas. Requería de su amor, de la calidez de su cuerpo, de sus tiernas palabras de ánimo, y de sus sensibles besos de amor.

– Sí -dijo con voz temblorosa-. Soy la hija de Qurong, y sí, mi padre aún está engañado. No puede ver la verdad cuando esta lo mira fijamente al rostro. Sin embargo, ¿no es este el camino del mundo? Solo pueden ver lo común y corriente, y Elyon es cualquier cosa menos común y corriente. Su amor es extraordinario, extendiéndose más allá de ustedes y de mí hacia nuestros propios padres, madres, hermanos y hermanas que aún son hordas.

– El amor de Elyon es extraordinario, madre -comentó Janae-. Pero también lo es su ira.

La recién aparecida se alejó de Samuel y fulminó con la mirada a Chelise.

– ¿Desafías mi autoridad como quien ha venido con este regalo de Elyon?

¿Y si la joven tuviera razón? ¿Y si este fuera realmente el regalo de Elyon para todos ellos? Era extraño que esta mujer hubiera venido a ellos de ninguna parte, muy similar a como viniera Thomas la primera vez. Era extraño que ella se hubiera relacionado con Samuel, hijo de Hunter. Algo muy parecido pero muy… diferente. Antes de que Chelise pudiera contestar la pregunta de la muchacha, Janae miró a la congregación.

– ¿Y qué dicen ustedes? -desafió, levantando el frasquito que afirmaba ser el aliento de Teeleh-. ¿Cuántos oirán la voz de la que clama en el desierto? «Preparen el camino para el Señor. Que se levanten todos los valles, y se allanen todos los montes y colinas. Y todo el mundo verá la salvación de Elyon».

– ¿Es eso tan imposible? -preguntó en voz baja Vadal, hijo del anciano Ronin.

– Siéntate, Vadal -ordenó bruscamente Marie.

Vadal miró a los ojos de Chelise, y ella vio confusión en él. Cuando se decían las cosas de este modo, ¿cómo las iban a rechazar?

– ¿Quién me apoyará? -volvió a retar Janae-. ¿Y quién me desafiará?

Casi la mitad se puso de pie. Una mezcla de apoyo y de rechazo inundó el desfiladero.


Chelise sintió que el mundo se le desmoronaba. Esto era demasiado. Thomas, Thomas, Thomas. ¿Dónde estás, mi amor? Sintió que iba a estallar en lágrimas.

– Yo -declaró claramente, levantando poco a poco una mano al aire.

Mikil, que había estado gritando a la multitud junto con Jamous y Johan, levantó la mirada hacia Chelise. Pero nadie más demostró haber oído a la esposa de Thomas. Los del consejo discutían entre sí. Hasta ellos estaban divididos.

– ¡Yo! -gritó más fuerte, agitando el puño en el aire; luego lo vociferó, dejando que se le consolidaran las emociones-. ¡Yo!

Ahora estaban escuchando. Todos ellos. Chelise respiró hondo y señaló a Janae.

– Desafío tu autoridad como quien ha venido con este regalo de Elyon.

Saltó de la roca, caminó aprisa hacia su hijo Samuel. Le arrebató la hoja de la espalda, donde el muchacho se la había colocado, y fue hasta el centro de la losa de piedra.

– Te reto por las mismas reglas que invocó Samuel, y no permito que nadie pelee por mí.

– ¿Qué es esto? -preguntó Janae caprichosamente.

Samuel explicó que antaño los duelos dirimían disputas. Se seguiría el camino del ganador.

Chelise no estaba segura de lo que esperaba en el momento: Por lo menos alguna resistencia del consejo, un rato para juzgar la habilidad de la oponente mientras se ponían en guardia. Todo menos lo que sucedió.

Janae le pasó el frasquito a Samuel, fue hasta Eram, que aún observaba con divertido interés, le arrebató la espada de la vaina y dio un brinco al frente. Pero no fue un salto común y corriente. Ella dio dos pasos, se lanzó al aire como un gato, y voló como tres metros antes de aterrizar agazapada frente a Chelise, espada en guardia.

– Tu primer error, madre -comentó Janae-. Y el último.

Chelise bajó la espada al costado como si se rindiera, pero en el último instante se volvió y la levantó hacia Janae mientras se lanzaba en una voltereta aérea con un fuerte grito.

Esta era una de las maniobras básicas de Thomas, enseñadas una vez a todos los guardianes del bosque, sumamente eficaz, porque un oponente debía contender a la vez tanto con la espada como con los pies del atacante. Pero Janae tenía algo que ni el mismo Thomas poseía.

