KARA HUNTER corrió por el pasillo, acalorada, no porque Bangkok fuera una ciudad húmeda a pesar de la época del año, sino porque una bomba le acababa de explotar en el pecho.
Sangre. Más exactamente, la sangre de Thomas.
¿Por qué la vida siempre era cuestión de sangre? La sangre de un cordero expiatorio para borrar el pecado. La sangre de Cristo para beber en memoria. La sangre de inocentes para saciar las ansias asesinas en criaturas nocturnas. La vacuna Raison, acabando con su huésped a través de la corriente sanguínea.
La sangre se había llevado a su hermano, Thomas, al interior de una realidad que lo cambió todo. Ella sabía eso porque lo había seguido, usando esa misma sangre, y lo que descubrió la dejó perpleja.
Cuando todo acabó y el mundo se entregó de lleno a la recuperación, ella y Monique habían escondido un frasquito de esa preciosa sangre. Solo una ampolla, diez centímetros cúbicos para ser exactos. Todo por motivos comprensibles, hasta nobles. Ellas habían tenido prevista cualquier amenaza lógica.
Pero nunca imaginaron que un maníaco pelirrojo llamado Billy pudiera leer las mentes. Peor aún, nunca pensaron que Janae, la propia hija de Monique, se tiraría voluntariamente a un foso de víboras con este extraño de Paradise, Colorado.
¿En qué pudo ella haber estado pensando?
Kara mostró la credencial de identidad al guardia de seguridad vestido de blanco, que utilizó su propia tarjeta de admisión para abrir la pesada puerta de acero hacia el seguro laboratorio. El pasillo terminaba en una segunda puerta, también bajo protección.
– Buenos días, Srta. Hunter. Ella desea que usted se ponga el equipo contra peligros biológicos.
Kara quiso objetar. La vacuna Raison B solo se podía contraer por medio de contacto directo. Sin embargo, asintió y atravesó la puerta de cristal e ingresó a un salo0 equipado con vestimentas blancas a prueba de riesgos biológicos y una llovizna de humedad química. Se puso una de las batas y unos guantes negros, pero no se molestó en usar el equipo para la cabeza ni en cerrarse la bata. Era prudente una barrera contra contacto accidental, pero no tenía ningún sentido entrar como un oso polar.
Atravesó un estrecho corredor y pasó una segunda puerta de vidrio que se deslizó con un fuerte zumbido. Siete técnicos de laboratorio estaban trabajando, tres en sus estaciones, y cuatro de pie con los brazos cruzados, absortos en una discusión que se acalló cuando Kara atravesó el salón.
Monique estaba fuera del cuarto de cuarentena, con las manos en las caderas, vestida igual que Kara, mirando las camillas en el interior a través de uno de los paneles de cristal. Kara vio las figuras acostadas, vestidas en ropa de calle y no en el típico atuendo de laboratorio. Janae con un vestido negro corto, como era de esperar. Billy usaba la ropa con la que había llegado: pantalones vaqueros y camiseta.
El engreído narcisista.
– ¿Cuánto hace? -exigió saber, deteniéndose al lado de Monique.
A diferencia de Thomas, Monique había estado más involucrada en la creación del primer virus que cualquier otra persona viva. La mujer suspiró.
– Basándonos en el cultivo bacteriológico que estamos examinando -informó, y asintió hacia el nítido salón opuesto a este-, calcularía que hace unas ocho horas.
– Por tanto, tenemos tiempo.
– Algo. No mucho. Ella inyectó un centímetro cúbico completo para cada uno.
– ¿Qué? ¿Se le fue la cabeza?
Monique solamente la miró, inexpresiva.
– Estúpida pregunta, lo siento.
– ¿Fue así? -preguntó Monique, volviendo a mirar a su hija acostada paralela a Billy Rediger.
Ellos yacían sobre sus espaldas, las manos cruzadas sobre los pechos que subían y bajaban al unísono. Perdidos para este mundo.
– El caso es que no creo que Janae haya perdido el juicio -se contestó Moniquee. – Ella sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Monique apretó la mandíbula, cerró los ojos y los volvió a abrir, aún inexpresiva, es como expresaba desdén por sí misma.
– No puedo creer que permitiéramos que esto ocurriera. -No lo hicimos. Fue ella.
– Debí haber sabido que eran malas noticias en el momento en que ese rufián entró a nuestro ámbito.
– Lo hiciste.
– Debí haber sabido que él era el mismo diablo, capaz de hacer salir lo peor en Janae.
Se estaba refiriendo a la tontería de Janae de tener mala sangre de parte de su padre. Monique nunca se había sincerado acerca de su aventura amorosa con el hombre que engendrara a Janae y que luego desapareciera, pero siempre que la muchacha hacía algo absurdo o desquiciado, Monique culpaba al bando del padre de la joven. Mala sangre.
– Ella sabía muy bien lo que estaba haciendo -continuó Monique, volviendo a apretar la mandíbula-. A este paso ambos estarán muertos dentro de veinticuatro horas. Tal vez antes.