La velocidad de una vampiresa.

¿Cómo se las arregló la bruja para escapar de la espada de Chelise y aparecerle por detrás? Chelise no podía saberlo; aún tenía las piernas en alto cuando Janae se movió.

Pero Chelise no era ninguna discapacitada, y no perdía energía tratando de entender lo que acababa de ocurrir. Antes de aterrizar ya estaba haciendo oscilar la espada con tantas fuerzas como tenía.

Las hojas se toparon con un chasquido que resonó por el cañón. Las manos de Chelise le dolieron con el choque de metal contra metal. Pero las dos mujeres habían escapado ilesas.

Habiéndose ganado cada una el respeto de la otra, Chelise esperó que ambas vacilaran en el silencio de la muchedumbre por un momento antes de… Pero Janae ya se estaba moviendo, esta vez con tanta velocidad que Chelise no pudo reaccionar sino para resoplar e intentar un bloqueo con un salvaje giro de la espada. La hoja de su oponente se deslizó limpiamente por la correa que mantenía en su sitio la armadura del pecho de Chelise.

Janae estiró la mano y de un tirón arrancó la coraza. Las tiras de cuero se deslizaron y la protección del pecho cayó al suelo.

– Perdiste tu parte superior, madre.

Chelise se sintió desnuda con solo una túnica entre ella y la hoja de esta bruja. Es más, ella sabía que estaba más muerta que viva. Era fácil adivinar qué clase de magia negra confería poderes a esta mujer, pero, a menos que el mismo Elyon le proveyera la fuerza y la agilidad de un roush, iba a morir.

Ahora comprendió que pelear con esta mujer fue una total insensatez, pero Chelise era responsable. Y este combate era por su padre, a quien deseaban matar. Si ella debía morir, lo haría sabiendo que murió por él.

– Adelante, pequeña ramera -insultó respirando entrecortadamente-. Mátame.

O muere en el intento.

Janae movió la espada a un costado, evadió fácilmente una estocada de la espada de Chelise que habría ensartado a la mayoría de mortales, y le asentó un fuerte puñetazo en la mandíbula.

El mundo de Chelise empezó a girar. Se desvaneció. La tierra detrás de ella se ladeó. Fue a parar al suelo con un golpe sordo.

– No mataré a una hija de Elyon -gritaba Janae a lo lejos-. Nuestra guerra no es entre nosotras. ¡Es con el enemigo de Elyon! Ahora este asunto está resuelto.

Samuel se ha unido a Eram y a los guardianes del bosque que esperan sobre estas colinas.

El mundo de Chelise comenzó a enderezarse otra vez. Intentó levantarse, pero aún estaba demasiado débil.

– Hoy marcharemos al valle de Miggdon, adonde Qurong llevará su ejército. En un par de días más los aplastaremos con un solo golpe de la ira de Elyon, y dejaremos la sangre del dragón en el valle para alimentar las ansias de todos los shataikis. ¡Entonces, y solo entonces, Elyon nos hará entrar en su gloria!

Un rugido explotó espontáneamente.

– ¿Quién está conmigo?

No todos, desde luego que no todos. Pero muchos estaban apoyándola a gritos. ¡Chelise debía detenerlos! Esto no podía estar sucediendo, no ahora con Thomas desaparecido.

Intentó gritar, trató de levantarse. Pero entonces Janae le alzó la cabeza por el cabello y se la estrelló contra el suelo, y Chelise pensó que se le había destrozado el cráneo. Doce mil almas que una vez se ahogaran en los lagos y que hallaran nueva vida estaban gritando, pero para Chelise el rugido parecía ahogado, como una voz desde un enorme caparazón. Alguien la estaba sacudiendo, llamándola por su nombre. Entonces los sonidos se desvanecieron por completo, y ella quedó en tinieblas por un rato.


***

TOTAL SOLEDAD y satisfacción. Chelise estaba libre de todas las preocupaciones por primera vez desde que Samuel entrara a la Concurrencia y lanzara al suelo la cabeza del encostrado. Era sencillamente un momento de absoluta, adorable y tranquila paz.

¿Dónde estaba Thomas?

– …ha muerto.

– No, no, no digas eso… más fruta…

El silencio dio paso a este diálogo en voz baja acerca de ella. La mente de Chelise salió a rastras de la soledad recuperando la consciencia. No estaba sola. Dos personas hablaban de ella. Una creía que tal vez había muerto. La otra quería darle más fruta.

– Debemos hacer que el jugo le baje por la garganta -estaba diciendo una-. Vuelve a sentarla.

– ¿Por qué iría a reaccionar ahora? Así ha estado toda la noche.

Esta era la voz de Marie. Marie, la tierna Mar…

¿Toda la noche? ¿Había estado aquí toda la noche? No. No, solo había sido un instante.

– Querido Elyon, ten misericordia de ellos -clamó la voz de Johan.

Chelise intentó abrir los ojos. No pudo. Entonces trató de nuevo. Luz de lumbre le brilló por los bordes de la visión.

– ¡Está despertando!

Le presionaron un pedazo de fruta contra los labios. Chelise mordió intensamente y sintió el jugo de un durazno bajándole por la garganta. Luego más, hasta que estuvo comiendo grandes trozos de la pulpa, ansiosa del curativo néctar. La mente se le aclaró y la luz se hizo más brillante.

Se hallaban con Johan en la tienda de Marie. Afuera estaba oscuro, y uno de ellos había dicho que Chelise había estado inconsciente toda la noche. Janae la había golpeado durante el duelo cuando el sol aún estaba en su apogeo, muchas horas atrás. Chelise oía grillos del desierto chillando afuera. Todo el campamento estaba en paz y silencio. Lo cual solo podía significar que…

– ¿Cuántos? -preguntó Chelise después de parpadear y carraspear.

Marie miró a Johan.

– Casi cinco mil -respondió él.

– ¿Cinco mil? ¿Aquí?

– No, cinco mil se fueron con Samuel y los mestizos -informó Johan.

– Vadal está con ellos -añadió Marie.

– ¿Vadal?

Chelise se irguió en la cama, pero una jaqueca de atronadoras proporciones hizo que su mundo le diera vueltas otra vez, y se dejó caer de espaldas.

– No, madre -susurró Marie-. Es demasiado tarde, ellos se fueron y tú estás herida. Dale más tiempo a la fruta.

– Hicimos todo lo que pudimos, Chelise -indicó Johan en voz baja, pero no logró calmar a la mujer-. Después de que perdieras el duelo se debilitó nuestra base, pero el consejo montó una prolongada defensa que ganó a muchos a nuestro lado.

– ¿Y los demás? ¿Los cinco mil?

– Fueron engañados por un caso convincente -notificó Johan encogiendo los hombros.

– ¿Así que fueron a enfrentarse a las hordas?

– Sí. Fueron a Miggdon, donde van a morir.

– ¿Morir? -exclamó ella; pero Johan sabría más que la mayoría… antes de ahogarse había sido un comandante de las hordas de indiscutida habilidad-. ¿Qué te hace creer que Qurong los derrotará?

– Porque Qurong y el amo a quien sirve son demasiado astutos.

Chelise se sentó, esta vez sin problemas. Miró alrededor del salón. No vio indicios de Jake.

– Está con Mikil -anunció Marie-. Aquí hay siete mil, cerca del estanque rojo. Están ensimismados en sus relatos de gloria. Y yo estoy aquí en ascuas por ese estúpido que iría a ser mi esposo.

– Lo siento -expresó Chelise poniéndose de pie a pesar de las objeciones de Marie-. Lo sé. Créeme, lo sé. Y ahora debo irme.

– No seas ridícula, madre. No irás a ninguna parte.

– Ellos van a matar a mi padre -gritó la esposa de Thomas-. Dame más fruta.

– Y van a matar a Vadal. Iré contigo.

– No voy hacia los eramitas.

– Entonces reuniré… -empezó a decir Johan asintiendo a Marie.

– No -interrumpió bruscamente Chelise-. Esta vez voy sola.

Ellos se miraron, sabiendo que toda objeción sería inútil.

Le volvió a venir el mismo pensamiento que durante todo un día le resonara en la mente: El mundo te espera, Chelise. No había logrado detener a Samuel aquí. La exhortación de Michal se refería claramente a algo más.

– Entonces lleva esto -sugirió Johan pasándole una ampolleta que extrajo del bolsillo.

– ¿Qué es? -inquirió Chelise agarrando el frasquito, idéntico al que la bruja había denominado como aliento de Teeleh.

– No lo sabemos. Se le cayó de la túnica a la bruja. La etiqueta dice que es sangre de Thomas. Quizás tenga algún poder. ¿Por qué si no la tendría ella? -indicó Johan; luego se volvió y levantó la solapa de la tienda-. Si ves a esa prostituta, retuércele la garganta por mí.

Marie estaba haciendo pucheros.

– Madre, por favor…

– No. Voy a mi padre, e iré sola.

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