Kara sintió que debería objetar, volverse hacia su amiga y expresarle su horror ante tal posibilidad. Exigir que usaran inmediatamente la sangre.
En vez de eso solo sintió confusión, así que se quedó callada.
Monique vino a su rescate.
– Tomaron un fuerte sedante para asegurarse de que dormirían en el momento en que la sangre de Thomas hiciera contacto con la de ellos. Janae sabía que yo no iba a poder resistir.
¿Qué estaba diciendo Monique? ¿Que usaría la sangre?
– ¿Y por qué debería ella suponer algo diferente? ¿No le he demostrado siempre todo mi amor? Ella es lo único que tengo ahora. Mi hija significa todo para mí.
Los ojos de Monique se llenaron de lágrimas. Kara quiso ponerle la mano en el hombro, pero aún estaba destrozada anímicamente por las emociones conflictivas que le martillaban la mente.
– No existe garantía de que la sangre funcione -comentó Kara.
– No.
– ¿Cuáles son los riesgos?
– Los mismos que había la última vez que se abrió una puerta hacia el otro mundo -contestó Monique.
Kara pensó que hablar de eso de manera tan imperturbable frente a una tragedia como esta requería cierta medida de dominio propio. El mundo a duras penas había sobrevivido al último de tales cruces.
– O peores -opinó Kara-. En esa ocasión se trató de Thomas. Ahora se trata de un psíquico desquiciado llamado Billy.
YJanae, pensó ella, pero no lo dijo.
– Billy y Janae -añadió Monique asintiendo lentamente, manteniendo la mira- da en su hija-. Podrían hacer muchísimo daño en una u otra realidad.
– Si logran ir al otro mundo y volver… solo Dios sabe qué magia podrían traer de vuelta para desordenar el equilibrio de poderes. Podrían destruir un mundo.
– Posiblemente no se pueda confiar en ellos.
– No.
Simple. Pero no tan simple en absoluto. Esta de la camilla era la hija de Monique, inhalando lentamente.
– ¡Janae sabía exactamente lo que hacía! -susurró Monique, casi sin poderse controlar-. Quizás debimos haber discutido esto con ella. Lo está haciendo por resentimiento.
La científica se enjugó una lágrima que le había caído sobre su mejilla.
– Sabes que no podíamos arriesgarnos a que ella supiera que teníamos la sangre. Pudo haber intentado algo como esto hace mucho tiempo.
– No si no le decíamos dónde estaba escondida. Indonesia está a mucha distancia de aquí.
– Monique -declaró Kara poniendo ahora la mano en el hombro de su amiga-. No te eches la culpa. Janae es una mujer adulta que decide por sí misma. Miles, millones de vidas podrían estar en peligro. Algunas veces… se debe sopesar el riesgo.
– Por favor Kara, no necesito un sermón -replicó Monique mirándola.
La amiga se sintió horrible. ¿Y si fuera Thomas quien estuviera en esa camilla? ¿Qué diría Kara entonces? Deja que se muera, deja morir al tonto. Pero ella ya había cruzado una vez ese camino. Ambas sabían que el instante en que Janae se inyectó el virus había firmado su propio certificado de defunción.
A los sesenta años de edad Kara podía vivir con eso. Había visto a muchos ir y venir en este mundo. Y había pasado algún tiempo en ese otro mundo.
– ¿Crees que funcionaría? -indagó Monique, mirando la tranquila figura de su hija.
– No funcionó en la prueba…
– No inyectamos la sangre de él en un cuerpo vivo -interrumpió Monique-. ^° podíamos arriesgarnos a la posibilidad de que el sujeto cruzara al otro lado. Estoy hablando de ir al otro mundo, no de matar el virus.
¿Despertaría en el otro lugar alguien cuya sangre entrara en contacto con la de Thomas?
– Seguramente aún te preguntas cómo sería volver allá -manifestó Monique como si estuviera ida-. Qué está haciendo Thomas. Si estará incluso vivo. Las hordas… los lagos… ¿qué ha sido de todos ellos?
– ¿Qué edad tiene? ¿Está casado? ¿Hijos? Todo sucedía allá con mucha rapidez -amplió Kara-. Tal vez todo acabó. Pienso en eso todos los días.
– Nunca lo sabremos -concluyó Monique asintiendo y limpiándose otra lágrima, luego se alejó.
Lo cual era tan bueno como determinar que ella no iba a utilizar la sangre en Janae. Era la decisión adecuada, por supuesto. Janae y Billy solo eran dos vidas. Abrir una rendija dentro de la otra realidad podría ser desastroso. Y ellas lo habían hecho en sí mismas. Kara sintió lástima de Billy, y le disgustaba que Janae, que en muchas maneras le recordaba a ella misma treinta años atrás, hubiera tomado su vida tan a la ligera. Le había agradado mucho la chica. Una mujer muy animada, muy hermosa, muy inteligente. Qué desperdicio.
Aunque difícil, este era el mejor camino.
– ¿Crees que dejarlos morir es asesinato? -inquirió Monique.